
Una vez que creemos en el Señor, tenemos una comunión en vida con El. Luego, esta vida nos trae la comunión de vida, en la cual debemos vivir, teniendo comunión con Dios y participando en todas Sus riquezas. Debemos conocer esto, prestar atención a esto y practicarlo inmediatamente después de ser salvos.
1) “Os anunciamos la vida eterna ... para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1:2-3).
Una vez que creemos en el Señor y recibimos la vida eterna que nos fue anunciada, ésta nos trae su comunión de vida, o sea su fluir de vida, para que haya una comunión y un fluir entre nosotros y Dios. Esta comunión nos trae a Dios mismo y todas Sus riquezas para que participemos en y de ellos.
1) Tener comunión con los apóstoles y con la iglesia, la cual ellos representan: “...os anunciamos la vida eterna ... para que también vosotros tengáis comunión con nosotros [con los apóstoles]” (1 Jn. 1:2-3).
La comunión que tenemos por el hecho de que la vida eterna de Dios haya entrado en nosotros es de dos aspectos. Por un lado, tenemos comunión con los apóstoles y con la iglesia, la cual los apóstoles representan (1 Co. 12:28); es decir, tenemos comunión con todos los que poseen la vida de Dios. Por otro, tenemos comunión con Dios y con el Señor. El aspecto de nuestra comunión con todos los que tienen la vida de Dios se llama la comunión de los apóstoles (Hch. 2:41-42). Todos los que han creído en el Señor y tienen la vida de Dios, participan en esta comunión. La vida del Señor es anunciada por los apóstoles a los que creen en el Señor, para que éstos lleguen a ser la iglesia, el Cuerpo del Señor; y los apóstoles son los representantes de la iglesia, la cual es producida por medio de la vida del Señor. Por consiguiente, la comunión de vida en la iglesia se llama la comunión de los apóstoles. Cuando tenemos comunión con los apóstoles, tenemos comunión con la iglesia.
2) Tener comunión con Dios y con el Señor Jesús: “Para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1:3).
El otro aspecto de nuestra comunión en la vida del Señor es nuestra comunión con el Padre y con Su Hijo, el Señor Jesucristo. La vida a la cual esta comunión de vida pertenece es la vida de Dios. Esta vida es también el Hijo de Dios, el Señor Jesús mismo. Por lo tanto, esta comunión de vida nos hace tener comunión no sólo con los que conjuntamente poseen la vida de Dios, sino también con Dios y el Señor Jesús. En esta comunión de vida, hay una comunión y un fluir mutuos entre nosotros, Dios y el Señor Jesús, así como entre nosotros y todos los creyentes. Todos éstos participan conjuntamente del Dios Triuno y en la iglesia, la cual es Su organismo, participando así mutuamente el uno en el otro.
1) “...la comunión del Espíritu Santo...” (2 Co. 13:14).
Puesto que la vida del Señor está en el Espíritu Santo, y ha entrado en nosotros por medio del Espíritu Santo para estar en nosotros, nuestra comunión en la vida del Señor es por medio del Espíritu Santo. Por lo tanto, esta comunión también se llama la comunión del Espíritu Santo. En la vida del Señor, tanto nuestra comunión con Dios y con el Señor, como nuestra comunión con la iglesia o los santos, son en y por medio del Espíritu Santo.
1) “Así como ella [la unción] os ha enseñado, permaneced en El [en el Señor]” (1 Jn. 2:27); “Permaneced en Mí [en el Señor] ... porque separados de Mí nada podéis hacer” (Jn. 15:4-5).
Como pámpanos del Señor, quien es la vid, debemos permanecer en el Señor y no separarnos de El. El permanecer de esta manera en el Señor es tener comunión con el Señor a fin de practicar la comunión de la vida del Señor, absorbiendo todas Sus riquezas, así como los pámpanos absorben el suministro de la vid.
1) Continuar con perseverancia: “Y perseveraban ... en la comunión” (Hch. 2:42).
Una vez que recibimos la vida del Señor, entramos en la comunión de Su vida. De ahí en adelante, debemos continuar con perseverancia en esta comunión de vida.
2) Obedecer la enseñanza de la unción: “Así como ella [la unción] os ha enseñado, permaneced en El [en el Señor]” (1 Jn. 2:27).
A fin de continuar con perseverancia en la comunión de vida, debemos permanecer en el Señor según la unción nos ha enseñado, y debemos obedecer la enseñanza de la unción.
3) Andar en la luz: “Pero si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Jn. 1:7).
La comunión de la vida del Señor nos trae a la luz de Dios. Debemos andar en esta luz para que tengamos comunión con Dios y con el Señor, y con todos los santos, y para que mantengamos la comunión de la vida del Señor.
4) Confesar nuestro pecados: “Pero si andamos en luz ... tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo [el de Dios] nos limpia de todo pecado ... Si confesamos nuestros pecados, El [Dios] es fiel y justo para perdonarnos ... y limpiarnos” (1 Jn. 1:7-9).
Si vivimos en la comunión de la vida del Señor, la luz de vida del Señor en nuestro interior nos mostrará nuestros pecados en la comunión de Su vida. Sentiremos nuestros pecados y confesaremos a Dios. Entonces El nos perdonará y nos limpiará de toda injusticia para que vivamos más profundamente en la comunión de Su vida.
