
En esta lección nos centraremos en Moisés.
En Génesis no vemos un cuadro claro de la redención. Con Abraham vemos el llamamiento de Dios, pero no hay relación de la redención de Abraham. El cuadro que vemos en toda la experiencia de Isaac es un cuadro del disfrute de la rica herencia en vez de un cuadro de la redención de Dios. Con Jacob, aunque fue finalmente transformado en un Israel, un príncipe de Dios, tampoco hay registro en cuanto a su experiencia de la redención. En el libro de Exodo, sin embargo, podemos ver en Moisés un retrato claro y completo concerniente a la redención de Dios.
En el libro de Génesis, tampoco vemos la gloria de Dios manifestada entre Su pueblo de una manera substancial. Sin embargo, en el capítulo cuarenta de Exodo, cuando Moisés levantó el tabernáculo, no solamente la gloria de Dios descendió sobre el tabernáculo, sino que también lo llenó. Así que, en Moisés también vemos la expresión de la gloria de Dios.
Moisés era un vaso preparado por Dios para la redención. Faraón tenía los hijos de Israel en esclavitud y también procuraba matar a todos los hijos varones nacidos a las mujeres hebreas (Ex. 1:11, 13-14, 16). Dios, no obstante, oyó el clamor de Su pueblo y bajó para librarlos de las manos de los egipcios (Ex. 3:7-8). Por esto, El preparó a Moisés para que fuese un salvador para los hijos de Israel.
Después de que la madre de Moisés dio a luz a Moisés, le escondió por tres meses. Cuando ya no le podía esconder, le metió en un arquilla de papiro, y la puso en un carrizal a la orilla del Nilo, y la hija de Faraón lo tomó y lo crió como a su propio hijo. En el palacio real Moisés fue entrenado en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en sus palabras y hechos. Pero cuando tenía cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel: al ver uno de ellos siendo oprimido por un egipcio, él mató al egipcio, y lo escondió en la arena (Ex. 2:12). El pensaba, entonces, que sus hermanos comprenderían que Dios mediante su mano les daría salvación, pero ellos no lo comprendieron. Así que, él fue rechazado por ellos (Hch. 7:25-28). Después, él huyó y habitó en la tierra de Madían donde engendró dos hijos.
Después de cuarenta años, Dios se le apareció en el desierto del Monte de Sinaí en una llama de fuego en medio de una zarza y le nombró como líder y salvador para que librase a los hijos de Israel de la tiranía de Egipto y les sacara de la tierra de Egipto, la tierra de esclavitud, a la tierra de Canaán, una tierra que fluía con leche y miel. Moisés hizo maravillas y milagros en el Mar Rojo y en el desierto durante cuarenta años para sacar el pueblo de Dios. Por tanto, en Moisés vemos un retrato completo de la redención de Dios, incluyendo la Pascua, el éxodo de Egipto, y el paso del Mar Rojo.
A fin de librar Su pueblo de la tierra de Egipto, la tierra de esclavitud, Dios mandó diez plagas por medio de Moisés para castigar a los egipcios. Después de nueve plagas, sin embargo, los egipcios todavía estaban endurecidos en sus corazones y no les dejaban salir. Así que, Dios mandó la última plaga, la cual dio muerte a todos los primogénitos, para demostrar Su poder y realizar Su camino de salvación.
El Señor mandó a los hijos de Israel, diciendo: “Morirá todo primogénito en tierra de Egipto” (Ex. 11:5), pero para Israel Dios estableció un camino de salvación. Dios mandó a los hijos de Israel que tomasen un cordero sin defecto por cada familia. Habían de matar el cordero en el día catorce del primer mes y poner su sangre en los dos postes y en el dintel de cada casa, y luego a medianoche el Señor pasaría por la tierra y entraría para herir a cada primogénito de aquellos cuyas puertas no estaban rociadas con sangre. Por lo tanto, en el día catorce del primer mes a medianoche, Jehová hirió a todos los primogénitos en la tierra de Egipto, tanto hombre como bestia. Solamente las casas de los hijos de Israel fueron pasadas, debido a la sangre del cordero de la Pascua que estaba rociada sobre los dos postes y el dintel de sus casas. También, en aquella noche todos los hijos de Israel habían ceñido sus lomos, tenían su calzado en sus pies, y tenían su bordón en su mano (Ex. 12:11) y se quedaron en sus casas para comer la carne del cordero. La Pascua descrita en Exodo 12 es un tipo claro, adecuado y aun todo-inclusivo de la redención de Cristo.
