
Lectura bíblica: Lv. 25:9-13 Sal.16:5, 2; 90:1; Hch. 26:18; Ef. 1:14; Col. 1:12; Ef. 2:12; Lc. 15:11-24
En el mensaje anterior hemos visto algo relacionado con la era del jubileo. El jubileo se refiere no solamente a un día o a un año, sino a un período completo de tiempo. En tipología el jubileo duraba un año, pero en el cumplimiento se refiere a toda la era neotestamentaria y al milenio. Para el pueblo de Dios, toda la era neotestamentaria es la era del jubileo. En este mensaje consideraremos otro punto crucial, a saber, la posesión que recobramos mediante el jubileo.
La Biblia llama al cincuentavo año entre los israelitas, el año del jubileo. En ese año cada propietario volvía a las posesiones que había perdido, y todo aquel que se había vendido como esclavo obtenía su libertad nuevamente. Exodo 1 muestra que cuando el pueblo escogido de Dios, los israelitas, cayeron en Egipto, no sólo perdieron sus posesiones sino que fueron afligidos y esclavizados por Faraón, el rey de Egipto. Este es un cuadro que representa la condición del hombre caído. Una persona que vive en la tierra tiene dos cosas: su propia persona y sus posesiones. Todo lo que una persona posee puede ser ubicado en una de estas dos categorías. Todos los seres humanos nos tenemos a nosotros mismos; en cuanto a esto, todos somos iguales. Pero con respecto a nuestras posesiones, no somos iguales; en cuanto a posesiones, podemos tener casas, tierras, acciones, cuentas de banco, esposa, hijos y nietos. Sin embargo, el hombre caído lo ha perdido todo, e incluso él mismo se ha vendido como esclavo.
Los hijos de Israel, en su caída, salieron de la buena tierra y fueron a Egipto, la tierra de esclavitud, y finalmente lo perdieron todo. La tierra de Canaán que Dios les había dado, ya no era de ellos. La tierra no los dejó a ellos, sino que ellos la dejaron. Ellos dejaron lo que poseían, es decir, la buena tierra de Canaán, y se fueron a Egipto. Después de perder la buena tierra, se vendieron a sí mismos; perdieron su libertad y llegaron a ser esclavos de Faraón. Este es el cuadro más completo en la Biblia que describe al hombre caído. Según este cuadro, como hombres caídos hemos perdido nuestras posesiones y nos hemos vendido, llegando a ser esclavos que no son dueños de nada. Esta era la condición de los hijos de Israel en la tierra de Egipto, y también es la condición de todo el linaje humano hoy en día.
En el mensaje anterior definimos el término en chino que se usa para jubileo, el cual denota que todo es de nuestro agrado. En el jubileo, todas las cosas son placenteras y agradan nuestro corazón, y en él estamos libres de todos los afanes, estamos en reposo, animados y jubilosos. En inglés, la palabra jubileo denota un regocijo, un griterío alegre. La palabra hebrea para jubileo es “yobel”, la cual significa un ruido alegre, un griterío con sonido de trompeta, y una proclamación. El jubileo no es una proclamación de tristeza o lamentación, sino del evangelio, esto es, de las buenas nuevas de gran gozo.
