
En el primer capítulo, vimos que Pablo era un joven en el plan de Dios. El llegó a ser el propio instrumento, la vasija misma, que Dios utilizó para llevar a cabo lo que tenía en Su corazón. Nosotros como cristianos también necesitamos estar en el plan de Dios, así que primero necesitamos ver lo que es el plan de Dios.
Hechos 9:1 nos dice que Saulo estaba “respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor”. El Espíritu Santo utiliza la palabra respirando para expresar lo que estaba en este joven. No simplemente amenazaba a los discípulos exteriormente, sino que perseguía a los cristianos desde su interior. Todo su ser estaba involucrado en esto. Cuando usted hace algo y todo su ser está involucrado, tal acción llega a ser su respiración. Hechos 9:1 no dice que Saulo respiraba amenazas y muerte contra Jesucristo sino contra los discípulos del Señor, contra los cristianos. Saulo “fue al sumo sacerdote” (9:1) para obtener la autoridad de perseguir a los discípulos aún más. Mientras iba en camino a Damasco, el Señor intervino y se reveló a este joven.
“Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (vs. 3-5). Aunque Saulo era un joven fuerte, la luz del cielo le hizo caer al suelo. El Señor también le dijo a Saulo: “Dura cosa te es dar coces contra los aguijones” (26:14). Un aguijón es algo que pica, como una vara afilada utilizada para estimular un animal. Con esto el Señor le hizo saber a Saulo que El era el Amo y que Saulo estaba en Su mano y bajo Su yugo. Cuando un buey no obedece, su amo usa un aguijón para estimularle. Muchas veces el buey da coces contra el aguijón. El Señor le hizo saber a Saulo que éste perseguía a su Señor, su Amo, Aquel que le controlaba.
La voz no dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué persigues a Mis discípulos, Mis seguidores, Mis creyentes?”, sino: “¿Por que me persigues?” Saulo pensaba que perseguía a los seguidores de Cristo, los discípulos. Nunca pensó que hacía algo contra Cristo mismo, que perseguía a Jesús. Sin duda, Saulo estaba perplejo a causa de la pregunta: “¿Por qué me persigues?” Por tanto, preguntó: “¿Quién eres, Señor?” (9:5). Saulo le llamó Señor porque la voz tuvo su fuente en los cielos. Aquí Señor equivale a la palabra hebrea traducida Jehová. El reconoció que éste era el Señor que estaba en los cielos, pero debe de haberse preguntado cómo podía perseguir a alguien que estuviera en los cielos cuando en realidad perseguía a personas que estaban en esta tierra. El Señor respondió la pregunta de Saulo diciendo: “Soy Jesús, a quien tú persigues” (v. 5).
El mismo día que el Señor Jesús salió al encuentro de este joven, Saulo, le hizo ver claramente que El es uno con todos Sus creyentes, que todos Sus creyentes son uno con El. Cuando uno afecta a los creyentes, afecta a Jesús. Cuando los persigue, persigue a Cristo porque ellos son uno con éste y son El (1 Co. 12:12). Si los discípulos de Cristo, Sus seguidores, Sus creyentes, no se unieran a Cristo y no fueran Cristo mismo, ¿cómo podría preguntar Cristo a Saulo: “¿Por qué me persigues?” Fue como si el Señor hubiera dicho a Saulo: “Debes entender que Yo, Jesucristo, soy uno con Mis discípulos. Yo soy la Cabeza, y ellos el Cuerpo. Ellos y yo formamos una sola persona, un solo hombre”. Para Saulo ¡ésta fue una revelación única en todo el universo! Con esto empezó a ver que el Señor Jesús y Sus creyentes eran una persona maravillosa. Esto debería de haber dejado una profunda impresión en él y afectado su futuro ministerio tocante a Cristo y la iglesia como el gran misterio de Dios (Ef. 5:32), y ha de haber puesto un sólido fundamento para su ministerio único.
