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Mensajes del libro «Ley del avivamiento, La»
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CAPÍTULO CINCO

CONOCEMOS LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR AL SER QUEBRANTADOS

LAS EXPERIENCIAS ESPIRITUALES DE UN INDIVIDUO Y DE LA IGLESIA CONSISTEN EN SER QUEBRANTADOS

  En el mundo secular la gente sabe que la condición idónea de una persona a menudo difiere de su verdadera situación. Esto también se puede aplicar a asuntos espirituales. Los creyentes que buscan más del Señor y le siguen descubren con el tiempo que hay con frecuencia una diferencia sustancial entre su verdadera condición y la condición que ellos desean. Muy pocos creyentes han aprendido las lecciones o han experimentado los tratos del Señor. Pocos pueden testificar que desde el día que fueron salvos nunca han tenido problemas en su búsqueda del Señor, o que han logrado lo que deseaban o que han llegado a la condición espiritual que habían anhelado. Las biografías de creyentes espirituales revelan que, en cuanto a sus experiencias, ellos fueron principalmente quebrantados.

  Consideremos el asunto de la lectura de la Biblia. Después de recibir la salvación o después de ser avivados, muchos creyentes hacen un voto para leer la Biblia todos los días. Incluso consideran el método que deben usar para completar su lectura en un año. Su plan es ideal. Sin embargo, muy pocos creyentes logran cumplir con su plan ideal, y cuando lo hacen, no parece que haya sido de mucho beneficio. En contraste, aquellos que sí logran leer la Biblia apropiadamente, son los que, al leerla, tienen la experiencia de ser quebrantados. Ellos desean leer la Biblia diligentemente, pero Dios dispone muchas situaciones en el entorno de ellos que los interrumpen. Tienen el firme deseo de dedicar varias horas al día para leer la Biblia, pero Dios dispone circunstancias que son inevitables, como por ejemplo un hermano que busca ayuda porque tiene un problema en la familia, o una hermana que viene a tener comunión porque está descontenta con su esposo, sin mencionar los problemas que ellos mismos tienen. Estas situaciones hacen imposible que ellos cumplan su deseo de leer la Biblia. Apenas pueden leer un pasaje pequeño de la Biblia y meditar brevemente al respecto en medio del caos en que viven. Puedo testificar que leer la Biblia de esta manera con frecuencia trae una iluminación especial de parte de Dios y produce resultados inesperados. Sin embargo, los que pueden leer la Biblia según lo planeado, quizás no reciben ninguna luz. Tal vez lleguen a ser muy versados en la Biblia, pero están en una condición de muerte. Los que pueden recibir luz al leer la Biblia muchas veces tienen la experiencia de ser quebrantados.

  Este mismo principio no solamente se aplica a la lectura de la Biblia, sino también a la oración y a otras actividades espirituales. Este principio también se aplica a la obra del Señor y a la iglesia. Podemos decir que la historia de la iglesia es una cuestión de ser quebrantados. Sin embargo, tales experiencias producen un verdadero crecimiento de vida.

  Los expositores de la Biblia han valorado supremamente la iglesia en el Pentecostés. Ellos consideran que la iglesia primitiva no tenía mancha ni defecto. En cuanto a la obra de Dios, no había ningún problema; sin embargo, la iglesia experimentó problemas graves. Por ejemplo, en Hechos del capítulo 1 al 4 la condición de la iglesia era maravillosa, pero en el capítulo 5 ocurrió algo negativo: Ananías y su mujer, Safira, le mintieron al Espíritu Santo (vs. 1-11). En este pasaje, aun cuando apenas despuntaba la mañana, parecía como si el sol se hubiera empezado a ocultar. Luego, en el capítulo 6, se suscitaron quejas en cuanto a la distribución de los alimentos (vs. 1-2). Así que, la iglesia en el Pentecostés no era muy espiritual ni muy buena. Todo lo que Dios hace es bueno, pero nuestras situaciones no son nada ideales, ya que tenemos que ser probados y quebrantados para llegar a ser confiables. Esto aplica a la iglesia y a los creyentes individuales.