Cuando los hijos de Israel, el pueblo escogido de Dios, cayeron en una situación lamentable, Dios vino a redimirlos a través de Moisés, para sacarlos de la tierra de Egipto a fin de que recuperaran su libertad. Cuando Dios los sacó de Egipto, El realizó un gran milagro al separar las aguas del mar Rojo para que ellos lo cruzaran. Entonces, cuando cruzaron el mar Rojo y vieron a sus enemigos ahogados y sepultados, los israelitas entraron en éxtasis, gritando y bailando llenos de alegría. Miriam los guió a cantar con gran júbilo a la orilla del mar Rojo. Pelear era el oficio de los hombres, mientras que cantar era la especialidad de las mujeres. En cuanto a este aspecto, debemos ser mujeres ante Dios, y cuanto más emocionados estemos, mejor. No debemos permanecer en la vejez, aferrándonos a la manera tradicional de la cristiandad, que consiste en tener un servicio el domingo por la mañana de manera tradicional. En cambio, debemos exultar, como dice Salmos 100:1: “Aclamad con júbilo a Dios, habitantes de toda la tierra”. En hebreo, aclamad con júbilo significa gritar juntos y ruidosamente a Jehová. Los traductores chinos lo tradujeron como “gritad con alegría al Señor”. Esdras es otro libro en la Biblia que narra que las personas aclamaban con gran júbilo. Cuando se echó el cimiento del templo, después que los hijos de Israel habían regresado a Jerusalén de su cautiverio, todos gritaron fuertemente. No se podía distinguir el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro, puesto que el pueblo aclamaba con gran júbilo (3:11-13). Algunos podrían preguntar: “¿Acaso no dice 1 Corintios 14:40 que en las reuniones todo debe hacerse decentemente y con orden?”. Esto es cierto, pero la Biblia no solo consta de 1 Corintios 14, sino también de los Salmos. Existen muchos versículos en los Salmos que nos alientan a aclamar con júbilo y a regocijarnos, y no sólo a regocijarnos, sino también a exultar y saltar de alegría. Cuando llegaba el jubileo, millones de israelitas aclamaban con júbilo de una manera ruidosa y espontánea, gritando con gozo todos al mismo tiempo. Hoy los coros cantan ordenadamente, pues cantan de una manera formal y sin jubileo, pero si todos cantáramos emocionados, sería difícil estar en orden.
El jubileo es una era de éxtasis. La era neotestamentaria ciertamente es una era de éxtasis, y todo cristiano debe ser una persona que está en éxtasis. Hace más de cincuenta años, el hermano Nee dijo: “Si como cristiano usted nunca ha estado fuera de sí, en éxtasis, entonces no logra llegar a la norma”. El dijo además que todos los cristianos deberían estar fuera de sí ante Dios, pero a la vez, deben ser cuerdos ante los hombres. Algunos toman estas palabras y dicen, “¿Acaso no dijo el hermano Nee que debemos ser cuerdos?”. Sí, debemos ser cuerdos ante los hombres, ¿pero alguna vez ha estado usted fuera de sí ante Dios? La Biblia tiene muchos lados, así que no debemos restringirnos a ver sólo uno de los lados. Ciertamente hemos de ser cuerdos ante los hombres, pero tener dominio propio no significa necesariamente estar callados. Gritar en las reuniones no implica estar trastornados y alzar la voz de forma descontrolada. Podemos gritar con alegría y aún ser cuerdos. Por una parte, nos regocijamos y aclamamos con júbilo, pero por otra, tenemos dominio propio y nos restringimos. Si como cristianos nunca hemos llegado al punto de estar fuera de nosotros mismos, o de estar “locos”, si nunca hemos estado en éxtasis ante Dios, no hemos llegado a la norma. Más bien, esto muestra que no disfrutamos a Dios lo suficiente. Si disfrutáramos a Dios lo suficiente, saltaríamos de alegría. Incluso como persona mayor, frecuentemente estoy fuera de mí mismo ante Dios, pero quizás los que me rodean no lo sepan. Pareciera que soy una persona muy seria, pues todos los días entro y salgo conforme a un horario establecido, pero Dios conoce la verdadera condición. Tenemos razones suficientes para estar fuera de nosotros mismos, en éxtasis. Si no hay gozo en nosotros, no podremos estar fuera de nosotros mismos, pero si siempre estamos disfrutando a Dios, llegaremos a un punto en el cual no podremos evitar estar fuera de nosotros mismos. De la misma manera, debido a que los hijos de Israel disfrutaron la gracia de la redención todo-suficiente de Dios, ellos gritaron y saltaron de alegría, alabando y cantando con voz fuerte y vitoreando sin cesar cuando cruzaron el mar Rojo.
