
Lectura bíblica: Éx. 12:1-10; 1 Co. 5:7b; Mt. 15:32; Éx. 12:11; 14:22; 15:13, 22; He. 12:1b; 2 Ti. 4:7b; 1 Co. 5:7a, 8; Éx. 13:6-7; 16:13b-15; Nm. 11:7-9; 1 Co. 10:3; Jn. 6:35, 50, 57b; Éx. 17:5-6; 1 Co. 10:4; Jn. 7:37-39; 1 Co. 2:12
Hemos abarcado las tres promesas con respecto a la simiente de la mujer (Gn. 3:15; Is. 7:14), la descendencia de Abraham (Gn. 17:8; Gá. 3:16; Mt. 1:1-2a) y la descendencia de David (2 S. 7:12-14a; Mt. 1:1, 6; 22:42-45; Ro. 1:3; Ap. 22:16) en los mensajes anteriores sobre las promesas acerca de la redención y salvación que Dios mostraba como anticipo. En este mensaje consideraremos los tipos de la redención y salvación que Dios mostraba como anticipo. En estos tipos se revela claramente la impartición de Cristo como corporificación del Dios Triuno.
La salvación realizada por Dios se basa en Su redención. Sin la redención, la salvación de Dios no tendría fundamento. Sin embargo, la salvación no es tan sencilla; incluye muchos más elementos que la redención. Cuánto le damos gracias al Señor por habernos dado en la Pascua un cuadro completo de la plena salvación de Dios. Antes de la Pascua, Adán y Eva, la primera generación de la humanidad, disfrutaron la salvación de Dios en un grado limitado. Esta generación fue la primera en disfrutar la salvación de Dios. Luego, Abel disfrutó la salvación de Dios más que su padre y su madre. Luego, pasaron muchas generaciones, que incluyen a Abraham, Isaac y Jacob, pero nadie experimentó la salvación completa de Dios sino hasta la Pascua. No fue sino hasta el tiempo del éxodo que Dios ordenó la Pascua.
La plena salvación de Dios, tipificada por la experiencia de los hijos de Israel, incluye diez aspectos: la sangre del cordero, la carne del cordero, los panes sin levadura, las hierbas amargas, el brazo de Jehová, el Ángel de Jehová, la nube, el maná, el agua y la sanidad realizada por el Médico.
La Pascua claramente tipifica el aspecto redentor de la salvación provista por Dios. En la pascua lo que primero se nota es la sangre que derramó el cordero pascual (Éx. 12:7). Muchos cristianos ponen gran énfasis en la sangre. Sin embargo, la pascua no sólo incluye la sangre del cordero, sino también la carne del cordero, los panes sin levadura y las hierbas amargas (v. 8). La sangre del cordero se aplicó exteriormente, siendo rociada en los postes de la puerta de las casas. Pero la carne del cordero, los panes sin levadura y las hierbas amargas se tomaron interiormente, porque los hijos de Israel los comieron.
La sangre en los dos postes de la puerta y en el dintel fue una señal para el ángel que hiere (v. 23). En la noche de la pascua, Dios juzgó a los primogénitos por toda la tierra de Egipto. El primogénito representa al primer hombre, Adán (1 Co. 15:45a). Conforme al juicio de Dios, todos los primogénitos debían morir. El juicio de Dios no sólo incluyó a los egipcios, sino también a los israelitas, quienes eran tan pecaminosos como los egipcios. Todos estaban bajo la condenación de Dios en Su justicia. Pero en la noche de la Pascua, todos los israelitas tenían la sangre sobre sus casas como señal. Por la sangre en sus casas, los primogénitos de los hijos de Israel fueron redimidos. La obra redentora de Dios resolvió el problema que tenían con Él directamente, esto es, el que Dios los había condenado debido a sus pecados. La sangre del cordero resolvió ese problema; pero fue la carne del cordero, los panes sin levadura y las hierbas amargas, lo que salvó a los hijos de Israel de Faraón, de Egipto y de la tiranía de la esclavitud egipcia.
La plena salvación de Dios que experimentaron los hijos de Israel también incluyó los actos milagrosos de Dios. En el Antiguo Testamento, acciones milagrosas, como por ejemplo abrir el mar Rojo, tenían que ver con el brazo de Jehová (Éx. 15:16). El brazo de Jehová, que se refiere al poder, a la fuerza milagrosa, de Jehová, actuó para salvar a los hijos de Israel. Además de esto, Cristo como Ángel de Jehová dirigió al ejército de Israel como su Comandante invisible. Antes que los hijos de Israel cruzaran el mar Rojo, cuando huían de Egipto, el ejército egipcio los perseguía. El Ángel de Jehová, que iba delante del campamento, se movió y fue a ponerse detrás de ellos para protegerlos (14:19-20).
