
Según la revelación divina, un avivamiento es una ley en la vida espiritual de un cristiano, mediante la cual podemos crecer gradualmente en el Señor. Tener esta comprensión nos ayudará a experimentar a Dios como vida. En este capítulo consideraremos cómo aplicar la ley del avivamiento de manera continua.
Aunque muchos santos asisten a las diferentes reuniones de la iglesia, los santos no son vivientes. Ellos se sientan con un semblante serio en las reuniones, y no abren su boca para orar ni para decir “Amén” cuando otros oran. En términos espirituales, su semblante parece indicar que no han comido, ni han bebido agua, ni han dormido lo suficiente. Si ellos siempre están abatidos espiritualmente, esto indica que hay un problema.
La razón por la que muchos santos se pasan largo tiempo sin comer, sin beber o sin dormir, espiritualmente hablando, es que no conocen adecuadamente la ley del avivamiento. Por esta razón, ellos no aplican esta ley de continuo. No vivimos de manera disciplinada porque ni entendemos esta ley ni vivimos conforme a dicha ley. Una persona disciplinada es saludable, debido a que ha establecido un tiempo para comer y para dormir. Debemos mantener un vivir disciplinado en nuestra vida espiritual.
Todo ser humano sabe que nuestra vida física opera según una ley y que el hombre debe vivir conforme a esta ley. Según la ley de nuestra vida física, debemos dormir ocho horas, comer tres veces al día —en la mañana, en la tarde y en la noche— y beber agua en suficiente cantidad. Podemos aun necesitar un refrigerio dos o tres veces al día. Estos elementos son indispensables. Cuando vivimos según esta ley por un largo período de tiempo, estos elementos se desarrollan hasta convertirse en hábitos y llegan a ser parte de nuestra disciplina. Por ejemplo, la razón por la cual dormimos no se debe solamente a que estamos agotados y ya no podemos permanecer despiertos. La mayoría de nosotros debemos acostarnos a cierta hora, ya sea que tengamos sueño o no. Esto es llevar una vida disciplinada. Esta disciplina es establecida gradualmente según las necesidades de nuestra vida física.
De igual manera, después que nos despertamos en la mañana, tenemos que comer algo ya sea que tengamos hambre o no. Ingerir una comida en la mañana no es algo que se base en nuestros sentimientos; se basa en una disciplina. Aquellos que son disciplinados no sólo comen a una hora determinada, sino que también comen una porción determinada. Ellos no comen más cuando tienen deseos de comer, ni comen menos cuando no lo desean. Les guste o no, ellos siempre comen la misma cantidad. Esto es llevar una vida disciplinada. En la tarde ellos comen otra vez, y en la noche vuelven a comer. Luego, alrededor de las diez de la noche se van a la cama y duermen hasta la mañana siguiente. Por la mañana ellos se levantan e ingieren otra comida. No estamos obligados a hacer estas actividades, y éstas tampoco se basan en cómo sentimos. Estas actividades están basadas en una ley. Si llevamos una vida disciplinada según esta ley, tendremos un crecimiento normal y seremos fuertes.
Un avivamiento es el resultado de comer, beber y dormir. Aun si nos sentimos muy cansados por la noche, nos sentiremos restaurados y refrescados en la mañana, después que nos levantamos, nos bañamos y desayunamos. Sentirnos restaurados es experimentar un avivamiento. Luego, cuatro horas después, nuestras energías se agotan, el avivamiento concluye, y para el mediodía estamos cansados y fatigados. Por consiguiente, almorzamos y tomamos una siesta a fin de volver a sentirnos restaurados. Éste es otro avivamiento. Entonces pasamos por otro proceso, y el avivamiento finaliza al caer la noche. Por esta razón, nos sentimos cansados y necesitamos comer otra vez. Después de la comida, nuevamente nos sentimos restaurados y refrescados, y estamos llenos de energía cuando vamos a la reunión. Éste es otro avivamiento. Después de unas cuantas horas de actividad, estamos cansados; así que, en la noche nos vamos a dormir. Cuando nos levantamos en la mañana, tenemos otro avivamiento.
