
La Biblia es un libro maravilloso que nos habla acerca de la salvación de Dios. También nos dice cómo podemos recibir esta salvación y crecer en ella hasta ser salvos por completo. Llamaremos “etapa inicial” a la forma en que recibimos la salvación, la cual ocurre cuando oímos la palabra de fe, nos arrepentimos y creemos. La etapa progresiva se refiere a nuestro avance en esta salvación. Experimentamos cierto progreso en nuestra salvación a medida que disfrutamos lo que el Señor nos ha provisto y cooperamos con El en todas las cosas.
Algo que debemos tener presente es que nadie nace siendo cristiano. El hecho de ser cristiano tiene un comienzo muy definido en nuestra vida. En Romanos 10:8b-15a y 17 leemos: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que proclamamos: que si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en El crea, no será avergonzado. Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan; porque: Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a Aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién proclame? ¿Y cómo proclamarán si no son enviados? ...Así que la fe proviene del oír, y el oír, por medio de la palabra de Cristo”.
Estos versículos se refieren claramente a nuestra salvación inicial. Nuestra primera experiencia relacionada con esta salvación fue que alguien nos habló acerca de Cristo. Esto es lo que la Biblia llama “la palabra de fe que proclamamos” (Ro. 10:8).
Esta predicación genera un cambio en nuestra mente con respecto a lo que pensamos de nosotros mismos y del mundo. Antes de oír esta palabra, íbamos hacia la muerte y el juicio de Dios, tal como el resto del mundo. Pero ahora, después de oírla, surgió en nosotros el deseo de recibir a Dios y poner fin a nuestra vida pecaminosa. Esta es la experiencia del arrepentimiento.
La predicación de la palabra de fe también nos hace apreciar lo maravilloso y atractivo que es el evangelio y el Señor Jesús, y origina en nosotros un deseo de creer en El y recibirle. Este deseo no estaba en nosotros antes, sino que nos es infundido cuando escuchamos y recibimos la palabra de fe. Por lo tanto, tal deseo es la fe que el Espíritu y la Palabra generan en nuestro interior. Ahora la palabra de fe está en nuestra boca y en nuestro corazón.
El paso siguiente es confesar con la boca al invocar el nombre del Señor y decirle en oración que deseamos recibirlo.
Marcos 16:16 dice: “El que crea y sea bautizado, será salvo”. Somos salvos al creer y ser bautizados.
Inicialmente no teníamos fe, pero en cierto momento oímos el evangelio, la palabra de fe, y nació en nosotros el deseo de volvernos del mundo hacia el Señor y creer en El. En ese momento, espontáneamente clamamos a El y se efectuó así nuestra salvación inicial. Como resultado de ello fuimos perdonados, justificados, reconciliados y regenerados, y llegamos a ser hijos de Dios con la vida y naturaleza divinas.
Inmediatamente después de nuestra salvación inicial, comienza la etapa progresiva de la salvación. Ser perdonado y nacer de Dios es sólo el principio, pues de ahí en adelante todos debemos avanzar, cooperando con el Señor y disfrutando de Su rica provisión.
Para que la vida crezca en nosotros, necesitamos confesar nuestros pecados al Señor. Al hacerlo, El nos perdonará, nos limpiará, y podremos acercarnos a El sin ningún impedimento, permitiendo que Su vida se mueva y crezca libremente en nosotros. Esta es la manera en que debemos cooperar con El.
Además, necesitamos leer Su Palabra diariamente. Su palabra es Espíritu y es vida. Cuando tocamos la Palabra con nuestro entendimiento y con nuestro espíritu, obtenemos vida. Debemos aplicar nuestro entendimiento al estudiar la Palabra, procurando memorizar y asimilar las verdades divinas. Y finalmente, a fin de recibir nutrición y alimentarnos adecuadamente, necesitamos orar Su Palabra (2 Ti. 3:16; Mt. 4:4; Jn. 6:63; 1 P. 2:2).
También necesitamos invocar Su nombre. Cuando invocamos el nombre del Señor, Su Persona misma viene a nosotros. Y juntamente con Su Persona recibimos Su vida, ya que El es ahora el Espíritu vivificante. Esta es la manera de crecer (Ro. 10:12-13).
También debemos orar, no principalmente para pedir cosas, sino para tocar al Dios viviente en nuestro espíritu, tener comunión con El y llenarnos de Su vida (1 Ts. 5:17).
Finalmente, necesitamos reunirnos con la iglesia de nuestra localidad. Debemos estar conscientes de que la iglesia es el deseo del corazón de Dios y Su expresión misma. También es nuestra familia de la fe, la cual nos cuida y nos ayuda a crecer. Por lo tanto, la iglesia satisface a Dios y nutre al hombre (1 Ti. 3:15; Ef. 2:19; He. 10:25).
En nuestra vida diaria debemos volvernos al Señor constantemente, orar a El e invocar Su nombre. Acuda a El cuando tenga problemas, y aun cuando no los tenga, de todos modos vuélvase a El. Si El le hace ver que ha mentido, debe confesarle este pecado. Si le muestra que es descuidado en su manera de vivir, confiese a El sus faltas. De esta ma- nera, usted crecerá normalmente y experimentará la plena salvación.
Compendium of God’s Full Salvation [Compendio de la salvación completa que Dios efectúa] (LSM), capítulo 21.
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