
Si leemos toda la Biblia cuidadosamente, podremos ver que el plan de Dios y Su propósito se cumplen en la iglesia. Sin la iglesia, el plan de Dios no puede cumplirse y el deseo de Dios no puede llevarse a cabo. Por consiguiente, podemos afirmar que el plan de Dios y Su deseo dependen de la iglesia. La Biblia nos muestra además que el centro de la iglesia son los ancianos. Hablando con propiedad, si en una iglesia local no hay ancianos, es como si no existiera una iglesia allí. Podemos comparar esto a un país del mundo que no podría considerarse una nación si sólo tiene ciudadanos, pero no un gobierno. Conforme al mismo principio, no importa cuántos hermanos y hermanas haya en una localidad; si no se levantan ancianos allí, dichos hermanos no podrán ser considerados una iglesia. Así como una nación debe tener un gobierno legítimo además de tener ciudadanos, también una iglesia debe tener ancianos designados además de tener un grupo de santos que han sido salvos.
Espero que los hermanos y hermanas tengan un fuerte sentir al respecto. No sólo la Biblia nos habla de esto, sino que también la historia nos da testimonio de ello y nuestra experiencia atestigua de lo mismo. Dondequiera que hay ancianos fuertes, las iglesias son fuertes. Asimismo, dondequiera que hay ancianos espirituales, las iglesias son espirituales. Si una iglesia es fuerte o débil, espiritual o carnal, ello depende absolutamente de los ancianos. Adondequiera que usted vaya, verá que la condición de los ancianos en ese lugar determina la condición de la iglesia. Esto es algo muy real.
Por consiguiente, es imprescindible ver que el grupo de personas más importante de todo el universo es los ancianos. Si no existiera la iglesia, el universo estaría vacío; le sería inútil a Dios. Puesto que los ancianos son el centro de la iglesia, sin ellos la iglesia estaría vacía. Por esta razón, los ancianos son el grupo de personas más importante de todo el universo.
Quizás algunos hermanos pregunten: “¿No dice la Biblia que los apóstoles son superiores y más importantes que los ancianos?”. No hay duda alguna de que los apóstoles son quienes establecen las iglesias. De hecho, los ancianos en la iglesia son nombrados por los apóstoles. Sin embargo, recuerden que la clave de la condición de la iglesia no depende de los apóstoles, sino de los ancianos. Puedo decirles con toda seguridad que si en una iglesia local los ancianos son fuertes, aun si los apóstoles son un poco débiles, la iglesia será fuerte. Pero si los ancianos son débiles, aunque los apóstoles sean fuertes, la iglesia seguirá siendo débil. El que una iglesia sea fuerte o débil depende directamente de los ancianos.
Las siete epístolas de Apocalipsis nos permiten ver claramente la importancia que tiene la posición de los ancianos. El comienzo de Apocalipsis nos muestra que en todo el universo el testimonio de Dios son las iglesias que están en las diferentes localidades, las cuales son Sus candeleros. Los siete candeleros son las siete iglesias locales, que resplandecen por Dios en el universo como testimonio Suyo. Ninguna de las siete epístolas dirigidas a las iglesias fue escrita a los apóstoles, sino que cada una de ellas fue escrita a los mensajeros de las siete iglesias. En circunstancias normales los mensajeros de la iglesia son los ancianos de la iglesia. Es cierto que las diferentes iglesias son los candeleros de Dios que están en diferentes lugares. Sin embargo, cuando el Señor vino a hablar, no se dirigió directamente a las iglesias; más bien, se dirigió a los mensajeros de las iglesias.
Si vemos esto, adoraremos al Señor. Nos postraremos en el polvo y reconoceremos que a los ojos de Dios y conforme a Su plan, no hay otro grupo de personas cuya importancia exceda a la de los ancianos. En todo el universo el grupo de personas más importante que existe es los ancianos. ¿Por qué? Porque el cumplimiento del plan de Dios en el universo y la realización de Su deseo dependen enteramente de los ancianos en la iglesia.
