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Mensajes del libro «Los de corazón puro»
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CAPITULO DOS

QUITAR TODO AQUELLO QUE CUBRE LA LUZ

  Mateo 5:8 dice: “Bienaventurados los de corazón puro, porque ellos verán a Dios”. En 2 Corintios 3:16 leemos: “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado”. Estos dos versículos nos muestran que para que una persona vea a Dios y sea iluminado por El, lo más importante es que ya no tenga ningún velo que le cubra o que quite el velo que le sigue cubriendo. Los de corazón puro verán a Dios debido a que no los cubre velo alguno. Cuando el rostro de una persona está cubierto por un velo, éste tapa sus ojos; pero cuando el velo es quitado, ella podrá ver la luz.

QUITAR EL VELO PARA RECIBIR LUZ

  Cuando una persona retira todo aquello que la cubre, verá la luz. Esta afirmación se basa en 2 Corintios 3:16, que nos muestra que siempre que los corintios volvían su corazón al Señor, el velo era quitado. Cuando el corazón de los corintios se alejaba del Señor, el velo permanecía sobre sus corazones; de hecho, ese corazón alejado constituía el velo mismo. Siempre que el velo era quitado y el corazón de los corintios se volvía al Señor, Dios resplandecía sobre ellos. Por lo tanto, si una persona no ve el resplandor de Dios, esto no quiere decir que Dios no resplandezca, sino que esta persona tiene un velo que le cubre. Si un hombre resuelve todo aquello que cubre su corazón, entonces verá la luz. Mateo 5:8 dice que los de corazón puro verán a Dios, y 1 Juan 1:5 dice que “Dios es luz”. Por consiguiente, nadie puede ver a Dios sin ver la luz. Dios es luz, y todos los que ven la luz están en Dios y deben estar únicamente en Dios. Sin embargo, lo que Dios exige es que el hombre sea de corazón puro. Ser de corazón puro significa que todo lo que cubría el corazón ha sido quitado. Cuando el corazón de alguien no es puro y está mezclado, esa mezcla llega a ser aquello que lo cubre. Sólo los de corazón puro están libres de todo aquello que cubre su corazón, y sólo ellos podrán ver la luz.

  Salmos 73:1 dice: “Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los de corazón puro”. Esta es la conclusión a la que el salmista arribó. En el versículo 16 él dice: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí”. Pero, cuando entró en el santuario de Dios, él entendió todo (v. 17). Por eso, en el versículo 25 el salmista declara: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra”. Esto es lo que significa ser puro de corazón. Aquel cuyo corazón es puro, va únicamente en pos del Señor en los cielos y su único anhelo en la tierra es el Señor mismo. Ser de corazón puro implica vivir en esta tierra deseando sólo a Dios; vivir sin desear ninguna otra cosa más que a Dios mismo. Cuando nuestro corazón sea sencillo y puro hacia Dios, seremos personas despojadas de toda clase de velo. Por consiguiente, la Biblia nos muestra que para ver la luz, es necesario quitar todo velo.

QUITAR TODO VELO QUE CUBRE LA LUZ

  Aparte de Dios mismo, todas las cosas de este universo pueden convertirse en velos para nosotros. En 1 Juan dice que Dios es luz. Por consiguiente, todo lo que no sea Dios mismo, puede impedir que veamos la luz de Dios que está en nosotros. Así pues, todos tenemos que estar apercibidos de que, aparte de Dios mismo, todas las cosas pueden convertirse en velos para nosotros. Sólo Dios es luz, y lo único que jamás podrá convertirse en un velo, es la luz misma. Debemos tener siempre presente que aparte de Dios mismo, toda persona, asunto o cosa puede llegar a cubrir la luz. No debemos pensar que las cosas buenas no pueden convertirse en velos; de hecho, muchas de las cosas que impiden a las personas ver la luz, no son cosas malas, sino buenas.

  Por ejemplo, procurar ser espirituales es algo muy elevado. Sin embargo, incluso esto puede reemplazar a Dios y convertirse en un velo que prive a nuestro ser de la luz. Si estamos dispuestos a aquietar nuestro corazón y estar en calma ante Dios, de inmediato nos daremos cuenta de que hay una montaña de cosas que nos cubren, impidiendo que la luz nos ilumine, y que no permiten que veamos lo que es real. Cuando una persona no es pura suele suceder que, aunque ame al Señor, su amor por El es superficial. Esta persona ama al Señor, pero al mismo tiempo, también ama su propia cara. Dicha persona no se ha percatado de que, al amar su dignidad en lugar de amar solamente al Señor, eso se ha convertido en un velo que le impide recibir la luz.

