
Levítico 16:18-19 dice: “Entonces saldrá al altar que está delante de Jehová y hará expiación por él, y tomará parte de la sangre del novillo y de la sangre del macho cabrío, y la pondrá sobre los cuernos del altar y alrededor de ellos. Rociará sobre él de la sangre con su dedo siete veces; así lo limpiará y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel”.
Levítico 16:12-13 dice: “Después tomará del altar que está delante de Jehová un incensario lleno de brasas de fuego y dos puñados de incienso aromático finamente molido, y lo llevará detrás del velo. Pondrá el incienso sobre el fuego delante de Jehová, de manera que la nube de incienso cubra la cubierta expiatoria que está sobre el Testimonio, para que no muera”.
Los dos pasajes anteriores indican que el sacerdote primero necesitaba hacer expiación por el pueblo de Dios en el altar con la sangre de la ofrenda por el pecado. En segundo lugar, cuando el sacerdote entraba al Lugar Santísimo para quemar el incienso, las brasas de fuego que usaba tenían que ser tomados del altar.
Éxodo 30:9-10 declara: “No ofreceréis sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda de harina; tampoco derramaréis sobre él libación. Aarón hará expiación una vez al año sobre los cuernos del altar; hará expiación por él con la sangre de la ofrenda de expiación por el pecado una vez al año por todas vuestras generaciones. Es santísimo a Jehová”.
El pasaje anterior se refiere al altar del incienso, no al altar de las ofrendas. El tabernáculo tenía dos altares; afuera estaba el altar de las ofrendas, y dentro estaba el altar del incienso. El altar de las ofrendas era de bronce y el altar del incienso era de oro. Ambos altares eran lugares donde se hacía expiación y ambos utilizaban el mismo sacrificio. El décimo día del séptimo mes era el día de la expiación para los hijos de Israel. En ese día el sumo sacerdote tomaba de la sangre de la ofrenda por el pecado y la rociaba sobre los cuatro cuernos del altar que estaba afuera. El sacerdote llevaba esa sangre consigo al Lugar Santo y la rociaba sobre los cuatro cuernos del altar del incienso, haciendo así expiación en ambos altares.
Apocalipsis 8:3 y 5 dice: “Otro Ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para que lo ofreciese junto con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y el Ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto”.
Aquí “otro Ángel” se refiere al Señor Jesús. Por el versículo siguiente, el versículo 6, sabemos que las siete trompetas comenzaron a sonar como resultado de que el Ángel arrojara el fuego del altar. Es decir, las siete trompetas son la respuesta a esas oraciones. Debemos fijarnos que aquí se menciona el incensario, el incienso y las oraciones.
Apocalipsis 5:8 dice: “Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, las cuales son las oraciones de los santos”.
Cada uno de los cuatro seres vivientes y veinticuatro ancianos tenía un arpa y copas de oro. El arpa es para la alabanza, mientras que las copas de oro llenas de incienso son para las oraciones. En este versículo vemos que las copas de oro son las oraciones de los santos. Esta interpretación se basa en el hecho de que en el capítulo 8 el incienso y las oraciones de los santos se mencionan como dos cosas diferentes. El incienso es Cristo añadido a las oraciones de los santos. Por tanto, las copas de oro aquí se refieren a las oraciones de los santos.
Tanto Éxodo como Levítico nos muestran que nadie puede entrar en el tabernáculo para quemar incienso ante Dios y acercarse a Dios sin pasar por el altar. El altar equivale a la cruz. Esto significa que sin pasar por la cruz, nadie puede estar ante Dios y hacer oraciones que sean como incienso fragante aceptable a Él. Por tanto, aún necesitamos abordar el asunto de la relación que existe entre la cruz y la oración.
Aunque existen muchos aspectos de la cruz, en relación con la oración existen principalmente dos aspectos. Un aspecto es simbolizado por la sangre derramada en el altar, y el otro es simbolizado por el fuego encendido en el altar. Cuando alguien ofrece un sacrificio en el altar, después de que éste haya sido aceptado por Dios y haya sido consumido por el fuego, solamente quedan dos cosas ante él. Estas dos cosas son la sangre alrededor del altar y las brasas de fuego sobre el altar. Al mezclarse las cenizas y las brasas, finalmente lo único que ve la persona que ofrece el sacrificio es la sangre y el fuego.