Decimos esto no para que los ancianos se vuelvan orgullosos; al contrario, esto nos muestra a todos la posición tan importante que la gracia de Dios ha conferido a los ancianos. Los que no tienen la posición de ancianos deben también tener en alta estima a los ancianos en la iglesia. Hoy les digo delante del Señor que en mi corazón siempre he respetado a los ancianos en todas las iglesias. Cada vez que escucho que cierto asunto ha sido decidido por los ancianos, no tengo más que decir. Respeto absolutamente la decisión tomada por los ancianos. No importa cuán humilde sea cierto lugar. Mientras los ancianos hayan tomado una decisión allí, todos tenemos que aprender a respetarla. Tenemos que saber que esto equivale a respetar la designación más elevada que Dios hace en el universo. Si tenemos la luz, veremos que en todo el universo Dios ha hecho una designación que es totalmente divina y profunda, a saber, la designación de los ancianos en la iglesia. Éste es un asunto que reviste mucha importancia. Por experiencia puedo decirles a los hermanos y hermanas que de esto depende la bendición de Dios. Incluso si los ancianos no son muy buenos y sus decisiones no son muy acertadas, mientras respetemos esas decisiones, el resultado siempre será una bendición. No sólo será una bendición para nosotros individualmente, sino también una bendición para la iglesia, y los ancianos mismos serán perfeccionados.
Si los ancianos no fueran tan importantes, no habría sido necesario que apóstoles como Pedro y Jacobo fueran ancianos durante su larga estadía en Jerusalén. Debido a que los ancianos son muy importantes, el primer grupo de apóstoles “de primera categoría” y, tales como Pedro, Jacobo y Juan, tuvieron que ser ancianos en Jerusalén mientras estuvieron allí por largo tiempo.
No debemos pensar jamás que los ancianos sean inferiores o menos importantes que los apóstoles. Al contrario, debemos ver que la clave que determina la condición de la iglesia no yace en los apóstoles, sino en los ancianos. Si un apóstol se queda en un lugar por largo tiempo, incluso él mismo tiene que llegar a ser uno de los ancianos. El cumplimiento del plan y deseo que Dios tiene con respecto a la iglesia depende enteramente de los ancianos. La autoridad de la iglesia no está en manos de los apóstoles, sino en manos de los ancianos. Solamente los ancianos son las figuras centrales de la iglesia. En resumen, la voluntad de Dios en todo el universo depende de la iglesia, y el centro de la iglesia son los ancianos. Esto nos permite ver la importancia que tienen los ancianos.
Todos sabemos que para hacer cualquiera cosa, lo primero que se necesita es encontrar la persona que lo haga, y después el método. Los chinos dicen que la clase de obra que se realiza depende de la clase de persona que la lleva a cabo. El método quizás sea el mismo. No obstante, si usted la lleva a cabo, saldrá bien, pero si yo la hago, quizás salga mal. Cuando usted la hace, tal vez haya un buen resultado, pero cuando yo la hago, el resultado puede ser no muy bueno. Así pues, el problema no es el método, sino la persona. Con respecto a la administración de la iglesia por parte de los ancianos, no hacemos hincapié en el método de administración; más bien, lo importante es la persona que administra. El método correcto no nos asegura que la iglesia será bien administrada. Es solamente cuando la persona sea la correcta que la iglesia será bien manejada. Por lo tanto, lo más necesario es la persona; los métodos son secundarios. Sin la persona que administre, el método no vale nada. Los resultados serán beneficiosos sólo cuando esté presente la persona que administra y ella aplique los métodos apropiados. La persona es lo fundamental.
Esto nos muestra que todo el que considere el manejo de la iglesia desde el punto de vista de los métodos está equivocado. El asunto debe comenzar con la persona misma, esto es, con el propio anciano. Es inútil cambiar el método; lo único que dará resultado es cambiar a la persona. Quizás algunos hermanos hayan pensado que es muy difícil encontrar material de consulta sobre el manejo de la iglesia por parte de los ancianos, que no existe ningún libro por el estilo ni testimonios al respecto, y que también es difícil encontrar en la Biblia todo lo referente a este tema. Muchos están desconcertados en cuanto a cómo los ancianos deben encargarse del manejo de la iglesia. Podrían pensar que ahora que el hermano Lee va a hablar sobre la manera en que los ancianos deben encargarse del manejo de la iglesia, todo será maravilloso, y que ahora todos sabrán cómo encargarse del manejo de una iglesia. Pero hermanos, no existe tal cosa. Posiblemente después de este capítulo acerca del manejo de la iglesia por parte de los ancianos, ustedes quedarán más confundidos y más perplejos. Cuanto más les hable, más confundidos estarán. Cuanto más les hable, menos sabrán cómo encargarse del manejo de la iglesia. Esto se debe a que el manejo de la iglesia depende primeramente de la persona. El método es secundario.
