
Dios no es sólo nuestro Juez debido a Su justicia, sino que también es nuestro Dios-Salvador porque nos ama. Dios juzgó al hombre de acuerdo con Su justicia después que éste pecó en el huerto del Edén; no obstante, debido a que El amaba al hombre, prometió salvarlo.
Dios creó al hombre para que le contuviera como vida. En esto consiste la primogenitura, que es el derecho que el hombre obtiene por nacimiento. Este derecho es lo que le pertenece legítimamente al nacer. Para un joven príncipe, este derecho es el reinado, es decir, alcanzar la posición de rey y disfrutar de todos los privilegios de un rey. Si el príncipe llegara a ser secuestrado y llevado a otra tierra, perdería su primogenitura, sin importar el hecho de que aún sea el hijo del rey. De igual forma, cuando el hombre fue engañado por Satanás para desobedecer a Dios y recibir dentro de sí la vida y naturaleza satánica, el hombre fue literalmente “secuestrado” del propósito de Dios y perdió el derecho que recibió al nacer, a saber, contener a Dios como vida. Hoy el hombre se encuentra secuestrado y bajo el control de Satanás. Debido a esto, ha perdido su derecho de recibir a Dios como vida.
A fin de resolver estos dos problemas, Dios le dio al hombre dos grandes promesas: prometió rescatarlo del dominio de Satanás y darle Su vida, esto para que cumpliera Su propósito.
En Génesis 3:15 Dios prometió que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, y en Génesis 22:18 prometió que en la simiente de Abraham todas las naciones serían bendecidas.
Con base en estas promesas, Dios, profetizó en el Antiguo Testamento acerca de Aquel que vendría, quien en realidad era El mismo viniendo en carne para salvar al hombre.
Primeramente tenemos las profecías en cuanto a Su nacimiento, las cuales revelan de quién El nacería (Is. 7:14) y en dónde nacería (Mi. 5:2). Después, se describe cuál sería Su aspecto físico (Is. 52:14; 53:2) y cómo llevaría a cabo Su ministerio (Is. 61:1; 42:1). Luego, se predice el año, el mes, el día, el lugar y la forma en que moriría (Dn. 9:24-26 Ex. 12:1-6; Gn. 22:2; Dt. 21:23; Zac. 12:10; Sal. 34:20). Además, se nos muestra de manera figurativa que entraría en la muerte, sería sepultado y que al tercer día resucitaría (Jon. 1:2, 17; 2:2-10; Mt. 12:40). Cuando Cristo vino, cumplió todas estas promesas y profecías. ¡Cuán maravilloso es esto! Tal persona incomparable que Dios nos prometió y sobre la cual profetizó, es el tema de todo el Antiguo Testamento.
En Juan 1:1 dice que el Verbo era Dios; luego, en Juan 1:14, vemos que el Verbo se hizo carne. Jesucristo es el Verbo encarnado. El es genuinamente tanto Dios como hombre. Al venir El, cumplió todas las promesas y profecías hechas por Dios en el Antiguo Testamento. Como Dios-hombre, nació de una virgen en Belén, y por treinta y tres años y medio llevó una vida humana genuina, pero sin pecado. Luego, fue crucificado en el año, mes, día y lugar profetizado cientos de años antes.
La muerte de Cristo logró muchos asuntos maravillosos a nuestro favor. Por Su muerte hemos sido redimidos, perdonados, lavados, justificados y reconciliados con Dios. La palabra redimido nos habla del precio que Dios tuvo que pagar para recuperarnos. Ser justificados significa que Dios nos considera tan justos como El. Ser reconciliados quiere decir que nosotros, que antes éramos Sus enemigos, hemos finalmente hecho las paces con El. Además de todo esto, Su muerte hirió la cabeza de Satanás, conforme a la promesa hecha por Dios en Génesis 3:15 (véase He. 2:14).
Cristo resucitó al tercer día y fue hecho el Espíritu vivificante para dar vida al hombre, cumpliendo así la promesa dada en Génesis 22:18 (véase Gá. 3:14). En resurrección El llegó a ser el Espíritu de la promesa con el fin de darnos la vida divina, la cual es la bendición eterna. ¡Qué maravilloso! La muerte del hombre Jesucristo resolvió el problema del hombre y restauró su primogenitura; Su muerte también puso fin a todos los problemas que el hombre tenía con Dios por causa de sus pecados, y le aplastó la cabeza a Satanás, a la serpiente, quien lo había secuestrado. Ahora el hombre, al creer en Jesús, puede ser salvo del pecado y de la muerte, y recibir la vida de Dios a fin de cumplir Su propósito eterno. Dios nos ha recobrado y ahora podemos disfrutar nuevamente del derecho que obtuvimos por nacimiento: contener la vida de Dios. Debemos alabar amorosamente a nuestro Dios-Salvador por todo lo que El ha hecho a nuestro favor.
Compendium of God’s Full Salvation [Compendio de la salvación completa que Dios efectúa] (LSM), capítulos 8 y 9.
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