La Pascua es un tipo de Cristo. En 1 Corintios 5:7 Pablo dice: “Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada”. Aquí Pablo no dice que Cristo es nuestro cordero; él dice que Cristo es nuestra Pascua. Cristo no es solamente el cordero de la Pascua, sino también todo aspecto de la Pascua. El cordero, el pan sin levadura y las hierbas amargas están todos relacionados con Cristo. En principio, por lo tanto, Cristo no es solamente el cordero de la Pascua, sino la propia Pascua misma.
La palabra Pascua significa que el juicio de Dios pasa de nosotros. En Exodo 12:13 el Señor dice: “Y veré la sangre y pasaré de vosotros”. Según Exodo 12 Dios pasó de los hijos de Israel porque la sangre del cordero de la Pascua había sido rociada sobre el dintel y los postes de sus casas. Se les había mandado a los hijos de Israel que comieran la carne del cordero en sus casas. Esto indica que la casa había de ser su cubrimiento bajo el cual y en el cual ellos podían comer la carne del cordero de la Pascua. La casa que les cubría había de tener la sangre rociada en el dintel y en los postes. Cuando Dios vio la sangre, El pasó de ellos. Así que, este pasar de ellos era debido a la sangre rociada.
En 1 Corintios 5 Pablo nos muestra que la Pascua está relacionada no solamente con la sangre, sino con Cristo mismo. ¿Estamos nosotros bajo la sangre hoy, o estamos en Cristo? Hablando con propiedad, el decir que estamos bajo la sangre no es bíblico. Esta frase no se encuentra en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el Nuevo Testamento dice repetidas veces que nosotros estamos en Cristo. Según 1 Corintios 1:30, es por Dios que estamos en Cristo. Debido a que estamos en Cristo, El mismo viene a ser nuestra cubierta. Esto significa que antes de que Cristo pueda ser nuestra Pascua, El debe ser primero nuestra cubierta. Nuestra cubierta hoy día no es la sangre; es Cristo. En Éxodo 12 la Pascua fue basada en la sangre. Pero hoy nuestra Pascua está basada en Cristo. Esta es la razón por la cual Pablo pudo decir que Cristo es nuestra Pascua.
A los hijos de Israel se les mandó a cada uno tomar un cordero, según las familias de los padres, un cordero por familia. Por lo tanto, el cordero de la Pascua no era para cada individuo, sino para cada familia. Además, el cordero tenía que ser sin defecto, macho de un año, tomado de las ovejas o de las cabras (Ex. 12:3, 5). El ser de un año es estar fresco y no usado para ningún otro propósito. El cordero podía ser de las ovejas o de las cabras. Esto indica que cuando Cristo estaba en la cruz, El era tanto oveja como cabra. En Sí Cristo era totalmente bueno. Sin embargo, como nuestro substituto, El fue hecho pecado por nosotros (2 Co. 5:21).
El cordero de la Pascua tenía que ser examinado por cuatro días (Ex. 12:3, 6). En el día catorce del primer mes, toda la asamblea de la congregación de Israel tenía que matar el cordero en la noche y tomar de la sangre y ponerla en los dos postes y en el dintel de la casa. La sangre puesta en el dintel y los postes (Ex. 12:6, 7) era una señal de la redención, para que el Señor pudiera pasar de ellos cuando El viera esta sangre. Los hijos de Israel comieron la carne del cordero, la cual fue asada al fuego (Ex. 12:8-10), en la casa que había sido rociada con la sangre. Esto es para el suministro de vida. Comer el cordero con su cabeza, piernas y partes interiores significa que necesitamos tomar a Cristo por completo, en Su totalidad, y tomar Su sabiduría, Sus actividades, Su mover y Sus partes interiores. La carne del cordero había de ser comida con pan sin levadura y hierbas amargas. Esto significa que cuando disfrutamos a Cristo como nuestra Pascua, debemos purgar todo lo pecaminoso y también necesitamos lamentar y arrepentimos de las cosas pecaminosas. Nada del cordero podía quedarse hasta la mañana (Ex. 12:10), y ni uno de sus huesos podía ser quebrado (Ex. 12:46).