Gálatas 1:15-16a dice: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por Su gracia, revelar a Su Hijo en mí”. Estos versículos nos muestran que Dios no nos separó desde nuestra escuela ni desde nuestro trabajo, sino desde el vientre de nuestra madre. Esto significa que el Señor ya había separado a Saulo aun antes de su nacimiento. Nosotros también fuimos separados antes de nuestro nacimiento y fuimos llamados un día mediante Su gracia. Tal vez después de hacer muchas tonterías, después de dar muchas coces contra los aguijones, el Señor nos llamó por Su gracia para revelar a Su Hijo en nosotros. Es un hecho maravilloso que “agradó a Dios ... revelar a Su Hijo en mí”. Saulo estaba muy involucrado con la religión judía, pero Dios reveló a Cristo en él. Estaba muy ocupado con muchas cosas exteriores, pero Dios le reveló interiormente a Cristo.
Dios nos revela a Su Hijo en nosotros, no exterior sino interiormente, no dándonos una visión externa sino una interna. Esta no es una revelación objetiva sino una subjetiva. Cristo revelado en nosotros es el centro del plan de Dios. Dios no desea obtener una religión ni que se logre muchas obras religiosas. El plan de Dios consiste en revelar a Cristo en usted, hacerle su vida y su todo, regenerarle y transformarle en parte de Cristo, un miembro de Cristo.
Antes Saulo estaba completamente ocupado con la religión judía y celoso por ella. La religión judía era la mejor porque fue ordenada y establecida por Dios mismo. Pero eso no era el plan eterno de Dios. Este joven Saulo estaba celoso por aquella religión. Dedicó toda su vida a aquella religión, y vimos que exhalaba algo para ella. Pero de repente el Señor intervino y reveló a Su Hijo, Cristo, en este joven activo. El estaba ocupado con los asuntos exteriores religiosos, pero Dios reveló a Su Hijo interiormente en él.
En Filipenses 3 Pablo menciona todo lo que había logrado en la carne en la religión judía (vs. 4-6). El era hebreo de los hebreos y estaba celoso por la ley de Moisés y la religión judía, pero en 3:7 dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo”. Pablo contó todo tipo de ganancia como pérdida porque traía un solo resultado, a saber, perder a Cristo, tal como lo indica la expresión por amor de Cristo. Todas las cosas que en un tiempo fueron ganancia para Pablo, le estorbaban y entorpecían su participación y disfrute de Cristo. Por tanto, por amor de Cristo toda la ganancia era pérdida para él.
Pablo añadió: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (3:8). Pablo contó como pérdida por amor de Cristo no sólo las cosas de su religión anterior, enumeradas en los versículos 5 y 6, sino también todas las demás cosas. La palabra traducida basura en este versículo se refiere a la escoria, la basura, el desecho, lo que se tira a los perros, por lo tanto se refiere a comida para perros, algo repulsivo. No hay comparación entre tales cosas y Cristo. Después de que Pablo comenzó a conocer a Cristo y a seguirle, estimó a todo lo demás como algo podrido, sucio, corrupto, algo echado a los perros. Nuestro verdadero alimento puro es Cristo mismo. Todo lo que no sea Cristo es repulsivo, podrido, corrupto y sucio, y sólo sirve para ser echado a los perros.
Además, Pablo dijo que estimaba todas las cosas como basura para ganar a Cristo y ser hallado en El (vs. 8-9). Un aspecto consiste en que Dios revele a Cristo en usted; el otro consiste en ser hallado usted en Cristo. De este modo Cristo está en usted, y usted en El. Nadie puede agotar el significado de estas dos cortas frases: Cristo en mí y yo en Cristo. Esto simplemente significa que usted y Cristo son uno. Por estar usted mezclado y compenetrado con Cristo como una sola entidad, cuando las personas le persiguen, persiguen a Cristo. Pablo quería ser hallado en Cristo “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por medio de la fe en Cristo, la justicia procedente de Dios basada en la fe” (3:9). Nuestra justicia es como trapo de inmundicia (Is. 64:6). Pablo quería vivir en la justicia de Dios y no en la suya, y ser hallado en una condición trascendente, expresando a Dios al vivir a Cristo, no guardando la ley. Tener la justicia que es por medio de la fe en Cristo significa tenerla al unirse a Cristo, al identificarse con El y al ser uno con El. Esta es “la justicia procedente de Dios basada en la fe”. Después Pablo dice: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte” (3:10). Pablo ya había conocido a Cristo, pero aquí utiliza el tiempo presente del verbo: a fin de conocerle. Pablo quería experimentar a Cristo en el pleno conocimiento de éste. Primero recibió la revelación de Cristo, luego procuró experimentarle, o sea, conocerle y disfrutarle en la experiencia.
