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Mensajes del libro «Ley del avivamiento, La»
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CAPÍTULO TRES

LA LEY DEL AVIVAMIENTO

UN AVIVAMIENTO ES UNA LEY DE LA VIDA ESPIRITUAL

  Después de estudiar las biografías de muchos hombres espirituales y los avivamientos que hemos experimentado en el pasado, tenemos que llegar a la conclusión de que un avivamiento es una ley de la vida espiritual.

  Cada organismo tiene su propia ley. La biología es el estudio de las leyes de varios organismos, incluyendo el fenómeno y resultado de la operación de estas leyes. Nuestra vida espiritual también tiene muchas leyes. Por ejemplo, Romanos 8:2 habla de “la ley del Espíritu de vida”, y Hebreos 8:10 habla de las leyes que Dios escribirá en nuestro corazón. Hay otra ley de la vida espiritual relacionada con el avivamiento. Aunque he visto avivamientos y también los he experimentado, nunca consideré que un avivamiento sea una ley. Por esta razón, no había dado ningún mensaje acerca de la ley del avivamiento.

  En el cristianismo la palabra avivamiento se usa a menudo en el contexto de un renacimiento espiritual. Este entendimiento se aplica cuando un cristiano cae en la frialdad, da un traspié y se vuelve al mundo o cae en pecado; pero si después se levanta nuevamente para amar y buscar al Señor, él ha experimentado un renacimiento, un avivamiento. Sin embargo, esto no es lo que la Biblia revela como un avivamiento en la experiencia normal de un cristiano. Es cierto que si una persona tropieza, se enfría o se descarría, necesita ser avivada. Sin embargo, aunque una persona no tropieza, ni se enfría ni se descarría, aun así necesita un avivamiento, ya que experimentar un avivamiento es una ley de la vida espiritual.

UN AVIVAMIENTO ES EL METABOLISMO DE NUESTRA VIDA ESPIRITUAL

  Los avivamientos en nuestra vida espiritual tienen la misma función que el metabolismo de un animal o de una planta. Tanto en la vida animal como en la vida vegetal existe una función metabólica. La capacidad que tiene un organismo de crecer y madurar depende de la ley del metabolismo. Si la función metabólica se detiene, el crecimiento de la vida también se detendrá. El crecimiento continuo de un árbol también depende de los ciclos de las estaciones de primavera, verano, otoño e invierno. Bajo condiciones normales, un árbol necesita los procesos metabólicos para crecer bien.

  Este principio también se aplica a nuestra vida humana, la cual es la forma más elevada de la vida creada. Los médicos saben que cada célula del cuerpo humano se renueva completamente cada siete años. Esta renovación requiere que las funciones metabólicas de nuestro cuerpo operen diariamente, es decir, que éste absorba los nutrientes nuevos que nos abastecen y que deseche los nutrientes viejos. Los nutrientes viejos son desechados y reemplazados por los nuevos. En esto consiste el metabolismo. Nuestro cuerpo crece y se fortalece mediante este proceso, el cual es una ley de la vida humana.

  Si comparamos lo que dice la Biblia acerca del avivamiento con las experiencias de los creyentes, podemos ver que la vida espiritual también incluye un proceso “metabólico”. Este proceso es un ciclo que se repite continuamente. En nuestra experiencia espiritual tenemos un comienzo, un curso y un final, después de lo cual experimentamos otro comienzo, con otro curso y otro final. Este ciclo se repite, y cada repetición nos lleva hacia adelante. El comienzo, el curso y el final de un ciclo constituyen un metabolismo espiritual. Esto también es una ley del avivamiento. Todo nuevo comienzo es un nuevo avivamiento y es seguido por su curso. Cuando dicho curso llega a su plenitud, las experiencias que tenemos en esta etapa llegan a su final. Entonces a continuación tiene lugar otro comienzo, junto con otro curso y otro final. Éste es el ciclo del avivamiento.

