
Lectura bíblica: Ef. 4:4-16
Hemos visto que la impartición divina efectuada por la elección y predestinación del Padre, la obra redentora del Hijo y el sellar del Espíritu nos permite tener la naturaleza santa del Padre y Su vida divina. Por medio de la naturaleza santa del Padre y Su vida divina y por medio del elemento divino del Hijo, somos constituidos un tesoro que el Padre puede heredar. Llegamos a ser la herencia del Padre mediante la redención del Hijo, en la cual somos introducidos en Su elemento divino. Por último, mediante la impartición divina también recibimos el sellar del Espíritu. El Espíritu Santo, quien es la consumación del Dios Triuno, es la tinta que nos sella continuamente durante toda nuestra vida cristiana hasta el día de la redención de nuestro cuerpo (Ef. 1:14). Así, pues, la naturaleza santa, la vida divina, la herencia divina que es fruto del elemento divino de Cristo y la tinta que sella, redundan en el Cuerpo orgánico de Cristo.
El Evangelio de Juan es un libro que trata acerca de la impartición divina. El primer punto de la impartición de Dios que se presenta en el Evangelio de Juan es la encarnación. El versículo más crucial en el capítulo 1 es el versículo 14, que dice: “Y la Palabra se hizo carne...”. Desde mi juventud, me dijeron que el tema del Evangelio de Juan era Cristo y Su persona divina, y que este libro nos presenta a Cristo como el propio Dios. Esto se debe a que el evangelio tiene que ver con el hecho de recibir la vida divina, la cual es Cristo mismo. Cristo llegó a ser la corporificación de la vida divina (Jn. 1:4) mediante la encarnación. Aunque recibí esta enseñanza hace sesenta años, no me llevé una profunda impresión de que la encarnación fue el primer paso de la impartición de Dios. Ahora comprendo que el propósito de la encarnación era que Dios se impartiera en el hombre. El hombre fue creado por Dios a Su imagen con el propósito específico de que llegara a ser uno con Dios.
Un ejemplo que nos permite ver la unidad que Dios desea tener con el hombre es el proceso que ocurre cada vez que comemos, digerimos y asimilamos los alimentos. Cuando usted se come un sándwich, su estómago opera para digerir y asimilar el contenido de ese sándwich. Otra palabra con la cual podemos definir este proceso es impartición. La digestión y asimilación son una especie de impartición. Después de unas cuantas horas, el sándwich desaparece dentro de usted y llega a ser uno con usted. Finalmente, ese sándwich se mezcla con usted. Ésta es la clase de unidad que Dios desea tener con el hombre. A fin de lograr esta clase de unidad, Dios se hizo comestible. Él es el pan de vida (Jn. 6:35, 57). La primera estrofa y el coro de Himnos, #226 dice así:
Su Hijo a todo hombre, Dios, Como árbol de la vida dio, Para que pruebe y vea hoy Que Dios comida es.
¡Sí, Dios comida es! ¡Sí, Dios comida es! Probamos y muy cierto es, ¡Que Dios comida es!
Nuestro Dios es bueno para comer. Él no es solamente bueno para salvarnos o redimirnos, sino también bueno para comer. En Juan 6:51 Jesús dijo: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre”. En el desierto los hijos de Israel comieron maná todos los días (Éx. 16:14-15, 21). Ellos vivieron de ese suministro de maná por cuarenta años. En el Evangelio de Juan, el Señor Jesús se reveló a Sí mismo como el verdadero maná. No debemos comerle a Él sólo una vez al año sino cada día. Jesús es nuestro maná diario; cada día debemos comerle.
Debemos comer de Él cada día, y necesitamos ser avivados por Él cada día. En la antigüedad, los israelitas tenían que recoger el maná antes del amanecer porque cuando el sol calentaba, el maná se derretía (Éx. 16:21). Sucede lo mismo con nuestra práctica del avivamiento matutino. Debemos levantarnos temprano. Si usted es perezoso y prefiere quedarse dormido hasta tarde, se perderá el maná. Necesita levantarse un poco más temprano, antes del amanecer, a fin de recoger a Cristo como su maná diario. Usted tiene que comer a Cristo. Éste es el pensamiento divino hallado en la Palabra divina.