  La condición de la iglesia en el Pentecostés puede compararse con un ladrillo de barro crudo que lleva una figura recién pintada. La figura debe fundirse en el ladrillo al pasar por el fuego. Dios realizó una obra de gracia en la iglesia primitiva y la dispuso con una situación maravillosa. Poco después la iglesia pasó por una gran prueba; fue puesta en un “horno” a fin de ser quebrantada. Dios suministró a la iglesia Su gracia y permitió que la iglesia fuese puesta a prueba. Pero la iglesia fracasó y entró en desolación. Por esta razón, el apóstol Pablo, quien predicó el evangelio a los gentiles, dijo que todos los que estaban en Asia le habían vuelto la espalda (2 Ti. 1:15). Esto muestra el grado de desolación al cual llegó a estar la iglesia.

  Según la condición externa de la iglesia, se había vuelto peor de lo que era en el Pentecostés. Pero según su naturaleza intrínseca, la iglesia durante el tiempo de Pentecostés era inferior a la iglesia durante el tiempo en que rechazó a Pablo.

  Este mismo principio se puede aplicar a nuestra presente situación. Por ejemplo, una iglesia local que al comienzo del año está floreciente y próspera, puede caer debido a dos pequeños problemas que confronta en la segunda mitad del año y nunca recobrar su condición inicial. Sin embargo, según su naturaleza intrínseca, la condición de esta iglesia en la segunda mitad del año quizás sea más fuerte que en la primera mitad del año.

SOMOS QUEBRANTADOS A FIN DE SER PURIFICADOS

  A menudo Dios permite que un creyente o incluso una iglesia sufran un traspié y sean quebrantados. Dios primero nos adorna, y luego nos quebranta. Primero Él nos equipa, y luego permite que pasemos por el horno. Primero nos vivifica y luego nos somete a prueba. A veces el quebrantamiento, el fuego y la prueba nos vienen en forma de persecuciones y ataques externos, y otras veces se presentan en forma de disputas y discordias internas. No podemos decir que una iglesia o un hermano que se halle en estas circunstancias hayan caído. Debemos recordar que aunque su condición externa pueda ser mala, su naturaleza intrínseca está siendo purificada y edificada.

  Los creyentes individuales y la iglesia están llenos de mixtura, aun cuando están siendo avivados. Esta mixtura incluye todo lo relacionado con el hombre natural, como sus sentimientos, intereses, preferencias, manera de ser y placeres. Aun cuando un avivamiento es la obra del Espíritu Santo, está mixturado con el elemento humano. Así pues, Dios nos da la gracia para levantarnos, y también nos quebranta a fin de purificarnos. Dios conoce nuestra medida, y sabe cómo quebrantarnos; Él no es severo. Posiblemente nos sentimos al borde de la muerte cuando Dios nos quebranta, pero Él sabe cuánto quebrantamiento necesitamos. El quebrantamiento no será ni muy pesado ni muy leve. Podemos sentirnos como si estuviésemos muertos, pero no lo estamos, porque Él nos vivificará de nuevo. Una vez que seamos vivificados, Él nos dará otro avivamiento, en el cual pensaremos que estamos bien. No nos percatamos de que todavía hay mucha mixtura en nosotros y que Dios aún tiene que quebrantarnos otra vez. Tenemos que entender que estamos llenos de mixtura y, por tanto, requerimos que Dios nos someta a Sus constantes quebrantamientos.

  En una ocasión, un hermano testificó que mientras viajaba, vio una cadena de montañas que le hizo recordar la posición que tiene Cristo en la creación. Esto hizo que surgiera una sensación de reverencia en su corazón. Pero, al mismo tiempo produjo también una sensación de orgullo en él, y comenzó a considerar cuán encomiable era que él fuese el primero en recibir esta revelación y esta visión acerca de Cristo en la creación. Esto muestra la facilidad con que el elemento humano se hace manifiesto. Consideremos este ejemplo. Dios en Su misericordia visitó a este hermano y, mientras éste paseaba, le hizo recordar y percibir a Cristo. Pero el hermano se enorgulleció y se creyó muy importante. Este ejemplo pone en evidencia la mixtura que hay en nosotros.

