
Lectura bíblica: Jn. 1:14; Lc. 1:35; Mt. 1:20; 16, Jn. 1:17; 12:24; 1 P. 1:3; 1 Co. 15:45
En este mensaje consideraremos la economía divina y la impartición divina en la iniciación del Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento los dos primeros eventos que llevan a cabo la impartición de Dios son la encarnación y la resurrección de Cristo. Nuestro Dios pasó por un proceso; el comienzo de este proceso fue la encarnación y su fin fue la resurrección. Tanto el comienzo como el fin del proceso de Dios dependen de la impartición de Dios. Entre la encarnación y la resurrección se hallan los pasos del vivir humano de Cristo y Su muerte todo-inclusiva. Es muy difícil encontrar indicio alguno de que la impartición de Dios estuviera relacionada con cualquiera de estos dos pasos.
La encarnación de Cristo fue un gran paso por el cual Dios pudo impartirse en la humanidad. El punto crucial acerca del nacimiento del Señor es la impartición, pero hoy en día la mayoría de los cristianos no captan tal pensamiento. La mayoría de los cristianos no ven esto por estar bajo el velo de todas las cosas exteriores de la celebración de la Navidad. Debido a que vivimos en el ambiente del cristianismo, nosotros debemos olvidar todo conocimiento anterior que se deriva de la celebración de la Navidad, porque ese conocimiento ha llegado a ser un velo grueso que no nos permite ver el misterio de la encarnación del Señor. De la misma manera, la mayoría de los cristianos están bajo un velo con respecto al misterio de la resurrección del Señor. La encarnación del Señor y Su resurrección son los dos pasos básicos de la impartición de Dios mismo en Su pueblo escogido.
Como hice notar en mensajes anteriores, el asunto de la impartición divina puede verse en las promesas, las profecías y los tipos del Antiguo Testamento, pero el hecho y el cumplimiento de la impartición no tuvo lugar en el Antiguo Testamento. Hablando con propiedad, en los primeros cuatro mil de los seis mil años de la historia del hombre no hubo impartición alguna. En ese período, Dios siempre se mantuvo separado del hombre. Cuando mucho, venía al hombre o sobre el hombre. Por lo tanto, es muy difícil encontrar un versículo en el Antiguo Testamento donde se diga que Jehová Dios estaba en el hombre o que entró en el hombre.
En el Nuevo Testamento, especialmente en las Epístolas, hay muchos versículos donde se usa la preposición en para formar frases tales como en Cristo (2 Co. 5:17), en Él (Ef. 1:4, 10; 3:12), en el Señor Jesucristo (2 Ts. 3:12), en Cristo Jesús (Ro. 6:23b; 8:2; 1 Co. 1:30), en Dios (1 Ts. 1:1) y en el Espíritu (Col. 1:8). En la era antiguotestamentaria, Dios intencionalmente no se unió al hombre; Dios era Dios, y el hombre era el hombre. Pero hoy en día no podemos decir que Dios y el hombre están separados, porque hemos sido regenerados por Dios. Por lo tanto, es imposible que estemos separados de Dios. Aun si vamos cuesta abajo en nuestra vida cristiana, Él va con nosotros. En Lucas 24, después de la resurrección del Señor, el Señor hizo un recorrido con dos de Sus discípulos mientras caminaban de Jerusalén hacia Emaús (vs. 13-35). Iban cuesta abajo, pero el Señor los acompañaba, caminando con ellos. Los dos discípulos hablaban acerca del Señor y aun le reprendían (v. 18), pero el Señor aparentó no saber nada. Los ojos de ellos estaban velados y no le reconocieron (v. 16). Sin embargo, finalmente Él les abrió los ojos, y ellos le reconocieron (v. 31). En cuanto le reconocieron, Él desapareció. Esto muestra que nunca podemos estar separados del Señor.
Hoy en día la era de gracia es la era de la impartición de Dios. Él se está impartiendo hasta tal punto que Él y nosotros, nosotros y Él, estamos mezclados como una sola entidad (Jn. 17:21; 1 Co. 6:17). Jesús fue el primero en estar mezclado con Dios, el primer Dios-hombre. Antes de Él, Dios era Dios, y el hombre era el hombre. Pero comenzando con Él, Dios y el hombre llegaron a ser uno. En todo el universo, un pequeño hombre llamado Jesús es tanto Dios como hombre. Él es hombre y Dios. Dios y el hombre no sólo están unidos, sino también mezclados. Este mezclar depende totalmente de la impartición. Como Dios-hombre, Jesús es una persona compuesta, es decir, una persona compuesta de Dios y el hombre.
