
En 2 Corintios 3:6 se nos dice: “El cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, ministros no de la letra, sino del Espíritu”. Debemos notar que este versículo habla de los ministros, no del ministerio. El ministerio es diferente de los ministros, pues el ministerio se refiere a la obra, mientras que los ministros son personas, como son los ancianos y los diáconos. En chino a veces añadimos la palabra muchos para distinguir estas dos palabras la una de la otra, y hablamos de “muchos ministros” del nuevo pacto. Eso es correcto porque en el versículo 6 la palabra ministros está en plural.
Según 2 Corintios 3, los ministros del nuevo pacto no son ministros de la letra. La letra tiene muchos significados. En el sentido literal, se refiere a las palabras escritas sobre papel en blanco, pero con respecto a su significado intrínseco, se refiere a la escritura muerta. La letra en este capítulo no se refiere al Nuevo Testamento, porque en aquel tiempo el Nuevo Testamento aún no se había escrito. Al contrario, se refiere al Antiguo Testamento, y en particular, a las Escrituras escritas en tablas de piedra. El significado de la letra también incluye el conocimiento muerto. Al conocimiento que proviene de la letra muerta también se le considera letra. Asimismo la palabra letra se refiere a las ordenanzas. Hoy en día nosotros, como los muchos ministros del nuevo pacto, no somos ministros de ordenanzas muertas, de la escritura muerta ni del conocimiento muerto; todo lo contrario, somos ministros del Espíritu. Nuestra obra y nuestro andar, ya sean que salgamos a tocar a las puertas, llevemos a las personas a la salvación, las bauticemos o conduzcamos las reuniones de hogar, exigen que seamos hombres del Espíritu.
Nuestro problema estriba en que nuestro nivel espiritual es muy deficiente. Es posible que externamente hagamos muchas cosas, como orar, confesar nuestros pecados y procurar ser llenos del Espíritu Santo. Sin embargo, es posible que en realidad estemos en gran medida bajo la influencia de rituales y de la letra. Incluso nuestra oración, confesión y búsqueda por ser llenos del Espíritu pueden llegar a ser rituales y no proceder del espíritu, es decir, de un vivir en el espíritu. El verdadero vivir que procede del espíritu carece de ordenanzas y rituales. Si nuestro vivir proviene del espíritu, entonces nuestra oración, nuestra sujeción a la disciplina del Señor y nuestra búsqueda no simplemente tendrán como meta cumplir un deber espiritual conforme a rituales, sino que en vez de ello, oraremos aún más, permitiremos que el Señor nos discipline de una manera más fina y detallada, y seremos llenos de una manera plena y completa.
Quizás algunos digan que no simplemente buscan cumplir con una obligación; tal vez sean personas sinceras y veraces, y tienen un tiempo con el Señor cada día. Esto puede ser cierto, pero es posible que su práctica aún sea una práctica rutinaria de guardar reglas que son sinceras y veraces. Uno puede orar, confesar sus pecados y procurar ser lleno del Espíritu Santo de una manera sincera y veraz y, con todo, no tocar el espíritu en lo más mínimo. Orar, confesar y tener este tipo de búsqueda sigue siendo algo que es de la letra. Aunque lo que se hace parece ser muy espiritual, la manera en que se hace sigue siendo de la letra. Eso demuestra que tales personas son personas de la letra. Si alguien le preguntara por qué ora de esa manera, tal vez usted responda que es porque la Biblia así nos lo enseña. Aunque suena muy bien decir eso, esas buenas palabras intrínsecamente implican algo que no es bueno. Esa respuesta muestra que usted es simplemente alguien que guarda ciertas reglas. Es por eso que usted aún no ha orado en el espíritu, ni el Espíritu es quien lo guía a orar. Usted es una persona que guarda ordenanzas, que guarda la letra, mas no una persona del Espíritu.
Con respecto a este asunto, necesitamos recibir vida y ser cultivados espiritualmente de manera práctica. Necesitamos ser sostenidos en vida para que podamos ser personas del Espíritu, no de la letra. Si no tenemos ordenanzas ni rituales, pero aun así llevamos una vida que es superior a la de los demás, esto demostrará que no somos personas de la letra sino del Espíritu. Solamente el hombre puede hacer el trabajo de un hombre. Si un mono es adiestrado para comportarse como un hombre, sigue siendo un mono, y no puede realizar el trabajo de un hombre. Nuestra carga es que todos veamos que debemos seguir al Espíritu en vida y vivir en el espíritu. Esto no tiene que ver con prácticas, rituales ni ordenanzas externas, sino con el hecho de ser cultivados para crecer en vida.