  Hay un proverbio que dice: “Los novicios ven lo de afuera; los expertos ven lo profundo”. Un vendedor de telas que tenga experiencia, sabrá si una tela procede de los Estados Unidos o de Japón con sólo palparla, sin tener que mirarla siquiera. Del mismo modo, el que sirve al Señor es un experto en “palpar” a las personas; cada vez que alguien acude a él, sin necesidad de que esta persona le diga nada, el servidor experto sabrá de dónde procede tal persona con tan sólo “palparla”.

  El sentir interno que posee un siervo del Señor es la parte más sensible en lo que respecta a “palpar” a los demás. Por ello, la herramienta más útil para servir a la gente es el sentir que tenemos en nuestro espíritu. Cuando nos acercamos a un hermano, podemos percibir qué clase de persona es sin necesidad de conversar mucho con él. Si deseamos decirle algo, primero debemos sopesar internamente y determinar si esta persona será capaz de acoger nuestras palabras. Si al “sopesar” a esta persona, sentimos que no será capaz de aceptar lo que queremos decirle, entonces es mejor no decir nada.

  A veces, las personas vienen a mí pidiendo que les diagnostique su problema, pero por causa de su dignidad, no puedo decirles nada. No debemos suponer que los hermanos que están a cargo de las reuniones de hogar o de los grupos pequeños sean personas con un gran avance espiritual que están dispuestas a dejar todo por el Señor. En realidad, una vez que su dignidad se vea afectada, es posible que les sea difícil seguir adelante. En una ocasión, cierto hermano acudió a mí buscando que yo identificara su problema. Yo sentí que el problema de este hermano era que él amaba demasiado su cara, es decir, amaba demasiado su dignidad; no obstante, yo no podía decirle eso. Puesto que este hermano me instaba a hacerlo, lo puse a prueba para ver si aceptaría alguna declaración al respecto; así pues, le dije: “Su problema es que usted nunca admite sus fracasos”. El respondió: “¿Cómo sabe eso?”. Le dije que aunque lo conocía por mucho tiempo, nunca lo había escuchado decir: “Me equivoqué”. Cuando Dios ha quebrantado y disciplinado a alguien, él estará dispuesto a decir: “Estoy equivocado. Por favor, perdóneme”. Pero este hermano respondió: “No estoy de acuerdo”. El no estaba dispuesto a perder su dignidad. Este es un ejemplo de alguien cuyo velo le impide ver la luz.

  Con el fin de ayudarle, le di un ejemplo, diciéndole: “Una vez, usted emprendió algo con su esposa; aunque era obvio que no podría llevarlo a cabo, usted insistió en actuar a fin de que yo, su esposa y los demás lo viéramos hacer esto”. Este hermano respondió: “Ese no fue el caso. Usted ha visto lo opuesto a lo que realmente sucedió”. Entonces, yo admití que tal vez no había captado correctamente lo que realmente había sucedido. Por tanto, dos meses más tarde, cuando este hermano vino a mí para que yo identificara su problema, no le pude decir nada. Algunas personas son capaces de renunciar a todo, menos a su propia dignidad.

  El problema mayor entre los jóvenes es que se comparan con otros. Si dos personas están trabajando en el mismo lugar y uno es elogiado, el otro se siente molesto. Este sentimiento es un velo que cubre la luz. Si otros son elogiados, sentimos algo; pero si somos nosotros los elogiados, el sentimiento es diferente. Estos sentimientos constituyen velos que cubren la luz y que hacen que nuestro corazón no sea puro. ¿Qué es un corazón puro? Si yo tengo un corazón puro, aun cuando la gente dice que me he equivocado, esto no producirá en mí ningún sentimiento particular; asimismo, los elogios de la gente no despertarán en mí ningún sentimiento especial. Cuando las personas me alaban, no siento nada; y si no me alaban, tampoco siento nada. Yo no busco las alabanzas de los demás, sino que sólo deseo a Dios mismo. Si anhelamos muchas cosas y nuestros deseos son muy complicados, entonces cualquier cosa, incluso nuestra búsqueda espiritual, puede convertirse en algo que cubre la luz. Por ejemplo, a algunas personas les gusta jactarse, así que la jactancia se convierte en un gran problema para ellas. Ciertamente se trata de personas encantadoras y muy educadas, pero debido a que carecen de la luz, simplemente les encanta jactarse. En todo lo que ellos hacen, tienen que jactarse aunque sea un poquito. Esto constituye un velo que los cubre. Si queremos ver la luz, debemos quitar todo velo.