Los hijos de Israel también disfrutaron de la columna de nube durante el día, y de la columna de fuego durante la noche. Éstas llegaron a ser una cubierta, un dosel, para los hijos de Israel (Is. 4:5). En la plena salvación de Dios, los hijos de Israel disfrutaron tal dosel todo el tiempo.
La salvación realizada por Dios no sólo incluyó la salida de los hijos de Israel de Egipto, sino también el suministro que disfrutaron al pasar por el desierto. Después de salir de Egipto y entrar en el desierto, los hijos de Israel no tenían un mar donde pescar ni tierra para cultivar y sacar una cosecha de grano y cereales. En el desierto no había nada que comer. Así que, el maná de los cielos era parte de la salvación de Dios (Éx. 16:14-22). No podían obtener alimentos por ninguna otra fuente. Dios les dio el maná, no del agua ni de la tierra, sino de los cielos.
En el desierto los hijos de Israel también tenían un problema con respecto al agua. Dios les dio agua de la roca hendida (17:1-6). Según lo que Pablo dice en 1 Corintios 10:4, la roca los seguía por el desierto. La roca fue golpeada por el dador de la ley, Moisés, y de la roca hendida fluyeron aguas vivas para saciar la sed de ellos.
Además de los puntos anteriores, la plena salvación de Dios incluyó el asunto de sanidad. En Mara, Dios como su Médico sanó a los hijos de Israel haciendo que el agua amarga se endulzara (Éx. 15:23-25).
De entre los diez aspectos que ya mencionamos con respecto a la plena salvación de Dios, el primer aspecto que indica algo de la impartición de Dios en Sus redimidos es el de la carne del cordero pascual. En la noche de la pascua, el cordero tuvo que ser inmolado. Según la historia, los israelitas ponían el cordero en dos pedazos de madera puestos en forma de cruz, con un palo vertical y un travesaño horizontal. Sujetaban las patas delanteras del cordero al travesaño horizontal, y sus patas traseras al palo vertical. Luego, mataban el cordero, derramaban su sangre y la aplicaban al dintel y a los dos postes de la puerta de su casa para su redención. Al aplicar la sangre así, se salvaron. Sabían que el ángel heriría a los primogénitos por toda la tierra de Egipto; pero debido a que ellos estaban bajo la cobertura de la sangre, sus primogénitos no serían muertos. Luego, en sus casas asaron el cordero para comerlo.
La plena salvación de Dios requirió algo de parte de Dios y algo de parte de los hijos de Israel. La parte divina incluyó los diez puntos ya mencionados. Los hijos de Israel, por su parte, comieron el cordero con su cayado en la mano, su calzado en sus pies y con sus lomos ceñidos (12:11). Así se prepararon para salir de Egipto. Después que el pueblo comió la carne del cordero, éste les fue impartido, y por medio de tal impartición ellos fueron fortalecidos.
En la plena salvación de Dios, tipificada por la experiencia de los hijos de Israel, además de la carne del cordero, los panes sin levadura, el maná y el agua indican algo de la impartición de Dios en Su pueblo redimido. Es lo mismo con nosotros hoy en día. En la salvación plena de Dios, hoy en día nosotros disfrutamos la impartición de Dios por medio de Cristo como nuestro Cordero, nuestros panes sin levadura, nuestro maná y nuestra agua espiritual.
La economía divina y la impartición divina se exhiben en el disfrute de los elementos de la pascua (vs. 1-10), según la tipología de la redención y salvación que Dios mostraba como anticipo.
Primero, el pueblo redimido de Dios tuvo que comer la carne del cordero (v. 8a). Esto significa que el Cristo redentor ha de ser impartido en Sus creyentes como suministro de vida (1 Co. 5:7b). El Cordero, que es el Cristo redentor, es impartido en Sus creyentes para darles la fortaleza y la energía con la cual seguir adelante en el camino ordenado por Dios.
