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Mensajes del libro «Lecciones acerca de la oración»
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CAPÍTULO TRES

EL HOMBRE DE ORACIÓN

  Sabemos que en todo lo que hacemos, el resultado siempre depende de la clase de persona que somos. Una persona puede hacer lo mismo que hace otra persona, pero cuando lo hace, el resultado es diferente. Los chinos tienen este refrán: “El resultado de cualquier hecho depende de la persona que lo hace”. Muchos consideran que el método es la clave, pero la realidad es que la persona es más importante que el método. El método es algo muerto, pero la persona es un ser vivo. Por tanto, no es suficiente tener un método particular; también se debe contar con una clase de persona en particular. En asuntos espirituales prácticamente se podría decir que la persona equivale al método. Si la persona no es la apropiada, el método resultará inútil, por muy correcto que sea, porque las cosas espirituales son asuntos de vida, y la vida no depende de los métodos. La vida simplemente se expresa según su naturaleza. Así que, en asuntos espirituales, la persona equivale al método.

  En toda la Biblia vemos que Dios raras veces les enseñó a los que le servían los métodos con los cuales debían cumplir su servicio, más bien, trató con las personas mismas. Consideremos el ejemplo de Moisés, uno de los siervos más importantes de Dios en el Antiguo Testamento. Ni en el momento en que fue llamado, ni antes de su llamamiento, hay indicios de que Dios le hubiera hablado de diversos métodos de servicio. Al contrario, Dios pasó ochenta años tratando con el propio ser de Moisés, porque en cuanto a tener contacto con Dios, la persona equivale al método. Aunque hemos hablado de algunos principios acerca de la oración que nos indican en qué consiste realmente la oración, si nuestra persona es inadecuada y meramente intentamos orar según esos principios, éstos no serán eficaces. Por tanto, si deseamos aprender cómo orar, debemos saber qué clase de persona debe ser un hombre de oración. Puesto que éste es un tema tan extenso, sólo podemos mencionar algunos principios importantes.

I. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER UNA PERSONA QUE BUSCA A DIOS Y SU VOLUNTAD

  Si una persona sólo procura satisfacerse a sí misma y sus propios intereses, puede orar, pero no será un hombre de oración. Un hombre de oración tiene que ser una persona a quien en todo el universo solamente le interesa Dios y Su voluntad, sin tener ningún otro deseo aparte de esto.

  Podemos ver claramente esta característica en nuestro Señor Jesús cuando vivió como un hombre en esta tierra. Cuando oró en Getsemaní, Él tuvo comunión con Dios acerca del asunto de Su muerte, diciendo: “Si es posible, pase de Mí esta copa”. Y luego dijo: “Pero no sea como Yo quiero, sino como Tú” (Mt. 26:39). Tres veces le dijo a Dios, hágase Tu voluntad y no la Mía. El concepto general es que cuando una persona ora, le pide a Dios que haga algo para él. Por ejemplo, si tiene un deseo, ora por ese deseo y le pide a Dios que se lo cumpla. Pero en Getsemaní vemos a alguien que oró de la siguiente manera: “No sea como Yo quiero, sino como Tú”. En realidad, el Señor Jesús estaba diciendo: “Aunque estoy orando aquí, no estoy pidiendo que hagas algo por Mí; más bien, estoy pidiendo que se haga Tu voluntad. No busco nada para Mí mismo en este universo. Mi único deseo es que Tú prosperes y que Tu voluntad se pueda realizar. Únicamente te deseo a Ti y Tu voluntad”.

  Una vez más consideremos la oración modelo con la cual el Señor Jesús enseñó a Sus discípulos a orar, pues esta oración sigue el mismo principio. Al comienzo Él dijo: “Santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:9-10). Estas palabras que Él oró revelan claramente cuál era Su deseo interior. Hermanos, si únicamente oramos por nuestro vivir, trabajo y familia, entonces nuestras oraciones realmente están por debajo de la norma. Esto demuestra que no somos sencillos ni puros ante Dios, sino que más bien somos complicados e interiormente tenemos una mezcla de intereses, ya que deseamos otras cosas aparte de Dios.

  A veces incluso en la obra de Dios codiciamos algo para nosotros mismos. Nuestro espíritu y nuestro corazón aún no han sido purificados al grado que busquemos solamente a Dios y Su deseo; por tanto, no somos hombres de oración. Tal vez oremos, pero en cuanto a nuestro ser se refiere, no somos hombres de oración. Un hombre de oración es aquel que ora mucho ante Dios por amor al deseo de Dios, a saber: por la prosperidad de Dios y por el cumplimiento de Su voluntad. Nunca busca su propia prosperidad, aumento, disfrute ni satisfacción. Todo lo que desea es a Dios mismo y la voluntad de Dios; está satisfecho con tal de que Dios tenga la manera de seguir adelante y lograr Su voluntad. Hermanos y hermanas, sólo este tipo de persona es un hombre de oración.

