
Ubicamos este capítulo después del capítulo titulado “La cruz y la oración” basados en el procedimiento que existía en el tabernáculo. Cuando el sacerdote entraba al altar del incienso para quemar incienso, tenía que pasar primero por el altar de las ofrendas. Esto nos ha mostrado la relación que existe entre la cruz y la oración. Después de pasar por el altar de las ofrendas y de llegar al Lugar Santo, encontramos allí dos piezas de mobiliario además del altar del incienso. Tenemos la mesa de los panes de la proposición y el candelero de oro. Los panes de la proposición y el candelero de oro son para el altar del incienso. En otras palabras, cualquier persona que vaya ante Dios a quemar incienso, primero debe colocar los panes de la proposición sobre la mesa y mantener las lámparas del candelero en orden. Mantener las lámparas en orden es una cuestión de la iluminación de la vida, la cual abordaremos en el capítulo siguiente. En este capítulo consideraremos primero el asunto del suministro de vida y la oración, es decir, la relación que existe entre la mesa de los panes de la proposición y el altar del incienso.
El tipo del tabernáculo en el Antiguo Testamento nos muestra que la mesa de los panes de la proposición y el altar del incienso están relacionados. También revela que todos aquellos que queman incienso en el altar del incienso comen del sacrificio santo sobre el altar de las ofrendas. Sabemos que las cosas santas aluden a Cristo mismo como alimento para los que sirven a Dios. Todos aquellos que queman incienso en el altar del incienso dependen de las cosas santas del altar, de las ofrendas, para su suministro. Además, no deben descuidar los panes de la proposición mientras que están en el Lugar Santo. Cuando queman el incienso, no sólo dependen del sacrificio como su alimento, sino que también dependen de los panes de la proposición. Que el sacrificio santo y los panes de la proposición se colocaran ante Dios indica que el hecho de que el sacerdote se presentara ante Dios para quemar el incienso, —para orar— está relacionado con el suministro de vida. Por tanto, si queremos entender lo que significa orar delante de Dios en el Lugar Santo, debemos conocer la suministración que proveen el sacrificio santo y los panes de la proposición. Debemos conocer la relación que hay entre el suministro de vida y la oración.
La tipología indica claramente que todos aquellos que quemen incienso deben tomar las ofrendas como su alimento y deben colocar los panes de la proposición ante Dios. Aquel que no coma el sacrificio apropiadamente y que no tenga los panes de la proposición para llevar al Lugar Santo, no podrá quemar incienso sobre el altar del incienso. Estos dos aspectos del suministro de vida, uno interior y el otro exterior, son requisitos previos a nuestra oración. Por tanto, una persona que ora ante Dios debe tomar a Cristo como su suministro de vida día a día.
En el capítulo 4 hablamos específicamente de la vida de la oración. La vida de la nueva creación que hemos recibido posee muchas características y habilidades innatas. Una de estas características y habilidades innatas es la oración. Todos sabemos que cuando oramos nos sentimos cómodos por dentro; pero cuando no podemos orar nos sentimos encarcelados, incómodos y anormales. Esto se debe a que la característica y la habilidad innata de la vida que mora en nosotros nos exigen orar. Si permitimos que esta habilidad se exprese, ella nos conducirá espontáneamente a la oración, y entonces nos sentiremos tranquilos. Pero si nuestra situación no permite que la vida nos conduzca a la oración, detectaremos una condición de estar atados. Pienso que todos los hijos de Dios tienen esta clase de experiencia hasta cierto grado. El hecho de sentirnos atados cuando no podemos orar y sentirnos tranquilos cuando oramos comprueba que la vida de la nueva creación dentro de nosotros es una vida que ora.
Todas las oraciones genuinas son oraciones de vida. Una oración de vida es aquella que proviene totalmente de la vida. Debido a que proviene de la vida, por consiguiente es una oración genuina. Toda oración que no proceda de la vida es fingida, imitada, renuente, ritualista y superficial. Es decir, falsa.