Antes de Su muerte, Jesús era una persona compuesta de Dios y el hombre, de divinidad y humanidad. Pero después de pasar por la muerte y la resurrección, adquirió los elementos de la muerte y la resurrección. Estos elementos le fueron añadidos a Él. Hoy en día Él no es simplemente Dios y hombre; Él también incluye la muerte y la resurrección. Él es un Dios-hombre con muerte y resurrección. Él es un compuesto de tal índole. Este compuesto es el producto de la impartición de Dios. Si se quitara de la encarnación la impartición, no habría encarnación. De igual manera, si se quitara de la resurrección la impartición, no habría resurrección.
La encarnación es la concepción cumbre y universal. Mateo 1:20 dice: “Mientras consideraba esto, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo engendrado en ella, del Espíritu Santo es”. José y María todavía no se habían casado y, sin embargo, María estaba encinta. Esto le dio a José dudas acerca de casarse con ella. En ese momento, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo que no temiera recibir a María como esposa, porque “lo engendrado [nacido] en ella, del Espíritu Santo es”. El que nació en el vientre de María no era hombre, sino Dios mismo. Al comienzo de la concepción, Dios nació en María. Al final de la concepción, nueve meses más tarde, Dios salió con humanidad. Éste es Jesús, el Dios-hombre. Antes de esa concepción, María no tenía a Dios por dentro. Pero en la concepción Dios entró en ella al impartirse en ella.
El primer paso en el cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo, fue la encarnación de Cristo. La encarnación de Cristo se llevó a cabo mediante la concepción realizada por el Espíritu Santo en una virgen humana, lo cual impartió la naturaleza santa de Dios en la humanidad (Lc. 1:35).
Desde el primer día de la concepción en María, Dios se impartió en la humanidad. Dios estuvo en el vientre de María nueve meses. La divinidad de Dios y la humanidad de María se unieron y se mezclaron nueve meses. Durante estos nueve meses, la impartición divina aumentó. Este aumento de la impartición de la divinidad en la humanidad causó el crecimiento de lo que fue concebido. De esta manera, todo el proceso de la esta impartición divina estaba “madura”, cuando se hubieron cumplido nueve meses, fue dado a luz un niño. Ese niño era la mezcla, la compenetración, producida por la impartición divina en la humanidad. Su nombre era Emanuel, Dios con nosotros (Mt. 1:23). Era un niño pequeño y, sin embargo, era Dios con el hombre. Por una parte, era el Dios completo y, por otra, era un hombre perfecto. Él era el Dios completo mezclado con un hombre perfecto. En la historia humana, nunca había existido una Persona así. ¡Él es maravilloso! Era un niño que poseía piel, huesos, sangre y carne. Era un hombre verdadero. Sin embargo, dentro de Él estaba todo el Dios Triuno (Col. 1:19; 2:9). Él no era simplemente el Hijo de Dios, sino que era el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu (Is. 9:6; Lc. 1:35; Mt. 1:20).
Como tal, Él finalmente llegó a ser el Cristo. Hechos 2:34-36 indica que en la ascensión de Cristo, Él fue hecho Señor y Cristo. Cuando nació, Él fue llamado Cristo (Mt. 1:16-18); pero treinta y tres años y medio después, cuando ascendió a los cielos, fue hecho Cristo. Por medio de la resurrección, Cristo logró Su consumación para llegar a ser el Cristo perfecto y completo, Aquel que es la mezcla de la divinidad con la humanidad.
Actualmente hay miles de “Cristos”. Estos Cristos se llaman cristianos. La palabra cristiano significa “una persona que pertenece a Cristo”. Como cristianos, pertenecemos a Cristo y somos Su complemento. Como quienes pertenecemos a Cristo, nosotros somos Cristo (1 Co. 12:12). Él es la mezcla de la divinidad con la humanidad, y nosotros también lo somos. Somos exactamente iguales a Él en vida y en naturaleza. Somos copias de Cristo, y estas copias son la mezcla de la Trinidad con la humanidad. Él es el modelo, el molde, y nosotros somos la producción en serie. La segunda y la cuarta estrofas de Himnos, #93 expresan el pensamiento de que somos la duplicación y reproducción de Cristo:
Por Tu muerte inclusiva Y por Tu resurrección Tú naciste como el Hijo Primogénito de Dios. Impartiste así Tu vida Por la regeneración, Nos hiciste Tus hermanos, Muchos hijos para Dios.