Según el ejemplo anterior, el hecho de dormir, comer y beber bien redunda en un avivamiento. Un avivamiento incluye un comienzo, un curso y un final. Después de llegar al final de un avivamiento, otra vez dormimos, comemos y bebemos, y somos nuevamente avivados. Dado que este ciclo continúa, somos avivados constantemente.
En la esfera física es muy fácil experimentar un avivamiento diario. El cansancio es una señal que nos dice que debemos dormir; el hambre es una señal que nos dice que debemos comer, y la sed es una señal que nos dice que debemos beber. Cuando dormimos lo suficiente e ingerimos la cantidad suficiente de alimento y de agua, experimentamos un avivamiento. Después de cierto tiempo, otra vez nos sentiremos cansados, hambrientos y sedientos; esto significa que es tiempo de dormir, de comer y de beber a fin de que comience otro avivamiento. Los avivamientos en la esfera física no suceden de una vez y para siempre. Éstos llevan implícito un comienzo, al cual le sigue un curso y luego un final. Después del final de un avivamiento, necesitamos experimentar otro avivamiento. La capacidad que tiene nuestra vida física para subsistir, crecer y fortalecerse es algo que depende del ciclo de los avivamientos. Ésta es una ley de la vida física.
La vida física es a menudo un cuadro vívido de nuestra vida espiritual. Si conocemos la ley de nuestra vida física y somos disciplinados para vivir según esta ley, seremos saludables. Sin embargo, debemos admitir que no entendemos debidamente esta ley de nuestra vida espiritual. Por esta razón, nuestra vida espiritual no es disciplinada. Aun cuando en términos físicos no llevemos estrictamente una vida disciplinada, todavía conservamos nuestra energía en la mañana, en la tarde y en la noche. En otras palabras, seguimos teniendo avivamientos a lo largo del día. Sin embargo, en cuanto a nuestra vida espiritual, a menudo nos sentimos abatidos cuando nos reunimos y servimos, porque no entendemos la ley del avivamiento de manera adecuada. Éste es un grave problema.
En una ocasión le pregunté a un hermano acerca de su condición espiritual. Él respondió: “Mi condición es pobre. Por tres semanas mi espíritu no ha podido elevarse”. Su condición se debía a que la esposa estaba enferma. También le pregunté a una hermana acerca de su condición, y ella respondió: “No sé qué hacer. Cada mes nuestros ingresos no alcanzan a cubrir nuestros gastos”. Muchos hermanos y hermanas se hallan en la misma situación. Hablando en sentido figurado, no veo con frecuencia a santos que hayan dormido, comido, o bebido agua en una medida adecuada, es decir, que estén vigorosos y avivados. Al contrario, los santos a menudo se hallan en una condición de abatimiento, sequedad, vejez, muerte, dolor y opresión. Estas condiciones son el resultado de no dormir, ni comer, ni beber agua lo suficiente. Algunos han permanecido en esta condición por varios años; ellos siempre se sienten oprimidos y débiles. Su conciencia los molesta si no vienen a la reunión, pero ellos no pueden captar nada en la reunión. Su conciencia los molesta si no están sirviendo, pero se sienten abrumados. Que un cristiano se sienta oprimido por varios años no es razonable. Esta situación no es correcta, pero muchos santos se hallan en esta situación porque no conocen la ley del avivamiento y, por ende, no llevan una vida espiritual disciplinada.
Si alguien nos dice que está cansado y sin fuerzas debido a que no ha dormido bien por tres años, nos asombraríamos y le preguntaríamos por qué no ha dormido bien. Asimismo, si una persona se lamenta porque tiene hambre y sed, le preguntaríamos por qué no come o bebe algo. El hambre y la sed son señales que nos demandan comer y beber. Si nos negamos a comer y beber, nuestras lágrimas no servirán de nada. Cristo mora en nuestro ser, y Él es nuestro alimento eterno y la fuente de aguas vivas. No comemos ni bebemos de Él porque no conocemos la ley del avivamiento ni llevamos una vida disciplinada. No sabemos que debemos comer de Él cuando estamos hambrientos, beber de Él cuando estamos sedientos y descansar en Él cuando estamos cansados. Conocemos la ley que rige nuestra vida física y vivimos conforme a ella; por esta razón, dormimos cuando estamos cansados, comemos cuando estamos hambrientos y bebemos cuando estamos sedientos. Sin embargo, estamos fatigados, hambrientos y en una condición de sequedad, abatimiento, vejez, muerte y miseria, porque no conocemos la ley que rige nuestra vida espiritual. No hay necesidad de estar en esta condición.
