
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee en septiembre 1990 en San Diego y en San Bernardino, California. Los capítulos del 1 al 3 fueron dados en San Diego el 15 y 16 de septiembre, y el capítulo 4 fue dado en San Bernardino el 23 de septiembre.
Dios no sólo desea que el hombre sea un vaso que lo contenga (Ro. 9:21, 23; 2 Co. 4:7), sino también que el hombre le coma, digiera y asimile (Jn. 6:57). Cuando comemos, digerimos y asimilamos el alimento físico, recibimos nuevos bríos y nuevas fuerzas. El alimento que ingerimos se imparte en el torrente sanguíneo y éste, a su vez, lo distribuye a todas las partes de nuestro cuerpo. Finalmente, el alimento que hemos ingerido llega a ser la fibra, los tejidos y las células de nuestro ser. De igual manera, el plan eterno de Dios consiste en impartirse a Sí mismo en nosotros, a fin de llegar a ser la fibra misma de nuestro hombre interior. Él desea que nosotros le digiramos y asimilemos, a fin de Él sea el elemento constitutivo de nuestro ser.
Dios creó al hombre a Su imagen para que éste le pudiera contener. Un recipiente siempre tiene la imagen o forma de lo que está destinado a contener. Si el contenido es redondo, el recipiente debe también ser redondo. El hombre fue creado a imagen de Dios con el fin de que Dios se impartiera en él. Después que el hombre fue creado, Dios lo puso frente al árbol de la vida (Gn. 2:8-9). Inmediatamente después de esto, vemos que Dios le dio al hombre una advertencia en cuanto al comer (vs. 16-17). Si comiera del árbol de la vida, viviría; pero si comiera del árbol del conocimiento del bien y del mal, moriría. El árbol de la vida representa a Dios mismo. Hoy Dios es nuestro alimento; Él es comestible. En Juan 6 Jesús dijo que Él era el pan de vida (vs. 35, 48), y en el versículo 57 dijo: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. Necesitamos comer a Jesús.
Ser un cristiano es más que simplemente arrepentirnos de nuestros pecados, recibir el perdón de los pecados, ser lavados con la sangre de Cristo, y ser justificados y regenerados. La vida cristiana también implica crecer hasta alcanzar la madurez. A fin de avanzar de la etapa de la regeneración a la etapa de la madurez, tenemos que comer. La regeneración es el inicio de nuestra vida espiritual, pero después de ser regenerados necesitamos comer. Nadie puede crecer sin comer. Tenemos que comer, digerir y asimilar los alimentos diariamente. La asimilación es la etapa final del proceso mediante el cual dichos alimentos se imparten a todo nuestro ser. Así pues, necesitamos comer, digerir y asimilar a Jesús diariamente, tomándolo como nuestro alimento espiritual.
Según la economía de Dios, Dios no es solamente nuestro Salvador objetivamente, sino también nuestro alimento subjetivamente. Esto es tipificado por la Pascua en Éxodo 12. La sangre del cordero pascual era untada en los dos postes y en el dintel de las casas de los israelitas (v. 7). Esto representa la redención efectuada por Cristo en su aspecto objetivo. Dios además mandó a los hijos de Israel que comieran la carne del cordero que sacrificaran (v. 8). Bajo la cubierta de la sangre del cordero pascual, ellos debían comer la carne del cordero pascual, sin dejar nada para el día siguiente (v. 10). Ésta fue una de las ordenanzas que Dios dio en cuanto al comer. Casi toda cultura tiene lo que llamamos “modales para comer”, los cuales regulan la manera en que uno come. Según Éxodo 12, uno de los “modales” establecidos por Dios era comerse todo el cordero. Dios se habría sentido insultado si ellos hubieran dejado algo para la mañana siguiente. Si el cordero era más de lo que la familia podía comer, los israelitas debían entonces compartir el cordero con su vecino más cercano (vs. 3-4). Esto nos habla de la predicación del evangelio. Debemos compartir con las familias de nuestro vecindario la rica y abundante salvación de Dios, la cual nuestra familia no puede agotar. Después que los israelitas se saciaron al comer el cordero, ellos recibieron las fuerzas necesarias para hacer su éxodo de Egipto. Los israelitas se marcharon de Egipto, y mientras marchaban, iban digiriendo y asimilando el cordero. Esta digestión y asimilación fue la manera en que el cordero fue impartido en su ser. Por medio de la digestión y asimilación, se efectuó la impartición del cordero pascual. Este cordero, al ser impartido en ellos, se convirtió en sus fuerzas.
