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Mensajes del libro «Levantarnos para predicar el evangelio»
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CAPÍTULO CUATRO

LA SALIDA PARA EL EVANGELIO

  Lectura bíblica: Lc. 5:27-29; Hch. 5:42; 10:24

LA HISTORIA DEL VIENTO, LA NUBE, EL FUEGO Y EL ELECTRO

  El himno #212 del himnario chino podría traducirse literalmente de la siguiente forma:

  1. El Espíritu Santo como un gran viento sopla desde el cielo,
    Sopla sobre nosotros, una multitud, como en Pentecostés,
    Ablanda nuestro corazón endurecido, aviva todo nuestro ser,
    Sopla hasta que seamos renovados y todos los pecados
        desaparezcan.

    ¡Sopla! ¡Sopla! ¡El Espíritu Santo, el gran viento, sopla!
    ¡Cubre! ¡Cubre! ¡El Espíritu, la gran nube, cubre!
    ¡Arde! ¡Arde! ¡El fuego santo arde!
    ¡Brilla! ¡Brilla! ¡El electro de Dios brilla!
  2. El Espíritu como gran nube viene con la gracia abundante
        de Dios,
    Nos cubre a todos, como la cubierta de la Tienda de Reunión,
    Para que tengamos vida y seamos santificados,
    Con lo cual nos hace espirituales para ser la morada de Dios.
  3. El fuego consumidor santo viene para quemarme,
    Alcanza cada esquina para purificarme,
    Incinera todo lo contaminado y común,
    Para que yo sea exactamente como Dios, santo y sin mancha.
  4. El electro refulgente resplandece en mi interior
    Para que yo pueda participar de la naturaleza divina—
    La naturaleza de Dios mezclada con la del hombre,
        el espíritu del hombre unido al de Dios—
    Para que la vida de Dios pueda ser expresada en forma
        humana.

  Hace veintitrés años, cuando daba el Estudio-vida de Ezequiel en Taipéi, escribí este himno acerca del viento, la nube, el fuego y el electro basándome en la visión que se revela en Ezequiel 1. Hablando con propiedad, el viento no es bueno, la nube no es muy bienvenida y el fuego es peor aún. Sin embargo, en Ezequiel 1, el viento, la nube y el fuego representan al Espíritu Santo.

  La llegada del viento y una nube indica el estallido de la guerra y los problemas. Una vez que viene el Espíritu Santo, también hay problemas. El Espíritu Santo viene primeramente como un viento tempestuoso y, luego, como una gran nube, con la que trae guerra. Esta guerra primero comienza en nuestro interior y hace que combatamos contra nosotros mismos. Todos los creyentes en el Señor tuvimos esta experiencia en el momento en que oímos el evangelio. Cuando escuchamos el evangelio y el Espíritu Santo comienza a obrar, nuestro ser interior está en conmoción mientras debatimos acerca de si debemos recibir el evangelio o no. Éste es el viento con la nube que se mueve en nuestro interior. Simultáneamente, un gran fuego es encendido para incinerar todo lo negativo en nosotros. A la postre, el electro es producido.

  El electro es una aleación de plata y oro. El oro, que representa la naturaleza de Dios, es la base de la Nueva Jerusalén. Sin el oro como base, la ciudad no puede ser edificada. La vida cristiana es una vida que se basa en la naturaleza de oro de Dios. Si no tenemos a Dios como nuestra base de oro, nuestra vida cristiana es un desorden, y no somos capaces de ser edificados como parte del edificio de Dios.

  Lo que este himno describe es la obra del Espíritu Santo. La primera estrofa dice que el Espíritu Santo como viento tempestuoso sopla, no desde los cuatro ángulos de la tierra, sino del cielo, es decir, de Dios. Cuando este viento sopla sobre nosotros, escuchamos el evangelio y algo en nosotros es estimulado fuertemente. El soplar finalmente suaviza nuestro corazón endurecido y vivifica todo nuestro ser de modo que somos completamente renovados y totalmente liberados de nuestros pecados. En el capítulo 1 de Génesis, al principio de la creación de Dios, el Espíritu de Dios se cernía como una gallina sobre sus polluelos. De manera similar, la estrofa 2 dice que cuando el Espíritu como una gran nube nos cubre y nos da sombra, se cierne sobre nosotros para regenerarnos, santificarnos y hacernos espirituales, de modo que podamos ser la morada de Dios.

