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Mensajes del libro «Los de corazón puro»
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CAPITULO SIETE

DEBEMOS VIVIR CONFORME A NUESTRA CONCIENCIA Y DELANTE DE DIOS

EL HOMBRE CAIDO NO ES GOBERNADO POR SU CONCIENCIA

  En 1 Timoteo 1:5 dice: “Pues el propósito de esta orden es el amor nacido de un corazón puro, una buena conciencia y una fe no fingida”. El versículo 19 añade: “Manteniendo la fe y una buena conciencia, desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos”. Asimismo, 2 Timoteo 1:3 dice: “Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis antepasados con una conciencia pura”. Efesios 4:19-20 menciona: “Los cuales, después que perdieron toda sensibilidad [conciencia], se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo”. Todos estos versículos nos muestran la importancia de la conciencia. Después que el hombre cayó, Dios dispuso que éste fuera gobernado por su conciencia. Por lo tanto, si la condición del hombre es normal, estará atento al sentir de su conciencia. Sin embargo, el hombre caído ni presta atención al sentir de su conciencia ni es gobernado por su conciencia; al contrario, se entrega a la lascivia.

LA GRACIA DE DIOS FORTALECE AL HOMBRE

  Una vez que una persona es salva, tiene en ella la vida de Cristo. Sin embargo, si desea progresar en la vida de Cristo, tiene que tomar medidas exhaustivas para mantener una conciencia sin ofensa. Si la conciencia de un cristiano registra alguna ofensa que no ha sido resuelta, él no podrá progresar en nada. Quizás para algunos hablar así es hablar con severidad excesiva. Es posible que piensen que estos cuatro asuntos —realizar una confesión exhaustiva de nuestros pecados delante de Dios, tomar medidas minuciosas con respecto a los pecados cometidos delante de los hombres, mantener una conciencia sin ofensa y consagrarse a Dios de manera absoluta— son demasiado difíciles de llevar a cabo y parecen contradecir las palabras de gracia. Por una parte, se nos ha dicho que todo depende de la gracia de Dios y de lo que El hace, y que no necesitamos hacer nada; por otra, se nos ha dicho que debemos realizar una confesión exhaustiva, tomar medidas con respecto a nuestros pecados y consagrarnos a Dios. Estos dos aspectos aparentemente son contradictorios entre sí, de modo que el hombre no sepa qué hacer. Las palabras de gracia son placenteras al oído, constituyen una provisión plena y resultan muy reconfortantes, mientras que las palabras que nos instan a tomar ciertas medidas pueden parecernos demasiado severas, casi crueles, muy difíciles de aceptar y que van más allá de lo que el hombre es capaz de hacer. Así pues, el hombre se encuentra en un dilema.

  En realidad, la gracia de Dios no debilita al hombre sino que, más bien, lo fortalece. El hecho de que un cristiano no confiese exhaustivamente sus pecados delante de Dios o que no tome medidas minuciosas con respecto a sus pecados delante de los hombres, es prueba de que está carente de gracia. Si un automóvil no arranca, se debe a que está estropeado o le falta combustible. Cuando un auto está en buenas condiciones y tiene suficiente combustible, con certeza habrá de funcionar normalmente. De igual manera, si un cristiano no ha realizado una confesión exhaustiva de sus pecados delante de Dios, o no ha tomado medidas detalladas con respecto a sus pecados delante de los hombres, esto es prueba de que está carente de la gracia de Dios. Si el cristiano no presta la debida atención a su conciencia ni se consagra absolutamente a Dios, esto es también prueba de que carece de la gracia de Dios. Lo que Dios exige y la gracia de Dios no son incompatibles entre sí; sino que, por el contrario, se complementan mutuamente.