  Aunque pareciera que estas palabras son algo prematuras y elevadas para un creyente nuevo, usted y yo debemos tener fe en que desde el principio ayudaremos a los nuevos creyentes a ser adiestrados apropiadamente en cuanto a la oración. Podemos decirles en una manera simple y clara que, incluso al orar por los alimentos en el desayuno, deberíamos decirle a Dios: “Oh Dios, aunque oramos que nos des nuestro pan de cada día, dicha oración no es por nuestro propio bien, sino por el Tuyo. Comemos porque deseamos vivir para Ti. Aun cuando oramos por tal asunto tan insignificante, nuestro corazón es únicamente para Ti, y no para nosotros mismos. Lo que queremos es solamente a Ti y Tu voluntad, y no nuestro propio disfrute y prosperidad”.

  Incluso al hacer negocios, al enseñar y en cualquier otro asunto, el principio es el mismo. Podemos decirle a Dios: “Oh Dios, bendice este negocio, pero no para mi propio beneficio, sino para el Tuyo. Oramos pidiendo que este negocio prospere y produzca ganancias, pero no a causa de nosotros mismos, sino a causa de Tu reino”.

  Este principio también se aplica a la predicación del evangelio y al establecer, administrar y edificar la iglesia. A veces después de sufrir una pérdida en la obra, uno llora y se lamenta ante Dios. Pero puede ser que este dolor no tenga valor y que Dios no se acuerde de nuestras lágrimas. Dios nos preguntará: “¿Por quién te compadeces, y por quién lloras?”. Dios nos hará ver que nuestro motivo interior no es puro, sino que en la obra de Dios todavía tenemos nuestros propios deseos, expectativas y metas.

  Por tanto, hermanos y hermanas, en todo lo que oremos, debemos decirle a Dios: “Oh Dios, estoy orando por este asunto por amor a Ti mismo y a Tu reino; sólo me importas Tú y Tu voluntad”. Alguien que puede orar así, es un hombre de oración. En cuanto a esto debemos ser examinados y probados por Dios. Aparentemente sólo estamos orando a Dios por algo, pidiéndole que eso nos sea hecho, pero ¿nos hemos dado cuenta que nuestras oraciones son pruebas que dejan en evidencia nuestra postura?

  ¿Qué es lo que realmente buscamos en este universo? ¿Para qué vivimos? ¿Buscamos nuestros propios intereses o los de Dios? ¿Vivimos para nosotros mismos o para Dios? ¿Queremos que Dios satisfaga nuestro deseo o el Suyo? Tarde o temprano cada uno de nosotros será puesto a prueba con respecto a nuestras oraciones. A menos que una persona haya sido llevada por Dios a tal estado de pureza, no será un hombre de oración. Puede hacer muchas oraciones, pero éstas son de poco valor ante Dios, y él mismo no puede ser considerado como una persona que labora juntamente con Dios, que coopera con Él, que ora a Él y que cumple Su voluntad.

II. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER ALGUIEN QUE VIVE EN DIOS Y QUE SIEMPRE TIENE COMUNIÓN CON ÉL

  No es suficiente que un cristiano viva ante Dios; debe también aprender a vivir en Dios. En el cristianismo actual oímos frecuentemente que debemos vivir ante Dios, teniendo un corazón temeroso ante Él. Por supuesto, estas enseñanzas son muy buenas; sin embargo, por favor recuerde que en la era del Nuevo Testamento no es suficiente únicamente que el hombre viva ante Dios; es también necesario que viva en Dios. En Juan 15:7 el Señor Jesús dice: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho”. Con estas palabras el Señor nos muestra que un hombre de oración debe ser alguien que permanece en Él. Vivir ante el Señor ciertamente es bueno, pero es posible que usted y el Señor todavía sean dos personas; el Señor es el Señor, y usted es usted. Sólo cuando usted vive en el Señor puede llegar a ser uno con Él. Entonces usted puede decirle al Señor: “Señor, no soy únicamente yo el que ora, somos Tú y yo, yo y Tú los que oramos juntos. No soy simplemente yo orando ante Ti, sino que, mucho más, soy yo que oro en Ti. Soy una persona unida a Ti y que ha llegado a ser uno contigo. Por tanto, puedo orar en Tu nombre”.