Después de esto, Dios los condujo a través del desierto hasta Canaán, y les asignó la buena tierra de Canaán como su heredad. Cada tribu recibió una porción de tierra, y cada familia de cada tribu también recibió una porción asignada; además, cada casa de cada familia disfrutó su porción asignada. Por tanto, una vez que entraron en Canaán, todos poseyeron una porción de la tierra. No había ricos ni pobres porque todas las familias eran iguales, ya que cada una poseía su propia porción de la tierra. No había necesidad de que nadie fuera esclavo, porque cada uno era propietario. No había pequeños propietarios ni grandes propietarios; todos eran dueños de su propio lote. Además, llevaban una vida rica, ya que ésta era una tierra que fluía leche y miel.
Sin embargo, después de haber recibido su porción asignada de la buena tierra, algunos de ellos empezaron a decaer lentamente y se volvieron perezosos. Los que eran glotones y perezosos, gradualmente llegaron a ser pobres. Así que empezaron a vender lo que tenían, e incluso después de vender sus tierras, finalmente se tuvieron que vender a sí mismos como esclavos. Dios, quien es sabio, conocía estas cosas de antemano, así que estableció una ordenanza. En el cuadragésimo noveno año después de que los hijos de Israel entraron en Canaán, en el décimo día del séptimo mes, la trompeta debía sonar por toda la tierra. El décimo día del séptimo mes era el día de la propiciación. Sobre la base de la propiciación de los pecados, se proclamaba libertad para todo el pueblo de Israel. Por tanto, si alguien había vendido su tierra, podía volver a ella, y si alguien se había vendido como esclavo, podía obtener su libertad de nuevo. Quizás hubo muchos que habían vendido su tierra y que incluso se habían vendido a sí mismos a la esclavitud. Aquellos que habían perdido sus posesiones y que se habían convertido en esclavos, debieron haber bailado y estado en éxtasis al escuchar el clamor de la trompeta, la trompeta plateada, la cual proclamaba el jubileo. Esto nos muestra el significado del jubileo. La sabiduría de Dios es inmensa e increíble. Cuando llegaba el cincuentavo año, no había más ventas de tierra ni de personas; cada hogar recobraba su porción de tierra una vez más. Cada cincuenta años se llevaba a cabo un equilibrio con relación a la propiedad de la tierra; ésta era la manera más justa de negociar con respecto a la tierra.
Ahora debemos considerar qué es lo que el hombre posee. En Salmos 16:5 dice: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; / Tú sustentas mi suerte”. Una herencia es una posesión propia. En realidad, la tierra no es nuestra verdadera posesión; más bien, Dios es nuestra verdadera posesión. La tierra solamente es un tipo, un símbolo, una representación. ¿Cómo podemos decir que Dios es la verdadera posesión del hombre? Conforme a Génesis 1:26 y Romanos 9:21-23, podemos ver claramente que el hombre fue creado por Dios para ser Su vaso. Un vaso es un recipiente que en sí mismo está vacío; por tanto, necesita algún contenido. El contenido del vaso constituye la posesión de dicho vaso. Una taza vacía es una taza abandonada. Si alguien tiene sed y desea beber de una taza vacía, no podrá saciar su sed. Estar vacíos es ser pobres, y ser pobres es estar vacíos. El hombre es el vaso de Dios; por tanto, si el hombre no tiene a Dios, está vacío y es pobre. El primer coro de Himnos, #491 dice: “¡Vanidad! ¡Vanidad! / ¡Todo es vanidad! / Es como querer, / El viento atrapar”. Y el último coro dice: “¡Todo es vanidad! / ¡Cristo es realidad! / Sin El, perderás, / Con El, ganarás”. El hombre, sin Cristo, es vano. Por tanto, la verdadera posesión del hombre no es un terreno ni una casa, ni tampoco es su esposa o hijos; la verdadera posesión del hombre es Dios. Dios creó al hombre como Su vaso para que le contuviera. Si nosotros como vasos no poseemos a Dios como nuestro contenido, estamos vacíos y somos pobres.