RECIBIR LA GRACIA DE DIOS PARA CUMPLIR CON LO QUE DIOS EXIGE

  Muchas de las leyes naturales que rigen el mundo físico poseen dos facetas que, aparentemente, son contradictorias entre sí. Quienes hayan estudiado física saben que en este universo existen dos fuerzas distintas, a saber: la fuerza centrípeta y la fuerza centrífuga. La razón por la que muchos objetos no caen al suelo es porque tanto la fuerza centrípeta como la fuerza centrífuga están operando conjuntamente. Una lámpara es otro ejemplo. Para que una lámpara alumbre, requiere de dos cables eléctricos; si tuviese sólo un cable, no funcionaría. Otro ejemplo es que en el universo no sólo existe el agua de lluvia, sino también los rayos solares; mientras que el agua de lluvia suministra, los rayos solares consumen. Unicamente cuando el agua de lluvia y los rayos del sol operan conjuntamente, podrán crecer los organismos vivos. Si las plantas recibieran únicamente el resplandor del sol durante todo el año y no fueran regadas por la lluvia, les sería imposible crecer. De modo inverso, si sólo fueran regadas por la lluvia y no recibieran los rayos solares, las plantas tampoco podrían crecer. Aún más, también sabemos que existe tanto el día como la noche; de modo que hay, en perfecto orden, labor y reposo para todas las cosas. Asimismo, el crecimiento de una persona depende tanto del suministro como del consumo; por ello, todos los médicos exhortan a la gente a alimentarse apropiadamente y a hacer ejercicio. Alimentarnos constituye un suministro, mientras que hacer ejercicio consume. La vida espiritual sigue el mismo principio.

  Si un cristiano sólo recibe la gracia y el amor de Dios y no cumple con lo que Dios requiere, definitivamente no crecerá de forma apropiada. Cuanto más un cristiano reciba la gracia de Dios y cumpla con lo que Dios exige, mejor y más rápido será su crecimiento. Un cristiano apropiado debe, por una parte, recibir la gracia y amor de Dios mientras que, por otra, debe cumplir estricta y absolutamente con lo que Dios exige. Si Dios le pide que tome ciertas medidas con respecto a sus pecados, un cristiano apropiado tomará estas medidas sin reservas. Si Dios le pide que confiese los pecados que ha cometido, él lo hará sin argumentar. Si Dios le pide que se consagre, se consagrará a Dios de manera absoluta. Si Dios le pide que tome medidas a fin de mantener una conciencia sin ofensa, esta persona lo hará de la manera más completa. Un cristiano apropiado no es descuidado, ni tampoco hace nada a medias; más bien, procura minuciosamente mantener una buena conciencia. Las personas experimentadas pueden dar testimonio de que cada vez que una persona recibe gracia delante de Dios, con toda certeza confesará sus pecados, tomará medidas respecto a ellos, se consagrará a Dios y mantendrá una conciencia sin ofensa.

  Una persona que confiesa sus pecados, toma medidas con respecto a ellos, se consagra a Dios y mantiene una conciencia sin ofensa, con toda certeza recibirá más gracia. Si hacemos suficiente ejercicio, con toda seguridad nos gustará comer y comeremos bien. De igual manera, cuanto más estrictamente cumplimos con lo que Dios exige, más poderosa será Su gracia en nosotros. En apariencia, estas dos cosas son contradictorias entre sí; pero de hecho, se complementan mutuamente. Sin la gracia de Dios nos sería imposible cumplir con estas demandas, y si no cumplimos con tales exigencias, no habremos de recibir más gracia. Espero que estas palabras no sean mal entendidas ni mal interpretadas, y no vayan a pensar que es imposible cumplir con tales requerimientos. Por la gracia de Dios, podemos cumplir con lo que Dios exige; y por la gracia de Dios, somos capaces de tomar medidas con respecto a todos los pecados.

