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Mensajes del libro «Llevar fruto que permanece, tomo 2»
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CAPÍTULO VEINTIOCHO

LA MANERA EN QUE SE EJERCITA UNO QUE SIRVE AL SEÑOR

  Las Epístolas de 1 y 2 Timoteo nos hablan acerca del entrenamiento que una persona debe recibir a fin de servir a Dios. Aunque estos dos libros son breves, los puntos que se mencionan abarcan el contenido completo de la economía de Dios. Lo que Pablo dijo aquí no es de ningún modo doctrinal, sino aplicable a nuestra experiencia. Él usó su experiencia para entrenar a su joven colaborador.

  Con base en esto, hemos extraído doce puntos que requieren nuestro ejercicio, aunque en estos libros se mencionan cerca de veinte puntos, incluyendo la manera de ayudar a los varones de más edad, de perfeccionar a los jóvenes, de cuidar de las hermanas y de tratar a los ancianos. Todos estos asuntos también requieren nuestro ejercicio. Sin embargo, de entre todos estos asuntos, enumeraremos los más importantes y fundamentales, como por ejemplo, los que tienen que ver con el Espíritu, la vida, Cristo y la Biblia. El ejercicio es un asunto relacionado con el espíritu, el alma y el cuerpo. En 1 Timoteo 4:8 se nos dice que “el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”. Pablo no dice que el ejercicio del cuerpo no tiene ningún provecho y que no debe importarnos; más bien, dice que hay una diferencia en el provecho que nos brindan las diferentes clases de ejercicio. Es necesario ejercitar el cuerpo, pero esto no es tan provechoso como el hecho de ejercitarnos para la piedad. Ejercitarnos para la piedad es ejercitarnos para experimentar y disfrutar a Dios y también expresar a Dios en nuestro vivir. En otras palabras, es ejercitarnos para estar con Dios.

EJERCITAR EL ESPÍRITU

  Pablo no habló de Dios simplemente de forma doctrinal; en vez de ello, él quería que nosotros disfrutáramos a Dios, lo experimentáramos y lo expresáramos en nuestro vivir a fin de estar con Dios. Esto no tiene que ver en absoluto con la doctrina, sino con nuestra experiencia y disfrute. Por esta razón, el primer punto que mencionaremos es el ejercicio de nuestro espíritu. En 2 Timoteo 1:7 se nos dice: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”. La palabra poder se refiere a nuestra voluntad, amor a nuestra parte emotiva, y cordura a nuestra mente. Esto indica que tener una voluntad fuerte, una parte emotiva llena de amor, y una mente cuerda y sensata está estrechamente relacionado con el hecho de tener un espíritu fuerte.

  El hombre está compuesto de tres partes, a saber: espíritu, alma y cuerpo. En nuestra alma se encuentra nuestra personalidad, nuestra persona, la cual también se compone de tres partes: la mente, la parte emotiva y la voluntad. Esto es muy maravilloso. Dios es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— y el hombre es un ser tripartito compuesto de espíritu, alma y cuerpo. Además, el alma del hombre, su personalidad, también se compone de tres partes, las cuales no deben divorciarse de su espíritu. El alma, que está compuesta de la mente, la parte emotiva y la voluntad, rodea el espíritu. Cuando el espíritu desea salir y manifestarse, la voluntad del alma debe ser fuerte, y la parte emotiva del alma debe ser llena de amor. Asimismo, a fin de que el espíritu pueda pasar a través de la mente, ésta debe ser cuerda y sensata.

  La palabra cordura tiene un profundo significado en griego. Significa que la mente no sólo debe ser clara y capaz de comprender, sino también equilibrada e imparcial, sin dar importancia a ciertos asuntos al grado de desatender otros. Hoy en día, la gente del mundo está enferma en este aspecto. Incluso podríamos afirmar que casi todo el mundo tiene problemas con respecto a su condición mental. Esto se debe a que las mentes de todas las personas están desequilibradas. Muchas personas duermen demasiado, mientras que otras trabajan demasiado para ganar dinero. Ambas carecen de equilibrio. Ya sea en el asunto de ganar dinero o en el dormir, si una persona no es capaz de controlarse, debe tener algún problema relacionado con su condición mental. Los que se desviven por los zapatos, prestan exagerada atención a los peinados modernos o les encanta la comodidad y a la vez detestan trabajar, son personas cuyas mentes carecen del debido equilibrio. Si la mente es equilibrada, todo lo demás será equilibrado y regulado. Todos necesitamos ser equilibrados.

