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Mensajes del libro «Impartición divina par ala economía divina, La»
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CAPÍTULO CUATRO

LA IMPARTICIÓN DIVINA DE LA TRINIDAD DIVINA COMO VIDA DIVINA

  Lectura bíblica: Jn. 1:14; 3:5, 3:16; 12:24; 19:34; 1 P. 1:3b; Jn. 20:22; 4:14; 6:56-58a; 14:9-11, 16-20; 7:38-39; 15:5, 16a; 21:15, 17

  En este capítulo trataremos el tema de la impartición divina de la Trinidad Divina como vida divina. La Trinidad Divina es Dios mismo en Su divina persona, la vida divina es la vida de Dios, y la impartición divina es el Dios Triuno que se imparte a Sí mismo en nosotros como nuestra vida.

  El Evangelio de Juan es un Evangelio de la vida divina; presenta la vida divina, no de manera objetiva, sino de manera subjetiva. Nos muestra un cuadro particular y maravilloso de cómo Dios vino y se hizo hombre a fin de impartirse en el hombre, de modo que éste le reciba y disfrute como su vida interior. Según la economía divina, la intención de Dios consistía en ser uno con el hombre. El deseo que Dios tiene de ser uno con el hombre se demuestra en la Biblia en el asunto de comer. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo nos muestran que Dios es nuestro alimento. Después que Dios creó al hombre, lo puso frente al árbol de la vida (Gn. 2:9, 16-17), lo cual muestra que Dios quería que el hombre le comiera y recibiera como su vida, y así llegara a ser uno con Él. El alimento que comemos es digerido y asimilado dentro de nosotros, y de ese modo llega a ser el elemento constitutivo de nuestro ser. De igual manera, Dios quería que el hombre le tomara como su alimento a fin de llegar a ser el elemento constitutivo del hombre.

LA ENCARNACIÓN DE LA TRINIDAD DIVINA IMPARTE A LOS HOMBRES LA GRACIA Y LA REALIDAD DIVINAS

  A fin de llevar a cabo Su intención, Dios primero se encarnó. Antes de la encarnación, Dios era solamente Dios, es decir, estaba separado del hombre que había creado. El hecho de que Dios se encarnara significa que se hizo hombre con un cuerpo humano de carne y sangre (He. 2:14). La encarnación de la Trinidad Divina impartió la gracia y la realidad divinas a los hombres. Juan 1:14 dice: “Y la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), llena de gracia y de realidad”. Según la enseñanza del Nuevo Testamento, la gracia es Dios mismo dado a nosotros para nuestro disfrute. La gracia no es una cosa externa, como una casa, un buen auto o un buen negocio. En 1 Corintios 15:10 Pablo nos dio a entender que la gracia es una persona cuando dijo: “He trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. La gracia es Dios mismo dado al hombre para que éste lo reciba y lo disfrute.

  La realidad en Juan 1:14 es el propio Dios a quien contactamos, ganamos y poseemos. Nada es tan real como Dios. Aparte de Dios, todo es vanidad de vanidades (Ec. 1:2). Cuando recibimos a Dios, obtenemos la realidad. Tanto la gracia como la realidad son Dios mismo. Dios se hizo carne a fin de impartirse a nosotros. Cuando Él se imparte a nosotros, Él es la gracia que disfrutamos y la realidad que poseemos. El propósito de la encarnación de Dios era que Dios se impartiera a Sí mismo en nosotros como gracia y realidad.

EL HECHO DE QUE DIOS DIERA SU HIJO UNIGÉNITO AL MUNDO IMPARTE A LOS HOMBRES LA VIDA DIVINA

  Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. El hecho de que Dios diera a Su Hijo unigénito es lo que impartió la vida divina a los hombres. Dios nos dio a Su Hijo no sólo para que fuésemos salvos por medio del Hijo, sino más aún para poder impartirse a nosotros. Según el Evangelio de Juan, cuando el Hijo viene, Él viene con el Padre (8:29). Por lo tanto, cuando el Padre nos dio al Hijo, se dio a Sí mismo junto con el Hijo. Cuando recibimos al Hijo, recibimos al Padre. El hecho de que el Hijo de Dios nos sea dado está relacionado con la impartición divina.

LA MUERTE DEL HIJO ENCARNADO LIBERA LA VIDA DIVINA EN ÉL PARA QUE SE EFECTÚE LA IMPARTICIÓN DIVINA

  La muerte de Cristo en la cruz también fue parte de la impartición divina. La muerte del Hijo encarnado liberó la vida divina dentro de Él para que se efectuara la impartición divina (Jn. 12:24; 19:34). Juan 12:24 dice: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Dentro de la cáscara del grano de trigo, se halla la vida del trigo. Con respecto al grano de trigo, morir equivale a liberar la vida que se encuentra dentro de la cáscara del grano. La vida dentro de la cáscara no puede ser liberada a menos que la cáscara se rompa, y una vez que se rompe, la vida dentro del grano es liberada para producir muchos granos. Originalmente, tenemos un solo grano, pero luego llega a ser muchos granos. De esta manera, la vida que está dentro del único grano se imparte en los muchos granos. Jesús, el grano de trigo, era la semilla divina. La vida divina estaba escondida dentro de su “cáscara”. Cuando Jesús fue a la cruz y fue muerto, rompió Su cáscara y así liberó la vida que estaba en Su interior, la vida divina, y la impartió en Sus muchos creyentes, los muchos granos.

