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Mensajes del libro «Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, La»
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CAPÍTULO CINCO

SER PODADOS POR EL PADRE A FIN DE VIVIR UNA VIDA QUE LLEVA FRUTO

  Lectura bíblica: Jn. 15:2, 5; 1:29, 32-48; Mt. 4:13-16, 18-22

LLEVAR FRUTO ES EL VIVIR NORMAL DE LOS PÁMPANOS DE LA VID

  En los siglos pasados se perdieron muchos asuntos relacionados con la vida cristiana y la vida de iglesia debido a la degradación de la iglesia. Por esta razón, hoy el Señor desea llevar a cabo una obra de recobro. Esta obra de recobro incluye llevar fruto. Una vida cristiana apropiada es una vida que lleva fruto, pues somos pámpanos de la vid (Jn. 15:5). La operación que Dios realiza en el universo está relacionada con Su vid, y nosotros somos los pámpanos de esta vid. La vida normal que llevan los pámpanos consiste en nada más que llevar fruto. Cualquier otra cosa que un pámpano de la vid pueda hacer no significa nada. De hecho, los pámpanos no pueden hacer otra cosa que llevar fruto. Por lo tanto, llevar fruto es el vivir normal que llevan los pámpanos de la vid.

  Lo que importa no es cuánto tiempo nos tardamos en llevar un fruto; lo que importa es que llevemos fruto. Llevar fruto no es meramente un trabajo ni tampoco consiste en simplemente predicar el evangelio. Si pudiéramos preguntarle a un pámpano de la vid lo que hace, respondería: “No estoy haciendo nada. Simplemente disfruto de la vida de la vid, vivo y crezco, y como resultado de este vivir, llevo fruto espontáneamente”. Llevar fruto no consiste solamente en trabajar o predicar; más bien, es un vivir. A cada clase de vida le corresponde un vivir en particular. Los gatos, por ejemplo, viven día y noche según la vida de los gatos. Para ellos, atrapar un ratón no es su trabajo, sino que es su vivir. Asimismo, para los perros ladrar no es su trabajo, sino que es su vivir. Nosotros somos los pámpanos de la vid, y nuestro vivir simplemente consiste en llevar fruto. No llevar fruto significa que somos anormales, que no estamos bien en lo que se refiere a nuestra vida cristiana y nuestra vida de iglesia.

TRATAR CON EL SEÑOR RESPECTO A SER PÁMPANOS NUEVOS, FRESCOS Y TIERNOS

  Como dijimos en el capítulo anterior, las tres pruebas de si estamos bien o no son la vida de iglesia, llevar fruto y cuidar de los creyentes más jóvenes. Si no llevamos fruto ni tampoco cuidamos de los creyentes más jóvenes, somos personas inadecuadas. Juan 15:2 dice: “Todo pámpano que en Mí no lleva fruto, lo quita; y todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto”. Nadie debiera decir que es demasiado viejo para ser un pámpano que lleva fruto. Si uno dice esto, ello indica que necesita ser podado. A fin de que un pámpano pueda llevar fruto, éste debe ser nuevo, fresco y tierno. La manera de ser nuevos, frescos y tiernos es que seamos podados. No es fácil entender la Biblia como es debido. Tal vez pensemos que debemos esperar hasta que el Padre nos pode para llevar fruto. Pero si nos quedamos esperando, es posible que el Padre no haga nada. Así que, en vez de ello, todos debemos acudir al Señor para tratar con Él. Esto es lo que significa ser podado.

  Nuestra edad física no significa nada. Si hemos de ser viejos o nuevos en la presencia del Señor, ello dependerá de nuestro trato cabal con el Señor. Tratar adecuadamente con el Señor no es decir: “Señor, cometí el error de no llevar fruto en el pasado. De ahora en adelante me esforzaré por hacer todo lo que Tú me pidas para llevar fruto”. Ésta es una manera muy deficiente de tratar con el Señor; eso no es un trato, sino estar dispuesto a hacer algo. Pablo dijo: “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Ro. 7:18). El querer hacer algo tiene que ver con nuestro obrar, no con nuestro vivir. No debiéramos decidir ni proponernos hacer nada. Más bien, debemos acudir al Señor y abrirle nuestro ser para tratar con Él respecto al problema. Siempre que acudamos al Señor de esta manera, recibiremos luz. Al principio, puede ser que no recibamos mucha luz; pero si obedecemos a la luz que hemos recibido y tomamos medidas en cuanto a lo que la luz condena, recibiremos más luz.