  Tener cordura no sólo significa ser equilibrado, sino también tener dominio propio, ser dueño de sí mismo. Una persona equilibrada es alguien que tiene completo dominio de sí misma, alguien que es capaz de restringirse. La gente del mundo hoy está enferma, pues no es capaz de controlarse a sí misma. Se han desviado porque su mente es desequilibrada y su espíritu no es lo suficientemente fuerte para regir y gobernar su mente. Ésta es la condición de la era presente. El propósito de nuestro entrenamiento es conducirnos de regreso al camino correcto, que consiste en que ejercitemos nuestro espíritu, a fin de que nuestro espíritu sea lo suficientemente fuerte para regir y gobernar nuestra mente. Si queremos que nuestra mente sea equilibrada, necesitamos tener un espíritu fuerte.

  Por un lado, nuestro espíritu necesita ser fuerte y, por otro, necesita también ser lleno de amor. Algunas personas aman sin ningún estándar de moralidad. Aman las cosas buenas, las malas, las correctas y las incorrectas. Aman imprudentemente, sin ningún equilibrio. Esto se debe a que su espíritu no es lo suficientemente fuerte. Si su espíritu fuera fuerte, daría equilibrio a su amor. Algunas personas son tan fuertes que no tienen mucho amor. Ser fuerte sin tener amor también es desequilibrado. Un proverbio chino dice así: “Sé fuerte y suave en tu trato con los demás”. La suavidad en el trato está relacionada con el amor. Debemos ser fuertes pero tiernos y amorosos; de este modo, seremos equilibrados. Este equilibrio se halla en nuestro espíritu.

  Debemos ejercitar nuestro espíritu para permitir que éste pueda manifestarse. La manera en que ejercitamos nuestro espíritu es invocar: “¡Señor Jesús! ¡Oh, Señor Jesús!”. Cuando hacemos esto, somos equilibrados. Los que suelen bromear, dejarán de bromear; los que suelen hablar sin parar, dejarán de hablar, y los que no se sienten gozosos, empezarán a sonreír. Invocar: “¡Oh, Señor Jesús! ¡Oh, Señor Jesús!” es ejercitar nuestro espíritu. Esto hace que nuestra mente obtenga el debido equilibrio.

  A menudo hablamos de la presencia del Señor, pero casi todo el cristianismo ha descuidado la clave para disfrutar de la presencia del Señor. Ellos no han visto cuánto el Señor puede estar con nosotros de manera práctica. En 2 Timoteo 4:22 se nos dice dónde está la presencia del Señor. Este versículo dice: “El Señor esté con tu espíritu”. Esto nos muestra que la presencia del Señor está en nuestro espíritu.

  Muchos teólogos y estudiosos de la Biblia trazan rectamente la verdad, pero nunca han visto que la Biblia, especialmente el Nuevo Testamento, nos dice que el hombre tiene un espíritu y que hoy el Señor es el Espíritu que está en nuestro espíritu. Hay tres versículos en el Nuevo Testamento que mencionan al Espíritu de Dios junto con el espíritu humano. El primero de ellos es Juan 3:6 que dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Aquí se mencionan dos espíritus: el primero es el Espíritu de Dios, y el segundo es nuestro espíritu. Luego 4:24 del mismo libro dice: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Los traductores de la Biblia en chino, temiendo que las personas no fueran a entender estas palabras, añadieron la palabra corazón antes de espíritu: “Los que le adoran, en corazón-espíritu”. Esto hace que el versículo sea aún más difícil de entender. ¿Es éste el corazón o el espíritu? De igual manera, los primeros traductores de la Biblia en chino añadieron la palabra alma antes de espíritu. Esto también causó mucha confusión. ¿Es el espíritu o el alma? A fin de que las personas tengan el entendimiento correcto, necesitamos tener la traducción apropiada de este versículo. El tercer versículo es Romanos 8:16, que dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. Todos estos versículos nos muestran que Dios está en nuestro espíritu.

