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Mensajes del libro «Línea central de la revelación divina, La»
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La línea central de la revelación divina

LA ECONOMÍA DIVINA Y LA IMPARTICIÓN DIVINA

MENSAJE VEINTICUATRO

EN EL CUMPLIMIENTO DE LA PLENA REDENCIÓN Y SALVACIÓN QUE DIOS EFECTÚA EN CRISTO

(4)

  Lectura bíblica: Tit. 3:5b; Ro. 6:4; 8:2a, 6b, 9-11; 12:2b; Ef. 4:23; 2 Co. 4:16; 5:17; Gá. 6:15; Ap. 21:2, 9-11

  Esta serie de mensajes tiene que ver con la economía divina y la impartición divina en el cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo. La redención es diferente de la salvación; es un aspecto de la salvación de Dios. En Éxodo 12 la pascua tipificaba la salvación que Dios nos otorga. La pascua se basaba en la redención de Dios y llevó a cabo Su salvación. En 1 Corintios 5:7 Pablo dijo que el Señor Jesús es nuestra Pascua. En la versión China Unida del Nuevo Testamento, los traductores agregaron la palabra cordero a la palabra Pascua, lo cual hace que el versículo diga: “Porque nuestro Cordero pascual, que es Cristo, fue sacrificado”. En realidad, la palabra cordero no debió haberse añadido. Cristo no sólo es el Cordero; Él es toda la Pascua. Por supuesto, el elemento principal de la pascua es el cordero. Así que, sin el cordero no puede haber pascua.

  El cordero de la pascua principalmente se componía de dos partes: la sangre y la carne. Primero los israelitas disfrutaron la cubierta de la sangre del cordero. Esa cubierta fue su redención. A los ojos de Dios, los israelitas eran tan pecaminosos como los egipcios. Por lo tanto, los primogénitos, que representaban a todas las familias de los egipcios y también de los israelitas, habían de ser muertos por Dios. En la noche de la primera pascua, Dios tenía la intención de matar a todos los primogénitos por toda la tierra de Egipto, y también quería rescatar a Su pueblo, sacándolo de Egipto. Para liberar de Egipto a Su pueblo, Dios les dijo a los israelitas que tomaran un cordero por familia y pusieran la sangre en los dos postes de la puerta y en el dintel de las casas (Éx. 12:3-7). Cuando el ángel de la muerte vino para matar a todos los primogénitos por toda la tierra de Egipto, vio la sangre rociada en las puertas de los israelitas, y pasó por encima de sus casas (vs. 12-13, 23). Este aspecto de la Pascua tipifica la redención. La sangre derramada por el cordero era la sangre redentora, la cual redimió de la sentencia de muerte a todos los primogénitos de Israel. Puesto que los primogénitos representaban a todos los israelitas, la redención de todos los primogénitos significa que todo el linaje de Israel fue redimido por Dios. Esta redención se llevó a cabo por medio de la sangre del cordero y no por su carne.

  Dios mandó a los hijos de Israel que comieran la carne del cordero mientras estaban en sus casas bajo la sangre rociada. Habían de comerla asada al fuego, y también tenían que comer panes sin levadura y hierbas amargas (v. 8). Dios les recetó tal dieta sana, que constaba de carne (la vida animal), pan (la vida vegetal) y hierbas (una ensalada). Ninguno de estos elementos estaba relacionado con la redención, porque los hijos de Israel ya habían sido redimidos por la sangre. La carne del cordero, los panes sin levadura y las hierbas amargas les fueron dados para fortalecerlos, satisfacerlos y llenarlos a fin de que tuvieran las energías para huir de Egipto. Por lo tanto, estas cosas tenían como fin la salvación de ellos.

  La salvación que los hijos de Israel experimentaron también incluyó todos los milagros realizados por el Señor. En estos milagros Dios ejerció Su brazo de poder para destruir a Egipto al herir a Faraón, su país y su ejército. Estos milagros no formaban parte de la redención, sino de la salvación. Esta salvación también era Cristo como Ángel de Jehová, quien conducía a los hijos de Israel en su salida de Egipto, y se movió hacia atrás para protegerlos del ejército egipcio que los perseguía (14:10, 19). Además, incluyó la columna de fuego durante la noche y la columna de nube durante el día. La carne del cordero pascual, los panes sin levadura, las hierbas amargas, los milagros, el Ángel de Jehová, la columna de fuego y la columna de nube fueron los elementos que constituyeron la salvación que Dios proveyó para los hijos de Israel.