Según el Evangelio de Juan, el Dios eterno que creó los cielos y la tierra se hizo hombre. El proceso por el cual se hizo hombre consistió en entrar en el vientre de una virgen, María. Él era el gran Dios que creó los cielos y la tierra, pero entró en el vientre de una virgen y permaneció allí por nueve meses hasta Su nacimiento. La Palabra que era Dios se hizo carne conforme a la manera que Dios ha ordenado en que todo hombre debe nacer. Él vino mediante la concepción y el nacimiento. Nació como un pequeño bebé llamado Jesús. Los pastores que estaban en los campos en los alrededores de Belén vinieron a ver al bebé envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc. 2:12, 15-16). Siendo aún bebé, tuvo que huir a Egipto, y más tarde regresó a una aldea llamada Nazaret en la región menospreciada de Galilea (Mt. 2:13-14, 19-23). Vivió en Nazaret por treinta años y trabajó como carpintero. A la edad de treinta años, la edad dispuesta por Dios en la que los hombres podían empezar a participar en el servicio del tabernáculo (Nm. 4:46-47), el Señor Jesús salió a predicar, pero en realidad salió a impartirse. Él no impartió doctrinas; antes bien, empezó a impartirse a Sí mismo como Dios-hombre. Cuando empezó a impartirse a Sí mismo, la gente fue atraída.
Cuando era joven, no podía entender por qué el Señor Jesús era tan atractivo. Pedro, Andrés, Jacobo y Juan dejaron todo para seguirlo (Mt. 4:18-22). Él era como un imán inmenso, que atraía a Sí mismo a los que le buscaban. Él atrajo a toda clase de hombres y mujeres, incluso a la esposa de un alto funcionario (Lc. 8:3). Muchos lo siguieron durante los tres años y medio de Su ministerio porque Él infundía al Dios corporificado en las personas. Muchos en el cristianismo tienen el concepto de que el Señor durante ese tiempo simplemente enseñó a Sus discípulos, pero este entendimiento es demasiado superficial. Los discípulos no recibieron cierta doctrina o enseñanza, sino a una persona viva. Esta persona les fue impartida.
La encarnación de Dios fue el primer paso de la impartición divina. Su vivir humano fue el segundo paso, y Su muerte fue el tercero. Después de los tres años y medio de Su ministerio, el Señor Jesús fue a la cruz y murió allí para efectuar una muerte todo-inclusiva. El principal propósito de Su muerte no era quitar los pecados, sino liberar la vida divina. Él era un grano de trigo que cayó en la tierra para morir (Jn. 12:24). Un grano de trigo sigue siendo un grano de trigo a menos que sea sembrado en la tierra. En la tierra, el grano muere y por medio de la muerte la vida que está dentro del grano es liberada. El principal aspecto de la muerte todo-inclusiva de Cristo fue la liberación de Su vida divina. La liberación de la vida divina es la impartición de la vida divina.
Después de pasar por la muerte, el Señor Jesús entró en la resurrección. Su muerte liberó la vida divina, y Su resurrección la aplicó. En la resurrección Él nos regeneró (1 P. 1:3). Nosotros fuimos regenerados hace dos mil años, antes de nuestro nacimiento natural. Nuestra regeneración precedió a nuestro nacimiento natural. Muchos consideran la regeneración como nuestro segundo nacimiento. Eso es correcto, pero también debemos entender que nuestro segundo nacimiento ocurrió antes de nuestro primer nacimiento. Según nuestra experiencia, nosotros primero nacimos físicamente y después espiritualmente; pero a los ojos de Dios, nosotros fuimos regenerados hace dos mil años en la resurrección de Cristo. Sabemos esto porque la Biblia nos lo dice en 1 Pedro 1:3.
Gracias a la encarnación, el vivir humano, la muerte y la resurrección con la regeneración, el Dios Triuno procesado ahora vive en nosotros. El hecho de que Él esté en nosotros no es algo insignificante. Él ya no está en el pesebre, ni en la cruz, ni en la tumba ni en el Hades. Tampoco está solamente en los cielos; Él está en nosotros. Si sólo estuviera en los cielos, estaría retirado y lejos de nosotros, pero Él está ahora con nosotros y en nosotros. Él está más cerca de nosotros y es más precioso para nosotros que cualquier otra persona. Nuestra esposa o esposo pueden estar con nosotros, pero nunca pueden entrar en nosotros. Jesús está dentro de nosotros todo el tiempo. Pese a que somos seres muy pequeños, el Dios Triuno procesado y consumado mora en nosotros.
