
Lectura bíblica: Gn. 2:8-24; Ap. 22:1-2a; Jn. 7:38-39; Ro. 5:14b; 1 Co. 15:45; Ef. 5:25-32; 1:22-23; Ap. 19:7; 21:2, 9b-10, 18-21
Oración: Señor, cuánto te agradecemos que nuevamente podemos venir contigo a Tu Palabra. Confiamos en Tu presencia. Cuánto te agradecemos que en la tierra haya un libro como la Biblia. Ahora, Señor, queremos ver los secretos que están en esta Palabra, y por medio de esta Palabra queremos ver Tu corazón, el deseo de Tu corazón, Tu beneplácito, e incluso Tu propósito, Tu consejo, Tu voluntad. Finalmente, quisiéramos llegar a Tu economía. Señor, muéstranos todos estos secretos. No queremos ser ciegos; no queremos permanecer en las tinieblas. Quítanos todos los velos. Quita todo lo que ya entendemos. Oh, Señor Jesús, vacíanos. Haznos pobres en nuestro espíritu para que recibamos algo nuevo. No sabemos mucho; sólo sabemos un poco. Señor, perdónanos. Perdona nuestra terquedad. Señor, pedimos que nos des la palabra. No confiamos en nosotros mismos, en nuestro hablar ni en nuestra habilidad. Señor, necesitamos que Tu sangre nos lave, nos limpie, de todo lo que esté en contra Tuya. Cúbrenos de todo el engaño del enemigo, también de sus ataques. Señor, somos uno contigo. Señor, sé uno con nosotros, e incluso sé un espíritu con nosotros. Amén.
Génesis 2 nos provee un cuadro específico de cómo Dios creó al hombre. Dios lo creó formando su cuerpo del polvo de la tierra y soplando en su nariz aliento de vida (v. 7). Después de ser creado, el hombre fue puesto en el huerto del Edén (v. 8) frente a dos árboles (v. 9): el árbol de la vida, el cual simboliza a Dios, a quien el hombre debe tomar como su vida de dependencia (v. 16), y el árbol del conocimiento del bien y del mal, que simboliza a Satanás como el conocimiento (del bien y del mal) de independencia, lo cual produce la muerte (v. 17). En el huerto también había un río que se repartía en cuatro brazos, lo cual representa el fluir de Dios como vida para producir tres materiales preciosos (vs. 10-14; Ap. 22:1-2a; Jn. 7:38-39): el oro, que representa la naturaleza de Dios el Padre (Gn. 2:11b-12a), el bedelio (formado de una resina fragante), que representa a Dios el Hijo en Su obra redentora (v. 12b) y el ónice (una piedra preciosa), que representa a Dios el Espíritu en Su obra transformadora (v. 12c).
Después de esto, Dios hizo que todos los seres vivientes que había creado pasaran delante de Adán para ver cómo los llamaría. No obstante, Adán no pudo encontrar ninguno que lo complementara a él (vs. 19-20). Por lo tanto, Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán, tomó una de sus costillas y de esa costilla edificó una mujer (v. 22). Luego, Dios la trajo al hombre, y Adán dijo: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos, / y carne de mi carne” (v. 23). La mujer era el complemento apropiado para Adán, y los dos fueron una sola carne (v. 24). Dios hizo al hombre en cierta manera e hizo a la mujer en otra. Al hacer al hombre, Dios formó su cuerpo de un pedazo de barro, sopló en ese barro aliento de vida e hizo que fuera alma viviente. Al hacer a la mujer, Dios hizo dormir al hombre, y a partir de una costilla del costado de éste edificó una mujer. El hombre fue hecho de dos materiales, el barro y el aliento de vida que procede de la boca de Dios, pero la mujer fue edificada de un solo material, la costilla extraída del costado del hombre.
