
En Su plena salvación, Dios primero nos perdona nuestros pecados y nos limpia de nuestros pecados. Cuando recibimos la plena salvación de Dios, lo primero que disfrutamos es el perdón de nuestros pecados por Dios y Su limpieza de nuestros pecados.
1) “Todos los que en El creen recibirán perdón de pecados” (Hch. 10:43).
El perdón de pecados es la primera parte de nuestra redención, y lo recibimos en el momento en que creemos. Nuestro primer problema ante Dios es que hay un registro de pecado debido a nuestras obras pecaminosas. Sólo cuando nuestro registro es borrado puede liberarnos la justicia de Dios. A menos que sean eliminadas nuestras obras pecaminosas ante El, el Dios justo no puede concedernos las cosas restantes de Su redención. Por lo tanto, primero necesitamos tener el perdón de Dios de nuestros pecados.
1) Somos librados del castigo de la justicia de Dios: “El que en El cree, no es condenado” (Jn. 3:18).
Primero, el perdón de pecados significa la eliminación de nuestro registro de pecado ante Dios a fin de que seamos librados del castigo de la justicia de Dios. Debido a que teníamos un registro de pecado ante Dios y estábamos condenados, deberíamos haber sufrido el justo castigo de Dios. Pero cuando Dios nos perdonó, El nos libró de Su justo castigo y no nos condenó más.
2) Hace que los pecados salgan de los perdonados: “Dar ... perdón de pecados” (Hch. 5:31); “Jehová cargó en él [en Cristo] el pecado de todos nosotros” (Is. 53:6); “Llevó El mismo [Cristo] nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero [la cruz]” (1 P. 2:24).
En el Nuevo Testamento, la palabra griega para perdón significa “haciendo(lo) salir” y “despidiendo”. Cuando Dios nos perdona nuestros pecados, El no sólo elimina nuestro registro de pecado ante El, sino que también causa que se vayan de nosotros los pecados que hemos cometido. Esto es porque, cuando Dios hizo que el Señor Jesús fuese nuestra ofrenda por el pecado en la cruz, cargó en El todos nuestros pecados para que los llevara por nosotros. Además, cuando Dios hizo que el Señor Jesús llevara nuestros pecados en la cruz para que sufriese el juicio y el castigo de Dios en nuestro lugar, también hizo que todos nuestros pecados fueran cargados en Satanás para que él los llevara por siempre. Esto se revela como un tipo en la expiación presentada en Levítico 16. El pecado provino de Satanás y se nos pasó, con el resultado de que llegamos a obtener un registro de pecado ante Dios. Dios puso todos nuestros pecados sobre el Señor Jesús para que los llevara todos con El a sufrir el castigo de Dios por nosotros y a cancelar nuestro registro de pecado ante Dios. Habiendo hecho esto, Dios devolvió todos nuestros pecados a Satanás para que él mismo los llevara. De este modo, Dios puede perdonar los pecados a los perdonados y hacer que sus pecados los dejen. “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal. 103:12).
3) Olvidamos los pecados de los perdonados: “Seré [Yo, Dios] propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados” (He. 8:12).
Cuando Dios perdona, también olvida los pecados de los que perdonó. Cuando Dios perdona nuestros pecados, El no sólo cancela nuestro registro de pecado y hace que nuestros pecados se vayan de nosotros, sino que en Sí mismo también olvida nuestros pecados. Una vez que nos perdona, borra nuestros pecados de Su memoria y de ningún modo se acordará más de ellos.
1) “Sin derramamiento de sangre no hay perdón” (He. 9:22).
El perdón de nuestros pecados por Dios se basa en el derramamiento de sangre para la redención. Debido a que El es justo, Dios no puede perdonar los pecados de los hombres sin alguna razón. Su justicia requiere que todo el que peque muera (Ez. 18:4). A menos que Su justo requisito sea satisfecho, Su justicia no puede permitirle perdonar a los pecadores sus pecados. Pero, puesto que el Señor Jesús murió y derramó Su sangre en la cruz conforme a la justicia de Dios, satisfaciendo así el justo requisito de Dios, El puede legalmente perdonar a los hombres sus pecados conforme a Su justicia. El Señor Jesús dijo: “Esto es Mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para perdón de pecados” (Mt. 26:28). Puesto que la sangre del Señor Jesús fue derramada por los hombres conforme a la justicia de Dios, satisfaciendo así los justos requisitos de Dios, Su sangre llegó a ser la base sobre la cual pueden ser perdonados los pecados de los que creen en El.
1) El arrepentimiento: “El arrepentimiento para el perdón de pecados” (Lc. 24:47).
