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Mensajes del libro «Lo que el reino es para los creyentes»
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CAPÍTULO CUATRO

LO QUE EL REINO ES PARA LOS CREYENTES

(4)

SOMETERNOS AL GOBIERNO DE DIOS POR MEDIO DE LA VIDA DIVINA

  Lectura bíblica: Mt. 5:20, 48; 7:21; Jn. 3:3, 5; Ap. 22:1-2a

EL REINO EN EL QUE DIOS EJERCE SU REINADO DEPENDE DE LA VIDA DIVINA

  En la Palabra de Dios se presenta muy claramente el pensamiento acerca del reino. Si leemos todas las Escrituras cuidadosamente, veremos que de principio a fin Dios desea obtener una esfera para Su reinado. ¿Cómo obtiene Dios esta esfera en la cual reina? O, podemos preguntar, ¿cómo introduce Dios este reino? Él lo hace por medio de Su vida. Es por ello que en la Biblia la vida siempre está vinculada con el reino. Al comienzo de Génesis vemos que Dios desea que el hombre ejerza dominio por Él sobre la tierra (1:26). El dominio está relacionado con el reino. El deseo de Dios de que el hombre ejerza dominio por Él sobre la tierra muestra que Dios se ha propuesto establecer Su reino en la tierra por medio del hombre. Después de Génesis 1, donde se nos habla del deseo que Dios tiene de que el hombre ejerza dominio por Él en la tierra, Génesis 2 nos presenta el árbol de la vida (v. 9). Esto indica que a fin de que el hombre ejerza dominio por Dios sobre la tierra y traiga el reino, necesita recibir la vida eterna de Dios en su interior. Si el hombre no posee la vida eterna de Dios, no podrá jamás traer la autoridad de Dios a la tierra. Por consiguiente, la Biblia desde el comienzo revela que Dios vincula la vida con el dominio. De ahí que la obra de Satanás también está relacionada con este asunto. Satanás apartó al hombre del árbol de la vida porque sabía que si el hombre no recibía la vida de Dios, no podría traer la autoridad de Dios a la tierra. El reino como la esfera en la cual Dios reina depende enteramente de la vida de Dios.

  Por esta razón, el Señor Jesús le dijo a Nicodemo: “El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Asimismo dijo: “El que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (v. 5). El reino de Dios tiene que ver con el reinado de Dios; la regeneración del hombre consiste en que el hombre reciba la vida de Dios. A fin de que el hombre toque el reinado de Dios y traiga la autoridad de Dios a la tierra, él tiene que recibir en su interior la vida de Dios. Si el hombre no posee la vida de Dios, de ningún modo podrá traer el reinado de Dios.

LOS REQUISITOS DE LA LEY Y LOS REQUISITOS DEL REINO

  Los requisitos más elevados que se hallan en la Biblia son los requisitos del reino. Podemos decir que los requisitos de Dios en el Antiguo Testamento son los requisitos de la ley, y que los requisitos de Dios en el Nuevo Testamento son los requisitos del reino. Todos sabemos que la ley nos manda que no matemos, que no juremos en falso, que no robemos, etc. (Éx. 20:13-17; Lv. 19:11-12). Todos éstos son los requisitos de la ley. No obstante, los requisitos del reino en el Nuevo Testamento son más elevados que los requisitos de la ley. El reino le exige al hombre que no se enoje contra otros. No sólo no debe cometerse la acción de matar, sino que tampoco se permite el motivo que lleva a alguien a matar, el cual es el enojo (Mt. 5:22). Todos los requisitos del reino tienen que ver con el corazón del hombre, el cual está en el profundo de su ser. Los requisitos de la ley son externos, pero los requisitos del reino son internos. La ley le exige al hombre no quebrantar un juramento ni jurar en falso, pero el reino le exige al hombre no jurar de ninguna manera, sino que su palabra sea: “Sí, sí; no, no”, sin necesidad de jurar (vs. 34-37). La ley le exige al hombre ser perfecto según la letra de la ley, pero el reino le exige al hombre ser perfecto como el Padre celestial es perfecto (v. 48), lo cual significa que el hombre debe ser perfecto como Dios es perfecto. La ley exige ojo por ojo y diente por diente (Éx. 21:24 Lev. 24:20), pero el reino exige que cuando alguien nos abofetee en la mejilla derecha, le volvamos también la otra (Mt. 5:39).

  Vemos aquí claramente dos clases de requisitos. Una clase de requisitos es baja, mientras que la otra es elevada. Los requisitos de la ley son relativamente bajos y en cierto modo alcanzables. Pero los requisitos del reino son elevados, difíciles de cumplir e incluso inalcanzables. Por ejemplo, el requisito de no matar es razonable, pero el requisito de no enojarse contra otros es extremadamente difícil. Esto muestra un contraste. A la luz de este contraste podemos pensar que aunque es posible cumplir los requisitos de la ley, es absolutamente imposible cumplir los requisitos del reino.

