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Mensajes del libro «Ley del avivamiento, La»
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CAPÍTULO DOS

LOS QUE SIRVEN AL SEÑOR DEBEN SER LIBERADOS DE VIVIR SEGÚN SUS SENTIMIENTOS Y ESTAR ABIERTOS A ÉL A FIN DE TRAER UN AVIVAMIENTO

SER LIBERADOS DE VIVIR SEGÚN LOS SENTIMIENTOS

  Muchos de los que sirven al Señor, en su experiencia, aún no pueden reconocer la diferencia entre vivir según los sentimientos y vivir por fe. Puede ser que de palabra ellos conozcan la diferencia, pero muy pocos la conocen en términos de su experiencia. La mayoría vive aún en sus sentimientos; es difícil hallar un servidor que viva por fe. Algunos han estado sirviendo por varios años, pero no son muchos los que han sido liberados de sus sentimientos, y aún son menos los que pueden vivir por fe.

  Esta conclusión está basada en dos condiciones que hemos observado entre los servidores. Muy pocos son vivientes y frescos. Ellos dan testimonio de la presencia del Señor y de que tienen contacto con Él y perciben Su dulzura en la oración y en la Palabra. Sin embargo, la mayoría de los que sirven al Señor han perdido esta dulce experiencia. Ellos no perciben ni la presencia del Señor ni Su dulzura. En lugar de estar frescos y vivientes, se hallan abatidos, oprimidos y quieren retirarse del servicio. Parece que hay una diferencia entre estas dos condiciones y que la primera condición es mejor que la segunda. Sin embargo, las dos condiciones muestran que los santos están viviendo según sus sentimientos. Su jornada espiritual está sujeta a sus emociones; esto es, su relación con el Señor está basada en sus emociones.

  Aquellos que tienen experiencias espirituales saben que es difícil salir de esta etapa, en la cual vivimos según las emociones. Esta etapa puede prolongarse por largo tiempo. Además, los creyentes en esta etapa pasan por pruebas que les causan confusión. El hermano Hudson Taylor, según su biografía, experimentó tales pruebas. Por cierto período de tiempo, él no percibió la belleza del Señor cuando leía la Palabra, oraba o tenía comunión con el Señor. El hermano no entendía la causa de esta condición. Muchos creyentes han tenido esta misma experiencia. Un hermano puede tener una comunión maravillosa con el Señor y sentirse afable, fresco y vivificado, pero al pasar por una prueba, entra en una condición de abatimiento y opresión, y pierde su frescor. Es posible que un creyente tenga esta experiencia varias veces, esto es, emocionalmente se levanta y cae como las olas del mar. La medida en que él se levanta y cae está relacionada con su manera natural de ser. Un creyente que es muy emotivo tiende a fluctuar más notablemente que un creyente que no lo es. Algunos creyentes son liberados de vivir así después de varias experiencias, mientras que otros permanecen en esta etapa aun después de numerosas experiencias.

  Tengo un profundo sentir en mi interior de que el Señor desea llevarnos a experimentar algo nuevo y maravilloso. Él desea guiarnos de tal modo que dejemos de vivir según nuestros sentimientos, ya que esta clase de vida resulta ser un gran impedimento.

  Según El Cantar de los Cantares, hay seis etapas en nuestra experiencia espiritual. La primera etapa abarca del 1:2 al 2:7, la segunda etapa abarca del 2:8 al 3:5, la tercera etapa abarca del 3:6 al 5:1, la cuarta etapa abarca del 5:2 al 6:13, la quinta etapa abarca del 7:1 al versículo 13, y la sexta etapa abarca del 8:1 al versículo 14. La primera etapa es la etapa fundamental. Si podemos entender la primera etapa, El Cantar de los Cantares será un libro abierto para nosotros. Un punto particular de la primera etapa es que no hay mucha revelación de parte del amado hacia aquella que le busca. El contenido de esta etapa consta principalmente de lo que ella habla, con base en su experiencia y su sentir. Al comienzo de su hablar, ella dice: “Mejores son tus amores que el vino” (1:2). Ésta es su experiencia y también su sentir; esto no es una revelación. Así pues, nuestro conocimiento del Señor en la etapa inicial procede principalmente de nuestra experiencia; no está basado en la revelación. La que busca al amado dice que él es como “un manojito de mirra”, “racimo de flores de alheña” y “como manzano entre los árboles del bosque” (vs. 13-14; 2:3). Estas palabras se basan en los sentimientos que ella percibió en su experiencia.