El plan de Dios consiste en que nosotros tengamos a Cristo como nuestra vida y como nuestra imagen o forma. Primero Dios impartió a Cristo en usted como su vida para que viva por El, y segundo, le puso a usted en Cristo. Cristo es la forma, el molde, y usted es la masa. La masa debe ser conformada al molde. Cristo es la vida interior y el molde exterior. Ahora debemos ser configurados a Cristo. Después de ponerse la masa en el molde, ésta es heñida para configurarse al molde y después es metida en el horno. Si la masa pudiera hablar, tal vez diría que esto no está bien, pero sabemos que tiene que pasar por dicho proceso para configurarse a la imagen del molde. Del mismo modo, nosotros tenemos que ser configurados a la muerte de Cristo. Por la comunión de Sus sufrimientos, seremos conformados a Su muerte y así seremos transformados a la imagen de Cristo; seremos hechos cabalmente uno con Cristo. Este es el plan de Dios.
El contenido de nuestra comunión es la médula de los sesenta y seis libros de la Biblia. Cuando comemos un cacahuate, no prestamos atención a la cáscara, sino a la masa. La médula de la Biblia consiste en que Cristo fue revelado como vida en nosotros y en que vivimos y existimos por Cristo como la vida divina. Además, Dios nos puso en Cristo con el deseo de que seamos hechos conformes a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:29), a fin de que seamos transformados en la imagen de Cristo para ser cabalmente uno con El. Este es el centro de la Biblia y el plan de Dios. Esta es la manera en que Dios nos edificará. Cristo está en nosotros, y nosotros en El. Mediante la regeneración, la santificación, la transformación y la conformación seremos edificados como un Cuerpo viviente que contenga a Cristo y le exprese con miras a Su gloria y nuestra glorificación.
Debemos entender que todo el universo está dirigido al plan de Dios. Muchos filósofos y científicos han dedicado mucho tiempo para descubrir cuál es el significado del universo, pero muy pocos saben el verdadero significado de la vida humana. El centro del universo es Cristo en usted, y usted en El. El verdadero significado de la vida humana es Cristo como su vida con la finalidad de que usted sea configurado a Su imagen. Los cielos y la tierra con tantas entidades son el trasfondo del hermoso cuadro del plan de Dios. ¡Alabado sea el Señor, porque estamos en Su plan! Agradó a Dios revelar a Su Hijo en mí, y tengo que conocerle a El, el poder de Su resurrección y la comunión de Sus sufrimientos. Necesito ser configurado a Su muerte, transformado en Su imagen para ser edificado con los demás como un Cuerpo viviente. De este modo, en todo el universo existirá el Cristo universal como Cabeza en los cielos y como Cuerpo en la tierra.
Un día llegué a conocer al Señor. No entiendo por qué tenía la inclinación, la tendencia, de creer en Jesús. Mis paisanos me decían que ser cristiano implicaría recibir una religión extranjera, pero de todos modos yo tuve que recibir a Cristo como mi Salvador. Desde ese día en adelante traté muchas veces de “divorciarme” de El, pero El no me lo permitió. Por un lado, algo dentro de mí me ha consolado todo el tiempo, pero por otro, me ha molestado y agitado. Muchas veces cuando yo quería hacer algo, el Señor en mí no quería hacerlo, así que hubo una pelea entre nosotros. Muchas cosas en mi ser le contradecían. Por Su misericordia, todavía le amo. He sido preservado no simplemente por enseñanzas sino por el Cristo viviente que está en mí.