  En realidad, también es imposible para el hombre cumplir los requisitos de la ley. Cuando Dios dio la ley al hombre, Su intención nunca fue que el hombre la guardara, pues Él sabía que el hombre no podría guardarla. El hombre sencillamente no puede cumplir los requisitos de la ley. ¿Cuál es entonces la función que cumplen los requisitos de la ley? Los requisitos de la ley sirven para mostrar que el hombre es impotente con respecto a la ley. Debido a que el hombre originalmente pensaba que era competente, Dios pareció decir: “Pondré delante de tus ojos los requisitos de la ley, a ver si puedes guardarlos”. Todos sabemos que el hombre fracasó con respecto a la ley; es decir, violó cada uno de los requisitos de la ley. Por consiguiente, podemos concluir que la finalidad de los requisitos de la ley es mostrarle al hombre su impotencia.

  Los requisitos de la ley ya habían revelado la incapacidad del hombre, pero después Dios le dio al hombre unos requisitos aún más elevados, a saber, los requisitos del reino. Todo el que lee los capítulos del 5 al 7 de Mateo reconoce que los requisitos que allí se presentan son demasiado elevados para que el hombre los guarde. He escuchado a muchos hermanos y hermanas decir: “Los capítulos del 5 al 7 de Mateo son totalmente inalcanzables”. ¿Quién no tiene enojo en su interior? ¿Quién puede manifestar una justicia que supera la de los escribas y fariseos? ¿Quién puede poner la mejilla izquierda cuando es abofeteado en la mejilla derecha? ¿Quién puede ser perfecto como Dios es perfecto? Cuando leemos todos estos requisitos, lo único que podemos decir es que están fuera de nuestro alcance; son sumamente elevados e inalcanzables.

LOS REQUISITOS DEL REINO SE CUMPLEN CON LA VIDA DIVINA

  Sin embargo, los requisitos del reino no han sido dados para que los cumplamos y guardemos valiéndonos de nosotros mismos; estos requisitos deben cumplirse y guardarse por medio de la vida de Dios. Los requisitos del reino declaran cuán competente es Dios; en contraste, los requisitos de la ley muestran cuán impotente es el hombre. El Señor Jesús dijo: “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos [...] más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios” (Mt. 19:23-24). No sé si hay alguien que haya visto el ojo de una aguja que sea lo suficientemente grande para que un camello pase por él. En realidad, no importa cuán grande sea el ojo de una aguja, no es posible que por él pueda pasar un camello. Aun si nunca hemos visto un camello y no sabemos qué tan grande es, al menos hemos visto el ojo de una aguja. Incluso el ojo más grande de una aguja no es lo suficientemente grande. Por grande que sea el ojo de una aguja, no hay ninguna persona que pueda pasar por él. ¿Cómo entonces podría pasar un camello? El Señor Jesús usó este ejemplo para decirles a los discípulos que a un rico le es más difícil entrar en el reino de los cielos que a un camello pasar por el ojo de una aguja. Esto significa que entrar en el reino de los cielos es imposible para el hombre. Después de oír y entender esto, los discípulos inmediatamente le preguntaron al Señor: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (v. 25). Ésta es una muy buena pregunta: ¿quién podrá ser salvo? Esto es algo imposible.

  Por esta razón, el Señor inmediatamente respondió: “Para los hombres esto es imposible” (v. 26). Para el hombre, cumplir los requisitos de Dios es ciertamente imposible; es algo inalcanzable. Es imposible para el hombre ser perfecto como Dios es perfecto. Asimismo, es imposible para el hombre tener una justicia que supera la justicia de los escribas y fariseos. Es aún más imposible para el hombre no tener ningún pensamiento impuro ni enojarse. Nadie puede cumplir ninguno de estos requisitos. Cuando alguien nos abofetea en la mejilla derecha, debemos volverle también la mejilla izquierda; esto no es algo que podemos hacer nosotros. Esto es igual de imposible que exigirle a un gato que vuele.

  ¿Quién entonces puede entrar en el reino de los cielos? El Señor Jesús dijo: “Para los hombres esto es imposible”, pero luego añadió, diciendo: “mas para Dios todo es posible” (v. 26). ¡Aleluya! Para el hombre esto es imposible, más para Dios es posible. Por consiguiente, entrar en el reino no depende del hombre, sino de Dios. Los requisitos del reino no los puede cumplir el hombre; únicamente Dios los puede cumplir.