  Por consiguiente, esta etapa de nuestra búsqueda espiritual está íntegramente vinculada a los sentimientos. La que busca a su amado dice: “Dime, oh tú a quien ama mi alma: ¿Dónde apacientas tu rebaño? / ¿Dónde lo haces recostar al mediodía? / Pues, ¿por qué había de ser yo como una que se cubre con velo / junto a los rebaños de tus compañeros?” (1:7). Estas palabras indican que aquellos que no van en pos del Señor están hambrientos y andan errantes, y que ella tampoco está satisfecha ni tiene reposo; por ende, ella es avergonzada. Ella no es diferente de quienes no van en pos del Señor. No obstante, siente que no hay razón para que se le avergüence. Ella debería ser alimentada y así ser satisfecha, y debería recostarse donde el Señor apacienta Su rebaño y así hallar reposo.

  En la primera etapa, la alabanza de la que busca al Señor, su conocimiento del Señor y su búsqueda del Señor se originan en sus sentimientos. Ella carece de una visión y revelación objetivas. Sus alabanzas y su búsqueda son expresión de su experiencia subjetiva y de sus sentimientos subjetivos. A ella le hace falta un conocimiento y una expresión objetivos, pues todo es subjetivo. Los creyentes que caen en la subjetividad tienden a volverse superficiales. Si anhelamos ser personas profundas, debemos recibir visiones objetivas. Nuestro conocimiento y nuestra visión deben provenir de arriba; deben ser algo aparte de nuestros sentimientos. En la primera etapa de la experiencia espiritual que se presenta en El Cantar de los Cantares, la que busca a su amado no tiene tal visión. Por un lado, es bueno que sus palabras se basen en su experiencia. Ella no es como la mayoría de la gente que sólo expresa doctrinas vacías. Por otro, ella tiene experiencias superficiales que carecen de revelación.

RECIBIR LA VISIÓN DE LA RESURRECCIÓN

  No hay muchos santos que han visto una visión ni recibido revelación. La mayoría de ellos viven según sus emociones. Por tal motivo, la relación que tienen con los demás y con el Señor está basada en las emociones. Al igual que la doncella en la primera sección de El Cantar de los Cantares, ellos carecen de una visión objetiva.

  La visión objetiva y la más elevada comienza en El Cantar de los Cantares 2:8 y 9: “He aquí, él viene, / saltando sobre los montes, / brincando sobre los collados. / Mi amado es semejante a la gacela o al cervatillo”. Antes de este tiempo, la que busca al amado tiene experiencias espirituales, pero carece de visión. Lo que ella expresa en sus alabanzas y oraciones procede de los sentimientos que percibe en sus experiencias. Aunque esto es precioso, ella no puede avanzar si permanece en estas experiencias.

  Por consiguiente, al comienzo de la segunda etapa el amado viene. La que lo busca no le pidió que viniera, pero él viene para hacerle un recordatorio. En la primera etapa, alguien que busca al Señor tiene una comunión afectuosa y amorosa con Él, habiendo gustado de Su dulzura y disfrutado de Su abundancia. Esto se aprecia en El Cantar de los Cantares en las palabras de quien busca a su amado: “Mientras el rey estaba en su mesa, / mi nardo esparció su fragancia. / Mi amado es para mí un manojito de mirra, / que por la noche reposa entre mis pechos. / Racimo de flores de alheña es mi amado para mí, / en las viñas de En-gadi [...] / Como manzano entre los árboles del bosque, / así es mi amado entre los hijos: / en su sombra me deleité y me senté, / y su fruto fue dulce a mi paladar. / Me llevó a la casa del banquete, / y su estandarte sobre mí era el amor” (1:12-14; 2:3-4). Esta descripción muestra que ella disfruta de la abundancia de su amado y experimenta su dulzura. No obstante, al mismo tiempo ella se retira a un aposento y sin saberlo deja afuera a su amado. Este aposento no está totalmente cerrado, porque tiene una ventana, una abertura, a través de la cual ella puede ver a su amado. Él está saltando sobre los montes y brincando sobre los collados como un cervatillo (vs. 8-9). En estos versículos no se percibe ningún sentimiento de dulzura, ni el disfrute proveniente del reposo y la satisfacción. Lo que ve la que busca a su amado es la expresión de fortaleza, vitalidad y poder. Ella ve a su amado saltando y brincando sobre los montes y collados como un cervatillo. Los montes son elevados, pero un cervatillo es capaz de saltar y brincar sobre éstos. En lugar de ser impresionada debido a una experiencia subjetiva, la que busca a su amado recibe una visión objetiva.