Después que Dios creó a Adán, lo puso frente al árbol de la vida, lo cual indica que Dios deseaba que Adán recibiera el árbol de la vida; aparte de esto, no le dijo mucho más. ¿Qué es el árbol de la vida? El árbol de la vida es Dios mismo. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás” (Jn. 6:35). Y Salmos 36:9 declara: “Porque contigo está el manantial de la vida”. El Señor es el árbol de la vida y el río de la vida; el que cree en El, le come, le bebe y es satisfecho. Ciertamente Dios es nuestra verdadera posesión. Además, según Salmos 16:5, Dios no es solamente nuestra herencia, sino también la porción de nuestra copa. En este versículo, herencia es un vocablo general, mientras que copa es un vocablo más personal. Dios no es solamente nuestra herencia, sino también la porción de nuestra copa para que lo disfrutemos. Dios no es solamente nuestra verdadera posesión, sino también nuestro verdadero disfrute. Además, Dios es quien guarda nuestra porción asignada.
Dios presentó el árbol de la vida a Adán, pero Adán no lo recibió; por tanto, él perdió su porción con respecto a disfrutar a Dios. Adán salió de la presencia de Dios, y como resultado, todas las personas del mundo perdieron a Dios. Por tanto, Efesios 2:12 dice que las personas que viven en el mundo están sin esperanza y sin Dios. El hijo pródigo, mencionado en Lucas 15:11-32, es un cuadro de todo el linaje humano. Desde los reyes y presidentes hasta los barrenderos y limosneros, todos son hijos pródigos que no tienen ni un centavo y que viven con los “cerdos”. En la caída, el hombre perdió su posición ante Dios, o sea que el hombre perdió lo que le pertenecía como posesión propia. En otras palabras, el hombre perdió a Dios como su verdadera posesión y disfrute. Este es el primer paso de la pérdida que sufrió el hombre.
El segundo paso fue que en la caída, el hombre se vendió al pecado. Pablo dice en Romanos 7:14: “Yo soy de carne, vendido al pecado”. Somos pecadores caídos y, como tales, hemos perdido a Dios y vivimos sin Dios. Además, hemos vendido nuestros miembros al pecado, llegando a ser esclavos del pecado (6:19). El pecado domina por completo al hombre. Hoy todas las personas del mundo, sin importar quienes sean, se encuentran bajo el dominio del pecado. Algunos tienen un intelecto elevado, y por tanto están bajo el dominio de sus razonamientos. Por causa de la sociedad, de sus familiares y de sus amigos, no actúan como personas descontroladas, pero ciertamente tienen pensamientos desatinados. ¿Qué persona no se ha vendido al pecado en su corazón? Todos nos hemos vendido al pecado.
Dios llamó a Pablo y le dijo: “Te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban perdón de pecados y herencia entre los que han sido santificados por la fe que es en Mí” (Hch. 26:17b-18). Esta herencia es Dios como nuestra verdadera posesión, es decir, Dios como nuestra buena tierra con sus productos abundantes. Hoy el hombre necesita de la tierra a fin de proveerse alimento para su sustento y vivienda para su reposo. Como hemos visto, en Salmos 16:5 dice: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa”, y en Salmos 90:1 dice: “Señor, Tú nos has sido morada de generación en generación”. Himnos, #283 fue escrito basado en estos dos salmos. La idea general de este himno consiste en que Dios es nuestra porción eterna, nuestro todo eternamente y nuestra segura morada. Dios es nuestra tierra y nuestra morada. No es de sorprender que cuando el Señor Jesús vino, El dijera: “Venid a Mí todos los que trabajáis arduamente y estáis cargados, y Yo os haré descansar” (Mt. 11:28). Además, en Juan 15:4 El dijo: “Permaneced en Mí”. Hoy todos los hombres han perdido a Dios como posesión propia, y no tienen una verdadera morada. Las personas caídas no tienen rumbo y vagan sin tener un hogar. Aunque vivan en un edificio de varios pisos o en grandes mansiones, en su interior no tienen reposo, es decir, no tienen una verdadera morada. El hombre vaga porque ha perdido a Dios. Dios es la verdadera morada y posesión del hombre.