Al final de la Biblia se revela una ciudad maravillosa, una ciudad de oro que tiene doce puertas de perla y un cimiento de piedras preciosas. En los primeros días de nuestra predicación del evangelio, nos referíamos a esta ciudad como a una mansión celestial y animábamos a la gente a creer en Jesús para que pudiesen huir del lago de fuego e ir a esta mansión. Sin embargo, con el tiempo vimos que esa ciudad maravillosa no era una mansión celestial. Apocalipsis 21:10 dice que Juan vio la ciudad santa “que descendía del cielo, de Dios”. En aquel día, si vamos al cielo, encontraremos que la “mansión” ha descendido a la tierra. Esta revelación nos hizo comenzar a ver el verdadero significado de la Nueva Jerusalén (véase Hymns, #971-985). Con el tiempo vimos que el final y el comienzo de la Biblia se reflejan mutuamente. En Génesis 2 se encuentra un huerto con un árbol y un río que fluye, y también se ven materiales preciosos. Además, se encuentra un hombre que se casa con su novia. En Apocalipsis 21 y 22 están las mismas cosas, pero el huerto ha llegado a ser una ciudad. En el principio existía un huerto, no algo edificado, sino algo natural y creado por Dios. Al final de la Biblia, sin embargo, el huerto ha sido transformado en una ciudad. En esta ciudad también se encuentran el árbol de la vida y el río (22:1-2). Esta ciudad está edificada con oro, perla y piedras preciosas, los cuales son los mismos materiales mencionados en Génesis 2. Además, la ciudad misma es la novia, y el Dios Triuno en el Cordero es el Esposo (21:9-10). Son una pareja universal.
De entre los grandes escritores que han existido en la historia de la iglesia, muy pocos han escrito conforme a esta revelación. El hermano Nee nos ayudó hasta cierto punto a ver esta revelación. Tersteegen, un escritor alemán de varios siglos atrás, indicó que la Nueva Jerusalén es una entidad compuesta de los amados creyentes, y el hermano T. Austin-Sparks también indicó que la Nueva Jerusalén no es una ciudad física y que todo lo que estaba en Génesis 2, incluyendo el árbol de la vida y el río, son símbolos. Dijo que todas estas cosas se refieren a las cosas divinas. Debido a que las cosas divinas son espirituales y misteriosas, la mente humana no las puede entender. Por lo tanto, Dios usó símbolos para simbolizarlas o representarlas. Es lo mismo con respecto a la Nueva Jerusalén. Apocalipsis 1:1b dice: “La declaró en señales enviándola por medio de Su ángel a Su esclavo Juan”. El Señor Jesús le habló a Juan con señales, y no con palabras claras. Por lo tanto, el libro de Apocalipsis contiene muchas señales. La primera señal consiste en los candeleros, que representan a las iglesias locales (1:12). Otra señal es el Cordero (5:6), que representa al Señor Jesús. La ciudad que se ve en Apocalipsis 21 y 22 también es un símbolo, una señal. Así que, es necesario estudiar su significado. Hemos estudiado la Nueva Jerusalén más de treinta años, y poco a poco hemos recibido una revelación. Hemos visto que la Nueva Jerusalén es el deseo del corazón de Dios. Dios desea obtener tal ciudad, y todos estaremos en esa ciudad santa. En realidad, ya hemos sido edificados en la ciudad, porque los nombres de los doce apóstoles, quienes son nuestros representantes, están inscritos en los doce cimientos (21:14). Además, los nombres de las doce tribus de Israel están inscritos en las doce puertas de la ciudad (v. 12). A nuestro parecer, la edificación de la Nueva Jerusalén todavía no se ha cumplido, pero a los ojos de Dios, la edificación se concluyó aun antes de la creación del mundo. Con respecto a Dios, sólo hay eternidad; no hay tiempo. Así que, la mayoría de los verbos usados en el libro de Apocalipsis están escritos en tiempo pasado. A los ojos de Dios, todo lo relacionado con la edificación de la Nueva Jerusalén ya se ha completado.
Génesis 2 habla acerca del material precioso de bedelio, mientras que Apocalipsis 21 menciona la perla en lugar del bedelio (v. 21). En Génesis 2 no existía el pecado, así que, no había necesidad de redención. Sin embargo, después de Génesis 2, entró el pecado. El bedelio es una resina fragante que proviene de un árbol. En contraste, la perla es una sustancia formada de la secreción del jugo vital de una ostra herida, un animal. Si no necesitáramos la redención, no tendríamos necesidad de la vida animal y su sangre. Sólo necesitaríamos que la vida vegetal nos sustentara. Sin embargo, debido al pecado necesitamos redención, y la redención requiere la sangre de la vida animal.