  Los que sirven al Señor, en particular, necesitan recibir esta visión. La mayoría de los santos vive todavía según sus sentimientos. Tenemos la expectativa de ser satisfechos con la dulzura del Señor, pero en lugar de experimentar sentimientos de dulzura y de frescor, nos sentimos abatidos, oprimidos y amortecidos. Por esta razón, pensamos que tenemos un problema, o hemos caído, o que ya no somos útiles en las manos del Señor. Además de esto, nuestro entorno está lleno de “montes” y “collados”. Algunos de nosotros tenemos problemas de salud, otros tienen problemas con su familia, y algunos otros tienen problemas en su trabajo, problemas con los colaboradores o problemas en la iglesia. Antes, todo marchaba bien en nuestro vivir y en nuestro servicio, y nuestra senda era derecha, estable y llena de luz. Pero ahora ya no es así. Por todos lados hay collados y montes elevados; y no encontramos salida. Nuestra situación es verdaderamente difícil. Es en medio de esta clase de situación que necesitamos una visión, una visión objetiva, un conocimiento adicional del Señor.

  Al parecer avanzamos en nuestro conocimiento del Señor, pero nuestras experiencias aún corresponden a la primera etapa de El Cantar de los Cantares. Nuestras alabanzas, acciones de gracias, oraciones y testimonios indican que nuestra relación con el Señor aún se halla en la primera etapa. En nuestra experiencia sabemos que el Señor es adorable y que nos satisface. Pero tal conocimiento del Señor es insuficiente; tenemos que conocer más al Señor en otras maneras. Necesitamos experimentar al Señor según la segunda etapa de El Cantar de los Cantares.

  En la experiencia correspondiente a la segunda etapa, no se trata de que el Señor nos proporcione reposo y satisfacción, sino de que veamos que Él es el Señor resucitado, quien en Su mover tiene el poder y la vitalidad de saltar sobre los montes y brincar sobre los collados. En la primera etapa la que busca al amado quiere ir a él para hallar satisfacción y reposo. Ahora, en lugar de que ella se lo pida, el Señor la llama, diciendo: “Levántate, amor mío, / hermosa mía, y ven” (v. 10). Esto tiene que ver con el mover del Señor, no con el disfrute. Para nuestro disfrute, necesitamos hallar satisfacción y reposo; pero a fin de movernos, necesitamos poder y vitalidad. El amado dice: “Levántate [...] y ven. / Porque ya ha pasado el invierno; / la lluvia ha cesado y se fue. / Han aparecido las flores en la tierra, / el tiempo de la canción ha venido / y en nuestra tierra se ha oído la voz de la tórtola. / [...] Ven” (vs. 10-13). En tal atmósfera de resurrección y de frescor, el Señor anhela que aquellos que le buscan se levanten y vayan con Él.

UNA VISIÓN ADICIONAL DE LA RESURRECCIÓN

  Aunque su amado la llama, ella permanece en sí misma. Ella dice: “Mi amado es mío, y yo soy suya; / él apacienta su rebaño entre los lirios” (v. 16). Ella no ha olvidado que el amado es su disfrute; ella no puede dejar de pensar en el disfrute. Podemos aplicar este cuadro a nuestra situación. Muchos santos están sumidos en la vejez y en la muerte porque llevan mucho tiempo viviendo según sus emociones, pero no están dispuestos a salirse de sus emociones. Algunos dicen: “Nuestra situación era mejor cinco años atrás, cuando era tan dulce orar y tener comunión con los hermanos, pero ya no es así. El sentimiento de dulzura ya no es prevaleciente”. Esto muestra que no estamos dispuestos a cortar con el pasado. Tales sentimientos están en el yo y están basados en nuestras emociones.