  Debemos acudir al Señor para tratar cabalmente con Él, al abrirnos y presentarnos delante de Él sin proteger nuestro yo. Debemos procurar despojarnos de todo aquello con lo cual nos cubrimos y presentar todo lo que somos sobre el altar. Debemos decir: “Señor, heme aquí. Ven y alúmbrame. Resplandece sobre mí. Escudríñame, examíname, pruébame y muéstrame mi verdadera condición. Haz todo lo que debas hacer para introducirme por completo en Tu luz de modo que pueda ver mi verdadera condición”. Si hacemos esto, de inmediato veremos aquellos asuntos que tenemos que resolver. Quizás lo primero que tengamos que resolver tenga que ver con nuestra esposa. Tal vez tengamos que decir: “Señor, perdóname. A menudo mi actitud para con mi esposa es equivocada”. Luego, el Señor nos dirá que vayamos a confesar nuestra falta a nuestra esposa de una manera exhaustiva y le pidamos perdón. Aparentemente, esto no tiene nada que ver con la predicación del evangelio. Sin embargo, no estamos hablando simplemente de la obra de predicar el evangelio, sino de llevar fruto como resultado de una vida cristiana apropiada.

  Después de leer el capítulo anterior, tal vez algunos acudirán al Señor diciéndole: “Oh Señor, perdóname. En el pasado he sido irresponsable y no he sido un miembro normal. No he predicado el evangelio a mis suegros, a mis primos ni a mis compañeros de escuela. Señor, comenzando ahora por favor ayúdame a visitar a otros y cuidar de ellos”. Como ya dijimos, esto no es el vivir cristiano; esto es meramente estar dispuesto a hacerlo. Jamás debemos olvidar que el querer el bien está en nosotros, mas no el hacerlo. Lo que tenemos que hacer es acudir al Señor y tratar cabalmente con Él. Por ejemplo, si las hermanas son serias en su relación con el Señor al acudir a Él de este modo, tal vez Él quiera tocarlas con respecto a la manera en que ellas van de compras. En el caso de muchos jóvenes, en especial las hermanas jóvenes, salir de compras es una verdadera trampa, y no prestan la debida atención al Señor cuando salen de compras. Es posible que esa mañana le hayan dicho al Señor: “Señor, me entrego a Ti como holocausto a fin de satisfacerte”; pero después leyeron en el periódico sobre algunas ofertas y decidieron salir de compras. Por ser las ramas más tiernas, ellas debieran ser las que producen fruto. Sin embargo, han sido dañadas simplemente por el hecho de que al salir de compras lo hacen separadas del Señor. Salir de compras de una manera mundana imparte muerte a nuestro espíritu y reduce nuestro amor por el Señor. Si somos serios en nuestra relación con el Señor y tratamos cabalmente con Él, es probable que el Señor quiera tocar primero asuntos como éste. Entonces, tomaremos medidas al respecto. Debemos declarar: “Oh Señor, cuánto necesito que, en virtud de Tu vida, me salves de mi manera de salir de compras”.

  Algunas de las hermanas casadas, tanto en el Lejano Oriente como en los Estados Unidos, están “adictas” a comprar cosas. Algunas de ellas tienen docenas de pares de zapatos y varios juegos de cubiertos; pese a ello, todavía quieren comprar más. Por lo menos, quisieran salir a contemplar las vitrinas de las tiendas. Esta clase de “adicción” mata el espíritu de las hermanas. La razón por la cual algunas hermanas son como ramas viejas y sin fruto es la vejez que manifiestan cuando se trata de comprar cosas. Si las hermanas verdaderamente quieren cooperar con el Señor a fin de llevar fruto, tal vez el Señor les diga: “Ve a casa y desecha todos tus zapatos hasta quedarte con cinco pares”. Ésta es la manera en que el Padre nos poda. Algunas hermanas también aman su pelo, y en esta era moderna, incluso hay algunos varones jóvenes que aman su pelo largo y sus barbas. Algunos hermanos están dispuestos a permitir que el Señor toque cualquier cosa en ellos, menos su pelo. Para ellos, su pelo es como un “Lugar Santísimo” y su barba como un “santuario”. A fin de dar fruto, los hermanos deben permitir que el Señor los pode con respecto a su corte de pelo y a sus barbas. Puede ser que un hermano no haya dado fruto por muchos años, pero si le permite al Señor podarlo en cuanto a su pelo, tal vez traiga a alguien al Señor después de apenas un mes. Todos estos deseos mundanos, carnales y naturales, estos gustos, atracciones y adicciones, tienen que ser podados. Entonces llegaremos a ser frescos, nuevos y tiernos.