Supongamos que tenemos a dos huéspedes que nos visitan. Uno es mayor, con más de sesenta años de edad, y el otro es pequeño, con un poco más de dos años. Al estar juntos, me doy cuenta que hay una enorme diferencia entre nuestros huéspedes en cuanto a sus palabras y su comportamiento. A veces el mayor intenta copiar la sonrisa del pequeño. Pero su sonrisa es pretenciosa, falsa. Otras veces el pequeño intenta imitar el idioma del mayor y suena algo parecido a él. Sin embargo, se puede detectar que el niño está fingiendo el habla de la otra persona. No tiene sesenta años, pero usa las palabras de una persona de esa edad. Aunque finge muy bien, tenemos que admitir que es falso, porque su vida aún no ha alcanzado esa etapa. Si él gritara y llorara, pusiera los platos al revés y lanzara los tazones, uno sentiría que su comportamiento es genuino, porque ese comportamiento refleja genuinamente el nivel de su vida.
Por favor, tengan presente que ocurre lo mismo con la oración. Una oración genuina definitivamente es aquella que procede de la vida. No hay manera de imitar el tono, el sonido, las palabras, la forma ni el estilo de las oraciones de otra persona. Incluso si se pudiera imitarlas, aún serían falsas.
Hermanos y hermanas, espero que puedan ver que la oración es un asunto de vida. Quizás no seamos tan estrictos en cuanto a otros asuntos, pero la oración es y debe ser exclusiva y absolutamente un asunto de vida. El nivel de vida que tengamos determina el nivel de nuestra oración. La medida de vida que poseamos establece la medida de nuestra oración. La vida es el factor determinante de la oración. Nuestra condición de vida revela nuestra condición en cuanto a la oración. Si tenemos problema con la vida, seguramente tendremos problema con la oración. La vida y la oración son proporcionales y funcionan paralelamente. Todas las oraciones genuinas son oraciones de vida.
Hemos dicho que la oración depende también de las palabras. Pero no olvidemos que las palabras son la expresión de la medida de vida. Necesitamos alcanzar cierta medida de vida para hablar las palabras que corresponden a esa medida. De otra manera, quizás hayamos aprendido a hablarlas, pero es posible que no estén respaldadas por la vida ni tengan el peso de vida apropiado. No debemos meramente ejercitarnos en la oración y hacer caso omiso al asunto del crecimiento en vida. Si hacemos caso omiso del crecimiento en vida, nuestra oración diferirá muy poco de una actuación. Por tanto, debemos medir nuestra oración con base en nuestro crecimiento en vida. Esto es un principio absoluto.
La medida del suministro de vida que recibamos, determinará el peso de nuestra oración. Una persona que tiene el suministro de vida quizás no ore con todo ese suministro de vida, pero una persona que no tiene el suministro de vida, no tiene la posibilidad de orar. En otras palabras, la suministración de vida siempre excede la oración, pero la oración nunca puede exceder la suministración de vida.
No piensen que predicar es muy difícil y que orar es muy fácil. Si ustedes oran como si fuera una actuación, entonces, por supuesto que es muy fácil. Pero no es nada fácil hacer una oración llena de carga, una oración genuina, que pueda tocar el trono. La oración es una labor difícil. Según lo que consta en la historia del linaje humano, nunca ha habido alguien que trabajara en algo hasta el punto de sudar sangre. Pero en el jardín de Getsemaní, hubo uno que en efecto oró y sudó sangre. Cuando Moisés oró sobre la cumbre del collado, necesitó que Aarón y Hur le sostuvieran sus manos. Levantar las manos es fácil, pero levantarlas y orar, no es fácil.
Hermanos, no conozco ningún pasaje en la Biblia que diga que tenemos que ayunar y predicar la Palabra, pero sí he encontrado versículos que dicen que debemos ayunar y orar. ¿Qué quiere decir la Biblia cuando menciona que debemos ayunar y orar? Esto no sólo alude a tratar nuestro cuerpo duramente; más bien significa ejercitar todo nuestro ser para llevar la carga de algún asunto. Entonces esa carga nos presiona a tal grado que ni tenemos hambre, haciéndonos ayunar y orar.
La oración nos suministra vida y también consume vida. Por una parte, la oración realmente puede hacer que uno reciba el suministro. Por otra parte, la oración también puede hacer que uno sea consumido en vida en gran medida. Si una oración no nos suministra vida, tal oración es cuestionable. Por otra parte, si una oración no nos consume en vida, también es cuestionable. Solamente aquellas oraciones que son simple actuación no consumen vida. Una oración genuina, la que lleva una carga en ella, ciertamente consumirá vida. Después de orar de esta manera por una hora, necesitamos recuperarnos y ser suministrados con una gran porción de vida.