Debemos darle gracias al Señor y alabarle que le tenemos en nuestro interior. Usted le recibió bajo Su soberanía. No puede abandonarle ni divorciarse de El, porque El está en usted. Podría “dar coces contra los aguijones” hasta el fin de su vida, pero al llegar aquel día, dirá con lágrimas: “Señor, perdóname”. He visto casos como éste. Una vez que el Señor le visite y le tenga misericordia, usted nunca podrá abandonarle. Usted no le escogió a El, sino El a usted (Jn. 15:16a). Su salvación es de El, no de usted mismo. Tal vez quiera divorciarse de El, pero El no se divorciará de usted. Lo único que puede hacer es dar coces contra los aguijones, pero con el tiempo reconocerá que El es el Señor y que usted le pertenece. Sin embargo, en aquel entonces es posible que sea muy tarde, no para ser salvo porque fue salvo una vez y por la eternidad, sino para que El lleve a cabo parte de Su plan con y por medio de usted.
Es mejor tomar la decisión hoy de cooperar con el Señor y dejarle subir a la “carretera”, la “autopista”, para avanzar por medio de usted y con usted. Tiene que ofrecerse al Señor, consagrarse a El y entregarse a El. Debe decirle: “Señor, sólo soy una pequeña criatura en Tus manos, y sé que Tú eres el Señor. Te doy gracias por haberte impartido en mí como mi vida y por Tu deseo de ser el todo para mí. Quiero entregarme a Ti y cooperar contigo a fin de que se efectúe Tu plan”. Si usted hace esto, será la persona más bendecida de la tierra. Será parte del plan de Dios de revelar a Cristo en usted para que sea configurado a Su imagen y sea un miembro de Su Cuerpo con miras a que en todo el universo Dios obtenga un hombre universal del cual Cristo sea la Cabeza en los cielos y Sus creyentes sean los miembros formados en una sola entidad como Cuerpo en la tierra para expresar a Cristo y glorificar a Dios. Este es el plan de Dios cuyo centro es Cristo.
Este joven Saulo nació y fue educado en la religión judía (Hch. 22:3; 26:4-5). Saulo era una persona religiosa no sólo por enseñanza o entrenamiento sino por nacimiento. Muchos de nosotros también éramos personas religiosas. Nacimos en el cristianismo y fuimos educados en él. Eramos religiosos por nacimiento. Quizás usted piense que es bueno nacer en la religión y ser educado allí. Parece mejor que nacer en un ambiente pecaminoso y ser educado allí, pero debemos entender que la religión no ayuda a las personas a cumplir, a llevar a cabo, el plan de Dios. Incluso la religión está en contra del plan de Dios; es posible que sea buena, pero no es Cristo. Les es muy difícil a algunas personas verdaderamente conocer a Cristo porque son muy religiosas. Tal vez sepan las doctrinas, las enseñanzas, los formalismos, los ritos y los reglamentos, pero no conocen al Cristo viviente mismo.
En 1933 fui invitado a hablar en una capilla de una universidad en la China continental. El auditorio se componía principalmente de cristianos, pero éstos no tenían la certeza de ser salvos. Quería hacerles la siguiente pregunta: “¿Tienen la certeza de ser salvos?” Mientras hablaba, cierto pastor sentado atrás meneaba la cabeza, pues no estaba de acuerdo con lo que yo decía. Este pastor tal vez hubiera afirmado la existencia de la salvación por la gracia, pero si le hubiera preguntado si era salvo, habría contestado diciendo: “¿Quién puede saber hoy si es salvo o no?” Es posible que este pastor tuviera la doctrina de la salvación por la gracia, pero no tenía a Cristo mismo. Es posible estar involucrado con el cristianismo sin tener a Cristo. Tal vez tenga los formalismos y los reglamentos y no a Cristo.
Nací en el cristianismo en la China continental. Antes de nacer de nuevo, contendía con los monjes budistas cuando decían algo mal del cristianismo. Combatía por el cristianismo, pero no me había arrepentido, ni había orado ni aceptado a Cristo como mi Salvador. Tenía el cristianismo, pero no a Cristo. Tenía los formalismos religiosos, pero no a Cristo. Tenía las doctrinas, las enseñanzas, pero no a Cristo.