En la resurrección, Él se hizo el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En la noche del día de Su resurrección, Él regresó a Sus discípulos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:22). El Espíritu Santo aquí era el aliento santo, el Dios Triuno procesado y consumado. En la eternidad Él era la Palabra, luego fue concebido en el vientre y nació como un pequeño bebé en un pesebre. Como hombre, vivió en Nazaret, y después empezó a viajar y a ministrar. Finalmente, fue a la cruz, a la tumba y al Hades, y luego entró en la resurrección. En la resurrección, Él llegó a ser el Espíritu para regenerarnos, y después de regenerarnos, Él permanece con nosotros. Esta persona maravillosa que era la Palabra en el principio, ahora está en nosotros. El Señor, como Espíritu vivificante y todo-inclusivo, quien es el Dios Triuno procesado y consumado, está en nosotros.
En Juan 7:37-38 el Señor Jesús nos dijo que Él es el agua viva que podemos beber, y en Juan 6:35 dijo que Él es el pan de vida que podemos comer. La perspectiva intrínseca del Evangelio de Juan en cuanto al Dios Triuno es que Él pasó por todos los procesos para alcanzar Su consumación de modo que pudiera hacerse disponible a Sus escogidos a fin de que ellos le coman, le beban y le inhalen. Ahora Él está dentro de todos los que le comen, le beben y le inhalan.
La asimilación es un buen ejemplo de la impartición. Inmediatamente después que comemos, la obra fina de impartición empieza con el fin de impartir el alimento a las células, las fibras y los tejidos de nuestro ser. De la misma manera, la impartición del Dios Triuno tiene como fin hacer que el propio Dios Triuno procesado y consumado llegue a ser la constitución misma de nuestro ser. Esta obra fina de impartición continúa día a día y concluirá cuando la tinta de sellar del Espíritu impregne todo nuestro ser (Ef. 1:13-14). Esto será la redención de nuestro cuerpo (Ro. 8:23), cuando seremos glorificados.
La impartición del Dios Triuno en nosotros nos hace crecer con el crecimiento de Dios (Col. 2:19). A fin de que algo pueda crecer debe aumentarse en virtud de algún elemento o sustancia. Los seres humanos crecen en virtud del alimento que ingieren. Si ustedes no comen nada, no pueden crecer. Nosotros los cristianos crecemos con el crecimiento, el excedente, la adición, de Dios. Dios entró en nosotros cuando fuimos regenerados, y ahora crece en nosotros al añadirse más a nosotros. Sin embargo, la cantidad de Dios que tiene cada hermano y hermana varía.
A fin de que el Señor crezca en nosotros, debemos acudir a la Palabra de Dios para comerla cada día. La primera estrofa de Himnos, #343 nos muestra cómo debemos acercarnos al Señor para que Él nos nutra:
Mi corazón tiene hambre, Señor; Vengo a Ti a buscar provisión; Te necesito, no hay otro igual, Hambre y sed Tú las puedes saciar.
Nútreme Cristo, dame a beber, Sacia mi hambre, toda mi sed; Gozo me das, fortaleza también, Sacia mi hambre, toda mi sed.
Asimismo, debemos orar para ser alimentados por el Señor. Muchas veces, no tengo tiempo de cerrar la puerta, arrodillarme y orar, pero puedo decir que a menudo tengo un espíritu de oración. Tengo cierta clase de aspiración dentro de mí, y esta aspiración me hace inhalar mucho al Señor. Me hace inhalar al Dios viviente, procesado y consumado para recibirlo en mi ser.
Efesios 4:4-6 revela la impartición de la Trinidad Divina. El versículo 4 dice que hay un Cuerpo y un Espíritu. El Espíritu en este versículo es el Dios procesado y consumado, el Cristo pneumático. Este Espíritu es simplemente Cristo mismo. Un ejemplo de esto es el proceso por el cual una gran sandía llega a ser jugo. Inicialmente tenemos una gran sandía que es cortada en rodajas. Luego las rodajas son puestas en una prensa hasta que se produce el jugo. Podríamos decir que el jugo es el “espíritu” de la sandía. El jugo de la sandía es, en efecto, el melón mismo. De la misma manera, el Espíritu es el “Jesús que fue cortado en rodajas y prensado”. El Espíritu que está en el Cuerpo de Cristo es Cristo después que fue “cortado” en la cruz y “prensado” hasta la muerte. Ahora en la resurrección, Él es el Espíritu, el “jugo”. Por medio de Su muerte y resurrección, Él llegó a ser el Espíritu que podemos beber. Nuestra necesidad es beberlo a Él. Él está en nosotros, pero cada día necesitamos más de Él. Aunque hoy hemos bebido, esto no significa que ya tengamos suficiente para el resto de nuestra vida. Nuestro beber debe ser continuo. Por la eternidad, aún necesitaremos beber del río de agua de vida (Ap. 22:1, 17) y comer del árbol de la vida (v. 14). Necesitaremos comer y beber por la eternidad.