  Albergar esos pensamientos no es útil. Si permanecemos en el pasado, también perderemos la presencia del Señor, pues Él no puede permanecer en el pasado. Así pues, las experiencias de la primera etapa de El Cantar de los Cantares no son útiles en la segunda etapa. Lo que ve la que busca al amado en el comienzo de la segunda etapa es algo que no se encuentra en su yo, ni en sus sentimientos y tampoco en su imaginación. Ella ve una visión que se halla fuera del yo: “He aquí, él viene, / saltando sobre los montes, / brincando sobre los collados. / Mi amado es semejante a la gacela o al cervatillo” (vs. 8-9). Esta visión muestra que el Señor quiere que dejemos de vivir según nuestras emociones, esto es, que dejemos de interesarnos por nuestro disfrute, satisfacción y reposo. Debemos romper con estas cosas y ver que el Señor está en resurrección. Si vemos esto, habremos dado otro paso y conoceremos la resurrección del Señor.

  No es nada fácil que quienes viven en las experiencias de la primera etapa sean liberados de sus sentimientos. En la segunda etapa, el amado le da a la que lo busca una visión de sí mismo como un cervatillo que salta sobre los montes y brinca sobre los collados, y también la llama a que se levante y vaya con él (vs. 8-13). No obstante, ella está inmersa en los sentimientos de sus antiguas experiencias (v. 16). Como resultado, el amado se va. En 3:1 ella está en su lecho inmersa en su disfrute espiritual, pero no puede hallar a su amado. Por lo tanto, ella se ve forzada a dejar el lugar de su disfrute para irse por las calles a buscarlo a él (v. 2). Primero no puede hallarle, pero más tarde él se le aparece, y ella se ase a él y lo arrastra al disfrute de ella (v. 4). Así que, no es fácil deshacernos de esta manera de vivir para nuestro disfrute.

  Es posible permanecer en la etapa de vivir conforme a nuestros sentimientos por largo tiempo. Tal vez algunos de nosotros experimenten algo nuevo y tengan un nuevo avivamiento. Sin embargo, me preocupa que aquellos que son avivados repitan el error de asirse al Señor y obligarle a permanecer en las experiencias que tuvieron en el pasado. El período de silencio, descrito en el versículo 5, es muy largo. La que busca a su amado permanece ahí por mucho tiempo. En otras palabras, ella vuelve a vivir según sus emociones. Su condición cambia al comienzo de la tercera etapa, que ocurre después de este largo período de silencio. En la tercera etapa ella es semejante a una columna de humo, elevada y trascendente (v. 6). Ella también es el palanquín de Salomón (v. 9), lo cual significa que es capaz de moverse. Así pues, en la tercera etapa somos liberados de vivir según nuestro disfrute y nos hallamos en el mover del Señor. Experimentamos este cambio después de obtener un conocimiento adicional de la resurrección.

RECIBIR LA VISIÓN DE LA RESURRECCIÓN NOS LIBERA DE TODO PROBLEMA

  Todos necesitamos recibir la visión de la resurrección. Sólo entonces podemos saltar sobre los montes y brincar sobre los collados, es decir, vencer nuestro entorno. Los problemas que tenemos en nuestro corazón, en nuestra familia, en nuestro entorno y en la iglesia representan montes y collados que no podemos vencer meramente al disfrutar la dulzura y abundancia del Señor. Estos problemas requieren que tengamos la visión de la resurrección y de lo transcendente que es nuestro Señor resucitado, quien se mantiene impertérrito ante cualquier problema. Ésta es la única manera en que podemos vencer nuestros problemas.