  La estrofa 3 dice que el Espíritu Santo como fuego también viene para arder en nuestro interior. En cuanto creemos en el Señor, nuestra primera experiencia es una batalla, un combate en nuestro interior. Antes éramos malvados, sucios y estábamos apegados al entretenimiento mundano. Pero ahora que hemos creído en el Señor, el Espíritu Santo comienza a regir en nuestro interior, y hay conflicto. Desde el tiempo que el conflicto comienza, el fuego surge y se extiende de modo intenso a cada esquina a fin de consumir todo lo que desagrada a Dios. El fuego incinera toda contaminación y toda cosa común, con lo cual nos purifica de modo que podamos ser exactamente como Dios, santos y sin mancha. La estrofa 4 dice que el electro refulgente se manifiesta y resplandece en nuestro corazón a fin de que podamos participar de la naturaleza de Dios. El resultado es que la divinidad se mezcla con la humanidad y el espíritu humano es unido al Espíritu divino; de este modo, la vida de Dios es expresada por medio de nosotros.

  Ésta es la historia del capítulo 1 de Ezequiel. Cuando el Espíritu Santo sopla, Él es como un gran viento y una nube que viene para cernirse y empollar. Él también es como el fuego ardiente que incinera todo lo que no es Dios; este ardor produce a Dios. Finalmente, lo que sale del viento, la nube, el fuego y el electro es una persona, a saber, el Señor Jesús sentado en el trono como Aquel que expresa a Dios en Su humanidad, según lo visto por Ezequiel en 1:26. Los cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento describen al Señor Jesús desde cuatro ángulos. El Evangelio de Lucas nos muestra que el Señor Jesús era un hombre en cuyas virtudes humanas los atributos divinos eran expresados. Eso era la divinidad mezclada con la humanidad y el espíritu humano unido al Espíritu divino de modo que la vida de Dios pueda ser expresada en forma de hombre, que es la divinidad expresada por medio de la humanidad.

EL PODER DEL EVANGELIO

  Para muchos que están en el movimiento pentecostal, el poder del evangelio se relaciona principalmente con hablar en lenguas, la sanidad divina y echar fuera demonios. Sin embargo, la Biblia no dice esto. En 1932 comencé a prestar atención al asunto de hablar en lenguas. Luego, en 1936 asistí personalmente a reuniones pentecostales por más de un año y hablé en lenguas con ellos. Después de eso sentí que no tenía gusto por esto y no sabía qué pensar acerca de ello. Acudí nuevamente a la Biblia y dediqué más tiempo a estudiar este asunto de hablar en lenguas. Descubrí que la Biblia no dice que hablar en lenguas, la sanidad divina y echar fuera demonios son el poder del evangelio. El libro de Hechos nos muestra específicamente que cuando los apóstoles predicaban el evangelio, ellos sacaban su poder del Espíritu de Dios y la palabra de Dios por medio de su oración y al hablar la palabra de Dios. He estudiado este libro por muchos años, y cada vez veo más claramente que el poder del evangelio yace en dos elementos —el Espíritu de Dios y la palabra de Dios— y también yace en dos asuntos, que son la oración y el hablar la palabra de Dios.

  El libro de Hechos menciona tres veces que la palabra de Dios “crecía” (6:7; 12:24; 19:20). La Biblia revela que la palabra de Dios es la simiente de vida (1 P. 1:23-25). Puesto que esta simiente es viviente, una vez que es sembrada ella crece, aumenta y se propaga.

  Hablando en un sentido esencial, el poder del evangelio es el Espíritu de Dios y la palabra de Dios. Sin embargo, de parte nuestra, necesitamos hacer algo para cooperar. Hoy en día el Espíritu de Dios está sobre nosotros y la palabra de Dios está en nuestro interior. Lo que deberíamos hacer es orar para que el Espíritu de Dios sea nuestro poder. El Espíritu de Dios es como el aire, y nuestra oración es nuestra respiración espiritual. El aire está aquí, pero si no respiramos, no recibimos el sustento. El Espíritu de Dios está aquí, pero de todos modos necesitamos respirar por medio de la oración. Hechos 1 dice que el Espíritu Santo vendría sobre los discípulos, pero que ellos primero tenían que orar. Con este fin, ciento veinte santos oraron en unanimidad por diez días, y el Espíritu Santo fue derramado. En última instancia, el Espíritu Santo ha sido consumado, pero la oración todavía es necesaria para recibir el Espíritu Santo.

  En cuanto a la palabra de Dios, en Hechos 6:4 Pedro dijo: “Y nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra”. Esto indica que la palabra de Dios necesita ser predicada. Por un lado, si no leemos la palabra de Dios apropiadamente, no podemos predicarla. Por otro, si no predicamos la palabra de Dios, no podemos leerla apropiadamente. Podríamos ilustrar esto con la instrucción. Por una parte, una persona no puede ser un maestro a menos que primero sea un estudiante. Por otra parte, quienes son maestros saben que independientemente de cuán bien ellos estudien leyendo libros, meramente estudiar no se puede comparar con enseñar, pues la necesidad de enseñar los obliga a leer minuciosamente. Por lo tanto, a fin de predicar, uno tiene que leer, y cuando uno lee, tiene que predicar.