  En su totalidad la salvación efectuada por Dios incluye la redención. El hecho de que Israel fuese rescatado y saliera de Egipto en el día de la pascua implica tanto la salvación como la redención realizada por Dios. Por una parte, la redención los salvó de la muerte bajo el juicio de Dios. Por otra, los milagros realizados por Dios en Egipto, la carne del cordero, los panes sin levadura con las hierbas amargas, el Ángel de Jehová, la columna de fuego y la columna de nube los salvaron de la esclavitud egipcia. Sumados, estos elementos equivalen a la salvación de Dios.

  Muchos cristianos frecuentemente confunden la redención y la salvación. La regeneración que el Espíritu Santo lleva a cabo es la salvación, pero se basa en la redención. La regeneración necesita una base. Dios es santo, justo y puro, pero nosotros somos sucios, mundanos e injustos. Dios puede regenerar a tales personas sólo por medio de Su redención. Así que, antes que Dios nos regenerara, Cristo murió en la cruz y derramó Su sangre para lavarnos y limpiarnos de nuestros pecados. No sólo fuimos lavados y limpiados, sino también perdonados y justificados. Por medio de la redención, fuimos hallados justos a los ojos de Dios, de modo que Él pudo regenerarnos. Por lo tanto, la regeneración se llevó a cabo sobre la base de la obra redentora de Dios. La regeneración de la salvación se basa en la sangre de la redención.

VII. EN LA RENOVACIÓN DE LOS CREYENTES REALIZADA POR EL ESPÍRITU SANTO

  En los mensajes anteriores hablamos de seis elementos de la economía divina y la impartición divina en el cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo. Estos elementos incluyen la encarnación de Cristo (Jn. 1:14), la resurrección de Cristo (12:24; 1 P. 1:3), la infusión del Espíritu esencial en los creyentes por el soplo del Señor (Jn. 20:22), el derramamiento del Espíritu económico sobre los creyentes (Hch. 2:17, 33; 10:45; Tit. 3:6), la regeneración de los creyentes (1 P. 1:3) y la santificación subjetiva de los santos (Ro. 6:19, 22). De estos seis elementos, cuatro proceden del lado de Dios, y dos tienen que ver con los creyentes. Por el lado de Dios, tenemos la encarnación de Cristo, Su resurrección, la infusión del Espíritu esencial en los creyentes por el soplo del Señor y el derramamiento del Espíritu económico sobre los creyentes. Por el lado de los creyentes, tenemos la regeneración de los creyentes y la santificación subjetiva de los santos.

  Por el lado de los creyentes, el primer paso de la impartición de Dios es la regeneración. Dios nos regeneró porque quería que tuviéramos Su vida. La manera de obtenerla es la impartición de Dios. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, creímos en Él. Inmediatamente, fuimos lavados de nuestros pecados, perdonados y justificados a los ojos de Dios. Al mismo tiempo, Dios como Espíritu entró en nosotros para impartir Su vida en nuestro ser. Impartir es repartir. Dios se impartió en nosotros repartiéndose a nuestro ser como vida divina. Así que, la regeneración es la primera experiencia que tenemos de la impartición de Dios.

  Después de la regeneración, todos necesitamos ser santificados, no objetivamente sino subjetivamente, en nuestra manera de ser. En la santificación de nuestra manera de ser, Dios imparte Su naturaleza santa como elemento en nuestro ser. Cuando este elemento nos es añadido, llega a ser nuestra santidad. Dios no necesita trabajar mucho en nosotros. Simplemente pone Su naturaleza, el elemento divino, en nuestro ser, y esta naturaleza obra en nosotros. Somos santificados por la naturaleza santa de Dios impartida en nosotros. Por el lado de los creyentes, éste es el segundo paso en el cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo.

  La renovación de los creyentes por el Espíritu Santo (Tit. 3:5b) es el tercer paso de la economía divina y la impartición divina en el cumplimiento de la plena redención y salvación que Dios efectúa en Cristo. Dios creó al hombre de una manera pura con el propósito de entrar en él, de modo que como un vaso el hombre lo contuviera. Pero antes que Dios pudiera entrar en el hombre, Satanás intervino para dañarlo con el pecado. De esta manera, el hombre quedó sucio, e inmediatamente se envejeció. La vejez del hombre no se debió a su antigüedad. El hombre envejeció por la suciedad del pecado.