La mayoría de los cristianos tienen un entendimiento poco apropiado acerca de la ley del avivamiento. Ellos piensan que una persona necesita avivarse únicamente después de haber cometido un pecado o de haberse descarriado. Nuestra vida espiritual crece a través de los repetidos avivamientos. Comer, beber y dormir causan el crecimiento de nuestra vida física. De igual manera, nuestra vida espiritual crece a medida que nosotros comemos, bebemos y dormimos, es decir, a medida que somos avivados. En la esfera física, estar sediento es una señal de que necesitamos una bebida, estar hambriento es una señal de que necesitamos comer y estar cansado es una señal de que necesitamos dormir. Dado que entendemos la ley de nuestra vida física, bebemos cuando tenemos sed, comemos cuando tenemos hambre y dormimos cuando estamos cansados. El resultado de ello es que somos avivados. Sin embargo, no entendemos la ley de nuestra vida espiritual. Por esta razón, no bebemos cuando estamos sedientos, ni comemos cuando estamos hambrientos, ni dormimos cuando estamos cansados. En lugar de ello, nos lamentamos y suspiramos.
Esto no significa que los santos nunca se alimenten, ni tomen agua ni duerman lo suficiente. En ocasiones ellos se alimentan, beben y duermen adecuadamente, sólo que esto no sucede con regularidad. Por ejemplo, un hermano que ha estado sediento por varios meses ocasionalmente bebe algo y, como resultado, se alegra tanto que alaba y da un testimonio en la reunión. Sin embargo, no nos avivamos con regularidad, ni tenemos la certeza de que estamos avivados, porque no conocemos la ley del avivamiento ni llevamos una vida disciplinada conforme a esta ley.
Si conocemos la ley del avivamiento, contactaremos al Señor tan pronto nos sintamos oprimidos. Cuando tengamos contacto con Él, nuestro ser interior se elevará y seremos avivados. Si caemos en la vejez, simplemente debemos tener contacto con el Señor otra vez. Una vez que tengamos contacto con Él, nos sentiremos refrescados y experimentaremos un avivamiento. Si tocáramos al Señor cuando nos sentimos hambrientos, cansados, agotados, en una condición de sequedad, de vejez o de muerte, siempre tendríamos un avivamiento. Tendríamos avivamientos grandes y avivamientos pequeños. Es más, experimentaríamos varios avivamientos en un solo día. Además, como resultado de experimentar estos avivamientos frecuentes, creceríamos rápidamente; avanzaríamos según la ley de vida.
En la esfera física hay cuatro estaciones en un año, las cuales forman un ciclo. Cada primavera representa un gran comienzo, un gran avivamiento. Un año tiene trescientos sesenta y cinco días, y cada día es un ciclo pequeño. Por esta razón, cada mañana es un pequeño comienzo, un pequeño avivamiento. Además, las tres comidas que ingerimos dentro de las veinticuatro horas de un día también denotan pequeños avivamientos. Además de estos avivamientos, dormir y descansar también representan pequeños avivamientos. Por medio de estos ciclos continuos de avivamientos pequeños y grandes, nuestra vida física puede subsistir, crecer y ser fortalecida.
Este mismo principio también se aplica a nuestra vida espiritual. También experimentamos avivamientos grandes y pequeños en nuestra vida espiritual. Por ejemplo, cuando fuimos salvos, fuimos resucitados de la muerte y recibimos la vida de Dios. Éste fue un gran avivamiento. Cuando renunciamos a nuestro pasado y nos entregamos al Señor, tuvimos otro gran avivamiento. A raíz de estos grandes avivamientos nos llenamos de gozo y sentimos que nos remontamos al cielo. Cuando después de cierto tiempo perdemos este sentir, es el momento de tener un avivamiento que nos liberará de llevar una vida según nuestros sentimientos para vivir por fe y que nos permitirá introducirnos más profundamente en el Señor. Éste es un gran avivamiento. Por consiguiente, un cristiano tiene al menos tres grandes avivamientos: la salvación, la consagración y la liberación de vivir según sus sentimientos para vivir por fe.