  La Biblia dice que debemos orar en el nombre del Señor. Orar en el nombre del Señor significa orar en el Señor. Aquellos que oran en el nombre del Señor están en el Señor y son parte de Él; ellos y el Señor han llegado a ser uno. Hemos utilizado frecuentemente un ejemplo para explicar este asunto de orar en el nombre del Señor. Supongamos que tengo algo de dinero depositado en el banco, y que hago un cheque, lo firmo con mi nombre, y se lo doy a un hermano para que retire ese dinero del banco. Cuando él va a retirar el dinero, él me representa, no se representa a sí mismo. Cuando el cajero le entrega el dinero, no lo hace a nombre de ese hermano, sino a mi nombre. En ese momento, ese hermano es como si fuera yo. Pasa lo mismo cuando oramos en el nombre del Señor y Dios contesta nuestra oración. Por tanto, a fin de ser hombres de oración, debemos vivir en el Señor.

  En Juan 14, 15 y 16, el Señor Jesús les dijo a las personas que oraran en Su nombre. En estos tres capítulos, por lo menos seis o siete veces el Señor les dicen que pidieran “en Mi nombre”. Esto es lo mismo que cuando dice: “Permaneced en Mí,” y “Vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Pedir en el Señor es pedir en Su nombre. Cuando oramos, es el Señor quien ora en nosotros, y somos nosotros los que oramos en Él; el Señor y nosotros oramos juntos, porque estamos unidos con el Señor y hemos llegado a ser uno con Él.

  Si permaneciéramos así en el Señor, no habría un solo momento en que se interrumpiera nuestra comunión con Él. El fluir de la corriente eléctrica es la mejor manera de ejemplificar la comunión presentada en las Escrituras. La comunión espiritual es un fluir en el espíritu —el Espíritu de Dios y nuestro espíritu, nuestro espíritu y el Espíritu de Dios—, dos espíritus en comunión mutua. En la oración apropiada, el Espíritu de Dios y el espíritu del hombre siempre permanecen en comunión mutua, en un fluir mutuo; ambos espíritus han llegado a ser un solo espíritu. Cuando realmente entramos en la oración, podemos decir: “Dios, aquí hay un hombre que vive en Ti y que tiene comunión contigo en espíritu”. Siempre que oremos, ya sea que oremos en voz alta o silenciosamente, debemos tener la percepción de que el Espíritu de Dios se está moviendo dentro de nosotros. Somos nosotros los que oramos, pero es el Espíritu de Dios el que se mueve en nosotros. Tal persona es la que tiene comunión con el Señor y que es un hombre de oración.

  Algunos dicen que los sufrimientos nos constriñen a orar. Pero permítanme decirles, hermanos y hermanas, si tienen que esperar a que lleguen los sufrimientos para que los compelan a la oración, entonces no son hombres de oración. Un hombre de oración apropiado no espera hasta que lleguen los sufrimientos para orar; más bien, aprende a permanecer en el Señor diariamente y a mantener una comunión ininterrumpida con Él. Por tanto, espontáneamente tiene un espíritu de oración. El Espíritu Santo es quien le concede la gracia al hombre para que éste le suplique a Dios. Por tanto, es el Espíritu Santo dentro del espíritu del hombre quien hace que el hombre ore.

  La comunión con el Señor no permite que exista ninguna barrera entre el creyente y el Señor. Si dentro del creyente existe un pequeño pensamiento que hace que no esté dispuesto a perdonar a los demás, esto constituiría una barrera entre él y el Señor. Si él permite que alguna barrera permanezca, ésta le alejará más y más de Dios. Por esta razón, el Señor dijo: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano...” (Mt. 5:23-24). Esto significa que no debemos tener ningún problema con nadie. Porque tan pronto tengamos algún problema con el hombre, existirá una barrera entre nosotros y Dios, y no podremos ser personas que permanecen en Dios y que tienen comunión con Él.

  Pienso que todos hemos tenido esta clase de experiencia. A veces se debe a cierto pecado (no necesariamente uno grande) con respecto al cual no queremos tomar medidas, o debido a alguna preferencia o atadura que no queremos romper. Estos asuntos se convierten inmediatamente en barreras entre nosotros y el Señor. Una vez que caemos en esta clase de situación, nuestro espíritu de oración se apaga. Esto se debe a que no estamos en el Señor, y la comunión entre nosotros y Él se pierde. Cuando la vida de oración es suprimida, incluso si se ejercita la mente para concebir una oración o se ejercita la voluntad para forzarse a orar, es en vano.