La carne del cordero fue ingerida por el pueblo redimido de Dios para satisfacerlos (Éx. 12:4; Mt. 15:32) y fortalecerlos a fin de que prosiguieran en el camino de Dios (Éx. 12:11; 14:22; 15:13, 22; He. 12:1b; 2 Ti. 4:7b). Primero, la carne del cordero se dio para satisfacer al pueblo de Dios. Luego, una vez que fueron satisfechos, la carne del cordero los fortaleció y les dio la energía para ir por el camino de Dios. Los hijos de Israel no podrían haber tomado el camino que Dios les había ordenado si en la noche de la Pascua no hubieran comido la carne del cordero. La carne del cordero, impartida como su suministro de vida, les dio la fuerza y la energía para seguir el largo camino ordenado por Dios con miras a alcanzar Su meta. Con esa fuerza viajaron de Egipto al monte Sinaí, y allí Dios los adiestró y edificó.
Los redimidos de Dios tuvieron que comer panes sin levadura (Éx. 12:8b), lo cual significa que el Cristo sin pecado ha de ser impartido en Sus creyentes como elemento sin levadura (1 Co. 5:8). El cordero representa al Cristo redentor; los panes sin levadura representan al Cristo sin pecado. Los panes se usaban como ofrenda de harina (Lv. 2). La ofrenda de harina representa a Cristo en Su humanidad. Todos los hombres tienen el elemento de pecado en su carne, pero Cristo como hombre no tenía pecado en Su carne (2 Co. 5:21). Romanos 8:3 nos dice que Cristo vino “en semejanza de carne de pecado”. Tenía la semejanza de la carne de pecado, pero no tenía la realidad del pecado de la carne. No tenía dentro de sí la sustancia del pecado. Cristo no tuvo pecado ni cometió pecados (1 P. 2:22a); no tuvo nada que ver con el pecado. Aparentemente, estaba en la carne pecaminosa. Pero en verdad, en la carne de Cristo no se encontraba la realidad de ningún pecado, porque Él no nació de Adán. Nació de una virgen por medio del Espíritu Santo (Mt. 1:20, 23). Como resultado, se puso la carne, pero Su carne no tenía ningún elemento pecaminoso. Cristo no tiene pecado. Este Cristo sin pecado ha de impartirse en Sus creyentes como elemento sin levadura (sin pecado).
El elemento de nuestra naturaleza es totalmente pecaminoso. Pero Cristo ha entrado en nosotros para ser en nosotros otro elemento, un elemento sin pecado. Este elemento hace que el pueblo redimido de Dios lleve una vida sin levadura (Éx. 13:7; 1 Co. 5:7a). En 1 Corintios 5:7 se nos dice: “Limpiaos de la vieja levadura, para que seáis nueva masa”. La nueva masa es una masa sin levadura. Esto significa que llegamos a ser una nueva creación (2 Co. 5:17) sin pecado.
Los panes sin levadura, al ser consumidos por los redimidos de Dios, hacían que el curso de la vida de ellos fuese una fiesta (Éx. 13:6; 1 Co. 5:8). Ya que somos los redimidos de Dios, nuestra vida debe ser siempre una vida de fiesta y feliz. Durante el curso de nuestra vida, siempre debemos ser agradables. A lo largo de todos nuestros días, semanas, meses y años, debemos ser agradables. Sin embargo, muchas veces no somos así porque comemos pan leudado. La levadura representa el elemento pecaminoso. Cuando comemos el pan leudado, llegamos a ser personas descontentas. Nos volvemos desagradables cada vez que entra el pecado. Cuando no tenemos levadura, estamos contentos y todo lo relacionado con nosotros es agradable. Ésta es la función de los panes sin levadura en nosotros.
Tenemos un Cristo de dos aspectos: el aspecto redentor y el aspecto sin levadura. En el aspecto redentor, Él llega a ser nuestro alimento para satisfacernos y fortalecernos a fin de que corramos la carrera que Dios ha puesto delante de nosotros. En el aspecto sin levadura, Él es los panes sin levadura para abastecernos con el elemento sin levadura a fin de que podamos llevar una vida sin levadura. De esta manera podemos llevar una vida sin pecado al seguir al Señor durante el curso completo de nuestra vida. Viviendo así, llegamos a ser felices. Cada día, cada semana, cada mes y cada año es una fiesta, y festejamos sin cesar.