La sangre y el fuego son los dos aspectos más importantes de la cruz en cuanto a la oración. La capacidad que tiene un sacerdote para entrar al Lugar Santo a quemar incienso y orar ante Dios, se basa en dos cosas. En primer lugar, que haya traído consigo la sangre del altar de las ofrendas que está afuera, y que lo haya puesto sobre el altar del incienso. En segundo lugar, que haya traído consigo el fuego que ha consumido el sacrificio ofrecido en el altar de las ofrendas afuera y que lo haya puesto sobre el altar del incienso para quemar el incienso. La sangre sobre el altar del incienso adentro y la sangre sobre el altar de las ofrendas afuera son la misma. Las brasas de fuego en el altar del incienso adentro y las brasas de fuego en el altar de las ofrendas afuera son también las mismas. En otras palabras, la sangre que está sobre el altar del incienso por dentro se basa en la sangre que está sobre el altar de las ofrendas por fuera. El fuego sobre el altar del incienso por dentro se basa en el fuego sobre el altar de las ofrendas por fuera. La sangre es para la redención de los pecados, y el fuego es para darle fin a todo. A cualquier cosa que se ponga en el fuego se le dará fin. El daño más serio que le puede acontecer a cualquier cosa es ocasionado por el fuego. Cuando algo pasa a través del fuego, es consumido. En la cruz el Señor derramó Su sangre para cumplir la redención. Y a través de Su muerte dio fin a todo. Éstos son los dos aspectos más importantes que el Señor logró en la cruz. Todo sacrificio que se pone en el altar de las ofrendas no sólo derrama sangre, sino que también se convierte en cenizas. La cruz redunda en la redención y en la aniquilación. Éstos son los dos aspectos de la cruz.
En la redención del Señor, la cruz, por una parte, nos redime, y por otra, nos da fin. Todo el que ora a Dios debe ser alguien que ha sido redimido por el Señor en estos dos aspectos. Si uno no ha sido rociado por la sangre, ante Dios es simplemente como Caín, quien no podía ni ser aceptado por Dios ni orar. Todo aquel que es aceptable ante Dios y es capaz de orar, necesita ser rociado con la sangre. Por favor, recuerden que todo aquel que acude ante Dios para orar, no solamente necesita la redención de la sangre, sino también necesita ser consumido en la cruz. Nadab y Abiú cayeron muertos ante Dios debido a un problema relacionado con el fuego y no con la sangre. Ellos no habían sido consumidos, es decir, no habían llegado a su fin en el altar, y fueron ante Dios para orar según su hombre natural. Por consiguiente, sus oraciones no sólo no fueron aceptadas por Dios, sino que aun ellos mismos cayeron muertos por mano de Dios. Por tanto, todos los que aprenden a orar no solamente deben ser redimidos por la sangre, sino que también deben llegar a su fin, habiéndose convertido en cenizas. Su vida natural debe ser totalmente aniquilada por la cruz.
Los dos aspectos de la cruz realmente no son tan difíciles de entender, puesto que los tipos hallados en el Antiguo Testamento son mostrados allí como cuadros vívidos. Vemos que nadie podía entrar al Lugar Santo para quemar incienso y orar a Dios excepto por medio de la sangre y del fuego del altar de afuera. Si alguna persona fuera a entrar al Lugar Santo para quemar incienso sin el fuego que había quemado el sacrificio sobre el altar, seguramente tendría el mismo destino que Nadab y Abiú. Así que, sin la sangre y el fuego, nadie podía entrar en la presencia de Dios. Sin la redención y la obra aniquiladora de la cruz, nadie puede tener acceso a Dios. Un hombre puede orar mucho ante Dios, pero no debe tener tanta confianza de que todas sus oraciones son aceptables a Dios. La historia de Nadab y de Abiú es un excelente ejemplo. Nunca consideren ligeramente: “¿Oh, acaso no oramos ante Dios?”. ¡No! Todavía necesitan preguntarse: “¿Y qué acerca de la redención y la obra aniquiladora de la cruz?”. A menos que experimenten estos dos aspectos de la cruz, no tendrán manera de presentarse ante Dios.
