
Lectura bíblica: Ro. 6:14; 6, 7, He. 8:13b; Jn. 1:1, 14, 17b; 2 Co. 8:9a; 13:14a; 1 P. 1:2b; 2 P. 1:2; Ef. 1:7b-8; Ro. 5:15b, 20b; Ef. 1:6-7; Ro. 3:24; 5:2a; Jn. 1:16; 1 Ti. 1:14; Ef. 2:5-8; 2 Ts. 2:16; He. 4:16; 2 Co. 9:8; Ap. 22:21; Jac. 4:6; 1 P. 5:5; 2 Ti. 4:22; Lc. 1:28, 30; Gá. 2:20-21; 2 Co. 12:9; 8:1-2; 1 P. 5:10; Ef. 3:2, 8; 4:28-29; 1 Co. 15:10; Ro. 5:17b, 21b; Hch. 4:33; 11:23
Cuando empecé a leer la Biblia por primera vez y llegué a la palabra imagen, me pregunté: ¿No dice la Biblia que Dios no tiene forma ni imagen? Entonces, ¿cómo pudo Dios crear al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza? Algunos dicen que la imagen y semejanza de Dios es el hombre. En Génesis 18, antes que el Señor Jesús se hiciera carne, El apareció con dos ángeles, en forma de hombre. Esa era la semejanza externa de Dios. El conversó con Abraham y tuvo comunión con él, y Abraham le dio agua para lavar Sus pies. Además, Sara, la esposa de Abraham, preparó una comida y la trajo para que El la comiera. Por tanto, vemos que la imagen y semejanza de Dios es el hombre. Al principio yo acepté esta explicación, pero sólo hasta cierto grado. Sin embargo, cuanto más estudié la Biblia, más me inquietó este asunto y menos me satisfacía tal explicación.
Ciertamente Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza. Gradualmente, empecé a ver que la imagen tiene que ver con lo que Dios es interiormente, a saber, Sus atributos divinos. Por ejemplo, Dios es amor; Dios es luz; Dios es santidad; y Dios es justicia. Estos son los cuatro atributos mayores de Dios. Dios es amor, luz, santidad y justicia. Los dos primeros atributos, amor y luz, son fáciles de entender. La santidad se refiere al hecho de que Dios es trascendente, diferente y distinto de todas las otras cosas; esto es santidad. La justicia alude al hecho de que Dios es absolutamente recto y no se comporta de manera deshonesta o con parcialidad, ni de forma distorsionada o torcida, sino que es perfecto, justo, recto y correcto en todo aspecto; esto es justicia. Dios es amor, luz, santidad y justicia. Esos son los atributos de Dios. Dichos atributos son internos, es decir, forman parte del ser interior de Dios.
La semejanza es la apariencia externa de Dios. La imagen y la semejanza no son dos cosas; lo primero se refiere al ser interior de Dios, y lo segundo, a la expresión externa del ser interior de Dios. La expresión externa de Dios es Su semejanza. Lo que es expresado externamente son las virtudes de Dios. Los atributos de Dios son interiores, pero cuando éstos son expresados, llegan a ser Sus virtudes. Dios es amor; esto es algo interno de Dios. Cuando Dios como amor se expresa, eso llega a ser la virtud de Dios. Dios creó al hombre según Sus atributos interiores y conforme a Sus virtudes externas. Por tanto, el hombre es muy noble. El hombre es una fotografía de los atributos internos de Dios y de Sus virtudes externas. Así es como Dios creó al hombre. ¡Alabado sea el Señor! De todas las criaturas, el hombre es el único que expresa los atributos y virtudes de Dios. El hombre lleva la imagen interior de Dios y Su semejanza externa. Aunque el hombre fue creado de una manera tan excelente, Dios no se había impartido en él. Es decir, el hombre no tenía la vida de Dios, ni la naturaleza de Dios ni a Dios mismo. Por ejemplo, ustedes pueden tomarme una buena fotografía. Pero después de verla, yo diría: “Esta fotografía es buena, pero no es lo suficientemente buena porque mi ser no está realmente dentro de ella. Esta fotografía no tiene mi vida, ni mi naturaleza ni mi propio ser”.
Esta es la manera en que Dios creó a Adán en el principio. Adán ciertamente tenía la imagen y semejanza de Dios, pero no tenía la vida de Dios, ni la naturaleza de Dios ni a Dios mismo. Podemos decir que una fotografía de usted no puede expresarle plenamente, ya que sólo puede dar a otros una idea general acerca de usted y de su apariencia. No importa cuán buena sea la fotografía de una persona, no puede expresar plenamente a la persona misma. Una fotografía es algo inerte, sin vida. Sin embargo, yo soy un ser lleno de vida; mi ser entero es orgánico. Por tanto, ninguna fotografía puede expresarme orgánicamente. Después que Adán fue creado, él ciertamente llevaba la imagen y semejanza de Dios. Adán fue creado conforme al ser interior de Dios y según Su expresión externa, pero carecía de la vida y naturaleza de Dios, lo cual significa que no tenía a Dios mismo. Ya que no tenía a Dios como su persona, Adán no era capaz de representar a Dios ni de expresarle. Por consiguiente, él no podía cumplir el propósito de llegar a ser el organismo de Dios. El no era apto para ser el organismo de Dios, porque ni la imagen ni la semejanza que él llevaba eran orgánicas; él no tenía a Dios como su vida.