Mientras tomaban del cordero de la Pascua, los israelitas tenían que comer con sus lomos ceñidos, calzado en sus pies y bordón en su mano; y tenían que comer apresuradamente (Ex. 12:17). El resultado de todo esto es la producción del ejército de Dios. “Y en aquel mismo día sacó Jehová a los hijos de Israel de la tierra de Egipto por sus ejércitos” (Ex. 12:51). La redención completa de Dios —la Pascua— finalmente produce un ejército que lucha por el interés de Dios.
La salvación plena de Dios incluye la Pascua, el éxodo y el cruzar del Mar Rojo. Por medio de la Pascua los hijos de Israel fueron salvos del juicio de Dios. Cuando estaban en Egipto eran como los egipcios; eran pecaminosos y hasta adoraban ídolos (Ez. 20:7, 8). Junto con los egipcios, estaban bajo el juicio justo de Dios. Conforme al juicio justo de Dios, estaban bajo la pena de muerte. Por lo tanto, los hijos de Israel necesitaban de que el cordero de la Pascua fuese su substituto. Debido a que la sangre del cordero había sido aplicada a los postes de sus casas, Dios en Su justo juicio podía pasar de ellos.
Sin embargo, los hijos de Israel no solamente estaban bajo el juicio de Dios; también estaban bajo la tiranía de Faraón. Aunque la Pascua era adecuada para salvarlos del juicio de Dios, no era eficaz para rescatarlos de la usurpación de los egipcios. A fin de ser salvos de la tiranía de Egipto, los hijos de Israel necesitaban el éxodo y el paso del Mar Rojo.
A través del agua los hijos de Israel fueron salvos de Egipto y de su esclavitud (Ex. 13:3, 14), es decir, del mundo y su usurpación. Esta agua también los llevó a una esfera donde no había dominación ni esclavitud. En esta esfera edificaron el tabernáculo como la habitación de Dios en la tierra para cumplir el propósito de Dios. Esto indica que a través del agua de bautismo somos salvos del mundo a una esfera donde podemos realizar el propósito de Dios.
Mediante el disfrute de la Pascua y el bautismo en el Mar Rojo, los hijos de Israel hicieron su éxodo y entraron en el desierto. Ellos disfrutaron de las provisiones de la Pascua —el cordero, el pan sin levadura y las hierbas amargas— para fortalecerse para salir de Egipto, cruzar el Mar Rojo y entrar en el desierto.
Luego, con hacer que las aguas amargas se endulzaran (Ex. 15:23-25), las doce fuentes de agua en Elim (Ex. 15:27), el maná de los cielos (Ex. 16:14-15, 31, 32), y el agua viviente que salía de la roca golpeada (Ex. 17:6), Dios llevó a los hijos de Israel al Monte Sinaí. Todas estas cosas significan que Cristo es nuestro suministro de vida en todos los aspectos. Con este suministro el Señor guió los hijos de Israel al Monte Sinaí.
Ahora veremos dos elementos del suministro de vida en el cuidado del Señor de Su pueblo redimido.
En Exodo 16 maná fue enviado del cielo para ser la comida para el pueblo de Dios. Durante cuarenta años en el desierto, ellos dependieron del maná para su sustento.
Con dar a Su pueblo maná para comer, Dios indicó que Su intención era cambiar la naturaleza de Su pueblo. El quería cambiar su ser, su misma constitución. Ellos ya habían experimentado un cambio de lugar. Anteriormente, estaban en Egipto. Ahora, ellos estaban con el Señor en el desierto, un lugar de separación. Sin embargo, no es suficiente meramente tener un cambio de lugar, porque esto es demasiado exterior y demasiado objetivo. Debe haber también un cambio interior y subjetivo, un cambio en vida y naturaleza. Por lo tanto, la forma para que Dios produzca un cambio en Su pueblo es por medio de cambiar su dieta. Con comer la comida egipcia el pueblo de Dios había sido constituido con el elemento de Egipto. Aunque habían sido sacados de Egipto al desierto de separación, todavía estaban constituidos con el elemento de Egipto. La intención de Dios era cambiar su elemento por medio de cambiar su dieta. Dios quería alimentarlos con comida de los cielos a fin de reconstituirlos. Su deseo era llenarlos, satisfacerlos, saciarlos con comida del cielo, y así hacerlos un pueblo celestial.