  Creo que algunos santos recibirán esta visión. El Señor nos llevará a salir de esta condición en la que vivimos según nuestras emociones, de modo que nuestra relación con Él estará basada en la revelación y la visión, y no en las emociones. Veremos que Él está en resurrección y que mora en nosotros. Este Señor resucitado es el poder de resurrección. Una vez que veamos esta visión, seremos liberados y, al igual que el Señor, seremos capaces de saltar sobre montes y brincar collados. La fuerte oposición, las abrumadoras dificultades, las graves enfermedades y los grandes disturbios y tormentas no nos restringirán más, porque nuestra experiencia del Señor ya no será meramente como un manojito de mirra ni como un racimo de flores de alheña. Al contrario, en nuestra experiencia Él será como un cervatillo que salta sobre los montes y brinca sobre los collados; ningún entorno puede perturbar al Señor. Un manojito de mirra y un racimo de flores de alheña podrán ser bellos, pero carecen de poder. El poder reposa en el cervatillo y está en resurrección.

  Nuestros problemas existen porque solamente conocemos cómo el Señor nos satisface y nos provee descanso. Todavía no hemos visto que Él es el Señor resucitado, que Él está en resurrección y que Su poder de resurrección está en nosotros. Por esta razón, seguimos viviendo según nuestros sentimientos, en el vaivén de nuestras emociones. Cuando nos sentimos bien, estamos llenos de entusiasmo; pero cuando no estamos bien, nos sentimos agobiados. Nos gozamos cuando percibimos la presencia del Señor, pero nos entristecemos cuando no podemos tocar Su presencia. Alabamos y damos gracias ante un entorno tranquilo, pero murmuramos y nos quejamos ante un entorno difícil. Estas reacciones comprueban que necesitamos urgentemente recibir una visión objetiva del Cristo que está en resurrección. Cuando veamos esta visión, trascenderemos nuestras dificultades. Podremos remontarnos y movernos como una columna de humo. Ninguna condición de desolación nos restringirá, ni las circunstancias externas nos perturbarán. Las tormentas y los disturbios estarán bajo nuestros pies; nosotros estaremos por encima de ellos, saltando sobre los montes y brincando sobre los collados. ¡Con cuánta urgencia necesitamos esta visión y experiencia!

SER LIBERADOS DE VIVIR SEGÚN LOS SENTIMIENTOS EQUIVALE A SER LIBERADOS DEL YO

  Cuando el Señor nos llama a salir de nuestros sentimientos, lo que Él quiere es que salgamos del yo. En el capítulo 3 el amado obliga a aquella que le busca no solamente a levantarse de su cama, sino también a salir de su casa (vs. 1-2). En estos versículos el amado la compele a que sea liberada de vivir según sus emociones, lo que corresponde a ser liberado del yo.

  Muchos de nosotros permanecemos recluidos en “el cuarto” del yo. Muchos están encerrados en su yo. A menudo permanecemos cerrados cuando asistimos a las reuniones y visitamos a los santos, porque seguimos viviendo según nuestras emociones. Cuando nos congregábamos hace siete u ocho años atrás, estábamos abiertos y liberados porque teníamos un dulce sentir, pero ya no tenemos ese sentir, y ese sabor de frescura y vitalidad ha desaparecido. Como resultado, nos encerramos en el yo y no estamos dispuestos a abrir la puerta. Tanto nuestras situaciones pasadas como las presentes comprueban que no hemos sido liberados de llevar una vida según nuestros sentimientos, lo cual equivale a vivir en el yo.

TENER UN AVIVAMIENTO AL ESTAR ABIERTOS

  La única forma de tener un avivamiento, un nuevo comienzo, es estar abiertos. Ésta es la única manera de mantenernos frescos. Necesitamos abrirnos y dejar que seamos liberados, en lugar de permanecer encerrados en el yo. Abrirnos es algo muy sencillo. Por ejemplo, en lugar de estar recluidos en el yo abrumador, podemos decirle a un hermano que nos hallamos bajo opresión y en una condición de vejez. Si estamos abiertos los unos a los otros cuando nos reunimos, habrá un avivamiento entre nosotros. Hay muchos hermanos que sirven en las iglesias. Por un lado, nos conocemos unos a otros porque nos vemos casi a diario, pero por otro, no nos conocemos, porque nos mantenemos cerrados. Yo no me abro a usted en cuanto a mi condición espiritual interior, y usted tampoco me revela la suya. Bajo tales circunstancias, ¿cómo podría darse un avivamiento entre nosotros?