Efesios 4:4 dice que hay un Cuerpo y un Espíritu, y el versículo 5 dice: “Un Señor, una fe, un bautismo”. Aparentemente, el único Espíritu es diferente del único Señor. Parecieran ser dos personas, pero en realidad son una sola. Si ustedes beben jugo de sandía, reciben la sandía. El “jugo” de Cristo es el Espíritu; por tanto, cuando beben al Espíritu, beben al Señor. En 2 Corintios 3:17 se afirma: “El Señor es el Espíritu”, y el versículo 18 dice que mientras miramos y reflejamos la gloria del Señor, somos transformados en la misma imagen “como por el Señor Espíritu”. El “Señor Espíritu” es un título compuesto que muestra que el Espíritu es el Señor. Cada vez que experimentamos al Espíritu, sentimos que somos gobernados, pero cuando nos liberamos del Espíritu, nos comportamos de manera alocada, descontrolada y desenfrenada. El Espíritu es el Señor.
Efesios 4:5 dice: “Un Señor, una fe, un bautismo”. Sabemos lo que son la fe y el bautismo; sin embargo, cuando ponemos estas dos cosas junto con el único Señor, son más difíciles de entender. Después de buscar mucho al Señor al respecto, empecé a entender que esa fe siempre acompaña al Señor. Nosotros no tenemos una fe nuestra. Jesús es la fe. Si usted tiene a Jesús, tiene fe. Él es el Originador, el Autor, y el Consumador, el Perfeccionador, de la fe (He. 12:2). Esta fe nos une al Señor. Cuando ustedes aprecian al Señor, lo adoran, lo estiman y cooperan con Él, de inmediato la fe está con ustedes, uniéndolos al Señor.
El bautismo acompaña a la fe. La fe nos une a las cosas positivas, y el bautismo nos separa de las cosas negativas. Cuando somos bautizados, somos separados del mundo. También debemos entender que la unión que la fe produce y la separación que el bautismo opera son asuntos que experimentamos durante toda nuestra vida. Cada día, cuando apreciamos al Señor, tenemos la profunda sensación de que la fe está dentro de nosotros uniéndonos a Él. De la misma manera, y simultáneamente, el bautismo nos separa de todas las cosas negativas. El bautismo en nuestra vida diaria es nuestra comprensión y aplicación de la muerte de Cristo. La comprensión y aplicación de la muerte de Cristo nos separa de nuestro mal genio, del mundo, del pecado, del yo, de nuestra vida natural y de todo lo negativo. Esta separación es la aplicación de la muerte de Cristo. En 2 Corintios 4:12 Pablo dijo: “De manera que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida”, y en el versículo 10 Pablo llama la muerte de Cristo “la muerte de Jesús”. La muerte que actúa en nosotros y la muerte de Jesús son nuestra comprensión y aplicación de la muerte de Cristo en nuestra vida diaria. Por consiguiente, el bautismo nos separa de todas las cosas negativas.
Por último, en Efesios 4:6 tenemos “un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Dios el Padre está en tres situaciones: Él es sobre todos, y por todos, y en todos. “Sobre todos” indica que Él es Aquel que nos pone bajo Su sombra, cubriéndonos y cuidándonos continuamente. “Por todos” significa que Él conoce nuestra situación de una manera íntima, puesto que Él pasó por todas las cosas que tienen que ver con nosotros. Si usted es gerente de una compañía, debe pasar por todas las oficinas y cuartos de su compañía para enterarse de lo que sucede. “En todos” significa que Él permanece en nosotros. Por lo tanto, el Dios Triuno está en tres situaciones. “Sobre todos” se refiere al Padre, “por todos” se refiere al Hijo y “en todos” se refiere al Espíritu. Por lo tanto, el Padre ejerce Su función como el Padre, el Hijo y el Espíritu. Esta persona es, a fin de cuentas, el Dios Triuno. El Padre es la fuente, el Hijo es el cauce y el Espíritu es el fluir. Estos Tres son uno en Su llegada a nosotros.