  Quizás alguien pregunte por qué el hombre necesita un espíritu; ¿no es suficiente con que tenga un corazón? Esta pregunta tiene una respuesta sencilla. Podemos usar el ejemplo de comer algo sabroso. El corazón es el que desea comer ese alimento especial; sin embargo, no podemos ver ni ubicar nuestro corazón. Con nuestro corazón no podemos recibir esa comida ni ingerirla. Lo único que podemos hacer con el corazón es desearla; no podemos recibirla. Nuestro corazón desea esa merienda, pero debemos usar nuestra mano para recibirla y nuestra boca para comerla. Por lo tanto, necesitamos estas tres cosas —el corazón, la mano y la boca— para que la merienda finalmente entre en nuestro organismo. De la misma manera, el corazón del hombre únicamente puede desear y amar al Señor, pero no puede recibirlo. El espíritu del hombre es el que recibe al Señor. Nuestro corazón es el órgano con el cual amamos, mientras que nuestro espíritu es el órgano con el cual recibimos.

  En Ezequiel 36:26 el Señor dijo que les daría a los hijos de Israel un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Si el corazón y el espíritu fueran una misma cosa, lo dicho por el Señor aquí no tendría sentido. Este pasaje claramente nos dice que Dios nos da dos cosas: un corazón y un espíritu. Finalmente, el Espíritu de Dios también debe entrar en nosotros. Cuando el Espíritu de Dios entra en nosotros, Él entra en nuestro espíritu, no en nuestro corazón.

  Todos sabemos que el Señor está con nosotros, pero ¿de qué manera está Él con nosotros? Me temo que muchas personas no saben la respuesta a esta pregunta. Pablo le dijo a Timoteo: “El Señor esté con tu espíritu” (2 Ti. 4:22). Esto claramente muestra que el Señor está con nosotros, no en nuestra mente ni en nuestro corazón, sino en nuestro espíritu. Usemos nuevamente el ejemplo de comer. Cuando la comida entra en nosotros, no entra a nuestra mente, sino a nuestro estómago. Nuestro estómago es el órgano en el cual recibimos la comida. Todos sabemos que el Señor es el pan de vida, pero muchas personas no saben cómo comer este pan ni en qué parte de su ser entra dicho pan. El Señor es el pan de vida, y el Señor es el Espíritu. Si el Señor no fuera el Espíritu, ¿cómo podría Él entrar en nosotros como el pan de vida? Si Él no fuera el Espíritu, no podría morar en nuestro espíritu.

  Lo primero que debemos hacer nosotros los que servimos al Señor es ejercitar nuestro espíritu. Las doctrinas son inútiles; lo único que puede ayudar a las personas es la experiencia. Por consiguiente, es muy importante que tengamos la experiencia de ejercitar nuestro espíritu. Debido al gran número de personas que hay en la vida de iglesia es muy difícil evitar que haya fricciones, así que es posible que sin proponérnoslo miremos a las personas con caras largas. Asimismo, a menudo suceden cosas que nos alegran en la vida de iglesia, por lo que podemos reírnos a carcajadas de manera indisciplinada. Ninguna de estas reacciones es del espíritu, y nosotros mismos no estamos en el espíritu cuando hacemos estas cosas. La manera descontrolada en que nos reímos cuando estamos contentos se origina en el alma, y la cara larga que mostramos a los demás cuando estamos descontentos también se origina en el alma. No es que tengamos dos almas; tenemos una sola alma pero con diferentes caras. No piensen que cuando el alma sonríe, esa sonrisa proviene del espíritu; no, sigue siendo el alma solamente. Una cara larga con el ceño fruncido es una de las manifestaciones del alma, y una cara con una sonrisa es otra de las manifestaciones del alma. Ejercitar verdaderamente el espíritu consiste en no reírnos ni llorar cuando el espíritu no está riendo ni llorando. En otras palabras, todo nuestro andar y comportamiento debe hallarse bajo el control del espíritu. Ejercitar el espíritu es permitir que el espíritu tenga el control.

  Por naturaleza, las hermanas derraman lágrimas con facilidad. Si usted desea algo de las hermanas, la mejor forma de obtenerlo no es decir mucho, sino derramar lágrimas delante de ellas. Así, ellas ofrecerán su ayuda enseguida. Sin embargo, los hermanos tienen una mente complicada semejante a la de Judas. Cuando María ungió al Señor Jesús, Judas hizo cálculos en su mente y preguntó: “¿Por qué no fue este ungüento vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” (Jn. 12:5). Esto es un retrato de los hermanos, quienes tienen mentes calculadoras. Por consiguiente, cuando usted vaya a ver a los hermanos, debe ser racional y capaz de dar explicaciones claras.