Dios, en Su economía, no quería solamente una “fotografía” de Sí mismo; más bien, Su intención era que el hombre que El había creado llegara a ser Su organismo y que le expresara. Por eso Dios puso a Adán en un huerto. En este huerto había muchos árboles, en medio de los cuales estaba el árbol de la vida. Pero también había otro árbol, a saber, el árbol del conocimiento del bien y del mal. El árbol de la vida da vida al hombre, mientras que el árbol del conocimiento del bien y del mal le trasmite muerte. Uno de estos dos árboles representa a Dios como la fuente de vida, y el otro representa a Satanás como el elemento de muerte. La Biblia llama a Satanás el “que tiene el imperio de la muerte” (He. 2:14). Todo lo que produce muerte, procede de Satanás. Dios es la fuente de vida, y Satanás es el muladar de muerte. Después de crear al hombre, Dios lo condujo frente a estos dos árboles y le dio una advertencia, diciendo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16-17). Pero Adán, en lugar de comer del árbol de la vida, comió del árbol del conocimiento del bien y del mal. Originalmente, Adán era el buen material que podía recibir el árbol de la vida; es decir, él podía recibir a Dios dentro de sí como su vida y naturaleza, o sea, como su persona. Sin embargo, después que Adán comió del árbol del conocimiento del bien y del mal, no sólo entró en él la vida y naturaleza de Satanás, sino que incluso recibió a Satanás mismo. La transgresión de Adán no consistió solamente en cometer un acto erróneo externamente, sino en comer y recibir en su ser interior algo contaminado. Esto dio como resultado que él fuese constituido pecador por naturaleza.
El consejo que Dios determinó en el concilio, hecho en la eternidad, sólo fue realizado a medias debido a que fue interrumpido por Satanás. Satanás inyectó su naturaleza pecaminosa en el hombre de manera que ésta llegó a ser la naturaleza pecaminosa del hombre. Así que, el hombre fue constituido pecador y fue condenado delante de Dios a la perdición. Por consiguiente, en Génesis 3, después de la caída del hombre, Dios vino a proclamar las buenas nuevas. Adán y Eva se escondieron de la presencia de Dios debido a que le tenían miedo, y también se hicieron delantales de hojas de higuera para cubrir la vergüenza de su desnudez. Entonces Dios vino y llamó a Adán, diciendo: “¿Dónde estás tú?”. Luego, Dios dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (vs. 9, 15). Esto fue una promesa. Además, después de decir tal palabra, Dios sacrificó un cordero y usó su piel a fin de hacer túnicas para Adán y Eva. Es como si Dios estuviera diciendo a Adán: “No hagas delantales de hojas para cubrirte, pues tales delantales son el resultado de tu propia labor y no pueden darte descanso. ¡Vístete de las túnicas de pieles que he hecho!”. Tan pronto como ellos se vistieron de las túnicas, obtuvieron reposo. Esto fue el evangelio, el cual fue un evangelio de promesa: la simiente de la mujer vendría. Por una parte, al venir, El hirió la cabeza de la serpiente, y por otra, El fue inmolado, derramando Su sangre por nuestros pecados, y así llegó a ser justicia para nosotros los pecadores, a fin de que pudiéramos ser justificados y liberados del diablo.
Después que Dios dio tal promesa, da la impresión de que no ocurrió mucho. Según lo que narra la Biblia, al parecer Dios no hizo mucho, excepto decirle a Adán y a sus descendientes que tenían que sacrificar bueyes y cabras, una y otra vez, como sacrificios para cubrir sus pecados. Desde Adán hasta Abraham transcurrieron dos mil años. Durante ese tiempo el hombre dejó a Dios y cayó en el pecado, lo cual significa que el hombre cayó del gobierno directo de Dios al gobierno de su propia conciencia. Posteriormente, el hombre cayó de nuevo, pues cayó del gobierno de su conciencia al gobierno humano. Con el tiempo, en la época de Noé, Dios intervino para ejecutar Su juicio al destruir a la gente de toda esa generación por medio del diluvio. Después de Noé, el hombre cayó una y otra vez, hasta que finalmente terminó en Babel. En Babel, el hombre se rebeló por completo contra Dios y se entregó a la adoración de ídolos. Por tanto, de ese lugar —Babel—, Dios escogió a un hombre y lo llamó. Ese hombre fue Abram, cuyo nombre posteriormente fue cambiado a Abraham. Dios condujo a Abraham a la tierra de Canaán, y le dijo que le daría esa tierra a él y a su simiente, y que en su simiente serían benditas todas las familias de la tierra (Gn. 12:3). Este evangelio fue mucho más elevado que el evangelio de Génesis 3. Sin embargo, debemos saber que la simiente de la mujer en Génesis 3 es la simiente de la mujer en Génesis 12. La simiente de la mujer que heriría la cabeza de la serpiente, es exactamente la misma simiente de Abraham en quien serían benditas todas las familias de la tierra. Abraham no sólo recibió una promesa, tal como Adán, sino que Dios hizo un juramento con Abraham e hizo un pacto con él. Ese pacto hecho con juramento, precedió al nuevo pacto.