ELIMINAR TODO IMPEDIMENTO PARA LLEVAR UNA VIDA FRUCTÍFERA

  Lo que necesitamos no es decidir esforzarnos por traer alguien al Señor cada año. No es esto lo que queremos decir. Más bien, todos debemos llevar una vida cristiana apropiada, una vida sin distracciones, sin obstáculos y sin adicciones. Debemos orar diciendo: “¡Oh, Señor Jesús! Por Tu misericordia y mediante Tu gracia estoy aquí absolutamente para Ti. No tengo deseos, gustos, aversiones, adicciones ni frustraciones. No tengo nada sino a Ti, Señor. Si Tú me das algo, lo tomaré; pero si no me lo das, no lo deseo. No me importa llevar el pelo largo o corto. Como ser humano que soy, necesito algo con qué cubrirme y no quisiera dar la impresión de ser una persona descuidada. Sin embargo, no amo mi saco ni mi corbata. Asimismo, me afeito cada mañana porque deseo ser una persona correcta y no dar a la gente una impresión errónea, pero no es que ame afeitarme o no afeitarme. No amo ninguna otra cosa, Señor. Sólo te amo a Ti, y si amase algo más, te pido que lo podes”. Si oramos de este modo, seremos refrescados y llevaremos una vida que produce fruto. No logramos esto por medio de nuestro esfuerzo, actividad o voluntad, ni al tomar la resolución de llevar a otros al Señor. Esto no dará resultado, y aun si diera algún resultado, el fruto producido solamente correspondería a lo que somos en nosotros mismos. Tenemos que ser podados por el Señor. Éste es un asunto muy serio. No somos personas afanadas con cierta “santidad”, como los Amish, a quienes sólo se les permite vestirse de ciertos colores. Nosotros simplemente deseamos llevar una vida cristiana apropiada.

  Hace más de 40 años, cuando me encontraba en Shanghái, un grupo de misioneros jóvenes vino a China con la Misión al Interior de China, muchos de los cuales eran hermanas. Algunas de las hermanas mayores que habían estado en Shanghái por un tiempo aprendieron lo que un misionero occidental debía hacer para convencer a los chinos conservadores. Sin embargo, las más nuevas, las hermanas más jóvenes, llegaron de Inglaterra con sus faldas apenas debajo de la rodilla. Para aquel entonces eso se consideraba un estilo muy moderno, e incluso algunas personas lo consideraban pecaminoso. Había una hermana mayor que amaba al Señor y había laborado en China durante muchos años. Ella se dio cuenta de que todas estas jóvenes misioneras inglesas que llevaban faldas cortas nunca podrían ser fructíferas. Los chinos obstinados y conservadores dirían: “¿Qué es esto? Usted es una inmoral. ¿Por qué debemos escucharla?”. No obstante, ella no se atrevió a decirles nada. En lugar de eso, les servía té todas las tardes. Entonces mientras las hermanas jóvenes se sentaban alrededor de ella disfrutando del té, ella se acomodaba la falda, que era más larga. Las jóvenes la vieron hacer esto, y entonces se percataron que sus piernas estaban descubiertas, lo cual provocó que ellas se sintieran incómodas. Puesto que todas estas misioneras jóvenes amaban al Señor, fueron convencidas. El Señor las tocó, y ellas tomaron medidas en cuanto a su vestido. Si no hubieran hecho esto, quizá no hubieran tenido paz para orar. Si hubieran dicho: “Señor, salva a la gente de China”, el Señor les habría dicho: “Déjame salvarte a ti primero. Luego contestaré tu oración por China”. Esto no era un simple cambio exterior, sino que el Señor las tocó en su interior. De esta manera, su predicación del evangelio a los chinos se convirtió en un vivir y no meramente en un trabajo.