CONOCER LA LEY

  Si conocemos la ley, o secreto, para realizar una acción, tendremos la certeza de que lo haremos bien. Los avivamientos no son una excepción. Si entendemos la ley del avivamiento y penetramos el secreto de los avivamientos, nos será fácil experimentar un avivamiento. Por ejemplo, el pueblo de una aldea al norte de China contrajo ceguera nocturna. Después, se descubrió que si ellos ingerían el hígado de cierta clase de pez, conocido localmente como pez plano, recobrarían la visión. A partir de ese tiempo, los que recibían el diagnóstico de esta enfermedad, se curaban al comer el hígado del pez plano. Los estudios han mostrado que la ceguera nocturna se debe a una deficiencia de vitamina A en el cuerpo y que el hígado del pez plano es rico en vitamina A; por lo tanto, fue posible hallar la cura de esta enfermedad. Éste es un ejemplo de una ley. Tan pronto como esta ley fue descubierta, fue muy fácil curar la dolencia. Los que padecían esta dolencia no debían estar preocupados ni temerosos. Siempre y cuando ellos aplicaran la ley, serían sanados. Tan pronto se descubre una ley, la ayuda se facilita.

EL RESULTADO DE NO CONOCER LA LEY DEL AVIVAMIENTO

  Algunos santos padecen de “ceguera nocturna” espiritual. Ellos siempre se sienten angustiados y oprimidos. Anhelan levantarse, pero no pueden hacerlo porque no han aplicado la ley que puede curarlos de su enfermedad. En los últimos diez años hemos estado impartiendo mensajes en cuanto a los aspectos de nuestra vida espiritual, pero pasamos por alto el tema del avivamiento, la ley del avivamiento. Sin esta enseñanza hemos sufrido mucho y padecido muchas pérdidas. Puesto que no conocemos la ley del avivamiento, ni sabemos cómo aplicar esta ley, sufrimos, nos sentimos oprimidos y no estamos liberados.

  Hace varios años atrás muchos santos entraron en la pausa que viene al final de un avivamiento, y empezaron a sentirse oprimidos, débiles y en tinieblas. Sin embargo, cuando ellos examinaron su situación, comprendieron que no habían tropezado y que seguían fuertes en el Señor. No obstante, ellos no sentían la misma dulzura, frescura ni vitalidad. Estos santos permanecieron en esta condición por más de cinco años, y no hallaban la manera de ser liberados. Ellos sufrían porque no habíamos descubierto la ley del avivamiento. Aun cuando algunos santos eran refrescados ocasionalmente y podían levantarse cuando tocaban al Señor, la ayuda que recibían era muy general.

EXPERIMENTAR MÁS AVIVAMIENTOS REDUNDA EN UN CRECIMIENTO MÁS ACELERADO

  Después del final de un avivamiento, no necesitamos experimentar una pausa por un tiempo prolongado. Según la ley de nuestra vida espiritual, cada avivamiento tiene su curso, tras el cual viene una sensación de insatisfacción. Esto nos prepara para un nuevo avivamiento. Por esta razón, no debemos sentirnos débiles ni oprimidos por mucho tiempo. Debemos tener presente que estas sensaciones indican que otro avivamiento está por venir. Además, tales sensaciones indican que necesitamos un suministro nuevo. Este suministro nuevo corresponde a un avivamiento. Esto ocurre según la ley del avivamiento.

  El verdadero crecimiento en vida se obtiene en este ciclo en el cual somos vivificados, nos sentimos insatisfechos por cierto tiempo después del final de un avivamiento, y luego somos avivados otra vez. Ésta también es la manera en que nuestra estatura espiritual aumenta. Por muy exhaustivo que haya sido un avivamiento, no es posible en un solo avivamiento obtener todas las experiencias espirituales y crecer hasta llegar a la plena madurez. Tenemos que experimentar muchos avivamientos en nuestra jornada espiritual. Ésta es la manera en que recibimos un suministro espiritual fresco y crecemos en la vida espiritual. Aquellos que no pasan por muchos ciclos espirituales crecerán lentamente y no alcanzarán gran estatura. En contraste, aquellos que pasan muchas veces por este proceso crecerán rápidamente y madurarán.