Un árbol frutal necesita ser cultivado y recibir un cuidado especial a fin de crecer bien. Los que trabajan en huertos saben que si los árboles frutales no son protegidos, cultivados y podados, no darán mucho fruto e incluso podrán sufrir daño. Aun así, cultivar el árbol sólo ayuda de modo externo la vida que está en su interior. Por mucho que un agricultor cultive sus árboles frutales, no puede reemplazar la vida de los árboles. Tal vez pueda colgar frutas artificiales en los árboles, pero esa clase de fruto será “de la letra”, y los árboles mismos serán “de la letra”. El fruto artificial no es el fruto de vida que se cultiva, crece, se desarrolla y es producido por la vida que está en los árboles. Debemos evitar este principio. Si la expresión de nuestra vida es semejante al fruto artificial que se cuelga en un árbol, ello es sólo una decoración, no el fruto de nuestra vida interior. Las circunstancias y el tiempo pondrán a prueba esta clase de fruto. Después de unos cuantos meses de prueba, el fruto artificial envejecerá, y empezará a caerse uno por uno. Finalmente no quedará nada, y nosotros quedaremos plenamente al descubierto. Por lo tanto, no importa en qué situación nos encontremos, sea buena o mala, necesitamos crecer en vida. El crecimiento permite que se desarrolle lo que ha sido cultivado en nosotros y fortalece el contenido de nuestra vida interior.
Asimismo debemos prestar atención a nuestro carácter. Es difícil para nosotros recibir ayuda en cuanto a nuestro carácter. Es fácil guardar ordenanzas, y también es fácil aprender cosas nuevas, pero no es nada fácil cultivar debidamente nuestro carácter. Esto se debe a que cultivar el carácter está relacionado con el peso que tengamos en vida.
Todos hemos visto a los niños cantar himnos, y ciertamente nos hemos sentido muy conmovidos. Sin embargo, por mucho que nos conmuevan, aun al punto de derramar lágrimas, sabemos que son niños. Ellos pueden hacer todo lo posible por comportarse de cierta manera, y hasta pueden comportarse como adultos, pero por muy bien que se porten, siguen siendo niños. Su verdadera expresión externa no depende de lo mucho que ellos se esfuercen por actuar bien, sino del crecimiento normal de la vida que poseen. Debemos prestar atención a este principio.
Lo que verdaderamente ayuda a los demás está estrechamente relacionado con el peso espiritual que tenga nuestra vida. El hecho de que una persona sea indisciplinada en su carácter es una prueba de que su vida espiritual es inmadura. Cuando una persona llora o ríe, los demás pueden ver su inmadurez, mientras que cuando otra persona llora o ríe, los demás pueden ver su madurez. Las expresiones y sentimientos de gozo, enojo, tristeza y deleite que manifiesta una persona revelan el verdadero peso de su vida. Nadie puede aparentar al respecto. El desarrollo del carácter de una persona depende completamente de la vida.
Hace más de treinta años realizamos un entrenamiento en el que abarcamos treinta aspectos del carácter. En aquel entonces ciento veinte personas participaron de ese entrenamiento. Los que en ese entonces tenían veinticinco años ahora tienen cerca de sesenta. Sin embargo, a mi parecer su carácter hoy en día no es muy diferente de cuando tenían veinticinco. Algunos de ellos ahora están casados y tienen hijos, y hasta algunos de sus hijos ya se han graduado de la universidad. Sin embargo, el carácter de ellos no ha cambiado mucho, pues siguen siendo casi los mismos. Originalmente eran descuidados, y todavía siguen siendo descuidados de la misma manera. Esto despierta nuestra preocupación. Espero que los jóvenes, incluyendo a los entrenantes de tiempo completo, a medida que comienzan a servir al Señor, sean adiestrados en su carácter de una manera seria y estricta, negándose a aparentar y fingir lo que no son y ganando el verdadero peso en su vida interior.
