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Mensajes del libro «Ley del avivamiento, La»
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La ley del avivamiento

PREFACIO

  Este libro contiene cinco mensajes compartidos por el hermano Witness Lee en Taipéi. Estos mensajes, dados en las reuniones de los colaboradores, presentan el asunto del avivamiento como una ley espiritual que les posibilita a los creyentes crecer en vida y conocer al Señor de manera más personal e íntima. Las fechas de estos mensajes no se conocen. Los mensajes fueron publicados originalmente en chino en la revista El Ministerio de la Palabra de 1960 a 1961.

En cada etapa se alcanza una condición de plenitud

  En términos de la presencia del Señor, podemos alcanzar una condición de plenitud en cada etapa de nuestra búsqueda espiritual. Por ejemplo, en la primera etapa la que busca a su amado celebra banquete a la mesa de éste (1:12). Expresiones poéticas, tales como “Verde es nuestro lecho” y “Las vigas de nuestra casa son de cedro” (vs. 16-17), muestran que ella disfruta plenamente la presencia de su amado. Después de buscar a su amado y finalmente encontrarlo en el capítulo 3, la Sulamita lo introduce en la cámara de la que la concibió (v. 4). Esto retrata que somos introducidos en la gracia de Dios para disfrutar plenamente la presencia del Señor. Esto muestra que una vez más alcanzamos la plenitud de la presencia del Señor. Así que, en cada etapa, el curso de nuestra búsqueda espiritual redunda en una plenitud de la presencia del Señor.

La condición de plenitud alcanzada en cada etapa llega a un final

  El Cantar de los Cantares revela que al final de cada etapa una persona que busca del Señor siempre se sentirá insatisfecha. Así que, se acaba la sensación de satisfacción que alcanza en la plenitud. Este final nos permite comenzar una nueva búsqueda.

  Estas cuatro características nos llevan a entender la experiencia que tenemos al ir en pos del Señor. Ahora aplicaremos estas características a nuestra experiencia.

NECESITAMOS UN NUEVO COMIENZO

  Estamos equivocados si esperamos que nuestra búsqueda espiritual tendrá un solo comienzo con un solo curso y un solo final. Tal expectativa nunca se cumplirá. Siempre se desarrollarán varias etapas en nuestra experiencia del Señor, y cada etapa tendrá un comienzo, un curso y un final. Esto se ve claramente en las biografías de creyentes normales a lo largo de la historia de la iglesia. Por ejemplo, la señora Guyón, según su autobiografía, no tropezó, pero ella sí experimentó varios nuevos comienzos. Ella dijo haber renovado sus votos nupciales con el Señor. Cada renovación de su voto nupcial era un nuevo comienzo. Antes que ella pudiese experimentar un nuevo comienzo, debía haber experimentado el final, la conclusión, de la etapa previa. Por lo tanto, aun si no tropezamos, debe haber muchos nuevos comienzos en nuestra búsqueda espiritual. Esto significa que debemos llegar a un final para poder experimentar otro comienzo.

  Después de obtener una sensación de satisfacción en el proceso de ir en pos del Señor y buscarle, es normal sentirnos vacíos e insatisfechos y sentir que hemos perdido la presencia del Señor. Este sentir de vaciedad e insatisfacción es una señal que nos dice que ha llegado el momento de un nuevo comienzo. Este sentir de insatisfacción puede compararse con la señal de la luz vial verde, la cual anuncia que debemos avanzar. Una luz roja nos anuncia que debemos detenernos, pero cuando la luz se vuelve verde, podemos seguir adelante con nuestra jornada. El sentir interior de insatisfacción es la luz verde de nuestra jornada espiritual. La insatisfacción incluye las sensaciones de tinieblas, vaciedad, vejez, debilidad y desánimo. También comprende la sensación de no sentirnos aptos para percibir la presencia del Señor, de perder nuestro gusto por la oración, de no recibir luz de la Biblia, de sentir sequedad cuando damos un mensaje y de perder la unción. Estas sensaciones no son algo fortuito. Ellas son señales que nos dicen que es tiempo de emprender una nueva búsqueda.

  Cuanta más comunión tengamos, más percibiremos la necesidad de tener un nuevo comienzo. La iglesia ha llegado al final de una etapa y, por ende, necesita un nuevo comienzo. Si no tenemos un nuevo comienzo, caeremos inevitablemente en un servicio formal y en una adoración religiosa.