En el cristianismo degradado y anormal de hoy, el concepto común es que Dios contesta todas las oraciones. Sí, hermanos y hermanas, ciertamente nuestro Dios es un Dios que contesta las oraciones. Sin embargo, incluso con mayor frecuencia Él es un Dios que no contesta la oración. Frecuentemente muchas personas dicen: “Por favor, oren por mí”. Éste es el lema de muchos cristianos hoy en día. Incluso quizás vean a alguien salir de un salón de baile que les dice: “¡Oren por mí!”. Puede ser que esa persona use ropa de moda y esté muy maquillada. O quizás vean a alguien alistarse para ir a una fiesta de Nochebuena. Al irse, puede ser que dicha persona le diga a un amigo: “Por favor, ora por mí”. ¿Ustedes creen que Dios va a contestar tales oraciones? ¡Nunca! No estén tan confiados de que Dios vaya a contestar a todas nuestras oraciones. Muchas veces nuestras oraciones no sólo no son contestadas, sino que ante los ojos de Dios, inclusive pueden constituir un pecado contra Él. Hemos visto cómo Dios trató estrictamente con los sacerdotes cuando el tabernáculo fue primeramente establecido y los sacerdotes entraron ante Dios para ofrecer el sacrificio. Si Dios tratara con la iglesia hoy de la misma manera, muchos no solamente sufrirían muerte espiritual, sino que aun morirían físicamente ante Dios.
Al comienzo de varios asuntos, Dios fue muy estricto a fin de recalcar que el principio implícito ahí era como una ley acorazada. En los tiempos del Pentecostés, Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo y cayeron muertos ante Dios. Esto no quiere decir que de ahí en adelante cualquiera que le mienta al Espíritu caerá muerto. Después de este hecho muchos mintieron, sin embargo, no cayeron muertos. No obstante, a los ojos de Dios, han muerto. Nadab y Abiú cayeron muertos porque violaron los principios de la cruz. Hasta el día de hoy, muchas personas aún siguen orando violando los principios de la cruz. Su destino es el mismo. Sus oraciones no solamente no son aceptables ante Dios, sino que ellos mismos están desaprobados por Dios. Sus oraciones, las cuales no fueron contestadas, y la desaprobación de parte de Dios, pertenecen al mismo principio que operó sobre aquellos que sufrieron la muerte física en la época del Antiguo Testamento. Al estar en contra del principio de Dios, ellos sufren la oposición de Dios.
Cuanto más lleguemos a ser personas de oración, más sentiremos que somos pecaminosos y nos daremos cuenta de que necesitamos la redención. Por ejemplo, podemos ver esta condición en Daniel. Una de sus oraciones consta en Daniel capítulo 9. En esa oración, él hizo muy poca mención del asunto por el cual oraba. Antes bien, la mayor parte de esa oración fue su confesión, no solamente por sus propios pecados, sino también por los de toda la nación de Israel. Él realmente entendía lo que significa orar ante Dios por medio de la sangre del sacrificio de la ofrenda por el pecado.
Si un hermano o hermana no confiesa pecados en absoluto en su oración, es poco probable que haya entrado en la presencia de Dios. Una persona que no esté consciente de sus pecados no sólo está fuera del Lugar Santo, sino que probablemente ni haya entrado en el atrio. Aún se encuentra fuera de las cortinas de lino blanco. De otra manera, no se abstendría de confesar sus pecados. Esto es el tema de 1 Juan capítulo 1: Dios es luz, y si tenemos comunión con Dios y moramos en luz, inevitablemente veremos nuestros propios pecados y recibiremos la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, para que nos limpie.
Las verdaderas experiencias de oración son así. Siempre que entremos a la presencia de Dios necesitamos experimentar la redención de la cruz y el lavamiento de la sangre. Cuanto más profundo entremos a la presencia de Dios, más necesitamos experimentar la redención de la cruz y el lavamiento de la sangre. Cuanto más profundo entremos a la presencia de Dios, más aguda será nuestra conciencia del pecado, y más profundo será nuestro conocimiento en cuanto al pecado. Algunas cosas que en el pasado considerábamos como virtudes y méritos, ahora las vemos como pecado. En tales momentos le decimos a Dios: “Oh Dios, sólo puedo entrar en Tu presencia para orar bajo la sangre de Tu Hijo y con la sangre de Tu Hijo. De otra manera, no puedo ni siquiera estar aquí, mucho menos orar”. Siempre debemos tener en cuenta que cuando oramos, necesitamos experimentar la redención de la cruz. De otra manera, estaremos sucios, seremos impuros y estaremos llenos de ofensas.