Cuando conducimos una reunión de hogar, la primera impresión que las personas de ese hogar se llevan de nosotros no es el mensaje que les hablamos ni cómo les enseñamos, sino la clase de personas que somos. La primera impresión que ellas se llevarán de nosotros es si somos personas frívolas o personas de peso espiritual, si somos personas descuidadas o honorables. La Biblia nos dice que los ancianos y los diáconos, como aquellos que sirven al Señor, deben tener el mismo tipo de carácter, un carácter “honorable” (1 Ti. 3:2-4, 8). La palabra honorable es muy buena, pues significa sólido, de peso espiritual y de ningún modo liviano. Algunos dirán que los jóvenes simplemente son jóvenes, y que no podemos esperar que alguien que sólo tiene veinte años de edad sea una persona seria y honorable. No obstante, recuerden que ser honorable no depende de la edad, sino de cuánto peso espiritual una persona tiene y de cuánto del elemento de vida está en ella. Si lo que hay en usted es solamente “una bola de algodón”, no tendrá peso, pero si lo que tiene en su interior es oro, será una persona de mucho peso espiritual.
Por la manera en que una persona vive podemos discernir si ella es frívola y falta de seriedad, o si es una persona honorable y apropiada. Al respecto, una persona no puede ocultar ni fingir nada. El peso interior que tengamos dependerá de lo que haya en nosotros. Si tenemos mucho de Dios como oro, ciertamente tendremos peso; pero si nuestra vida es frívola y superficial, esto se debe a que no tenemos lo suficiente de Dios en nuestro ser. Hoy en día en la iglesia, todavía tenemos ciertos hermanos de edad cuyo comportamiento da a los santos la sensación de liviandad. Por consiguiente, lo que determina que seamos personas serias y honorables no es la edad, sino el hecho de que Dios como vida se añada más a nosotros.
Debemos aprender que salir a laborar no significa actuar ni aparentar, pues es algo que depende de nuestro vivir. El peso espiritual que tengamos espontáneamente llega a ser nuestro carácter. Nosotros somos ministros del nuevo pacto, personas que han sido regeneradas, santificadas, transformadas y conformadas por Dios, e interiormente llenas de Dios. En 2 Corintios 3:18 se nos dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. A la postre, todos seremos transformados a Su imagen. La palabra imagen, tal como se usa en el Nuevo Testamento, no se refiere simplemente a una semejanza externa, sino a la expresión externa del ser interior. La expresión de lo que somos es nuestra imagen; nuestra imagen es exactamente lo que somos interiormente en nuestro ser. Por consiguiente, ser transformados a la imagen del Señor no significa simplemente vernos como Él externamente. Comúnmente, diríamos que una foto de nosotros es nuestra imagen, pero según la manera en que la palabra imagen se usa en la Biblia, una foto por sí sola jamás podría ser nuestra imagen. Nuestra imagen no es simplemente nuestra semejanza externa, sino la expresión de lo que somos.
La sociedad hoy enseña a las personas a hacer cosas de manera externa en vez de prestar atención a lo que son interiormente. Sin embargo, ser un ministro no tiene que ver con lo que hacemos, sino con lo que somos. No se trata de corregirnos o adornarnos externamente; más bien, se trata de lo que somos, de nuestro ser. A menudo oímos a la gente decir que cierta persona deja una buena impresión en los demás. Esto no se refiere simplemente a la apariencia externa de la persona, sino a la impresión que ha dado por su comportamiento. La impresión que deja el ser interior de una persona en los demás es su imagen. Hoy, el propósito por el cual salimos a diferentes lugares a laborar es permitir que las personas vean nuestra imagen, nuestro verdadero ser.
Por lo tanto, nosotros, como ministros del nuevo pacto, debemos recordar que no somos personas de la letra, de ordenanzas, de enseñanzas o de ciertos métodos, sino más bien personas del Espíritu y de vida que manifiestan peso espiritual. Esto es lo que necesitamos ser.