  Si tan sólo amamos un poco al mundo y nos unimos secretamente a él, incluso esto nos haría incapaces de orar. En ocasiones la barrera existe porque dentro de nosotros hay un poco de orgullo, jactancia u ostentación. Quizá existen pensamientos que no son puros ni simples, sino que deseamos algo para nosotros mismos. Éstos son algunos factores, o bien podían ser llamados elementos venenosos, que matan el espíritu de oración en nosotros. Si estamos dispuestos a tomar medidas minuciosas con respecto a los pecados, separarnos totalmente del mundo, buscar la sencillez ante el Señor, dejar que el Espíritu del Señor nos purifique y permitir que la cruz aniquile en nosotros todo lo que el Señor condena, entonces experimentaríamos inmediatamente que el espíritu de oración en nosotros es despertado. Seguramente disfrutaríamos orar, tendríamos el apetito para orar y podríamos orar de manera prevaleciente, ya que en esos momentos permaneceríamos en el Señor y en comunión con Él. Es algo maravilloso que la vida que está dentro de nosotros sea una vida de oración. Si me preguntaran: “¿Cuál es la función principal del Espíritu Santo dentro de nosotros?”, diría que es conducirnos a la oración. Siempre que le demos espacio al Espíritu Santo y le obedezcamos un poco, el resultado inevitable es que Él nos conducirá a orar. Por otra parte, siempre que desobedezcamos o apaguemos al Espíritu un poco, la oración dentro de nosotros cesará inmediatamente, y el espíritu de oración también desaparecerá. Por tanto, hermanos y hermanas, si desean ser hombres de oración, tienen que ser personas que permanecen en Dios y en quienes el Espíritu de Dios halla lugar para Sí. Deben permanecer en el Espíritu de Dios y tener comunión continuamente con Él, es decir, que ambos espíritus tienen que fluir el uno en el otro. Cuanto mayor sea el fluir, más oración habrá. Puede ser que fluyan a tal grado que no sólo oran en su recámara, sino que el espíritu dentro de ustedes también puede orar mientras que están en el coche, en la calle o mientras hablan con otras personas. Incluso cuando estén de pie para ministrar, pueden ministrar y a la vez orar, y mientras hablan con los demás y tienen contacto con ellos, pueden contactarlos y seguir orando interiormente.

  El espíritu de oración es una ley de oración, tal como la digestión que se efectúa en el estómago es también una ley. Mientras estoy hablando, mi estómago está digiriendo; mientras estoy durmiendo, también está digiriendo; mientras estoy caminando aún está digiriendo. Si no tengo ningún problema con mi estómago, entonces su función digestiva continuará según la ley que actúa en el estómago. Bajo este mismo principio, en nuestro espíritu hay también la ley de la oración. En tanto vivamos en el espíritu, permitiendo que el Espíritu tenga lugar en nosotros, continuaremos en oración según la ley de la oración en nuestro espíritu. Entonces nuestra oración será muy espontánea.

  No pensemos que solamente cuando cerramos la puerta y nos dedicamos a la oración es cuando podemos considerar que la oración es genuina. Admito que esta clase de oración es necesaria, pero con respecto al hombre de oración, el énfasis no es que él deba dedicarse enteramente a la oración; más bien, que debe permitir que el espíritu de oración halle lugar en él. Una vez que el espíritu de oración halla lugar en nosotros, la ley de la oración en nuestro espíritu causa que oremos en cualquier momento; incluso cuando no estamos orando exteriormente, aun así, podemos estar orando.

  Espero, por tanto, que todos los que ministran la Palabra practiquen esto: por una parte, ministrar, y por otra, orar. Si existe la lujuria del pecado o si cualquier parte de nuestro ser está reservado para el mundo, puede ser que exteriormente ministremos, pero interiormente hay un impedimento. En momentos como éste, las personas que escuchan pueden notar inmediatamente que nuestras palabras son superficiales, vacías, muertas e insulsas, pues nuestras palabras carecen del espíritu. Pero por otra parte, si mientras estamos hablando exteriormente, interiormente estamos orando y teniendo comunión en el espíritu, aunque nuestras palabras sean las mismas que antes, cuando se expresan, las personas pueden percibir la frescura. Esto es algo maravilloso. Si una persona que habla está viviente y permanece en contacto con el espíritu interiormente, otros podrán percibirlo. Mientras que ella habla, otras personas pueden percibir que no sólo está hablando exteriormente, sino que también está orando interiormente, tocando a Dios y teniendo comunión con Él.

III. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER ALGUIEN QUE ESPERA CONSTANTEMENTE ANTE DIOS

  Un hombre de oración es también una persona que permanece en Dios, esperando sinceramente ante Él. Todo aquel que ha aprendido bien las lecciones acerca de la oración, siempre espera ante Dios primero y después se introduce lentamente en la oración. Este asunto se habla en los salmos donde frecuentemente encontramos la frase: “Esperad a Dios”. Cuando vamos a orar, no debemos abrir precipitadamente la boca para expresar nuestras ideas y sentimientos; más bien, debemos detenernos y poner a un lado nuestros pensamientos y sentimientos, de modo que todo nuestro ser esté en espera ante Dios.