Hablando de la Nueva Jerusalén, Apocalipsis 21:23 dice: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara”. La Nueva Jerusalén no tendrá necesidad de luz natural porque nuestro Dios Triuno no sólo es nuestra luz, sino también nuestra lámpara. Si tenemos luz sin tener una lámpara, la luz no tiene una forma adecuada. Podemos usar la electricidad como ejemplo de esto. La electricidad produce luz, pero la luz está en un bombillo. Sin el bombillo, la electricidad en sí puede dañarnos. Cristo es la lámpara, y Dios dentro de Él es la luz. Esto significa que el Dios Triuno es nuestra luz, y tiene una forma adecuada en Su corporificación, el Hijo. El principio es el mismo con respecto al candelero. El candelero mismo es la forma, y dentro del candelero está el aceite ardiente. Además, hay siete lámparas en un solo candelero (Éx. 25:37; Zac. 4:2; Ap. 4:5) para expresar la luz, y las lámparas contienen la luz que el candelero emite. Hoy en día nuestra luz no sólo es Cristo, sino Cristo en calidad de lámpara en la que Dios es la luz.
Apocalipsis 22:3 también habla del “trono de Dios y del Cordero”. Dios y el Cordero están sentados en un solo trono. No están sentados lado a lado; más bien, uno está sentado dentro del otro. Dios se sienta en el Cordero, y el Cordero se sienta en Dios. Dios y el Cordero son coinherentes; son uno. Son una sola luz, y son una sola entidad sentada en un solo trono.
Al crear al hombre, Dios usó el barro para formar el cuerpo del hombre como órgano externo y físico que tendría conciencia de las cosas físicas para que el hombre tuviera contacto con el mundo físico. Luego, Dios sopló en ese cuerpo Su aliento de vida; este aliento llegó a ser el órgano interno del hombre, su espíritu. La combinación del cuerpo y el espíritu produjo la persona psicológica del hombre, es decir, el alma. El espíritu como órgano interno y espiritual es más elevado que el cuerpo como órgano físico del hombre, puesto que el espíritu está compuesto del aliento de Dios. El aliento de Dios no es Dios mismo, pero es algo muy parecido a Él. Proverbios 20:27 dice: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, / que escudriña lo más profundo del ser”. El aliento que salió de la boca de Dios llegó a ser el espíritu del hombre, el cual es la lámpara de Dios que brilla en nosotros para Dios. Como hombres, tenemos dos órganos, el físico y el espiritual, y nosotros mismos somos almas vivientes, o sea, personas vivientes.
El deseo de Dios no era simplemente tener un hombre como alma viviente que tiene un cuerpo de barro y un espíritu humano formado del aliento de Dios. Esto no puede satisfacer a Dios, porque el pensamiento central de Dios es que Él sería uno con el hombre (Himnos, #451). En el huerto del Edén, Dios todavía no era uno con Adán. Dios era Dios, y Adán era Adán. A fin de llevar a cabo Su deseo, Dios puso al hombre frente a dos árboles, uno de los cuales era el árbol de la vida que simbolizaba a Dios mismo, y el otro, el árbol del conocimiento del bien y del mal, que era la corporificación de Satanás. Luego, Dios advirtió al hombre, diciéndole que tuviera cuidado con lo que comiera. Le dijo: “De todo árbol del huerto podrás comer libremente, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás; porque el día en que comas de él, ciertamente morirás” (Gn. 2:16b-17). Que Dios pusiera al hombre frente a los dos árboles fue una clara indicación de que Dios quería que el hombre lo tomara a Él al comerlo. Si el hombre recibía a Dios, Dios le sería vida en su espíritu. Esto se cumplió en el Nuevo Testamento. Según el Nuevo Testamento, Dios vino como pan de vida (Jn. 6:35), bueno para comer. Si lo comemos, tenemos la vida eterna, la vida divina, en nuestro espíritu. Cuando recibimos la vida eterna en nuestro espíritu, nuestro espíritu fue regenerado, y nacimos de nuevo. Primero, nacimos de la carne por medio de nuestros padres, pero ahora hemos nacido del Espíritu en nuestro espíritu (3:6). Ahora no sólo tenemos en nosotros la vida de Dios, sino que también somos uno con Dios. Dios puede regocijarse porque ha entrado en el hombre y ha llegado a ser uno con el hombre.