En 2 Corintios 3:8 se nos habla acerca del ministerio del Espíritu. La palabra ministros, en plural, se refiere a los muchos ministros, mientras que la palabra ministerio se refiere al único ministerio. Ministros se refiere a las personas y ministerio se refiere a la obra que ellas realizan. Nosotros, los ministros, somos personas del Espíritu. Sin embargo, nuestra obra no es simplemente una obra del Espíritu; antes bien, ella es el ministerio del Espíritu. Hay una diferencia entre tener un elemento de algo y ser algo. Decir que algo tiene oro indica que tiene cierta medida de oro, pero decir que es el oro mismo significa que el objeto es enteramente de oro. Por ejemplo, una cadena dorada puede ser enteramente de oro, y no simplemente tener un baño de oro. Hoy nuestra obra es el Espíritu. La Biblia primeramente nos dice que la palabra es espíritu (Jn. 6:63). Luego en Efesios 6:17, Pablo declara esto pero invirtiendo el orden, es decir, dice que el Espíritu es la palabra de Dios. Los traductores de la Biblia han polemizado en torno a este versículo, el cual habla de la espada del Espíritu. La mayoría de las personas entiende que la espada del Espíritu es la palabra de Dios; es decir, que la palabra es la espada. Pero según la gramática griega, el Espíritu es la palabra, y no la espada.
No debemos decir simplemente que la obra que realizamos hoy es una obra espiritual. Al contrario, la obra que realizamos hoy es el Espíritu mismo. El Señor Jesús fue el primero en el Nuevo Testamento en decir: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Según este principio, también podemos afirmar que la obra que el Señor nos ha dado es espíritu. La obra, el ministerio, del nuevo pacto es un ministerio del Espíritu, no simplemente un ministerio espiritual. En griego, frases como el ministerio del Espíritu están compuestas por palabras que están en aposición. Así como el amor de Dios significa que Dios y el amor son una misma cosa, y la vida de Dios significa que Dios y la vida son lo mismo, el ministerio del Espíritu significa que el Espíritu y el ministerio son uno solo. La obra que vamos a realizar no es simplemente una obra espiritual, sino también una obra que es el Espíritu mismo. El Señor dijo: “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. También podemos decir que la doctrina para nada aprovecha; solamente el Espíritu es el que da vida. Si las palabras que hablamos son espíritu, éstas darán vida. Por lo tanto, todas las revelaciones del Nuevo Testamento exigen que nosotros lleguemos a ser espíritu. Cuando lleguemos a ser personas que están llenas del Espíritu, las palabras que hablemos serán espíritu, y la obra que hagamos también será espíritu. Entonces nuestro ministerio no simplemente será espiritual, sino que será espíritu.
Colosenses 1:27 dice: “A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. El misterio del cual se nos habla aquí es el misterio de Dios, el misterio oculto en Dios. Este misterio tiene una gloria, que es la gloria del misterio. Dios tiene un misterio, y este misterio tiene una gloria. Más aún, la gloria de este misterio posee riquezas. Este misterio que tiene gloria es Cristo en nosotros como la esperanza de gloria. Aquí, en este misterio, hay gloria y una esperanza de gloria.
Lo que determina que seamos espirituales y que nuestra obra sea espíritu es el grado al cual conozcamos el misterio de Dios. El misterio de Dios es Cristo. Por lo tanto, el grado al cual conocemos y experimentamos a Cristo como el misterio de Dios es el grado al cual somos espirituales. Dicho esto en palabras sencillas, si el elemento de Cristo está en nosotros, somos espirituales. Cuando Cristo crece en nosotros, el elemento del Espíritu también aumenta en nosotros. La razón por la cual hay más del Espíritu en nosotros es que Cristo es el Espíritu.
Nuestra vida cristiana debe ser la vida que se describe en los Evangelios, una vida en la cual nos negamos al yo y tomamos la cruz para seguir al Señor. Muchas personas tienen el pensamiento superficial de que seguir al Señor simplemente significa andar en pos de Él. Esto no es lo que indican las palabras del Señor. Al contrario, significan que hoy necesitamos llevar una vida en la cual negamos nuestro yo, desechamos el yo e interiormente recibimos a Cristo como vida. Recibir a Cristo como vida en nuestro interior es la manera verdadera de seguir a Jesús. Cuando fuimos salvos, pudimos haber escuchado que debíamos dejarlo todo para seguir a Jesús. Probablemente nos sentimos muy conmovidos y estuvimos dispuestos a seguirlo, pero al mismo tiempo quizás no sabíamos cómo hacerlo. Un día entonces recibimos luz y vimos que la verdadera manera de seguir a Jesús es desechar nuestro yo, recibir al Cristo pneumático en nuestro interior, y permitir que Él sea nuestra vida, y que crezca y aumente en nosotros cada día. Éste es el aumento y crecimiento del Espíritu en nosotros. De este modo, un día no sólo llegaremos a ser espirituales, sino también espíritu.