  Sin embargo, a las hermanas no les importa mucho que les den explicaciones precisas. En la vida familiar a menudo surgen disputas porque el esposo lleva cuentas muy claras, mientras que el modo de pensar de la esposa es confuso. Así, estas dos versiones no pueden conciliarse. Sin embargo, si los esposos son listos, derramarán unas pocas lágrimas delante de sus esposas. Por su parte, las esposas deben ejercitar sus mentes para razonar claramente. Si hacen esto, el esposo y la esposa se llevarán mucho mejor. Éste es el secreto para mantener una buena relación matrimonial y de llevar una vida pacífica. Sin embargo, nosotros ahora somos personas salvas. Ya sea que seamos esposos o esposas, debemos ejercitar nuestro espíritu. Si el espíritu desea reír, debemos reír; si desea llorar, debemos llorar; y si desea callar, no debemos abrir nuestra boca. La clave para nuestro andar diario es el espíritu. Nada funciona sin el espíritu, pero con el espíritu todo funciona. Por lo tanto, todos debemos ejercitar nuestro espíritu.

INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR

  El segundo asunto en lo cual debemos ejercitarnos es invocar el nombre del Señor. Invocar es diferente de orar. Orar es pedirle o decirle algo al Señor, mientras que invocar es sencillamente inhalar. Podemos decirle al Señor: “Señor Jesús, hoy iré a Keelung. Por favor, guárdame y dame un buen clima para que pueda llegar allí sin contratiempos”. Esto es orar y decirle al Señor lo que queremos que Él haga, lo cual es diferente de invocar. Invocar es clamar en voz alta: “¡Señor Jesús! ¡Señor! Oh Señor, necesito ir a Keelung. Señor, Tú sabes que necesito que haga un buen clima”. Esto es invocar, no es orar. El Señor es nuestro aliento de vida. Si queremos recibirlo cada vez más, debemos respirar hondo. Si simplemente decimos de una manera ordinaria: “Señor, hoy necesito ir a Keelung. Por favor, te pido que haga un buen clima para que pueda ver a mi amigo”, no hemos respirado mucho. Sin embargo, si clamamos en voz alta: “¡Oh, Señor Jesús! Oh, Señor, necesito ir a Keelung. Señor, Tú lo sabes”, estaremos respirando hondo. Los informes médicos nos dicen que el mejor secreto para tener buena salud es respirar hondo. Si usted desea ser saludable, debe respirar hondo varias veces cada día. De la misma manera, invocar al Señor no sólo fortalece nuestro espíritu, sino que también nos hace personas saludables.

  Cuando conducimos a las personas a la salvación tocando a sus puertas, debemos ayudar a los que han creído y recibido al Señor a que oren. Al principio, quizás el nuevo creyente diga en voz baja: “Señor Jesús, soy pecador y debería ir al infierno, pero Tú me amaste y me salvaste”. Esta clase de oración quizás no de muestras del espíritu ni de que él haya recibido al Espíritu. Si en vez de ello lo conducimos a clamar: “¡Oh, Señor Jesús! ¡Oh, Señor Jesús! ¡Oh, Señor Jesús, te amo!”, él entrará en su espíritu por medio de la oración. Es cierto que la primera clase de oración puede conducir a una persona a la salvación, porque la Biblia dice: “Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo” (Ro. 10:13). Este versículo no dice que uno deba invocar en voz alta o en voz baja; simplemente dice que todo el que invoque será salvo. Sin embargo, según nuestra observación, una persona puede ser salva sin tener una experiencia dinámica de salvación. Por otro lado, si él invoca con nosotros dos o tres veces en voz alta y dice: “Oh, Señor Jesús, soy pecador de verdad. Oh Señor, sálvame”, interiormente tendremos la certeza de que él ha recibido al Espíritu y ha sido salvo.