  En Génesis 4 Caín mató a su hermano Abel (v. 8). Hoy en día el asesinato y el robo son muy comunes. Esto no parece raro hoy porque el hombre ha estado en la tierra varios miles de años, y su condición ha ido de mal en peor. Pero Caín, que pertenecía a la segunda generación de la humanidad, no era viejo con respecto al tiempo. Se envejeció por el pecado.

  Todas las madres aman a sus niños, pero con el tiempo toda adorable criatura se vuelve un poco desagradable. Ninguna madre enseña a su niño a mentir, pero después de algún tiempo, todo niño miente. No aprendió a mentir, sino que nació así. Todo niño es “sucio” de nacimiento. Por lo tanto, hasta un niño recién nacido es viejo. Ser viejo es ser pecaminoso. Todas las personas que hay en la tierra son pecaminosas y por lo tanto viejas. Así que, todos necesitamos ser regenerados para recibir otra vida a fin de tener un nuevo comienzo.

  Luego necesitamos ser santificados. Todos estamos involucrados con el mundo. Al viajar, he encontrado que todos los jóvenes son iguales en su amor por el mundo, no importa su linaje o su nacionalidad. Nunca se les enseñó amar al mundo, pero espontáneamente saben hacerlo. Debido a esto los jóvenes son viejos. Todos ellos necesitan ser santificados subjetivamente.

  No obstante, la santificación sola es insuficiente. Después de ser santificados, necesitamos ser renovados. En el sentido bíblico la renovación ocurre cuando un nuevo elemento es añadido a nuestro ser para reemplazar al viejo elemento y desecharlo. Este proceso se llama metabolismo. Para tener tal renovación metabólica, otro elemento debe añadirse a nuestro ser. En todo el universo sólo Dios puede ser tal elemento nuevo que es añadido a nuestro ser para reemplazar el elemento viejo. Así que, necesitamos recibir a Dios en nuestro interior para ser renovados.

  Cada parte de nuestro ser es vieja, sucia y pecaminosa. Debido a que nuestra mente es vieja, sucia y pecaminosa, durante el día tenemos muchos pensamientos que no nos atrevemos expresar. Todas las partes de nuestro ser necesitan ser renovadas. No sólo necesitamos ser lavados; necesitamos ser renovados. El lavamiento sólo quita la suciedad, pero no introduce un nuevo elemento en nosotros. Sólo la renovación llevada a cabo por Dios introduce un nuevo elemento.

  Algunos de los maestros y filósofos de la ética, como por ejemplo Confucio, les enseñaron a sus seguidores que debían ser renovados. No obstante, las personas que recibían sus enseñanzas tenían que renovarse por su propia cuenta. Esas personas recibieron muchas enseñanzas acerca de la renovación, pero no recibieron un elemento que las pudiera renovar. Sin embargo, la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la renovación recalca que el Espíritu Santo lleva a cabo tal renovación. Esta renovación no consiste en que el Espíritu Santo intente mejorarnos. Éste es el concepto natural y humano. El Espíritu Santo nos renueva al infundirse e impartirse en nosotros.

  En mi juventud aprendí las enseñanzas éticas de la China. Con el tiempo, acudí a la Biblia. Al estudiar la Biblia, los pensamientos de las éticas chinas me perturbaban. Descubrí que la ética no da resultado. Sólo el Espíritu produce resultados. En realidad, Él no hace un trabajo; simplemente se añade como elemento a nuestro ser.

  La renovación realizada conforme al Nuevo Testamento se lleva a cabo por la adición de un nuevo elemento en el ser interior de los creyentes. La química es principalmente una obra de combinar varios elementos para obtener cierto compuesto. Así que, la química depende de los elementos. Cuando se combinan dos elementos, ocurre cierta reacción. Ésta es la acción de la química, y también un cuadro de la renovación por el Espíritu.

  Dios es sabio. No hizo mucho trabajo, sino que simplemente puso Su elemento divino como vida en nuestro interior. Este elemento divino es Dios mismo consumado para ser el Espíritu vivificante que mora en nosotros. Como Espíritu, Él nos da vida. Esta vida es un fuerte elemento divino. El elemento de Dios, el elemento más fuerte, es el elemento de vida. Que Dios pusiera Su vida en nosotros no es cosa insignificante.