Una cosa es cierta: si el Espíritu ha de orar a través de nosotros en cuanto a un asunto importante, primero vendrá a iluminarnos y a purificar nuestro ser. Siempre que el Espíritu nos introduzca en oración con Él, necesitará purificarnos una vez más. Y Su purificación consiste primero en mostrarnos nuestros pecados y transgresiones, y después en llevarnos a recibir el lavamiento de la sangre. Bajo la sangre preciosa confesaremos nuestros pecados uno por uno a Dios. Quizás confesemos por una hora y concluyamos con tan sólo cinco minutos en los cuales pidamos algo. Necesitamos confesar los pecados a fondo hasta que no tengamos temor y hasta que estemos puros y nos sintamos ligeros por dentro. Entonces podremos orar, diciendo: “Oh, Dios, la iglesia tiene un problema aquí, la obra tiene un problema aquí, etc. Te doy todos estos asuntos a Ti”.
Incluso cuando damos gracias y alabamos durante la mesa del Señor, debemos experimentar la redención de la cruz. Antes de entrar en la presencia del Señor para adorarle y recordarle, necesitamos ir a la cruz. Nadie puede entrar al Lugar Santo sin ir al altar. No puede decir: “Oh, hace algunos días pasé por el altar, así que hoy puedo simplemente entrar”. Si hace esto, caerá en la muerte espiritual ante Dios. Aunque confesó sus pecados ayer y otra vez esta mañana cuando oró, aún necesita confesar sus pecados esta tarde cuando ore. Y es inútil confesar usando meramente palabras vacías. Necesitamos estar conscientes de los pecados. Siempre que una persona toque a Dios, estará muy consciente del pecado. Cuando Pedro vio al Señor Jesús hacer un milagro, manifestándose así como Dios, inmediatamente dijo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc. 5:8). Aquí es cuando la redención es necesaria. En ningún momento podemos estar firmes ante Dios basados en nosotros mismos, sólo podemos estarlo por medio de la sangre redentora de la cruz.
Una persona que sabe orar y que puede orar, es una que ha sido redimida por la sangre y aniquilada por la cruz. Cuando vayamos ante Dios a orar, primero debemos preguntarnos si hemos sido aniquilados o no. Supongamos que deseamos orar por el evangelio, por nuestra familia, por las ofrendas de cosas materiales, o por nuestro matrimonio. En cada caso, necesitamos preguntarnos si hemos sido aniquilados en cuanto a ese asunto en particular. Debemos preguntarnos si estamos orando con algún interés propio. Cuando oremos por cualquier asunto, es necesario que se nos ha ya dado fin en cuanto a ese asunto.
Siempre tengamos presente que el fuego que se quema en el altar de las ofrendas es el mismo fuego que quema el incienso en el altar del incienso. Únicamente el fuego que quema el sacrificio y lo convierte en cenizas puede ser el fuego que quema el incienso. Si un fuego se lleva al altar del incienso para quemar el incienso sin primero quemar el sacrificio y convertirlo en cenizas, ése sería un fuego extraño. Podemos ver la seriedad de este asunto por el destino que tuvieron Nadab y Abiú. Si no hemos experimentado la obra aniquiladora de la cruz en cierto asunto, y aun así llevamos ese asunto ante Dios en oración, eso sería una gran ofensa a Dios.
En un sentido estricto, si uno no ha sido aniquilado por medio de la cruz en cierto asunto, no es posible que uno ore por ese asunto. Si no ha sido aniquilado en la cruz en cuanto a su marido o su esposa, entonces, hablando honestamente, no está calificado para orar por su marido o esposa. ¿Por qué muchas veces el Señor no escucha nuestras oraciones en cuanto a nuestra propia familia? La respuesta es porque no nos hemos convertido en cenizas. Esas oraciones eran meramente oraciones naturales, oraciones de fuego extraño. Muchas veces cuando oramos por la iglesia y por la obra del Señor, el Señor no responde. Oramos por las bendiciones del Señor; sin embargo, no vemos las bendiciones. Puede ser que ustedes han estado orando por años, pidiendo que el Señor haga crecer la iglesia, pero la iglesia aún no experimenta ningún crecimiento. Sus oraciones no han sido contestadas porque son oraciones de fuego extraño, oraciones naturales.