  Cuando salgamos a tocar a las puertas, debemos ejercitar nuestro espíritu para que en cuanto nos abran la puerta, la primera palabra que digamos le permita al espíritu manifestarse. Eso no significa que debamos clamar en voz alta, diciendo: “¡Soy de la iglesia en Taipéi!”, pues eso no funcionará. En vez de ello, todos debemos adquirir el hábito de ejercitar el espíritu, de modo que simplemente al conversar con las personas, nuestro espíritu pueda manifestarse.

  Una manera apropiada y sencilla de ejercitar el espíritu es invocar el nombre del Señor. No importa cuál sea nuestra edad, todos tenemos que ejercitarnos para invocar al Señor. Esto tal vez no les resulte fácil a las personas mayores, pero ciertamente no debe ser difícil para los jóvenes. Los que raras veces invocan al Señor en las reuniones, a menudo juzgan a las personas al regresar a casa, analizando quién invocó bien, quién no lo hizo bien, quién invocó alocadamente y quién lo hizo suavemente. Esto nos sucedió muy a menudo en los primeros años cuando a muchos les parecía que sentarse apropiadamente era más importante que invocar. Sin embargo, no se daban cuenta de que su manera apropiada de sentarse traía muerte a la reunión. Así como para respirar hondo tenemos que estirarnos, nuestra salud espiritual nos exige que respiremos hondo invocando el nombre del Señor.

  Ciertas denominaciones donde se enseña la Biblia les dicen a las personas que una vez que entren a la reunión, deben estar tan silenciosos que hasta se pueda oír la caída de un alfiler. Como resultado, tales reuniones no pueden avivar a las personas; al contrario, las mata. El lugar más silencioso del mundo es un cementerio. Todo está muy ordenado donde los muertos son sepultados. Sin embargo, las reuniones cristianas no deben ser muertas; antes bien, deben ser llenas de cánticos y alabanzas de júbilo. Salmos 27:6 dice: “Yo ofreceré en Su tienda / sacrificios de gritos de júbilo”. Ésta es la manera apropiada de reunirnos.

ORAR

  El tercer asunto en el que debemos ejercitarnos es la oración. Sólo cuando ejercitamos nuestro espíritu e invocamos el nombre del Señor podemos orar apropiadamente. Cuando oramos, debemos continuar ejercitando nuestro espíritu y ejercitándonos para invocar al Señor. Quizás alguien que comparte el cuarto con otras personas diga que si clama en voz alta no dejará descansar a los demás. No obstante, recuerden que es posible ejercitar nuestro espíritu, invocar al Señor y orar silenciosamente. Podemos hacerlo en voz tan baja que nadie nos escuche, ni siquiera nuestra esposa o nuestro compañero de cuarto. Así pues, usando un tono de voz que sólo nosotros podamos oír, podemos invocar y orar suavemente, diciendo: “¡Señor! Oh Señor, te amo. Acuérdate de Tu iglesia”.

LA PIEDAD

  La piedad es Dios mismo expresado en nuestro vivir. Sin embargo, debemos poner en práctica los puntos anteriores si hemos de expresar a Dios en nuestro vivir. En 1 Timoteo 3:16 se nos dice: “Grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne”. La piedad es Dios manifestado en la carne. Nosotros somos carne, y la piedad es Dios manifestado y expresado en nuestro vivir. Pablo animó a Timoteo a que se ejercitara para la piedad aún más que ejercitara su cuerpo. Muchos de nosotros ejercitamos más el cuerpo que lo que nos ejercitamos para la piedad. En nuestro vivir, debemos ejercitarnos para la piedad conforme a la exhortación de Pablo.

ECHAR MANO DE LA VIDA ETERNA

  El quinto asunto en el cual debemos ejercitarnos es echar mano de la vida eterna. Esto viene después de los cuatro asuntos que hemos mencionado. Una vez que nos ejercitemos para expresar a Dios en nuestro vivir, podremos echar mano de la vida eterna, la cual es la vida de Dios, Dios mismo. Si queremos expresar a Dios en nuestro vivir, debemos vivir por la vida de Dios que está en nosotros. Si vivimos por nosotros mismos, lo que expresemos definitivamente no será Dios; pero si vivimos por la vida de Dios, lo que expresemos será Dios. En 1 Timoteo 6:12 Pablo dice: “Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna [...] habiendo hecho la buena confesión delante de muchos testigos”. Este versículo nos habla de dos asuntos, pelear la buena batalla y hacer la buena confesión delante de muchos testigos. Pelear la buena batalla significa ir en contra de la situación presente, ir en contra de la corriente de este siglo. Según la situación actual, tanto los cristianos como los que no son cristianos no viven por la vida eterna de Dios, ni saben qué es la vida eterna. Las personas del mundo piensan que esto se refiere al hecho de vivir eternamente, lo cual será una bendición eterna que disfrutarán cuando se vayan al cielo. Pero no saben que la vida eterna es una vida en virtud de la cual los hombres deben vivir hoy. El Señor nos levantó a fin de que demos testimonio de esto y peleemos la buena batalla de la fe.