  Hay muchos ejemplos de esto en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Génesis 18 narra el hecho de que Dios apareció de manera especial a Abraham y que fue recibido por Abraham en su tienda. En esa ocasión Abraham sirvió ante Dios continuamente y no le pidió nada. Dios acabó de comer los panes y el becerro y habló acerca del asunto con respecto a Sara. Después que Dios se levantó para irse y Abraham caminó con Él cierta distancia, Dios se detuvo y dijo: “¿Ocultaré Yo a Abraham lo que voy a hacer?” (Gn. 18:17). En aquel momento Dios le hizo saber con claridad que Él había venido a la tierra para juzgar a Sodoma. Cuando Abraham escuchó esto, él entendió inmediatamente el deseo de Dios y supo que Él estaba preocupado por Lot, quien, aunque estaba en Sodoma, le pertenecía a Dios. Entonces Abraham oró inmediatamente conforme al interés de Dios. Esto nos muestra que él era realmente alguien que esperaba ante Dios.

  Esto no quiere decir que tenemos que encerrarnos en nuestro cuarto todo el día esperando en Dios; más bien, significa que en nuestro vivir diario debe haber una porción considerable de espera ante Dios. No debemos abrir ligeramente nuestra boca ante Dios, ni pedirle algo descuidadamente; más bien, siempre debemos mantener un espíritu, una intención, una actitud y una condición que le den a Dios la oportunidad de causar que sintamos Sus mismos sentimientos y que le permitan expresar Su deseo en nuestro espíritu. Debemos esperar hasta tocar el deseo de Dios y percibir Sus sentimientos, y entonces orar; así esta oración será iniciada por Dios dentro de nosotros.

  Quisiera decirles, hermanos y hermanas, que el primer buen ejemplo de oración en la Biblia es la oración de Abraham en Génesis 18. Esa oración contiene algunos principios muy importantes. Cuando el mundo entero rechazaba a Dios, había un hombre que quería a Dios. Ese hombre era Abraham. Aunque aparentemente él no vivía en Dios, en realidad él era una persona que tenía comunión con Dios y que esperaba ante Él. Cuando él vio a Dios, no dijo inmediatamente: “Jehová está aquí, los ángeles del cielo están aquí, así que quiero esto y lo otro”. No, él no pidió nada; más bien, esperó ante Dios. Él esperó fuera de la tienda, y después de andar con esos visitantes celestiales hasta cierta distancia, aún se detenía y seguía esperando ante Dios. Fue mientras él esperaba que Dios tuvo la oportunidad de decir: “¿Ocultaré Yo a Abraham lo que voy a hacer [en la tierra]?”. Y entonces Dios le reveló Su intención a Abraham.

  En esa ocasión Dios le habló a Abraham en forma de una adivinanza, y no con palabras claras. Por tanto, la oración de Abraham ante Dios también fue una adivinanza, y no palabras explícitas. Al mencionar a Sodoma, la intención de Dios se centraba en Lot. Dios deseaba que alguien orara por Lot para que Él pudiera tener la oportunidad de salvarle. Abraham conocía el corazón de Dios, y cuando escuchó a Dios mencionar a Sodoma, inmediatamente recordó a Lot, quien se hallaba enredado en Sodoma, y comenzó a orar por él ante Dios. La cosa extraña es ésta, que ni Dios ni Abraham mencionaron el nombre de Lot. ¿Cómo sabemos entonces que Abraham oraba por Lot? Porque hay versículos en el capítulo 19 que dicen que, cuando Dios acabó con todo el valle y con la ciudad de Sodoma, Él se acordó de Abraham y salvó a Lot sacándolo de esa ciudad. Por esto sabemos que la oración de Abraham ante Dios y la intercesión con la cual Dios cargó a Abraham estaban centradas en Lot. Ni Dios ni Abraham mencionaron el nombre de Lot; sin embargo, el corazón de Dios y el corazón de Abraham estaban centrados en Lot.

  Abraham pudo hacer tal oración que tocó el corazón de Dios porque él era alguien que esperaba ante Dios. No tenía muchas opiniones, súplicas, peticiones ni sugerencias; más bien, detenía las actividades de su propio ser ante Dios. Él esperó ante Dios, dándole la oportunidad de hablar, y después oró conforme a lo que Dios dijo. Por tanto, un hombre de oración ciertamente es alguien que es capaz de esperar ante Dios. Ésta es una lección muy profunda que necesitamos aprender cabalmente. Un hombre que va ante Dios a orar debe frenar todo su ser. Es decir, su parte emotiva, su mente y su voluntad deben detenerse en gran medida. Sólo una persona así, que incluso detiene las actividades de su propio ser, puede esperar ante Dios.