Necesitamos observar la situación actual bajo la luz de esta comunión. Muchos cristianos están metidos en el cristianismo como religión con formalismos, reglamentos y enseñanzas, pero poseen muy poco de Cristo mismo. Muchas personas nacen en el cristianismo y son educados allí, pero no conocen a Cristo. Necesitan que el Señor intervenga en su situación para que Cristo sea revelado en ellos. Saulo nació en el judaísmo, en la mejor religión, pero necesitaba un segundo nacimiento. Necesitaba ser regenerado, nacer de nuevo con la vida divina.
Usted tal vez diga que ya nació de nuevo, que ya fue regenerado. ¡Alabado sea el Señor por esto! Pero, ¿se da cuenta de que es necesario avanzar y vivir no según su primer nacimiento sino según el segundo? Debe vivir no por la vida de su primer nacimiento, sino por la vida del segundo. La vida cristiana no se relaciona con la religión, las enseñanzas, las doctrinas, los formalismos ni los reglamentos, sino con Cristo mismo. Tiene que recibir a Cristo como vida, tiene que relacionarse con El como Señor único del universo, y tiene que vivir en El para ser conformado a Su imagen. Necesita la revelación que recibió Saulo en camino a Damasco.
Antes de que Cristo saliese al encuentro de Saulo en camino a Damasco, él era, sin duda, un joven inteligente, religioso, celoso y fuerte. Pero cuando Cristo vino, este hombre fuerte se volvió débil. Este joven había sido muy fuerte. El era el principal en perseguir a los creyentes, en devastar la iglesia, pero después de que el Señor salió a su encuentro, se volvió muy débil. Después de que Saulo cayó y se levantó del suelo, quedó ciego y necesitaba que alguien le condujera por la mano (Hch. 9:8). Esta fue la manera en que el Señor se relacionó con Saulo. Antes éste se consideró bien informado, sabiendo todo lo relacionado con el hombre y con Dios. En esta ocasión el Señor le dejó ciego para que no pudiera ver nada hasta que el Señor abriera sus ojos, especialmente sus ojos interiores, y le comisionara a abrir los ojos de los demás (26:18).
Después de tres días, el Señor envió a un miembro del Cuerpo de Cristo nombrado Ananías para que fuera y le impusiera las manos a Saulo (9:10-19). Cuando Ananías impuso sus manos a Saulo y le habló, la Palabra nos dice que “le cayeron de los ojos como escamas, y recibió la vista” (v. 18). Después sus ojos interiores fueron abiertos y podía ver algo del Señor, algo espiritual. Este fue un gran traslado, un momento crucial. Por tanto, Saulo de Tarso llegó a ser un factor que cambió la era. El fue transformado, trasladado y cambiado, así que podía trasladar o cambiar la era.
Debemos contemplar a Saulo y compararnos con él. Este cuadro de Saulo nos debe mostrar que lo que necesitamos no es la religión con sus formalismos, enseñanzas y conocimiento, sino el reconocimiento del Cristo viviente quien es el centro del plan eterno de Dios. Día tras día usted le contiene, pero necesita más y más visión y revelación en cuanto a El. Tiene que seguirle. Debe conocerle más y más y dejarle ocupar más espacio en usted. No preste atención a la religión, a las muchas actividades del cristianismo ni a las acciones exteriores de usted. Estos son asuntos de la religión, y no tienen nada que ver con el plan de Dios. Lo que usted necesita es el conocimiento interior de Cristo, la experiencia interna de El. Lo que necesita hacer es abrirse, ofrecerse y entregarse al Señor y dejarle impartirse en usted día tras día. Déjele forjarse en usted y mediante usted para cumplir el plan eterno de Dios.
Todos necesitamos dedicar tiempo al Señor y orar, diciendo: “Por Tu misericordia, Señor, ahora sé el significado del plan de Dios y cuál es el centro de este plan. Aquí estoy, Señor; estoy completamente abierto a Ti y listo para ser adquirido y poseído por Ti. Concédeme Tu misericordia para que sepa cómo vivir por Ti, andar en Ti y cooperar contigo a fin de que puedas forjarte en mí y obrar mediante mí”. Entonces usted será una de las personas más benditas en esta era, y cambiará la era. Trasladará a muchos otros al plan eterno de Dios.