  La Biblia usa el injerto como ejemplo del proceso orgánico de la renovación. Cuando una rama de cierto árbol es injertada en otro, una vida es puesta en otra. Estas dos vidas son dos elementos. Cuando estos dos elementos se juntan, tiene lugar una reacción bioquímica. Esto es algo orgánico; se trata de una obra externa.

  En Juan 15 el Señor Jesús dijo que Él es la vid verdadera y que nosotros somos los pámpanos (vs. 1, 5). En Romanos 11 Pablo dijo que nosotros los gentiles no somos las ramas naturales de la vid (v. 24), sino que éramos ramas del olivo silvestre (v. 17). Un día la misericordia de Dios llegó hasta nosotros, nos trasladó a Cristo, y fuimos injertados en Él. Mediante tal injerto, otro elemento entró en nosotros.

  Espero en el Señor que en Su iglesia todos nosotros aprendamos a enseñar estas cosas. Enseñar a los esposos a amar a sus esposas e instruir a las esposas a someterse a sus maridos no surte efecto. Necesitamos enseñar a otros cómo experimentar a Dios como el elemento divino que se imparte en ellos. Cuando los esposos tengan más del Dios impartido en ellos, ciertamente amarán a sus esposas. Hasta amarán a sus enemigos. Ésta es la renovación. Día tras día no sólo necesitamos limpieza, lavamiento y purificación, sino que también necesitamos la renovación que se lleva a cabo mediante la impartición del Espíritu Santo.

A. El Espíritu de Dios

  El Espíritu Santo es el Espíritu de Dios (Ro. 8:9a). Cuando Él entra, Dios entra. El Espíritu Santo imparte a Dios como este elemento interno.

B. El Espíritu de Cristo

  El Espíritu Santo también es el Espíritu de Cristo (v. 9b). Si Cristo no fuera el Espíritu, no podría entrar en nosotros. Según Romanos 8:9, el Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo. Así que, cuando el Espíritu de Cristo entra en nosotros, Cristo mismo entra. Cuando tenemos a Cristo, tenemos a Dios como este elemento interno.

C. El Espíritu de vida

  El Espíritu Santo también es el Espíritu de vida (v. 2a). Dios, Cristo y la vida son uno. Son tres en uno. Dios es Cristo, y Cristo es la vida (Jn. 11:25; 14:6). Esta vida simplemente es el Espíritu. Por lo tanto, el Espíritu es llamado “el Espíritu de vida”.

D. El Espíritu que mora en nosotros

  El Espíritu Santo también es el Espíritu que mora en nosotros (Ro. 8:11a). ¡Qué maravilloso es esto! No diga que porque es una persona mala no es digno de que el Espíritu more en usted. No hay ninguno bueno (3:12), sino sólo Dios (Mt. 19:17). Todos somos malos; por lo tanto, todos podemos recibir a Dios. Necesitamos a Dios, necesitamos a Cristo y necesitamos la vida. Ahora, el Espíritu, quien es Dios, Cristo y la vida, mora en nosotros. Él es el Espíritu vivificante que mora en nosotros. El que Él nos dé vida significa que nos imparte vida. Puedo dar testimonio de que en casi cada momento de cada día, el Espíritu que mora en mí está en mi interior impartiendo vida.

E. El Espíritu que da vida

  El Espíritu Santo como Espíritu que mora en nosotros también es el Espíritu que da vida.

1. Al espíritu de los creyentes

  El Espíritu que mora en nosotros primero da vida al espíritu de los creyentes (Ro. 8:10). Tenemos tres partes: espíritu, alma y cuerpo (1 Ts. 5:23). Cuando el Espíritu da vida a nuestro espíritu, nuestro espíritu es regenerado (Jn. 3:6).

2. A la mente de los creyentes

  Luego, el Espíritu da vida a la mente de los creyentes (Ro. 8:6b). En Romanos 8 la mente se menciona en lugar del alma porque la parte principal, la parte dirigente, del alma es la mente. En el Nuevo Testamento la mente equivale al alma. En la renovación de los creyentes, el primer paso es dar vida a su espíritu, y el segundo es dar vida a su alma.