  En el ámbito físico, una persona necesita hacer ejercicios para que su metabolismo se acelere. Una persona con un metabolismo rápido experimentará un crecimiento apropiado y será fuerte. Este mismo principio puede aplicarse a nuestra vida espiritual. Una persona que pasa por más ciclos en los que es avivada, crecerá rápido. Lamentablemente, muchos santos han vivido en una condición de opresión hasta por seis años, y no han experimentado un nuevo ciclo de avivamiento. Por tal razón, su vida espiritual se estanca; ellos no crecen mucho, ni están aprendiendo lecciones nuevas. Podríamos decir que han aprendido a ser pacientes, pero esto tal vez no sea una lección genuina, puesto que aun un incrédulo que se halla en una situación difícil hasta por seis años puede aprender a ser paciente, sin haber tenido ninguna experiencia espiritual. Algunos santos realmente han mejorado en su conducta, en la manera en que cuidan de los asuntos, en su temperamento y en sus hábitos. Sin embargo, tal progreso quizás no corresponda a un crecimiento espiritual; es posible que sólo se deba a que ellos fueron probados bajo circunstancias difíciles. Hay una gran diferencia entre esta experiencia y el progreso espiritual.

  El verdadero crecimiento espiritual depende de la renovación de la vida interior. Esta renovación en vida es un avivamiento. Al experimentar un avivamiento, conoceremos y recibiremos más elementos espirituales. Después de cierto tiempo, lo que conocemos y hemos recibido se volverá viejo, y nos sentiremos insatisfechos y débiles. Esto significa que es tiempo de ser vivificados de nuevo a fin de ver y obtener algo nuevo, es decir, es tiempo de que haya un aumento del elemento espiritual en nosotros y que nuestra estatura espiritual aumente. Por lo tanto, tomará lugar otro ciclo, después del cual nuevamente volveremos a sentirnos viejos e insatisfechos. Así que, somos renovados, nos volvemos viejos y somos renovados otra vez. Mediante este proceso recibimos más elementos espirituales. Los nuevos elementos espirituales eliminan y absorben algunos de los elementos viejos presentes en nosotros. Cuanto más vivificados seamos, más elementos espirituales nos serán añadidos, y más de nuestros elementos naturales serán absorbidos. El elemento del yo es desechado y el elemento de Dios es añadido a nosotros; nosotros menguamos y el Señor crece. Es solamente al pasar por este ciclo de avivamiento que podemos crecer.

CONOCERNOS A NOSOTROS MISMOS

  Cuando estamos en una pausa, habiendo pasado un ciclo de avivamiento, esto es, cuando no estamos satisfechos, obtenemos un conocimiento particular sobre nosotros mismos. Esto también es una ley. Durante el tiempo del avivamiento no nos vemos a nosotros mismos, porque todo el que se halla en un avivamiento es como una persona que se ha embriagado con vino. Logramos más claridad cuando entramos en un periodo de ser insatisfechos al final de un avivamiento. Cuando una persona está abatida, su ser generalmente está en calma. Es durante este tiempo de quietud que ella llega a entender con más claridad. Esto se cumple no sólo en asuntos espirituales. Este mismo principio también se aplica al ámbito físico. Cuando estamos entusiasmados, no vemos tan claramente la condición de las cosas. Tendemos a ser optimistas, y todo nos parece bien. Cuando pasa la excitación y nos calmamos, volvemos a la sobriedad y podemos ver las cosas con claridad. Vemos las ventajas y desventajas, los beneficios y el daño, lo correcto y lo incorrecto, y la ganancia y la pérdida.

  Por ejemplo, cuando dos personas se hacen amigos, inicialmente no pueden ver con claridad cuál es la condición del uno ni del otro, porque están emocionados y se tratan con afecto. Cuando el calor de las emociones se apaga, y están en calma, ellos pueden ver las debilidades y los defectos del uno y del otro. Asimismo, durante el tiempo de un avivamiento, uno no tiene claridad respecto de sí mismo. Tal vez sienta que no tiene problemas y que todo lo relacionado con él está bien. Sólo cuando esté abatido, podrá ver algo muy particular relacionado con su condición. En otras palabras, cuando no estamos satisfechos, nuestra verdadera condición queda parcialmente descubierta. Como resultado, nos sentimos débiles o deficientes en cuanto al asunto que quedó al descubierto.