LA RESURRECCIÓN DEL HIJO CRUCIFICADO IMPARTE LA VIDA DIVINA EN LOS CREYENTES REGENERADOS PARA QUE SE EFECTÚE LA IMPARTICIÓN DIVINA

  Primeramente, Dios se encarnó como hombre y se dio a Sí mismo al hombre en el Hijo a fin de que el hombre le recibiera. Luego, a fin de ser la vida del hombre, Él pasó por la muerte para liberar la vida divina que estaba en Su interior. Cristo, después de Su crucifixión, resucitó de entre los muertos. La resurrección del Hijo crucificado impartió la vida divina en los creyentes regenerados, efectuándose así la impartición divina (Jn. 3:5; 1 P. 1:3b). La muerte de Cristo liberó Su vida divina que estaba dentro de Su cáscara humana, y la resurrección la impartió y aplicó a nosotros. Esta aplicación ocurrió en el momento en que fuimos regenerados. Todos nacimos de la carne, y necesitábamos renacer del Espíritu. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. En nuestro segundo nacimiento, nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu, quien es Cristo en resurrección. En 1 Pedro 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. Según nuestra perspectiva, nosotros fuimos regenerados después que nacimos; sin embargo, según la perspectiva de Dios, nosotros fuimos regenerados cuando Cristo resucitó, aproximadamente dos mil años atrás.

EL SOPLO QUE INFUNDE AL CRISTO PNEUMÁTICO EN SU RESURRECCIÓN EN LOS DISCÍPULOS IMPARTE AL ESPÍRITU CONSUMADO, QUIEN ES LA CONSUMACIÓN DEL DIOS TRIUNO PROCESADO, PARA QUE SE EFECTÚE LA IMPARTICIÓN DIVINA

  En la encarnación Dios se hizo hombre, pero en Su resurrección, Cristo, el postrer Adán, un hombre en la carne, se hizo Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El soplo que infundió al Cristo pneumático en Su resurrección en los discípulos impartió al Espíritu consumado, quien es la consumación del Dios Triuno procesado, para que se efectuara la impartición divina (Jn. 20:22). Cristo es rico y tiene muchos aspectos. Él se encarnó para ser un hombre, y fue dado a nosotros. Luego murió en la cruz por nosotros para resolver el problema del pecado, con lo cual Él llegó a ser nuestro Redentor. Después, resucitó y ascendió a los cielos para ser nuestro Salvador. Además de esto, también llegó a ser Espíritu vivificante para morar en nosotros. Así, pues, en la cruz Él era nuestro Redentor, en los cielos Él es nuestro Salvador, y dentro de nosotros Él es el Espíritu vivificante para ser nuestra vida.

  En la noche del día de Su resurrección, Jesús regresó a Sus discípulos de una manera secreta y maravillosa. Él entró en el cuarto donde ellos estaban y, soplando en ellos, les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:19-22). Juan 20 sólo nos dice cómo Jesús vino a los discípulos; pero no nos dice cómo se volvió a ir. Es difícil descubrir adónde Jesús fue después de la noche de Su resurrección. Los Evangelios de Marcos y Lucas nos dicen que después de resucitar, Jesús ascendió a los cielos, pero en el Evangelio de Juan no se nos dice nada al respecto. Después que Jesús resucitó, Él simplemente regresó a Sus discípulos y con Su soplo se infundió en ellos como aliento santo. Desde entonces Jesús nunca los abandonó. Él estaba, todavía está y estará para siempre en el interior de todos Sus discípulos.

EL CRISTO PNEUMÁTICO AL QUE LOS CREYENTES PUEDEN INHALAR, EL AGUA VIVA QUE CRISTO DA EN RESURRECCIÓN, Y EL CRISTO RESUCITADO AL QUE LOS CREYENTES COMEN Y QUIEN MORA DENTRO DE ELLOS

  El Evangelio de Juan tiene dos líneas acerca de la impartición divina. En primer lugar, el maravilloso Cristo era Dios. Luego, Él se encarnó y nos fue dado como Hijo. Después de esto, murió, resucitó y llegó a ser el Espíritu vivificante para infundirse en Sus discípulos al soplar en ellos. Ésta es la primera línea. Sin embargo, el Evangelio de Juan nos presenta otra línea, la cual nos muestra cómo Jesús se impartió en nosotros. En la regeneración, Cristo entró en nosotros y nosotros nacimos de nuevo. Sin embargo, después que un niño nace, necesita respirar, beber y comer. El Cristo pneumático es dado para que los creyentes le inhalen, lo cual imparte en ellos la esencia divina. Cristo en resurrección da el agua viva, lo cual imparte las riquezas divinas en los creyentes (4:14). El Cristo resucitado es comido por los creyentes y mora en ellos, lo cual imparte en ellos los elementos divinos para su satisfacción (6:56-58a). En el Evangelio de Juan, el Señor Jesús dijo que Él es el pan de vida (vs. 35, 48), el pan del cielo (v. 32), el pan de Dios (v. 33) y el pan vivo (v. 51), todo ello con el fin de que nosotros le comamos.