  En el griego perseverar implica continuar sin cesar. Cuando oramos, oramos con el Espíritu; cuando predicamos, predicamos la palabra. Sea que oremos o prediquemos, necesitamos hacerlo continuamente. El Espíritu ya está aquí, pero si no oramos, Él no se moverá; en cuanto oramos, Él se mueve. Orar es dar lugar a que el Espíritu actúe. Los pentecostales parecen decir que una persona puede recibir al Espíritu sólo al hablar en lenguas, recibir el bautismo espiritual y rodar por el suelo o saltar. No debemos prestar atención a sus enseñanzas erróneas. Yo hice algunas de estas cosas, y después de estar en la obra del Señor por más de cincuenta años, puedo testificar que lo que ellos afirman es completamente incorrecto.

LA HISTORIA DEL ESPÍRITU SANTO

  Nuestro Dios Triuno hoy ha pasado por todos los procesos y ha completado todo lo que era necesario hacer. Él completó la creación y también pasó por la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante consumado. Él es el Espíritu esencial y también el Espíritu económico. Él está en nuestro interior como Espíritu de vida y también está fuera de nosotros como Espíritu de poder. Este Espíritu todo-inclusivo e inconmensurable es nuestro Dios Triuno. Gran parte del cristianismo cree que el Padre está en el trono, el Hijo está sentado a Su diestra y que sólo el Espíritu Santo viene a nosotros. Aunque en un sentido doctrinal pareciera ser de este modo, realmente en nuestra experiencia el Padre, el Hijo y el Espíritu son el único Espíritu. Él es nuestro Redentor y nuestro Salvador; Él es el Espíritu consumado todo-inclusivo. Él está aquí mismo y Él está en nuestro interior.

  Ustedes los jóvenes son tan bendecidos de llegar a conocer estas verdades. Hoy en día el Dios Triuno es el Espíritu todo-inclusivo que mora en ustedes. Pueden orar a Él y contactarle. Él es el Espíritu maravilloso. Cuanto más ustedes lean Su Palabra, consideren Sus obras y prediquen Su palabra, más creerán en Él. Es al orar con sinceridad que pueden contactar al Dios Triuno maravilloso que mora en ustedes. Una vez que oren, el viento soplará sobre ustedes. Cuando el viento viene, llega a ser la nube a fin de cernirse sobre ustedes como una gallina que empolla a sus polluelos. En cuanto la nube se cierna sobre ustedes, tendrán el ardor en su interior. Muchas veces ustedes podrían pensar que son muy inteligentes y racionales, pero en cuanto el fuego comience a arder, estarán fervientes y se volverán “locos”.

  El ardor del fuego los purificará de sus pecados, con lo cual hará que ustedes confiesen, reconozcan, que son verdaderamente corruptos porque hacen cosas tales como contestarles a sus padres, arrojar sus palillos chinos por enojo y perder la paciencia. En cuanto confiesen, más y más exposición experimentarán. Podríamos usar como ejemplo limpiar la casa. Podríamos pensar que la casa está limpia, pero en cuanto comencemos a limpiar, descubriremos que hay polvo en todas partes y parece ser imposible limpiarla por completo. Quizás no pequemos, pero puesto que vivimos en un mundo que está lleno de maldad y suciedad, no podemos evitar ser contaminados. Independientemente de cuán frecuentemente nos hayamos lavado nuestras manos, cuando las limpiamos con un pañuelo, el pañuelo queda sucio. No tocamos pedazos de carbón, pero cuando limpiamos la mano con el pañuelo varias veces, éste se vuelve negro. Por ende, no debemos pensar que no tenemos pecado alguno. De hecho, nuestros pecados son tan numerosos como los granos de arena en la costa del mar. En cierta ocasión yo confesé de esta manera; mientras más confesaba, más tenía que confesar. Confesé que todas las personas a quienes yo contactaba eran ofendidas por mí y que todo lo que hacía era incorrecto. Aquella confesión tomó una hora.

  Aun así, mientras confesamos, inhalamos al Espíritu. Este Espíritu llega a nosotros en calidad de Espíritu esencial y también en calidad de Espíritu económico. Él nos llena interiormente y está sobre nosotros para ser nuestro poder. Podemos recibir poder sin tener que hablar en lenguas. Este poder proviene del viento, la nube y el fuego. El viento, la nube y el fuego proceden de nuestra oración y nuestro disfrute. En cada reunión tenemos que orar con nuestro espíritu y disfrutar al Señor. Esto producirá el viento, la nube y el fuego. Cuanto más ejercitados estemos en nuestro espíritu, más encenderemos el fuego. El resultado será que tanto nuestros recintos universitarios como nuestros vecindarios serán despertados por nosotros.