Cuando predicamos el evangelio, proclamamos el jubileo a los demás. En Lucas 4:18-19 el Señor Jesús hizo una proclamación relacionada con la llegada del jubileo. La proclamación del jubileo, que se revela en Lucas 4, gobierna el pensamiento central de todo el Evangelio de Lucas, y la parábola del hijo pródigo, en Lucas 15, es un cuadro excelente del jubileo. Sin embargo, antes de analizar esta parábola, debemos considerar algunos otros versículos. En Efesios 1:13-14 Pablo dice: “En El también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, y en El habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de Su gloria”. ¿Qué significa ser salvos? Ser salvos significa volver a nuestra herencia, regresar a Dios, volver a Dios y disfrutarle nuevamente como nuestra posesión. Dios es nuestra herencia, y al ser salvos el Espíritu de Dios entró en nosotros como las arras, la garantía, la prueba y la seguridad de nuestra herencia. En griego, la palabra que se usa para arras o garantía también significa muestra. Una muestra es un anticipo, que garantiza el pleno sabor en el futuro. Hoy el Espíritu Santo está en nosotros como la garantía, la muestra, del Dios a quien disfrutamos hoy, lo cual es un anticipo que garantiza nuestro pleno disfrute de Dios en el futuro. Por tanto, ser salvos es obtener a Dios. No sólo hemos obtenido la salvación, pero aún más, hemos obtenido a Dios mismo. Cuando poseemos a Dios, lo tenemos todo; sin Dios, no tenemos nada. Somos salvos solamente cuando tenemos a Dios, y al tener a Dios lo poseemos todo. Así que, Dios es nuestra herencia.
Además, Colosenses 1:12 dice: “Dando gracias al Padre que os hizo aptos para participar de la porción de los santos en la luz”. Hoy Dios, en Cristo, ha venido a ser nuestra porción bendecida. Las personas que viven en el mundo, separadas de Cristo, viven sin esperanza y sin Dios. Los que están separados de Cristo, están sin Dios en el mundo. Pero nosotros no estamos separados de Cristo; estamos en Cristo y tenemos a Dios. Esto no es solamente un dicho, sino que es una realidad. Quizás algunos pregunten: “¿Por qué entonces algunos cristianos aún están tristes?”. Podemos explicar esto usando las luces eléctricas como ejemplo. Aunque las luces estén instaladas en un edificio y la electricidad esté conectada, si no usamos el interruptor para encenderlas, las luces no alumbrarán. Aunque ciertamente hay electricidad, las luces no alumbran; en un sentido práctico, esto equivale a que no hubiera electricidad. Esa es la condición de muchos cristianos. Aunque tienen a Dios, ellos son como luces que no alumbran debido a que no “encienden el interruptor” tomando a Dios como su porción.
Como dice Pablo en Efesios 2:12, estábamos separados de Cristo, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Hoy, sin embargo, ya no estamos separados de Cristo; más bien, estamos en Cristo. Tenemos a Dios, y “encendemos el interruptor” para disfrutarle como nuestra posesión. El jubileo está totalmente relacionado con lo que poseemos, y nuestra posesión es Dios mismo. Cuando tenemos a Dios, tenemos el jubileo; cuando tenemos a Dios, todo es de nuestro agrado. Al predicar el evangelio tocamos la trompeta de la redención para proclamarle al mundo: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”, el año del jubileo (2 Co. 6:2). Aunque el hombre haya caído muy lejos de Dios, El le está esperando, deseando que regrese.
