
Lectura bíblica: Ef. 3:2-5, 7-11, 14-19
Según el capítulo 1 de Efesios, la iglesia es constituida y llega a existir por medio de la impartición de la Trinidad Divina. La impartición de la Trinidad Divina procede del Padre como fuente (vs. 3-6), del Hijo como cauce (vs. 7-12) y del Espíritu como fluir (vs. 13-14). La impartición del Padre como fuente incluye la elección (v. 4) y predestinación (v. 5) del Padre. La intención del Padre al escogernos es impartir en nosotros Su naturaleza santa para que seamos santos, y Su intención al predestinarnos es que recibamos Su vida divina. Una vez que recibimos la vida divina del Padre, nacemos de Dios y llegamos a ser hijos Suyos, a fin de disfrutar la filiación.
La iglesia también es constituida por medio de la obra redentora del Hijo. El Padre nos escogió y predestinó. Luego el Hijo vino para redimirnos. La redención efectuada por el Hijo nos puso en una condición tal que podemos llegar a ser la herencia del Padre. Dios el Padre sólo hereda aquello que tiene la naturaleza divina. Su herencia debe conformarse a la norma de Su divinidad. Es por ello que la redención de Cristo debe introducirnos en Dios mismo. Su redención no simplemente nos redime del pecado; más que eso, nos introduce en Dios mismo, en Su elemento divino. Este elemento divino nos constituye un precioso tesoro para herencia de Dios.
La impartición divina de la Trinidad Divina según Efesios 1 tiene su consumación en el sellar del Espíritu (vs. 13-14). Todo el ser del Dios completo llega a nuestro ser por medio del sellar del Espíritu. El sellar del Espíritu satura a los que son sellados. El Espíritu, el sello vivo, es también la tinta que sella, la cual se aplica a nuestro ser interior con la imagen del sello. La tinta que queda estampada en el papel con el tiempo se seca, pero el Espíritu, la tinta que sella, permanecerá “fresco” aun hasta la eternidad. Debido a que el Espíritu como tinta que sella permanece “fresco”, continuamente nos saturará e impregnará hasta que todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea sellado. Finalmente, mediante el sellar divino, nosotros los seres humanos llegaremos a ser la expresión, no sólo del Dios que crea, sino también del Dios que regenera, santifica, transforma y glorifica. Llegaremos a ser Su expresión, Su plenitud. Éste es el objetivo y meta principal de la economía divina, el arreglo eterno dispuesto por Dios como Su plan eterno. Dios desea hacer de Sus escogidos Su expresión, Su plenitud, de manera corporativa.
La mayordomía del apóstol consiste en impartir, ministrar, el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo a las naciones (Ef. 3:2, 8). Algunos quizás piensen que solamente el apóstol Pablo recibió esta mayordomía debido a que era el principal apóstol. Muchos creyentes también sostienen que en toda la historia de la iglesia sólo ha habido doce apóstoles. Este concepto se basa en la enseñanza errónea de algunos de los maestros de la Asamblea de los Hermanos, quienes afirmaron que los doce discípulos que el Señor Jesús seleccionó eran los únicos apóstoles. Según esta enseñanza, Pablo reemplazó a Judas como el duodécimo apóstol, en lugar de Matías. Ellos dicen que Matías fue excluido porque fue seleccionado echando suertes y no directamente por Cristo como lo fue Pablo. Sin embargo, esta enseñanza no es según la revelación completa del Nuevo Testamento. Hechos 1:26 dice que después que la suerte cayó sobre Matías, él “fue contado con los once apóstoles”. En el siguiente capítulo, el Espíritu Santo inspiró al escritor de Hechos para que dijera: “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once” (2:14). Esto muestra que Matías, quien fue escogido en 1:26, fue reconocido como uno de los doce apóstoles.
Por otra parte, además de los primeros doce apóstoles hubo otros. Bernabé era un apóstol (Hch. 14:14). Silas y Timoteo también llegaron a ser apóstoles (1 Ts. 1:1; 2:6). En Apocalipsis 2 el Señor elogió a la iglesia en Éfeso porque ellos discernían cuáles eran los verdaderos apóstoles y cuáles eran los falsos (v. 2). Esto implica que había más apóstoles aparte de los doce; de lo contrario, habría sido fácil identificar a los falsos apóstoles.