  Hace cuarenta años, yo frecuentemente guiaba a la iglesia a predicar el evangelio en Chifú. Muchas veces cuando predicábamos había un “océano de fuego”; la bola de fuego ardía por todas partes. Ardía al punto que las personas de afuera se decían unos a otros: “Mejor no vayas al piso de arriba donde ellos se reúnen. En cuanto subas allí, no podrás resistir el fuego. Seguramente te envolverá”. Había un poder, una bola de fuego potente que ardía. Este ardor provenía del Espíritu Santo. El Espíritu ya está aquí, pero necesitamos encenderlo por medio de nuestro disfrute y oración. Por lo tanto, en vez de escuchar las enseñanzas erróneas del cristianismo, deberíamos regresar a la Biblia. La Biblia nos muestra que el Espíritu ya ha venido; en la noche de la resurrección del Señor, Él fue infundido en los discípulos mediante el soplo del Señor, y el día de Pentecostés Él vino sobre ellos. Por ende, no hay necesidad alguna de que nosotros roguemos que el Espíritu venga hoy. Más bien, deberíamos orar que el Espíritu arda en nosotros, haciendo así que tomemos medidas con respecto a todos nuestros pecados de modo que Él pueda moverse y operar en nuestro interior.

  Cierto colaborador testificó una vez que yo no tengo elocuencia, pero si uno escucha mi predicación, será subyugado. Es cierto que no tengo elocuencia, pero usted no puede resistir mi hablar. Yo sencillamente hablo y usted se rinde. Mi secreto es éste: siempre, antes de liberar un mensaje, si no oro primero me siento incapaz y sin poder, pero en cuanto oro, el fuego es encendido en sólo diez minutos. Tan pronto como el fuego comienza a arder en mi interior, me vuelvo loco y tengo que quemarlo a usted también. Por ende, el poder del evangelio es el mover del Espíritu. A fin de que el Espíritu se mueva, necesitamos orar y disfrutarle. Si no oramos, el Espíritu no tendrá manera alguna de moverse.

HABLAR LA PALABRA DE DIOS

  La palabra de Dios también es el poder del evangelio. La palabra de Dios necesita que nosotros la proclamemos. Sin embargo, si no hemos aprendido a estudiar la palabra de Dios apropiadamente, no tendremos manera de hablarla. Hace cincuenta y cinco años fui llamado por el Señor. Tenía la carga de ministrar la palabra por el bien del Señor. Sin embargo, tan pronto como abría mi boca, percibía mi carencia de palabras. No podía hablar más de dos frases. Sólo podía decir que era maravilloso creer en Jesús; no sabía qué más decir. Esto me obligó a leer toda la Biblia diligentemente. Leí más y más, y como resultado tengo un entendimiento cabal de la palabra y también tengo más que hablar.

  Las publicaciones en el recobro del Señor hoy no son pobres como lo eran las publicaciones de hace sesenta años. Además, ya han sido traducidas a muchos idiomas distintos. Hay suficientes mensajes para que ustedes lean por muchos años. Por ende, usted no puede formular el pretexto de que no entiende o no sabe cómo hablar. Si usted desea entender, tiene que ir y leer. Una vez que usted lea, tiene que hablar; cuanto más usted hable, más claro ello será. Cada vez que yo he liberado un mensaje, el caso ha sido que cuanto más yo hablaba, más claro eso llegaba a ser. Lo mismo ocurre al escribir las notas al pie de página de la Versión Recobro; cuanto más escribo, más luz recibo. La palabra del Señor, como espíritu y vida, es poder. La Biblia dice que ninguna palabra de parte de Dios estará carente de poder (Lc. 1:37, lit.), y quienes escuchen la palabra del Señor vivirán (Jn. 5:25). Cuando prediquemos el evangelio, tenemos que predicar la palabra del Señor. No podemos meramente decirles a las personas que es maravilloso creer en Jesús y que nuestra iglesia es muy buena. Cuanto más digamos eso, menos estarán interesados. Tenemos que darles la palabra del Señor a fin de convencerlos. Por ende, es imprescindible aprender a hablar la palabra del Señor.