  Mientras una persona está en un avivamiento, a menudo testifica, diciendo: “Me he entregado al Señor por completo; por Él estoy dispuesto a pagar cualquier precio. Todo mi ser —cada gota de mi sudor, cada onza de sangre, y cada célula de mi cuerpo— es para el Señor. Mi tiempo es para el Señor, y mi dinero también es para el Señor. Estoy dispuesto a entregarle mi todo a Él”. No debemos apresurarnos a dar tal testimonio. Podría ser que en seis meses el carácter de nuestra consagración haya cambiado. Tal vez ganemos doscientos mil dólares, y el Señor quiera que demos dos mil dólares para cubrir cierta necesidad. Puede ser que contemos los dos mil dólares una y otra vez, y finalmente sólo demos mil dólares porque sentimos dolor al dar. Entonces nos damos cuenta de que no podemos vencer al dinero fácilmente. Parece como si el Señor pudiese pedirnos cualquier cosa menos nuestro dinero.

  Tal vez un hermano sea muy irritable y se enoja con rapidez. Luego, él es avivado y testifica en la reunión, diciendo: “¡Doy gracias al Señor! Él me ha liberado de mi mal genio. En las semanas pasadas me encontré en situaciones donde fui puesto a prueba, y en las cuales me habría enojado en extremo. Pero para mi sorpresa, no me enojé ni una sola vez. ¡Alabado sea el Señor! Mi mal genio ha desaparecido; pertenece al pasado y ha sido arrojado al océano. He sido liberado de mi enojo”. Este testimonio es verdadero, y también es falso. Puede compararse con la visión de un espejismo. Cuando una persona está jugando en el mar, es posible que vea una ciudad en el cielo con casas y calles. No podemos decir que no ve una ciudad, pero quienes saben de física entienden que éste es un fenómeno de la refracción de la luz, en la cual se refleja una ciudad distante que pareciera estar en el cielo. La ciudad parece real, pero no lo es. Una persona que es avivada puede ser comparada a una persona que ve un espejismo. Aunque este hermano ve algo, no hay realidad en lo que ve. Él ve que su enojo desapareció, pero cuando termine la atmósfera del avivamiento, y ya no sienta satisfacción, descubrirá que su mal genio es aún más difícil de erradicar de lo que había pensado. No puede vencer su mal genio, aunque él ama más al Señor. Esto lo confundirá.

  Una persona se conoce mejor a sí misma cuando está abatida. Cuando una persona está abatida, sus debilidades y problemas se hacen manifiestos. Esto puede compararse con un arrecife que está cerca de la superficie del mar. Cuando la marea está alta, el arrecife queda sumergido en el agua y no es visible; pero en una marea baja el arrecife es visible. Cuando somos avivados, la marea alta del avivamiento cubre nuestras debilidades, y nuestra verdadera condición no es visible. Sin embargo, a medida que la marea alta del avivamiento se retira, nuestra verdadera condición aparecerá gradualmente, y nuestras debilidades se manifestarán con claridad. Si amamos el dinero, nuestro amor por el dinero se hará manifiesto. Si somos personas de mal genio, nuestro enojo se hará manifiesto. Esto es una ley. Tras un avivamiento, nuestra verdadera condición se hace manifiesta, y veremos nuestras debilidades.

CONOCERNOS A NOSOTROS MISMOS A FIN DE EXPERIMENTAR A CRISTO Y TENER UN AVIVAMIENTO

  Normalmente sentimos que nuestras debilidades son terribles. Sin embargo, nuestro conocimiento y la experiencia que tenemos de Cristo se basan en lo que sabemos de nuestras debilidades. Si no aprendemos algo más acerca de nuestras debilidades, difícilmente conoceremos algo más de Cristo. Escuchar mensajes acerca de Cristo y leer versículos en la Biblia que hablan de Cristo, no nos proveerá un verdadero conocimiento acerca de Cristo. Para conocer verdaderamente a Cristo, primero tenemos que descubrir nuestras debilidades. Las debilidades que descubrimos reflejarán cierta característica de Cristo. Entonces podremos experimentar y ganar a Cristo según esta característica en particular. Así pues, nuestra experiencia y ganancia de Cristo dependen de que conozcamos nuestras debilidades. Muchos cristianos pueden dar testimonio de este hecho.