Por tanto, todo aquel que busca la verdadera oración debe saber cómo obtener el suministro de vida. Muchas veces nos acercamos al Señor no para orar, sino para tener comunión con Él, buscando Su suministro de vida. Si hemos de orar de una manera genuina, no debemos llevar muchas cargas diariamente; de otra manera, llegaría a ser una dificultad y un verdadero sufrimiento. Debido a que la oración es la parte más elevada y duradera de la obra espiritual, realmente consume mucha vida. No debemos laborar excesivamente, y según el mismo principio, no debemos orar excesivamente. Esto significa que nuestra oración no debe exceder la suministración de vida. Todos los días debemos tener un tiempo en el que no llevemos ninguna carga en nuestra oración, sino en el que simplemente nos acerquemos al Señor y recibamos Su suministración.
Espero que todos los hermanos y hermanas tengan presente este principio: si no reciben el suministro de vida a horas predeterminadas todos los días, su oración es cuestionable. Si no hay suministración de vida, definitivamente no habrá vida de oración. Así que, debemos aprender a recibir la suministración de Cristo como vida continuamente. Recibamos la suministración de vida en este tiempo de solaz que tenemos con el Señor, mediante la meditación, el invocar al Señor, la lectura de la Palabra, y mediante la comunión con los santos. Esto nos permitirá tener oraciones genuinas ante Dios. También necesitamos aprender a recibir Su carga en la oración. Sin embargo, no debe ser una carga demasiado pesada, no sea que suframos pérdida. Debemos recibir el suministro de vida habitualmente todos los días; éste es un principio muy importante de la oración.
Es muy difícil mantener siempre nuestra vida ante el Señor en una condición libre de problemas. General e inconscientemente, nuestra vida interior incurre en algunos problemas. Cuando sucede esto, no podemos orar. Por ejemplo, puede ser que tengamos alguna controversia con el Señor con respecto a cierto asunto. Nos negamos a obedecer la voluntad del Señor, e insistimos en actuar según nuestra propia voluntad. Una vez que exista tal controversia, habrá problemas en nuestra vida, y no podremos orar. Incluso si oramos, nuestras oraciones no serán verdaderas. Tenemos que resolver esa controversia y decirle al Señor: “Señor, te permito ganar otra vez en este asunto. Estoy dispuesto a ser derrotado por Ti”. En ese momento, la oración interior puede ser restaurada.
No solamente las controversias causan problemas en cuanto a la vida. Incluso el hablar palabras innecesarias en nuestra vida diaria puede afectar nuestra oración. Por tanto, debemos tomar medidas rigurosas con respecto a todas las cosas que puedan afectar la oración. Siempre debemos calibrar la condición de nuestra vida interior.
Nada restringe y controla al hombre más rigurosamente que la oración. Si alguien no ora por una semana, ciertamente estará muy lejos del Señor y se volverá muy libre. En cambio, una persona que ora mucho todos los días, sin duda, se encontrará plenamente restringida. Uno es libre para hacer lo que desea, excepto en cuanto a la oración. Por ejemplo, la enseñanza del Señor nos muestra que cuando oramos, debemos perdonar a otros. Cuando no perdonamos a otros, no podemos orar. Es por esto que algunas personas en ocasiones no han podido orar. Aunque puedan decir unas palabras de oración, saben que no están realmente ante el trono de Dios. Están conscientes de que existe una separación, una distancia entre ellos y Dios, debido a que no han podido perdonar a su hermano. Esto significa que su vida ha incurrido en cierto problema. Por tanto, necesitan aprender las lecciones de la oración y a tomar medidas con respecto a su vida interior. Pueden darse cuenta que no solamente aprenderán mucho en cuanto a la oración, sino que además tendrán un crecimiento en vida día a día. Ninguna otra actividad requiere el suministro de vida tanto como la oración. Tampoco existe otra cosa que pueda causar que un cristiano crezca rápidamente como la oración.