La palabra apóstol es una transliteración de la palabra griega que significa “alguien que es enviado”. Todo creyente apropiado es una persona enviada. Tenemos ejemplos de personas que fueron enviadas en el Antiguo Testamento. Isaías fue una de estas personas. Cuando él vio la gloria de Cristo (Jn. 12:38, 41) y oyó la voz del Señor que le decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por Nosotros?”, Isaías respondió: “Heme aquí; envíame a mí” (Is. 6:8). Todo el que es enviado por el Señor es un apóstol. Incluso una hermana joven que esté dispuesta a ser enviada por el Señor para predicar el evangelio a sus padres es un apóstol, una persona enviada.
En la nueva manera que el Señor nos ha mostrado, hemos sido instruidos, alentados y comisionados para salir a predicar el evangelio. Salir a predicar el evangelio equivale a ser enviado. Al salir a predicar el evangelio, usted debe tener la comprensión de que es enviado. Debe poder declararle al Señor: “Que yo salga equivale a que Tú me envías”. Debido a que todos los que salen a predicar el evangelio son enviados, el número de apóstoles es ilimitado. Ser enviado por el Señor es el significado intrínseco de la palabra apóstol. Cada día, si respondiéramos al llamado del Señor, diciendo: “Heme aquí, envíame a mí”, seríamos personas que el Señor envía, seríamos Sus apóstoles.
La mayordomía mencionada en Efesios 3:2 no fue dada a Pablo solamente, sino a todos los creyentes. Pablo era una persona completamente consagrada a Cristo, pues su única preocupación día y noche era Cristo. Los santos que trabajan a tiempo completo se diferencian un poco de Pablo en el sentido de que tienen que ocupar su tiempo procurando ganarse la vida. Además de esto, ellos tienen que atender otros asuntos relacionados con sus familias; de lo contrario, no sobrevivirían. Sin embargo, aun teniendo estas responsabilidades, pueden apartar al menos tres horas durante la semana para el Señor. Usted puede decirle al Señor: “Señor, no puedo ser Tu apóstol a tiempo completo porque tengo que trabajar para mi sustento; pero quiero darte tres horas a la semana. Durante esas tres horas, deseo visitar a los pecadores para llevarles el evangelio, alimentar a los nuevos creyentes o perfeccionar a los santos”. Si usted hace esto, será un apóstol de Cristo durante esas tres horas.
Si deseamos ser fieles con respecto a nuestro tiempo y dedicar tres horas cada semana para el evangelio, al menos seremos verdaderos apóstoles durante esas tres horas. Tal vez usted sea un vendedor que trabaja para una compañía grande durante su horario normal de trabajo, pero cuando salga a predicar el evangelio durante las tres horas que ha dedicado al Señor, ya no será un vendedor, sino un apóstol que cumple su mayordomía de impartir a Cristo en las personas. Al salir a tocar a las puertas, no debe temblar delante de los hombres, pues usted ha recibido la comisión gloriosa de impartir, distribuir y ministrar al glorioso Cristo en las personas. Si alguien le preguntara qué está haciendo, puede responder: “¡Estoy distribuyendo al glorioso Cristo!”.
En el entrenamiento de tiempo completo en Anaheim, yo les enseñé a los entrenantes que no predicaran el evangelio conforme a la manera natural. Les dije que no les hicieran preguntas a quienes predican el evangelio. En lugar de ello, los animé a que hablaran con denuedo. Podemos decir: “He venido a impartirle a Cristo. Él es glorioso. Él me envió aquí para decirle que usted debe creer en Él. Si cree en Él, recibirá vida eterna. Oremos”. Si la persona nos responde, diciendo: “Yo no sé orar”, podemos decirle: “Por favor, ore repitiendo después de mí: ‘Señor Jesús, te amo. Señor Jesús, te recibo. Tú eres mi Salvador y mi vida. ¡Aleluya! Señor Jesús. Amén’”. Después que una persona ha orado para recibir al Señor, debemos entonces decirle que se bautice. Nuevamente, no debemos preguntarle a la persona si quiere ser bautizada; en vez de ello, simplemente debemos guiarla a que se bautice. No es sabio hacer preguntas en el momento en que la persona debe hacer la oración o debe ser bautizada. Aquellos que predican el evangelio con autoridad son personas enviadas apropiadas, es decir, son apóstoles.