Quisiera darles una solemne advertencia a los hermanos que manejan los asuntos en la iglesia: es peligroso usar cualquier método cuando la persona no es la correcta. ¿Qué son los métodos? Definiéndolo de una manera no muy agradable, diremos que los métodos son astucias. Ser astuto equivale a ser diplomático. Al administrar una iglesia, usted no puede ser diplomático. El trabajo de todos los que realicen el manejo de la iglesia de forma diplomática resultará en vanidad. Los políticos mundanos pueden jugar a la política, pero los ancianos de la iglesia no pueden hacer lo mismo. La iglesia no es una sociedad, sino una familia. En una familia la cabeza del hogar no puede ser astuto ni jugar a la política. La cabeza del hogar gobierna la familia con base en su persona. La persona es la que gobierna la familia, no un método. De la misma manera, la iglesia es la casa de Dios. Lo que se necesita no es un buen método de administración; antes bien, la necesidad es tener una buena persona que administre.
Tomemos el corazón como ejemplo. La necesidad más grande de uno encargado del manejo de la iglesia es que tenga un corazón ensanchado. Con respecto a este punto, quizá hablaré más en el siguiente capítulo. Por supuesto, hay muchos otros aspectos relacionados con el corazón del anciano, pero lo más indispensable es que tenga un corazón ensanchado. Si un anciano tiene un corazón estrecho, de inmediato surgirán problemas. Personalmente he visto suceder esto en la iglesia. Cuando surge un problema en la iglesia, ello se debe a la estrechez de corazón de los ancianos. Hablando con propiedad, todos aquellos que tienen un corazón estrecho no pueden ser ancianos. Quizás usted pregunte: ¿Qué puedo hacer si soy de corazón estrecho por nacimiento? Debe ir a su casa a orar. El Señor cambiará su corazón. El corazón de los ancianos tiene que ser tan grande que quepa en él no sólo un puño, sino toda la tierra. Un anciano debe tener un corazón ensanchado.
Sin embargo, recuerden que tener un corazón ensanchado no es un método, sino algo relacionado con la persona. Si un anciano se da cuenta de su propio problema, y se humilla y confiesa que su corazón es en verdad estrecho, y que en lo sucesivo tratará de ser una persona de corazón ancho, hermanos y hermanas, eso sólo será un método. Si su corazón es estrecho, de nada servirá que usted trate de ser una persona con un corazón ensanchado.
No sé si ustedes pueden discernir la diferencia. Algunos ancianos tienen un corazón ensanchado porque su persona es así. En cambio, otros ancianos parecen tener un corazón amplio sólo porque usan un método. En realidad, sus corazones son estrechos, pero a fin de atender cierta necesidad práctica, adoptan el método de ser amplios. Quisiera decirles a los hermanos y hermanas que a la postre esa amplitud llegará a ser su estratagema.
Les doy este ejemplo para mostrarles que el primer problema que un anciano tiene que resolver es su propia persona. Usted no puede contentarse meramente con un cambio de método. Por supuesto, no quiero decir que no sea necesario cambiar los métodos. Lo que quiero decir es que no es suficiente simplemente cambiar de método; antes bien, lo que tiene que cambiar es la persona. Si usted es una persona con una mentalidad estrecha, pero trata de ser un anciano que se comporta de una manera muy amplia, el resultado ciertamente será el fracaso. No se puede cambiar solamente el método sin cambiar la persona.
Podemos tomar otro ejemplo. Algunos ancianos aman mucho al Señor y son muy dedicados al servicio, pero en su vida diaria se conducen descuidada y relajadamente en su lectura de la Palabra y en la oración. Un día ellos se encuentran en una situación en la que tienen que guiar a los hermanos y hermanas a leer la Biblia y a orar, y a fin de ser un modelo para otros y un ejemplo para el rebaño, empiezan a leer la Biblia y a orar apropiadamente. Les digo que esa clase de lectura y oración no durará. Puedo garantizarles que ellos no durarán más de dos o tres meses haciéndolo. Creo que entienden lo que quiero decirles. Lo que tenemos aquí es un método, y no la persona. Si desean ayudar a otros a leer la Biblia y a orar, ustedes mismos primero tienen que ser personas que leen y personas que oran. Tienen que ser esa clase de personas ya sea que sean ancianos o no. La lectura y la oración no deben ser su método; deben ser su persona. Si usted solamente lee la Biblia y ora porque es un anciano, esa lectura y oración son el método de ser un anciano. Eso no funcionará. Usted tiene que ser la persona correcta a fin de ser un anciano.
