
Dios plantó un hermoso huerto y puso allí al hombre que había creado. Había muchos árboles frutales buenos para comer y en medio del huerto se hallaba el árbol de la vida, junto a un río. Luego, Dios puso al hombre enfrente de este árbol.
En aquel entonces, ¿cuál era la necesidad primordial del hombre? ¿Necesitaba acaso un trabajo a fin de ganar dinero para su sustento? Ciertamente que no. Dios le había provisto todo lo que necesitaba para vivir. ¿Le dijo Dios que hiciera el bien y que fuera bueno? No. El simplemente lo creó y lo puso en el huerto frente al árbol de la vida. Debemos recordar cuál fue el propósito por el cual Dios creó al hombre, si deseamos saber cuál era su necesidad básica. El no fue creado para ganarse el sustento ni para ser bueno o hacer el bien. No. El fue creado para expresar la imagen de Dios al ser lleno con la vida divina. Por lo tanto, la necesidad primordial del hombre era recibir a Dios como su vida.
Puede ser que haya escuchado acerca del huerto de Edén, pero ¿podría decir cuál era el aspecto más sobresaliente de dicho huerto? No piense que era su belleza y placer. Más bien, era el árbol de la vida que estaba en medio del huerto, ya que este árbol representa a Dios como vida para el hombre. El huerto de Edén no sólo era un lugar hermoso, sino un lugar en el cual el hombre podía recibir a Dios y ser lleno de El, a fin de cumplir Su propósito eterno y darle entera satisfacción.
Aunque el hombre había sido creado a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza, era imposible que expresara a Dios si primero no lo recibía como vida. No era suficiente tener sólo la forma exterior, Su imagen y Su autoridad. Era necesario que el hombre recibiera la vida de Dios a fin de expresarlo y representarlo. Si no tenemos la vida divina, somos totalmente incapaces y estamos descalificados para expresar y representar a Dios. Un foco es un buen ejemplo de esto. El foco fue hecho para brillar y expresar la electricidad; pero si la electricidad nunca entra en el foco, éste jamás cumplirá su función. Sucede igual con el hombre. El hombre es “un foco” creado para expresar a Dios, la luz divina; pero para que esto suceda, la electricidad divina, la vida de Dios, debe entrar en él. No es suficiente con haber sido creados a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza. Si verdaderamente deseamos expresar a Dios, necesitamos recibir la vida divina en nuestro ser.
Leamos ahora Génesis 2:9-10. Después de crear al hombre, Dios no le pidió que hiciera el bien ni que se esforzara por expresarlo. En lugar de esto, lo puso frente al árbol de la vida, para que participara de él como vida. La única manera en que el hombre podía tomar a Dios y que Dios entrara en él, era comiéndole. En el Nuevo Testamento se nos dice que el árbol de la vida representa a Dios encarnado en Cristo. Juan 1:4 dice: “En El estaba la vida”. En Juan 14:6, el Señor Jesús dijo que El era “el camino y la realidad y la vida”. En Juan 10:10, El dijo que había venido para que nosotros tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia. En Juan 6:57, el Señor Jesús nos dijo que le comiéramos. Todos estos versículos nos muestran que Jesucristo es vida para el hombre, y esto mismo es lo que el árbol de la vida representa. ¿No es esto maravilloso? Jesús no vino para darnos unas cuantas leyes que gobiernen nuestra conducta. Tampoco vino para darnos un mejor trabajo, una casa o un automóvil. No. El vino para impartirse en nosotros a fin de ser nuestra vida.
En el huerto no sólo estaba el árbol que representa a Cristo como nuestra vida, sino que también había un río. En Génesis no se usa la expresión “un río de vida”, pero en Apocalipsis 22:1, leemos: “Y me mostró un río de agua de vida”. Este río que aparece en toda la Biblia representa a Dios el Espíritu, que como vida nos alcanza y sacia nuestra sed. En Juan 7:37 el Señor Jesús dijo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”. Este versículo indica que Jesús vino con el fin de ser vida para el hombre, así como el agua sacia y apaga nuestra sed. Es posible que algunas veces usted haya sentido que nada puede satisfacerlo. Este era el caso de los judíos en Juan 7 (véase Juan 7:37-38). Ellos desconocían el propósito que Dios tuvo al crearlos y no veían la necesidad de recibir a Dios como vida. A pesar de que acababan de tener una gran fiesta que había durado toda una semana, seguían hambrientos y sedientos. Fue entonces que Jesús mismo se ofreció a ellos como la bebida que satisface, trayéndoles a Dios como vida para que tanto ellos como Dios pudieran ser satisfechos.
Hoy Dios sigue ofreciendo Su Persona a nosotros. Todos debemos acercarnos a El para beberlo.
Compendium of God’s Full Salvation [Compendio de la salvación completa que Dios efectúa] (LSM), capítulo 1, III. A.
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