Pablo recibió la mayordomía mediante la gracia que le fue dada. Nosotros también hemos recibido gracia para seguir la manera ordenada por Dios. Antes de salir debemos orar: “Señor Jesús, gracias por darnos la comisión de salir con Tu autoridad a ministrarte a los pecadores. Señor, ve con nosotros”. Si ustedes salen de esta manera, irán llenos de poder y autoridad. Podemos comparar esta autoridad a la de un policía. El policía que dirige el tráfico aparentemente es un hombre común y corriente que lleva puesto un uniforme y está de pie en medio de la calle. Sin embargo, un auto, que es más poderoso que dicho policía, debe detenerse cuando dé la orden. El auto tiene poder, pero el policía tiene autoridad. El policía tiene la autoridad porque cuenta con el respaldo del gobierno. Debemos obedecerle o corremos el riesgo de recibir una multa. Cuando salimos a predicar el evangelio, debemos también comprender que tenemos el respaldo de todo el gobierno divino. Salimos en el poderoso nombre del Señor Jesús. Cuando salimos a visitar a las personas en sus hogares y les decimos que hemos venido en el nombre de Jesús, Satanás tiembla. Satanás y los ángeles malignos tienen que retirarse, porque el nombre de Jesús es un nombre lleno de autoridad.
Predicar el evangelio conforme al Nuevo Testamento es distribuir a Cristo en Su autoridad. Usted recibe la autoridad al orar al Señor antes de salir. Al salir, Dios opera distribuyendo en usted la suficiente medida de gracia, la cual es su capital para que pueda realizar la labor de predicar el evangelio. De este modo, usted sale con el poder, autoridad y posición de uno de los apóstoles de Cristo. Usted tiene la mayordomía y la comisión. En Mateo 28:18-19 el Señor dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones”. El Señor Jesús ha recibido toda autoridad y nos ha comisionado para que vayamos. Nuestro problema es que muchas veces no actuamos basados en lo que el Señor nos ha dado. El Señor como Cabeza del Cuerpo ha dado a todos los miembros de Su Cuerpo la autoridad para hacer discípulos a las naciones. Por lo tanto, debemos apropiarnos de esta autoridad y salir. Nosotros somos apóstoles para aquellos a quienes bautizamos. Debido a que Pablo fue alguien que inicialmente llevó el evangelio a los corintios, él pudo decir: “Si para otros no soy apóstol, para vosotros ciertamente lo soy; porque el sello de mi apostolado sois vosotros en el Señor” (1 Co. 9:2). Nosotros también somos apóstoles para quienes guiamos a creer y ser bautizados.
La mayordomía del apóstol tenía como fin impartir las riquezas de Cristo (Ef. 3:2-5, 7-11). La mayordomía de la gracia de Dios no sólo le fue dada al apóstol Pablo (Ef. 3:2), sino también a todos nosotros. Dicha mayordomía le fue dada por revelación con respecto a la iglesia como misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hombres (vs. 3-5). La revelación del misterio hace del apóstol un ministro, en quien había sido impartida la gracia de Dios, para que ministrara a las naciones las inescrutables riquezas de Cristo impartiendo al rico Cristo (vs. 7-8). Cuando salgamos a visitar a las personas para llevarles el evangelio, debemos ir con la intención de ministrar a Cristo y Sus inescrutables riquezas a los pecadores. No debemos ir a ministrarles doctrinas, filosofías, lógica ni ninguna religión. En vez de ello, debemos ir con el propósito de ministrar directamente en las personas las inescrutables riquezas de Cristo. Debemos hacer esto de forma muy similar a como un mesero sirve la comida a los clientes de un restaurante. Un mesero no se pone a describirles a sus clientes cuán aseado está el restaurante, ni cuán experto es el cocinero, ni cómo se prepara la comida. Si hiciera esto, los comensales se impacientarían. En el pasado, ésta era la manera en que predicábamos el evangelio. Dábamos demasiadas explicaciones, doctrinas y enseñanzas a las personas, pero muy poco de Cristo. Debido a esto, la respuesta por lo general no fue muy positiva. Debemos aprender a ministrar el rico Cristo a las personas de manera directa.