VOLVER NUESTRO CORAZON AL SEÑOR

  En 2 Corintios 3:12-18 tenemos una porción maravillosa del Nuevo Testamento. Por una parte, dice que los hijos de Israel tienen un velo, y por otra, que cuando el corazón de ellos se vuelve al Señor, el velo es quitado. Que el velo sea quitado depende exclusivamente de que volvamos nuestro corazón al Señor. Cuando no se quita el velo, no hay luz, pero una vez que el corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. El velo se refiere a todo aquello que nosotros procuramos aparte del Señor mismo. Siempre que nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. Todos los velos que tenemos se deben al hecho de que nuestro corazón no está puesto en el Señor. Por consiguiente, el versículo 16 dice que cuando nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado. Una vez que volvamos nuestro corazón al Señor y lo deseemos a El de una manera simple y pura, llegaremos a ser personas con un corazón puro. El que es de corazón puro no sabe nada; a él sólo le interesa el Señor. El no desea nada sino sólo al Señor. El que es puro de corazón no codicia nada del mundo, ni tampoco codicia nada de la esfera espiritual. El sí puede decir: “Oh Señor, ¿a quién tengo en los cielos sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra”. Su corazón es puro y no hay velo que lo cubra. Además, al haber sido quitados los velos que lo cubrían, la luz llega a iluminarle e inmediatamente él puede ver. Es menester que todos nos demos cuenta cuál es nuestro problema. Nuestro problema es que nuestro ser interior no es puro y que todavía está mezclado con muchas otras cosas. Por lo tanto, nuestro corazón necesita volverse al Señor.

  Algunas personas posiblemente se pregunten: “¿Cómo sabemos que estamos centrándonos en otra cosa aparte del Señor mismo? ¿Cómo podemos reconocer estas cosas que nos distraen? Y, ¿cómo sabemos que además de centrarnos en el Señor, estamos interesados en algo más?”. En realidad, cada uno de nosotros ya lo sabe. Todos los problemas estriban en si estamos dispuestos o no a ser quebrantados y a recibir la disciplina de la cruz. En el ejemplo que mencioné anteriormente, el hermano discutió conmigo y trató de justificarse. Estoy seguro que, mientras argumentaba conmigo, este hermano percibía algún sentimiento contrario en su interior; del mismo modo, en el caso de las personas a quienes les gusta jactarse, ellas sienten algo parecido. Todas estas personas tienen tal sentimiento en su interior, pero la cuestión es si están dispuestas o no a obedecerlo.

  En 2 Corintios 3:16 dice: “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado”. El versículo 17 dice: “Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Cuando unimos estos versículos, dicen: “Pero cuando su corazón se vuelve al Señor ... y el Señor es el Espíritu”. ¿Qué significa esto? El apóstol escribió estos versículos uno después del otro porque sabía que podían preguntarle: “Usted quiere que me vuelva al Señor, pero ¿dónde está el Señor?”. El apóstol respondió a esta pregunta indirectamente al decir que el Señor es el Espíritu. Cuando las personas nos preguntan cómo podemos saber si nuestro corazón está vuelto al Señor, podemos responderles preguntando si su ser se siente en libertad. ¿Cree usted que aquel hermano que argumentaba conmigo sentía libertad? Estoy convencido de que cuanto más discutía conmigo, menos libertad tenía. Cuanto más él hacía caso omiso de su sentir interno y refutaba mis palabras, en mayor medida su espíritu era atado. Con el tiempo, llega el momento en que esta persona carece totalmente de luz. Una vez que alguien a quien le gusta jactarse empieza a hacerlo, pierde toda libertad en su ser debido a que el Señor Espíritu, que está en él, ha sido atado. Debemos preguntarnos: ¿Qué preferimos: jactarnos o volvernos al Señor, que ha estado atado en nosotros?