AL TOMAR MEDIDAS CON RESPECTO A LOS PECADOS, EXPERIMENTAMOS LA GRACIA ESPECIAL DE DIOS

  En mi vida cristiana personal, una vez tuve una experiencia inolvidable relacionada con tomar medidas respecto a mis pecados. Esta experiencia da testimonio de cuán grande es la gracia de Dios, puesto que fue la gracia de Dios en mi interior que sostuvo todo mi ser. Unicamente después de haber tomado medidas con respecto a mis pecados pude ver cuán inmensa es, verdaderamente, la gracia de Dios. Esta es una experiencia que jamás olvidaré en toda mi vida; sucedió seis o siete años después de mi salvación y fue la primera vez que yo verdaderamente tomé medidas con respecto a mis pecados. En aquel tiempo, el Señor operó en mí y me reavivó, causando que orara todo el tiempo, le sirviera celosamente y tuviera el sentir de tomar medidas exhaustivas con respecto a mis pecados. Cierto día el Señor me iluminó y trajo a mi memoria un incidente que había ocurrido en mi juventud cuando trabajaba para cierta organización. Hubo un incendio en el edificio donde se hallaba esta organización, y toda la gente intentaba hurtar algo. Yo también llevé conmigo dos objetos muy pequeños: el primer objeto era un precioso tintero de porcelana para labores de caligrafía china, el cual puse en mi bolsillo mientras ayudaba a empacar las cosas de la compañía; el otro objeto que tomé era un cepillo para ropa, procedente del occidente, que se veía muy bonito. Puse el tintero en mi estudio, y todos mis amigos lo admiraban cuando lo veían. Además, poder usar ese cepillo occidental para cepillar mi ropa cuando me estaba vistiendo, era muy conveniente. Una vez que fui salvo, no percibí de inmediato que esto representara problema alguno; apenas tenía un sentimiento tenue con respecto al origen cuestionable de estos dos objetos. Seis o siete años más tarde, la gracia del Señor me alcanzó y comprendí que debía, de manera exhaustiva, tomar medidas con respecto al pecado cometido por hurtar aquellos dos objetos. Si tenía el tintero delante de mis ojos, me era imposible leer la Biblia; y el pequeño cepillo para ropa había perdido todas sus cerdas después de haber sido usado durante seis o siete años.

  La necesidad de afrontar el robo de ambos objetos me ocasionó dos problemas. El primer problema fue que el hijo del que había sido mi jefe fue mi compañero de clase, y yo le conocía muy bien. ¿Cómo podía presentarme delante de él y confesarle mi pecado? Descubrí que esto era muy difícil de hacer. El otro problema era que el cepillo había perdido todas sus cerdas, así que ¿cómo podía devolverlo? Durante varios días y noches, apenas podía dormir debido a que sentía que no podía llevar esto a cabo. Luché con este asunto por un par de semanas, y cuanto más peleaba al respecto, más difícil se me hacía. Ante esto, supliqué a Dios que me diera el valor que necesitaba. Para aquel entonces, el jefe ya había fallecido; así que me pareció que en lugar de devolver esos dos objetos, debía pagar por ellos. Una vez que hube planificado los detalles, fui a la casa de mi antiguo compañero de clase un domingo por la tarde. Tenía todo preparado. Era al final del año, y resultó que mi compañero de clase estaba en casa. Cuando me vio me dijo: “¡Cuánto tiempo sin verte!”. Con el rostro ruborizado, le respondí: “He venido a pedirte perdón, porque el día que tu compañía se incendió, me aproveché de la ocasión y robé este tintero de la oficina”. El me respondió: “¡Pero eso no es nada! Esta clase de cosa insignificante no tiene importancia”. Pero yo continué: “¡También hurté un cepillo! Pero como se ha desgastado por completo, deseo darte este dinero”. El me respondió: “No te preocupes por eso. Esas son cosas insignificantes”. Le supliqué que me entendiera, y al ver cuán sincero era, le fue imposible desestimar mi pedido. Pero en ese momento me preguntó: “¿Qué tienes en tu mano?”. En aquel tiempo el gobierno no permitía que se imprimieran calendarios que incluyeran tanto el año lunar como el año solar, pero había una organización católica que publicaba muchos calendarios como éste. Por ser una organización procedente del occidente, el gobierno no interfería con sus actividades. Cada año esta organización enviaba calendarios a la compañía donde yo trabajaba, y eran dados a los empleados que tenían un rango elevado en la compañía. Cuando el hijo de mi jefe me preguntó qué llevaba en mi mano, le dije que era uno de esos calendarios. Entonces me dijo: “¡Qué bien! Dame el calendario y quédate con tu dinero. El calendario reemplazará lo que robaste”. Claro, por una parte yo estaba contento, pero por otra, me sentí triste.

