
Lectura bíblica: Gn. 2:7-9, 15-17; Ro. 9:21, 23; 2 Co. 4:7; Jn. 1:11-12; Col. 2:6
Punto central: el punto central de esta lección consiste en que el hombre es el recipiente que puede contener a Dios.
En esta lección queremos ver claramente que el hombre que Dios creó es un vaso de Dios.
Al crear al hombre, Dios deseaba obtener un vaso que le contuviera y expresara. El único punto crucial que queremos destacar en esta lección es que el hombre que Dios creó es un vaso. Muchos cristianos desconocen por completo este concepto y piensan que el hombre debe ser usado por Dios como un instrumento. El pensamiento más elevado que se les puede ocurrir es que el hombre debe ser un siervo de Dios. Pero la noción de que el hombre es un vaso de Dios les es ajena, puesto que no cabe en la mentalidad humana.
En la mente de Dios, el hombre es un recipiente, no un medio ni un instrumento. Si el hombre no es un vaso, un recipiente, que ha de contener a Dios y estar lleno de Él, no puede ser usado por Dios para cumplir Su propósito. Balaam, un profeta que provenía de los gentiles, fue usado por Dios, pero en un caso extremadamente negativo. Esto se debe a que era un profeta, pero nunca llegó a ser un vaso que contuviera a Dios. No era un recipiente de Dios.
En Romanos 9:21 y 23, Pablo nos dice que Dios creó al hombre a fin de formar un vaso que pudiese cumplir Su propósito. Dios creó al hombre como un vaso que pudiera contenerle a Él, de la misma manera que un alfarero hace una vasija de arcilla destinada a contener algo en ella. En 2 Corintios 4:7 se nos comunica la misma idea. El apóstol Pablo se consideraba un vaso de barro que contenía un tesoro, el cual es Cristo, o sea, Dios mismo. Por lo tanto, en Romanos 9 y en 2 Corintios 4 podemos ver claramente que Dios creó al hombre como un vaso que le contuviera.
Por ser un recipiente que contiene a Dios, el hombre necesita un receptáculo con el cual recibir a Dios, y esto es la única diferencia entre la creación del hombre y la de todo lo demás. Dios puso un espíritu solamente en el hombre y en nada más. Según Génesis 2:7, Dios creó al hombre formando su cuerpo del polvo, y luego sopló en su nariz, infundiéndole el aliento de vida y haciéndolo un alma viviente. Este versículo nos muestra que el hombre es un vaso hecho por Dios.
Es necesario que el hombre tenga un receptáculo para poder recibir y contener a Dios. Los radios modernos tienen una caja externa y un receptor interno, el cual detecta las ondas radiales invisibles. Génesis 2:7 nos muestra que el hombre tiene un cuerpo externo hecho del polvo y un receptáculo interno, un receptor interno, que fue producido por Dios cuando infundió el aliento de vida en el hombre. Este receptor interno es el espíritu del hombre.
El espíritu humano es muy parecido a Dios el Espíritu. Muchos de los que leen la Biblia cometen el error de pensar que el aliento de vida que Dios infundió en la nariz del hombre que había formado del polvo era la vida de Dios. Piensan que cuando Dios creó al hombre, impartió Su misma vida en ese cuerpo de barro. No captan la diferencia entre el aliento de vida que Dios infundió en el hombre en Génesis 2:7, y el Espíritu Santo que el Señor Jesús infundió en los discípulos cuando sopló sobre ellos en Juan 20:22. Cuando el Señor Jesús infundió el Espíritu de Dios en los discípulos, la vida eterna entró en ellos, pero cuando Dios sopló impartiendo el aliento de vida en el cuerpo humano de polvo, dicho aliento se convirtió en el espíritu humano del hombre.
Hay dos principios que no nos permiten decir que la vida de Dios entró en el hombre cuando Dios lo creó y le infundió Su aliento de vida. El primer principio es el libre albedrío del hombre. Si Dios hubiese puesto Su vida eterna en el hombre cuando lo creó, éste no habría tenido que ejercer su libre albedrío. Esto significa que la creación habría cumplido el propósito de Dios sin que el hombre usara su voluntad, lo cual niega el principio divino según el cual Dios dio al hombre libre albedrío.