  El servicio formal y la adoración religiosa llevan implícito la observancia de normas y el cumplimiento de reglamentos. Nuestro servicio quizás haya sido viviente y fresco hace siete u ocho años atrás, pero será invadido por la muerte y la vejez si continuamos sirviendo de la misma manera. Por ejemplo, durante los tiempos de Moisés el servicio antiguotestamentario era viviente, pero después de varios años perdió su vitalidad y entró en muerte. A fin de que seamos liberados de un servicio formal y de una adoración religiosa, la iglesia debe tener un nuevo comienzo. Esto no quiere decir que necesitamos un método nuevo o una manera nueva. Nuestra posición es la correcta. La manera en que llevamos a cabo nuestro servicio también es la correcta, pero le hace falta vitalidad. Espero que los servidores puedan percibir la vejez. Los servidores deben tener un nuevo comienzo, de modo que ellos puedan influir en los santos y así ocasionar que las iglesias tengan un nuevo comienzo.

UN NUEVO COMIENZO REQUIERE UNA NUEVA CONSAGRACIÓN Y NUEVOS TRATOS

  Para tener un nuevo comienzo, tenemos que experimentar una nueva consagración. Tal vez alguno diga: “Yo me he consagrado muchas veces; ya no tengo nada que consagrar”. Sin embargo, debemos consagrarnos de nuevo cada vez que tenemos un nuevo comienzo.

  Junto con una nueva búsqueda, también tenemos que experimentar nuevos tratos. Después de consagrarnos, debemos ser sometidos bajo un nuevo trato disciplinario. Superficialmente El Cantar de los Cantares no abarca los tratos a los cuales Dios nos somete; no obstante, si estudiamos este libro a profundidad, veremos que éstos se encuentran escondidos. Después de alcanzar la plenitud en la primera etapa, la que busca al amado permanece en su experiencia y se interesa por dicha experiencia más que por el amado. Como resultado de ello, cuando despierta para buscar a su amado, él no se deja hallar (2:16—3:3). Esto era una disciplina. Tal disciplina nos educa y nos adiestra para que sepamos que no estamos en posición de decidir nada relacionado con la comunión que tenemos con el Señor. Debemos permitir que todo lo decida el Señor. Si el Señor quiere venir, debemos permitirle que venga; si el Señor desea quedarse, debemos permitirle que se quede; y si el Señor quiere marcharse, debemos dejar que se marche. No tenemos voz ni voto en estos asuntos. Esto se refleja claramente en la segunda etapa presentada en El Cantar de los Cantares.

  En 3:1-4 la que busca al amado dice: “En mi lecho, noche tras noche / busqué al que ama mi alma; / lo busqué, mas no lo hallé. / Me levantaré ahora, y andaré por la ciudad; / por las calles y por las plazas / buscaré al que ama mi alma. / Lo busqué, mas no lo hallé. / Me hallaron los guardas que andan por la ciudad; / y les pregunté: ¿Habéis visto al que ama mi alma? / Apenas los había pasado / cuando hallé al que ama mi alma. / Me así a él, y no lo dejé, / hasta que lo introduje en casa de mi madre / y en la cámara de la que me concibió”. En estos versículos la que busca al amado se levanta para ir en pos de él, pero no puede hallarlo. Ella sale a buscarlo, pero no lo encuentra. Luego les pregunta a otros acerca de él, pero de nada le vale. Cuando ella se siente desilusionada e impotente, su amado viene, y ella lo encuentra. Cuando ella anhela a su amado, él permanece alejado de ella, pero cuando ella se desilusiona por completo, él viene a ella. El Señor usa tales experiencias para adiestrarnos. Cuando no podemos hallar al Señor, tal vez nos llena el remordimiento, pensando: “Me aferro a mi opinión cuando tengo comunión con el Señor. Esto es mi pecado”. En lo profundo de nuestro ser sentimos que debemos tomar medidas con respecto a cierto pecado, solo que esto no es nada externo ni superficial. Los que genuinamente buscan más del Señor no necesariamente toman medidas con respecto a los pecados externos o aparentes. Es probable que otros creyentes no vean los pecados que hemos cometido, porque nuestros problemas con el Señor proceden de lo profundo de nuestro ser. Por tal razón, necesitamos tomar medidas con respecto a los pecados que yacen en nuestro ser interior. Esto requiere que nos consagremos de nuevo en lo que se refiere a tomar estas medidas, lo cual hará que nos levantemos para ir en pos del Señor.