  Aunque había tomado medidas con respecto al pecado que cometí, mi antiguo compañero de clase no quiso recibir el dinero y esto me molestaba. Camino a mi casa oré: “Oh Señor, ¿qué debo hacer con el dinero?”. En ese momento, tuve una idea: “Ya sé, le daré este dinero a un pordiosero; no a un pordiosero común, sino a uno especial, a uno que haya sido afectado por la guerra en los suburbios”. Cuando llegué a casa ya era de noche. Alguien tocó a la puerta, y cuando la abrí, allí estaba una persona que me dijo: “Señor, ¡por favor, tenga misericordia de mí!”. Cuando lo vi me di cuenta de que era un pordiosero. El continuó diciéndome: “No he comido en todo el día”. Inmediatamente le pedí que entrara y le serví panecillos, agua y algunos platillos chinos para comer. Después que terminó de comer le di más panecillos. El me dijo muy avergonzado: “Usted es un buen hombre”. A lo que le respondí: “No, yo no soy bueno. Jesús tiene este dinero para usted. Tómelo”. Entonces, salimos de la casa y una vez en la calle, hizo una reverencia sincera y se alejó. De regreso a mi casa me encontré con un hermano ya anciano que insistió en darme un calendario. Cuando llegué a la casa y lo miré, me di cuenta de que era un calendario con el año lunar y el año solar. Y le dije al Señor: “¡Oh Señor, qué temible y maravilloso eres! Preparaste un pordiosero y un calendario para mí. Sin duda he recibido Tu gracia especial”.

  Al tomar medidas con respecto a nuestros pecados, tenemos la presencia del Señor, y después de haberle obedecido, le conocemos más. Tomar medidas con respecto a nuestros pecados y mantener una conciencia sin ofensa no tienen nada que ver con la ley, sino con la gracia. Cuanto más conocemos y experimentamos la gracia, más tomaremos medidas con respecto a nuestros pecados, y cuanta más gracia recibamos, más creceremos. Espero que todos nosotros lleguemos a ser cristianos maduros, no de esos que están “medio crudos”. Esto no se puede hacer si estamos bajo la ley, ya que requiere del suministro de la gracia. Cuanto más tratemos con el problema de nuestros pecados, más santificados seremos.

SER SALVOS PARA VIVIR CONFORME A NUESTRA CONCIENCIA

  En el principio, el hombre cayó de la presencia de Dios al régimen de la conciencia; y luego, de la conciencia al gobierno de los hombres. Por lo tanto, son tres las entidades que rigen al hombre: en primer lugar, Dios mismo; en segundo lugar, la conciencia; y en tercer lugar, el hombre mismo. Quienes viven delante de Dios constituyen la clase de persona más elevada. Los que viven según su conciencia no pertenecen a la categoría más elevada de personas, pero son relativamente buenas. Los que viven bajo el régimen humano, están en la más baja de las categorías: se trata de personas que no obedecen a su conciencia ni tampoco viven en la presencia de Dios, sino que se atreven a hacer cualquier cosa. Son muy pocas las personas que viven delante de Dios; la mayoría vive delante del hombre. Los maridos tienen temor de ser sorprendidos por las esposas, y las esposas tienen temor de ser sorprendidas por los maridos. Los hijos temen que sus padres los sorprendan, y los padres temen que sus hijos los sorprendan. Los médicos viven temerosos de que las enfermeras los sorprendan haciendo mal, mientras que las enfermeras temen que los médicos las sorprendan haciendo algo erróneo. Así pues, todos viven temerosos de que sus semejantes los encuentren haciendo algo impropio. Cuando no somos regidos por nadie, somos capaces de cometer toda clase de actos inmorales. Las personas que sólo temen al hombre —ya sea la policía, el juez o los militares— son las personas más bajas y caídas. Lo único que temen es ser vistos por los hombres, pero no temen a Dios mismo. En la actualidad, los cristianos viven más tiempo delante de los hombres que conforme a su conciencia. Quienes viven en la presencia de Dios, son regidos por Dios; los que viven según su conciencia, son regidos por ella; y quienes viven delante de los hombres, son regidos por sus semejantes. Estas tres maneras de vivir —vivir delante de Dios, vivir en conformidad con nuestra conciencia y vivir delante de los hombres— se denominan, respectivamente, el régimen de Dios, el régimen de la conciencia y el régimen de los hombres.