Lo que precedió al nuevo pacto fue el pacto que Dios hizo con Abraham basado en la promesa que El dio a Adán. En dicho pacto Dios prometió que Abraham engendraría un hijo, una simiente, en quien las familias de la tierra serían benditas. En Gálatas 3 Pablo dice que hoy nosotros, quienes hemos creído en el Señor Jesús, hemos recibido la bendición que Dios prometió a Abraham con un pacto, esto es, la promesa del Espíritu (v. 14). El Espíritu es también llamado el Espíritu de gracia. Cuando la bendición que Dios dio a Abraham viene a nosotros, esto es gracia; esta gracia es la simiente de Abraham, la cual es también la simiente de la mujer.
De Adán a Abraham transcurrieron dos mil años, y de Abraham a Cristo, otros dos mil años. Fueron necesarios cuatro mil años para que se cumpliera la promesa que Dios dio a Adan. Sin embargo, no debemos olvidar que con respecto a Dios no existe el factor del tiempo, ya que a Sus ojos, mil años son como un día. En esos dos mil años que transcurrieron desde Abraham hasta Cristo, da la impresión de que, una vez más, Dios no hizo nada. Durante aquel tiempo, los descendientes de Abraham fueron a Egipto y estuvieron bajo la esclavitud de Faraón durante cuatrocientos treinta años. Al concluir ese período de tiempo, Dios intervino de nuevo para sacarlos de Egipto. No obstante, después de sacarlos de Egipto, El no los llevó inmediatamente a la tierra de Canaán. Así que, los hijos de Israel vagaron en el desierto por cuarenta años.
Después de esos cuarenta años, la edad de Moisés ya era de ciento veinte años. Entonces, él reiteró la ley de Dios y animó a los hijos de Israel a entrar en Canaán. Después que ellos entraron en Canaán, no fue sino hasta que hubieron transcurrido aproximadamente quinientos años, en tiempos de David, que subyugaron a todos los enemigos que estaban dentro de sus fronteras. Finalmente, Salomón, el hijo de David, edificó el templo de Dios. Desafortunadamente, esta maravillosa situación no duró mucho tiempo. Aunque al inicio Salomón fue excelente, se corrompió cuando era de más edad. Se entregó a la lujuria y tuvo mil esposas y concubinas. Muchas de sus esposas eran mujeres paganas que adoraban ídolos paganos. El se corrompió, al igual que sus descendientes. Al final, el pueblo judío fue derrotado; primero por Asiria, y más tarde, por Babilonia y Medo-Persia. Sesenta años antes del nacimiento de Cristo, el Imperio Romano derrotó al rey de los judíos y conquistó la nación judía.
Los hijos de Israel vivieron bajo tales circunstancias por dos mil años, pero finalmente, Cristo nació. Cristo es la simiente de la mujer, la simiente de Abraham y la simiente de David. El es Dios hecho carne y nació en un pesebre. Posteriormente, fue llevado a Egipto para escapar de la espada de Herodes. Por tanto, no sólo los hijos de Israel descendieron a Egipto, sino que El también lo hizo. Después de Su nacimiento, El no hizo alguna obra sino que fue primero a Egipto. Esto prueba que el Salvador encarnado era uno con Sus redimidos. El descendió a Egipto al igual que Su pueblo redimido. Luego, un día Dios llamó a Su Hijo de Egipto, y este Hijo es Su Hijo corporativo, que incluye a Israel así como también a Cristo. Este Hijo salió de Egipto y fue a Nazaret, donde creció hasta llegar a la edad madura de treinta años, y luego empezó a ministrar. Después de tres años y medio, fue crucificado. La noche en que El iba a morir, El estableció un nuevo pacto con Sus discípulos (Lc. 22:20). Este nuevo pacto fue el pacto profetizado en Jeremías 31, como la continuación del pacto que Dios había hecho con Abraham.
En la economía de Dios, los creyentes neotestamentarios no están bajo la ley, sino bajo la gracia (Ro. 6:14). En la actualidad, no somos los santos del Antiguo Testamento que están bajo la ley; más bien, como creyentes neotestamentarios, nos hallamos bajo la gracia de Dios.
A fin de llevar a cabo la economía de Dios y cumplir el propósito de obtener un organismo que exprese a Dios, se necesitan dos pactos. Uno es el pacto que se hizo originalmente, y el otro, el pacto que se añadió posteriormente, el cual debía haber sido innecesario. La Biblia usa dos mujeres para representar estos dos pactos: la primera es Sara, la esposa de Abraham como su mujer legítima, y la otra es Agar, quien era una concubina. En la Biblia, la posición de la ley es igual que la de una concubina, y no la de la mujer legítima. Por tanto, los hijos producidos por la ley cayeron en esclavitud y no podían ser considerados como los hijos libres de Dios (cfr. Gá. 4:22-31).