  Nuestra consagración al Señor y los tratos que experimentamos delante de Él ocurren de manera continua y deben profundizarse. Nuestra consagración inicial es un tanto superficial. Antes de ser salvos, es posible que hayamos participado indulgentemente en placeres terrenales y en actos pecaminosos, pero ahora que somos salvos, estamos dispuestos a consagrarle al Señor nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestras energías para que Él los use. Esta consagración es buena, pero no es profunda. Debemos tener más consagraciones. Quizás el Señor nos lleve a percatarnos de que cierta parte de nuestro ser aún no está abierta a Él, o de que hay algo a lo cual no estamos dispuestos a renunciar. En el pasado el Señor no tocaba esos asuntos, pero ahora no quiere dejarlos pasar. Éste es el momento en que debemos renovar nuestra consagración. Quizás seamos negligentes en los asuntos externos, tales como nuestro tiempo y nuestro dinero, así que el Señor nos disciplina en estos asuntos considerando que ya se los consagramos a Él. Pero a Él también le interesa el problema que cargamos en nuestro interior. La primera vez que nos consagramos, dentro de nosotros guardábamos cierta reserva, y el Señor fue tolerante. No obstante, ahora Él quiere que le entreguemos las cosas que nos reservamos. Si no estamos dispuestos a abandonarlas, podemos perder Su presencia, y no seremos vivificados. Éste es el tiempo en que debemos experimentar una consagración más profunda.

  El Señor puede aplicarle cierto trato a un hermano con respecto a su individualismo. Aunque este hermano no discute con los demás, a él no le agrada estar con otros hermanos. Eso se llama individualismo. El Señor desea hacernos ver que somos individualistas y que debemos tomar medidas al respecto, pero nosotros insistimos en mantener nuestros hábitos individualistas. Esta insistencia nos sume en la vejez y hace que perdamos nuestro frescor y nuestra vitalidad. Aunque éramos personas individualistas cuando recibimos al Señor, Él no tocó ese aspecto; por lo tanto, nos mantuvimos frescos. Sin embargo, ahora el Señor ha puesto Su mano sobre nuestro individualismo y quiere que lo desechemos; y si no queremos renovar nuestra consagración en lo referido a este asunto, Él no nos dejará en paz. Como resultado, perdemos nuestro frescor y nos volvemos viejos, y aquellos con los que tenemos comunión percibirán la vejez y el estancamiento en lugar del frescor y la vida. Además, nos será difícil avanzar en el Señor.

  Para que experimentemos un nuevo comienzo tiene que haber consagración y tratos disciplinarios. Éste es un principio rector. Sin embargo, nuestra consagración y los tratos que experimentamos en las diferentes etapas difieren en profundidad. Inicialmente, los tratos son externos y superficiales, pero con el tiempo se vuelven más profundos y agudos hasta que incluyan aun nuestras experiencias espirituales. Abraham pasó por muchos tratos, y al final incluso tuvo que ofrecer a Isaac, a quien obtuvo mediante la gracia de Dios (Gn. 22:1-19). No sólo tuvo que echar a Ismael, a quien había engendrado según su carne (21:9-14); Abraham también tuvo que ofrecer a Isaac, a quien había obtenido mediante la promesa de la gracia de Dios, y lo puso en el altar. Esto fue una consagración profunda y genuina.

  El mismo principio se presenta en El Cantar de los Cantares. En la cuarta etapa de la experiencia de la que busca al amado, sus logros espirituales son condenados, y ella tiene que consagrarlos. Por lo tanto, si deseamos tener un nuevo comienzo, ser renovados y vitalizados, tenemos que experimentar una consagración nueva y sufrir un trato nuevo.