  Cuando fuimos salvos, Dios nos salvó de vivir bajo el gobierno de los hombres. Antes de haber sido salvos, siempre y cuando otras personas —ya sean nuestros cónyuges, nuestros maestros o nuestros supervisores— no nos vieran, podíamos cometer toda clase de inmundicia en provecho propio. Pero un día, el Señor nos salvó del pecado y del mal. Además, también fuimos salvos de vivir meramente bajo el régimen de los hombres. Ahora, si somos hijos, no violamos las normas que rigen en nuestra familia; y, como ciudadanos, definitivamente somos personas que se sujetan a la ley. ¿A qué se debe esto? Se debe a que somos salvos y, ahora, si nuestra conciencia no nos permite hacer algo, definitivamente no lo haremos. Si ésta no es nuestra experiencia, ¿cómo podemos decir que somos salvos? Aunque hemos sido salvos, a veces nos comportamos como si no lo fuéramos: quienes son estudiantes todavía quebrantan las reglas de la escuela a espaldas de sus maestros, y quienes son esposas todavía mienten a sus hijos y a sus esposos. Un cristiano que anhela vivir delante de Dios, en Su presencia, debe ser uno que experimenta la salvación de Dios por lo menos hasta el punto en que vive conforme a su conciencia.

  Este camino es muy elemental. La caída del hombre bajo el régimen de su conciencia constituye tan sólo una breve etapa. Después de esto, el hombre cayó aún más, y llegó a estar bajo el gobierno de los hombres. Todo cuanto la conciencia prohíbe, de hecho es prohibido por Dios mismo, y lo que no agrade a nuestra conciencia tampoco agrada a Dios. Todo aquello que nuestra conciencia condene, es condenado por Dios, y todo lo que ella censure, de hecho, también es censurado por Dios. Después que un cristiano es salvo, si no presta atención a su conciencia ni cumple con lo que su conciencia exige de él, estará desobedeciendo a Dios, le mentirá a Dios y le será imposible recibir la gracia de Dios. Por el bien de los nuevos creyentes, debo decir que esto no quiere decir que esta persona no haya sido salva. Definitivamente ha sido salva, pero debido a que no presta atención a la palabra de Dios, no vence. Por consiguiente, debemos obedecer detalladamente a nuestra conciencia y eliminar todo aquello que ella condene, censure o prohíba.

  Me temo que muchos de los hijos de Dios que están entre nosotros tienen una conciencia llena de ofensas y agujeros. En el caso de algunos, su conciencia es como una vasija llena de agujeros por donde se escapa toda el agua que se ha echado en ella. Aunque hemos oído muchos mensajes, al recibirlos, éstos se “cuelan” inmediatamente. Aparentemente somos impresionados e iluminados cada vez que leemos la Biblia, pero todo ello nos abandona rápidamente y llegamos a ser como un automóvil que se ha quedado sin combustible. En 1 Timoteo 1:19 dice que si desechamos una buena conciencia, naufragaremos. Hoy en día, son muchos los cristianos que no avanzan en la vida divina debido a que nunca han tomado medidas exhaustivas para mantener una conciencia sin ofensa. Si ellos no le dan importancia a esto, les será imposible seguir adelante. Sin embargo, lo maravilloso es que todas las veces que tomamos medidas para mantener una buena conciencia, nos acercamos a Dios. Una vez que estamos bajo el régimen de nuestra conciencia, somos inmediatamente liberados del régimen de los hombres y vivimos delante de Dios.