  Mientras un hermano predica el evangelio, puede decir una palabra clara sobre la redención que el Señor Jesús realizó en la cruz. No todos los que escuchan y entienden esta palabra poseen un conocimiento genuino de Cristo, porque lo que ellos escuchan es conocimiento, teoría y doctrina; no es un conocimiento verdadero. Es necesario que el Espíritu Santo resplandezca en la conciencia del que escucha e incluso le someta a prueba, de modo que éste vea que es corrupto y pecaminoso, y que es un pecador sin esperanzas. Entonces el Espíritu Santo lo iluminará aún más a fin de que vea que todos sus pecados los cargó Cristo en la cruz. Es después de esto que él realmente conocerá la eficacia de la redención realizada por Cristo y experimentará la paz que resulta del perdón de sus pecados. Así que, una persona debe reconocer sus pecados a fin de conocer y experimentar la obra redentora de Cristo. Si no reconocemos nuestros pecados, los mensajes que escuchamos sobre la obra redentora de Cristo no nos servirán de nada. Nuestra experiencia de Cristo se refleja en aquello que conocemos de nosotros mismos. Cuando vemos una debilidad nuestra, también veremos una característica particular de Cristo.

  Veamos otro ejemplo. Hemos oído muchos mensajes acerca de que Cristo es nuestra vida y acerca de que Cristo posee el poder de resurrección, pero es posible que estas verdades sean meramente una doctrina para nosotros. Un día el Señor nos llevará al punto en que nos hallamos rodeados y asediados por montes y collados. En vez de encontrar una carretera amplia frente a nosotros, nos enfrentamos con obstrucciones y sufrimos una presión que excede nuestra capacidad interna y externa. Esta situación podría durar varios años. Entonces un día, cuando nos hallamos en una condición de abatimiento y de muerte, tal vez escuchemos un mensaje sobre el Cristo resucitado que todo lo trasciende, quien no es retenido por la muerte, sino que más bien ha vencido la muerte. Aunque quizá habíamos oído ese mensaje antes, no tuvo ningún efecto en nosotros porque no conocíamos bien nuestra condición o las características de Cristo. Sin embargo, ahora nos percatamos de que Cristo en realidad ha vencido la muerte, ha ascendido, es exaltado y lo ha trascendido todo. Cuando comenzamos a conocer este aspecto de Cristo, somos liberados y lo transcendemos todo, y entramos en un nuevo avivamiento.

  Tenemos que recordar que un avivamiento no es una experiencia que sucede de una vez y para siempre. Cada avivamiento llegará a un final, y nuevamente entraremos en un tiempo de insatisfacción. No obstante, durante el tiempo en que estamos insatisfechos, descubriremos otra condición natural, es decir, reconoceremos otra debilidad natural. Esta debilidad nos llevará a ver cierta característica de Cristo y a experimentar a Cristo en esta característica. Por ende, seremos avivados otra vez, y conoceremos, experimentaremos y ganaremos más de Cristo. Cuanto más vivificados seamos, más conoceremos a Cristo. Si dejamos de ser avivados, nuestro conocimiento de Cristo también cesará.

  Por consiguiente, es bueno que tengamos debilidades, ya que nuestras debilidades nos dejan ver las características de Cristo. Es difícil conocer las características de Cristo si no conocemos nuestras propias debilidades. Descubrimos nuestras debilidades después de experimentar un avivamiento. En ese tiempo nuestro corazón está abatido, y en concordancia confrontamos un entorno difícil, lo cual corresponde a la disciplina del Espíritu Santo. Esto nos lleva a adquirir un conocimiento más profundo de nosotros mismos. El Espíritu Santo crea a menudo una situación especial en nuestro entorno, la cual coordina con Su disciplina, de modo que podamos descubrir nuestras debilidades o nuestros problemas. Lo que vemos viene a ser una especie de reflejo que nos permite ver cierta característica de Cristo, la cual puede hacerle frente a nuestra debilidad. Al ver y asimilar esta característica, inmediatamente somos avivados.