La economía divina es la disposición del plan eterno de la administración doméstica de Dios (Ef. 1:9-10; 3:9-11; 1 Ti. 1:3-4). La economía divina es el misterio de la voluntad de Dios, un misterio que había estado escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas (Ef. 1:9; 3:9). Era un misterio por cuanto no fue revelado a ningún ser humano en los siglos pasados. A Adán y Abraham nunca se les habló de la economía de Dios. Debido a que estaba escondida en Dios, dicha economía era un misterio. Los hombres podían ver la creación, mas no entender el propósito de ella. Hoy este misterio nos ha sido revelado a nosotros.
La economía divina es conforme al propósito eterno de Dios (Ef. 3:11) que Él hizo en Cristo, de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas (1:10). Hoy en día todavía no vemos que todas las cosas hayan sido reunidas bajo una cabeza en Cristo, aunque sí vemos esto en pequeña escala. Dios está reuniendo a los creyentes de Cristo bajo una cabeza. La intención de Dios es reunir a todos los cristianos bajo una cabeza en Cristo, a fin de que sean uno. Sin embargo, la intención de Satanás es causar división. Toda división, no importa cuál sea la razón, debe ser condenada porque la división es contraria al deseo de Dios de reunir en Cristo bajo una cabeza todas las cosas.
Dios desea obtener una sola iglesia que sea el Cuerpo de Cristo como Su plenitud con miras a la expresión corporativa del Dios Triuno procesado (Ef. 1:23; 3:19b). Esta iglesia no es simplemente una congregación compuesta de muchos creyentes. El Cuerpo de Cristo es el Cuerpo orgánico de una gran persona: Cristo. A fin de obtener este Cuerpo, Cristo tiene que impartirse a Sí mismo en Su pueblo escogido y redimido.
La economía divina se lleva a cabo mediante la impartición divina de la Trinidad Divina. Dios es divino y también es triuno. Él es triuno a fin de dar los pasos necesarios para la impartición de Sí mismo en nosotros. A fin de impartirse en nosotros, Él dio tres pasos: la elección y predestinación del Padre, la obra redentora del Hijo y el sellar del Espíritu. Estos tres pasos son necesarios para que Dios efectúe Su impartición divina.
El primer paso de la impartición divina de la Trinidad Divina fue la elección y predestinación del Padre (Ef. 1:4-5). El Padre nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos. ¿Cómo podemos nosotros, seres humanos comunes, ser santos? No podemos ser hechos santos por acciones externas que hagamos. Tampoco podemos ser santos siendo lavados. Si somos lavados, seremos limpios; sin embargo, ser limpios no es lo mismo que ser santos. La única manera en que podemos ser santos es que un elemento santo sea impartido en nuestro ser. Los médicos saben que nuestro cuerpo físico necesita muchos minerales. Si nuestra sangre está baja de hierro, éste únicamente puede entrar en el torrente sanguíneo mediante el alimento que comemos y bebemos. De la misma manera, llegamos a ser santos al recibir al Dios santo con Su naturaleza santa en nuestro ser. De este modo, Su elemento santo llega a ser nuestro elemento. El Padre nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo para que nosotros, los escogidos, pudiésemos tener la naturaleza santa del Padre, y de ese modo ser santificados mediante la impartición de la naturaleza santa del Padre en nosotros Sus escogidos.
