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Mensajes del libro «Impartición divina de la Trinidad Divina, La»
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CAPÍTULO CINCO

LA IMPARTICIÓN DE DIOS EN EL MINISTERIO DE CRISTO

(1)

  Lectura bíblica: Jn. 1:14; Mt. 1:23; Jn. 1:17, 18; 14:9b-11a; 1:29; 12:31; 16:11; 3:14; 12:24; Ro. 8:3; 2 Co. 5:21

  En el Antiguo Testamento la impartición de Dios según Su dispensación llegó a su consumación en el templo. En el templo estaba la gloria de Dios, mediante la cual el Señor guiaba a Su pueblo. Dentro del templo también estaban las riquezas divinas. La gloria, la dirección del Señor y las riquezas divinas fueron el resultado de la impartición de Dios a Su pueblo.

  En esta coyuntura quisiera establecer una clara distinción entre las palabras dispensación e impartición. Debido a que estas dos palabras son similares, es posible que pensemos que significan lo mismo. En realidad no es así. La palabra dispensación alude a un plan o a ciertos arreglos, por lo que denota cierta clase de manejo o administración. Dios en Su palabra nos ha mostrado que Él tiene un plan (Ef. 1:10; 3:9; 1 Ti. 1:4). Este plan concierne a Su casa. Se refiere a cierto plan o a ciertos arreglos domésticos, o podríamos decir también que es cierto manejo o administración familiar. Dios tiene una gran familia, y tiene un plan con respecto a Su familia. Él tiene ciertos arreglos según los cuales administra Su propósito. Éste es el significado de la palabra dispensación.

  En conformidad con el plan de Dios, es decir, con Sus arreglos, o Su dispensación, Dios tiene la intención de impartirse a Sí mismo en Su pueblo. Así que, la palabra impartir significa “distribuir, dar”. Dios se da a Sí mismo y se imparte a Sí mismo en Su pueblo; Él se distribuye a Sí mismo en Su pueblo para el disfrute de ellos. Hoy los cristianos en su mayoría sólo piensan que Dios nos redime, nos salva y nos da fuerza y poder. Son muy pocos los que tienen el pensamiento de que Dios se imparte, se distribuye y se da a Su pueblo escogido. Antes de 1950 ni siquiera nosotros mismos hablábamos de la impartición de Dios mismo a nuestro ser. Fue sólo después de 1950, en los últimos treinta años, que empezamos a ver y a ministrar que Dios está impartiéndose en nuestro ser. Lo que queremos recalcar en estos mensajes no es la dispensación, sino la impartición.

  Permítanme darles el siguiente ejemplo: es posible que una buena cocina sea establecida con un buen plan, unos buenos arreglos y una buena administración. Sin embargo, el plan no es un fin en sí mismo. Los arreglos no son un fin en sí. El propósito de la cocina es que el alimento sea impartido en los comensales. Si los comensales vienen a la cocina y simplemente admiran el plan y todos sus arreglos, mas no reciben ningún alimento, seguirán con hambre. Por lo tanto, en un sentido debemos olvidarnos de la cocina y de todos sus buenos arreglos. Lo que debe preocuparnos es que el alimento —la leche, los huevos y el pan— sea impartido en nuestro ser. El asunto central en la cocina no radica en cómo se ha dispuesto todo, sino en el alimento. La visión central de la dispensación de Dios es simplemente que Dios mismo como nuestro rico alimento sea impartido en nuestro ser, como el Señor Jesús nos lo dijo en Juan 6.

  En un mensaje anterior les señalé que un poco de Dios le fue impartido a Adán, y luego un poquito más de Dios le fue impartido a Abel. Otro poquito más de Dios les fue impartido a Enós y a Enoc, y de manera progresiva más les fue impartido a Noé y a Abraham, a Isaac y a Jacob. Finalmente debido a toda esta impartición, los hijos de Israel se manifestaron como una morada corporativa para Dios. Asimismo Dios llegó a ser una morada para ellos.

  También vimos en el tipo de la buena tierra todas las inescrutables riquezas de Cristo (Dt. 8:7-10; Ef. 3:8). Cristo es la realidad de todas las riquezas tipificadas allí: la lluvia, los montes y los valles, el trigo y la cebada, el aceite de oliva, la vid, la higuera, el granado, los manantiales y los arroyos y las aguas profundas, las piedras de hierro y el cobre. Todas estas riquezas se impartieron en Su pueblo. Por ejemplo, todo lo que comemos a la hora del desayuno es impartido en nuestro ser. Dios se imparte a nosotros de esta manera. La energía que tenemos y el color saludable de nuestro rostro se debe al alimento que ha sido impartido en nuestro ser. Si usted no se alimenta bien, no tendrá suficiente energía porque ningún alimento se ha impartido en su ser. Hoy Dios ha estado impartiéndose en nuestro ser. Dios planeó y dispuso esto. Ésta es la dispensación de Dios, los arreglos dispuestos por Dios, según lo cual Él se imparte en Su pueblo escogido.