Tomemos otro ejemplo. Un anciano tiene que ser sincero. Ustedes quizás se pregunten cómo un hermano que es deshonesto, fingido y astuto puede ser anciano. Sin embargo, tengo que decirles que el hombre no es nada sencillo; el hombre es un ser muy complicado. Ciertamente he visto ancianos en la iglesia que aman al Señor y son sinceros en su búsqueda, pero que a la vez son deshonestos. Supongamos que un hermano claramente ha cometido errores delante del Señor, y el Señor permite que yo, como anciano, lo haya visitado, y el hermano muy humildemente me pregunte qué debe hacer. Si yo soy una persona de mucho tacto, le diría: “Hermano, usted está bien. Usted no tiene ningún problema”. Sin embargo, eso es ser deshonesto. Ésa no es la manera honesta de tratarnos unos a otros. Aunque un cristiano tiene que aprender a ser humano, no debe aprender a serlo como lo hace la sociedad en el mundo. Ser humano de esa manera es fingirse hasta un ochenta o noventa por ciento del tiempo. Cuando un hermano acuda a mí, aun si veo que no puedo hablarle severamente ni con franqueza, al menos no debo elogiarlo diciéndole que él está bien. Debo considerar su condición y su capacidad para recibir. Si él no puede recibir una reprensión franca de parte mía, entonces es mejor que me quede callado y me quede como una persona muda delante de él. No puedo decirle que está bien y que es una persona muy buena. Proceder de esa manera es fingir ser algo que uno no es.
A menudo me he encontrado con esta clase de situación. A veces, después de conversar con un hermano en tales condiciones, el anciano que había dado el elogio enseguida se volvía a mí y me decía: “Hermano Lee, ese hermano está muy mal”. Al oír esto, de inmediato cambió mi semblante, y le dije: “Hermano, usted no es un anciano. ¡Usted es un Judas! Hace veinte minutos mientras usted hablaba con él, dijo que él era una persona muy buena. Pero ahora que acaba de irse, me dice que él es terrible. Usted no se comporta como un cristiano. Usted está engañando a su hermano”. A veces el anciano se atrevía a darme explicaciones, diciendo: “Oh, es que usted no sabe cuán malgeniado es ese hermano. Si usted le dice que no es bueno, de inmediato se enojará. A veces puede reaccionar peor, y hasta podría golpearlo”. Le dije: “Hermano, aun si usted temía que él lo golpeara, de todos modos no debió haberlo elogiado. Eso es mentir. Si usted cree que él no puede recibir una reprensión, entonces quédese callado cuando él hable con usted. A veces el silencio puede ser más poderoso que hablar con franqueza. No es necesario que lo provoque, pero tampoco debe elogiarlo”.
Hermanos y hermanas, a menos que no hagan nada, tarde o temprano todo lo que ustedes hagan, por mucho que quieran mantenerlo en secreto, otros se enterarán de ello. Tal vez usted le diga a un hermano que él es muy bueno, y después que él se vaya, se dé la vuelta y diga que él es terrible. Tal vez usted piense que ha dicho eso a sus espaldas y no en su cara, pero le aseguro que en menos de medio año, él se enterará de ello. Entonces él le dirá que en cierta fecha usted como anciano lo elogió en su cara, pero que en cuanto se marchó, lo criticó y dijo que era una persona terrible y que, por tanto, usted es una clase de persona cuando está delante de él y otra clase de persona cuando está a sus espaldas. De ese modo, usted se habrá traicionado a sí mismo por ser la clase de persona que es.
Por consiguiente, un anciano debe aprender a ser una persona fiel y sincera. Jamás debemos decir delante de los hermanos nada que realmente no queremos decir. Cuando nos sea difícil decir algo, podemos permanecer callados, pero nunca debemos decir nada que realmente no queremos decir.
En el pasado algunos hermanos me han preguntado muy amablemente por qué me quedé callado y no dije nada cuando ellos vinieron a hablar conmigo para que les dijera algo acerca de su condición. Les he dicho: “Hermano, usted sabía cuál era su condición en ese entonces. Si yo le hubiera dicho algo en ese momento, ¿cuáles habrían sido las consecuencias?”. Después de reflexionar unos minutos, dijeron: “Tiene usted razón, hermano. Usted sabía que yo no podía soportarlo en ese entonces. Así que no dijo nada porque sopesó mi condición en aquella ocasión”.