IV. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER ALGUIEN QUE PONE A UN LADO SU PROPIA PERSONA, ESPECIALMENTE SU HABILIDAD Y OPINIONES

  Alguien que aprende a orar tiene que aprender la estricta lección de ponerse a un lado y detenerse por completo. El yo aquí se refiere especialmente a las opiniones propias y a la habilidad natural. En Hechos 10 había un hombre, Pedro, que subió a la azotea de la casa para orar. En aquel momento, él ya había pasado por Pentecostés y tenía ya considerable experiencia espiritual; sin embargo, su oración muestra que aún no podía poner a un lado su propia opinión. Aunque había subido a la azotea para orar, allí argumentó con Dios y necesitó que Dios le diera la visión otra vez. Cuando vio aquel gran lienzo descender del cielo y oyó una voz que le dijo: “Levántate, Pedro, mata y come”, él dijo: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás” (Hch. 10:13-14). Ésta fue su opinión. Dios le dijo inmediatamente: “Lo que Dios limpió, no lo tengas por común” (Hch. 10:15). Aquí la opinión de Pedro entró en conflicto con la voluntad de Dios; por tanto, no logró avanzar en su oración.

  No pensemos que en lo referente a la oración tenemos menos conflictos con Dios de los que tuvo Pedro. Cuando nosotros venimos ante Dios, tenemos demasiadas opiniones. Lean, por favor, las muchas oraciones registradas en la Biblia. En un buen número de ellas ustedes podrán ver la habilidad natural del hombre así como las opiniones humanas. Jonás es un buen ejemplo de esto en el Antiguo Testamento. Cuando él oraba, no podía poner su opinión a un lado. Él oró con su opinión, la cual estaba en conflicto con Dios. Una vez más consideremos a Pedro. En la noche que el Señor Jesús fue traicionado, pareciera que Pedro oraba al Señor, diciendo: “Aunque todos tropezaren, yo no, aun si he de morir contigo”. Como Pedro se apoyaba firmemente en su habilidad natural, el Señor no podía contestar su oración. Su oración fue: “Aun si otros tropezaran, yo te pido que me mantengas firme”. Aunque no lo expresó de esta manera, podemos creer que él esperaba ser capaz de permanecer firme. Esa esperanza era su deseo ante Dios. Pero el Señor parecía decir: “Seguramente caerás; no puedo contestar tu oración y hacer que tu habilidad natural tenga éxito”.

  Una persona que ora ante Dios debe ser una que siempre es derribada delante de Dios. El ejemplo más patente de esto es la experiencia de Jacob en el vado de Jaboc. En aquel momento, su oración ante Dios estaba llena de su fuerza natural. Allí él incluso luchó con Dios hasta el punto de que Dios no tuvo otra alternativa que tocarle la coyuntura de su cadera. Consecuentemente, Jacob quedó lisiado. Hay numerosos ejemplos como éste en las Escrituras. Un buen número de hombres han ido ante Dios y han orado con su fuerza natural y según sus propias opiniones; estos dos asuntos son los obstáculos más grandes a la oración.

  Por tanto, un hombre de oración genuino es, sin duda alguna, aquella persona que es derribada ante Dios, y cuya fuerza, opiniones y conceptos han sido quebrantados por Dios. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, todos los que lograron tocar a Dios y orar ante Él son aquellos cuya fuerza natural había sido terminada, y cuyos conceptos habían sido puestos a un lado. Daniel fue una persona que yacía totalmente derribada ante Dios, o sea, ante Dios él no tenía fuerza ni conceptos. Ocurrió lo mismo con David en el libro de Salmos. Por tanto, todos los hombres de oración apropiados son muy blandos ante Dios. Han puesto su yo a un lado, han quedado derribados ante Dios y han sido quebrantados. No insisten ni confían en su propia fuerza natural, ideas ni en sus opiniones. Sólo tales hombres pueden tocar el trono y la voluntad de Dios. Únicamente tales hombres pueden ser hombres de oración.

V. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER ALGUIEN QUE ESTÁ DISPUESTO A PAGAR CUALQUIER PRECIO PARA SATISFACER TODO LO QUE DIOS EXIGE DE ÉL

  Otro requisito de un hombre de oración es que debe estar dispuesto a pagar cualquier precio para satisfacer todo lo que Dios exige de él. Quisiera decirles a los hijos de Dios que no puede haber un solo momento en el que tengan comunión con Dios, en el que Él no exija algo de ustedes. Cada vez que se encuentran con Él, Él exige algo de ustedes. Siempre pensamos que Dios es un Dios que nos concede gracia. Pero quisiera decirles, hermanos y hermanas, que Dios es también un Dios que nos impone exigencias.