  El Señor verdaderamente nos ha concedido una gran misericordia al revelar Su palabra por completo a nosotros y permitirnos publicar lo que hemos visto de modo que podamos estudiarlo. Por ende, el Espíritu está aquí hoy y la palabra también está aquí. Necesitamos orar con el Espíritu y también necesitamos predicar la palabra. Si seguimos orando con el Espíritu y predicando la palabra, nos volveremos “locos”. Leer libros de filosofía nunca puede hacer que nos volvamos locos; pero tan pronto como leamos la palabra de Dios, nos volveremos locos desde nuestro interior. He leído los escritos de Confucio y no me volví loco. Sin embargo, mientras leo la palabra del Señor muchas veces he llegado a estar abundantemente entusiasmado con un gozo indescriptible. Esto se debe a que en los libros de Confucio no hay espíritu, pero hay espíritu en la palabra del Señor. El Señor dijo que las palabras que Él nos ha hablado son espíritu y son vida (Jn. 6:63). Si no leemos la palabra del Señor, Su palabra será estática, no se “moverá” ni “saltará”. Sin embargo, tan pronto como leamos la palabra del Señor, ella comenzará a moverse en nuestro interior, lo que hará que nosotros también comencemos a movernos.

  Había un colaborador entre nosotros llamado Luan Hong-bin, quien era de Manchuria. Anteriormente, él estaba involucrado en la política y, por ende, despreciaba y se oponía enormemente al cristianismo. Pensaba que sólo aquellos chinos que no podían sostenerse a sí mismos se volverían a una religión occidental en busca de ayuda, y que cualquier chino con integridad no lo creería. Un día, mientras él estaba en una colina, entró a un templo y vio una Biblia abierta sobre la mesa de sacrificio. Aunque no le agradaba el cristianismo, de todos modos estaba curioso por descubrir lo que la Biblia decía. Él miró y estaba abierta en el salmo 1: “Bienaventurado el varón / que no anda / en el consejo de los malvados, / ni permanece en el camino de los pecadores, / ni se sienta en la silla de los que se burlan” (v. 1). Él pensó que esto era interesante, así que siguió leyendo. A la postre, él fue capturado por la palabra del Señor. Él rodó por el piso, lloró en confesión, se arrepintió y fue salvo. Más adelante, él llegó a ser un buen colaborador y cambió su nombre a Philip Luan. En cierta ocasión, cuando estuve en el entrenamiento del hermano Nee en Shanghái, me hospedé en la misma habitación que él, y él me narró esta historia en persona.

  Hay otra historia que nunca puedo olvidar. Había una vez un estadounidense que fue a África en un viaje de negocios. Él vio a un africano local que leía la Biblia sentado bajo un árbol. Este hombre estadounidense se consideraba a sí mismo como alguien moderno y que entendía la ciencia, así que menospreciaba la religión y la consideraba como una superstición. Él le dijo al hombre con un tono de desprecio: “¿Todavía leen ustedes la Biblia?”. El hombre respondió, diciendo: “Señor, si yo no hubiese estado leyendo la Biblia y si las palabras de la Biblia no hubiesen entrado en mí, yo lo habría comido a usted, y ahora mismo usted estaría en mi estómago”. Esto ilustra el poder de la Biblia.

  Estudié el asunto de hablar en lenguas hace cincuenta años, y también me uní a esa clase de actividad por más de un año. Luego, no hablé ya más en lenguas, y les sugerí a otros que no practicaran esto. Después de unos años, cuando estaba en mi ciudad natal de Chifú, había una iglesia pentecostal cerca del salón de reunión. El hermano responsable allí tenía una buena relación conmigo. Un día ese hermano vino a visitarme. Él quería que yo hablara en lenguas nuevamente para que estuviese en el mismo fluir que él. Le pedí que se sentara, y con un tono muy serio le dije: “Hermano, ahora yo no hablo en lenguas, y no elegiré tomar ese camino. Hoy hablaré con usted abiertamente. ¿Es más poderosa su predicación o la mía? Hemos estado obrando aquí por muchos años ¿Quién está haciendo la mayor ganancia? ¿Usted o yo? Cuanto más usted predica, menos personas se hallan allí. Cuanto más yo predico, más personas tenemos aquí. ¿Dónde está su poder?”. Él dijo: “Hermano Lee, si usted lo pone en esos términos, no tengo nada que decir. Reconozco que no he sido tan exitoso como usted. Sin embargo, tengo que hablar en lenguas porque si yo no hablo en lenguas, no tengo poder”. Luego dije: “Si éste es el caso, entonces vaya y hable en lenguas. Cuanto más usted hable, menos poderoso será. Sin embargo, yo no hablaré en lenguas, y cuanto más yo no hable en lenguas, más poderoso llegaré a ser”.