Los cuatro puntos precedentes son nuestra responsabilidad hacia la comunión de vida.
1) Recibimos la luz de Dios: “Dios es luz ... Si decimos que tenemos comunión con El ... si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Jn. 1:5-7).
Esta palabra nos muestra que cuando tenemos comunión con Dios, quien es luz, seguramente recibiremos la luz de Dios y andaremos en ella, para que tengamos una comunión ininterrumpida unos con otros.
2) Somos limpios por la sangre del Señor: “Pero si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
Cuando la luz de vida del Señor nos ilumina en la comunión de vida, y de esta manera nos damos cuenta de nuestros pecados, y los confesamos a Dios, entonces nos limpia la sangre del Señor.
3) El Señor permanece en nosotros: “El que permanece en Mí, y Yo en él...” (Jn. 15:5).
Cuando permanecemos en el Señor para tener comunión con El, el Señor permanece en nosotros como nuestro disfrute de vida.
4) Llevamos mucho fruto para glorificar a Dios: “El que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto” (Jn. 15:5); “En esto es glorificado Mi Padre” (v. 8).
Cuando permanecemos como pámpanos en el Señor, quien es la vid, y tenemos un fluir ininterrumpido con El, recibimos de El, la vid, el suministro de la rica savia para llevar mucho fruto a fin de que el Padre sea glorificado.
Los cuatro puntos anteriores son el resultado de nuestro vivir en la comunión de la vida del Señor.
1) La relación de vida entre los creyentes y Dios nunca se puede romper: “Y no perecerán jamás ... y nadie las puede arrebatar de la mano de Mi Padre” (Jn. 10:28-29).
La relación de vida entre los creyentes y Dios nunca se romperá, debido a que los creyentes han recibido de Dios la vida eterna, la cual hace que nunca perezcan. Además, nada puede arrebatarlos de la mano de Dios, puesto que Su mano es poderosa.
2) La comunión de vida entre los creyentes y Dios sí puede romperse: “Pero si andamos en luz, como El está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1 Jn. 1:7).
La palabra si en este versículo indica que la comunión de vida entre nosotros y Dios se puede romper. Si andamos en la luz de Dios, viviremos en la comunión de la vida de Dios. Sin embargo, ya que a menudo fracasamos en vivir en la luz de Dios, y con frecuencia desobedecemos y pecamos, a menudo perdemos la comunión de la vida de Dios, causando así que ésta se rompa.
1) Mediante la confesión de pecados: “Si confesamos nuestros pecados, El [Dios] es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia” (1 Jn. 1:9).
Gracias a Dios que aunque nuestra comunión de vida con El puede romperse, también puede ser restaurada. Si estamos dispuestos a confesar nuestros pecados a Dios conforme a Su iluminación, El nos perdonará y nos limpiará de nuestros pecados. Esto es conforme a Su fidelidad basada en Su palabra y conforme a Su justicia a causa de la sangre del Señor, a fin de que nuestra comunión de vida con El sea restaurada.
1) La vida del Señor en nosotros no sólo tiene su comunión, sino también su sentir. Este sentir de vida es para la comunión de vida. El sentir de vida mantiene la comunión de vida. Siempre que descuidamos el sentir de vida, la comunión de vida se rompe y se pierde, y así el sentir de vida se entorpece.
2) Si volvemos a atender a este sentir de vida entorpecido y obedecerlo, la comunión de vida será restaurada, aun profundizada, y el sentir de vida será también más agudo. Estos dos —el sentir de vida y la comunión de vida— se afectan recíprocamente en un ciclo continuo, haciendo que los creyentes crezcan en vida.
1) Perder el suministro y la función de vida y sufrir pérdida: “Todo pámpano que en Mí [en el Señor] no lleva fruto, [Dios] lo quita” (Jn. 15:2); “El que en Mí no permanece, es echado fuera como pámpano, y se seca; y los recogen, y lo echan en el fuego, y arden” (v. 6). Si una persona salva, quien es un pámpano del Señor —la vid—, no lleva fruto, será quitada. La razón de su infructuosidad es que no ha permanecido en el Señor, en la comunión de Su vida. Por lo tanto, esta persona será quitada, echada fuera, secada, recogida por los hombres, y arrojada al fuego para ser quemada. Si no permanecemos en el Señor y no vivimos en la comunión de vida, correremos un gran riesgo de ser cortados del Señor y de perder nuestro suministro y función, sufriendo así pérdida. Sin embargo, esto no es perecer, sino sufrir pérdida, ser castigado (1 Co. 3:15), porque aquí el Señor no está hablando acerca de las condiciones de la salvación, sino acerca de las condiciones de llevar fruto.
2) Estar temeroso y avergonzado: “Permaneced en El [en el Señor], para que cuando El se manifieste, tengamos confianza y en Su venida no nos alejemos de El avergonzados” (1 Jn. 2:28).
Si permanecemos en el Señor y tenemos comunión con El, espontáneamente andaremos delante del Señor y viviremos en Su voluntad. Esto hará que tengamos confianza y no nos avergoncemos en la venida del Señor. De otra manera, cuando lo veamos, estaremos temerosos y avergonzados, alejándonos de Su presencia. Tal peligro debe advertirnos que vivamos en la comunión de vida del Señor.