  Temo que nunca antes algunos de los hermanos y hermanas habían imaginado que Dios es un Dios que siempre exige algo de nosotros. No podemos negar que Dios nos da el suministro, pero debemos recordar que no necesitamos orar por el suministro de Dios, porque todo Su suministro ya es nuestro. Lo que más necesitamos es que Dios nos despoje. Aunque la cruz tiene la forma de un signo más, de hecho es un signo menos. Nuestro problema hoy no es que tengamos muy pocas cosas que pesan sobre nosotros; más bien, tenemos demasiadas cosas en nosotros. Así que, siempre que nos encontramos con Dios, Él exige que nos despojemos de algo.

  Por favor, lean la historia de Abraham. Desde el principio, cuando Dios lo encontró, hasta el final, cuando llegó a conocer a Dios, no hubo ni una ocasión en la que Dios se le apareció, que no lo despojara de algo. La primera vez Dios le dijo: “Vete de tu tierra, de tu parentela”, la segunda vez Él le dijo: “[Vete] de la casa de tu padre” (Gn. 12:1). La primera vez lo despojó de su país; la segunda, lo despojó de su padre. En otra ocasión fue despojado de Lot. Abraham continuó su camino, pero iba arrastrando a Lot, al cual debió dejar atrás, debido a que Lot pertenecía a su tierra, a su parentela y a la casa de su padre. Entonces, en el capítulo 15, cuando finalmente dejó a Lot, él cambió su dependencia a Eliezer de Damasco. Él le dijo a Dios: “Oh Señor Jehová [...] el heredero de mi casa es Eliezer de Damasco” (Gn. 15:2). Pero Dios le dijo: No, “tu heredero no será éste” (Gn. 15:4). Así que, también tenía que dejar a esa persona. Más tarde, en el capítulo 16, él adquirió a Agar y engendró de ella a Ismael. Más y más personas fueron añadidas a él, pero estas adquisiciones le fueron dadas por Egipto y no por la cruz. Por tanto, en el capítulo 17, Dios vino a él, y es como le dijera: “Necesitas ser circuncidado y despojarte de algo, porque aún tienes muchas cosas en ti”. El pacto que Dios hizo con Abraham fue un pacto de disminución y no de aumento. Entonces, en el capítulo 21, Dios declaró formalmente que Agar e Ismael debían ser echados fuera. Les digo que, incluso el último que le permaneció, Isaac, quien fue obra de la gracia de Dios, tuvo que ser ofrecido en sacrificio. Decimos que Abraham era una persona que heredó las bendiciones; sin embargo, cuando leemos la historia de los tratos que experimentó con Dios, raramente vemos que él recibiera algo de Dios; más bien, lo que vemos repetidamente es cómo Dios le despojó y le impuso muchas exigencias.

  Hay algo que puedo decirles a los hijos de Dios con plena certeza: si Dios no les ha exigido algo hoy, entonces realmente hoy no se han encontrado con Él. Cada vez que se encuentren con Dios, Él exigirá algo de ustedes. Si sus oraciones tocan a Dios, se encontrarán con un requerimiento Suyo. Así que, deben estar listos para pagar el precio. No solamente deberán deshacerse de lo que es nacido de la carne, incluso deberán ser despojados de lo que han obtenido por medio de la gracia. Ismael debía ser echado fuera, e Isaac debía ser ofrecido. Toda oración genuina causará que toquemos a Dios, y todo aquel que toca a Dios se encontrará con Sus exigencias. Por tanto, un hombre de oración es definitivamente una persona que paga el precio.

  Hermanos y hermanas, nuestro problema ante Dios no es que carecemos de algo, sino que tenemos en exceso. Nuestro problema no yace en nuestra carencia, sino en nuestra suficiencia. Tenemos tantas cosas en nosotros, que cada vez que Dios nos toque, tenemos que despojarnos de algo. Debido a que Dios siempre nos impone exigencias, siempre debemos pagar el precio. Si Dios tiene un requerimiento, y usted no le complace, negándose a pagar el precio para satisfacer tal requerimiento, entonces le será muy difícil mantener una comunión que fluya libremente entre usted y Él, y no será apto para vivir en el Espíritu de oración. Aunque tal vez pueda orar, no será un hombre de oración. Por tanto, para ser un hombre de oración, debe estar dispuesto a pagar el precio. Cuando Dios exige algo de usted, puede decir: “Dios, por Tu gracia estoy dispuesto a pagar el precio. Incluso si se trata de Isaac, el cual Tú me diste, si Tú deseas que te lo ofrezca, estoy dispuesto a enviarle al altar”. Aquel que está dispuesto a pagar el precio para satisfacer el deseo de Dios, es un hombre de oración.