  Hacer de nuestra predicación un trabajo es algo muy pobre. Cuando predicamos no estamos realizando un trabajo, sino que estamos llevando una vida. Por tanto, si algo entorpece nuestra comunión con el Señor, debiéramos decir: “Señor, poda esto. Te doy la libertad para que lo cortes”. Éste es el significado de la palabra del Señor: “Todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto”. En el recobro del Señor no acostumbramos tener regulaciones. Según mi propia conciencia, no podría fumar un cigarrillo y luego participar de la mesa del Señor. Sin embargo, nunca hemos impuesto una regulación que impida fumar. No creemos en las regulaciones, pero tampoco creemos que quienes fuman puedan tener el mejor recordatorio del Señor en Su mesa. Asimismo, no creemos que quienes aman ir de compras puedan tener el desbordamiento de la vida interior que produzca fruto. Por lo tanto, no deseamos fomentar, cargar o animar a nadie para que tengan un mero trabajo de predicación del evangelio. En cambio, lo que necesitamos en el recobro del Señor es que muchos santos queridos que aman al Señor y toman en serio las cosas del Señor, sean uno con Él de manera constante. Debemos orar: “Señor, soy uno contigo al ir de compras. Cualquier cosa que no desees comprar, yo tampoco deseo comprarla. Si deseas comprar algo, lo compraré sólo porque Tú eres quien lo compra”. También debemos decirle: “Señor, no me interesa si llevo el pelo corto o largo, si tengo barba o no la tengo. Sólo me interesas Tú y lo que Tú deseas. En toda mi vida, como alguien a quien Tú has salvado y sometido a Tu obra transformadora, no hay nada que me guste ni me disguste. No tengo amor por ninguna otra cosa. Mi amor es sólo por Ti. Deseo que podes todo lo que no es de Ti”. Si ésta fuera siempre nuestra actitud, seríamos pámpanos podados.

  Un pámpano que es podado siempre tiene sus retoños frescos, nuevos y tiernos, los cuales producen fruto. Aquellos que cuidan de los viñedos saben que los pámpanos de las vides producen fruto sólo a partir de los retoños que están frescos. Todos debemos tener “retoños frescos”. Si las hermanas que aman tener muchos pares de zapatos dijeran: “Señor, pódame en este asunto”, y le permitieran al Señor hacerlo, ellas tendrían un “retoño” tierno, lleno de frescura y novedad, que produciría un buen racimo de uvas. No es necesario decir que debemos tomar medidas en cuanto a los asuntos pecaminosos. En el recobro del Señor todos odiamos lo pecaminoso. No obstante, aún nos aferramos a muchos otros asuntos que no son pecaminosos. Tales asuntos nos llenan de muerte aun cuando procuremos predicar el evangelio y traer personas al Señor. El Señor no honrará mucho esta clase de esfuerzo. Ésta es la razón por la que todos debemos acudir al Señor, no para expresar un deseo o una resolución, sino para tratar cabalmente con el Señor. Debemos presentarnos nosotros mismos en el altar y decir: “Señor, quita mi cubierta, córtame y brilla en mí. Ponme al descubierto y muéstrame la verdadera situación en cuanto a mis preferencias y aversiones”. Entonces, si aceptamos que el Señor nos ponga al descubierto y nos alumbre, y tratamos cabalmente con Él, seremos fructíferos.