En el tiempo comprendido entre el pacto que Dios hizo con Abraham y el nuevo pacto que el Señor estableció mediante Su preciosa sangre, tenemos el pacto de Moisés. Moisés, quien representa por una parte a Dios, y por otra, a Israel, promulgó un pacto para estas dos entidades, y dicho pacto fue el antiguo pacto. El antiguo pacto, también llamado “el primero” en Hebreos 8, fue un pacto que había envejecido y estaba en decadencia y próximo a desaparecer (vs. 13b, 7a). Este primer pacto no debió haber existido, ya que no formaba parte del plan original de Dios, sino que fue añadido más tarde. Podemos ejemplificar esto de la siguiente manera: Una persona conduce su automóvil desde Anaheim hasta el aeropuerto de Los Angeles, y como no tiene planes de ir a ver un médico, calcula que llegará al aeropuerto en cincuenta minutos. No obstante, en el camino, tiene un accidente y queda herido. El automóvil es puesto a un lado, mientras que una patrulla de policía llama al médico. Esta es la historia de la ley del Antiguo Testamento. Según Romanos 5, la ley fue añadida, pues no formaba parte del plan original, sino que fue insertada posteriormente. La ley es el retrato de Dios, Su fotografía, pero no es Dios mismo. La fotografía vino primero, y luego la Persona le siguió. La ley es la fotografía de Dios, y la gracia es Dios mismo. Antes de venir, Dios envió una fotografía de Sí mismo para testificar de Su Persona y poner al descubierto la verdadera condición del hombre. Dios sabía que el hombre había caído hasta tal grado que estaba lleno del diablo y que tenía la vida y naturaleza del diablo, y aun al diablo mismo; así que, el hombre no podía andar conforme a la ley de Dios.
Cuando el Señor Jesús vino (mediante la encarnación de Dios), la gracia misma vino. La gracia, en la economía de Dios, está relacionada con el nuevo pacto, el cual es también llamado el segundo pacto, un mejor pacto (He. 8:13a, 7c, 6b). La ley exige que hagamos algo por nuestro propio esfuerzo; la gracia es Dios mismo que lo hace todo por nosotros. En realidad, nosotros no tenemos que hacer nada, y ciertamente no podemos hacer nada. Dios no exige que hagamos nada; El lo hace todo por nosotros desde el principio hasta el fin. Fue Dios quien llevó a cabo Su encarnación; fue El quien expresó Su vivir humano por treinta y tres años y medio; fue El quien efectuó una muerte todo-inclusiva en la cruz; fue también El quien entró en la resurrección; y fue El quien ascendió. Todo fue realizado por El. Nosotros sólo tenemos que apropiarnos de Sus logros y disfrutarlo a El como nuestro reposo. Esto es la gracia.
En la economía de Dios, la gracia de Dios es Su corporificación. Dios se hizo carne a fin de entrar en el hombre y mezclarse con él como una sola entidad; por consiguiente, El es Emanuel. El es el Dios-hombre: es Dios y a la vez hombre; y es hombre y a la vez Dios. En El, Dios y el hombre llegaron a ser uno. Este Emanuel, el Dios encarnado, es la gracia para que el hombre le disfrute (Jn. 1:1, 14). Aquí tenemos a una Persona que era Dios y se hizo hombre, el cual fue llamado Emanuel, y quien además fue llamado Jesús. El es la gracia. Espero que todos podamos ver esta visión y revelación. ¿Qué es la gracia? La gracia es Dios corporificado. Primero, Dios como Padre se corporificó en el Hijo, y luego el Hijo fue hecho real en nosotros como el Espíritu vivificante. Este Espíritu entra en nosotros como gracia, para que lo disfrutemos.
Debemos ver lo que es la gracia. La gracia es la corporificación de Dios, quien se hizo un Dios-hombre poseyendo tanto divinidad como humanidad, el cual llevó un vivir humano, murió, resucitó y entró en ascensión. Ahora El ha llegado a ser el Espíritu vivificante y mora en nosotros. Por esta razón, 2 Timoteo 4:22 dice: “El Señor esté con tu espíritu”, y luego añade: “La gracia sea con vosotros”. El hecho que el Señor esté con nuestro espíritu equivale a que la gracia sea con nosotros. El Señor es gracia para que le recibamos y le disfrutemos como nuestro suministro y experiencia.
Esta gracia vino por medio de Jesucristo; por tanto, es la gracia de Cristo (Jn. 1:17b; 2 Co. 8:9a; 13:14a). En el griego, expresiones tales como la gracia de Cristo y el amor de Dios, están en aposición. Es decir, la gracia y Cristo, Cristo y la gracia, los dos son lo mismo. Por tanto, la gracia de Cristo no significa que Cristo y la gracia sean dos cosas distintas; más bien, significa que Cristo es la gracia. De igual modo, el amor de Dios no significa que el amor sea algo aparte de Dios; más bien, quiere decir que Dios mismo es amor. Este es el sentido que trasmite 2 Corintios 13:14, donde se menciona el amor de Dios, la gracia de Cristo y la comunión del Espíritu Santo. Dios es amor, Cristo es la gracia y el Espíritu Santo es la comunión.
Las primeras tres estrofas de Himnos, #211 dicen lo siguiente:
Gracia, en su mayor definición Es Dios en Cristo siendo mi porción; No sólo es algo hecho a mi favor, Sino Dios mismo como bendición.
Dios se encarnó para que pueda yo, Hoy recibirle en Su realidad; Esta es la gracia que viene de Dios, La cual es Cristo en Su humanidad.
Pablo, el apóstol, no consideró Más que a Cristo, la gracia de Dios; Por esta gracia se fortaleció, Y en la carrera a todos pasó.