Además, conforme a toda la Biblia, la afirmación de que el hombre recibió la vida eterna de Dios cuando fue creado no sólo se opondría al principio divino respecto al libre albedrío del hombre, sino que estaría en contra de la economía de Dios. Toda la Biblia muestra que después de la creación, Dios quería que el hombre le escogiera voluntariamente, así que lo puso frente al árbol de la vida, esperando que el hombre, por su propia cuenta, escogiera recibir a Dios como vida. Sería contrario a la economía divina que Dios depositara Su vida en el hombre al momento de crearlo.
Después que el hombre cayó, Dios cerró el acceso al árbol de la vida. Según la revelación presentada al final de Génesis 3, Dios cerró el camino al árbol de la vida a fin de que el hombre caído no viviera para siempre teniendo consigo su condición pecaminosa (vs. 22-24). Esto indica que el hombre no tenía la vida eterna de Dios cuando fue creado. De hecho, el hombre no podía recibir esta vida sino hasta que el Señor Jesús pasara primero por la muerte y la resurrección para efectuar la redención a fin de resolver el problema del pecado del hombre y liberar la vida eterna de Dios.
Algunos afirman erróneamente que el hombre recibió la vida de Dios cuando fue creado, basando dicha afirmación en Lucas 3:38, donde dice que Adán era hijo de Dios. Ellos sostienen que Adán debe de haber tenido la vida de Dios, pues de no ser así, no podía llamarse hijo de Dios. Sin embargo, también a los ángeles se les llama hijos de Dios (Job 1:6; 38:7), pero eso no significa que los ángeles tengan la vida de Dios ni Su naturaleza. En la Biblia la palabra hijo tiene por lo menos dos significados, a saber: uno se refiere a ser engendrado por el Padre y tener la vida y la naturaleza del Padre; el segundo significado se refiere a ser creado por Dios. Dado que Adán y los ángeles fueron creados por Dios, pueden llamarse hijos de Dios, ya que Él es su origen. Incluso los hijos adoptivos pueden llamarse hijos, pero carecen de la vida y la naturaleza del padre adoptivo. Adán era considerado hijo de Dios por haber sido creado por Él, del mismo modo que los poetas paganos consideraban a toda la humanidad el linaje de Dios (Hch. 17:28). La humanidad fue creada por Dios, pero no regenerada. Esto es absoluta e intrínsecamente diferente al hecho de que los creyentes en Cristo son hijos de Dios. Ellos nacieron de Dios, fueron regenerados por Él y poseen Su vida y naturaleza (Jn. 1:12-13; 3:16; 2 P. 1:4).
Aunque el hombre no recibió la vida de Dios cuando fue creado, sí se le dio un espíritu humano, el cual procedió del aliento de vida de Dios. Por esto, aunque dicho espíritu no es el Espíritu de Dios ni la vida divina, es muy parecido al Espíritu de Dios. Es por esto que el espíritu humano puede recibir a Dios el Espíritu. Un objeto de cobre puede transmitir electricidad, pero uno de madera o de papel no puede. Entre la electricidad y el cobre no existe un efecto aislante, de ahí que haya una especie de transmisión. Del mismo modo, entre el Espíritu de Dios y nuestro espíritu hay una especie de transmisión, y no hay ningún elemento aislante entre ellos. Pero entre nuestro cuerpo físico y el Espíritu de Dios o entre nuestro ser psicológico y el Espíritu de Dios hay cierto elemento aislante y, por ende, no hay transmisión. Debido a que el espíritu humano procede del aliento de Dios, nuestro espíritu humano es muy parecido a Dios el Espíritu. Recalcamos este hecho porque es la base de las siguientes lecciones acerca de la vida. No podemos ayudar a otros a avanzar en la vida divina si pasamos por alto este punto crucial.
Puesto que nuestro espíritu es semejante a Dios, y existe una transmisión entre Dios el Espíritu y nuestro espíritu humano, éste puede contactar a Dios y ser uno con Él. Juan 4:24, que dice que Dios es Espíritu y que los que le adoran deben adorarle en espíritu, demuestra que nuestro espíritu puede tener contacto con Dios. Romanos 8:16 dice que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro espíritu. La preposición con en este versículo indica que el Espíritu de Dios es uno con nuestro espíritu. Esta pequeña palabra con es muy valiosa, ya que indica que nuestro espíritu es ahora uno con el Espíritu de Dios. Debemos hacer hincapié en estas verdades continuamente, especialmente al comunicarlas a los que son nuevos entre nosotros, ya que éstos, especialmente los que han venido a la vida de iglesia en los últimos dos años, necesitan esta ayuda.