EL PADRE ESTÁ CORPORIFICADO EN EL HIJO Y EL HIJO ES HECHO REAL COMO ESPÍRITU PARA QUE EL DIOS TRIUNO PROCESADO SE IMPARTA EN LOS CREYENTES COMO VIDA Y COMO SUMINISTRO DE VIDA EN ABUNDANCIA

  El Padre está corporificado en el Hijo, y el Hijo es hecho real para nosotros como Espíritu. De esta manera, el Dios Triuno procesado se imparte en los creyentes como vida y como suministro de vida en abundancia (Jn. 14:9-11, 16-20). El Padre en el Hijo se expresa entre los creyentes, y el Hijo como Espíritu se hace real en los creyentes. Dios el Padre está escondido, Dios el Hijo se manifiesta entre ellos, y Dios el Espíritu entra en el hombre para ser su vida, su suministro de vida y su todo. Por lo tanto, el Padre en el Hijo y el Hijo como Espíritu son la porción del hombre, para que éste disfrute a Dios.

EL RESULTADO DE LA IMPARTICIÓN DIVINA DE LA TRINIDAD DIVINA COMO VIDA DIVINA

Corren ríos de agua viva, los cuales son la abundante suministración de las riquezas divinas

  Juan 7:38-39a dice: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él”. El resultado de que nosotros inhalemos, bebamos y comamos a Cristo es primeramente que correrán ríos de agua de vida, los cuales son la abundante suministración de las riquezas divinas.

Llevar fruto

  El segundo resultado de la impartición divina de la Trinidad Divina como vida divina es el hecho de llevar fruto (Jn. 15:5, 16a). Nosotros somos pámpanos de Cristo, quien es la vid. Como pámpanos, debemos llevar fruto. Juan 15 no simplemente habla de predicar el evangelio para salvar a los pecadores, porque Juan es un evangelio de vida. En Juan 15, la predicación del evangelio consiste en llevar fruto; y llevar fruto es el fluir de la vida interna. Cuando la vida interna fluye de nosotros, hay una expresión. Esta expresión se halla en el llevar fruto.

  Todos los que salen a conducir a los pecadores a la salvación deben ser uno con Jesús. Si no inhalamos, bebemos ni comemos a Jesús, no tendremos autoridad cuando prediquemos el evangelio. Nuestro evangelio no será poderoso. Por lo tanto, debemos ser personas que inhalan, beben y comen a Jesús. Debemos tener a Jesús dentro de nosotros, no simplemente como un rey, sino como nuestro aliento, agua y comida. Muchos queridos santos aman mucho al Señor y el recobro del Señor, y desean practicar la nueva manera por el bien de la vida de iglesia. Sin embargo, están practicando la nueva manera de una manera vieja. Cuando salen a tocar a las puertas de las personas para predicarles el evangelio, están llenos de temor. Por ello, cuando hablan con las personas, en vez de darles mandatos, conversan con ellas de una manera vieja. Finalmente, la gente discute con ellos y se pierde tiempo. No debemos hacer las cosas conforme a la manera vieja. Hablar con las personas de esta manera no resulta eficaz.

  En Mateo 28:18-19 el Señor dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Debemos comprender que es Jesús quien toma la iniciativa de que salgamos, no nosotros. Jesús nos encomendó que fuéramos con Su autoridad a hacer discípulos a las naciones. Cuando salgamos a contactar a las personas, debemos decir: “¡Aleluya! Amén. Señor Jesús. Yo estoy saliendo ahora y Tú vienes conmigo”. Luego podemos decir a las personas: “El Señor Jesús me envió para decirle que Él es su Salvador y que usted debe creer en Él”. Podemos mandarles que oren, y después que oren, podemos mandarles que se bauticen en el nombre del Dios Triuno. Hemos pensado equivocadamente que debemos enseñar a las personas antes que sean salvas y bautizadas. Pero Mateo 28:19 dice que primero debemos hacer discípulos a las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu, y después, como dice el versículo 20, debemos enseñarles. Una madre no puede enseñar a su hijo antes que éste nazca. Después que el niño es dado a luz, tendrá muchos años para enseñarle. Ya sea que un nuevo creyente entienda o no lo que ha sucedido, su oración y su bautismo son hechos consumados, y lo que él ha hecho en el nombre del Señor cuenta a los ojos de Dios.

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