Somos Tu expresión, Tu Cuerpo, Plenitud y habitación, Tu excedente y Tu Novia, Tu total reproducción. Como aumento de Tu vida Somos Tu propagación; Eres Tú nuestra Cabeza Somos Tu continuación.
En el caso del Señor Jesús, la divinidad y la humanidad comenzaron a mezclarse en el momento de Su encarnación; pero en el caso de nosotros, Su producción en serie, esta mezcla comenzó en el momento de Su resurrección. En la resurrección todos fuimos mezclados con Dios y comenzamos a llevar una vida de tal mezcla. Esto fue el comienzo de la mezcla en realidad. Pero esta mezcla comenzó en el sentido práctico cuando fuimos regenerados. En aquel momento, Dios nació en nosotros. Debido a que Dios ha nacido en nosotros, ¡somos personas maravillosas! Todo cristiano apropiado es una persona maravillosa. No somos maravillosos en posesiones materiales, sino que somos maravillosos en Dios. No importa quiénes seamos, mientras seamos cristianos apropiados, somos personas maravillosas. Lo maravilloso de nosotros se basa en el hecho de que estamos mezclados con la Trinidad Divina por medio de Su impartición divina.
La mezcla realizada por la impartición divina en el momento de la encarnación del Señor llegó a su consumación en nueve meses. Pero es posible que la vida cristiana abarque un período de muchos años; por lo tanto, la impartición divina en nuestra vida cristiana continúa en nosotros todos los días, desde la mañana hasta la noche. Desde el momento de nuestra regeneración hemos venido disfrutando la impartición divina. De allí en adelante el curso completo de nuestra vida cristiana ha sido un período de la impartición de Dios. Esta impartición divina mezcla a Dios con nosotros. Si necesitamos santificación, necesitamos esta mezcla. Si nos es necesaria la victoria, necesitamos esta mezcla. Si necesitamos transformación, necesitamos esta mezcla. La regeneración, la renovación, la santificación, la transformación, la conformación y la glorificación son el fruto de la impartición divina.
Aunque hemos sido regenerados, en otro sentido todavía no hemos nacido. Apocalipsis 12:1-5 revela que una mujer, que representa a la totalidad del pueblo de Dios en la tierra, da a luz un hijo varón. Este hijo varón es un símbolo de los vencedores corporativos (2:26-27). Hoy estos vencedores han sido concebidos dentro de la mujer, pero todavía no han nacido. La regeneración fue el comienzo de Su concepción, pero la consumación de esta concepción será su nacimiento como vencedores corporativos, el hijo varón. En el presente aún están en el proceso de concepción, porque todavía necesitan recibir más impartición. Todos necesitamos recibir mucho más impartición. Maduraremos al recibir más de esta impartición. La madurez será el nacimiento verdadero, y este nacimiento será el fruto de la impartición divina.
Lucas 1:35 dice: “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso también lo santo que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Lo santo que nació de María fue llamado Hijo de Dios. “Lo santo” que se menciona en este versículo es Dios mismo, es decir, Cristo como corporificación de Dios. Nació de Dios, poseyendo la vida y naturaleza de Dios por medio de la impartición del Espíritu Santo. Aunque Cristo nació de María (Mt. 1:16), era hijo del Espíritu Santo. El nacimiento de Cristo provino directamente del Espíritu Santo (v. 20). Su fuente era el Espíritu Santo, y Su elemento era divino.
Algunas personas han pensado que la concepción no puede considerarse un nacimiento. Pero Mateo 1:20 dice claramente que lo engendrado en ella, era del Espíritu Santo. Desde el primer día que María concibió, Dios nació en ella. Dios se engendró en María mediante la impartición de la naturaleza de Dios por obra de Su Espíritu.
Primero, Dios se engendró en María mediante Su Espíritu; luego, una vez realizada la concepción, Dios nació con la naturaleza humana, para ser un Dios-hombre, y así poseer tanto divinidad como humanidad. Este Dios-hombre es Jesús, nuestro modelo.