Además de los grandes avivamientos, también en nuestra vida diaria experimentamos muchos avivamientos pequeños. Por ejemplo, si una hermana recibe un telegrama acerca de que su madre está gravemente enferma, la hermana estará abatida. Pero si ella conoce la ley del avivamiento, se dará cuenta de que este sentir es una señal que le insta a contactar a Cristo, a contemplarlo, a experimentarlo y a ganar más de Él. Una vez que experimente a Cristo de esta manera, ella será animada. Éste es un pequeño avivamiento. Veamos otro ejemplo. Un hermano quizás se sienta herido debido a que un colega del trabajo le dijo algo sarcástico y se mofó de él. Este sentir es una señal que le dice que tenga contacto con Cristo, eche su carga sobre Él y le disfrute en medio de este incidente. Si el hermano experimenta así a Cristo, de inmediato tendrá un pequeño avivamiento. Podemos ser avivados al menos tres veces al día: en la mañana, en la tarde y en la noche.
Además de estas situaciones que se presentan en nuestro medio ambiente exterior, también hay situaciones que tienen que ver con nuestro corazón. Digamos que una hermana siempre tiene una dulce comunión con el Señor, pero una mañana algo bloquea la comunión, y su dulce sabor desaparece. Como resultado, ella se siente muy triste. Este sentir es una señal, que le dice que debe procurar un avivamiento. Este sentir también hará que ella vea una debilidad suya, la cual la llevará a conocer una virtud de Cristo. Nuestras debilidades dejan al descubierto lo que nos falta con respecto a Sus virtudes. Por esta razón, podemos disfrutar a Cristo según nuestras debilidades. Esto describe un avivamiento. Podemos experimentar tales avivamientos varias veces en un día.
En 2 Corintios 12:10 el apóstol Pablo dijo: “Me complazco en las debilidades [...] porque cuando soy débil, entonces soy poderoso”. Pablo, cuando era débil, sabía cómo vivir por el poder de Cristo y, cuando sufría, sabía cómo percibir el gozo de Cristo. Pablo también sabía aplicar la ley del avivamiento; por esta razón, siempre se estaba avivando. Debemos conocer y aplicar esta ley, a fin de que también nosotros podamos experimentar ser avivados con regularidad. Ésta es la manera de ser salvos de sentirnos agobiados por nuestros problemas.
Un hermano podría dejar de asistir a las reuniones debido a que los problemas de sus hijos, la mala salud de su esposa y la condición financiera en que él se encuentra son una carga tan pesada que no puede soportarla. Por un lado, sentimos compasión por su situación. Por otro, no podemos justificar su proceder, porque el Cristo que moraba en Pablo también mora en este hermano. Pablo dijo: “Cuando soy débil, entonces soy poderoso”; por esta razón, este hermano debería ser capaz de decir lo mismo. Si este hermano conociera la ley de la vida espiritual, también podría decir que él es poderoso, cuando es débil. El Señor ha permitido que tal entorno sirva como una señal que le indica que necesita otro avivamiento. No es necesario que él ruegue por un avivamiento. En vez de ello, necesita ver que el Señor que mora en él es la resurrección y está lleno de poder; el Señor es capaz de romper las ataduras de la muerte. Este hermano necesita ver, creer y aceptar este hecho. Entonces será capaz de decirle a Satanás: “Si tú creas más sufrimientos y levantas más problemas, yo podré disfrutar más de Cristo. Cuando soy agobiado, entonces soy liberado; cuando soy débil, entonces soy poderoso; cuando me hallo en la miseria, entonces soy lleno de gozo”. Este hermano será avivado cuando mire a Cristo. Aun si sus medios de ganarse la vida no son estables, tal entorno no impedirá que él esté en las reuniones. Al contrario, cuando venga a las reuniones, estará lleno de vitalidad, con un espíritu liberado, y todo su ser estará rebosante y jubiloso. Él podrá dar testimonio, aún con lágrimas, de la manera en que el Señor lo visita y está con él en medio de sus dificultades. Podemos decir que éste es el testimonio de una persona que ha hallado y disfrutado al Señor, pero en realidad es el testimonio de una persona que ha experimentado otro avivamiento.