  Cuando Cristo estuvo en la tierra, los fariseos y saduceos lo aborrecieron porque Él peleó la buena batalla contra ellos. El Señor peleó contra ellos al echar mano de la vida eterna. Aquello por lo cual Él peleó era el testimonio de que Dios vivía en la tierra por medio de Él. Asimismo, los cristianos en la tierra hoy deben expresar a Dios en su vivir por medio de la vida de Dios. Éste es nuestro testimonio.

SER REVESTIDOS DE PODER EN LA GRACIA DE CRISTO

  El sexto asunto en el cual debemos ejercitarnos es ser fortalecidos en la gracia que es en Cristo (2 Ti. 2:1). Todos sabemos que la gracia que es en Cristo es Cristo mismo. La expresión la gracia que es en Cristo es sencilla, pero su significado es extenso y profundo. Cristo es la corporificación de Dios, y la gracia es el Dios Triuno que en Su corporificación se imparte en nosotros para que lo disfrutemos. Esta gracia es el propio Dios Triuno. El Dios Triuno, al corporificarse en Cristo, se da a nosotros como gracia. En 2 Corintios 13:14 se afirma: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Según la gramática del Nuevo Testamento en griego, la gracia del Señor Jesucristo significa que Jesucristo es gracia, el amor de Dios significa que Dios es amor, y la comunión del Espíritu Santo significa que el Espíritu Santo es la comunión. Sin el Espíritu Santo no puede haber comunión, sin Dios no hay amor y sin Jesucristo no hay gracia. Dios es amor, Cristo es gracia y los dos son uno solo. Por lo tanto, ser fortalecidos en la gracia de Jesucristo es ser fortalecidos por Cristo como resultado de conocerle y experimentarle.

SER EQUIPADOS CON LAS ESCRITURAS

  En primer lugar debemos ejercitar nuestro espíritu; luego, debemos invocar el nombre del Señor. Cuando combinamos estos dos, tenemos la oración. Entonces Dios puede manifestarse por medio de nosotros en nuestro vivir, y nosotros echamos mano de la vida eterna y permitimos que Cristo sea nuestra gracia. De este modo, llegamos al séptimo asunto en el que debemos ejercitarnos, que es ser equipados con las Escrituras. Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16), es la exhalación de Dios. Para nosotros las Escrituras son la Palabra, pero en realidad ellas son la exhalación de Dios, la expresión de Dios mismo. Por consiguiente, hoy, cuando leemos la Biblia, debemos hacerlo de tal modo que respiremos. Dios exhala, y nosotros inhalamos. Mediante este exhalar e inhalar nosotros somos vivificados.

  Nosotros no simplemente leemos la palabra de Dios, sino que la leemos con oración, es decir, oramos-leemos la palabra de Dios. Juan 3:16 dice: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. No debemos simplemente leer este versículo o memorizarlo. Esto únicamente hará que nuestra mente se vuelva complicada, y no nos dará vida. Debemos ejercitarnos para convertir este versículo en oración: “Oh Dios, Tú amas al mundo. Oh Dios, ¡Tú amas al mundo!”. Cuanto más oramos, más sentimos decir: “Oh Dios, Tú me amas. Gracias por amarme”. De este modo, somos vivificados y recibimos la vida contenida en la palabra. Orar-leer de esta manera es respirar. El hablar de Dios es Su exhalación, y nuestra lectura de Su palabra con un espíritu de oración es nuestra inhalación. Al inhalar y exhalar, recibimos vida.