Es maravilloso nacer de Dios, porque este nacimiento indica que Dios y nosotros ahora somos uno. Podemos regocijarnos y exclamar: “¡Aleluya! Soy uno con Dios y Dios es uno conmigo”. Dios también puede regocijarse porque ha obtenido el deseo de Su corazón, sólo que todavía no lo tiene en plenitud. Después de ser regenerados, nosotros, los hombres creados por Dios, necesitamos ser transformados, renovados y conformados a la imagen de la corporificación de Dios. Todo lo que Dios es está totalmente corporificado en el Hijo (Col. 2:9). Además, el Hijo se hizo hombre, y este hombre pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Hoy en día nuestro Salvador, el Hijo de Dios, Jesucristo, es el Espíritu vivificante, y ahora está en nuestro espíritu humano (2 Ti. 4:22). Además, “el que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (1 Co. 6:17). Esto es la consumación de que Dios es uno con nosotros. Dios está en nosotros para ser nuestra vida, y nosotros somos regenerados y estamos siendo transformados y conformados a Su imagen. Fuimos creados a la imagen de Dios, pero esa imagen simplemente era una fotografía de Dios. Sin embargo, ahora Dios se ha forjado en nuestro ser para transformarlo a la imagen de Su propio ser.
La herencia de Dios es la Nueva Jerusalén y, con el tiempo, nosotros como piedras preciosas seremos juntamente edificados para ser Su herencia. Por una parte, no nos gusta ser juntamente edificados. En lugar de reunirnos, tal vez preferimos quedarnos en casa y estar solos. No obstante, por otra parte hay algo en nosotros que nos hace sentir que no podemos vivir solos. Necesitamos reunirnos. En la vida divina hay un sentimiento de solidaridad. Reunirse en la vida divina es ser edificados. Mientras permanecemos en la iglesia en nuestra localidad, estamos siendo edificados conjuntamente sin estar conscientes de ello. La soberanía de Dios nos ha puesto juntos. Finalmente, en la Nueva Jerusalén con todos los hermanos y hermanas, nos acordaremos de cómo Dios nos ha puesto juntos en muchas situaciones. Me es difícil pasar tres días sin ver a un santo. Me gusta ver a los santos. La solidaridad es un atributo de la vida divina, y por medio de este atributo tenemos la edificación.
Por medio de la edificación, Dios obtendrá una novia que le corresponda a Él. La novia en Génesis 2 era una novia física, pero finalmente, en la consumación de la edificación de la Nueva Jerusalén, la novia no sólo será física y humana, sino también espiritual y divina. Será una novia maravillosa y admirable. La novia se preparará (Ap. 19:7) en una situación física, espiritual, divina y humana. Esta novia es una persona corporativa, y todos los componentes de esta persona son uno. El Dios Triuno, después de ser procesado, se ha mezclado con los hombres tripartitos y transformados, haciendo que todos sean uno. Esta persona corporativa es la novia y esta novia es una morada mutua para Dios y el hombre. Dios mora en el hombre y el hombre mora en Dios. La Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios (21:3), la morada de Dios, y Dios y el Cordero son el templo donde moramos y servimos (v. 22). Dios es nuestra morada, y nosotros somos la morada de Él. Esto es el deseo del corazón de Dios y Su beneplácito. Esto también es el propósito de Dios conforme al consejo de Su voluntad.
El consejo de Dios es Su economía, y la economía de Dios es impartirse en nosotros. Cuando Dios sopló en el hombre Su aliento de vida, fue una impartición, y cuando lo recibimos como el árbol de la vida, también es una impartición. De esta manera Dios se ha impartido en nuestro ser. Los elementos de Su ser han sido impartidos en nuestro ser paso a paso y día tras día. La impartición de Dios también incluye la transformación, la conformación y la glorificación. Finalmente, Dios habrá sido totalmente impartido en nosotros, no sólo como nuestra vida y naturaleza, sino también como nuestra gloria. Entonces todos nosotros seremos uno con Él, y Él será uno con nosotros. De esta manera, llegaremos a ser Su novia como Su complemento.
Lo que hemos presentado en este mensaje, con respecto a cómo Dios creó al hombre con miras a Su impartición divina conforme a Su economía divina, es lo que Dios desea. Es el beneplácito de Dios, y es el ministerio, carga y comisión de nosotros. No tenemos otra carga que no sea este ministerio de la economía de Dios con Su impartición divina dentro de la humanidad. Debemos aprender a recibir la impartición de Dios todos los días. Él se está impartiendo en nosotros a cada momento y en toda situación, incluso en las cosas pequeñas, para renovarnos, transformarnos y conformarnos. Finalmente, seremos glorificados. Entonces disfrutaremos la consumación de Su impartición divina conforme a Su economía divina.