En Exodo 17 “toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas...y acamparon en Refidim; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que bebamos” (vs. 1-2). Dios mandó a Moisés, diciendo: “Y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo” (v. 6). En el capítulo dieciséis tenemos un retrato claro del maná del cielo, y en el capítulo diecisiete, el registro del agua viva que fluía de la roca golpeada. Esto indica que después que experimentemos a Cristo como el maná, necesitamos también experimentarle como el agua viva.
En la tipología, Moisés significa la ley, y la vara representa el poder y autoridad de la ley. La roca tipifica a Cristo. Golpear la roca con la vara significa que Cristo fue herido por la autoridad de la ley de Dios. A los ojos de Dios no fueron los judíos los que dieron muerte al Señor Jesús, sino la ley de Dios. Durante las tres primeras horas de Su crucifixión, Cristo sufrió bajo la mano del hombre. Pero durante las tres últimas horas, Cristo sufrió porque El fue herido por el poder de la ley de Dios.
Además, el agua que fluía de la roca partida tipifica el Espíritu. Juan 7:37-39 dicen: “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él”. Esto indica claramente que el agua fluyente significa el Espíritu.
Por lo tanto, el significado del golpear de la roca con la vara de Moisés y el fluir del agua viva es que Cristo es nuestra roca. El es la roca de nuestra salvación, nuestro refugio, fuerza y reposo. Habiendo sido herido por el poder de la ley justa de Dios, El fue traspasado, y agua viva salió para que nosotros bebamos. El agua viva es el Espíritu como la realización máxima del Dios Triuno. Esta agua sacia nuestra sed y totalmente satisface nuestro ser. Este es el entendimiento correcto del cuadro descrito en Éxodo 17:1-6.
Al llevar el pueblo al Monte Sinaí, la montaña de Dios, la intención de Dios no era darles mandamientos para que los guardaran. Cuando Dios habló por primera vez al pueblo en Exodo 19, no había truenos, tinieblas ni sonido de trompeta. Allí en la montaña la atmósfera fue placentera y tranquila. El versículo 4 dice: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí”. El pueblo se había marchado de Egipto, a través del desierto y hacia la montaña de Dios. No obstante Dios dijo que El fue Aquel que los trajo a Sí mismo sobre alas de águilas. Después de compararse con una gran águila, el Señor pasó luego a decir que el pueblo sería su posesión personal y que ellos serían para El un reino de sacerdotes y una nación santa (vs. 5-6). Esta es una palabra de gracia y no de la ley.
Debido a que el pueblo no conocía a Dios ni a sí mismo, Dios cambió Su actitud para con ellos, y también causó un cambio en la atmósfera. El dijo a Moisés que El vendría en una nube espesa. El también ordenó al pueblo que se santificara, que lavaran sus vestidos y que guardaran la frontera, que no subieran al monte, ni tocaran sus límites (Ex. 19:8-12). Luego vemos cuán horrible y terrible se volvió la atmósfera; “aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron trueno y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento” (Ex. 19:16). En ese tiempo los hijos de Israel tenían miedo de ver a Dios, solamente Moisés subió solo (Ex. 20:21). Así, la ley de Dios fue dada a través de Moisés (Jn. 1:17).
Por lo tanto, la ley entró como una cosa adicional (Ro. 5:20); fue añadida a causa de las transgresiones (Gá. 3:19), y no estaba en el origen de la economía de Dios. Fue añadida mientras la economía de Dios estaba procediendo, debido a las transgresiones del hombre, hasta que la simiente, Cristo, viniera a quien la promesa de Dios fue hecha.
Exodo 20 no ha sido entendido apropiada y adecuadamente por muchos lectores. Ellos pensaban que este capítulo solamente nos dice como la ley fue dada. Sin embargo, el concepto básico en este capítulo es que Dios se revela a Su pueblo y así los capacita para conocer a qué clase de Dios estaban acercándose, qué clase de Dios era con quien tenían comunión.