DEPENDER DEL ESPÍRITU SANTO QUE MORA EN NOSOTROS

  El octavo asunto en el que debemos ejercitarnos es depender del Espíritu Santo que mora en nosotros. Aunque 1 y 2 Timoteo son epístolas sencillas, ellas contienen el pensamiento de que el Espíritu mora en nosotros. Pablo le encargó a Timoteo que guardara el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros (2 Ti. 1:14). En griego, la palabra depósito es semejante al dinero que está guardado en un banco. Si nos ejercitamos en los primeros siete asuntos, muchas cosas buenas serán depositadas en nosotros. Al mismo tiempo, debemos depender del Espíritu Santo que mora en nosotros para que guarde este depósito en nosotros de manera segura. No debemos guardarlo simplemente en nuestra mente mediante nuestra memoria, sino mediante el Espíritu Santo. Aunque tenemos un gran depósito espiritual en nuestro interior —Dios, el Señor y la palabra—, si no dependemos del Espíritu Santo que mora en nosotros, sino que andamos conforme a nuestra voluntad, este depósito interno será anulado. Debemos vivir y andar conforme al Espíritu Santo que mora en nosotros para poder guardar el depósito en nosotros, el cual es de Dios, es espiritual y es bueno.

TRAZAR BIEN LA PALABRA DE VERDAD

  El noveno asunto que requiere nuestro ejercicio es trazar bien la palabra de verdad (2:15). La palabra griega traducida trazar se usaba originalmente en la carpintería, y significaba cortar la manera con serrucho de manera recta y exacta. De la misma manera, cuando “serruchamos” la verdad hoy, debemos cortarla de manera recta y exacta sin tergiversación, ni desviación ni distorsión alguna. Muchas personas presentan la verdad de manera distorsionada. Su enseñanza no es recta sino distorsionada. Como obreros de Dios y como aquellos que le sirven, debemos trazar bien la verdad.

PREDICAR Y HABLAR CONFORME A LA ECONOMÍA DE DIOS

  El décimo asunto que requiere nuestro ejercicio es hablar conforme a la economía de Dios. Hoy muchos cristianos, además de no saber predicar conforme a la economía de Dios, no saben en qué consiste la economía de Dios. Muchos ni siquiera saben que en la Biblia existe tal cosa llamada “la economía de Dios”. La palabra economía también puede traducirse como plan, arreglo o administración doméstica. Los chinos describen a una persona culta y competente como alguien que está “lleno de economía en sus partes internas”, lo cual implica que está lleno de planes y preparativos.

  Si una persona desea conocer la economía de Dios, primeramente necesita conocer al Dios Triuno. La razón es que Dios en Su economía es triuno. Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Padre es la fuente, el Hijo es la expresión y el Espíritu es la forma en que Él entra en nosotros. El hecho de que Dios sea triuno le permite a Él impartirse en nosotros. La Trinidad Divina tiene una impartición divina, y lo que Él imparte en nosotros es el Dios Triuno mismo como nuestra vida para regenerarnos, santificarnos, transformarnos, a fin de que seamos conformados a la imagen de Su Hijo primogénito y lleguemos a ser los muchos hijos de Dios. La suma de los muchos hijos es el Cuerpo de Cristo, el cual es la expresión de Cristo, y los constituyentes del Cuerpo son los muchos miembros, los muchos santos, quienes desempeñan su función en las iglesias locales con miras a que el Dios Triuno sea expresado. Ésta es la economía de Dios.

  Lamentablemente, el cristianismo ha perdido casi por completo la verdad crucial de la economía de Dios. Incluso la verdad fundamental del evangelio se predica de una manera que no está a la altura de la norma de las Escrituras. Le damos gracias al Señor porque recientemente pudimos imprimir un folleto apropiado para la predicación del evangelio, El Misterio de la vida humana. Este folleto nos dice que el hombre fue creado por Dios para ser Su vaso, Su recipiente, apto para contener a Dios, quien entra en el espíritu del hombre. Solamente esta verdad del evangelio corresponde a la economía de Dios. Todos debemos aprender a predicar el evangelio de esta manera. No debemos predicar tomando un poquito de aquí y de allá de los sesenta y seis libros de la Biblia, pues al final esto dejará a las personas con una vaga impresión de la Biblia.