  Hablé tales palabras no sólo a esta persona, sino también a otros. Más adelante también hablé las mismas palabras en Taiwán y en los Estados Unidos. A veces yo decía: “Ustedes hablan en lenguas, pero ¿dónde está el fruto de su labor? ¿Dónde está la eficacia de su obra? No me atrevo a decir que tengo mucho fruto en mi obra, pero mi fruto al menos es más que el de ustedes. Por ende, hablar en lenguas no funciona. No hablo ni una sola frase en lenguas, pero he ganado una gran cantidad de personas”. Al final, muchos de los que hablaban en lenguas tuvieron que reconocer la derrota. El secreto de mi obra no consiste en hablar en lenguas, sino en orar con el Espíritu y predicar la palabra.

INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR

  En Taiwán traté de enseñarles a los santos a despertar su espíritu, pero no estaba claro acerca de cómo hacerlo. Más adelante, cuando vine a los Estados Unidos, vi claramente que despertar el espíritu equivale a invocar el nombre del Señor. En Hechos 2 Pedro dijo que cuando el Espíritu Santo es derramado, todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo (v. 21). Normalmente, entendemos la salvación de manera superficial. Sin embargo, cuando las personas le preguntaron a Pedro qué debían hacer, Pedro dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38). Esto indica que la bendición de la salvación comienza con el perdón de pecados y alcanza su consumación al recibir nosotros el don del Espíritu Santo. El perdón es la iniciación, y recibir el Espíritu Santo es la consumación. La consumación de nuestra salvación consiste en recibir el Espíritu Santo. Si no hemos recibido el Espíritu, nuestra salvación no es completa. Actualmente, una vez que somos salvos, recibimos el Espíritu. Sin embargo, necesitamos avivar el fuego de nuestro espíritu (2 Ti. 1:6-7). La manera en que podemos avivar el fuego de nuestro espíritu es orar, invocar el nombre del Señor.

  Es extraño que aunque ya hemos recibido el Espíritu, si no nos valemos del Espíritu, todo lo que hagamos será en vano. Sin el Espíritu, nuestro profetizar será en vano. Igualmente, sin el Espíritu, nuestra predicación del evangelio será en vano. A fin de tener al Espíritu, tenemos que orar, y en nuestra oración tenemos que invocar el nombre del Señor. No hay necesidad alguna de ser muy propios cuando oramos; más bien, deberíamos estar locos. Hace cincuenta años se me enseñó que debía ser propio cuando orase. Se me enseñó que debía ser sincero cuando me arrodillase, y que luego debía orar por el Espíritu en el nombre del Hijo al Padre Santo, pidiendo Su gracia y bendición. Más adelante comprendí que esto es una oración muerta. El Señor Jesús, en Su oración y predicación, no guardó regulación o formalidad alguna. Cuando Él predicaba, Él no tenía un podio o un itinerario de tiempo, y lo que Él decía no tenía un programa. Sin embargo, había poder. Nosotros también deberíamos orar así, sin prestar atención a las regulaciones, sino más bien invocar el nombre del Señor sin cesar.

  En 1968 en los Estados Unidos comenzamos a ejercitarnos al invocar el nombre del Señor. En una reunión les dije a los santos: “En su vida diaria traten de olvidarse de todo y sencillamente invoquen el nombre del Señor por diez minutos. Olvídense de su situación y su trabajo; sencillamente invoque el nombre del Señor. Si ustedes no se vuelves ardientes, vengan a verme”. Hoy en día todavía tengo la certeza de que si usted invoca el nombre del Señor por sólo diez minutos, estará ardiente. A los jóvenes que están en los recintos universitarios, si ustedes son quemados de este modo cada mañana, ustedes incinerarán a otros cuando estén en la escuela. En cuanto el evangelio sea hablado o predicado, allí estará el Espíritu.

  Una vez, cuando yo estaba en la escuela primaria, la maestra quería que todos nosotros diésemos un discurso. Estaba tan atemorizado que temblaba y sudaba, y no sabía qué iba a decir en la plataforma. Más tarde, cuando fui salvo y llamado por el Señor, estaba claro que un día tendría que ministrar y hablar por Él. Por lo tanto, traté de pensar acerca de formas en que podía prepararme. En aquel entonces yo trabajaba al lado del mar y había un monte cerca. Detrás del monte había mucho silencio. Cada día, durante mi receso de almuerzo al mediodía, yo iba a la parte de atrás del monte para practicar hablarle al mar. El resultado era que cuanto más practicaba hablar, más mejoraba. Sin embargo, un día un grupo denominacional me invitó para que hablara el día del Señor. Fue la primera vez que hablé en el podio, así que me preparé mucho en mi casa antes de ir. Hablé acerca de: “¡He aquí el Cordero de Dios!”. En aquel momento, frente a más de trescientas personas, estuve muy atemorizado. Además, puesto que nadie jamás me enseñó a utilizar mi espíritu, cuando hablé no utilicé mi espíritu, así que mi hablar fue en vano. Más adelante entendí claramente que a fin de ejercitar el espíritu es necesario orar, invocar el nombre del Señor y leer la Palabra. Éstas son las fuentes del poder del evangelio.