Mientras los hijos de Israel viajaban por el desierto, necesitaban más que la pascua con el cordero, los panes sin levadura y las hierbas amargas. Así que, Dios abrió los cielos para darles maná. La palabra hebrea para maná significa “¿Qué es esto?”. Hasta el día de hoy, nadie sabe lo que era el maná. No obstante, sabemos que el maná provenía del Señor. Todos los días, por cuarenta años, los hijos de Israel miraron uno de los más grandes milagros del universo. Cada mañana, adondequiera que viajaran, el maná estaba allí, fuera de sus tiendas. No obstante, los hijos de Israel fueron obstinados y no pudieron creer. En realidad, nosotros somos iguales a ellos. Todos los días el Señor sigue haciendo tal milagro. Cuando nos despertamos, debemos decir: “¡Oh Señor!”. Decir: “¡Oh Señor!” en la mañana y tener un avivamiento matutino es recoger el maná.
El que el maná había de ser comido por los elegidos de Dios significa que Cristo como alimento celestial ha de ser impartido en nosotros para nutrirnos y constituirnos un pueblo celestial (Éx. 16:13b-15; Nm. 11:7-9; 1 Co. 10:3; Jn. 6:35, 50, 57b). Todo ser humano es una constitución de lo que ha comido. Antes del éxodo de los hijos de Israel, ellos estaban en Egipto y tenían intrínsecamente una constitución egipcia. El libro de Números nos dice que mientras los hijos de Israel pasaban por el desierto se acordaban del pescado, los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos que comían de balde en Egipto (11:5). Esta dieta hizo que los hijos de Israel fueran egipcios en su constitución intrínseca.
Dios dio el maná a los hijos de Israel para cambiar su dieta de lo terrenal a lo celestial (Nm. 11:5-6; Jn. 6:57b). Durante los cuarenta años que pasaron en el desierto, la dieta que Dios les había dado reemplazó la dieta egipcia. Por medio de tal cambio de dieta, cada uno de los hijos de Israel llegó a estar constituido de la dieta celestial. De esta manera ya no era un pueblo egipcio, sino un pueblo celestial. Según Juan 6, el maná tipifica a Cristo (vs. 35, 50, 57b). Él es nuestro alimento celestial, nuestro alimento de vida y nuestro alimento vivo. Si comemos de Él, llegamos a ser lo que Él es; entonces lo vivimos a Él. Hoy en día todavía estamos siendo constituidos de Cristo como nuestra dieta para que lleguemos a ser un pueblo celestial. Los cristianos no son “egipcios”; son un pueblo celestial que tiene una dieta nueva. Esto es muy significativo.
El propósito del cambio de dieta era reemplazar la constitución terrenal del pueblo redimido de Dios con una constitución celestial. Cristo no sólo nos redimió de las cosas externas y pecaminosas, sino que también entró en nosotros. Sin embargo, esa entrada no fue de una vez para siempre. Desde el primer día en que entró en nosotros, todos los días lo debemos tomar como nuestro alimento diario, nuestra carne de cada día. Mientras lo tomamos día tras día y vez tras vez, Él nos constituye y cambia nuestra constitución interior.
El que el agua de la roca hendida había de ser bebida por los elegidos de Dios significa que el Espíritu de Cristo como bebida espiritual ha de ser impartido en nosotros para darnos de beber y hacernos personas espirituales (Éx. 17:5-6; 1 Co. 10:4; Jn. 7:37-39). El agua que brota de la roca hendida tiene como fin saturar al pueblo redimido de Dios con el Espíritu de Cristo y no con el espíritu del mundo (1 Co. 2:12) y constituir al pueblo redimido de Dios como personas espirituales en lugar de personas mundanas. Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto, tenían cierto sabor espiritual. Ese sabor era el de Egipto. Ese sabor también era un espíritu, un espíritu egipcio. El caso nuestro es el mismo hoy. Si somos chinos, tal vez emitamos un sabor chino, un espíritu chino. Si somos japoneses, puede ser que tengamos un sabor japonés, un espíritu japonés.
Actualmente, nosotros los cristianos ya no debemos beber el agua egipcia. Bebemos el agua que sale de la roca hendida, es decir, del Cristo herido. El Espíritu fluye de Cristo, la roca hendida, para ser el agua viva que bebemos. Mientras bebemos del Espíritu, del agua viva, recibimos el elemento del agua. Luego, después de beber de tal Espíritu por un largo periodo, tenemos un espíritu divino y celestial como nuestro sabor especial. Otros se darán cuenta de que tenemos cierto sabor. Este sabor es el Espíritu de Cristo.