SER DISCIPLINADOS EN NUESTRA MANERA DE SER NATURAL A FIN DE LLEGAR A SER PERSONAS FLEXIBLES EN NUESTRO CUIDADO DE OTROS

  Es necesario que todos pasemos por las pruebas de la vida de iglesia, de llevar fruto y de apacentar a los corderos, pues estas tres cosas aniquilan nuestra manera de ser natural. La vida de iglesia sirve para aniquilar no las cosas buenas, sino principalmente nuestra manera de ser. Asimismo, llevar fruto y apacentar a los corderos hace que seamos aniquilados. Todas estas prácticas son como “cuchillos” que aniquilan nuestra manera de ser. Pasar por estas tres pruebas hace que lleguemos a ser personas apropiadas, ya que después de pasar por tales pruebas llegamos a ser personas que han tomado medidas con respecto a su manera natural. Entonces seremos personas flexibles. Cuidar de niños pequeños requiere de mucha flexibilidad. Cualquier madre que no sea flexible no puede pretender que sus hijos sean buenos. Todos sus hijos serán perjudicados por su inflexibilidad. A fin de llevar fruto entre nuestros parientes políticos, nuestros primos y compañeros de escuela, se requiere que seamos personas flexibles. No debiéramos decir que algo no es conveniente o que no tenemos tiempo. Si tenemos tiempo dependerá de nuestro deseo. Podríamos ilustrar esto con la necesidad de responder a nuestra correspondencia. En los primeros años de mi labor, con frecuencia tenía que disculparme con la gente por no haberles respondido antes diciéndoles que había estado muy ocupado. Sin embargo, algo en mi interior me condenaba, diciendo: “No es porque estabas demasiado ocupado, sino porque no tenías el deseo de hacerlo”. Todos están ocupados. Aun una hermana que no tiene esposo ni hijos ni trabajo ni está en la escuela puede estar muy ocupada todos los días. Ella podría decirles a las personas que ella no tiene tiempo para esto o aquello. Esto se debe por completo a la inflexibilidad propia de nuestra manera de ser.

  Si no somos personas flexibles, no podemos llevar fruto. A fin de llevar fruto, tenemos que ser personas flexibles, que están disponibles todo el tiempo y que jamás dicen estar demasiado ocupadas. Siempre debemos tener tiempo para conversar con las personas. Si esperamos hasta tener tiempo para ayudar a otros a ser salvos, tal vez tengamos que esperar por siempre. Todos hemos sido engañados en este respecto. Hemos dicho: “Esta semana estoy demasiado ocupado; déjenme ver cómo me irá la semana que viene”, pero la siguiente semana estamos más ocupados y tenemos aún más cosas que hacer. La siguiente semana será peor todavía y jamás estaremos libres. Estar ocupados o estar disponibles guarda directa relación con nuestra manera de ser. Por tanto, primero necesitamos que el Señor trate con nosotros por completo, y después debemos llegar a ser personas disponibles, flexibles y que han tomado medidas exhaustivas con respecto a su manera de ser.

RECOMENDAR A LAS PERSONAS AL JESÚS QUE ATRAE

  Una vez que el Señor nos ha disciplinado y hemos llegado a ser flexibles, necesitamos algo en nuestra vida diaria que atraiga y convenza a las personas. Los discípulos mencionados en Juan 1 vinieron al Señor al ser atraídos a Él. Primero, Juan el Bautista dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (v. 29). Más tarde, recomendó a Jesús cuando dijo: “Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre Él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar en agua, Él me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre Él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo” (vs. 32-33). Jesús es el Cordero que quita el pecado del mundo, y Él es quien bautiza a las personas con la paloma para que reciban a Dios como vida. Éstos son los dos factores de atracción del Señor. El Espíritu de Dios siempre opera mediante estas dos características que atraen. Inmediatamente después de haber sido atraídos por medio de la recomendación, dos de los discípulos de Juan siguieron a Jesús (vs. 35-37). El primero fue Andrés y el segundo debió haber sido Juan, el escritor de este evangelio, aunque no se mencionó a sí mismo debido a su humildad. Estos dos permanecieron con Jesús ese día. En ese momento, debido a que habían sido impresionados, Andrés se dirigió a su hermano Simón y lo trajo al Señor. Cuando Él vio a Simón, el Señor le cambió el nombre a Pedro, el cual significa “piedra”. Entonces, eran tres los discípulos que estaban allí con el Señor.