Permítanme decir algo más acerca del fingimiento. Los ancianos deben amar a los hermanos y a las hermanas y ocuparse de ellos. Este amor y preocupación debe ser algo que forma parte de su persona, y no meramente un método. Es posible que yo ame genuinamente a los hermanos y hermanas como resultado del amor del Señor que está en mí; es decir, el Señor ha puesto en mí un amor por los hermanos y hermanas, y no puedo evitar amarlos. De manera que cuando veo a un hermano enfermo, espontáneamente me preocupo por él; si sé de un hermano que ha perdido su trabajo, espontáneamente siento preocupación; o cuando otro tiene alguna necesidad, yo siento su necesidad. Esto demuestra que mi amor e interés corresponde a mi persona. Eso es lo correcto.
Pero supongamos que cierto anciano se encuentra con un hermano que tiene alguna necesidad, y le dice: “Oh hermano, la necesidad que usted tiene es muy apremiante. Que el Señor le conceda Su gracia”, y después que se da vuelta, olvida totalmente el asunto. Eso es fingir. Si usted no tiene un verdadero interés por esa persona, no debe decir esas palabras. Cuando él pierde su trabajo o experimenta aflicción, usted no tiene que expresar ese gesto fingido si realmente no está preocupado por él. Hacer eso es falsedad. Quizás esté muy bien que usted sea una persona falsa si, después de actuar de manera fingida, usted se muda a la luna. De lo contrario, los demás a la postre se cansarán de oír sus “oh” tan comprensivos, y dirán que ese anciano está fingiendo.
Reconozco que esta lección es difícil de aprender. Todos somos hijos de Adán, y es difícil tener un corazón ensanchado. Todos tenemos una naturaleza perversa. Ser humanos es fácil para nosotros, pero ser sinceros al relacionarnos con los demás es muy difícil. No obstante, hermanos, puesto que hemos recibido misericordia de parte del Señor para haber sido nombrados ancianos entre Su pueblo, debemos ser personas honestas. No estamos aquí para aprender algunos métodos para ser ancianos. En vez de ello, estamos aquí para ser alumbrados, para someternos bajo las manos del Señor y para recibir Sus tratos para con nosotros. No es cuestión de adquirir cierto método, sino de recibir Sus tratos. Ser un anciano es algo que tiene que ver con la persona. Tan pronto como nos enfrascamos en los métodos, inmediatamente fingimos ser algo que no somos.
Hermanos, incluso en su amabilidad y cortesía, ustedes tienen que ser genuinos. Con respecto a algunos ancianos, incluso la amabilidad con que tratan a los hermanos y hermanas es falsa. En el mundo tal vez se necesite esa clase de cortesía fingida, pero en la iglesia, los ancianos no deben ser corteses de manera fingida. Además, incluso su enojo tiene que ser genuino. Es cierto que un anciano debe restringir su enojo, pero tal restricción no debe ser falsa. La restricción falsa es meramente un intento por ser humanos y diplomáticos. Quizás usted me pregunte cómo podemos ser falsos al restringir nuestro enojo, y cuál es la restricción genuina. Tal vez pueda describírselo un poco. Por ejemplo, tal vez yo sea una persona de genio volátil, pero he recibido misericordia de parte del Señor para ser un anciano en la iglesia. Así que, cuando surgen los problemas entre los hermanos y hermanas, es cierto que fácilmente puedo enojarme, pero yo sé que los ancianos no deben enojarse; si lo hacen, arruinarán las cosas. Por esa razón, me pongo en las manos del Señor y recibo la disciplina del Señor para que ponga fin a mi enojo. No sólo yo restrinjo mi enojo delante de los hermanos y hermanas, sino que además trato este problema en casa delante del Señor. Golpeo mi pecho y le digo al Señor: “Señor, Tú sabes cuán terrible es mi enojo. Me aborrezco a mí mismo. A menos que tengas misericordia de mí, la iglesia será arruinada en mis manos”. Ustedes tienen que reconocer que esta clase de restricción del enojo sí es genuina.