La mayordomía de la gracia de Dios le fue dada al apóstol para que sacara a la luz la economía del misterio, la cual había estado escondida desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas (v. 9). El misterio ya no está escondido; sino que hoy es un hecho público.
La mayordomía de la gracia de Dios tiene como fin constituir la iglesia, al impartir las inescrutables riquezas de Cristo, para que la multiforme sabiduría de Dios sea dada a conocer a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo (Ef. 3:10-11). Cuando ustedes salgan por tres horas cada semana a ministrar las riquezas de Cristo a los pecadores, deben percatarse de que el resultado de esto será que la iglesia sea constituida. Es una vergüenza que muchas iglesias lleven años en sus respectivas ciudades, pero el número de santos siga siendo relativamente pequeño. ¿Cómo puede ser edificada una iglesia con el mismo número reducido de santos año tras año? Para edificar una casa se necesitan los materiales. No se puede construir una casa grande con pocos materiales. En Hageo el Señor encargó a los hijos de Israel que subieran al monte a traer madera para la edificación de Su casa (1:8). Por lo tanto, debemos ir y hacer discípulos a todas las naciones para hacer de ellos miembros del Cuerpo de Cristo. Al aumentar los materiales, tendremos con qué edificar la iglesia. Ésta es la mayordomía que le fue dada, no sólo al apóstol, sino también a todo el Cuerpo cuando el Señor dio la comisión a Sus discípulos en Mateo 28:18-19 después de Su resurrección.
Por medio de la impartición de las riquezas de Cristo, Cristo es ministrado a los pecadores. Él ya no está fuera de Sus creyentes, sino que ahora está dentro de ellos. El Cristo que fue clavado en la cruz ahora vive en nosotros. Cristo fue ministrado en nosotros, y ahora Cristo está haciendo Su hogar en nuestros corazones (Ef. 3:16-17). Puesto que hemos recibido a Cristo, Él ahora está obrando y moviéndose en nosotros. Aunque Él está obrando y moviéndose en los cielos, en la iglesia y en nuestro entorno, Su obra principal es forjarse a Sí mismo en nosotros, hacer Su hogar en nuestros corazones, establecerse en nuestro interior.
El Señor desea establecerse en nuestro interior, pero nosotros muchas veces lo confinamos a una pequeña parte de nuestro ser. Cuando viajo a diferentes ciudades, a menudo recibo hospitalidad en los hogares de los santos. Puesto que soy un huésped allí, no me establezco ni desempaco completamente mi maleta; en lugar de ello, dejo ciertas cosas en mi maleta porque sé que en unos días tendré que salir y empacar todo de nuevo. También sé que como huésped es inapropiado tocar las cosas que están en los hogares de los santos, a menos que me hayan dado permiso de hacerlo. Como huésped, estoy restringido en mis actividades. Esto muestra cómo el Señor Jesús a menudo es restringido en nosotros. El Señor Jesús es muchas veces como un huésped en nosotros. Aunque haya vivido en nosotros por quince años, es posible que Él aún no haya “desempacado Sus maletas”. Él tampoco se atreve a tocar ciertas cosas en nosotros porque no le hemos dado el permiso de hacerlo. Es posible que Él esté confinado en nuestro espíritu, sin poder ocupar el resto de nuestro ser interior.