  Debemos ser probados porque estamos plagados de mixtura. Tenemos tanta mixtura porque no nos conocemos a nosotros mismos. No tenemos idea de cuanta mixtura hay en nuestros motivos, intenciones, objetivos e inclinaciones, en nuestra voluntad, y en aquello que anhelamos lograr y obtener. Necesitamos de las pruebas a fin de que la mixtura en nosotros sea puesta en evidencia de modo que seamos purificados. Ser probados equivale a ser purificados.

  Ser purificados no es cosa sencilla; no podemos ser purificados en una sola prueba. Después de una prueba podemos pensar que nuestra mixtura ha sido removida, pero pasan dos años y aún está presente. Incluso es posible que algo que supuestamente había sido removido siga presente aun después de veinte años. Aquellos que han aprendido algunas lecciones conocen cuáles son sus problemas al pasar por las pruebas. Por ejemplo, Abraham mintió cuando descendió a Egipto (Gn. 12:9-20). Después él regresó al lugar donde había estado su tienda en el principio, e invocó el nombre de Jehová (13:1-4), pero el elemento inherente a la mentira aún estaba en él. Por esta razón, cuando se presentó la misma circunstancia, él volvió a mentir (cap. 20). Sin embargo, él era diferente; su primer fracaso había dejado una marca que le hizo conocerse a sí mismo un poco.

  No podemos adquirir una estatura espiritual a partir de una sola experiencia. La salvación se experimenta una vez, pero ningún otro asunto espiritual se experimenta una sola vez. Dios primero nos equipa, y luego nos somete a pruebas. Primero nos da gracia y luego nos quebranta. Este ciclo ocurre una y otra vez. Cuando nos hallamos en el proceso, nos sentimos miserables y desalentados. Fallamos en un asunto y nos quedamos cortos en otro. Cuando nuestra condición mejora ligeramente, fallamos de nuevo; cuando nuestra obra tiene resultado, viene una tormenta que arrasa con el fruto de nuestra ardua labor. Podemos haber laborado en una iglesia local por siete años, pero de repente se suscita un problema, y sufrimos pérdidas y nos angustiamos. Debemos recordar que este proceso es necesario.

NECESITAMOS LA REVELACIÓN DE LA RESURRECCIÓN EN EL ENTORNO DE MUERTE

  En el libro de Filipenses Pablo escribió: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte” (3:10). Él no escribió esto en el libro de Romanos, en 1 y 2 Corintios, ni en ninguna otra epístola. Cuando Pablo escribió Romanos, él estaba muy ocupado viajando, y su obra se estaba propagando cuando escribió 1 y 2 Corintios. Cuando estamos ocupados y nuestra obra se está propagando, no podemos sentir que necesitamos conocer la resurrección del Señor. El apóstol Pablo no fue una excepción. No fue sino hasta que él fue encarcelado y estaba en cadenas, como un grano de trigo que es sepultado en la tierra, que sintió una profunda necesidad de conocer la resurrección de Cristo. Pablo se percató de que necesitaba la revelación acerca de la resurrección de Cristo.

  Fue en este momento que Pablo podía escribir la Epístola a los Filipenses, la cual trata de su búsqueda por conocer la resurrección al ser configurado a la muerte de Cristo. En esta coyuntura, él fue puesto en un entorno de muerte. En principio, su encarcelamiento era su sepultura. Pablo no podía soportar este entorno por sí mismo. Por esta razón, en lo profundo de su ser él sintió la necesidad de conocer a Cristo y el poder de Su resurrección, y de ser configurado a Su muerte.

