
Hasta ahora hemos visto un cuadro general de la condición caída del hombre. El hombre pecó al desobedecer el mandato de Dios y cayó bajo la condenación divina. Además, la vida pecaminosa de Satanás, el enemigo de Dios, está ahora dentro de él. Por lo tanto, el hombre se encuentra en una condición irremediable, siendo incapaz de salvarse y de salvar a otros del juicio venidero de Dios. Por otra parte, también es incapaz de abstenerse de pecar y continuar ofendiendo a Dios. Por eso, su destino final será el lago de fuego, el cual Dios ha preparado para Satanás y todos aquellos que le siguen. Desde cualquier punto de vista, la condición del hombre es lastimosa e irremediable.
Sin duda, el hombre no tiene ninguna esperanza de poder salvarse. Sin embargo, Dios ama al hombre debido a que El tiene un corazón de amor. Podemos ver en Su propósito que Dios amó al hombre aun antes de crear los cielos y la tierra; lo amó después de crearlo y ponerlo frente al árbol de la vida; y ahora, después de la caída, Dios sigue amando al hombre. Dios aún desea que el hombre sea lleno de El a fin de que le exprese y traiga plena satisfacción a Su corazón.
Leamos Efesios 2:4-5: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvos)”.
[El versículo 4, el cual nos dice que Dios es rico en misericordia, comienza con las palabras: “Pero Dios”. Este fue el factor decisivo que cambió nuestra posición. Estábamos en una situación miserable, pero Dios en Su rica misericordia vino a alcanzarnos y a hacernos aptos para recibir Su amor.]
[Dios es rico en misericordia “por Su gran amor con que nos amó” (v. 4). Para ser objetos de amor es necesario estar en una condición que amerite ser amados; sin embargo, el objeto de la misericordia se halla siempre en una situación lamentable. Por consiguiente, la misericordia de Dios se extiende más allá de Su amor. Dios nos ama porque somos el objeto de Su elección. Pero, por causa de la caída, llegamos a ser hombres dignos de lástima, muertos en delitos y pecados; por lo tanto, necesitamos la misericordia de Dios. Dios, por Su gran amor, es rico en misericordia para salvarnos de nuestra miserable condición a una que sea adecuada para recibir Su amor.]
Este amor es la fuente de nuestra salvación. Dios manifestó Su amor al enviar a Su Hijo unigénito para morir por nuestra redención. El no estaba obligado a salvarnos; incluso podía habernos echado al lago de fuego. Pero fue Su amor el que lo motivó a venir y a morir por nosotros. ¡Qué amor tan maravilloso!
[El buen Pastor dejó todas Sus ovejas y fue a buscar una que se había perdido. No fue que había noventa y nueve ovejas y, por eso, vino a buscarlas y salvarlas; más bien el buen Pastor vino para buscar una sola oveja perdida. En otras palabras, aunque sólo hubiera una persona en el mundo que estuviera perdida, aun así el Señor habría venido por ella. Es obvio que todos los hombres necesitan la salvación, pero en cuanto al amor de Dios se refiere, Él estaba dispuesto a venir por un solo hombre, por aquella oveja perdida. El Espíritu Santo no comenzó a buscar porque se le habían perdido diez monedas, sino por la pérdida de una sola. El Padre amoroso no salió a esperar a muchos hijos, sino que abrió Sus brazos al hijo pródigo que regresó. En estas parábolas de Lucas 15, vemos que el Señor, en Su obra de redención, estaba dispuesto a entregar Su vida para satisfacer la necesidad aun de una sola alma ... Esto nos muestra el inmenso amor que el Señor tiene por el hombre.
El Señor Jesús vino a la tierra por causa del hombre. Según Marcos 10, el Señor vino a servir a los hombres al grado de dar Su vida en rescate por ellos ... Él estaba interesado en el hombre ya que lo consideraba de gran valor y digno de Su amor y Su servicio. Sirvió al hombre al extremo de venir a satisfacer su necesidad y ser su Salvador. Ésta es la razón por la cual dio Su vida como róscate.]
Debido a este amor, podemos llegar a ser hijos de Dios, hijos que crecen hasta alcanzar la madurez. Primera de Juan 3:1 dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios, y lo somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a El”.
Ahora podemos ver que, debido al amor con que Dios nos ama, no somos más un linaje sin esperanza. El desea salvarnos e impartirnos Su vida. Su propósito con el hombre es eterno así como lo es Su amor. El nunca cambia; cuando El nos ama, nos ama eternamente. A pesar de haber caído en pecado y muerte, Su gran misericordia nos alcanzó. ¡Aleluya! Debido a Su gran amor, podemos tener la certeza de que seremos llenos de Su vida y lograremos cumplir Su propósito eterno.
Compendium of God’s Full Salvation [Compendio de la salvación completa que Dios efectúa] (LSM), capítulo 6.
o