Para el apóstol Pablo, la gracia era Dios mismo en Cristo. ¿Podemos nosotros también afirmar que la gracia es Dios en Cristo? Espero que todos podamos ver que la gracia dada a nosotros es Dios en Cristo. Todas las demás cosas no son la gracia: ni esposas o esposos, ni hijos o hijas, ni propiedades o cuentas bancarias, ni educación o posición social. Para nosotros, todas estas cosas no son la gracia. Unicamente Dios en Cristo es la gracia dada a nosotros. Si perdiéramos este Cristo, perderíamos todo lo relacionado a la gracia. Pero si obtenemos a este Cristo, en nuestra experiencia El llega a ser todo lo relacionado a la gracia.
Espero que podamos ver esto. Dios no tiene la intención de que estemos bajo la ley; Su intención es introducirnos en Su gracia. Hoy nosotros somos aquellos que hemos recibido la gracia, la cual es el propio Dios Triuno, o sea, el Padre dado a nosotros en el Hijo, y el Hijo hecho real en nosotros como el Espíritu que mora en nuestro espíritu. El Espíritu que mora en nosotros es la gracia que experimentamos de una manera práctica. Esta es la gracia; la vivimos y vivimos por ella. Aparte de ella, no podemos hacer nada y no tenemos nada.
En la economía de Dios, la gracia de Dios es rica, se multiplica y es abundante (Ef. 2:7; 1 P. 1:2b; 2 P. 1:2; Ef. 1:7b-8). Las riquezas de la gracia de Dios sobrepasan toda limitación. Estas riquezas son las riquezas de Dios mismo, las cuales disfrutamos. Además, la gracia de Dios y el gratuito don en gracia de Jesucristo han abundado para los muchos (Ro. 5:15b, 20b).
Dios nos agració en Cristo con la gracia en Su economía (Ef. 1:6). La palabra agració aquí es un verbo que indica que hemos sido puestos en la posición de gracia, con el fin de que seamos el objeto de la gracia y del favor de Dios, es decir, con el fin de que podamos disfrutar todo lo que Dios es para nosotros.
Un aspecto de la gracia de Dios en Su economía es que Cristo ha venido a ser nuestra redención, otorgándonos el perdón de nuestras ofensas (Ef. 1:7). Además, hemos sido justificados gratuitamente por la gracia de Dios, mediante la redención que es en Cristo Jesús (Ro. 3:24). Mediante la redención efectuada por Cristo, ahora podemos disfrutarlo a El, quien es la gracia.
Por una parte, podemos disfrutar a Cristo como gracia por medio de Su redención; por otra parte, tenemos acceso por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes (Ro. 5:2a). La fe resulta en nuestra justificación, y también por ella tenemos acceso a la gracia de Dios. En el griego, la frase creer en lleva el sentido de “entrar en”. Por ejemplo, aunque estuviéramos frente a un avión de propulsión a chorro, si no entramos en el avión, no podremos disfrutar del vuelo. Si usamos nuestra carne y la capacidad natural de ésta, no podremos disfrutar a Dios como la gracia, pero si “creemos en” Cristo, es decir, si “entramos en El”, tendremos acceso al pleno disfrute de la gracia de Dios.
Finalmente, de Su plenitud recibieron todos los creyentes, y gracia sobre gracia (Jn. 1:16). Cuando recibimos, disfrutamos y experimentamos diariamente al Cristo que mora en nosotros, la gracia se añade a nosotros, gracia sobre gracia.
La gracia es Cristo. Todas las experiencias espirituales de un cristiano deben ser las experiencias que él tiene de Cristo como gracia. En nuestra experiencia de la gracia en la economía de Dios, primero tenemos fe y amor por medio de la superabundante gracia del Señor (1 Ti. 1:14). Ser un creyente está relacionado con la fe y el amor, los cuales son productos de la gracia del Señor. Por medio de la fe recibimos al Señor, y por medio del amor disfrutamos al Señor que hemos recibido. Nosotros no tenemos fe ni amor, pero cuando permitimos que el Señor entre en nosotros, la fe y el amor del Señor —como gracia— entran en nosotros.
Al predicar el evangelio, infundimos en las personas al Señor, quien es encantador y digno de confianza. He viajado muchas veces a Hong Kong, y he notado que los joyeros allí tienen la destreza de hablarle a los clientes continuamente y sin cesar. Si un joyero no es capaz de convencerle el primer día, le hablará otra vez al siguiente día cuando usted pase por la tienda. Después de escucharle, usted no podrá resistir y le comprará una joya, porque las alhajas que se venden son realmente preciosas. Sin embargo, si él le mostrara un pedazo de barro, sin importar lo que diga, usted nunca se detendría a escucharle. Cuando predicamos el evangelio, estamos presentándole a las personas un tesoro incomparable en el universo. Una vez que hayamos terminado de hablar, muchos creerán: porque lo que es bueno, simplemente es bueno, y lo que es precioso, simplemente es precioso. Al final, todos querrán lo que les estamos presentando.