EN LA EXPERIENCIA REVELADA EN EL CANTAR DE LOS CANTARES HAY UNA PROGRESIÓN DE LOS SENTIMIENTOS A LA REVELACIÓN

  Debemos examinar la visión revelada en El Cantar de los Cantares. En El Cantar de los Cantares vemos una experiencia progresiva. Las experiencias de la doncella, quien representa a aquel que busca al Señor, se elevan y se profundizan etapa por etapa. No sólo eso, sino que ella crece paso a paso. Al comienzo, su amado la elogia comparándola a una yegua entre los carros de Faraón (1:9). Esto significa que aun cuando fue ágil al ir en pos de su amado, ella usó su fuerza natural. Esta fuerza natural debe ser quebrantada. Por esta razón, su amado le dice: “Te haremos trenzas de oro / con tachones de plata” (v. 11). Los tachones de plata representan la obra aniquiladora de la cruz, y las trenzas de oro representan la obra constitutiva del Espíritu Santo. La obra aniquiladora de la cruz y la obra constitutiva del Espíritu Santo nos transforman gradualmente de una persona natural a una persona espiritual.

  En el versículo 15 la doncella es elogiada: “Tus ojos son como palomas”. Esto significa que ella únicamente desea a su amado. En el capítulo 2 ella es como un lirio (v. 2), y en el capítulo 3 ella es como una columna de humo (v. 6). Esto indica que ella va gradualmente en ascenso. También es elogiada como el palanquín de Salomón (v. 9). En el capítulo 6 ella es “terrible como ejército con estandartes”, lo cual significa que es fuerte y victoriosa (v. 4). Ella también es “hermosa como la luna” y “límpida como el sol”, lo cual significa que ella es brillante, firme y trascendente, pues vive en una esfera celestial (v. 10). La doncella ha ascendido de Egipto a esta esfera celestial (1:9). No sólo eso, ella es hermosa como Tirsa y bella como Jerusalén, lo cual indica que ha crecido hasta ser una ciudad edificada (6:4). Esto describe el proceso de su crecimiento.

  La experiencia y el conocimiento que ella tiene de su amado también son progresivos. El capítulo 1 comienza cuando ella dice que sus amores son mejores que el vino (v. 2). En el versículo 12 ella está con su amado en su mesa. Al contar con la presencia de su amado y al disfrutar de su abundancia, ella dice: “Mi amado es para mí un manojito de mirra”, lo cual indica que él es fragante en ella (v. 13). Ella también dice: “Racimo de flores de alheña es mi amado para mí”, lo cual indica que él es su hermosura (v. 14). En el capítulo 2 ella se interna profundamente en la presencia de su amado, a quien disfruta en la casa del banquete (v. 4). Ella le compara a un manzano, diciendo: “En su sombra me deleité y me senté, / y su fruto fue dulce a mi paladar” (v. 3). Aquí ella disfruta plenamente lo dulce que él es. Al comienzo, el amor que ella siente por su amado no es sólido ni real. Cuando ella le compara con la mirra y con las flores de alheña, su sentir es un poco más sólido y un poco más real. Más tarde, cuando ella dice que él es como un manzano bajo el cual puede sentarse y disfrutar la dulzura de su fruto, ella ha sido perfeccionada por su amado.

  Al comienzo de su búsqueda, la doncella pregunta: “Dime [...] ¿Dónde apacientas tu rebaño? / ¿Dónde lo haces recostar al mediodía?” (1:7). En el capítulo 2 ella no sólo halla a su amado, sino que se sienta bajo su sombra, bajo su cobertura, y disfruta de su presencia (vs. 3-6). ¡Cuán satisfecha y cuán apacible está! Hasta ahora, sus palabras emanan de la experiencia de su propio disfrute, y su conocimiento se basa principalmente en lo que ella ha disfrutado.