Ahora consideraremos la parábola del hijo pródigo en Lucas 15:11-32. Todos estamos muy familiarizados con esta parábola, que narra el regreso del hijo pródigo. Algunos incluso han conocido esta historia desde su niñez. En esta historia, el Señor Jesús habla de un padre que tenía dos hijos. El más joven, estando aturdido, en un estupor, le pidió al padre que le diera su parte de la herencia. Después de recibir su herencia, se fue y vivió disolutamente hasta que lo hubo gastado todo. Luego, no tuvo otra alternativa que arrimarse a un ciudadano de “aquella tierra”, la cual representa al mundo satánico. Este ciudadano, a quien podemos asemejar con Satanás, era más opresivo aun que Faraón, y lo envió a apacentar cerdos. Faraón enviaba a las personas a construir ciudades, pero en esta parábola el ciudadano envió al hijo a apacentar cerdos, lo cual es peor. Para construir ciudades se necesita sudar y hacer ladrillos, pero para apacentar cerdos, uno tiene que asociarse con ellos. Finalmente, el hijo ansiaba comer de las algarrobas que comían los cerdos, pero su hambre no fue saciada. Como resultado de esta situación, el hijo pródigo volvió en sí y regresó a la casa de su padre.
Un proverbio chino dice: “El regreso de un hijo pródigo es más precioso que el oro”. Muchos mencionan esta parábola al predicar el evangelio. Sin embargo, esta parábola no tiene que ver principalmente con el regreso del hijo pródigo, sino con el padre que busca a su hijo y lo recibe con los brazos abiertos y lo besa afectuosamente. El hecho de que el padre haya recibido al hijo representa el “año del jubileo” para éste. Un padre siempre teme que sus hijos se vayan de la casa; esto es algo muy doloroso. Aunque es doloroso que un hijo único se vaya de la casa, podríamos pensar que a un padre que tiene muchos hijos no le importaría tanto que se fuera uno de ellos. Sin embargo, todo padre valora a cada uno de sus hijos. Un padre no puede soportar que un hijo se vaya de la casa, ni siquiera por poco tiempo. En esta parábola, el padre no buscaba a su hijo de vez en cuando, sino que debió haber estado siempre a la puerta de su casa, todos los días, esperando el regreso de su hijo. Por consiguiente, cuando el hijo regresó, el padre lo vio desde lejos e inmediatamente corrió hacia él para abrazarlo y besarlo (v. 20). Esta fue su aceptación del hijo. El día en que regresó el hijo pródigo, fue el año del jubileo para éste. Ese fue el año de la gracia, el año agradable del Señor. Dios acepta a todos los hijos pródigos que hayan caído y que se hayan arrepentido.