Cuando el Señor se nos aparece, Aquel que es sin igual, simplemente no podemos alejarnos de El. El es extremadamente maravilloso. Es tan hermoso y dulce; es incomparable. Leí algo acerca de John Nelson Darby, quien fue un maestro de la Asamblea de los Hermanos en el siglo XIX. El vivió hasta la edad de ochenta años y permaneció soltero durante toda su vida. En uno de sus viajes, a la edad de ochenta años, se hospedó solo en un hotel. En su soledad, él tuvo una sensación muy dulce en su interior, lo cual le llevó a arrodillarse y orar: “¡Oh Señor Jesús, todavía te amo!”. Este testimonio me conmovió sobremanera. Esta palabra, la cual surgió de un hombre ya avanzado de edad, demuestra cuán dulce es el Señor Jesús. ¿Qué es esto? Es el Señor mismo como la gracia, que entra en nosotros para ser nuestra fe y nuestro amor.
Al experimentar la gracia en la economía de Dios, los creyentes también reciben la salvación en vida, en la resurrección y ascensión de Cristo (Ef. 2:5-8). Esta salvación es una salvación en vida. Lo único que tenemos que hacer es creer en el Señor Jesús al invocar Su nombre, confesar nuestros pecados y orar a El; y así, El entra en nosotros. El es el Cristo resucitado y ascendido, y actualmente El está en resurrección y ascensión. Cuando El entra en nosotros, nosotros también resucitamos y ascendemos en El. Así somos salvos en Su vida. Dicha salvación no es algo superficial; no sólo nos salva del infierno, sino que es el propio Señor resucitado y ascendido. Hoy, en Su resurrección y ascensión, El ha entrado en nosotros para ser nuestra persona. Nosotros también hemos resucitado y estamos sentados juntamente con El en los lugares celestiales. Esta es la salvación que hemos recibido. Dicha salvación es el Cristo resucitado y ascendido que viene a ser nuestra gracia.
La experiencia que los creyentes tienen de la gracia en la economía de Dios, los hace aptos para ganar acceso a la gracia de Dios y para permanecer firmes en ella (Ro. 5:2a). Hoy, en la economía de Dios, ya no estamos bajo la ley sino bajo la gracia. Esta gracia es Dios mismo. En ocasiones he escuchado a la gente decir que volaron de Taipei a los Estados Unidos. En mi corazón, yo pensaba: “¿Cómo pudo usted volar desde Taipei? No es usted el que vuela, sino el avión”. Algunas personas dicen que ellas se apoyan en Cristo. Esto es erróneo. Si usted volara de Taipei a los Estados Unidos apoyado en el avión, su vuelo no será seguro. Usted no se apoya en el avión, sino que entra en él; y mientras el avión vuela, usted descansa, o sea, usted simplemente disfruta la comodidad del vuelo. Noé fue salvo al entrar en el arca, y no por estar apoyado en ella. Hoy estamos firmes en la gracia. Esta gracia es Cristo, el Cristo pneumático, el Espíritu vivificante.
En esta gracia disfrutamos la consolación eterna de Dios y la buena esperanza (2 Ts. 2:16). La consolación que Dios nos proporciona no es un consuelo temporal ni una fortaleza transitoria, sino un consuelo eterno. Este consuelo eterno es la vida eterna. En nosotros tenemos la vida eterna, la cual es nuestro consuelo eterno. Este consuelo es suficiente para cualquier circunstancia y situación. Además, disfrutamos buena esperanza en la gracia. Esto significa que cuando el Señor regrese, entraremos en Su gloria.
Además, los creyentes, al experimentar la gracia en la economía de Dios, se acercan confiadamente al trono de la gracia a fin de hallar gracia para el oportuno socorro (He. 4:16). El Cristo que está sentado en el trono en los cielos también está ahora en nuestro espíritu, el cual es la morada de Dios (Ef. 2:22). Puesto que nuestro espíritu es el lugar donde Dios mora, siempre que nos volvemos a nuestro espíritu tocamos el trono en los cielos, el cual, para nosotros, es el trono de la gracia. Por eso, cuando nos acercamos al trono de la gracia, recibimos a Cristo como gracia para ser socorridos oportunamente.
Al experimentar la gracia en la economía de Dios, los creyentes también reciben de Dios el abundante suministro de toda gracia. En 2 Corintios 9:8 dice: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde para con vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra”. Hoy Dios nos suministra abundantemente toda gracia.
Constantemente disfrutamos la gracia de Dios que se multiplica (1 P. 1:2b; 2 P. 1:2; Ap. 22:21). Pedro, en su primera y segunda epístolas, habló de esta gracia que se multiplica. Esta gracia no está muerta, sino que es viviente y se multiplica; está siendo multiplicada para nosotros día tras día.
Los creyentes también disfrutan una mayor gracia de Dios al ser humildes (Jac. 4:6; 1 P. 5:5). La gracia tiene una medida. El Señor ciertamente no tiene medida, pero nuestra experiencia de El sí la tiene. Cuando somos humildes y comprensivos, la gracia en nosotros es mayor; pero cuando somos orgullosos y tenemos una mente cerrada, la gracia en nosotros es más limitada. Es decir, la medida de nuestro disfrute de la gracia de Dios depende de nosotros. Si somos personas abiertas, la gracia que experimentamos será mayor, pero si somos cerrados, la gracia que experimentamos será menor.
En la experiencia que tenemos de la gracia en la economía de Dios, disfrutamos la presencia del Señor en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; cfr. Lc. 1:28, 30). El Señor que está con nosotros en nuestro espíritu, es la gracia que disfrutamos en nuestro espíritu.