LA RELACIÓN VITAL ENTRE EL REINO Y LA VIDA

  ¿Cómo cumple Dios los requisitos del reino? Lo hace al entrar en nosotros como nuestra vida. En el Nuevo Testamento debemos ver dos cosas: el reino y la vida. Estas dos cosas revisten gran importancia y son de mucho peso. El Señor dijo: “El reino de los cielos se ha acercado” (4:17), y también dijo: “Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (5:20). Los requisitos para entrar al reino de los cielos son sumamente elevados. Sin embargo, hay una vida que es capaz de cumplir estos requisitos. La Palabra de Dios dice: “Para que todo aquel que en Él [el Señor Jesús] cree, tenga vida eterna” (Jn. 3:15); “el que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn. 5:12); y “el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). Esto significa que si somos regenerados, podemos ver el reino de Dios; si poseemos la vida de Dios, podemos entrar en el reino de Dios.

  En el Nuevo Testamento no sólo encontramos el reino, sino también la vida. El reino nos impone exigencias, mientras que la vida nos da el suministro. En el Nuevo Testamento encontramos una exigencia muy estricta. Esta exigencia no es la ley, sino algo mucho más elevado que la ley. Ella no simplemente nos exige ser perfectos o excelentes, sino ser como Dios y, en última instancia, ser perfectos como Dios es perfecto.

  ¿Hay algo que sea más elevado que Dios? ¿Hay algo que sea más perfecto que Dios? El reino nos exige ser tan elevados como Dios y tan perfectos como Él. La Palabra de Dios dice: “Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos...” (Mt. 5:20). La justicia de los escribas y fariseos es la justicia de los moralistas y de los que guardan la ley. Si nuestra justicia no supera esta clase de justicia, no podremos entrar en el reino. Esto nos muestra cuán elevados son los requisitos del reino. Debemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (v. 48); esto equivale a ser perfectos como Dios es perfecto. Éste es un requisito elevado que el hombre no puede cumplir; para el hombre esto es imposible. Sin embargo, para Dios es posible. ¿Cómo puede ser posible para Dios? Es posible al entrar Él en nosotros como vida. Cuando Él entra en nosotros como vida, nos suministra el poder que nos capacita para hacer lo que de otro modo no podríamos hacer.

EL SEÑOR JESÚS DESEA ESTABLECER SU TRONO EN NOSOTROS Y HACER DE NOSOTROS SU REINO

  Es lamentable que aunque muchos de los hijos de Dios saben que la vida de Dios está en ellos, no han visto los requisitos del reino de Dios. Es posible que algunos no entiendan completamente las palabras del Señor con respecto a este asunto. ¿Cómo pueden los hijos de Dios saber que la vida de Dios está en ellos, y al mismo tiempo pasar por alto los requisitos del reino? Una vez una hermana me preguntó: “¿Está el Señor Jesús en mí como vida?”. Le dije: “Sí”. Entonces preguntó: “¿No es la vida del Señor Jesús poderosa?”. Le dije: “Sí, es poderosa. No hay ninguna duda al respecto”. Después de esto añadió: “Tengo un problema. Usted sabe que sin lugar a dudas soy salva, que realmente tengo la vida del Señor en mí y que la vida del Señor es poderosa. Sin embargo, no he podido vencer jamás el enojo que está en mí”.

  Entonces le pregunté: “¿De qué enojo habla?”. Ella respondió: “Llevo varios años de casada, y todas las cosas han marchado bien, con excepción de mi enojo. Antes de ser salva, me daba cuenta de que era un problema. Así que creí en Jesús principalmente con la esperanza de que dejara de enojarme. Sabía que en mí misma no podía controlar mi enojo. En una reunión del evangelio, escuché a alguien decir que la vida del Señor Jesús es poderosa y que si dependemos de Él y recibimos Su vida, podremos vencer nuestro mal genio. Fue debido a este evangelio que yo creí en Jesús. Yo verdaderamente soy salva y tengo la vida del Señor. En las primeras dos semanas después que fui salva, esta vida fue verdaderamente poderosa, pero no ha funcionado desde entonces. Siempre oro y le pido al Señor que me fortalezca para que no me enoje. Sin embargo, cuanto más oro, más pierdo la calma. Ahora hasta tengo dudas de que realmente tenga la vida del Señor Jesús y que Su vida en verdad sea poderosa. Encima de eso, mi esposo se ríe de mí, diciendo que después que creí en Jesús yo estaba bien y que dejé de enojarme sólo por dos semanas; pero que ahora mi mal genio está peor que antes”.