La impartición divina procede de los Tres de la Trinidad Divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu. La impartición divina que ocurre dentro de nosotros es la operación que realiza el Espíritu vivificante y todo-inclusivo, el Cristo pneumático, quien es el conjunto, la totalidad y la consumación del Dios Triuno. Este Espíritu se mueve en nosotros, ungiéndonos, refrescándonos, alimentándonos, satisfaciéndonos, fortaleciéndonos, consolándonos, saturándonos e impregnándonos. Son muchas las palabras que podemos usar para describir Su impartición en nosotros. Todas estas palabras, tales como refrescar, alimentar, fortalecer, impregnar, saturar y ungir, están relacionadas con la impartición. Cada día debemos ser edificados recibiendo la impartición divina en nuestro ser.
No debemos esperar pasar un tiempo espectacular cada día al recibir la impartición divina. Recientemente les compartí a los entrenantes del entrenamiento de tiempo completo acerca de su vida espiritual diaria. Les dije que no esperaran obtener un resultado espectacular en su vida cristiana. Debemos olvidarnos de tener una experiencia espectacular. En vez de ello, debemos aprender a contentarnos con tener días ordinarios en los que mantenemos las prácticas regulares y normales que nos permiten experimentar la impartición divina. En la mañana debemos pasar algún tiempo con el Señor para contactarlo y ser avivados por Él. Luego debemos proseguir con nuestra rutina diaria para alistarnos para salir a trabajar. Llevar una vida bajo la impartición divina de una manera tan normal nos hará saludables tanto física como espiritualmente. Si hemos de tener días buenos o malos, eso no depende de nosotros, sino de la soberanía del Señor. Él ya nos escogió, y es demasiado tarde para volver atrás. Somos muy bendecidos porque el Dios Triuno procesado y consumado está en nosotros. Él está en nosotros, no de manera espectacular, sino de una manera muy común y ordinaria.
Debemos sentirnos bendecidos con estar satisfechos de tener días ordinarios bajo la impartición divina. Sin duda alguna, el Dios Triuno está en nosotros; sin embargo, Él no está en nosotros de forma espectacular. Él está en nosotros impartiéndose cada día, y de una manera positiva nos está fortaleciendo y animando. En los pasados tres años, he tenido muchos problemas, pero ninguno de ellos me ha perturbado. He publicado más mensajes, he visitado más lugares y he dado más conferencias. Sin embargo, he hecho todo esto, no porque haya tenido días espectaculares, sino porque simplemente he llevado una vida ordinaria en la que recibo la impartición de Dios. Las Epístolas revelan que la obra de Cristo en nosotros es una obra muy fina de impartición. No podría decirles cuán fina ha sido la impartición que he recibido en estos tres últimos años. Nuestro destino es llevar una vida ordinaria bajo la impartición divina. Nuestro Padre Dios dispuso que lleváramos una vida ordinaria bajo Su continua impartición.
La impartición divina de la Trinidad Divina tiene como fin la edificación del Cuerpo de Cristo (Ef. 4:7-16). Por medio de esta impartición divina, Cristo, la Cabeza crucificada, resucitada y ascendida, ha constituido los dones. Cristo, la Cabeza del Cuerpo, constituyó a los miembros del Cuerpo como dones mediante la impartición de las riquezas en Su resurrección y ascensión (vs. 7-10).
Algunos de los dones particulares que Cristo dio a la iglesia eran apóstoles, otros profetas, otros evangelistas y otros pastores y maestros (v. 11). Estos dones realizan una obra de perfeccionamiento hasta que todos los santos en el Cuerpo son perfeccionados. Todos los santos serán perfeccionados para hacer la misma obra de los apóstoles, profetas, evangelistas y pastores y maestros. Los profesores en una universidad logran que sus estudiantes sean lo mismo que ellos después de algunos años. Al principio los estudiantes que entran a la universidad son solamente estudiantes. Pero con el tiempo, llegan a ser profesores con la capacidad de enseñar a otros. En el cristianismo, el perfeccionamiento efectuado por los dones, que corresponde a la enseñanza de los profesores en una universidad, no es una práctica generalizada. También debemos reconocer que en el pasado nos hizo falta esta clase de perfeccionamiento. Es por ello que tenemos que cambiar nuestra práctica de la vieja manera a la nueva manera. La nueva manera es aquella en la cual todas las personas dotadas perfeccionan a los demás miembros del Cuerpo de Cristo para que hagan lo mismo que ellas hacen. De esta manera, todos los santos serán perfeccionados.