Al experimentar la gracia en la economía de Dios, los creyentes expresan en su vivir la justicia de Dios por medio de Cristo (Gá. 2:20-21). Pablo dijo que él no vivía por su propia justicia, sino que había sido crucificado con Cristo y que era Cristo quien vivía en él. Así que, lo que él expresaba en su vivir era la justicia que complacía a Dios. Si en nuestro vivir no manifestamos la justicia de Dios por medio de Cristo, hacemos nula la gracia de Dios. Pero, si en lugar de anular la gracia de Dios deseamos disfrutarla diariamente, es necesario que vivamos por el Cristo que mora en nuestro espíritu, y no por nuestra propia cuenta. Así, lo que expresamos en nuestro vivir es la justicia que complace a Dios. Esta justicia proviene de la gracia.
La experiencia que los creyentes tienen de la gracia en la economía de Dios consiste en que ellos, en sus debilidades, son perfeccionados por la gracia suficiente del Señor, el poder de Cristo que extiende tabernáculo sobre ellos (2 Co. 12:9). ¿Por qué decimos que la gracia del Señor nos perfecciona en nuestras debilidades? Porque cuando una persona es débil y no puede hacer nada, el Señor interviene y lo hace todo por él. Pero cuando una persona es fuerte, no necesita a los demás. ¿Preferiría usted ser fuerte o débil? Lo bueno de ser débil es que el Señor viene a hacerlo todo por usted; lo malo de ser fuerte es que usted pone al Señor a un lado. Cuando usted es fuerte, el Señor no tiene la oportunidad ni la libertad de hacer algo por usted; por consiguiente, usted no puede disfrutar el reposo. Pero cuando usted es débil, el Señor tiene la oportunidad y toda la libertad de hacer las cosas por usted. Cuando el Señor hace todo por nosotros, le disfrutamos como nuestro reposo.
Al experimentar la gracia en la economía de Dios, los creyentes exhiben las riquezas de su liberalidad en medio de su profunda pobreza (2 Co. 8:1-2). Esta es la gracia que el Señor dio a los creyentes y a las iglesias de Macedonia. Por medio de esta gracia, la cual es la vida de resurrección de Cristo, vencemos la usurpación de las riquezas temporales e inciertas y llegamos a ser generosos ministrando a los santos necesitados.
Nuestra experiencia de la gracia en la economía de Dios consiste en que, después que hemos padecido, somos perfeccionados, confirmados, fortalecidos y cimentados por el Dios de toda gracia (1 P. 5:10).
Al experimentar la gracia en la economía de Dios, llevamos a cabo la mayordomía de la gracia de Dios que El nos encomendó, la cual consiste en impartir a Su pueblo escogido las riquezas de Cristo como la gracia de Dios, con miras a producir y edificar la iglesia (Ef. 3:2, 8).
No sólo los apóstoles como mayordomos imparten gracia a las personas, sino que nosotros también, en nuestro diario vivir, debemos hablar palabras que edifiquen a fin de dar gracia a las personas. Efesios 4:29 dice: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para edificación según la necesidad, a fin de dar gracia a los oyentes”. En el versículo 28 Pablo dice que debemos laborar, trabajando con nuestras propias manos en algo decente, para que tengamos algo que compartir con los que padecen necesidad. Por ser cristianos, debemos tener algo en nuestro vivir, tanto material como espiritual, que podamos ministrar a los demás.
Pablo experimentó la gracia del Señor de tal modo que sobrepasaba a los demás y abundaba en su labor para el Señor (1 Co. 15:10). El Señor, a quien él experimentaba, lo capacitó para trabajar mucho más que los demás santos. Al hacer esto, Pablo experimentó a Cristo como su gracia. Hoy, el Cristo resucitado nos imparte al Dios Triuno procesado en resurrección a fin de que sea nuestra vida y suministro de vida, para que podamos experimentarle como gracia y, de este modo, seamos personas sobresalientes y abundemos en nuestra labor para el Señor.
Reinamos en vida al recibir la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Esta es la gracia que reina en vida para vida eterna (Ro. 5:17b, 21b). La vida divina que hemos recibido no sólo nos salva de unas cuantas cosas; más bien, nos entroniza como reyes para que reinemos sobre todas las cosas. Hemos recibido la justicia objetivamente, pero aún necesitamos recibir continuamente la abundancia de la gracia a fin de que reinemos en vida subjetivamente. Si hemos experimentado los dieciséis aspectos mencionados anteriormente, eso indica que estamos firmes en la gracia abundante. Entonces podremos reinar en vida de tal manera que lleguemos a controlar todas las cosas, en lugar de que éstas nos dirijan o controlen a nosotros. Esto es vencer. Esta es la gracia que reina para vida eterna.