Sin embargo, algunos ancianos no son así. Cuando los hermanos tienen problemas y les presentan sus quejas, ellos saben que no pueden enojarse, y que si lo hacen, todo estará perdido. Así que, sufren pacientemente delante de los hermanos y tratan de poner una sonrisa. Pero en cuanto llegan a casa, empiezan a murmurar y a quejarse, diciendo: “No estoy aquí como anciano porque me interese el dinero de ellos. ¡Qué derecho tienen para molestarme así!”. Esa manera de restringir el enojo es falsa. No crean que me esté imaginando las cosas. Ésos son casos verídicos. A veces, después de haberse quejado un anciano de esta manera en su casa, el hermano que tenía el problema vino inmediatamente después a la casa del anciano. Entonces el anciano cortésmente lo hizo pasar a la sala y volvió a darle una sonrisa, como si todo su enojo hubiese desaparecido. Sin embargo, cuarenta y cinco minutos después que el hermano se hubo marchado, es posible que su esposa venga a preguntarle sobre la conversación, y él vuelva a estar lleno de quejas y decir: “Yo no vivo por sus billeteras. ¿Por qué tienen que molestarme de esa manera? Ya suficientes males tengo con que vengan a molestarme a la sala de los ancianos. ¡Y ahora vienen a mi casa para darme problemas!”. Hermanos y hermanas, esta clase de restricción del enojo es falsa. No debemos hacer esto jamás. Si usted es un anciano de esta índole, la iglesia ciertamente será corrompida de adentro hacia fuera. Los ancianos de la iglesia deben ser genuinos y sinceros. Si yo deseo tomar medidas con respecto a mi enojo, tengo que hacer frente a mi enojo de adentro hacia fuera. Tengo que tratar ese problema delante de Dios y delante de los hermanos. La restricción del enojo no debe ser para mí un método; en vez de ello, debe ser una lección para mí como persona.
Hermanos, hay una gran diferencia aquí. Muchas veces, la humildad de los ancianos es una mera actuación delante de los hombres; pero la realidad es que a los ojos de Dios son muy orgullosos. La persona es orgullosa, pero el método que usa es la humildad. Se trata de una persona orgullosa que intenta usar un método de humildad. Es posible hacer esto en la sociedad humana y en las organizaciones, pero no debe hacerse en la iglesia.
Consideremos otro ejemplo. Sucede lo mismo con el asunto de la diligencia. Los ancianos deben ser diligentes, pero es su persona la que debe ser diligente. Ustedes deben ser personas diligentes, en vez de adoptar el método de la diligencia.
Lo mismo se aplica a nuestra vida diaria. Algunos ancianos viven de una manera cuando están en privado y viven de otra manera en la iglesia delante de los hermanos y hermanas. Esto es comportarse de modo fingido. Debemos vivir de la misma manera cuando estamos delante de los hermanos y hermanas, y cuando estamos a solas. Tenemos que ser personas genuinas. Con respecto a un anciano, lo más necesario es la persona, no el método. El manejo de la iglesia no depende de un método; más bien, el manejo de la iglesia depende de la persona.
La lección que los ancianos tienen que aprender no tiene nada que ver con métodos, con cierto comportamiento, con habilidades ni con diplomacia; antes bien, la lección que ellos deben aprender es la lección de ser quebrantados delante de Dios. Una persona astuta no es necesariamente capaz de manejar una iglesia. Tampoco una persona capaz es necesariamente competente para manejar una iglesia. Una persona que razona bien no es necesariamente competente para manejar una iglesia, ni tampoco lo es una persona que tiene recursos para todo. Sólo una clase de persona puede encargarse del manejo de una iglesia, y ésa es una persona quebrantada. Todas las lecciones que un anciano tiene que aprender son lecciones de quebrantamiento. Cuando Dios puso a Moisés sobre Su rebaño, Israel, primero lo puso en el desierto por cuarenta años a fin de que aprendiera la lección del quebrantamiento. Vemos en Números 12 que incluso cuando Miriam, hermana de Moisés, y su hermano Aarón se levantaron para calumniarle, la palabra de Dios testifica por Moisés, diciendo: “Aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la faz de la tierra”. En esos cuarenta años en el desierto, Moisés no estuvo aprendiendo una serie de métodos en cuanto a cómo gobernar el pueblo de Dios. Él sólo aprendió una lección: la lección del quebrantamiento. Dios lo había quebrantado. Cuando él tenía cuarenta años de edad, sin duda era una persona muy sagaz y capaz. Era como si Dios dijera: “La sagacidad no funcionará; las habilidades no servirán de nada; el puño que mató al egipcio no servirá de nada, el método brutal de matar al egipcio no funcionará”. Todas esas cosas tienen que ser derribadas; todas esas cosas tienen que ser quebrantadas. Dios lo puso en el desierto por cuarenta años para enseñarle una sola lección: la lección del quebrantamiento.