Tenemos el concepto que Dios ciertamente oirá nuestras oraciones porque Él es misericordioso y lleno de gracia para con nosotros. Este concepto es erróneo. Dios frecuentemente no escucha las oraciones del hombre. Él no nos escucha porque los que oramos no hemos pasado por el altar. Algunos solamente llevan consigo la sangre del altar, pero no el fuego. Pasan por la redención, pero no por la aniquilación del altar.
Recuerden, por favor, siempre que el hombre vaya a quemar incienso en el altar del incienso, debe satisfacer dos condiciones básicas. Debe experimentar la sangre, la cual nos dice que todos los que vienen allí a orar han sido redimidos y lavados. También debe experimentar el fuego, el cual nos dice que todos los que vienen allí a orar han sido consumidos y han llegado a ser cenizas.
Por tanto, hermanos y hermanas, si la luz del Señor los alumbra intensamente, no podrán orar inmediatamente por una gran cantidad de cosas. La disminución en el número de sus oraciones demuestra que están siendo purificados. Si reconocen que muchas oraciones son fuego extraño, entenderán que esas oraciones no son ni necesarias ni correctas. No se atreverán a orar más esas oraciones, las cuales son para sí mismos y no por el bien de Dios, porque tales oraciones son iniciadas por ustedes mismos y no por Dios. Una vez que hayan sido terminados por la cruz, habrá una gran purificación en sus oraciones.
Es posible que algunos pregunten: “¿Si hemos sido aniquilados de esa manera, por qué aún necesitamos pensar en la oración? Puesto que hemos llegado a ser cenizas, que ni hablan ni piensan, entonces todo ha llegado a su fin. ¿Por cuáles asuntos, entonces, necesitamos orar?”. Sí, ciertamente las cenizas significan que todo ha llegado a su fin. Pero no olviden que el fuego que quema las cenizas sigue estando allí para quemar el incienso ante Dios. Al estudiar los tipos del Antiguo Testamento logramos entender claramente que el incienso se refiere a la resurrección del Señor y a la fragancia del Señor en Su resurrección. Donde está el Señor, allí también está la resurrección. Donde sea que ustedes y yo hayamos sido aniquilados, ahí estará la manifestación de Cristo. Primero pasamos por la redención de la cruz ante Dios, aceptamos la obra aniquiladora de la cruz y verdaderamente llegamos a ser cenizas ante Dios. Entonces, de inmediato Cristo llega a ser el incienso que quemamos ante Dios.
Por tanto, en sentido estricto, la oración es Cristo mismo y la expresión de Cristo. Una oración que es buena, correcta, apropiada, verdadera y aceptable ante Dios, no es otra cosa que la expresión de Cristo. Si ustedes han sido aniquilados en la cruz, Cristo vivirá en ustedes a partir de tal aniquilación. En cuanto a la oración, Cristo se expresa a través de ella. En cuanto al vivir, el Cristo resucitado es el vivir. En cuanto al ministerio, el Cristo resucitado es el ministerio. Solamente tal oración puede ser aceptable ante Dios y puede ser considerada una oración de olor fragante. Ésta es la oración de uno que ha pasado por el lavamiento de la sangre y por la aniquilación del fuego, permitiendo así que Cristo se exprese desde su interior.
Por consiguiente, hermanos, si realmente tienen una visión acerca de esto, se postrarán ante Dios y confesarán su inmundicia y su manera natural de ser. Al principio no podrán expresar ninguna otra oración. Verán la necesidad de ser lavados por la sangre y consumidos por el fuego. Y le dirán a Dios: “Soy una persona inmunda, y también soy un hombre natural. Hasta el día de hoy aún estoy en mi yo natural. Necesito que Tu sangre me limpie y que Tu fuego me consuma. Necesito que la cruz me redima y que también me dé fin”. Hermanos, cuando permitan que la cruz les dé fin, podrán experimentar, de una manera práctica, a Cristo manifestándose desde su interior. Es este Cristo resucitado quien llega a ser su oración, el incienso que ustedes queman ante Dios. Quizás no hagan muchas oraciones, pero las pocas oraciones que hagan serán contestadas por Dios.