  Por ejemplo, algunas personas han recalcado la práctica de lavar los pies, la cual se menciona en Juan 13. Ellos han enseñado que antes de participar de la “santa comunión”, primero deben lavarse los pies unos a otros. Debido a que ellos insisten en esta práctica, han terminado por convertirse en la denominación del “lavamiento de los pies”. En todos los sesenta y seis libros de la Biblia, lo único que ellos han visto es la práctica de lavar los pies en Juan 13. Ellos afirman que ésta es la única manera de amarnos los unos a los otros y condenan a los que no practican esto. Según ellos, sin el lavamiento de los pies, no podemos expresarnos amor los unos a los otros, y si no nos amamos mutuamente, los demás no pensarán que somos discípulos del Señor y, por tanto, no seremos dignos de tomar la cena del Señor. Esta enseñanza es el resultado de no predicar la economía de Dios.

  También ha habido interminables debates sobre si se debe bautizar por aspersión o por inmersión. Algunos incluso han dicho que debemos seguir las pisadas del Señor Jesús, bautizando a las personas únicamente en el río Jordán, puesto que fue allí que Él fue bautizado. Algunos han dicho que puesto que el río Jordán es tan largo, debemos hacer un estudio histórico para determinar en qué parte del río el Señor se bautizó. Esta clase de debates carece de significado y también es el resultado de no hablar conforme a la economía de Dios. Cuando contactemos a las personas debemos recordar que no debemos discutir sobre ese tipo de cosas. En vez de ello, debemos predicar la economía de Dios. Únicamente la economía de Dios edifica a las personas.

SER SANTIFICADOS EN TODO NUESTRO SER

  Una vez que pongamos en práctica los diez asuntos que hemos mencionado, el resultado final es que seremos santificados. La santificación significa que llegamos a ser Dios en vida y en naturaleza mas no en Su Deidad. En los años pasados, esta verdad causó gran revuelo entre los cristianos en los Estados Unidos. Como hijos de Dios, hemos sido engendrados de Dios. Por naturaleza, los perros engendran perros, los gatos engendran gatos, y los tigres engendran tigres. Incluso entre los seres humanos, las personas dan a luz hijos del mismo color. Una persona da a luz conforme a lo que ella es. Puesto que fuimos engendrados por Dios, ciertamente somos “dioses”, es decir, hijos de Dios, que son iguales a Él. Por supuesto, esto no se refiere a la persona divina de Dios, la Deidad, como el objeto de adoración del hombre. Al afirmar esto nos estamos refiriendo a la vida y naturaleza de Dios. Es en vida y naturaleza que somos iguales a Dios. Todo hijo es igual a su padre en vida y naturaleza, pero eso no significa que el hijo sea el padre. Asimismo, nosotros somos hijos de Dios y, por ende, iguales a Dios, pero eso no significa que tengamos el mismo estatus y persona de la Deidad. Dios no sólo nos ha engendrado, sino que además de ello, está llevando a cabo una obra de santificación en nosotros. Es por medio de la santificación que Él nos transforma.

SABER CÓMO CONDUCIRNOS EN LA CASA DE DIOS

  Como resultado de todo lo anterior, sabremos cómo conducirnos y cómo salir y entrar en la casa de Dios, que es la iglesia. Eso significa que en la casa del Dios sabremos cómo relacionarnos con los diferentes tipos de personas, cómo tener comunión con ellas, cómo recibir su ayuda y cómo cuidar de ellas.

PALABRAS DE CONCLUSIÓN

  Todo lo mencionado anteriormente son asuntos en los cuales nosotros, los que estamos aprendiendo a servir al Señor, debemos ejercitarnos. En conclusión, quienes salgan a tocar a las puertas para conducir a las personas a la salvación y bautizarlas deben tener el mismo espíritu de los atletas olímpicos. Antes de competir en los juegos, los atletas se preparan cada día. Luego, en el momento del juego, están sumamente alertas y se esfuerzan para hacer las cosas lo mejor que puedan. Si no se empeñan así, no ganarán el premio. Cuando nosotros salgamos, debemos tener esta clase de espíritu. Además, debemos laborar y hablar absolutamente conforme a la manera en que hemos sido adiestrados. Debemos laborar y hablar únicamente al grado en que hemos sido enseñados. De este modo, sin lugar a dudas nuestro servicio será eficaz.

  (Mensaje dado el 17 de febrero de 1987 en Taipéi, Taiwán)

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