PARA INTRODUCIR A DIOS EN EL HOMBRE MEDIANTE LA ENCARNACIÓN

  Ahora queremos llegar al Nuevo Testamento y ver la visión central con respecto a la impartición de Dios a nuestro ser. En el Nuevo Testamento el primer paso de la impartición de Dios en nosotros es que Él se encarnó (Jn. 1:14a). La encarnación significa que Dios nació en el hombre. Antes de la encarnación, Dios estaba fuera del hombre e incluso muy lejos del hombre. Pero en la encarnación, Dios vino a impartirse en la humanidad. Cuando Jesús nació en Belén, Dios se impartió en la humanidad. Jesús era un verdadero hombre de sangre y carne y piel y huesos. Cuando cumplió treinta años de edad, salió a ministrar por tres años y medio. Si bien Él era un verdadero hombre, en Su interior estaba Dios. Dios se impartió en aquel Hombre. Éste es Jesús nuestro Salvador.

  La encarnación introduce a Dios en la humanidad con el fin de hacer que ésta sea santa e incluso divina. Sin duda alguna el Señor Jesús es divino y santo. Conforme al mismo principio, incluso nosotros mismos que somos Sus creyentes también somos santos y divinos. Nosotros somos divinos, pero no somos Dios. Esto es como los hijos de un rey. Ellos son de la realeza, pero no son el rey. Ellos son de la realeza porque tienen la vida del rey. Nosotros somos divinos porque tenemos un Padre divino. Nacimos de Dios (Jn. 1:12-13) y, como tales, poseemos Su vida (Jn. 3:15) y participamos de Su naturaleza (2 P. 1:4). Aunque no somos Dios, somos divinos, porque la vida y la naturaleza divinas de Dios han sido impartidas a nuestro ser. Cuando un niño es concebido y nace, esto significa que el padre ha impartido su vida y naturaleza en ese niño. Nacer de Dios significa que Dios imparte en nuestro ser Su vida y Su naturaleza. ¡Debido a que nacimos de Dios nosotros no sólo somos santos sino también divinos! La palabra santo quizás se refiera solamente a la apariencia externa, pero la palabra divino denota la naturaleza interna. Cuando usted vaya de compras a la tienda, no se olvide de que es un hijo de Dios. Usted tiene un estatus real; es divino porque Dios se ha impartido en su ser. Hoy en día, todos tenemos a Cristo, y Cristo ha forjado a Dios en nuestro ser.

PARA SER EL TABERNÁCULO DE DIOS ENTRE LOS HOMBRES

  Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era el tabernáculo de Dios entre los hombres (Jn. 1:14b). ¡Cuán maravilloso es esto! El Dios inaccesible, invisible, escondido, misterioso y abstracto llegó a ser concreto, visible y palpable, e incluso un Dios en quien podemos entrar. Este tabernáculo es simplemente Dios en la humanidad (Mt. 1:23).

  Cuando el Señor Jesús estuvo entre los discípulos, antes de Su muerte y Su resurrección, todos ellos estaban con Él. Podían verlo y tocarlo, pero en ese entonces no podían entrar en Él, porque el camino aún no había sido preparado ni la entrada había sido abierta. Después de la muerte y la resurrección del Señor Jesús, el camino fue preparado y la puerta fue abierta para que todos los discípulos entraran en Él. El Señor Jesús les había prometido que en aquel día, el día de la resurrección, ellos conocerían que Él estaba en Su Padre, y que ellos estaban en Él y Él en ellos (Jn. 14:20). Esto es Dios impartido en seres humanos. Cuando el Señor Jesús estuvo entre los discípulos antes de Su muerte y resurrección, solamente Él, y nadie más, era divino. En ese entonces ni Pedro, ni Juan ni Jacobo eran personas divinas. Pero cuando el Señor Jesús sopló en ellos el día de la resurrección (Jn. 20:22), Él entró en su interior. De este modo, llegaron a ser personas divinas porque Dios había sido impartido en su ser.