El perfeccionamiento de los santos efectuado por los dones es para la obra del ministerio neotestamentario, para la edificación del Cuerpo de Cristo mediante la impartición de las riquezas de Cristo (v. 12). Este perfeccionamiento tiene como fin que todos los miembros lleguen a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, y a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (v. 13). El perfeccionamiento está relacionado con la impartición. Por consiguiente, la nueva manera tiene que ver con la impartición; no se trata simplemente de enseñar.
Conforme a la nueva manera, en la cual tenemos las reuniones de grupo, no queremos asignar un maestro o líder en ningún grupo. Simplemente queremos alentar a los santos a que se reúnan. Si alguien tiene algún problema, animamos a los santos a que tengan comunión, oren unos por otros, se presten ayuda unos a otros y se pastoreen mutuamente. No hay maestros ni estudiantes asignados. Todos pueden hacer preguntas, todos pueden contestarlas, todos pueden enseñar y todos pueden aprender. Esto redunda en el perfeccionamiento de los santos, a fin de que ejerzan su función para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Efesios 4:15 dice: “Sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo”. Debido a que todas las riquezas de la Cabeza han sido impartidas en nuestro ser, nosotros crecemos en todo en virtud de dichas riquezas hasta la medida de la Cabeza. Luego, a partir de la Cabeza todo el Cuerpo, bien unido por medio de las coyunturas del rico suministro y entrelazado (entretejido) por la operación de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo, mediante la impartición de las riquezas del Dios Triuno procesado, para la edificación orgánica del Cuerpo en amor (v. 16).
En Efesios 4:16 hay dos grupos de creyentes o miembros. Un grupo son las coyunturas del rico suministro. Estas coyunturas brindan un suministro al Cuerpo. El segundo grupo incluye a los miembros que ejercen su función en su medida. Por medio de estos dos grupos, el Cuerpo está bien unido y entrelazado. En un edificio físico hecho de piedras, también vemos la unión y el entrelazamiento. Las piezas que componen el armazón del edificio necesitan ser unidas. Esto corresponde a la obra de las coyunturas del rico suministro, que unen a los miembros. Una vez que el edificio tiene su estructura, los espacios vacíos se llenan entretejiendo las piedras en la estructura. Éste es el entrelazamiento. Finalmente, todas las partes del edificio se unen. El Cuerpo de Cristo es el edificio orgánico, el organismo del Dios Triuno. Mediante la unión y el entrelazamiento, este edificio orgánico no sólo llega a ser uno solo, sino que además causa su propio crecimiento para la edificación de sí mismo en amor.
El concepto intrínseco del versículo 16 es la impartición del Dios Triuno. Esta impartición se efectúa por medio de la Cabeza, por medio de las personas dotadas y por medio de los santos perfeccionados, para que el Cuerpo sea edificado. En primer lugar, la Cabeza inicia la impartición suministrándose a las personas dotadas. Luego esta impartición continúa por medio de las personas dotadas y es recibida por las personas perfeccionadas. Luego las personas perfeccionadas, los miembros que ejercen su función, impartirán a otros. Es por medio de esta impartición completa y gradual que el Cuerpo crece y se edifica a sí mismo. Ésta es la impartición del Dios Triuno consumado, esto es, del Cristo pneumático como Espíritu vivificante. Él está ungiendo, moviéndose, alimentando, nutriendo, fortaleciendo, consolando, animando y operando en nuestro interior. Cada día debemos volvernos al Espíritu y permanecer en Él continuamente. Debemos ser uno con Aquel que se mueve dentro de nosotros. De este modo, experimentaremos Su obra fina de impartición divina. Esta obra de impartición divina no concluirá sino hasta que nuestro cuerpo sea saturado e impregnado por el Espíritu que nos sella a fin de que seamos glorificados.