3. Al cuerpo de los creyentes

  Finalmente, el Espíritu da vida a nuestro cuerpo (v. 11b). Pablo llama a nuestro cuerpo el cuerpo mortal. Esto significa que nuestro cuerpo está muriendo. Cuanto más vivimos, más cercanos estamos de la muerte. Cuando terminamos la vida, morimos. Hoy en día somos personas moribundas. Pero, aunque estemos muriendo, tenemos al Viviente: Dios, Cristo y el Espíritu. Estamos muriendo, pero Él está vivo. Como hombre anciano, frecuentemente he preguntado al Señor hasta cuándo quiere que yo viva. Hasta aquí no he recibido la respuesta. Pero muera cuando muera, tengo a Dios, a Cristo y al Espíritu en calidad de factor de vida en mí.

  Hoy en día tenemos la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19). Esta abundante suministración del Espíritu de Jesucristo es nuestra salvación, y Él es la fuente de la impartición que disfrutamos cada momento. Este Espíritu que nos abastece es el Impartidor. Su suministro es Su impartición. Él continuamente imparte en nosotros nada menos que a Dios, a Cristo y la vida. Esta impartición introduce en nosotros el nuevo elemento para reemplazar nuestro viejo elemento y desecharlo de nuestro ser. Esto no sólo nos hace un nuevo hombre, sino también una nueva creación (2 Co. 5:17). Mediante tal impartición, seremos hechos totalmente nuevos.

F. En la mente de los creyentes

  La renovación de los creyentes realizada por el Espíritu Santo tiene lugar principalmente en la mente de los creyentes. Romanos 12:2 dice: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. La renovación tiene como fin la transformación. La renovación comienza en nuestra mente. La parte de nuestro ser que más necesita renovación es nuestra mente. Nuestra mente nos dirige. Todo lo que pensamos, lo hacemos; todo lo que pensamos, lo decimos; todo lo que pensamos, lo expresamos. Nuestra mente es el director. Por esta razón, Dios desea tocar nuestra mente. Antes de tocar la mente, Él tocó nuestro espíritu y fuimos regenerados; fuimos vivificados en nuestro espíritu. Pero nuestra mente sigue siendo un problema; así que, Dios sigue tocando nuestra mente a fin de renovarla.

G. En el espíritu de la mente de los creyentes

  La renovación de los creyentes por el Espíritu Santo también tiene lugar en el espíritu de la mente de los creyentes (Ef. 4:23). Un día nuestra mente llegará a ser la mente del espíritu. Esto significa que finalmente nuestro espíritu entrará en nuestra mente. En Romanos 8:6 Pablo dijo: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Una vida cristiana adecuada es una vida en que siempre volvemos nuestra mente al espíritu.

  Como seres humanos, todos tenemos parientes: esposos, hijos, padres, hermanos y hermanas. También tenemos vecinos, amigos, compañeros de clase y así sucesivamente. Debido a que tenemos tantas relaciones, es fácil enredarnos y tener conflictos. Tal vez no nos gusten algunos de nuestros parientes, y tal vez nuestros parientes no nos amen a nosotros. Esto causa problemas, y si vivimos en la misma casa, tales problemas pueden mantenernos en la mente todo el día. Nuestra mente puede estar ocupada todo el día con pensamientos acerca de otros. Cuanto más pensamos en otros, peores parecen ser. Si usted piensa en su esposa desde la mañana hasta el anochecer, ciertamente discutirá con ella. Pero si vuelve la mente al espíritu, después de unos cuantos minutos, usted dirá: “¡Alabado sea el Señor!”. Antes de volverse al espíritu, tal vez pensaba que todos estaban equivocados y que sólo usted tenía razón. Pero después de volver al espíritu, cree que todos tienen razón y que es usted el que no tiene la razón.

  Debemos poner nuestra mente en el espíritu (v. 6). Cuando ponemos la mente en la carne, experimentamos la muerte. La muerte incluye cosas tales como el odio, las tinieblas, el vacío, la debilidad y la insatisfacción. Todos éstos son elementos de la muerte. No tener paz o sentirse interiormente en tinieblas denota la muerte. Éstas son indicaciones de que hemos puesto la mente en la carne. Debemos examinar si tenemos el sentir de muerte o el sentir de vida. Si percibimos la vida, entonces nuestra mente está puesta en el espíritu. Si percibimos la muerte, nuestra mente está puesta en la carne. Si nuestra mente está puesta en la carne, padeceremos de odio, de insatisfacción y de varias otras cosas negativas. Por lo tanto, debemos volver nuestra mente al espíritu.