Para aprender a orar, debemos aprender primero a permanecer en la vida divina y no apartarnos de ella. Debemos seguir el sentir de vida y vivir en la comunión de la vida. Cada vez que nos apartamos de la vida, no tenemos manera de orar. Aquellos que oran más y que son más concienzudos y serios en la oración, son aquellos que permanecen en vida. Las lecciones de la oración son absolutamente un asunto espiritual, un asunto de vida. No importa cuánto hayamos aprendido, la oración siempre incluye al espíritu y gira en torno a la vida. Todas las lecciones de vida se hallan el espíritu. Por tanto, si deseamos aprender las lecciones de la oración, necesitamos ser aquellos que permanecen en vida.
Por ejemplo, consideremos una reunión del evangelio en la iglesia. Cuando usted asista a tal reunión habrá varias posibilidades. Quizás sienta que, debido a que es la iglesia la que está predicando el evangelio, es imprescindible que usted, como un hermano o hermana que sirve a Dios, también participe. Por tanto, usted asiste a la reunión. Otra posibilidad sería que los ancianos le digan que realmente lo necesitan en esa predicación del evangelio, y que es imprescindible que vaya. Entonces, como siente que no tiene opción, usted va. Por favor, recuerde que éstos no son ejemplos de permanecer en vida. Y ya que su razón para asistir no es la vida, no podrá ofrecer muchas oraciones por ese asunto. La situación debe ser tal que en su espíritu usted se siente muy preocupado por la predicación del evangelio. Entonces, espontáneamente, usted podrá orar. Así que, hermanos, para orar necesitan aprender a permanecer en vida en todos los asuntos.
Lo mismo ocurre con las relaciones que tienen con los hermanos y hermanas. Quizás ustedes tengan diferentes razones para mantener sus relaciones con los hermanos y hermanas. Pero a menos que esas razones sean en vida, éstas nunca harán que ustedes oren por los hermanos y hermanas. Ustedes y yo necesitamos aprender lecciones rigurosas y condenar cualquier cosa que no pertenezca a la vida. ¿Cómo pueden saber qué pertenece a la vida? Tienen que preguntarse si hay oración o no. Si su relación con los hermanos y hermanas pertenece a la vida, ustedes orarán mucho. Esto no es debido a que los hermanos o hermanas les pidan que oren por ellos. Se debe a que su relación con ellos emana de la vida, así que no pueden evitar orar por ellos. Si no es de vida, incluso aunque procuren orar, no sentirán la necesidad urgente en su interior de orar. Por consiguiente, simplemente se olvidarán de ello después de un tiempo.
Por tanto, recuerden que donde está la vida, hay oración; donde no está la vida, no hay oración. Si no permanecemos en vida, incluso la oración por nuestros parientes no durará mucho tiempo. Cuando mucho oraremos una vez, y eso será todo. Las oraciones verdaderas y duraderas solamente pueden darse en vida.
Por tanto, hermanos, debemos aprender a vivir en la vida divina. Tenemos que admitir que no hay muchos hombres de oración entre nosotros, y muchos hermanos y hermanas tienen un problema en su vida de oración. La razón por la que nuestra oración es inadecuada es porque existe un problema relacionado con la vida. Siempre que haya un problema con la vida, habrá problemas en cuanto a la oración. Así que, para orar, uno necesita aprender a permanecer en vida. Estudiar, discutir, exhortar, animar y solucionar problemas, todo es en vano cuando no se ofrecen las oraciones genuinas. Solamente al aprender a permanecer en vida podremos ofrecer verdaderas oraciones.
Tomemos, por ejemplo, una iglesia local que esté teniendo problemas. Ustedes pueden, con todas las buenas intenciones, desear ser pacificadores a fin de arreglar los problemas en dicha iglesia, al allanar sus diversos conceptos e ideas y lograr que ellos sean uno. Estos métodos, separados de la vida, son inútiles, y ustedes no tendrán muchas oraciones verdaderas. Hay solamente una manera de tener verdaderas oraciones que toquen el trono con respecto a los problemas de esa iglesia. Esta manera es vivir en la vida divina. La solución de los problemas de la iglesia depende de nuestra oración. Cuando hay oración en vida, se solucionan los problemas. A menos que permanezcan en vida, su oración seguramente no durará mucho tiempo, no será genuina, y por tanto, será inútil.