LO QUE EXPERIMENTAMOS EN CADA ETAPA ES CRISTO Y SU MUERTE Y SU RESURRECCIÓN

  Aunque en El Cantar de los Cantares se presentan seis etapas de la experiencia espiritual, la que busca al amado no experimenta una cosa en la primera etapa, otra cosa en la segunda etapa y otra cosa diferente en la tercera etapa, etc. Al contrario, la que busca al amado tiene toda clase de experiencias espirituales en la primera etapa, pero no las experimenta a un grado máximo. En principio, las experiencias que ella tiene en la segunda etapa son las mismas que tuvo en la primera etapa; sin embargo, el grado de plenitud que ella alcanza en su experiencia ha aumentado. En la tercera etapa ella experimenta las mismas cosas que experimentó en la etapa previa, pero la medida de esas experiencias ha aumentado. Esto continúa al atravesar la cuarta, quinta y sexta etapas. En principio, en cada etapa ella tiene las mismas experiencias que tuvo en la primera etapa. Aunque ella no experimenta nada nuevo en las diferentes etapas, las experiencias son nuevas, y la medida de dichas experiencia va en aumento.

  En nuestra búsqueda espiritual no experimentamos diferentes cosas en las diferentes etapas. En el pasado delimitamos claramente las cuatro etapas de nuestra vida espiritual (véase La experiencia de vida). Sin embargo, en términos de nuestra experiencia, las etapas no están claramente definidas, porque lo que experimentamos en la primera etapa abarca casi todo lo que experimentaremos posteriormente. Nuestras experiencias futuras no difieren de nuestras experiencias iniciales; nuestras experiencias únicamente se vuelven más profundas, más elevadas, más poderosas y más enriquecedoras. Esto puede compararse con el proceso de teñir un trozo de tela. En el comienzo de dicho proceso, el color de la tela es muy claro, pero con cada aplicación el color se hace más fuerte hasta que alcanza el tono más marcado. Nuestra experiencia espiritual es similar a este proceso.

  En términos de la revelación, en cada etapa experimentamos a Cristo. En términos de la aplicación, experimentamos Su muerte y Su resurrección. Por lo tanto, todas nuestras experiencias espirituales corresponden a Cristo y Su muerte y Su resurrección. Incluso un nuevo creyente experimenta a Cristo y Su muerte y Su resurrección. Una persona cree y es bautizada debido a que ella conoce a Cristo y ha experimentado la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo. Ésta es nuestra experiencia al comienzo de nuestra vida cristiana, y seguirá siendo nuestra experiencia por el resto de nuestras vidas a medida que avanzamos de una etapa a otra. Según El Cantar de los Cantares, el Cristo que conocemos en la primera etapa es la misma persona que seguimos conociendo en las últimas etapas, y la muerte y la resurrección que experimentamos en la primera etapa son las mismas que experimentaremos en las últimas etapas. La única diferencia consiste en que nuestras experiencias gradualmente se vuelven más profundas y más ricas.

DEBEMOS SER RENOVADOS CON MIRAS A UN SERVICIO GENUINO

  Nuestra obra y nuestro servicio deben llevarse a cabo según la experiencia descrita en El Cantar de los Cantares. No debemos realizar una obra habitual que simplemente mantiene el statu quo. Ésta es la condición en que se halla el cristianismo, en donde suelen contratar a un pastor para que dé un sermón cada día del Señor. Tal vez los sermones sean liberados adecuadamente, y quizá la congregación entienda el tema y lo recuerde, pero este entendimiento y este recuerdo no produce ningún efecto en los oyentes. Los sermones producen un aumento en el conocimiento de la Biblia, pero no causan que los oyentes se levanten para ir en pos del Señor y experimentarle. Ésta es una obra habitual que mantiene el statu quo. En esta obra no hay luz ni experiencia. No debemos mantener esta condición religiosa en las iglesias. No debemos realizar una obra que aparentemente afecta a las personas sin producir un cambio en ellas; más bien, nuestra obra siempre debe beneficiar a las personas, sea que se encuentren al comienzo, o durante el curso o al final de una etapa de su búsqueda espiritual. Siempre debemos conducir a las personas a experimentar al Señor y a ir en pos de Él. Los que no se han consagrado, deben ser conducidos a consagrarse. Los que no han experimentado los tratos del Señor, deben ser traídos a una condición tal que reciban dichos tratos. Los que ya se consagraron pero se hallan en una situación de abatimiento necesitan ayuda para renovar su consagración. Los que han sufrido tratos en el pasado pero han perdido su frescor necesitan ayuda para dejar que el Señor los someta a nuevos tratos. Los que hayan tenido experiencias espirituales en el pasado pero estén desanimados, en sequedad y faltos de luz y de fuerzas necesitan ayuda para levantarse y buscar al Señor otra vez. Si somos renovados continuamente, las cosas serán hechas nuevas, y nuestro servicio será genuino, y no un hábito.