Apocalipsis 8 muestra claramente dos cosas: las oraciones de los santos, y el Ángel, es decir, el Señor Jesús, que lleva el incienso. El incienso se refiere al Cristo resucitado. Este incienso es añadido a las oraciones de los santos.
Hermanos y hermanas, permítanme preguntarles, ¿puede el Señor Jesús añadir incienso a todas sus oraciones? No. Si desean que el Señor Jesús en resurrección sea añadido a su oración, su oración debe pasar por la redención de la sangre y por la obra aniquiladora de la cruz. Las oraciones mencionadas en Apocalipsis 8 son oraciones que incluyen muerte y resurrección, así que una vez que el incienso de tales oraciones fue presentado ante Dios, ocurrieron inmediatamente truenos y relámpagos en la tierra. Esto significa que Dios escucha y contesta las oraciones que se ofrecen en la muerte y la resurrección.
Apocalipsis 8 nos muestra cómo Dios en Su administración va a juzgar esta era. Pero este juicio está en espera de las oraciones de aquellos que han recibido la redención de la sangre y la aniquilación de la cruz. Este juicio está esperando las oraciones de aquellos que han sido resucitados para ir en pos de Su corazón, y que se mantienen firmes en la posición de muerte, permitiendo así que el Cristo resucitado se una a sus oraciones. Esas oraciones, por tanto, han de ser oraciones extraordinarias, las cuales pueden juzgar y concluir esta era. Repetimos, la razón por la que ellos son capaces de orar por tales asuntos tan elevados e importantes es porque han sido aniquilados por la cruz y así el Cristo resucitado puede añadirse a sus oraciones. Éste es el significado del incienso añadido a las oraciones.
Dijimos anteriormente que las verdaderas oraciones consisten en que el Cristo que está en nosotros ore al Cristo que está en el cielo. Aquí, entonces, tenemos un problema. Debido a que nosotros somos hombres de muchas opiniones, ¿cómo puede Cristo encontrar una manera de surgir de nuestras oraciones? Para darle la manera, necesitamos pasar por el lavamiento de la sangre y por la aniquilación del fuego. Los que han sido aniquilados no tienen ninguna opinión. En la cruz recibimos la redención y la aniquilación. Entonces, el Cristo en nosotros puede unirse a nosotros y vestirse de nosotros para orar. Por consiguiente, nuestra oración es Cristo mismo. Cuando Cristo se expresa a través de nosotros, éste es el incienso que se añade a nuestras oraciones.
Algunos dicen que el incienso aquí se refiere a los méritos de Cristo. Eso es cierto, pero se refiere aún más al Cristo resucitado. El incienso incluye Sus méritos, todo lo que Él es, todo lo que Él ha logrado, y todo lo que Él hace. El Cristo resucitado con toda Su obra y resultados es el mismo incienso. Mientras que recibamos la redención de la sangre y estemos bajo la aniquilación de la cruz, el Cristo en nosotros se unirá a nosotros. Entonces, cuando oramos, será Cristo quien ora. En ese momento, nuestra oración es la expresión de Cristo. Como resultado, tales oraciones ante Dios son el incienso que es aceptable a Dios, y tales oraciones serán contestadas por Dios.
Las oraciones ante Dios deben ser de dos aspectos. Incluyen la oración del hombre así como el incienso de la resurrección de Cristo añadido a esa oración. En Apocalipsis 5 solamente vemos las oraciones de los santos, es decir, solamente las copas de oro sin el incienso añadido a ellas. Por tanto, allí no hay respuesta a las oraciones. Las respuestas a las oraciones se basan en el hecho de que el incienso se ha añadido a ellas. Sin embargo, en el capítulo 8 hay un cuadro completo. Están las oraciones de los santos, y está también el Cristo resucitado que es añadido como incienso a esas oraciones. Ambos son ofrecidos ante Dios. Al mismo tiempo, también se están derramando las respuestas a las oraciones. Éste es el máximo resultado de la oración basada en la experiencia de la cruz.