  Ciertamente alguien que ama el dinero o a sus hijos más que al Señor, percibe algún sentimiento contrario en su ser. Todos podemos testificar que tenemos un sentir desagradable en nosotros cada vez que amamos el dinero, pues nos sentimos atados y oprimidos en nuestro interior. Así que, cuando oramos, los que nos escuchan saben que algo está pasando: el Señor dentro de nosotros no tiene libertad, está atado en nosotros. Si todavía amamos el dinero o a nuestros hijos más que al Señor, ¿cómo es posible que no nos sintamos incómodos? Pero si estamos dispuestos a volvernos al Señor, quien ha estado atado en nuestro ser, inmediatamente tendremos libertad y la luz nos inundará. ¿Qué nos estorba, y qué cosas buscamos además del Señor? Sin duda alguna, estas cosas nos hacen sentir mal por dentro. Cuando nos sentimos mal o incómodos por causa de cierto asunto, este asunto constituye un impedimento, o sea, es algo que anhelamos además del Señor mismo. Por lo tanto, debemos permitir, sin ninguna reserva, que el Señor lo quebrante.

  Cuando vemos el entusiasmo de algunos jóvenes, no podemos negar que aman al Señor y van en pos de El. No obstante, ellos todavía tienen conflictos internos. Aunque todos son diferentes, hay ciertos problemas que son comunes entre ellos. Hace un año, cuando estos jóvenes no estaban deseosos ni entusiasmados de seguir al Señor, ya tenían un determinado problema; y este año, aunque esos mismos jóvenes ahora están deseosos y entusiasmados de seguir al Señor, ellos siguen teniendo el mismo problema. Si están siendo disciplinados en un determinado asunto, el problema fundamental persiste; si ellos luego son disciplinados en otra área de sus vidas, el mismo problema sigue presente. El problema de estos jóvenes es que cuando alguien señala sus errores, ellos siempre tienen una excusa. Aun cuando lo que hayan hecho sea un error obvio, no están dispuestos a reconocerlo como tal. No deben esperar hasta que el Señor regrese para poder decir: “Lo siento, me equivoqué”. De hecho, es muy raro oír a un joven decir: “Lo siento, erré”. Cuando la gente le señala sus errores, no sólo no están dispuestos a admitirlo, sino que dan muchas excusas. Este es un caso concreto que ilustra lo que es estar cubierto de velos, ya que ellos no están dispuestos a ser iluminados por la luz interna.

  Si dejamos de ser iluminados por la luz durante un período prolongado, nuestro sentir interno se desvanecerá y caeremos en tinieblas. Cuando los demás nos hacen ver nuestros errores, debemos estar dispuestos a decir: “Lo siento, es mi culpa. Por favor, perdóneme”. Si podemos hacer esto, tenemos el entendimiento adecuado acerca de la luz. No obstante, cuando los demás señalan nuestros errores, es posible que nos justifiquemos y razonemos pensando que nuestras fallas son inevitables; aún más, si nos critican de nuevo, y volvemos a defendernos, esto indica que nuestro ser interior está totalmente cubierto de velos y se encuentra en tinieblas. Cuando los cónyuges discuten en casa, ambos sienten un malestar interno. En verdad, todos deben sentir esto por dentro, pero con el tiempo, debido a que han adquirido el hábito de discutir, ese sentir interno se pierde. Por lo tanto, no debemos afirmar que nuestras acciones son razonables. Incluso cuando hacemos algo razonable no debemos defenderlo, porque aun nuestro propio raciocinio está impregnado con algo del yo. Siempre y cuando veamos la luz y tengamos un sentir interno, debemos aceptar el quebrantamiento y la disciplina que proviene de esta luz. De esta manera, no nos hallaremos en tinieblas.

  Es menester arrepentirnos al Señor debido a nuestra incapacidad para ver la luz. En la vida de iglesia, leemos la Biblia todos los días, pero quizás no tengamos luz en nuestro interior. Tenemos la Biblia en nuestra mente, pero no hay luz en nuestro ser. También somos fervientes en nuestro servicio al Señor, pero no hay luz ni realidad en nuestro servicio y no sabemos por qué estamos sirviendo. Además, mientras laboramos, nuestro ser interior esta lleno de confusión y sin luz. Vivimos la llamada “vida espiritual” un día tras otro sin que tengamos una visión espiritual fresca, y percibimos que le falta algo a nuestro ser. Cada día nos levantamos temprano a leer la Biblia. Todos los días visitamos a otros y cuidamos de ellos; con todo, puede ser que no tengamos ninguna revelación fresca ni un sentir fresco en nuestro ser.