Si conocemos la ley del avivamiento, el hecho de ser avivados será un asunto sencillo. No necesitamos sentirnos agobiados ni oprimidos hasta que, no pudiendo soportarlo más, oremos con desesperación y eventualmente toquemos al Señor antes de poder levantarnos. Todo lo que necesitamos es conocer esta ley y saber que el Señor mora en nosotros con todas Sus riquezas. Cuando nos sentimos en muerte, agobiados u oprimidos, o cuando sufrimos un ataque en medio de nuestro entorno, debemos hacer uso del gran poder del Señor, y seremos avivados inmediatamente. Siempre y cuando conozcamos la ley del avivamiento, no será difícil comer cuando estemos hambrientos ni beber cuando estemos sedientos.
En la era neotestamentaria Cristo lo es todo para nosotros. Si estamos abatidos, Él está en ascensión; si estamos en una condición de muerte, Él es la resurrección; si somos débiles, Él es fuerte; y si nos hallamos en tinieblas, Él es luz. Cada debilidad que poseemos nos deja ver una virtud de Cristo en particular. Él puede satisfacer la necesidad en cada debilidad. Por esta razón, como cristianos que somos, no tenemos por qué sentirnos miserables constantemente. Debemos regocijarnos cuando nos sentimos miserables. Tampoco tenemos ninguna razón para estar débiles por mucho tiempo; debemos ser poderosos cuando somos débiles. Hablando en sentido figurado, no tenemos razón para padecer hambre continuamente. Si hubiese una hambruna que redundara en una escasez de alimento, tendríamos razón de estar hambrientos. Pero tenemos una abundancia de alimento; el Cristo resucitado mora en nosotros para satisfacer cada una de nuestras necesidades. Por consiguiente, ya no debemos tener hambre. No hay ninguna razón para suspirar y lamentarse, porque podemos comer si tenemos hambre.
No tenemos razón de sentirnos como muertos en las reuniones, porque cuando estamos en una condición de muerte, entonces somos vivificados. Pablo dijo que cuando él era débil, entonces era poderoso. Ser débil incluye una sensación de miseria, opresión, agobio, muerte, de estar cerrado y en tinieblas, y de toda otra condición negativa. De igual manera, ser poderoso incluye sentirse gozoso, radiante, animado, liberado, viviente, abierto y toda otra condición positiva. Por esta razón, el principio rector de “cuando soy débil, entonces soy poderoso” puede aplicarse a todas nuestras situaciones.
En el pasado explicamos la manera de vivir por fe, de disfrutar las riquezas de Cristo, de comer, beber y disfrutar a Dios, y de tener comunión con el Señor y vivir en esta comunión, pero desatendimos el tema de la ley del avivamiento. El Señor ahora nos está guiando para que veamos que un vivir espiritual adecuado involucra la ley del avivamiento, el ciclo del avivamiento. Cuanto más avivados seamos, más seremos refrescados, vivientes, fuertes, abiertos y maduros.
A veces sentimos la necesidad de tener un avivamiento aun cuando nuestra vida espiritual marcha muy bien. Sentimos quizás que nos hemos envejecidos. Esto es una señal de que debemos ser renovados y vivificados. Por ejemplo, un hermano puede percibir cierta escasez en los mensajes que él imparte. Esta sensación es una señal de que él necesita un nuevo comienzo en relación con la liberación de los mensajes. Una hermana que recibía el suministro cuando leía la Biblia, tal vez pierda el sentir de satisfacción. Esta insatisfacción también es una señal que demanda que ella sea vivificada en lo que se refiere a leer la Biblia.