  En la segunda etapa de su experiencia, el conocimiento que tiene de su amado cambia. En los versículos 8 y 9 la doncella dice: “He aquí, él viene, / saltando sobre los montes, / brincando sobre los collados. / Mi amado es semejante a la gacela o al cervatillo”. Ésta es una visión especial. Anteriormente, ella dijo que su amado era como mirra, como flores de alheña y como un manzano. Estas palabras son una expresión de sus sentimientos, según el disfrute de ella; no son una revelación ni una visión. Ahora su amado viene para darle una visión. Así que, ya no es un asunto de disfrute, sino de poder y vitalidad. Debemos ver que el Señor está lleno del poder de resurrección y que viene saltando sobre los montes y brincando sobre los collados como un cervatillo lleno de vigor y vitalidad. Ningún monte ni ningún collado pueden detenerle. En esta etapa, una persona que busca del Señor ha avanzado en su conocimiento de Él, ha progresado del disfrute a la visión y del sentimiento a la revelación.

UNA REVELACIÓN ADICIONAL

Conocer la resurrección del Señor

  En la vida de iglesia, los santos no tienen ni la luz ni la revelación adecuadas acerca del Señor. Ellos conocen al Señor principalmente según los sentimientos que percibieron en sus experiencias. Tal conocimiento llega a su plenitud cuando experimentan al Señor en calidad de un manzano. Muchos santos dicen: “Oh Señor, mejores son Tus amores que el vino. Atráeme, y en pos de ti correré. Quiero ser satisfecho y tener Tu presencia”. Ciertamente, ellos han disfrutado la presencia del Señor y han gustado Su dulzura. Basados en su experiencia, también pueden decir que interiormente el Señor es como la mirra, y como las flores de alheña exteriormente. Otros también pueden testificar que han disfrutado la dulzura del Señor, han recibido Su protección y bajo Su sombra han gustado del rico fruto. Muchos santos pueden dar este testimonio. Sin embargo, muy pocos han recibido una revelación, una visión, del Señor que, como un cervatillo lleno de vigor, viene saltando sobre los montes y brincando sobre los collados.

  El Señor quiere darnos una visión nueva. No desea solamente que experimentemos Su dulzura y disfrutemos Sus riquezas; Él quiere que veamos Su resurrección, que veamos que Él es la cierva de la aurora. Él cargó con nuestros pecados en la cruz, fue abandonado por Dios y entró en resurrección, a fin de llegar a ser la cierva de la aurora (Sal. 22, título). El Señor nos está llamando a que veamos que Él, como la cierva de la aurora, está lleno de vigor y vitalidad y viene a nosotros. Él está saltando sobre los montes y brincando sobre los collados. En El Cantar de los Cantares, el amado le dice a la doncella: “Levántate [...] y ven. / Porque ya ha pasado el invierno; / la lluvia ha cesado y se fue. / Han aparecido las flores en la tierra, / el tiempo de la canción ha venido / y en nuestra tierra se ha oído la voz de la tórtola” (2:10-12). Esto indica que el Señor nos está conduciendo a recibir la visión de la resurrección y nos está sacando de nuestra propia experiencia y disfrute espiritual, de modo que sigamos adelante con Él en resurrección. Éste es el llamamiento que el Señor nos hace hoy.

Debemos experimentar la muerte a fin de conocer la resurrección

  Debemos experimentar la muerte si queremos conocer la resurrección del Señor. Pablo era espiritual, pero también necesitaba experimentar muchos sufrimientos, incluyendo la cárcel. El encarcelamiento representa la esclavitud y la restricción que nos hacen imposible seguir disfrutando la libertad que teníamos antes. Anteriormente, teníamos “alas” y podíamos volar a donde quisiéramos sin ninguna restricción. Sin embargo, el Señor ahora nos ha puesto en una cárcel bajo restricción. Estar encarcelados conlleva grandes implicaciones. Estamos en una cárcel cuando nos sentimos abatidos o cuando nuestro espíritu no puede animarse. Estas experiencias son necesarias, porque es mientras estamos en la cárcel que experimentamos la muerte del Señor y el poder de Su resurrección. Lo que padecemos en la cárcel no son meramente persecuciones ni dificultades; padecemos una muerte espiritual que anula los elementos naturales presentes en nosotros de manera que seamos liberados del yo y conformados a la muerte del Señor. Su muerte es un molde que pone a muerte todo lo que nos pertenece y resucita todo lo que le pertenece a Él.