LA SALIDA PARA EL EVANGELIO

  Ahora queremos ver lo que son el portavoz y la salida para el evangelio. El portavoz para el evangelio es el hombre. Además, la salida para el evangelio es los hogares. Somos los portavoces del evangelio y nuestros hogares son las salidas del evangelio. Si su hogar no está entregado para ser utilizado por el Señor y usted sólo predica el evangelio en un sentido individual, entonces habrá un portavoz pero no habrá salida. Hechos nos muestra que para el tiempo de Pedro, los discípulos no solo partieron el pan “de casa en casa” (2:46), sino que también anunciaron a Jesucristo como evangelio “de casa en casa” (5:42). En el griego, la palabra anunciar es la forma verbal de la palabra evangelio, lo que significa que ellos anunciaban el evangelio de Jesús, el Cristo. Si anunciamos el evangelio de Jesús, el Cristo, de casa en casa, entonces todas nuestras casas hablarán Cristo. Por ende, no sólo deberíamos predicar el evangelio, sino también abrir nuestros hogares.

  Lucas 5 nos da un ejemplo excelente. El Señor Jesús vio a un recaudador de impuestos llamado Leví, quien era un esclavo del dinero, y Él lo llamó para que le siguiera. Al oír el llamamiento del Señor, Leví lo dejó todo, se levantó y siguió al Señor. De este modo él fue salvo. En cuanto fue salvo, él hizo un gran banquete para el Señor Jesús en su casa. Sin embargo, él no invitó a Jesús solo, ni invitó a los oficiales prominentes o personas famosas. Más bien, él invitó muchos recaudadores de impuestos y pecadores (vs. 27-29). Puesto que él mismo era un vil pecador, no tenía hombres buenos por amigos, sino una multitud de hombres malvados, a quienes invitó para que se reclinaran a la mesa con el Señor. El Señor era el invitado de honor, y todas las demás personas que fueron invitadas para acompañar al Señor eran pecadoras. Éste es un buen ejemplo de abrir los hogares para la predicación del evangelio. En cuanto abramos nuestros hogares, el evangelio tendrá una salida; sin los hogares, el evangelio no tendrá salida alguna. Ahora tenemos muchos portavoces, pero lo que necesitamos es la salida. Por ende, tenemos que abrir nuestros hogares.

  Espero que todos los santos, en especial aquellos que han sido salvos recientemente, hagan esta única cosa: celebrar un gran banquete para Jesús e invitar a todos sus amigos, incluso los amigos que son despreciables. Usted y yo no tenemos amigos de buena reputación. Lo que tenemos son “amigos pecadores”, tales como amigos que beben, amigos que apuestan, amigos que bailan, amigos que juegan y amigos que engañan. Hablando con seriedad, ¿dónde puede uno hallar personas buenas en esta tierra? Todos son pecadores. No teníamos buenos amigos antes de ser salvos, pero después que fuimos salvos, el Señor Jesús llegó a ser nuestro buen Amigo. Deberíamos hacer banquetes en nuestros hogares para el Señor Jesús e invitar a nuestros amigos pecadores a fin de que ellos puedan recibir al Señor Jesús como su Amigo.

  La Biblia no sólo tiene ejemplos de pecadores que predicaron el evangelio; también tiene ejemplos de “hombres buenos” que predicaron el evangelio. En Hechos 10 había un hombre bueno, Cornelio. La Biblia no menciona ningún pecado suyo; sólo habla acerca de sus aspectos buenos. Él era un hombre devoto y temeroso de Dios y hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba y hacía peticiones delante de Dios siempre. Un día un ángel vino a él y dijo: “Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios. Envía, pues, ahora hombres [...] y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro” (vs. 4-5). Es cierto que Cornelio verdaderamente era un buen hombre, pero no era salvo y todavía necesitaba el evangelio. Por ende, necesitaba pedirle a Simón Pedro que viniese y le dijese cómo ser salvo. Cuando Pedro llegó, él estaba sorprendido porque Cornelio ya estaba allí esperando luego de haber convocado a sus “parientes y amigos más íntimos” (v. 24). Parientes y amigos más íntimos es una expresión muy buena, y es un buen ejemplo para nosotros.