VI. UN HOMBRE DE ORACIÓN DEBE SER ALGUIEN CUYO VIVIR CORRESPONDA CON SU ORACIÓN

  Un hombre de oración debe llevar un vivir que sea consistente y que corresponda con su oración. Alguien puede pedirle al Señor por un avivamiento en la iglesia o por la salvación de un pecador, y sin embargo, su vivir no es consistente con su oración en lo absoluto. Él no lleva una vida que contribuya al avivamiento de la iglesia, ni vive de una manera que sea propicia para llevar a los pecadores a la salvación. Aunque ore, él no es un hombre de oración. Un hombre de oración no solamente lleva a cabo la acción de orar, sino que también lleva una vida de oración, pues su vivir es oración. Muchas veces oramos por ciertas cosas, pero después de orar no vivimos según la norma de vida que requieren esas cosas. Esto equivale a orar como por obligación, pero no es ser hombres de oración.

  Por tanto, hermanos, recuerden que en el aspecto interior la oración es nuestra vida, y en el aspecto exterior la oración es nuestro vivir. La oración no es algo que hacemos, ni tampoco es una labor. Por supuesto, en cierto sentido, la oración es una labor, pero todo nuestro ser debe ser puesto en la oración, e incluso debe ser la oración misma. Por ejemplo, un hermano puede orar pidiéndole a Dios que avive a la iglesia. Al pedir que Dios avive a la iglesia, lo hace de todo corazón, llorando, y ustedes, al estar orando ahí con él, pueden percibir la seriedad con la que él ora y pueden sentir que él tiene mucha carga. Sin embargo, inesperadamente, después de orar, él se levanta y se va a ver una película. ¿Consideran que él es un hombre de oración? No estoy diciendo que después de orar tenemos que fingir adoptando un rostro melancólico y triste; el Señor Jesús nos dijo que no debemos hacer eso. Cuando ayunamos y oramos, aún necesitamos ungir nuestra cabeza; es inútil fingir. El asunto es éste: la verdadera oración tiene una condición; es decir, si deseamos orar genuinamente, nuestra vida debe conformarse a nuestras oraciones. Nadie podrá creer que nuestro corazón realmente está llevando la carga de la iglesia si, tan pronto como terminamos de orar, podemos irnos a ver una película. En tal caso, nuestra vida no corresponde con nuestra oración. Si somos hombres de oración, nuestro vivir debe ser completamente uno con nuestra oración. Nuestro vivir es nuestra oración. Nuestra vida por dentro es una vida de oración, y nuestro vivir por fuera es un vivir de oración; por tanto, usted es un hombre de oración.

  Algunos pueden decirles que la oración requiere fe. Pero la fe no es algo que se pueda obtener solamente porque se desea. De hecho, la fe es una función que brota del Dios que mora en nosotros. Si usted es una persona que permanece en Dios, vive en Él y le permite que Él tenga potestad en usted, entonces Dios en usted producirá una función que es la fe. La fe no proviene de nosotros. Casi podemos afirmar que la fe es Dios mismo, tal y como el poder es también Dios mismo. Solamente cuando una persona se llena de Dios, se llena de poder. De igual manera, sólo una persona que está llena de Dios, está llena de fe. Por tanto, es inútil simplemente exhortar a las personas a que tengan fe. Si yo predicara cien mensajes diciéndoles que necesitan tener fe, aun así no tendrían fe. Si realmente desean tener fe, necesitan ser hombres de oración que viven en Dios, que experimenten los tratos que Él les asigna, que están dispuestos a ceder a Sus demandas y que le dan la libertad para que Él los despoje. Si Él obtiene lugar en ustedes, entonces Él es la fe en ustedes. Cuando Él los llena consigo mismo, ustedes son llenos de fe. No necesitan esforzarse ni obligarse a creer, sino que simplemente pueden creer. Por cuanto oran a un Dios que está dentro de ustedes, y Él es el mismo Dios que los llena y los insta a orar; Él ha llegado a ser vuestra propia fe. Recuerden, por favor, que en esos momentos, ustedes saben con certeza que su oración es aceptable a Él, que procede de Él, que lo conmueve a Él, y que por tanto, Él no puede sino contestarla. Esto es la fe. La fe no se produce conforme a nuestros deseos; más bien, es Dios en nosotros quien nos llena hasta tal grado que no tenemos otra opción más que tener fe. Espero que los hermanos y hermanas no solamente aprendan a orar, sino que por medio de la gracia del Señor, sean hombres de oración.

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