  Me dijo que se entristecía mucho cuando su esposo se burlaba de ella, pero le parecía imposible dejar de creer en Jesús. Algo en su interior se había asido de ella, por lo que le era imposible no creer más en el Señor Jesús. Si usted le pidiera que no orara, ella no podría cumplir su petición; si le pidiera que no leyera la Biblia, no podría hacer eso; si le pidiera que dejara de asistir a las reuniones, no podría estar sin reunirse. Sin embargo, no podía vencer su enojo. ¿Qué podía hacer? Creo que muchos tienen esta clase de experiencia.

  El problema de otros es el hábito de fumar; no pueden dejar de fumar. Dicen que no pueden vencer ni siquiera un pequeño cigarrillo. Un hermano una vez me dijo: “En el pasado escuché a alguien decir que después que fue salvo, la vida del Señor Jesús fue tan poderosa que se deshizo de todos sus cigarrillos. Yo también creí en Jesús, y desde que fui bautizado, he asistido a la reunión de la mesa del Señor cada día del Señor. ¿Por qué entonces sigo fumando? Muchas veces antes de ir a la reunión de la mesa del Señor, fumo mucho en casa. Después de fumar por media hora, me siento satisfecho y luego me voy a la reunión. ¿Será que ni aun la vida del Señor Jesús tiene el poder para resolver mi problema?”. Muchos de nosotros tenemos problemas similares.

  Le pregunté a la hermana que quería que el Señor la ayudara a no enojarse: “Desde el día en que usted fue salva, ¿alguna vez se ha consagrado al Señor y le ha permitido que gobierne en usted? Para ello, usted debe decirle al Señor: ‘Señor, de ahora en adelante, no me pertenezco a mí misma; soy Tuya. Señor, sé Tú el Señor y el Rey. Me entrego a Ti. Te doy el permiso para que seas entronizado en mí y para que seas el Rey de reyes en mí’. ¿Alguna vez le ha dicho esto al Señor?”. Ella contestó: “Francamente, no tengo el denuedo de orar así. Después de ser salva, escuché mensajes acerca de la consagración; pero he tenido temor de consagrarme a mí misma, porque una vez que me consagre y el Señor Jesús realmente venga a reinar en mí, ¿qué debo hacer? Eso no es una broma. Esto puede compararse al hecho de que antes que me comprometiera con mi esposo, yo podía tomar todas las decisiones por mí misma; pero después de nuestro compromiso, tenía que rendirle cuentas a él de todo y tenía que entregarle todo a él. Ahora todo lo que él dice es la última palabra. Por consiguiente, si me entrego al Señor Jesús, sé que no me permitirá bromear. Si el Señor viene a reinar en mí, me dirá: ‘No debes hacer eso, ni tampoco debes hacer aquello’. ¿Qué debo hacer entonces? Esto es muy serio; por esa razón, no me he atrevido a consagrarme a Él”.

  Así que continué preguntándole: “¿Cómo vive usted como cristiana?”. Ella dijo: “Yo sé que el Señor me salvó y que vive en mí como mi vida. Sé también que debo consagrarme a Él y permitirle ser el Señor, pero no me atrevo a hacerlo. Por ese motivo, me valgo de mi propio esfuerzo en todas las cosas, y cuando fracaso, le pido Su ayuda. Por ejemplo, debido a que no puedo vencer mi mal genio, le pido que me ayude a vencerlo”. Después de escuchar esto, me reí. Le dije: “El Señor Jesús no es barato. Usted no puede comprarlo con el pequeño precio que paga. El Señor Jesús no será su Salvador según lo que usted desea. Aunque usted le pide que la ayude, Él no la ayudará. Usted tiene que pedirle a Él que sea el Señor. Tiene que entregarse a Él, permitirle ser el Rey de reyes, permitirle establecer Su trono en usted y permitirle reinar en usted. De este modo todos los problemas se resolverán fácilmente. Si en vez de cederle el terreno al Señor Jesús, usted reina sobre todo, y ora y le pide Su ayuda sólo cuando tiene un problema y no puede vencerlo, le será imposible a Él ayudarla. Él no hará tal cosa; Él nunca da ayuda a las personas. En vez de ello, Él desea ser su vida interior a fin de cumplir Él mismo los requisitos del reino”.

  Yo le dije a esta hermana que los requisitos del reino tenían que ver con que el Señor reinara en ella y que ella necesitaba darle el trono y la autoridad al Señor y permitirle a Él establecer Su reino en ella. Le dije: “Hablando con propiedad, hoy al Señor no le interesa ser el Salvador en nosotros; lo que Él quiere es ser el Rey en nosotros, y desea establecer Su trono en nosotros y hacernos Su dominio. Él desea hacernos Su reino a fin de reinar en nosotros. Por lo tanto, Él nos exige cumplir los requisitos más elevados y no permite que nos enojemos ni tengamos el menor pensamiento impuro. Él desea reinar en nosotros y gobernar nuestro ser. Él jamás se comporta descuidadamente; Él nos exige ser perfectos como Dios el Padre es perfecto. Si usted únicamente desea dejar de enojarse, Él no la ayudará. Él no le exige simplemente controlar su enojo, pues eso es demasiado bajo; en vez de ello, Él le exige que lo deje gobernar en usted, reinar en usted y establecer Su dominio en usted”.