¿A qué se debe que siempre que ciertas personas oran por el evangelio, inmediatamente se salvan algunas personas, mientras que otras personas pueden orar continuamente, sin embargo, nadie se salva? Todo depende de que los que oren estén permaneciendo en vida o no lo estén. Algunos han dicho: “¡Ustedes deberían ir a laborar con cierto grupo de personas en particular!”. Hermanos y hermanas, pueden decir esto mil veces, pero sigue siendo inútil. En cambio, necesitamos hombres que en todas las cosas permanezcan en vida. No depende de tener una visión natural o de hacer una observación ordinaria, sino de aprender a vivir en vida. El resultado serán verdaderas oraciones en vida. Tales oraciones provienen del Señor, y serán eficaces. De otra manera, no importa cuánto se esfuercen por promover algún asunto, será en vano.
Todas las oraciones genuinas, las oraciones que tocan el trono, emanan de la vida. Perdónenme, por favor. He visto muchos de los problemas de los hermanos y hermanas en diferentes localidades, pero raramente oro por ellos, porque carezco de vida en lo que concierne a esos lugares. En otras palabras, no tengo la capacidad de tomar la carga. Tomar la carga significa que en ese asunto en particular uno está viviendo en la vida divina. Hacer intercesión no es un asunto fácil ni ligero. No consiste en que yo le diga a usted: “Hermano, por favor ora por tal y tal iglesia” y en que usted conteste: “Está bien”. Entonces, tan pronto como usted llegue a casa, se arrodille y ore: “Oh Señor, ten compasión de esta iglesia”. Esto es inútil. Y de todos modos no habría mucha oración. Quizás después de orar dos o tres veces, simplemente se olvide del asunto. Y quizás después de un mes, incluso se le olvide que ha orado por ese asunto en particular.
Tener oraciones genuinas significa que son capaces de introducir ese asunto en su vida. Debe sentir que al tener contacto con esa iglesia descarriada, y al tocar la comunión y el sentir internos allí, usted está convencido de que el Señor ha puesto la carga del problema de esa iglesia en usted. Y debido a que tiene ese sentir, usted expresa cierta oración. Usted no puede olvidar ese tipo de oración, porque si no ora, sentirá una carga y no se sentirá liberado. Por el contrario, se sentirá presionado y ferviente interiormente. Esta clase de oración pertenece a la vida.
Que el Señor me cubra con Su sangre al decir esto, realmente me desagrada un refrán muy común en el cristianismo: “Por favor, ore por mí”. Un día, al estar en el aeropuerto para despedir a alguien, observé algunas personas muy modernas, vestidas a la moda y muy actualizadas, cuya conversación y acciones crearon una atmósfera que hizo que los demás se sintieran muy incómodos. Pero cuando llegó el momento de darse la mano y decirse adiós, ellos aún podían decirse unos a otros: “Por favor, ore por mí”. Cuando escuché esto, sentí náuseas. En el cristianismo, ésta es una frase convencional que sirve de poco. Toda verdadera oración proviene de la vida. Cualquier persona que no está en vida, seguramente no puede orar.
En el Antiguo Testamento Daniel era un hombre de oración que vivía constantemente en vida, y esa vida equivalía a su oración. Leamos las oraciones de Daniel y podremos ver que todas sus oraciones eran hechas en vida. Su vivir y su vida eran tales que él podía hacer oraciones de peso ante Dios. Asimismo, después de la ascensión del Señor, los ciento veinte oraron por diez días y provocaron el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Muchas personas mencionan este asunto hoy en día y animan a otros a que oren como ellos. Pero, ¿qué utilidad tiene tal estímulo? Es necesario comprender que ellos fueron capaces de orar por diez días consecutivos porque vivían esa clase de vida. Las oraciones del Señor Jesús en los Evangelios también fueron hechas según el mismo principio. Él iba a menudo a la montaña a orar, porque Él llevaba esa clase de vida.
La oración es por completo un asunto de la vida. Por tanto, para aprender las lecciones de la oración, necesitamos aprender las lecciones de la vida. Aprendan a tener más tratos y ajustes en lo que se refiere a la vida divina. También aprendan a permanecer en vida y a tomar la carga de la vida. De este modo, no habrá necesidad de que otros les exhorten a orar. Ustedes orarán espontáneamente. La cantidad de oraciones genuinas de una persona se determina por la medida de vida que hay en ella.