  Cuando el Señor nos coloca en la cárcel de las pruebas, Él nos da una visión de Sí mismo como una gacela y un cervatillo. Podemos estar encarcelados detrás de los muros, pero a Él no le obstruyen los montes ni los collados, porque Él salta en los montes y brinca en los collados. Cuando Él nos muestra esta visión, nos llama a levantarnos y a irnos con Él porque ha pasado el invierno y la lluvia ha cesado (v. 11). Esto significa que la muerte se fue. Según nuestro sentir, aún nos hallamos en la muerte, pero Él parece decir: “Todas las cosas de la muerte han cesado y se fueron, así que tienes que levantarte y venir conmigo”. Ésta es la resurrección. Por esta razón, cuando Pablo escribió el libro de Filipenses, estando en la cárcel, varias veces dijo que se regocijaba y exhortaba a los creyentes a regocijarse en el Señor también (2:17-18; 4:4). Pablo lo trascendía todo. No estaba atado a su entorno aquí en la tierra, porque él conocía la resurrección, y sabía cómo aplicar el poder de la resurrección a todos los padecimientos de su encarcelamiento. Estos padecimientos, por un lado, hicieron que los elementos naturales de Pablo fuesen puestos a muerte y, por otro, hicieron que los elementos de Dios fuesen expresados en el vivir de Pablo. Esto es ser conformado a la muerte de Cristo.

Ser configurados a la muerte de Cristo

  Para hacer un pastel, se coloca la pasta en el molde ejerciendo presión. Entonces la pasta tomará la misma forma del molde. La muerte del Señor Jesús es un molde, y nuestra persona y nuestro vivir son la pasta. Dios nos coloca en toda clase de entornos para “moldearnos” hasta que seamos configurados a la muerte del Señor. Tomar la forma de la muerte del Señor significa que todo lo del hombre, incluyendo lo que es malo así como lo que es bueno, tiene que morir. Cuando el Señor Jesús se hizo hombre, Él se vistió de la humanidad que Dios creó. Su humanidad no era mala. No obstante, tenía que ser puesta a muerte. Mediante Su muerte todas las cosas del hombre fueron crucificadas y las cosas de Dios fueron generadas. Por consiguiente, la muerte aniquila algunas cosas, pero hay otras que emergerán de la muerte. El molde de la muerte del Señor Jesús abarca estos dos aspectos.

  Nuestra experiencia de la muerte del Señor también tiene estos dos aspectos. Como descendientes de Adán, poseemos tanto su humanidad, la cual Dios creó, como su elemento humano caído y pecaminoso. Sin embargo, también tenemos el elemento de Dios porque somos regenerados. Por Su misericordia debemos experimentar muchos avivamientos, tener muchos nuevos comienzos, ya que todavía estamos llenos de mixtura. Así que, es necesario que el Señor remueva las cosas impropias e inmundas de Adán, y también dé muerte a las cosas buenas y apropiadas de nuestra humanidad creada por Dios.

  Una persona no puede experimentar esta muerte solamente al disfrutar el amor del Señor y Su abundancia, o Su dulzura, es decir, al conocerle a Aquel que es “un manojito de mirra” y “un racimo de flores de alheña”, o al tomarle como un “manzano”. Al contrario, cuanto más una persona experimente el amor del Señor y disfrute Su dulzura de esta manera, más estará presente el elemento del yo. Por consiguiente, el Señor debe cambiar el entorno y colocarnos en pruebas, en “cárceles”, tales como problemas de salud, problemas en la familia, problemas del trabajo, cambios en lo dispuesto entre los colaboradores o disturbios en la iglesia. Inicialmente, los creyentes en Asia acogieron a Pablo, pero a la postre todos le volvieron la espalda (2 Ti. 1:15). Tal abandono fue más severo que la cárcel romana; pero tenía la finalidad de que Pablo experimentara el quebrantamiento y así conociera la resurrección de Cristo.