  A lo largo de la historia de la iglesia, aquellos que buscaban un avivamiento siempre oraban que lloviera sobre ellos el poder del cielo. Sin embargo, los creyentes que tuvieron la experiencia de ser avivados testificaron que los avivamientos genuinos no vienen del cielo. Los avivamientos proceden de nuestro interior, porque el Señor resucitado es ahora el Espíritu que mora en nuestro ser. El Espíritu está lleno con todas las riquezas de Cristo y mora aun en el creyente más desolado. Por lo tanto, el poder propio de un avivamiento no desciende del cielo, de una posición objetiva. Este poder ya mora en nosotros. La pregunta es si este poder puede salir, es decir, si permitiremos que este poder salga de nosotros.

  Con frecuencia no entendemos la palabra del Señor. Romanos 10:6-9 dice: “No digas en tu corazón: ‘¿Quién subirá al cielo?’ (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ‘¿quién descenderá al abismo?’ (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos) [...] ‘Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón’ [...] que si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Una persona que desea ser salva no tiene que subir al cielo ni descender a lo profundo de la tierra para hallar a Cristo, pues la palabra está cerca de la persona, en su boca y en su corazón. Por consiguiente, tan pronto una persona cree y confiesa, ella es salva. Esta palabra es dada a quienes no han tenido la experiencia de la salvación, ni tienen al Espíritu Santo dentro de su ser. Si es tan fácil que ellos sean salvos, ¿cuánto más fácil será que sean avivados aquellos que ya son salvos y en quienes mora el Espíritu? No debemos pensar que el avivamiento nos vendrá del cielo ni del abismo; simplemente necesita fluir desde nuestro ser. La impresión que recibimos al leer la historia de los avivamientos de la iglesia es que los creyentes anticipan que los avivamientos descenderán de arriba. No obstante, los que tienen experiencia están conscientes de que el poder que según ellos descendería de arriba en realidad fluye de su propio ser interior. Así pues, la clave de un avivamiento consiste en estar abiertos. El poder que está en nosotros es una fuerza explosiva. Si estamos dispuestos a estar abiertos y a dejar que desde nuestro interior esta fuerza explote, tendremos un avivamiento prevaleciente.

  Es correcto decir que debemos orar a fin de tener un avivamiento. Sin embargo, debo repetirles que la clave, el secreto, para tener un avivamiento no consiste en pedirle al Señor que nos mande algo desde el cielo, sino en abrirnos a Él y permitir que Él fluya. Estar abiertos es el principio básico que le permite al Espíritu Santo trabajar en nosotros. Cuanto más reservados y cerrados seamos, menos probabilidad tenemos de recibir gracia. Hace más de veinte años el movimiento Pentecostal era muy popular en el norte de China. Este movimiento se enfocaba en que las personas recibieran el derramamiento del Espíritu Santo. Aunque en este movimiento se miraban cosas extremas e incluso herejías, animaban a los que eran reservados y cerrados a que estuviesen abiertos.

  Por ejemplo, un ujier se ponía de rodillas junto con una persona y la llevaba a confesar sus pecados. El ujier le preguntaba: “¿Tiene usted pecados?, y la persona le decía: “Sí, los tengo”. Entonces el ujier le preguntaba: “¿Qué clase de pecados?”, y la persona quizá contestaba: “Yo ofendí a mis padres”. Y el ujier le preguntaba: “¿De qué manera ofendió a sus padres?”. Estas preguntas y respuestas continuaban hasta que la persona terminaba de confesar sus pecados. Consecuentemente, todo su ser estaba abierto, y ella recibía el derramamiento del Espíritu Santo. Podríamos decir que ésta era una obra del hombre; no obstante, la obra del hombre trae la obra del cielo, de modo que el Espíritu Santo pueda derramarse sobre el hombre. Algunas de las personas que experimentaron tal derramamiento fueron liberados de sus adicciones y abandonaron sus malos hábitos y pecados. Éste es un principio importante: una persona que está abierta recibe gracia con facilidad.