  Nosotros quienes servimos al Señor, de continuo tenemos contacto con las personas, ya sea al darles mensajes o visitarles. Por lo tanto, es menester que realicemos una obra de renovación y que nosotros mismos seamos renovados. No debemos pensar que estamos bien, porque no somos pecaminosos ni carnales, o porque tenemos una conducta apropiada, leemos la Biblia, somos movidos por el Señor y oramos. Todo esto mantiene nuestra condición espiritual; pero debido a que no redunda en nuestro progreso, la obra y la iglesia se envejecen. Aun si no tuviésemos otros problemas, la vejez es un problema. Es sólo cuando nosotros tengamos un nuevo comienzo, junto con una nueva consagración y nuevos tratos, que nuestra obra será muy fresca y la iglesia experimentará otra etapa que corresponde a la fresca presencia del Señor.

  Aquella que busca a su amado en El Cantar de los Cantares se levanta a buscarlo incluso de noche. Ella dice: “En mi lecho, noche tras noche / busqué al que ama mi alma; / lo busqué, mas no lo hallé. / Me levantaré ahora, y andaré por la ciudad; / por las calles y por las plazas / buscaré al que ama mi alma” (3:1-2). Necesitamos buscar al Señor; no debemos ser indiferentes. El sentir de abatimiento y de la pérdida de la presencia del Señor nos debe servir como una luz verde que nos insta a levantarnos y seguir adelante. Tenemos que buscar al Señor, recibir tratos disciplinarios de Su parte y experimentar una nueva consagración según nuestro sentir interior.

  Al levantarnos para buscar al Señor, espontáneamente hacemos que otros busquen al Señor junto con nosotros. El comienzo de nuestra búsqueda del Señor tiene dos aspectos. O el Señor nos atrae o nos sentimos sedientos y hambrientos, lo cual causa que vayamos en pos de Él. Cuando experimentemos lo abundante que es el Señor, nos levantaremos, tal como la que busca al amado lo hace en El Cantar de los Cantares, y diremos: “Festejo con el Señor en Su mesa y disfruto de Su abundancia. En Su sombra me deleito y me siento, y Su fruto es dulce a mi paladar” (cfr. 1:12; 2:3). Dar un testimonio así despertará un hambre y un anhelo en los que nos escuchen, y ellos estarán dispuestos a buscar al Señor con el fin de tener la misma experiencia. Puede ser que no tengamos una experiencia plena, y en nuestro corazón hay un sentir de insatisfacción. A medida que este sentir de insatisfacción se acrecienta, anhelamos al Señor con desesperación. Al hablar con los demás de nuestra insatisfacción, se producirá un eco dentro de ellos, y se sentirán hambrientos y sedientos por el Señor. Por lo tanto, siempre y cuando busquemos al Señor, ya sea al celebrar banquete con Él o al sentir hambre y sed de Él, afectaremos a los demás y haremos que ellos se sientan hambrientos. Como resultado, ellos también se levantarán para buscar al Señor.

  Todos necesitamos traer esta palabra delante del Señor en oración. No necesitamos mirar a los demás; antes bien, necesitamos ver nuestra propia condición. ¿Necesitamos ser renovados y avivados para tener una nueva consagración y experimentar los nuevos tratos a los cuales el Señor nos somete? Si el Señor tiene misericordia de nosotros, Él se nos aparecerá y nos atraerá para que nos levantemos y le busquemos, o bien Él hará que nos sintamos hambrientos e insatisfechos, lo cual nos obligará a levantarnos y buscarlo a Él. Entonces seremos avivados, y todo lo relacionado con nosotros llegará a ser nuevo. La Biblia que leemos será nueva, los himnos que entonamos serán nuevos, e incluso los libros espirituales que leemos serán nuevos. Que todos nosotros, por la misericordia del Señor, tengamos un nuevo avivamiento.

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