La predestinación del Padre efectuada por medio de Cristo tiene como fin que los que somos predestinados puedan poseer Su vida y así participar de la filiación mediante la impartición de la vida divina del Padre en nuestro ser (Ef. 1:5). Participar de la filiación implica el hecho de poseer la vida de Dios. La vida divina nos genera para que seamos hijos de Dios. Como hijos de Dios que somos, poseemos la vida de Dios, y por ende, participamos de la filiación divina. Dios el Padre se imparte en nuestro ser como nuestra naturaleza santa, para que seamos santos, y se imparte como nuestra vida divina, para que seamos Sus hijos a fin de que obtengamos la filiación. Por lo tanto, ser hechos santos y recibir la filiación son una cuestión de recibir la impartición divina. La manera divina en que nosotros somos hechos santos y recibimos la filiación es que Dios mismo se imparta en nuestro ser.
La economía divina, que se lleva a cabo mediante la impartición divina de la Trinidad Divina, no sólo se efectúa por medio de la elección y predestinación del Padre, sino también mediante la obra redentora del Hijo (Ef. 1:7). La redención efectuada por el Hijo no es una obra simplemente externa y objetiva. No consiste simplemente en que Cristo haya derramado Su sangre a fin de redimirnos y limpiarnos de nuestros pecados. La obra redentora del Hijo es mucho más profunda. Por medio de la obra redentora del Hijo, los redimidos son puestos en Cristo. Nosotros fuimos puestos en Cristo a fin de llegar a ser la herencia de Dios con Cristo mismo como el elemento y la esfera de la herencia divina (Ef. 1:11). Fuimos puestos en Cristo y somos hechos la herencia de Dios mediante la impartición de Cristo. Es como si Dios dijera: “Te he redimido y te he puesto en Cristo. Este Cristo llegará a ser tu propio elemento de tal modo que seas hecho Mi herencia. No tengo la menor intención de heredarte en tu ser natural, pues no eres más que un pecador. Aunque has sido redimido, apenas has sido limpiado. Lo que deseo es heredar a Mi Hijo en ti. Ahora tienes a Mi Hijo, quien es el elemento dentro de ti que te convertirá en algo precioso. Esto sí será contado como Mi herencia”. A fin de obtener tal herencia, Dios tenía que impartirse en Cristo en nuestro ser.
Efesios 1 revela la elección y predestinación del Padre, la obra redentora del Hijo y el sellar del Espíritu (v. 13b). El sellar del Espíritu puede ser comparado a un sello untado de tinta que es presionado sobre una hoja de papel. Cuanto más se aplica la tinta, más saturado e impregnado queda el papel con la tinta. Finalmente, todo el papel será sellado, saturado e impregnado con la sustancia de la tinta, la cual dejará la imagen del sello. De la misma manera, el Espíritu nos está saturando e impregnando. La última estrofa de Himnos, #215 dice:
Tu Espíritu me impregnará, Saturando Dios cada parte...
Esta acción de sellar, impregnar y saturar ocurre continuamente en los creyentes. Mientras usted lee este capítulo, el Espíritu lo está impregnando. El Espíritu es la tinta que sella y, como tal, permanece siempre fresco; nunca se seca. El sellar del Espíritu satura a los que son sellados por medio de la impartición de la tinta hasta, o para, el día de la redención de su cuerpo (Ef. 4:30). La redención de nuestro cuerpo equivale a la transfiguración del mismo (Fil. 3:21). La obra del Espíritu de sellarnos continuará saturando e impregnando todo nuestro ser hasta que nuestro cuerpo sea transfigurado.
La impartición divina de la Trinidad Divina, la cual se efectúa mediante la elección y predestinación del Padre, la obra redentora del Hijo y el sellar del Espíritu, redunda en la iglesia (Ef. 1:22b).
La iglesia, como resultado de la impartición divina, llega a existir mediante la transmisión, la impartición, del Cristo resucitado y ascendido (Ef. 1:19-22a). El poder de Dios operó en Cristo resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a Su diestra en los lugares celestiales. Cristo fue resucitado de entre los muertos que estaban en el Hades y llevado al trono de Dios en el tercer cielo. Todo fue sometido bajo Sus pies, y fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La palabra a en el versículo 22 implica una transmisión. Todo lo que Dios hizo operar en Cristo fue transmitido y aún está siendo transmitido a la iglesia.
Esta transmisión tiene como fin que la iglesia sea el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, con miras a la expresión corporativa del Dios Triuno procesado (Ef. 1:23).