  Además de esto, le dije: “Hermana, ¿desea usted que Él la salve? ¿Desea conocer Su poder de resurrección? ¿Desea conocer el poder de Su vida? Si es así, entonces tiene que someterse delante de Su trono y apartar un tiempo para entregarse a Él, en el que le diga: ‘Tú eres mi Señor. Tú eres el Rey de reyes. Me entrego a Ti para que seas el Rey y el Señor en mí. Todo lo que soy es Tuyo; tienes todo el terreno y toda la autoridad en mí’. Si usted se entrega al Señor de esta manera, permitiendo que Él gane el terreno en usted y reine en usted, no necesitará preocuparse respecto a si va a enojarse o no, puesto que Él se hará cargo del enojo de usted. En tanto que usted se someta a Su autoridad, gobierno y trono, y le permita establecer Su reino en usted y hacer de usted Su domino, todo lo relacionado con usted espontáneamente estará bajo Su responsabilidad”.

  Esta hermana absolutamente creyó estas palabras, pero todavía tenía ciertas reservas. Me dijo: “Creo lo que usted me dice. No hay duda al respecto. Sin embargo, si yo permito que el Señor reine en mí, y Él realmente reina en mí, ¿qué me sucederá a mí?”. Ésta es nuestra situación. Le pedimos al Señor que reine en nosotros, lo cual significa que sí queremos que Él reine en nosotros, pero luego nos preguntamos qué nos sucederá cuando Él en efecto reine en nosotros. ¿Le pedimos a Él que sea nuestro Rey simplemente por cortesía? Si es así, nos engañamos a nosotros mismos y a otros, pues en realidad no queremos que Él reine en nosotros.

  Cada uno de nosotros más o menos tiene la misma experiencia. De hecho, muchas personas hoy en día todavía no tienen el denuedo de consagrarse al Señor. Otros tal vez hayan tenido una consagración parcial. Tales personas no han tenido una consagración completa ni se atreven a consagrarse completamente. Esto se debe a que piensan que después que se consagren completamente y Jesús sea entronizado, ellas llegarán a su fin. Después de ser salvos, muchos cristianos tienen esta clase de experiencia en un grado menor o mayor.

NOS CONSAGRAMOS PARA QUE EL SEÑOR REINE EN NOSOTROS

  Muchos cristianos confiesan que no mucho después que fueron salvos, el Espíritu del Señor Jesús les pidió que le permitieran tener cabida en ellos. Sin embargo, cuando tuvieron este sentir interior de permitirle al Señor Jesús tener cabida y reinar en ellos, empezaron a considerar el precio que tendrían que pagar, temiendo lo que sucedería después que se entregaran al Señor y Él verdaderamente reinara en ellos. Una vez una pequeña niña de diez años de edad fue verdaderamente salva. Un día le preguntamos: “¿Eres salva?”, a lo cual contestó: “Sí, soy salva”. Entonces le preguntamos: “¿Tienes la vida del Señor?”. Ella respondió con confianza: “Sí, tengo la vida del Señor”. Le continuamos preguntando: “¿Amas al Señor?”. Ella dijo: “Sí, amo al Señor”. Entonces le preguntamos: “¿Por qué amas al Señor?”. Ella respondió: “Porque el Señor Jesús murió por mí”. Al decir esto, ella derramó lágrimas. Continuamos preguntándole: “¿Cómo expresas tu amor por Él?”. Para nuestra sorpresa, ella respondió: “Lo amo, pero no me atrevo a expresarlo”. Su respuesta fue muy significativa. Le preguntamos: “¿Por qué?”. Ella dijo: “Nuestro maestro en las reuniones de niños nos dijo que si amamos al Señor Jesús, debemos entregarnos a Él. Si amamos al Señor Jesús, tenemos que consagrarnos a Él; eso es una muestra de nuestro amor a Él. Además, Él no está contento si le damos cualquier cosa; lo único que a Él le agrada es nosotros mismos. Nuestro maestro también nos dijo que a diferencia de nosotros el Señor Jesús no ama el dinero; Él ama únicamente nuestra persona. Así que si nos entregamos a Él, Él estará muy contento”. Este maestro tenía mucha experiencia, pues podía hablar muy bien y tocar el sentimiento de los niños.