PARA TRAER AL HOMBRE LA GRACIA Y LA REALIDAD DIVINAS

  El Señor Jesús en Su ministerio trajo al hombre la gracia y la realidad divinas (Jn. 1:14c, 17). La gracia es una palabra muy importante en el Nuevo Testamento. Juan 1:17 dice que la ley fue dada por medio de Moisés, pero que la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo. La gracia vino cuando el Señor Jesús vino. ¿Qué es la gracia? La gracia es un don gratuito. La verdadera gracia en todo el universo es simplemente Dios que se da a nosotros gratuitamente. No es una buena casa ni un buen auto ni tampoco un buen trabajo que recibimos gratuitamente. Pablo estimó todas estas cosas como basura (Fil. 3:8). En todo el universo sólo existe una persona que es la verdadera gracia; esa persona es nuestro Dios. Y Dios se dio a nosotros gratuitamente. Antes que el Señor Jesús viniera, Dios nunca había sido traído al hombre. Pero cuando el Señor Jesús vino, Él nos trajo a Dios como un don gratuito. Ésta es la gracia para nuestro disfrute. Cuando usted tiene a Cristo, tiene a Dios.

  Las personas judías hoy en día han rechazado a Cristo; sin embargo, afirman que adoran a Dios. En realidad, ellas tienen a Dios únicamente en nombre y como un término más; no tienen a un Dios personal que vive en su interior. Sucede lo mismo con los musulmanes. Ellos únicamente tienen a Dios en nombre, como un término más; Dios no mora en ellos.

  En cambio nosotros tenemos a la persona de Dios, quien vive dentro de nosotros como nuestro disfrute diario. Él es nuestro suministro, nuestro apoyo, nuestro alimento y nuestro consuelo. Diariamente le disfrutamos como gracia. Aparte del Señor Jesús, usted no puede tener a Dios. Si usted quiere conocer a Dios, tiene que acudir al Señor Jesús. Dios está aquí en la persona de Jesús. El Señor Jesús nos ha traído a Dios como un don gratuito. Una vez que Dios se imparte en usted y llega a ser su disfrute, ésta es la verdadera gracia.

  Cuando el Señor Jesús vino, la realidad vino también. La realidad es más fácil de explicar con ejemplos. Usted debe comprender que sin Dios el universo entero sería un cascarón vacío. Si usted no tiene a Dios como la realidad en su familia, su familia carecerá de contenido. Si usted no tiene a Dios, usted será una persona vacía. Es por ello que el rey Salomón dijo que todo es vanidad (Ec. 1:14). Solamente Dios es realidad. Cuando tenemos a Dios no sólo tenemos el disfrute, sino también la realidad. Todas las demás cosas que disfrutamos se desvanecerán. Una buena casa se desvanecerá; un buen auto desaparecerá; y el dinero también se esfumará. Sólo existe una persona que jamás se desvanecerá. Él permanecerá para siempre; Él existirá para siempre y Él es la realidad. Él es el verdadero disfrute, y este disfrute es la realidad. El Señor Jesús vino a nosotros trayendo el disfrute y la realidad; nos trajo la gracia y la realidad. Tanto la gracia como la realidad son Dios mismo impartido a nuestro ser.

PARA EXPRESAR A DIOS

  Cristo expresa a Dios. Nadie ha visto a Dios jamás, pero Cristo, quien ha dado a conocer a Dios, también lo expresó (Jn. 1:18; 14:9b-11a). Cuando usted lo ve a Él, ve a Dios. Dios es amor, Dios es luz, Dios es santo y Dios es justo. Todos estos atributos de Dios se pueden ver en el Señor Jesús. El Señor Jesús es amor, luz, santidad y justicia porque Él es la expresión de Dios, por lo cual podemos participar de Dios y Dios puede impartirse en nuestro ser.

  El Señor Jesús nació, y en los primeros treinta años de Su vida no tuvo ningún discípulo. Pero en Sus últimos tres años y medio, Él atrajo a algunos discípulos quienes le acompañaron. Él estaba con ellos, mas no estaba en su interior. Esto significa que Dios aún no se había impartido en ellos. Sin embargo, Él los había atraído y los había preparado. Después de esto, murió y resucitó y regresó a ellos en calidad de Espíritu. Él sopló en ellos, y por medio de Él todos recibieron al Espíritu (Jn. 20:22). A partir de entonces Dios empezó a impartirse en todos los discípulos. El Señor Jesús se tardó tres años y medio en preparar a los discípulos para que recibieran a Dios en su interior como gracia y realidad. Después de esto, Dios se infundió e impartió en ellos.