Podemos comparar nuestro ser a una casa con muchos cuartos. Es posible que el Señor esté restringido a “la sala” de nuestro ser interior. Debido a que Él está restringido a la sala, ésta puede haberse convertido en una pequeña cárcel para Él. Aunque tenemos otros cuartos en nuestro ser, éstos son cuartos secretos porque no hemos permitido que el Señor entre en ellos. Algunos de estos cuartos son nuestra mente, nuestra parte emotiva, nuestra voluntad y nuestra conciencia. Aunque amamos al Señor Jesús, es posible que no le hayamos cedido ningún espacio en nuestra parte emotiva. Lo mismo podríamos decir de nuestra mente. Es posible que en nuestra manera de vivir, en nuestra manera de vestirnos y en nuestra manera de conducir, no le cedamos ningún espacio a Cristo. De la misma manera, podemos haber tomado muchas de nuestras decisiones sin cederle a Cristo ningún espacio. Es posible que nosotros seamos los únicos ocupantes de nuestra mente, voluntad, parte emotiva y conciencia. Como resultado, Cristo ha permanecido como un huésped en nosotros e incluso como un prisionero.
Pablo primeramente les dijo a los santos de Éfeso que él era un mayordomo que tenía la comisión de distribuir, ministrar, las riquezas de Cristo en los creyentes (3:2, 8). Sin embargo, al ejercer esta mayordomía, él se dio cuenta de que Cristo aún no se había establecido en ellos. Cristo moraba en su espíritu, pero aún no se había establecido en el corazón de ellos. Él estaba en el centro del ser de los santos, es decir, en su espíritu, pero aún no había entrado en las partes de su alma, la cual rodea su espíritu. Las partes del alma son la mente, la parte emotiva y la voluntad. Estas partes del alma junto con la conciencia del espíritu constituyen el corazón. Cristo estaba restringido y encarcelado en el espíritu de los santos; no podía extenderse a las partes internas de su ser. Ésta es la razón por la cual Pablo oró pidiendo que Cristo hiciera Su hogar en los corazones de los santos. El hecho de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones significa que Él puede extenderse en nuestra mente, parte emotiva, voluntad y conciencia. De esta manera, Cristo logrará ocupar todo nuestro ser interior. Así, Cristo se establecerá en nuestro ser, y nuestro ser interior llegará a ser Su hogar.
La operación de la Trinidad Divina es necesaria para que Cristo pueda hacer Su hogar en nuestros corazones. Es por esto que Pablo oró al Padre, quien es la fuente, pidiéndole que fortaleciera a los santos en su hombre interior al impartir en ellos las riquezas de la gloria del Padre (Ef. 3:16). La gloria del Padre es el esplendor del Padre. El esplendor se refiere a la expresión externa de algo. Si usted es una persona apropiada, tendrá virtudes humanas tales como sabiduría, conocimiento y amor. Si es una persona así, tendrá cierta clase de expresión. Esta expresión será su esplendor, su gloria. La gloria de Dios es simplemente la expresión de lo que Dios es en todos Sus atributos divinos. Algunos de estos atributos son amor, luz, poder, paciencia y misericordia. La expresión de Dios en Sus atributos es Su esplendor.
Cristo hace Su hogar en los corazones de los santos por medio de la operación que realiza el Espíritu dentro de ellos al impartirles el poder divino (Ef. 3:16). El Espíritu está en nosotros como el poder de Dios. Así como la palabra poder puede ser un sinónimo de electricidad, el Espíritu es un sinónimo del poder de Dios. Hoy en día muchos cristianos no tienen este conocimiento apropiado. Tal vez sepan que el Espíritu está en ellos, pero no se den cuenta de que este Espíritu no sólo es su vida, sino también su poder. El poder ha sido instalado. Todo lo que necesitamos hacer es “activar el interruptor” del Espíritu. Entonces el Espíritu operará en nosotros impartiéndonos el poder divino.