  Entonces le pregunté a la niña: “¿Por qué temes entregarte a Jesús?”. Ella dijo: “Porque me gusta ponerme ropa muy bonita”. Le dije: “No importa si te gusta ponerte ropa bonita. Al Señor Jesús también le gusta que te pongas ropa bonita”. Ella respondió: “Pero temo que si me entrego al Señor Jesús, un día él no quiera que use ropa bonita. ¿Qué debo hacer entonces? Es por eso que no puedo entregarme a Él”. Aunque esto es simplemente una historia infantil, usted y yo hemos sido como esa niña.

  En 1932 y 1933 yo tuve la misma experiencia de esta niña. En aquel tiempo yo verdaderamente sabía que el Señor Jesús quería que me entregara a Él. Si me hubieran preguntado: “¿Ama usted al Señor Jesús?”. Habría contestado sin vacilar: “Amo al Señor Jesús. Él murió por mí para ser mi Salvador. Por eso lo amo”. Pero si me hubieran preguntado: “Puesto que lo ama, ¿cómo le expresa su amor?”. Yo le habría dicho: “No importa de qué forma se lo expreso, a Él no le gusta. Intenté leer la Biblia, orar y ofrecerle riquezas materiales, pero a Él no le gustaron ninguna de esas cosas”. Yo tenía claro en mi interior que el Señor en aquel tiempo me estaba diciendo: “Lo único que quiero eres tú y nada más. Tienes que dejar tu trabajo y todo lo que posees y entregarte a Mí. Tu persona es lo único que quiero”. Por esa razón, por un período de casi dos años no me atreví a decir: “Señor, me consagro a Ti”. No me atrevía a decir eso porque temía que el Señor me respondiera: “Muy bien, entonces deja tu trabajo y sírveme a tiempo completo”. Aquello era una dolorosa experiencia para mí. Yo sabía que tenía que creer en el Señor Jesús y que tenía que amarlo; no obstante, lo amaba sin poder atreverme a expresarlo.

  Hoy muchos cristianos tienen esta clase de experiencia. Si usted les pregunta: “¿Has creído en el Señor Jesús?”, ellos dirán: “Sí, he creído en el Señor”. Si les pregunta: “¿Amas al Señor?”, ellos dirán: “Sí, yo amo al Señor”. Si continúa preguntándoles: “¿Cómo expresas tu amor por el Señor?”, ellos no se atreverán a responder. Esto revela que hay un problema. Debido a que el hombre ha sido engañado por Satanás, no está dispuesto a permitir que el Señor Jesús establezca Su reino en él. El evangelio nos salva para que lleguemos a ser el reino del Señor. Dios nos regenera con Su vida para que tengamos el trono de Su Hijo en nosotros. No somos salvos para ir al cielo, sino para llegar a ser un reino. Satanás busca derribar la autoridad de Dios en el universo. Él no está dispuesto a permitir que la autoridad de Dios sea traída a la tierra. Así que mientras tanto, él también usurpa la tierra entre la gente mundana para que el reino de Dios no pueda venir a la tierra ni sea ejercitada Su autoridad entre los hombres. Pero Dios, al permitir que Su Hijo muriera por el hombre, resucitara de entre los muertos, limpiara los pecados del hombre con Su sangre y lo regenerara con Su vida, introduce Su trono, Su autoridad y Su reino en los que son salvos a fin de que ellos tengan interiormente Su autoridad y lleguen a ser Su reino.

  De un modo general, todos los que son salvos constituyen el reino de Dios. La iglesia es el lugar donde Dios ejerce Su autoridad, y el trono del Hijo de Dios está establecido entre las iglesias. Por lo tanto, Su autoridad y Su reinado deben tener cabida en todos los santos. No obstante, muchos santos han sido engañados. Aunque todos interiormente poseen la vida de Dios y al Señor mismo, así como Su trono, Su autoridad y Su reino, muchos no están dispuestos a someterse a la autoridad del Señor, ni a permitir que el Señor se siente en el trono en su interior, ni tampoco a que Él establezca Su reino y obtenga Su dominio en su ser. A pesar de que escuchan los mensajes, asisten a las reuniones, estudian la Palabra y oran, no le ceden al Señor Jesús la autoridad en su interior. Debemos comprender que si ésta es nuestra situación, no podremos ser cristianos vivientes ni fuertes, el poder del Señor Jesús no podrá expresarse por medio nuestro y la vida divina no podrá impartirnos el suministro.