Cristo vino por medio de la encarnación con Dios como realidad y gracia para impartirse en Sus creyentes. Juan 1:14 dice: “Y la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros [...] llena de gracia y de realidad”, y el versículo 17 dice: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. La ley no pudo venir, porque no tenía vida; así que, fue dada. Pero debido a que Él es una persona viviente, Jesús no fue dado, sino que vino al hombre, descendió al hombre, y vino trayendo algo consigo. Cristo vino por medio de la encarnación con Dios como realidad y como gracia.
La realidad es Dios obtenido por nosotros, y la gracia es Dios disfrutado por nosotros. Obtenemos a Dios y disfrutamos a Dios. Dios como gracia es Dios disfrutado por nosotros, y Dios como realidad es Dios obtenido por nosotros. Al obtener a Dios y disfrutarlo, con el tiempo disfrutamos toda Su plenitud.
De Su plenitud recibieron todos Sus creyentes, y gracia sobre gracia (v. 16). La gracia sobre gracia que hoy disfrutamos es un asunto de impartición. Nosotros disfrutamos y Él se imparte. Él se imparte para que le disfrutemos. Nuestro disfrute hoy es totalmente un asunto de la impartición del Dios Triuno en nosotros.
Esta impartición del Dios Triuno en nosotros sólo puede tener lugar por medio del Espíritu Santo en nuestro espíritu. Ésta es la razón por la cual debemos permanecer en nuestro espíritu. Cuando salimos de nuestro espíritu, debemos regresar rápidamente y quedarnos allí. En nuestro espíritu disfrutamos la impartición, y de la impartición recibimos la plenitud, todas las riquezas de lo que es el Dios Triuno.
En la encarnación, la impartición divina tuvo lugar principalmente para Cristo, la Cabeza; pero en la resurrección, la impartición divina tiene lugar principalmente para nosotros, el Cuerpo. La Cabeza y el Cuerpo son dos entidades maravillosas en el universo. La impartición en la encarnación ya se completó para la Cabeza, pero la impartición en la resurrección para el Cuerpo aún continúa en la actualidad.
Cristo como grano de trigo produjo, en Su resurrección, muchos granos a fin de impartir Su vida divina en Sus muchos creyentes para que fuesen Sus muchos miembros (12:24). Cristo era el grano de trigo. Él cayó en la tierra y murió, y luego creció. En este crecimiento tuvo lugar una especie de impartición mediante la cual muchos granos fueron producidos para ser los muchos miembros de Su Cuerpo. Anteriormente, entendíamos que los muchos granos eran el fruto de Cristo, el único grano de trigo. Pero no entendíamos que la producción de los muchos granos era totalmente un asunto de la impartición. Sin la impartición de la vida divina, los muchos granos no podrían haber sido producidos. Nosotros los muchos granos somos el fruto de la impartición de la vida divina que Cristo lleva a cabo en nuestro ser.
Dios el Padre nos regeneró a nosotros, los creyentes, mediante la resurrección de Cristo a fin de impartir Su vida divina en nosotros para que llegáramos a ser Sus muchos hijos (1 P. 1:3). La resurrección de Cristo fue una impartición. Nosotros los muchos granos fuimos producidos para ser los muchos miembros de Cristo. Siendo los muchos creyentes, nacimos para ser los muchos hijos de Dios. La producción de los muchos granos y la regeneración de los muchos hijos fueron llevadas a cabo por el mismo proceso de la impartición divina.
Cristo como postrer Adán llegó a ser, en Su resurrección, el Espíritu vivificante a fin de impartir la vida divina para hacer germinar a los creyentes neotestamentarios a fin de que éstos lleguen a ser la nueva creación de Dios (1 Co. 15:45). En la resurrección de Cristo, todos nosotros los pecadores hemos llegado a ser tres cosas: los muchos granos, los muchos hijos y la nueva creación (2 Co. 5:17). Los muchos granos son los muchos hijos, y los muchos hijos son la nueva creación. Estos tres asuntos se deben a la impartición de la vida y la naturaleza divinas en nosotros. Gracias a dicha impartición, llegamos a ser los miembros del Cuerpo de Cristo, los muchos hijos de la familia de Dios y la nueva creación. Anteriormente, vimos que somos los muchos miembros del Cuerpo de Cristo, los muchos hijos en la familia de Dios y la nueva creación; pero no vimos muy claramente que el punto crucial acerca de estos tres asuntos es la impartición de la divinidad en la humanidad. Hoy en día esta impartición todavía está en marcha.