  Nuestras experiencias espirituales no se conforman a nuestro deseo. Es difícil encontrar una persona que ame al Señor en edad temprana, y que tenga buena salud y destreza mental, que avance rápidamente en todo aspecto y que luego se case con un cónyuge muy espiritual y tenga hijos como Samuel o Timoteo, los cuales son obedientes, inteligentes, procuran ser espirituales, tienen avivamiento matutino a los siete años de edad, leen la Biblia con entendimiento a la edad de ocho y saben cómo tener comunión con el Señor a la edad de nueve. Tener un hijo así sería ideal, perfecto. Sin embargo, todo esto son sólo ilusiones. De igual manera, no debemos esperar que nuestra obra siempre sea eficaz, que nuestros colaboradores siempre estén en unanimidad, o que la iglesia bajo nuestro cuidado siempre sea próspera. Esto es lo que deseamos, pero nunca se cumple.

  En nuestra experiencia siempre somos quebrantados. Posiblemente nos enfermemos sin razón alguna, y nuestra salud no mejore. Podemos también descubrir que nuestra espiritual esposa no es espiritual. Además descubrimos que nuestro hijo es insensato cuando esperamos que sea inteligente, es travieso cuando esperamos que sea obediente, y no ama al Señor cuando esperamos que sea espiritual. Quizás experimentemos muchas situaciones en la obra, con nuestros colaboradores, con los santos y en la iglesia, las cuales son como aguijones que nos pinchan y nos hieren. A lo largo de la jornada de nuestra vida, la experiencia que tenemos es la de ser quebrantados. Probablemente algunos digan que esto es muy malo, pero debemos recordar que éste es un proceso necesario; ésta es la senda que debe seguir todo aquel que busca al Señor.

NO SEREMOS CONFINADOS SI CONOCEMOS LA RESURRECCIÓN

  Aunque hemos gustado la dulzura del amor del Señor y experimentado Sus riquezas, estas experiencias son más bien superficiales y se hallan en la etapa inicial, la cual se halla en los primeros dos capítulos de El Cantar de los Cantares. Si permanecemos en esta etapa, un día el Señor nos llevará a percatarnos de que estamos confinados por un muro y no podemos movernos, y que Él es el Cristo que salta sobre los montes y brinca sobre los collados. Nosotros estamos inmóviles y sin vida, pero Él está en resurrección. Él no nos engañará. Nos muestra que hay montes y collados en la senda que nos ha asignado, pero éstos no son ningún problema para quienes están en resurrección, porque les es fácil saltar y brincar sobre los montes y collados. Si permanecemos en nuestros sentimientos, vendremos a ser como una débil doncella carente de espíritu y vida, que está confinada en una habitación. Por consiguiente, Él viene a llamarnos a salir de nuestro yo, a ir y andar con Él, lo cual es entrar en Su resurrección. Según nuestro sentir, todo es muerte, pero según Su sentir, el invierno ya ha pasado, la lluvia ha cesado y se fue, las flores están floreciendo y las aves están cantando. No es tiempo de estar acostados en la casa, sino de salir y movilizarnos.

  Ésta fue la experiencia de Pablo cuando estuvo en prisión. Aunque su cuerpo estuviera confinado en la cárcel, él mismo estaba saltando sobre los montes y brincando sobre los collados. La cárcel no pudo oprimir a Pablo. Los libros de Efesios, Filipenses, Colosenses y 2 Timoteo revelan que él estaba saltando y brincando. Él no estaba oprimido ni abatido, diciendo: “Antes podía ir a Corinto y Asia, pero ahora no puedo moverme libremente. En el pasado yo era bien recibido y acogido, pero ahora todos me han vuelto la espalda”. Si Pablo hubiera tenido esta actitud, ciertamente habría estado en una cárcel y habría sido sepultado allí. Sin embargo, Pablo no estaba encarcelado; estaba en resurrección. Su espíritu no estaba atado a una prisión. Por esta razón, en Filipenses él pudo decir: “Asimismo gozaos y regocijaos también vosotros conmigo” (2:18). Fue capaz de escribir Efesios, Filipenses, Colosenses y 2 Timoteo, porque él no estaba en una “cárcel”.