VIVIR DELANTE DE DIOS

  Quizá algunos pregunten: ¿Qué significa la expresión “vivir delante de Dios”? Vivir delante de Dios significa que somos dirigidos y gobernados directamente por Dios. Hace algún tiempo, conocí a una hermana que tenía mucha madurez en el Señor. Ella había vivido en Nankín por casi treinta años. Al final del año lunar, ella deseaba comprar algo, no porque siguiera las costumbres del mundo, sino porque tenía una necesidad específica. Ella calculó que el dinero que necesitaba era un total de ciento veinte yuanes chinos. Puesto que estaba sirviendo al Señor de tiempo completo y no recibía salario alguno, ella no siempre tenía dinero a su disposición. Así que, oró a Dios: “¡Oh Dios! Soy tu sierva y ahora vengo ha decirte cuál es mi problema. No quiero la ayuda del hombre, pero si Tú no me das los ciento veinte yuanes, esto sería una vergüenza para Ti”. Poco tiempo después, un colaborador que vivía a una distancia de unas cuantas provincias de esta hermana anciana, repentinamente tuvo el sentir de que ella tenía necesidad de dinero. La cantidad que vino a su mente fue exactamente ciento veinte yuanes chinos. Esta historia es verídica. Al ver que las festividades del año nuevo lunar estaban cercanas y que si le remitía ese dinero, éste llegaría demasiado tarde, el hermano le envió un telegrama. Cuando esta hermana recibió el telegrama, la suma era exactamente la que ella había pedido al Señor. Esto no tiene que ver con la conciencia, sino con el hecho de vivir delante de Dios.

  La conciencia se ocupa de lo correcto y lo incorrecto. La conciencia no es necesariamente Dios mismo que nos habla directamente, sino un medio que El usa para hablar con nosotros. Cuando esta hermana oró, ¿cómo pudo aquel colaborador, que vivía a unas cuantas provincias de distancia, haber sabido que ella necesitaba ciento veinte yuanes? Esto es producto de una vida llevada delante de Dios y en comunión con Dios. Este colaborador era una persona que tomaba medidas exhaustivas para mantener una conciencia sin ofensa y que vivía en la presencia de Dios. Al estar en comunión con Dios, Dios le pudo hablar directamente y dirigirlo. Tenemos que entender lo siguiente: la persona que ha sido librada del gobierno humano, que vive conforme a su conciencia, que tiene comunión con Dios y que vive directamente en la presencia de Dios, es una persona que trasciende lo correcto e incorrecto. Si alguien acude a él con un caso, él no se ocupará de ello basándose meramente en lo que es correcto o está equivocado; más bien, dará su juicio estando delante de Dios. Debemos saber que desde la perspectiva de lo correcto e incorrecto, mucha gente puede estar en lo correcto y, aún así, estar errada a los ojos de Dios. Para saber esto, se requiere del sentir de nuestro espíritu.

  Por ejemplo, cierto día dos hermanos envueltos en una disputa acudieron a mí. Si yo hubiese sido salvo sólo hasta el punto de vivir conforme a mi conciencia, les habría dicho, basado en lo correcto y lo erróneo, según el sentir en mi conciencia: “Hermano Huang, usted está equivocado” o “hermano Sun, es usted quien erró”. Pero si soy alguien que estoy aprendiendo a vivir delante de Dios y que estoy aprendiendo a conocer mi conciencia y a mantenerla sin ofensa, iré más profundo que el sentir de mi conciencia y juzgaré según mi espíritu, viviendo de manera absoluta en la presencia de Dios. En lo que respecta a lo correcto y lo incorrecto, posiblemente haya sido el hermano Huang quien erró y el hermano Sun quien estaba en lo correcto; sin embargo, en lo que respecta a tener un espíritu apropiado, puede ser que el hermano Huang estaba en lo correcto porque tenía un espíritu recto delante de Dios. Es posible que alguien esté equivocado desde el punto de vista de lo correcto y lo incorrecto y, sin embargo, puede tener un espíritu recto delante de Dios. Recíprocamente, uno puede estar en lo correcto desde la perspectiva de lo correcto y lo equivocado, y aún así, no tener un espíritu recto a los ojos de Dios.