APLICAR LA LEY DEL AVIVAMIENTO

  Si somos hábiles al aplicar la ley del avivamiento, no nos será difícil ser avivados. No habrá necesidad de permanecer en un estado de opresión por largo tiempo. Cuando nos sintamos oprimidos, veremos una debilidad en nosotros mismos, y esta debilidad nos llevará a ver un aspecto de Cristo. Entonces podremos ser avivados nuevamente. Esto corresponde con lo que dice Pablo en 2 Corintios 12: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo extienda tabernáculo sobre mí [...] porque cuando soy débil, entonces soy poderoso” (vs. 9-10). Podremos decir: “Cuando estoy abatido, entonces me elevo; cuando sufro, entonces me regocijo; y cuando me enojo, entonces soy agradable”. Si ser de mal genio es nuestra debilidad, esta debilidad se manifestará cuando estemos abatidos. Una vez que esta debilidad se manifiesta, podemos recibir a Cristo como nuestra paciencia. No debemos mirar continuamente nuestras debilidades, ya que éstas se hacen manifiestas para que a través de ellas veamos a Cristo.

  El problema con muchos santos es que ven solamente sus debilidades y, como resultado, se desmoronan. Una vez le dije a un hermano que no les pidiese a los santos que cantaran el himno que dice: “Oh Señor, resplandece y resplandece sobre mí” (himno #326 del himnario en chino). Los santos no necesitan verse a sí mismos, ni necesitan más luz, porque ellos no son capaces de levantarse. Si los miembros de un grupo cristiano están confundidos, pelean y actúan según la carne, entonces ellos necesitan cantar: “Oh Señor, resplandece y resplandece sobre mí”. No obstante, hay algunos santos entre nosotros que saben que actúan según la carne, que están en el yo y que son fríos para con el Señor; por ende, no necesitan ver sus debilidades. Cuanto más se vean a sí mismos, más incompetentes se sentirán y más fríos se volverán. No podemos levantarnos, porque no aplicamos la ley del avivamiento.

  Por lo tanto, nunca debemos mantenernos enfocados en nuestras debilidades. Las debilidades que descubrimos solamente deben causar que veamos un aspecto de Cristo que podemos experimentar. Cuando contemplemos a Cristo, a quien se nos revela nuevamente en una característica en particular, seremos interiormente vivificados y avivados. Después de experimentar a Cristo de esta manera, no nos interesaremos por nuestras debilidades. En lugar de ello, veremos directamente nuestra meta: el Cristo que es capaz de suministrarnos ricamente en todas las cosas y que resuelve todos nuestros problemas. Entonces seremos avivados y experimentaremos otro ciclo de avivamiento. Cuando veamos una debilidad, debemos inmediatamente ver a Cristo. Entonces experimentaremos otro avivamiento. En esto consiste la ley del avivamiento. Si vemos claramente esta ley, siempre que estemos abatidos y descubramos una debilidad, podemos recibir a Cristo conforme a nuestra debilidad y entrar en un nuevo avivamiento.

  No necesitamos rogar a fin de ser avivados. Tan sólo debemos conocer la ley del avivamiento y aplicar esta ley. Cuando veamos una debilidad, simplemente debemos recibir a Cristo según la necesidad que nos fue revelada, y nuestro ser interior se alzará. Éste es un avivamiento. Los avivamientos no duran mucho tiempo; todos llegan a un final. Entonces de nuevo nos vemos a nosotros y también vemos a Cristo; por ende, experimentamos aún otro avivamiento.

  Por consiguiente, sentirse abatido, deprimido u oprimido no es nada malo; es un proceso necesario. Sin embargo, no debemos permanecer mucho tiempo en ese estado. La debilidad que vemos en nosotros mismos debe causar que veamos algo de Cristo, lo cual será un nuevo elemento que nos abastecerá, y de nuevo tendremos otro avivamiento. Los que se ejerciten para ser avivados de esta manera crecerán continuamente en Cristo. Su estatura en Cristo aumentará, el elemento espiritual aumentará en ellos, y ellos se despojarán de su yo. Es al experimentar estos ciclos de la ley del avivamiento repetidas veces que podemos seguir creciendo y avanzando espiritualmente.

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