El versículo 27 dice: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Luego el versículo 28 dice: “A quien anunciamos”. Nosotros le anunciamos no como una persona objetiva, sino como Aquel a quien experimentamos subjetivamente. No anunciamos a alguien a quien no hemos ganado, disfrutado ni experimentado; más bien, anunciamos a Aquel a quien hemos disfrutado. Nosotros lo hemos experimentado y lo hemos ganado. Él es uno con nosotros, y nosotros somos uno con Él. En otras palabras, nos anunciamos a nosotros mismos, sólo que ya no somos nosotros solos, sino Cristo en nosotros.
Pablo dijo en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Ciertamente anunciamos a Cristo, pero Él ya no es simplemente una persona encarnada, crucificada, resucitada y ascendida. Él ahora es Aquel que vive en nosotros. Nosotros predicamos al Cristo que conocemos de una manera subjetiva. En Filipenses 1:21 Pablo dijo: “Porque para mí el vivir es Cristo”. ¿Podríamos decir que para nosotros el vivir es Cristo? A veces no nos atrevemos a decir esto; si lo dijéramos, quizás otros dirían: “¿Es Cristo así como usted es? Usted se enojó ayer, y hoy estaba bromeando. ¿Es Cristo así?”. Esto quizás haga que la gente dude del Cristo de quien les hablamos. No obstante, Pablo ciertamente declaró en el Nuevo Testamento: “Para mí el vivir es Cristo”. En este sentido, Pablo llegó a ser Cristo. En el versículo 20 dijo: “Como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte”. Pablo magnificó a Cristo no sólo una sola vez sino “como siempre”. Éste era el Cristo a quien Pablo predicaba. Él no anunciaba a un Cristo objetivo, sino a un Cristo subjetivo, al Cristo que había disfrutado y quien había llegado a ser él.
Algunas personas podrían decir: “Usted ha sido salvo por muchos años. Es por eso que puede afirmar eso. Nosotros, en cambio, sólo tenemos unos cuantos meses de ser salvos y por eso no nos atrevemos a hacer dicha afirmación”. Ésta es una excusa válida, pero al menos todos podemos tomar esto como nuestra meta. Debemos decirle al Señor: “Oh Señor, algún día podré decirles a los demás que para mí el vivir es Cristo. De ahora en adelante, para mí el vivir es Cristo”. En nuestra vida diaria debemos aprender a experimentar a Cristo para que día a día Él llegue a ser el Cristo que experimentamos subjetivamente. De este modo, podremos declarar a otros osadamente, enfáticamente y sin ningún temor que “para mí el vivir es Cristo”.
Lo que debe preocuparnos no es cuántas personas sean bautizadas, sino si podemos declarar: “Para mí el vivir es Cristo”. Los métodos no son lo que convence a las personas; lo que realmente las convence es el verdadero Cristo que ha llegado a ser nuestra vida, el Cristo que se manifiesta en nuestro vivir. Solamente éste es el poder, sólo esto tiene autoridad y sólo esto puede convencer a las personas. No debemos salir simplemente con la frase “para mí el vivir es Cristo” como un simple dicho, sino ser personas en quienes Cristo se encuentra. Debemos comprender que lo que hemos aprendido quizás no sea real todavía. Lo que determina si algo es real o no es si es Cristo mismo. Esto reviste mucha seriedad. No queremos ver que, después de haber sido conducidos hasta aquí por el Señor, lo único que logremos después de muchas décadas simplemente sea una campaña en la que alentamos a las personas a salir por todo el mundo a tocar a las puertas. En vez de ello, queremos ver más de Cristo en todos nosotros hasta que todos podamos declarar: “Para mí el vivir es Cristo”.
(Mensaje dado el 2 de junio de 1987 en Taipéi, Taiwán)