En cuanto al asunto de la ley, hay un principio importante: la clase de ley que una persona hace expresa qué clase de persona es. Una ley siempre es una revelación de qué clase de persona ha promulgado tal ley.
La primera función de la ley no es la de exponernos; es la de revelarnos a Dios. Después de que Dios trajo Su pueblo a Su presencia para tener comunión con El, para servir a El, para que tuvieran contacto con El, le adoraran, y aun cenaron con El, El se dio a conocer a ellos.
Esta revelación, sin embargo, no se da directamente. Más bien, se da indirectamente a través de la entrega de la ley. Aparentemente, Exodo 20 se trata de la entrega de la ley. Pero en realidad, este capítulo se trata de la revelación de Dios mismo. Al decretar la ley, Dios se dio a conocer a Su pueblo. A través de la ley, eran capaces de entender qué tipo de Dios El es. La legislación divina es una revelación de Dios mismo.
Según Exodo 31:18, las dos tablas de piedra sobre las que los diez mandamientos fueron escritos se llamaban las “dos tablas del testimonio”. Esto indica que la ley es el testimonio de Dios. Como el testimonio de Dios, la ley testifica qué clase de Dios es nuestro Dios. Debido a que la ley como el testimonio de Dios fue puesta en el arca, el arca fue llamada el “arca del testimonio” (Ex. 25:21-22; 26:33-34). Además, debido a que el arca estaba en el tabernáculo, el tabernáculo fue llamado el “tabernáculo del testimonio” (Ex. 38:21; Nm. 1:50, 53). La ley es el testimonio, el arca es el arca del testimonio, y el tabernáculo es el tabernáculo del testimonio.
En el decimocuarto día del primer mes los hijos de Israel guardaron la Pascua en Egipto. En el tercer mes, ellos vinieron al Monte Sinaí (Ex. 19:1). Allí se quedaron por nueve meses y recibieron la revelación concerniente a Dios y el tabernáculo a través de Moisés. Por varios siglos ellos habían permanecido en las tinieblas de Egipto, sin luz y sin la palabra de Dios. Ahora, sin embargo, bajo el brillar de la luz, ellos vivían conforme a la revelación de Dios y edificaron el tabernáculo conforme al patrón revelado por Dios. En el primer día del segundo año, el tabernáculo fue erigido y llenado con gloria (40:17, 34).
Exodo 40:17-34 dice: “Así, en el día primero del primer mes, en el segundo año, el tabernáculo fue erigido. Moisés hizo levantar el tabernáculo...Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo”.
Después de que el tabernáculo de Dios fue completado y erigido, inmediatamente fue llenado con la gloria de Dios. Esto fue la primera vez en la historia que había una expresión práctica de gran medida de la gloria de Dios. La gloria de Dios es Dios expresado. En aquel día cuando la gloria de Dios llenó el tabernáculo, fue realmente un asunto grande porque Dios había logrado una habitación en la tierra. No hay nada más glorioso que cuando Dios logre una habitación en la tierra.
Dios guió a Su pueblo fuera de la tiranía de Egipto y al desierto. Además los llevó a la montaña y les reveló Su economía. Al fin, ellos edificaron un tabernáculo para Dios y la gloria de Dios llenó al tabernáculo. Sin embargo, aunque tenían el tabernáculo todavía no tenían el edificio sólido tipificado por el templo en la tierra de Canaán. Por lo tanto, si los hijos de Israel tenían la intención de alcanzar la meta máxima del llamamiento de Dios, ellos necesitaban seguir adelante para entrar en la buena tierra. La distancia de Egipto a Sinaí es alrededor de un cuarto de la distancia de Egipto a Canaán. Así que, el pueblo escogido de Dios tenía que seguir adelante de Sinaí hasta que entraran a la tierra de Canaán, la tierra que fluye con leche y miel.