  Apocalipsis 22 nos muestra que el río de agua de vida sale del trono de Dios y del Cordero (vs. 1-2). Por lo tanto, cuando Dios y el Cordero son entronizados en nuestro ser y pueden gobernar y reinar en nosotros, esta vida se manifestará como el poder que nos imparte un suministro interiormente. Supongamos que estamos débiles y le decimos al Señor: “Señor, fortaléceme”. Esta clase de oración jamás funcionará. Todo cristiano puede testificar que esta clase de oración es ineficaz. Los que siempre le dicen al Señor: “Señor, soy débil; te pido por favor que me fortalezcas”, saben que el Señor nunca fortalece a las personas. ¿Por qué? Porque el Señor desea únicamente establecer Su trono en nosotros; a Él únicamente le interesa tener la autoridad, tener cabida, en nosotros, y ejercer dominio en nosotros. Nosotros debemos permitir que Él obtenga el dominio. Dios ya lo hizo a Él Señor y Cristo, y le ha dado toda la autoridad en el cielo y en la tierra. El universo entero es Su dominio; nosotros somos los únicos que no le cedemos la autoridad. Dios lo hizo Rey, pero sólo nosotros no lo honramos como Rey. En vez de ello, nosotros somos nuestro propio rey y hacemos todo por nosotros mismos. Hasta el día de hoy Cristo no tiene cabida en nosotros; nuestro ser interior no es el dominio de Cristo, sino nuestro propio dominio. En todas las cosas nosotros somos el señor, estamos en control y tenemos la última palabra. Por lo tanto, el Señor Jesús se ve estorbado en nosotros. Él es el Señor que ha sido entronizado en el cielo, pero no ha sido entronizado en nuestro corazón. A pesar de ello, nosotros todavía le pedimos que nos ayude. Naturalmente, es imposible para Él hacer lo que le pedimos.

DEBEMOS BUSCAR PRIMERAMENTE SU REINO Y SU JUSTICIA

  Algunos hermanos y hermanas le piden al Señor que los ayude no sólo en las cosas espirituales, sino también en las cosas materiales de su vida diaria. Siempre oran de esta manera: “Señor, bendícenos. La casa en la que vivimos no es muy buena; por favor, bendícenos con una casa mejor”. También piden la bendición del Señor en las cosas materiales relacionadas con la comida, la bebida y el vestido. Sin embargo, el Señor nos dijo: “No os inquietéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber” (Mt. 6:25). En vez de ello, debemos buscar “primeramente Su reino y Su justicia”, y todas las cosas que necesitamos nos serán añadidas (v. 33). Muchas veces Dios es misericordioso con nosotros, pero a menudo nos concede Su misericordia, aunque sin mucho gozo. Cuando un hijo desobediente les pide a sus padres que le den algo de comer, aunque sus padres se lo den, lo hacen sin gozo. Esto se debe a que si no se lo dan, el niño va a estar con hambre; sin embargo, también saben que es un hijo desobediente. Así es el corazón de todo padre. Cuando un hijo no escucha a sus padres ni se comporta como ellos quieren, los padres no están contentos, aunque le den lo que él desea.

  Muchos hermanos y hermanas han orado a Dios, y pareciera que Dios contesta sus oraciones. Sin embargo, no se las contesta con alegría. Dios sabe que somos Sus hijos, y que si no nos cuidara, no podríamos vivir en la tierra. Si Él no nos cuidara, no podríamos superar todas nuestras dificultades. Él nos cuida, pero no está contento, porque hemos tenido en poco Su autoridad, porque no nos importa Su reino y porque no le permitimos ser el Señor. Lo único que nos importa es nosotros mismos. Por ese motivo, Él no se complace en contestar nuestras oraciones. En Mateo 6:31-33 el Señor Jesús les dijo a Sus discípulos que ellos no debían buscar las cosas materiales porque todas ellas son lo que los gentiles buscan con afán. Les dijo que, en lugar de ello, debían buscar primeramente Su reino y Su justicia, y permitir que Él reinara en ellos y estableciera Su dominio en ellos. De este modo, todas sus necesidades básicas diarias les serían añadidas. Él se ocuparía de ellas, y ellos disfrutarían de Sus riquezas y experimentarían Su poder.

LA VIDA TIENE POR FINALIDAD QUE EL REINO REINE EN NOSOTROS

  La manifestación del poder de Dios y la expresión de las riquezas del Señor por medio de nosotros se basan en que Él pueda establecer Su trono y Su reino en nosotros. Cuando tenemos Su reino y Su trono en nosotros, Sus riquezas fluirán de nuestro interior. Cuando Su trono sea establecido en nuestro ser, Su vida fluirá en nosotros y llegará a ser nuestro suministro interior. Hoy en día muchos hermanos y hermanas no pueden vencer los pecados. Oran vez tras vez, pero a pesar de ello fracasan. Se consideran muertos al pecado, pero cuanto más lo hacen, más vivos están y menos pueden morir. ¿Cuál es la razón de ello? La razón es que no han permitido que el Señor establezca Su trono en ellos. Debemos ver que la vida fluye del trono y que la vida nos es suministrada para que cumplamos los requisitos del reino. La vida no nos es dada simplemente para que venzamos los pequeños problemas relacionados con los pecados, sino para que el reino reine en nosotros.