  La casa de Leví, un recaudador de impuestos, y la casa de Cornelio son ejemplos excelentes para nosotros. Independientemente de si somos esclavos del dinero, como los recaudadores de impuestos que eran pecadores viles, o si somos aquellos que oramos a Dios frecuentemente y damos limosnas a los pobres, como Cornelio, quien era una persona virtuosa, todos somos pecadores delante del Señor; todos necesitamos salvación. También necesitamos abrir nuestra casa y hacer un banquete para Jesús, invitando a todos nuestros parientes y amigos íntimos. Creo que en aquel día, cuando el Señor Jesús estuvo con el grupo de recaudadores de impuestos, deben de haber habido muchos que a la postre fueron salvos. Quizás incluso todos ellos fueron salvos. También creo que esos parientes y amigos íntimos que estaban en la casa de Cornelio aquel día también fueron salvos sin excepción alguna. Por ende, la manera de contactar a las personas con el evangelio es abrir los hogares. Si no hay hogares, el evangelio no tendrá un camino abierto. Cuando hay un hogar, el evangelio tiene un camino abierto.

  El Señor como gran viento sopló sobre nosotros y nos trajo a los Estados Unidos. Los santos de mayor edad jamás pensaron acerca de venir a los Estados Unidos. Cuando yo estaba en la China continental, sentía que era muy bueno estar allí, especialmente en los tres “nortes”: China del norte, el noroeste y el nordeste. Podíamos ir a cualquier lugar en esas regiones para obrar por el Señor, así que ¿por qué habríamos de ir a un país extranjero y permanecer en una tierra extranjera? En 1938 alguien me dio dos cheques. Uno era de 1,600 dólares estadounidenses asignados a costear mi pasaje a los Estados Unidos; el otro era de 1,200 yuanes chinos asignados a costear los gastos de manutención de mi familia por un año. Sin embargo, no tenía la carga ni aun el pensamiento de ir a los Estados Unidos. China es tan inmensa y tiene tantas personas. No nos sería posible cubrir todos los lugares o agotar nuestra predicación del evangelio; así que, ¿por qué habríamos de pensar acerca de ir a los Estados Unidos? Sin embargo, esto no dependía de nosotros. A la postre el Señor sopló sobre mí y fui traído a Taiwán y luego a los Estados Unidos.

  Independientemente de si esto era lo que ustedes deseaban o no, el Señor sopló sobre ustedes y los trajo a los Estados Unidos. Hoy el Señor es como un gran viento que ha soplado a multitudes de chinos a los Estados Unidos. Ésta es la voluntad perfecta del Señor. Si los hombres no dejan su propia tierra o terreno, no creerán en el Señor. Sin embargo, puesto que ellos han sido desarraigados y han venido a un país extranjero, les es fácil creer en el Señor. Es por esto que en los recintos universitarios nos es fácil predicar el evangelio a los estudiantes chinos. Casi no hay respuestas negativas; muchos de ellos han llegado a asistir al banquete del Señor y casi todos han recibido al Señor. Ésta es la obra del Señor.

  El Señor salvó a Leví, un recaudador de impuestos. Éste era Mateo, quien luego llegó a ser uno de los doce discípulos que habían de predicar el evangelio a muchos pecadores. En la visión que Cornelio vio, el ángel no le dijo que invitara a sus parientes y amigos íntimos. Sin embargo, él no ocultó lo que tenía de modo que sólo sus familiares fuesen conducidos a la salvación. Más bien, él invitó a todos sus parientes y amigos íntimos. Necesitamos tomarle como nuestro modelo. Cuando ustedes los jóvenes vayan a los recintos universitarios, están allí para hacerle un banquete a Jesús. Sencillamente presente algunas meriendas simples y use media hora para compartir el evangelio con los amigos. Ése es su hogar. Alternativamente, si consigue permiso de sus padres, puede invitar a sus compañeros de clase para que coman y escuchen el evangelio. El evangelio presentado de este modo salvará a los jóvenes de llegar a ser personas viles, como los hippies estadounidenses. En los Estados Unidos es peligroso para los jóvenes no creer en el Señor Jesús. Si ellos no creen, es difícil saber lo que harán porque hay toda clase de cosa extraña y rara que ocurre en los recintos universitarios. Sólo Jesús puede reemplazar esas cosas. Si los padres son sabios, ellos indudablemente permitirán que sus hijos e hijas crean en Jesús.

  Por lo tanto, espero que todos ustedes abran sus hogares a fin de hacer un gran banquete para Jesús, al sencillamente invitar “pecadores” como sus convidados con miras a que ustedes puedan predicarles el evangelio. Si ustedes abren sus hogares, eso no será una pérdida para ustedes, sino una bendición. El Señor mismo dijo que Él mostraría benevolencia amorosa a miles de generaciones de los que le aman (Éx. 20:6). Por lo tanto, en aras de la eternidad, todos nosotros deberíamos abrir nuestros hogares y proveer una salida para el evangelio del Señor. De este modo, la bendición no sólo vendrá a nosotros, sino también a nuestros hijos e hijas generación tras generación.

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