Desde el primer día del primer mes del segundo año, cuando el tabernáculo fue erigido, al día veinte del segundo mes, cuando los hijos de Israel partieron del desierto de Sinaí (Nm. 10:11-12), durante este período de más de un mes, Dios habló desde el interior del tabernáculo (Lv. 1:1). En Exodo habló en el Monte Sinaí; en Levítico Dios habló en el tabernáculo. El segundo indica que Dios habitó entre Su pueblo y estuvo más cerca a ellos. Dios no sólo redimió Su pueblo, sino que también los llamó para que se acercaran a El mismo. El significado de Levítico en hebreo es “y El llamó”. Debido a que Dios es santo, los que se acercan a El también deben ser santos. El quería que los hijos de Israel, Sus redimidos, fueran santificados por medio de las ofrendas y la sangre de los sacrificios y también por la expiación hecha por los sacerdotes, y luego que se acercaran a El para adorarle mediante el tabernáculo.
Dios también quería que Su pueblo redimido le sirviera. Por consiguiente, Dios habló a los hijos de Israel a través de Moisés, instruyéndoles en cuanto a la organización, y el movimiento de los campamentos (Nm. 1, 10), el servicio de los tabernáculos (Nm. 3, 4, 8), y las cosas que debían hacer en su vida diaria (Nm. 5—7). Todas estas cosas debían hacerse conforme a los requisitos fijos sin ninguna confusión.
Ahora los hijos de Israel llegaron a ser el ejército de Dios y seguían viajando. Por una parte, el pilar de nube estaba delante de ellos guiándoles (Nm. 9:15-23); por otra, el tabernáculo de Dios estaba entre ellos. Eran un pueblo peculiar, porque su comida era distinta de la comida de todos los otros pueblos en la tierra. Eran sacerdotes que servían a Dios, y en su servicio cada uno tenía su propia posición y función. Sin embargo, su carne todavía permanecía.
La Pascua resolvió el problema de los pecados de los hijos de Israel, y el cruzar del Mar Rojo resolvió el problema del mundo. Su carne, sin embargo, todavía no había sido tratada. Por lo tanto, algunos de ellos tenían un corazón malo de incredulidad en el apartarse del Dios vivo (He. 3:12), y siempre desviaron en su corazón, sin conocer los caminos de Dios. Así que, dentro de los treinta y ocho años a partir del día cuando salieron del Monte Sinaí hasta la segunda vez que llegaron a Cades, habían ofendido a Dios y se habían rebelado contra Dios una y otra vez, ocho veces en total. En el tercer día de su viaje, en el lugar que se llamó Tabera, ellos empezaron a murmurar (Nm. 11:1-3); ellos volvieron a murmurar debido a la comida (Nm. 11:4-35); hablaron en contra del líder designado por Dios (Nm. 12); no creyeron que Dios hubiese prometido darles la tierra de Canaán (Nm. 13:1—14:38); no obedecieron el juicio justo de Dios (Nm. 14:39-45); no obedecieron la autoridad y el oficio arreglado por Dios (Nm. 16—17); murmuraron debido a su sed (Nm. 20:2-13); y volvieron a murmurar debido a las dificultades del viaje y la escasez de comida (Nm. 21:5-9). Por lo tanto, Dios los mató, estando asqueado con ellos, y juró en Su ira que vagarían en el desierto por cuarenta años y que no les permitiría entrar en Su reposo hasta que todos los que estaban según la carne cayeran en el desierto (1 Co. 10:18). Finalmente, sólo Caleb y Josué y la nueva generación entraron en Canaán, la buena tierra.
Desde Moisés hasta Samuel representa el período de tiempo desde la redención de Dios de Israel, Su salvación para ellos de Egipto, hasta que Samuel terminó la era de los jueces, e introdujo la era de los reyes. En Moisés la Biblia nos muestra un retrato completo de todas la obras diversas de Dios sobre Su pueblo redimido. Dios los redimió de Su condenación por medio de la Pascua y los salvó del sufrimiento de esclavitud por medio de Su poder, así llevándolos a la tierra de libertad. En esta tierra de libertad, Dios les proveyó de maná del cielo para su comida, y agua viva que fluía de la roca para su bebida así cambiando su constitución. Luego El los llevó al lugar donde se les apareció y les dio la luz de la ley para exponer su pecado y su debilidad y les hizo edificar Su habitación para que ellos pudieran disfrutar Su presencia y para que El pudiera lograr una expresión gloriosa. Ultimamente, El los condujo por toda clase de prueba para prepararlos a entrar en la buena tierra prometida por Dios.