  Una hermana una vez me dijo: “Creo que lo más difícil para mí es relacionarme con las criadas que contrato; no me es nada fácil tratarlas apropiadamente”. Cuando las hermanas sienten que su actitud para con sus empleadas no es buena, y no sienten paz interiormente, ellas deben confesar su falta al Señor de todo corazón. Sin embargo, al cabo del tiempo sentirán que todavía no pueden ser bondadosas con sus criadas. Ellas saben que eso no está bien, pero no importa cuánto oren, sus oraciones son inútiles. Por esta razón, se sienten muy turbadas. Debemos preguntarle a esa hermana: “En su vida diaria, ¿quién toma todas las decisiones, usted o el Señor? ¿Ha establecido el Señor Su trono en usted? ¿De cuál domino es usted? Si usted es su propio dominio, si es usted quien toma la decisión final y si el Señor no está en el trono, entonces no debe esperar que pueda tratar bien a sus criadas, pues la vida del Señor no la ayudará; Su vida no le es dada para suplir una necesidad que usted tenga; en vez de ello, la vida del Señor le es dada para cumplir los requisitos del reino”. Por consiguiente, la hermana no debe estar preocupada respecto a cómo ella trata a sus criadas. En vez de ello, cuando llegue a casa, debe postrarse delante del Señor, entregarse a Él, reconocer Su autoridad, recibir Su trono, permitir que Él reine en ella y obtenga Su domino en ella, cederle completamente su ser interior, y decirle: “Señor, de hoy en adelante soy Tu reino, Tu domino. Tu trono está en mí. Te pido que reines en mí”. Entonces todo se resolverá. Ella experimentará que la vida fluirá y la abastecerá interiormente, y espontáneamente será bondadosa con sus criadas. Esto es asombroso.

  Todos los enemigos serán derrotados de este modo. Cuando Cristo esté en el trono, todos los enemigos caerán. Sin embargo, cuando nosotros estemos en el trono, todos los enemigos se levantarán. Ésta fue la historia de los hijos de Israel. En el Antiguo Testamento, cuando los hijos de Israel permitían que Dios fuese su Rey, todos los enemigos que estaban a su alrededor caían y eran subyugados. Sin embargo, cada vez que los hijos de Israel abandonaban a Dios, rechazaban la autoridad de Dios y actuaban según su propia voluntad, sus enemigos se levantaban. Como resultado, la ciudad santa fue hollada, el templo santo fue destruido, el Arca fue capturada y el pueblo de Dios fue llevado cautivo. El mismo principio se aplica hoy. Nunca debemos esperar que Dios venga a ayudarnos; Él nunca nos ofrece esa clase de ayuda. Al contrario, Él desea gobernar y reinar en nosotros, obtener Su dominio y establecer Su reino en nosotros. No necesitamos orar, hacer súplicas ni acudir a Él. Mientras le cedamos el trono y el dominio en nuestro ser, mientras le recibamos como el Señor de todo y el Rey de reyes, mientras le tomemos como nuestro Rey y nuestra Cabeza, y mientras nos sometamos a Su autoridad, todos los enemigos caerán y todos nuestros problemas serán resueltos.

  En ese momento veremos que la vida de Dios está en nosotros, que el trono está establecido en nuestro ser y que la vida fluye de nuestro interior y llega a ser un suministro de poder para nosotros. Entonces nos resultará fácil y dulce amar, no sólo a nuestra criada, sino incluso a nuestro enemigo. Podremos seguir el camino que los hombres no pueden seguir, llevar una vida que los hombres no pueden vivir y hacer las cosas que los hombres no pueden hacer, puesto que lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Dios en nosotros llegará a ser Aquel que hace las cosas posibles; Él llegará a ser nuestra vida y nuestro suministro.

  Por consiguiente, debemos ver que el propósito de la salvación de Dios, el propósito de Su evangelio, es que Él obtenga un dominio, nos haga Su reino, que Su Hijo sea entronizado en nosotros y que Él sea la Cabeza y el Rey de reyes en nosotros. La solución a todos nuestros problemas depende de que nos entreguemos a Él para que Su reino llegue a ser una realidad en nosotros. El reinado de Cristo es nuestro ejercicio, y el trono de Cristo es nuestro vivir. Si ésta es nuestra experiencia, inmediatamente veremos que el suministro de vida cumple los requisitos del reino y nos capacita para hacer lo que los hombres no pueden hacer. Esto es lo que significa Mateo 19:26, que dice: “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible”.

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