Arrepentirse ante Dios es el primer paso para que los pecadores reciban el perdón de sus pecados.
2) La fe: “Todos los que en El [en Cristo] creen recibirán perdón de pecados” (Hch. 10:43).
Por el lado negativo, arrepentirse es alejarse de los pecados, mientras que por el lado positivo, creer es creer en Cristo. Creer en Cristo es entrar en El y unirse a El. Este es el segundo paso para que recibamos el perdón de nuestros pecados. Este paso sigue inmediatamente el arrepentimiento.
1) Temer a Dios: “Pero en ti hay perdón, para que seas temido” (Sal. 130:4, heb.).
El perdón de nuestros pecados por Dios, hace que le temamos. Cuanto más disfrutamos de este perdón, más le tememos.
2) Amar a Dios: “Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó [la mujer pecadora] mucho” (Lc. 7:47).
Esto es lo que el Señor Jesús dijo con respecto a la mujer pecadora cuyos pecados El había perdonado. La cláusula “porque amó mucho” no se refiere a la razón por la cual el Señor la perdonó. Más bien, se refiere al testimonio de haber sido perdonado por el Señor. Que ella amó tanto al Señor testificó que ella fue perdonada mucho por el Señor. Cuanto más nos perdona el Señor, más le amamos. Por lo tanto, amar al Señor es un resultado de ser perdonados por El.
1) “El [Dios] es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia” (1 Jn. 1:9).
Esta palabra aquí nos muestra que la limpieza que Dios hace de nuestros pecados sigue de cerca Su perdón de nuestros pecados. Cuando perdona nuestros pecados, al mismo tiempo nos limpia de nuestros pecados.
1) “Lávame, y seré más blanco que la nieve” (Sal. 51:7); “Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18).
Cuando Dios perdona nuestros pecados, nos exime del castigo por los pecados; cuando Dios nos limpia de nuestros pecados, El borra las huellas de nuestros pecados. Si solamente hubiera el perdón de pecados y no la limpieza de pecados, aunque nuestros pecados fuesen perdonados, aún permanecerían las huellas de nuestros pecados. El perdón es un procedimiento legal, mientras que la limpieza es una verdadera borradura. Con respecto a la justa ley de Dios, nuestros pecados necesitan ser perdonados. Con respecto a las huellas del pecado en nosotros, nuestros pecados necesitan ser lavados. Por consiguiente, en la plena salvación de Dios, El no sólo quita nuestro registro de pecado ante El conforme a la justicia de Su ley, sino que también limpia las huellas de los pecados en nosotros. Su limpieza de nuestros pecados nos hace tan blancos como la nieve y la lana. La limpieza que nos hace tan blancos como nieve es una limpieza posicional, por fuera; la limpieza que nos hace tan blancos como lana es una limpieza de nuestra naturaleza, por dentro.
1) “La sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
La limpieza que Dios hace de nuestros pecados es de dos aspectos. Uno es en nuestra posición exterior, mientras que el otro es en nuestra naturaleza interior. La limpieza posicional y exterior que Dios hace de nuestros pecados es por medio de la sangre del Señor Jesús. La sangre del Señor Jesús, el Dios-hombre, nos limpia de todo pecado, exterior y posicionalmente.
1) “El cual [Cristo] ... habiendo efectuado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (He. 1:3).
Esto se refiere al Señor Jesús, quien nos purificó de nuestros pecados ante Dios de una vez por todas, por el derramamiento de Su sangre en la cruz, haciéndonos así posicionalmente puros ante Dios y ante Su ley.
1) “La sangre de Cristo ... purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo” (He. 9:14).
La sangre del Señor no limpia nuestro corazón, sino nuestra conciencia por dentro. Puesto que la sangre del Señor nos limpia de nuestros pecados ante Dios y ante Su ley, la sangre también purifica nuestra conciencia ante ella misma, permitiéndonos así servir a nuestro Dios vivo con confianza.
1) “El lavamiento de la regeneración” (Tit. 3:5); “Mas ya habéis sido lavados ... en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11).
Estos dos versículos nos muestran la vida de Dios que nos regenera y el hecho de ser limpiados por Su Espíritu. Esta es una limpieza interior en nuestra naturaleza por Su vida y por Su Espíritu. Cuando somos regenerados, recibimos la vida de Dios y tenemos al Espíritu de Dios morando en nosotros. Cuando la vida de Dios crece en nosotros y Su Espíritu se mueve en nosotros, tiene lugar una función metabólica que quita y lava las impurezas de nuestra naturaleza, es decir, de nuestra manera de ser. Así, disfrutamos de la limpieza de pecados en la plena salvación de Dios, tanto en nuestra posición exterior como en nuestra manera de ser interior.