
La santificación es otro aspecto importante de la plena salvación de Dios y llega a ser una faceta de nuestra experiencia en el disfrute de la plena salvación de Dios.
1) “...para poder discernir entre lo santo y lo profano” (Lv. 10:10).
El significado de la santificación, ya sea en el hebreo del Antiguo Testamento o en el griego del Nuevo Testamento, es principalmente separación. Por lo tanto, el ser santificado (ser hecho santo) en la Biblia significa ser separado de las cosas ordinarias y comunes. La santidad es el estado de la naturaleza de Dios, la cual no sólo es sin pecado y sin maldad, sino que también es diferente de todo y es distinta de lo común. Por consiguiente, siempre que la Biblia menciona a Dios y las cosas concernientes a El o que le pertenecen a El, las describe como santas. Toda persona, cosa o asunto que no se entrega a Dios, o no le pertenece a El, es común. Una vez que se entrega a Dios y le pertenece a El, llega a ser santificada, es decir, separada.
1) “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados” (1 Co. 6:11).
Como ya se mencionó en la lección treinta y siete, según la revelación en la Biblia, la santificación en la salvación de Dios en nosotros se divide en tres etapas: la primera es para nuestro arrepentimiento, la segunda es para nuestra justificación, y la tercera es para nuestra transformación. El versículo aquí citado se refiere a la segunda etapa después del lavamiento y antes de la justificación. Por lo tanto, esta etapa de la santificación sigue la limpieza de los pecados que se trató en la lección treinta y ocho, e introduce a la justificación de la cual se hablará en la siguiente lección. Antes de poder ser santificados, primero tenemos que ser limpiados de nuestros pecados; del mismo modo, antes de poder ser justificados, primero tenemos que ser santificados.
1) “Reciban perdón de pecados ... entre los que han sido santificados” (Hch. 26:18).
En la segunda etapa, la santificación que recibimos en la plena salvación de Dios es tanto posicional como disposicional. La santificación posicional es un hecho, una posición santificada que recibimos en Cristo cuando creemos. La santificación mencionada en este versículo es tal santificación posicional.
1) “Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (He. 10:10).
Esta santificación posicional se realiza mediante la ofrenda del cuerpo de Cristo hecha de una vez y para siempre, como una ofrenda por el pecado, para separarnos.
1) “...Jesús, para santificar al pueblo mediante Su propia sangre” (He. 13:12).
Obtenemos santificación posicional mediante la sangre redentora de Cristo derramada en la cruz. Una vez que somos redimidos por la sangre del Señor, somos separados del mundo, recibiendo una posición santificada y siendo hechos santos para El.
1) “Los santificados en Cristo Jesús, los santos llamados” (1 Co. 1:2).
Obtenemos esta santificación posicional como resultado de ser llamados por Dios. Cuando somos salvos y llamados por Dios, somos separados por El para ser santos. Esto es un asunto de posición. Por supuesto, recibimos también la vida santa de Dios cuando fuimos salvos y regenerados, pero esta vida santa todavía no había sido expresada en nuestro vivir para que llegara a ser nuestra experiencia de santificación.
La santificación disposicional es la santificación que expresamos en nuestro vivir como resultado del crecimiento de la vida que recibimos al creer en Cristo.
1) “Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son” (He. 2:11).
Cristo es santo, y es también Aquel que nos santifica. Tanto El como nosotros somos de Dios el Padre. La palabra “de” indica que esta santificación viene de la vida divina de Dios el Padre, la cual está tanto en Su Hijo como en nosotros. Cristo y nosotros tenemos la misma vida (Col. 3:4) y la misma naturaleza. Dios en Cristo imparte Su vida y naturaleza divinas en nosotros, para que seamos participantes de Su naturaleza divina (2 P. 1:4), y expresemos así en nuestro vivir una vida santificada por medio de Su vida divina con Su naturaleza santa en nosotros. Por lo tanto, esta santificación es la santificación de la vida de Dios y es la santificación que experimentamos; es principalmente disposicional, y no posicional.
1) “Habéis sido santificados ... en el nombre del Señor Jesucristo” (1 Co. 6:11).
La santificación aquí mencionada no es la santificación que obtuvimos de modo objetivo en nuestra posición mediante la sangre del Señor. Más bien, la experimentamos subjetivamente en nuestra disposición en el nombre del Señor. El estar en el nombre del Señor es estar en Su persona, es decir, estar en la unión orgánica con El por medio de la fe. En realidad, esto es estar en El mismo. Cuando fuimos salvos, invocando el nombre del Señor, inmediatamente fuimos puestos en Su nombre, en Su viviente persona. Entramos en una unión orgánica con El, participamos de Su vida y naturaleza divinas, y fuimos santificados disposicionalmente.
1) “Habéis sido santificados ... en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11).
Somos santificados disposicionalmente estando en el Espíritu de Dios. Este versículo dice que hemos sido santificados no sólo en el nombre del Señor Jesús, sino también en el Espíritu de Dios. El nombre del Señor Jesucristo es simplemente Su persona, y Su persona es el Espíritu. El nombre del Señor y Su Espíritu son inseparables. Cuando invocamos el nombre del Señor, El llega a nosotros con el Espíritu. Puesto que el Espíritu es el Espíritu de santidad (Ro. 1:4), cuando nos unimos al Señor, experimentamos la obra santificadora del Espíritu y somos santificados subjetiva y disposicionalmente.
1) Por la fe en Cristo: “...entre los que han sido santificados por la fe que es en Mí [en Cristo]” (Hch. 26:18).
Para ser santificados y de esta manera separados para Dios, primero tenemos que creer en Cristo. Cristo derramó Su sangre por nuestra redención para comprarnos (1 Co. 6:20) a fin de santificarnos (He. 13:12). Si deseamos participar de este hecho, tenemos que creer en El y unirnos a El. Una vez que creemos en El y nos unimos a El, somos santificados por Su redención, teniendo el hecho de la santificación y obteniendo la posición de la santificación.
2) Por estar en Cristo: “...los santificados en Cristo Jesús” (1 Co. 1:2).
Al creer en Cristo, entramos en El y nos unimos a El. Ya que El mismo es santo (Lc. 1:35), una vez que estamos en El y nos unimos a El, somos separados para ser santos. Cristo es el elemento y la esfera en la cual estamos separados, es decir, santificados para Dios.
Los dos puntos aquí mencionados son el modo para que seamos santificados.
1) La vida, Cristo: “Cristo ... nos ha sido hecho de parte de Dios ... santificación” (1 Co. 1:30).
Este versículo muestra que la santificación es simplemente Cristo. Al creer en El, Cristo entra en nosotros para ser nuestra vida. Esta vida es santa y puede hacer que expresemos una vida santa en nuestro vivir y que seamos santificados.
2) La luz, la santa Palabra: “Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad” (Jn. 17:17).
A fin de hacernos santos, Dios nos da vida por dentro y la santa Palabra por fuera. La santa Palabra es la verdad, la cual es capaz de santificarnos. La vida de Dios dentro de nosotros, con su naturaleza santa, requiere que seamos santos; la santa Palabra de Dios, como nuestra luz santificadora y nuestra guía por fuera, nos enseña a ser santos. Estas dos se relacionan por dentro y por fuera para santificarnos.
3) El poder, el Espíritu Santo: “...santificada por el Espíritu Santo” (Ro. 15:16).
A fin de hacernos santos, Dios también nos da el Espíritu Santo para que sea nuestro poder santificador. Estos tres —la vida de Cristo, la luz de la santa Palabra y el poder del Espíritu Santo— obran juntamente para santificarnos.