  Además, en la cárcel Pablo tuvo una búsqueda más profunda del Señor. Pablo dijo que él anhelaba “conocerle [a Cristo], y el poder de Su resurrección, y la comunión de Sus padecimientos, configurándome a Su muerte” (Fil. 3:10). Esto significa que Pablo permitió que su elemento humano fuese puesto a muerte para que el elemento de Dios pudiera ser generado mediante la muerte. Las epístolas que escribió mientras estuvo en prisión indican que el elemento de Pablo había sido puesto a muerte y que Cristo se expresaba por medio de Pablo. Por esto, en Filipenses 1:20-21 Pablo dijo: “Será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Porque para mí el vivir es Cristo”. Pablo pudo decir esto porque tenía una visión, una revelación, de la resurrección, no porque disfrutó la dulzura de Cristo como un manojito de mirra, un racimo de flores de alheña o un manzano. Estos versículos no tienen que ver con el disfrute, sino con el hecho de haber visto una visión. Pablo vio y conoció la resurrección de Cristo, y en esta resurrección él pudo soportar los sufrimientos que otros no podrían soportar. La cárcel no lo confinó; solamente aniquiló el elemento natural de Pablo y produjo en su interior el elemento de Cristo. Por lo tanto, cuanto más Pablo permanecía en la cárcel, tanto más era configurado a la muerte de Cristo, llevando en su cuerpo la muerte de Cristo.

  Este mismo principio se aplica a nuestra experiencia personal y también a la iglesia. Las iglesias en todas las localidades no pueden esquivar este principio. Después de cierto período de tiempo vendrá un avivamiento, y luego después de otro período de tiempo vendrá una prueba. El Señor usa este ciclo a fin de llevarnos a una condición más elevada y más profunda, de modo que podamos conocerle y experimentarle más. Por la gracia del Señor, un día llegaremos a una etapa cuando otros dirán que nos estamos hundiendo, pero nosotros diremos: “No, sino que nos estamos levantando”, y otros dirán que es invierno, pero nosotros diremos: “No, ya pasó el invierno, las flores están floreciendo y las aves están cantando”. Esto indica que conocemos la resurrección. Esto no consiste meramente en disfrutar la dulzura del Señor, sino que, más aún, consiste en conocer Su resurrección. Cuando conocemos Su resurrección, seremos frescos, vivientes, fuertes y poderosos, y experimentaremos el poder de la resurrección de manera práctica.

SER QUEBRANTADOS A FIN DE EXPERIMENTAR LA MUERTE DEL SEÑOR Y CONOCER SU RESURRECCIÓN

  Debemos experimentar la muerte y resurrección del Señor un día a la vez, y tener una sola experiencia a la vez. Nuestras experiencias espirituales no han sido dispuestas para que permanezcamos intactos. Éstas tienen como fin que seamos quebrantados y que nuestro elemento humano sea puesto a muerte, de modo que podamos tener un conocimiento más profundo de la muerte de Cristo y Su resurrección. Es así como somos liberados de nuestro elemento humano y permitimos que el elemento de Dios crezca en nosotros. Por consiguiente, en nuestra jornada espiritual no hay lugar para tener ilusiones. Sucederán muchas cosas contrarias a nuestro deseo que nos causarán dolor y nos dejarán desconsolados. Ésta es nuestra senda; es aquí donde crecemos, y también es aquí donde la Nueva Jerusalén es producida. La Nueva Jerusalén está construida con piedras preciosas. Las piedras preciosas son producidas por medio del calor intenso y la gran presión. Necesitamos calor y presión para que podamos ser transformados. Si estamos conscientes de esto, estaremos en paz y nos regocijaremos en medio de una experiencia dolorosa en vez de desconsolarnos. Al igual que el apóstol Pablo, seremos capaces de decir: “A fin de conocer a Cristo, y el poder de Su resurrección, y la comunión en Sus padecimientos, configurándome a Su muerte”.

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