  Cuando estamos carentes del espíritu, estamos carentes de la impartición. Cuando ponemos la mente en el espíritu, nuestra mente y espíritu están conectados. Esto es semejante a activar la electricidad. Una vez activada, la corriente fluye. De la misma manera, cuando nuestra mente está puesta en el espíritu, la impartición del elemento divino fluye de continuo. Cuando permanecemos en nuestro espíritu con nuestra mente puesta en el espíritu, disfrutamos la renovación. Esta renovación no sólo nos mantendrá limpios y nos purificará, sino que también nos renovará para guardarnos de envejecer.

H. El Espíritu imparte la novedad de la vida de resurrección de Cristo en el ser interior de los creyentes

  El Espíritu renueva a los creyentes al impartir la novedad de la vida de resurrección de Cristo en el ser interior de los creyentes (6:4). La impartición del Espíritu suministra el elemento de la vida de resurrección de Cristo en nuestro ser. Esto es lo que necesitamos todos los días. La razón por la cual oramos, leemos la Palabra y oramos-leemos la Palabra es que tenemos necesidad de que el Espíritu continuamente imparta el elemento de la vida de resurrección de Cristo en nuestro ser. Cuando recibimos tal impartición, nuestra necesidad es satisfecha en todo aspecto.

1. Por medio del entorno que consume a los creyentes

  El Espíritu imparte el elemento de la vida de resurrección de Cristo en el ser interior de los creyentes por medio del entorno que los consume (2 Co. 4:16). Nuestro hombre exterior se desgasta, es decir, es consumido. El entorno que nos rodea nos consume. El esposo consume a la esposa, la esposa consume al esposo, los padres consumen a los hijos y los hijos consumen a los padres. Los compañeros de cuarto también se consumen el uno al otro. Un par de zapatos nuevos, un corte de cabello o también la buena salud puede consumirnos. Todo lo que nos rodea, nos consume.

  El Señor es soberano. No necesitamos preocuparnos. Simplemente debemos seguir teniendo contacto con Él y abriéndole nuestro ser. Él está en nosotros para impartir en nosotros a Dios, a Cristo, la vida y al Dios consumado en calidad de Espíritu. De esta manera somos renovados y llegamos a ser una nueva creación. Me alegro de haber estado bajo el entorno que me consume durante muchos años. Este proceso me ha proporcionado mucha renovación. Por el entorno que nos consume, el hombre exterior se desgasta, pero el hombre interior se renueva.

2. Hace que los creyentes sean la nueva creación en un sentido práctico

  Esta renovación hace que los creyentes sean la nueva creación en un sentido práctico (5:17; Gá. 6:15). En 2 Corintios 5:17 se nos dice: “Si alguno está en Cristo, nueva creación es”. Ésta es una declaración, pero no es muy práctica sino hasta que hayamos sido consumidos. Después de ser consumidos hasta cierto punto, llegamos a ser, al menos en parte, una nueva creación. Cuanto más permanezcamos en el Señor, más consumidos seremos. Este proceso de ser consumidos nos ayuda a ser una nueva creación en el sentido práctico.

3. Tiene su consumación en la Nueva Jerusalén

  La renovación de los creyentes realizada por el Espíritu Santo tendrá su consumación en la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2, 9-11). En la ciudad santa, la Nueva Jerusalén, no habrá barro ni polvo. La Nueva Jerusalén será una entidad compuesta de oro, perlas y piedras preciosas. Estos tres materiales preciosos no son barro; por lo tanto, no producen polvo. Pero hoy en día todos los seres humanos, incluyendo a los cristianos, todavía son muy “polvorientos”. Mientras nuestro cuerpo no haya sido transfigurado, todavía estaremos polvorientos. Debido a que todavía somos barro, cuanto más permanecemos juntos, más polvo producimos. Pero cuando entremos en la Nueva Jerusalén, seremos perlas y piedras preciosas. Ése será el resultado de la renovación realizada por el Espíritu, quien es la consumación del Dios Triuno.

  Hoy en día nuestro Dios es un Dios consumado, un Dios procesado, el Espíritu mismo. Este Espíritu mora en nosotros para impartir a Dios en nuestro ser durante todo el día. El elemento que Él imparte en nuestro ser reemplaza a nuestro elemento viejo y lo desecha. De esta manera no sólo experimentamos un cambio, sino también una renovación. No somos simplemente lavados y purificados; somos renovados. Las cosas viejas pasan, y el nuevo elemento entra para reemplazar el elemento viejo. En esto consiste la renovación.

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