El hombre fue hecho no sólo con un espíritu, sino también con una mente que puede entender a Dios (Lc. 24:45; Ro. 12:2). Una cosa es tener contacto con Dios, recibirle y contenerle, y otra es entenderle. Tenemos un espíritu que puede recibir a Dios, pero también tenemos un alma, psujé. La Biblia, al referirse a las personas, las llama almas (Éx. 1:5; Hch. 2:41). Cada uno de nosotros es un alma. Somos seres psicológicos, somos almas y, como tales, tenemos la facultad de entender. Dios creó al hombre con una mente, que es parte del alma, a fin de que le pudiera entender. El entendimiento es una función de la mente. Lucas 24:45 dice que el Señor abrió el entendimiento de los discípulos para que comprendiesen las Escrituras. Éste es un versículo excelente que demuestra que necesitamos entender a Dios.
El hombre también fue creado con una parte emotiva que puede amar a Dios (Mt. 22:37). La Biblia muestra que en nuestro ser psicológico, aparte de la mente como órgano del entendimiento, tenemos una parte emotiva, que es el órgano con el cual amamos. Mateo 22:37 dice que debemos amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. La mente también es parte del corazón pero se menciona separadamente en este versículo. Puesto que la mente se menciona separadamente, se puede ver que este corazón debe de referirse a la facultad de amar que tiene el corazón, o sea, la emoción. Después de recibir a Dios, debemos entenderle, y luego debemos apreciarle, quererle, amarle y valorarle. Por consiguiente, Dios preparó para nosotros una parte emotiva, una facultad de nuestro corazón que puede amar.
El hombre también fue creado con una voluntad para que escogiera a Dios. Sin esta facultad, el hombre no tendría alternativas, ni podría tomar decisiones, ni tendría dirección ni meta. Por eso, Dios creó en él un poderoso órgano que le permitiera escoger. En nuestro ser anímico o psicológico, la parte más fuerte es nuestra voluntad. Incluso después de la caída del hombre, Dios sigue preservando la voluntad humana para Su propósito. Cuando creemos en el Señor Jesús, tomamos una firme decisión ejerciendo nuestra voluntad. Martín Lutero es un ejemplo de una persona de voluntad férrea; así que tuvo una gran fe. Tener una fe firme siempre depende de una voluntad firme.
El hecho de que Dios pusiera al hombre frente a dos árboles indica que el hombre tenía libre albedrío. Los dos árboles nos muestran que en el universo hay dos voluntades, dos orígenes y dos posibilidades que el hombre puede escoger. Dios puso al hombre frente a los dos árboles en una posición neutral. Esto indica que sin lugar a dudas para ese tiempo el hombre tenía una voluntad fuerte y libre; de no ser así, Dios no lo habría puesto en medio de esas dos alternativas.
Después que Dios puso al hombre frente a dos alternativas, le advirtió que no escogiera el árbol equivocado y le instruyó a comer del árbol correcto (Gn. 2:16-17). Esto muestra que Dios creó al hombre con libre albedrío y que deseaba que éste ejerciera su libre albedrío y le escogiera a Él.
El hecho de que Dios le prohibiera al hombre comer del árbol del conocimiento indica que Dios deseaba que el hombre recibiera a Él como vida al disfrutarle (Jn. 1:11-12; Col. 2:6). Comer se relaciona con disfrutar. Dios deseaba que el hombre le recibiera con gozo y con deleite, y no de ninguna otra forma.
El hombre debe ser un vaso para Dios a fin de ser capaz de contenerle. Ésta es la conclusión y el énfasis de esta lección. Para recalcar esto, vayamos a Efesios 3:17, que dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones”. Debemos decirles a los santos que un hogar es un enorme vaso. Todos los moradores son el contenido de las diferentes habitaciones. La casa nos contiene a nosotros sus moradores. Por consiguiente, nosotros debemos ser los vasos que contengan a Dios.
En el libro de Efesios, Pablo nos exhorta enérgicamente a ser el hogar de Cristo. El deseaba que Cristo hiciera Su hogar en nuestros corazones para que fuéramos en realidad Sus vasos. Las enseñanzas del cristianismo desconocen este hecho. Recalcan muchas cosas éticas, mas no el hecho de que debemos permitir que el Señor haga Su hogar en nuestro corazón a fin de que seamos vasos que le contengan a Él. El enfoque de esta lección es que el hombre debe ser un recipiente para Dios.