En cualquier iglesia local, o en cualquier reunión de distrito, sólo una persona quebrantada podrá encargarse del manejo y edificar. Al largo plazo, el tiempo pondrá las cosas a prueba. Su sabiduría, su capacidad, su sagacidad y su astucia no pasarán la prueba del tiempo. Si usted se encarga del manejo de la iglesia valiéndose de su habilidad, diplomacia, astucia y métodos, tal vez logre arreglárselas este año; pero no podrá hacerlo por un año más. Incluso si usted se las arregla para salir adelante el año siguiente, no le irá tan bien el año que sigue. Cuando mucho usted tal vez logre arreglárselas hasta el cuarto año, pero para el quinto año, no podrá salir exitoso. El tiempo será una prueba y el tiempo también examinará las cosas. Sin embargo, si una persona quebrantada toma la delantera en la iglesia y se encarga de su manejo, él pasará la prueba del tiempo. A medida que el tiempo pasa, la iglesia que maneja tendrá cada vez más una medida de realidad.
Por lo tanto, recordemos que la lección que deben aprender los ancianos es la lección del quebrantamiento. De nada sirve razonar y es inútil saber negociar. En la iglesia el que es más capaz para razonar es el más incompetente en el manejo de la iglesia; y el que es más capaz para negociar es el más incompetente para edificar la iglesia. Sólo hay una clase de persona que puede encargarse del manejo de la iglesia: aquella que ha sido quebrantada. Esto no significa que esa persona no sepa razonar, sino que ha sido quebrantada y ya no confía en su capacidad para razonar. Tampoco significa que esa persona no sepa manejar las cosas, sino que ha sido quebrantada y, por lo tanto, ya no usa esos métodos. Él es una persona capaz; pero después de ser quebrantado, ya no se vale de su destreza. Asimismo posee sabiduría; pero después de ser quebrantado, rehúsa valerse de su sabiduría. Sólo esta clase de persona que ha sido quebrantada puede encargarse del manejo de la iglesia.
En estos días hemos estado estudiando el libro de Números. Vemos que Moisés ya se acercaba a los ciento veinte años. Él había pasado cuarenta años de su vida en el palacio egipcio, cuarenta años de pruebas cuidando del rebaño en el desierto, y tenía ya treinta y ocho años de experiencia guiando a los israelitas. Sin embargo, cada vez que los israelitas se levantaban para causarle problemas, él no ejercitaba sus habilidades diplomáticas. Esto es algo asombroso. Él nunca negociaba, ni tampoco razonaba con las personas. Tal vez nos parezca que Moisés estaba razonando en Números 16:28-30, pero en realidad no lo estaba haciendo. Él nunca se valía de sus propios métodos. Cada vez que surgía alguna dificultad, él no razonaba; él no tenía métodos, argumentos ni diplomacia. Simplemente se sometía a Dios y dejaba que Dios resolviera el problema. Él era verdaderamente un hombre quebrantado.
Las Escrituras nos dicen que Moisés había estudiado exhaustivamente el conocimiento de los egipcios. Los historiadores además nos dicen que él no sólo era un estadista y un educador, sino también un estratega militar. Él era un hombre así de competente; sin embargo, ¡miren cuán acosado fue por los israelitas! Él era como un hombre sin conocimiento, sin capacidades y sin recursos; lo único que sabía era postrarse delante de Dios. Cuantas más molestias le causaban los israelitas, más él se postraba delante de Dios. Si tenía algún método, él dejaba que Dios lo implementara. Si había que decir algo, él dejaba que Dios hablara al pueblo. Vemos a un hombre que tenía sabiduría, conocimiento y capacidades, pero que había sido quebrantado. Hermanos, sólo cuando la iglesia esté en manos de una persona así, ella podrá ser un vaso que realmente expresa a Cristo. Sólo cuando la iglesia esté en manos de una persona así, ella podrá experimentar la verdadera edificación. Cuanto más quebrantados sean los ancianos, más la iglesia será edificada.