En la vida de iglesia, si todos los creyentes reciben gracia sobre ellos, la iglesia es edificada. Sin embargo, es fácil que nos salgamos de la gracia y discutamos con otros. Ahora, una persona que haya visto la gracia conoce a Cristo y no tiene nada que discutir con otros. Pero si una persona discute, esto significa que no conoce la gracia. ¿Cómo permanecemos firmes en la gracia? En la práctica, esto significa que regresamos a nuestro espíritu. Necesitamos ejercitarnos en volver a nuestro espíritu. Cuando nos volvemos a nuestro espíritu, estamos firmes en la gracia. No importa cuánto otros lo critiquen, lo juzguen o discutan con usted, nunca abra la boca ni argumente con ellos, sino que aprenda a volverse a su espíritu. Una vez que usted empiece a argumentar, comenzará el debate; si continúa discutiendo, terminará murmurando. No argumente ni murmure; no permanezca en su mente ni en su parte emotiva, sino permanezca en su espíritu. Cuando usted está en su espíritu, está en Cristo; esto es permanecer firme en la gracia. En ocasiones cuando usted ora-lee un versículo o canta un himno, la palabra del Señor lo introducirá a la gracia en Cristo. Quizás los argumentos y las murmuraciones bullan en usted, pero al volverse a su espíritu, permanecerá firme en la gracia. Como resultado de ello, lo que saldrá de su boca será gracia. Dios, en Su economía, no exige que hagamos nada; lo que El quiere en Su economía es que Cristo, la corporificación del Dios Triuno, llegue a ser la gracia corporificada para nosotros. El vive en nosotros, y nosotros vivimos en El, quien es la gracia. De esta manera, Dios podrá obtener Su organismo.
Hoy no somos meramente cristianos individuales, ya que no es un solo individuo el que recibe gracia, sino todos los creyentes reciben abundante gracia (Hch. 4:33). Ningún cristiano, por sí solo, conforma el organismo de Dios. Este organismo es corporativo, y no individual. Todos hemos sido crucificados juntamente con Cristo; ahora Cristo está en nosotros, no sólo para ser nuestra vida, sino también para ser nuestra persona. Cristo y nosotros vivimos juntos: dos vidas que tienen un solo vivir, dos naturalezas que se mezclan en una y dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu. Tal vivir es el organismo para que el Dios Triuno procesado y consumado viva orgánicamente entre nosotros, a fin de obtener Su expresión. Este es el propósito de Dios en Su economía.
En tal vida de iglesia orgánica, la gracia recibida por los creyentes es visible (Hch. 11:23). El Dios Triuno que los creyentes reciben y disfrutan es expresado mediante la salvación, el cambio de vida, el vivir santificado y los dones que ellos ejercitan en las reuniones, todo lo cual puede ser visto claramente por otros.
Lo que Dios quiere hoy es que experimentemos la gracia en Su economía a fin de que la Trinidad Divina pueda obtener un organismo. Hoy las personas hablan mucho acerca de la iglesia universal y de las iglesias locales; discuten mucho acerca de ello, pero aun así, no existe la manifestación de este organismo. Esta es mi preocupación. Podemos estar en lo correcto en cuanto a los aspectos universal y local de la iglesia, pero aun así, es posible que la iglesia como organismo no exista todavía. Este organismo no es producido por debates acerca de la iglesia universal o acerca de las iglesias locales; este organismo depende de que nosotros vayamos a la cruz y de que el Cristo resucitado esté en nosotros. Llegamos a ser uno con El como Aquel que murió, resucitó y ascendió: dos vidas que tienen un solo vivir, dos naturalezas que se mezclan en una (sin formar una tercera naturaleza), y dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu. Si existe un grupo de hermanos y hermanas que vivan sobre la tierra de esta manera, dicho grupo de creyentes es el organismo que Dios desea obtener.
Hermanos y hermanas, si estudiamos cada uno de los elementos antes mencionados, descubriremos que la enseñanza de los apóstoles se conforma al modelo establecido por el vivir de ellos. Ellos enseñaban acerca de dicho organismo. Ellos no hablaban acerca de la iglesia universal o de las iglesias locales. Si nosotros únicamente hablamos de estas cosas, estaremos hablando sólo de la “fotografía”, pero no tendremos a Dios como la Persona orgánica en nosotros. Si vemos esto y vivimos en esta Persona orgánica, en lugar de participar en discusiones y debates externos sobre la “fotografía”, ciertamente experimentaremos una gran liberación.
Hoy el Dios Triuno procesado y consumado es el Espíritu vivificante y es todo-inclusivo. Como tal Persona, El está en nosotros con el fin de introducirnos en Su organismo. En tal organismo se halla el elemento orgánico que Dios desea. No es cuestión de explicaciones doctrinales externas. Cuanto más estamos en lo correcto doctrinalmente, menos elemento orgánico tenemos. Cuanto más permanecemos en la “fotografía”, menos estamos en la persona viviente. Espero que nuestros ojos sean abiertos, para que veamos cuál es nuestra verdadera necesidad. Necesitamos estar en el Dios Triuno procesado y consumado, tomándole como nuestra vida y nuestra persona. Estamos en la cruz y, sin embargo, en Su resurrección hemos sido resucitados y además hemos ascendido juntamente con El. Aquí, Dios y el hombre se mezclan para producir un organismo. Esto es algo que la gracia logra. La gracia, en la economía de Dios, es la corporificación de Dios a fin de que el hombre le reciba como su disfrute y suministro. Debemos aprender a recibir la gracia corporificada a fin de tener este disfrute y suministración. Como resultado de ello, estaremos llenos del elemento orgánico en nuestro interior, y así llegaremos a ser el organismo de Dios.