Además de estas condiciones en nuestro fuero interno, el Señor ha dispuesto que la disciplina del Espíritu Santo haga surgir diferentes situaciones en nuestro entorno para obligarnos a percibir nuestra necesidad de un avivamiento. Podemos sentirnos desalentados por las noticias que recibimos, o podemos sentirnos perturbados a causa de un malentendido o por los problemas que hay en nuestra familia, entre los santos o en el trabajo. Todo ello es una señal de que necesitamos un nuevo avivamiento. Quizás citemos lo que el Señor dijo en Mateo 11:28: “Venid a Mí todos los que trabajáis arduamente y estáis cargados, y Yo os haré descansar”. Sin embargo, este versículo tal vez sólo sea una doctrina para nosotros, puesto que no lo hemos experimentado. Pero cuando el Espíritu Santo opera en nuestro entorno, posiblemente haya cargas muy pesadas que nos agobiarán. Estas cargas indican que necesitamos disfrutar y experimentar a Cristo de nuevo. Estas cargas revelan también que Cristo es nuestro reposo. Al recibir a este Cristo y disfrutar de Su reposo por fe, seremos avivados de nuevo.
En el pasado hemos dicho que cuando se presente una situación nueva en nuestro medio ambiente, inmediatamente debemos entregarle el problema al Señor. Sin embargo, debemos ver que no se trata simplemente de entregarle nuestro problema al Señor; más bien, se trata de que experimentemos la ley del avivamiento en nuestra vida espiritual. Algunas personas tienden a permanecer en el problema en que se encuentren en vez de ser avivados contactando y experimentando al Señor. Permanecer en nuestros problemas indica que no conocemos la ley del avivamiento. Conocemos la ley del avivamiento en la esfera física, y espontáneamente vivimos según esta ley: somos avivados al comer cuando estamos hambrientos y al beber cuando estamos sedientos. Sin embargo, en la esfera espiritual no comemos cuando estamos hambrientos, ni bebemos cuando estamos sedientos. En vez de tener contacto con el Señor cuando se suscitan los problemas, suspiramos, lamentándonos de nuestra situación, y sufrimos una gran pérdida.
Que Dios nos permita ver la ley del avivamiento y aplicar esta ley a fin de que seamos liberados de nuestro yo y vivamos en Cristo. Cuanto más experimentemos el ciclo del avivamiento, más disminuirá nuestro elemento natural, y más el elemento de Cristo aumentará. Es así como podemos crecer y ser fuertes. Además, a pesar de nuestro entorno, seremos vivientes y frescos, es decir, seremos avivados.
También debemos aprender a estar abiertos. Después de ser avivados y vivientes, no debemos cerrarnos. Al contrario, debemos permanecer abiertos a fin de que haya un fluir entre nosotros y los demás santos. Debemos permitir que el agua viva fluya de nuestro interior hacia los demás y recibir el agua viva que fluye de ellos. Cuanto más haya un fluir de nuestro interior a otros, tanto más recibiremos en nuestro ser el fluir de ellos. Como resultado, seremos vivificados y los demás también serán vivificados.
Los hermanos y hermanas han escuchado muchos mensajes, pero aun así ellos no son vivientes. Por esta razón, no necesitamos más mensajes. Necesitamos vivificar a los santos, pero primero nosotros debemos ser vivificados antes de poder vivificar a otros. Cuando todos seamos vivificados, podremos avanzar. No debemos apegarnos a las rutinas, reuniéndonos y sirviendo según las viejas maneras y las viejas formalidades. Tenemos que “voltear” a los santos hasta que sean vivificados. No hay normas a seguir; simplemente necesitamos vivificar a los santos uno por uno. Los santos simplemente deben reunirse a fin de vivificarse el uno al otro. Aquellos que toman la delantera deben ser los primeros en ser vivientes; solo entonces pueden vivificar a los demás santos. Esto es crucial. El hecho de que seamos vivificados depende de que conozcamos la ley del avivamiento y de que la apliquemos con regularidad. Entonces podemos ser avivados momento a momento, y nuestra condición siempre será fresca y viviente.