  Quizá ustedes digan que esto es muy complicado y se pregunten cómo es posible que una persona pueda estar errada desde la perspectiva de lo correcto e incorrecto y, aún así, estar en lo correcto con respecto a su espíritu. Por ejemplo, siempre enfrentamos situaciones en las que el esposo y la esposa discuten entre sí. Cierto día, una hermana acudió a mí diciendo: “Hermano, cuando mi esposo, su hermano, está contento, se levanta a las tres de la mañana a orar y a leer la Biblia. Después de ser lleno del Espíritu Santo, sale a predicar el evangelio. Yo cocino para él, pero no come porque me dice que tiene que ayunar y orar. Ya ve, así es su hermano; su conducta es insoportable. Usted tiene que hacer algo al respecto”. Toda la razón del universo parece estar del lado de la hermana; las hermanas siempre tienen la razón. Es cierto que el hermano estaba errado, pero esta hermana carecía de bondad. En lo que respecta a lo correcto y lo erróneo, ella estaba en lo correcto; pero delante de Dios, ella estaba errada. Aún cuando ella estaba en lo correcto, puesto que su persona estaba errada, estaba totalmente equivocada.

  En otra ocasión, una hermana vino con su hijo a quejarse de su esposo. Vinieron a verme, y ella me dijo: “Hermano Lee, cuando mi hijo tiene que comprar libros, mi esposo no me da el dinero para comprarlos, y cuando tengo que comprar alimentos, tampoco me da dinero para comprarlos. Todo lo que él hace es predicar el evangelio; y lo demás, no le importa. Ya sea que se levante tarde o temprano, todo lo que hace es orar”. Esta hermana vino a mí exigiendo explicaciones, y su hijo también me preguntaba: “¿Acaso mi padre está en lo correcto cuando se comporta así? Verdaderamente no podemos soportar esta situación”. No había nada que pudiera decirle a esta hermana. En aquel momento, el hermano se presentó y esta hermana me dijo: “Hermano Lee, ahora mismo usted puede preguntarle personalmente si esto es cierto o no”. El hermano permaneció allí de pie mudo, mientras era interrogado como un criminal. Su esposa actuaba como si ocupara una posición más alta que la de un juez, y su niño estaba allí mirándolos. Todo lo que pude hacer fue llorar junto con el hermano. En lo que respecta a lo correcto y lo erróneo, puede ser que la esposa haya tenido la razón; sin embargo, en lo que respecta a la persona, era el hermano quien estaba en lo correcto. Si bien la esposa había sido salva, su carne era muy fuerte. Lo que ella dijo era correcto, pero su persona estaba errada.

  Si queremos vivir delante de Dios, tenemos que, cuidadosamente, tomar medidas con respecto a nuestros pecados. Había una esposa muy afable. En cierta ocasión ella vino a verme sin mostrarse enfadada, y me dijo que quería tener comunión conmigo. Me contó que su esposo oraba todo el tiempo y no llegaba a casa sino hasta la medianoche. Al decirme esto, lo hacía de manera muy dócil y no manifestaba enojo alguno. Si no hubiese aprendido acerca de la conciencia, fácilmente me habría dejado llevar únicamente por lo que ella manifestó. Al ver su actitud bondadosa y su manera amable, fácilmente podría haber pensado que ella era una persona que había aprendido mucho en el Señor; pero en realidad, ella estaba acusando a su esposo. Quienes hayan aprendido algo en el Señor, sabrán que lo que han escuchado es simplemente la superficie. Muchas veces, cuando estamos atentos a nuestra conciencia y vivimos delante de Dios, tenemos un sentir profundo que va más allá de lo que es correcto o incorrecto. Siempre que la luz resplandece, allí reina Dios, y Su vida también está presente. Si el hombre no recibe el resplandor de Dios para vivir conforme a su conciencia, le será muy difícil aprender a conocer la vida divina. Aún más, un día todos tenemos que ir más allá de vivir regidos simplemente por nuestra conciencia, y le diremos a Dios: “Oh Dios, no deseo vivir simplemente según mi conciencia, sino que deseo vivir directamente delante de Ti”.

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