Cristo hace Su hogar en los corazones de los santos mediante la operación del Dios Triuno (Ef. 3:17a). El Padre nos fortalece conforme a las riquezas de lo que Él es, el Espíritu opera con poder, y el Hijo hace Su hogar en nuestros corazones. Debido al fortalecimiento del Padre y al poder que imparte el Espíritu, el Hijo tiene una base, tiene la oportunidad, de crecer en nuestro ser interior. Él crece en nuestro ser al penetrar en nuestra mente, al extenderse en nuestra voluntad, al ocupar nuestra parte emotiva y al asumir el control de toda nuestra conciencia. De esta manera, Cristo ocupa todo nuestro ser interior, haciendo Su hogar en todo nuestro corazón. Esto ocurre al impartirse Él mismo en todas las partes de nuestro corazón.
A medida que Cristo hace Su hogar en nuestros corazones, somos arraigados y cimentados en amor (Ef. 3:17b). Nosotros somos la labranza de Dios y el edificio de Dios (1 Co. 3:9). Como labranza de Dios, necesitamos ser arraigados para crecer, y como edificio de Dios, necesitamos ser cimentados para ser edificados. Es en amor que somos arraigados y cimentados. A fin de experimentar a Cristo, necesitamos fe y amor (1 Ti. 1:14). Por medio de la fe percibimos a Cristo y por medio del amor lo disfrutamos. La fe y el amor no son nuestros sino de Él. Su fe llega a ser nuestra fe para creer en Él, y Su amor llega a ser nuestro amor con el cual lo amamos.
El hecho de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones nos hace capaces de aprehender con todos los santos cuáles son las dimensiones de Cristo: la anchura, la longitud, la altura y la profundidad (Ef. 3:18). Cristo es inescrutable, insondable, ilimitado, todo-inclusivo y universalmente extenso. Él mismo es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad. Éstas son las dimensiones del universo. Nadie puede decir qué tan ancha es la anchura, qué tan larga es la longitud, qué tan alta es la altura ni qué tan profunda es la profundidad. Cristo es todas estas dimensiones. A medida que permitamos que Cristo se establezca en nuestras partes internas mediante la impartición de Sus riquezas en nuestro ser, gradualmente comprenderemos con todos los santos que el Cristo a quien disfrutamos es inescrutable, ilimitado, todo-inclusivo y universalmente extenso. En otras palabras, aprehenderemos con todos los santos cuál es Su anchura, Su longitud, Su altura y Su profundidad.
El hecho de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones nos permite conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento (Ef. 3:19a). Conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento es percatarnos de que Cristo lo es todo para nosotros. Cristo es nuestro aliento, nuestro reposo, nuestra vida diaria y nuestro hogar. Él también es nuestra bebida, nuestra comida, nuestro vestido, nuestra sabiduría, nuestro conocimiento, nuestra santificación y nuestra redención. ¡Él lo es todo! Como resultado, Su amor es un amor que excede a todo conocimiento.
Una vez que Cristo se establezca en nuestros corazones, nosotros, los santos, seremos llenos por medio de la impartición de las inescrutables riquezas del Cristo todo-inclusivo, quien es la corporificación del Dios Triuno, hasta la medida de toda la plenitud de Dios, con miras a la expresión corporativa del Dios Triuno procesado (Ef. 3:19b). Esto significa que lo que Dios es llega a ser lo que nosotros somos. Somos llenos mediante la impartición de las inescrutables riquezas de Cristo, la corporificación del Dios Triuno, a tal grado que somos llenos hasta la medida de toda la plenitud del Dios Triuno. Esta plenitud es la expresión de Dios, y esta expresión es el Cuerpo de Cristo, el organismo del Dios Triuno.
Nuestros ojos necesitan ser alumbrados para ver la iglesia conforme a la norma elevada de Dios. En su mayor parte, lo que hoy en día se habla acerca de la iglesia es demasiado bajo. Necesitamos una visión que eleve nuestra perspectiva y nos rescate de un entendimiento bajo acerca de la iglesia. Debido a que nuestro entendimiento es demasiado bajo, cometemos errores que acarrean devastación a la vida práctica de la iglesia. De ahí la necesidad de ser rescatados. Somos rescatados cuando tenemos una perspectiva apropiada y una visión elevada acerca de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, el organismo del Dios Triuno.