  Muchos de nosotros éramos como esos discípulos. Yo estuve en el cristianismo desde mi juventud, pero nunca había recibido la impartición de Dios. No fue sino hasta cuando tenía diecinueve años que el propio Dios un día se impartió en mi ser. Esto me hizo diferente, y desde ese día en adelante empecé a disfrutar a Dios como mi gracia y mi realidad. En efecto recibí algo que era muy dulce y muy real, y yo disfrutaba al Señor. Descubrí cuán fidedigno y sempiterno Él era. Él nunca desapareció. Él era mi gracia y mi realidad. Esto es Dios que se imparte a nosotros.

PARA QUITAR EL PECADO DEL HOMBRE

  El Señor Jesús preparó a Sus discípulos por tres años y medio, y luego un día fue a la cruz y allí murió. Su muerte en la cruz fue en todo aspecto una preparación. Por medio de Su muerte, Él preparó el camino y abrió la puerta para que Sus discípulos entraran en Dios. ¿Cómo hizo esto? En primer lugar, por medio de Su muerte en la cruz, Él quitó el pecado de ellos (Jn. 1:29). El pecado es el principal obstáculo entre el hombre y Dios. Si el hombre ha de entrar en Dios y Dios ha de impartirse en él, definitivamente este obstáculo del pecado tiene que ser quitado.

PARA JUZGAR EL MUNDO MEDIANTE SU CRUCIFIXIÓN

  Un segundo obstáculo que el Señor eliminó en la cruz fue el mundo (Jn. 12:31a). El mundo en su totalidad es un sistema satánico que distrae a las personas y las aparta de Dios. A fin de que el hombre entre en Dios, de tal modo que Dios pueda entrar en el hombre, el mundo tiene que ser juzgado. Cristo en la cruz por medio de Su muerte juzgó al mundo, el sistema diabólico de Satanás.

PARA DESTRUIR A SATANÁS EN SU CARNE

  Un tercer obstáculo que el Señor eliminó en la cruz fue el enemigo de Dios, el diablo o Satanás (Jn. 12:31b; 16:11). Por medio de Su muerte en la cruz el Señor Jesús destruyó a Satanás.

PARA PONER FIN A NUESTRA NATURALEZA SERPENTINA AL VENIR EN LA SEMEJANZA DE CARNE DE PECADO

  Además, nuestra naturaleza serpentina, esto es, nuestra naturaleza pecaminosa, el pecado que mora en nosotros, fue eliminada en la cruz (Ro. 8:3; 2 Co. 5:21). Debido a que somos personas caídas, tenemos una naturaleza pecaminosa que es serpentina. Dicha naturaleza está llena del veneno de la serpiente antigua, Satanás. Todo ser humano tiene el veneno de la serpiente antigua, y por eso a los ojos de Dios todo ser humano es serpentino. Por esta razón, el Señor Jesús murió en la cruz como serpiente de bronce, es decir, en la semejanza de carne de pecado (Jn. 3:14), para poner fin a nuestra naturaleza serpentina.

  Por lo tanto, por medio de la cruz el pecado fue quitado, el mundo fue juzgado, Satanás fue destruido y nuestra naturaleza serpentina fue eliminada. Esto significa que todos los obstáculos fueron quitados y el camino fue preparado. El velo fue abierto (Mt. 27:51; He. 10:19-20). Ahora, cada uno de los discípulos de Jesús puede entrar en Dios.

PARA LIBERAR LA VIDA DIVINA MEDIANTE SU MUERTE

  Además, la muerte del Señor Jesús en la cruz liberó la vida divina (Jn. 12:24). La vida divina estaba en el Señor Jesús así como la vida está contenida en una pequeña semilla. La vida se halla escondida en el interior de cada semilla, y a fin de que la vida sea liberada, la semilla tiene que morir dentro de la tierra. De igual manera, la vida divina estaba escondida en el interior del Señor Jesús. Cuando Él murió en la cruz, la vida divina que estaba en Su interior fue liberada. Así pues, todos los obstáculos fueron quitados, y la vida divina fue liberada, de modo que todo estuviera listo para que nosotros entráramos en Dios y para que Dios entrara en nosotros, a fin de que la vida divina pudiera ser impartida en nuestro ser. Esto no es solamente la salvación de Dios, sino también Su impartición. Dios no sólo nos ha salvado, sino que además se ha impartido en nuestro ser para hacernos hijos de Dios, personas divinas.

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