Según el significado espiritual, esta historia muestra a un hombre caído que perdió completamente lo que le pertenecía en la casa de Dios el Padre. El vendió su propia posesión y aun se vendió él mismo como esclavo. Hoy, todas las personas caídas, sin importar su profesión —ya sea presidentes, reyes o mendigos pobres— están “apacentando cerdos”. Apacentar cerdos equivale a participar en negocios sucios. Podríamos decir que una profesión dentro de la política es algo lóbrego, pero verdaderamente, ¿qué profesión no está en tinieblas? Si la política es la profesión más lóbrega, entonces el comercio es la segunda más lóbrega, pero ¿acaso la educación no lo es también? Aquellas personas que tienen un doctorado, los médicos y todos los demás, están todos en tinieblas. Todos están “apacentando cerdos”. El resultado más obvio de estar apacentando cerdos es que la persona se ensucia; esto indica que uno está envuelto en cosas impías. En la sociedad de hoy, ¿en qué profesión no se dan y se reciben sobornos? Si una persona no da sobornos, no puede tener éxito. ¿Quién se gana el dinero de una manera totalmente limpia? No es de sorprender que el Señor Jesús llama al dinero “riquezas de injusticia” (Lc. 16:9). La naturaleza misma del dinero es injusta. Incluso si una persona parece ser justa, con tal que haga dinero y obtenga una fortuna, está “apacentando cerdos”; está dedicándose a negocios impíos. Quizás cuando algunos escuchen esto, digan: “Si es así, de ahora en adelante voy a dejar la escuela y renunciaré a mi trabajo”. No me refiero a eso. En este mundo las personas necesitan trabajar, no sea que se vuelvan vagabundos y holgazanes. ¿Cómo puede comer alguien si no trabaja? Más bien, esta historia nos muestra que cuando una persona caída deja a Dios, se va a “apacentar cerdos”, sin importar la profesión que tenga. Debemos considerar seriamente si somos “limpios” en nuestro trabajo o no. Todas las personas caídas, que trabajan en la sociedad, están “revolcándose en un corral de cerdos”, aunque unos coman mejores “algarrobas” que otros; todos están “apacentando cerdos” y comiendo “algarrobas”. Cuando el hijo pródigo consideró la situación en que estaba, quizás se haya preguntado: “¿Por qué estoy haciendo esto? Mi padre es muy rico; ¿por qué he de morir de hambre aquí?”. Este es el arrepentimiento de un pecador. Sin embargo, el concepto que tiene un pecador después de arrepentirse, es volver a casa para trabajar. Por tanto, el hijo pródigo dijo a continuación: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (vs. 18-19). Entonces se levantó y fue a su padre para hablar según lo que había preparado. Sin embargo, el padre no quería escuchar lo que él tenía que decir; así que, antes de que el hijo acabara de hablar, el padre lo interrumpió y dijo a sus esclavos: “Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y sandalias en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y regocijémonos” (vs. 22-23). El becerro gordo representa a Cristo, quien es Dios mismo. Dios, en Cristo, ha llegado a ser el becerro gordo para que lo disfruten los hijos pródigos que se arrepientan y regresen a casa. Para nosotros, esto es el jubileo.
Por tanto, Lucas 15:11-32 es un cuadro del jubileo proclamado en Lucas 4:18-19. El hijo pródigo vendió sus posesiones y aun se vendió a sí mismo. Un día, regresó a sus posesiones y a la casa de su padre. Eso fue un jubileo, una liberación, y todo se volvió agradable y placentero. En la casa del padre sólo había disfrute, pues había comida y bebida pero no había que laborar. Esto corresponde con Levítico 25:11, donde dice que en el año del jubileo las personas no debían sembrar ni segar; sólo debían comer y disfrutar. Además, sólo debían comer de los productos de la tierra. Esto significa que comían lo que Dios les suministraba, sin tener que trabajar. De igual manera, el padre en Lucas 15 no escuchó lo que tenía que decir el hijo acerca de ser un jornalero. En cambio, el padre le ofreció el becerro gordo al hijo para que éste comiera y disfrutara. Nadie es indigno; más bien, todos somos dignos, ya que Dios dice: “Yo te he recibido”. El jubileo es la era o el tiempo en que Dios nos acepta, como lo muestra la aceptación del hijo pródigo por parte del padre en Lucas 15.
El jubileo en la Biblia es la era del evangelio, a saber, esta era presente. Una vez que nos arrepentimos y nos volvemos a Dios al recibir al Señor Jesús, obtenemos a Dios en nuestro interior. Este es el comienzo de nuestro jubileo. Desde ese día en adelante, toda nuestra vida es un jubileo y disfrutamos este jubileo siempre. Podemos disfrutar a Dios continuamente como nuestra posesión. Damos gracias al Señor y le alabamos porque nuestro jubileo llegará a ser cada vez más rico, comenzando desde ahora y continuando por la eternidad. Esto es lo que significa recobrar nuestra posesión mediante el jubileo.