  Es aquí donde radica nuestro problema. Al congregarnos para tener comunión o al reunirnos, permanecemos cerrados. La mayor parte de los santos que vienen a la reunión de oración el martes por la noche, vienen con una actitud cerrada. Ellos ya se han propuesto no abrir su boca para orar. ¿Cómo podemos tener una reunión de oración prevaleciente? Quizás en la reunión de oración y en la del partimiento del pan debamos impartir algunos mensajes acerca de estar abiertos a fin de animar a los santos a abrirse al Señor. Puede ser que algunos santos duden en hablar porque no se sienten “inspirados” por el Espíritu Santo. Sin embargo, si estamos abiertos, la inspiración vendrá. Cuanto menos abiertos estemos, más difícil nos será abrirnos; y cuanto más esperemos que llegue la inspiración, menos inspiración recibiremos.

  Hay un tesoro en nosotros, pero está encerrado. No importa que seamos débiles, fuertes, fríos o ardientes. Cuando somos ardientes, esta rica fuente está en nosotros, y cuando somos fríos, esta rica fuente sigue en nosotros. Esta fuente nunca cambia. La pregunta es si le permitimos fluir.

  Cuando yo era joven, me gustaba jugar con cartuchos de pólvora. Solía comprar como una docena de petardos y usaba un alfiler para abrir el empaque alrededor de la mecha de modo que se viera la pólvora. Entonces encendía un par de petardos para que explotaran. Las chispas de éstos tocaban otros petardos y prendían la pólvora. Como resultado, todos los petardos explotaban. Esta analogía es muy adecuada para los cristianos. Cada uno de nosotros es un petardo, y Cristo es nuestra pólvora. Nuestro problema es que Cristo se halla envuelto firmemente dentro de nosotros, y nosotros no estamos dispuestos ni a ser quebrantados ni a abrirnos. Oramos por un avivamiento, pero nos mantenemos estrictamente cerrados. De manera que, no podemos “explotar”, y ni nuestra oración más firme vale para nada. Si queremos orar, debemos orar que el Señor nos lleve a abrirnos.

ESTAR ABIERTOS A FIN DE TRAER UN AVIVAMIENTO

  Debemos someternos al Señor y pedirle humildemente que nos dé una visión. En nuestra búsqueda del Señor no debemos tener meramente disfrute, satisfacción y una sensación de dulzura. Debemos ver que el Señor está en resurrección. Necesitamos una visión de la resurrección para que seamos capaces de saltar sobre los montes y brincar sobre los collados. A pesar de las cosas que agobian nuestro espíritu y de las dificultades que hallamos en nuestro entorno, necesitamos ver que el Señor es viviente y poderoso en nosotros; Él está saltando sobre los montes y brincando sobre los collados. Si conociéramos la resurrección y estuviéramos abiertos, seríamos como petardos desenvueltos. Una vez que un petardo explota, puede prender a los demás. Si yo estoy abierto, puedo prender a otro hasta que se abra, y entonces él puede prenderme a mí. Como resultado, tendremos un genuino avivamiento. Si nos quedamos en nuestras experiencias pasadas y permanecemos cerrados, el resultado será la muerte. Cuanto más permanezcamos en nuestras experiencias pasadas y nos mantengamos cerrados, más caeremos en la muerte. Tenemos que aprender a abrirnos. Aun si dudamos, siempre debemos practicar abrir nuestro ser en toda ocasión. Entonces el suministro ilimitado se desbordará desde nuestro interior y experimentaremos un avivamiento espiritual.

  Estar abiertos a los demás no es decirles una palabra franca ni reprenderles. Eso es propagar muerte. Estar abiertos consiste en desahogarnos y declarar nuestra verdadera condición. Si nos sentimos débiles, corruptos, escasos, viejos, estancados o muertos, debemos abrirles nuestra condición. El Señor está en nosotros, y cuando nos abrimos de esta manera, Él emerge. Éste es el secreto para tener un avivamiento. Si estudiamos los avivamientos en la historia de la iglesia, descubriremos que éste es el secreto. Debemos orar más para que podamos abrirnos, y necesitamos el poder para que podamos ayudar a otros a abrirse. Cuando una persona se abre, ella es vivificada. Si conocemos esta clave y estamos dispuestos a abrir nuestro ser en cada reunión y en nuestros tiempos de comunión, seremos vivientes y el Señor podrá actuar.

  Espero que estas palabras causen una abertura en nosotros y que dejemos que el Señor fluya. Este principio redundará en un avivamiento.

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