  No obstante, un creyente que vive delante del Señor debe estar resplandeciente y fresco todos los días. Siempre que él viene al Señor recibe luz, y ésta no es la luz del día anterior, sino la luz fresca que recibió hoy. Su ser interior siempre está claro y seguro de la dirección en su servicio, así como del mover del Espíritu Santo. No sólo conoce la dirección en que se mueve la iglesia, sino que también conoce el propósito que Dios tiene para la iglesia en la tierra. Su sentir interior está siempre fresco y resplandeciente. Esta clase de persona siempre está aprendiendo algo nuevo y es iluminada nuevamente cada día. Cuando otros entran en contacto con él, aunque sientan que no es una persona muy afectuosa, perciben que su ser interior es dócil y fresco, claro como el cristal y transparente. Algunos creyentes, incluso habiendo recibido gracia del Señor, son muy ásperos; el problema de ellos es que su corazón no es lo suficientemente puro para el Señor. Ellos son muy complicados por dentro, así que, cuando se sienten incómodos interiormente, no están dispuestos a aceptarlo. Todos nosotros tenemos un sentir interior, pero, con frecuencia, no recibimos el quebrantamiento que viene con ese sentir. Esa renuencia equivale a rechazar la luz.

“DONDE ESTA EL ESPIRITU DEL SEÑOR, ALLI HAY LIBERTAD”

  El hombre no entra repentinamente en las tinieblas; más bien, entra en ellas de manera gradual. La puesta del sol siempre es desde la mañana hasta la tarde, de la tarde hasta el atardecer, y del atardecer al anochecer. No obstante, el anochecer todavía no es el tiempo más oscuro. Todo aquel que entra en las tinieblas, lo hace de una manera gradual, sin darse cuenta de lo que le está sucediendo. Es de esa misma manera, sin cobrar plena conciencia de ello, que el hombre gradualmente se desvía hacia algo que no es el Señor. Este es el resultado de no tener luz en nuestro interior. Por consiguiente, si nos sentimos incómodos o confundidos en cierta área, es en esa área en la que necesitamos que el Señor nos ilumine y nos quebrante. Si el Señor nos quebranta continuamente de esta manera, la luz dentro de nosotros brillará más y más, porque los velos que tenemos en nosotros serán quitados poco a poco.

  Por ejemplo, suponga que soy una persona que siempre se está justificando delante de los demás. Si usted viene y me dice algo, y yo le trato de explicar la situación, mi ser interior se sentirá incómodo. En ese momento, yo debería inmediatamente acoger ese sentir, bajar mi cabeza y decirle al Señor: “Oh Señor, no diré nada; incluso si me malentienden, no diré nada”. No debemos desobedecer el sentir y resplandor internos, ni tampoco debemos desobedecer la visión interior. Una vez que el Señor nos da tal sentir, debemos someternos a él. Muchos de nosotros podemos testificar que siempre que somos detenidos por tal sentir, inmediatamente hay libertad en nuestro espíritu. Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Algunas personas siempre preguntan: “¿Cómo sabemos si nuestro corazón está vuelto al Señor?”. Sabemos que nuestro corazón está vuelto al Señor cuando nuestro espíritu goza de libertad. Cuando estamos discutiendo con nuestra esposa o esposo y sentimos que nuestro ser interior no se siente libre, debemos inclinar nuestra cabeza inmediatamente y decirle al Señor: “Oh Señor, ya no voy a pelear”. Una vez que nos detenemos, nuestro ser interior es liberado, nuestro espíritu es liberado y podemos alabar al Señor. Si somos así todas las mañanas, nuestra vida diaria se mantendrá fresca. Pero, si seguimos discutiendo y desobedecemos este sentir que nos incomoda, me temo que durante todo el día, desde la mañana hasta el anochecer, nuestro ser interior estará confuso y en tinieblas, y nuestro espíritu no tendrá libertad. Cuando nuestro corazón se vuelve al Señor, el velo es quitado.

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