  Después, el Señor Jesús fue un poco más lejos y conoció a Felipe, quien era de la misma ciudad que la de Andrés y Pedro. Luego Felipe encontró a Natanael y dijo: “Hemos hallado a Aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (vs. 39-45). En realidad, lo que dijo no era exacto, debido a que Jesús no había nacido de José, sino de María, y no fue en Nazaret, sino en Belén. Ésta era una clase de “doctrina errónea” que provocó que Natanael preguntara: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (v. 46a). Algunas veces somos como Felipe; damos información incorrecta acerca de Cristo e incluso de la iglesia. Sin embargo, Felipe fue sabio al no discutir. Si hubiera discutido, sin duda habría perdido a Natanael. Más bien, aprendió del Señor Jesús, quien le había dicho a sus discípulos: “Venid y ved” (v. 39). Ver es mucho mejor que oír. Por tanto, Felipe le dijo a Natanael: “Ven y ve” (v. 46b). Natanael vino, vio a Jesús y fue visto por Jesús (vs. 47-48). De esta manera los cinco discípulos fueron capturados por el Señor. Es así como vemos que Jesús es Aquel que atrae. Ahora este Jesús debe ser expresado en nuestro vivir en nuestra vida diaria. En nuestro vivir diario debiera estar Aquel que atrae y Aquel que convence. Aun si le damos a las personas información incorrecta, todavía podemos aprender y decir: “Ven y ve. Tengo algo mejor que una enseñanza correcta. Lo tengo a Él para que lo veas”. Es así como debemos atraer a las personas.

  Muchos de nosotros pensamos que si oramos y tenemos un vivir diario apropiado, aquellas personas que traigamos al Señor serán capturadas inmediatamente. Si sólo nos quedamos en Juan 1, podemos pensar que Pedro, Andrés y los otros de inmediato siguieron al Señor. Sin embargo, esto no es así. Si leemos el Nuevo Testamento detenidamente, veremos que el Señor Jesús se presentó a ellos por segunda vez con el propósito de capturar a los discípulos (Mt. 4:18-22). Todos Pedro, Andrés, Juan, Felipe y Natanael eran de Galilea, pero el primer contacto que tuvo Jesús con ellos, mencionado en Juan 1, tuvo lugar en Betania al este del Jordán, lejos del sur de Galilea. En Su primer contacto con Pedro, Andrés y Juan, Jesús no los llamó. Más bien, todos ellos regresaron a Galilea a sus trabajos: Pedro y Andrés a pescar, y Juan a remendar redes con su hermano Jacobo. Ésta era su antigua situación y antigua vida. Esto indica que incluso el Señor Jesús no llamó a las personas de forma rápida. Para entonces es probable que ellos hayan olvidado al Señor, pero el Señor nunca olvida a nadie. Él sabe donde están. Nadie vino a decirle al Señor: “Jesús, ¿te acuerdas de aquellos hombres que conociste en Betania? Todos ellos están pescando y remendando redes. ¡Ve y llámalos!”. Al contrario, el Señor Jesús ya sabía que estaban allí. En Mateo 4 vemos nuevamente la atracción del Señor. Según se menciona en Juan 1, Jesús era Aquel que atrae como el Cordero de Dios y como Aquel que tiene la paloma, pero Mateo 4:16 dice: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región y sombra de muerte, luz les amaneció”. Mientras andaba por la orilla del mar de Galilea, Jesús de Nazaret era una gran atracción que resplandecía. Fue así como Jesús se presentó a los cuatro hermanos. Su resplandor los atrajo, y ellos de inmediato lo siguieron.

EXPERIMENTAR A CRISTO COMO EL FACTOR QUE ATRAE PARA GANAR PERSONAS DE UNA MANERA NORMAL

  El hecho que Jesús llamara a los discípulos no fue algo milagroso. No debemos creer en una manera milagrosa. En cambio, debemos tener un vivir adecuado con el Señor y contactar personas tal como el Señor nos dirija. Entonces, hasta cierto punto, las personas serán atraídas al Señor. No todos serán completamente atraídos al Señor la primera vez que los contactemos; muchos necesitarán que los contactemos otra vez, y otros puede que necesiten que los contactemos muchas veces. Andrés, Pedro y Juan fueron llamados tan sólo la segunda vez que los contactaron, pero algunos de los primeros discípulos pudieron haber sido capturados por el Señor hasta después de contactarles varias veces. El principio es que no debemos esperar que el Señor capture a las personas inmediatamente de una manera milagrosa. No nos debe importar cuán rápido sean capturados. Simplemente necesitamos una vida cristiana diaria y apropiada, y las experiencias de Cristo como el factor que atrae. Tenemos a Cristo en todos Sus aspectos como la gran atracción, porque lo hemos experimentado como el Cordero de Dios que quita nuestros pecados, como el que bautiza con la paloma y como la gran luz que brilla sobre nosotros. Esto hará que las personas se sientan atraídas no hacia nosotros, sino hacia al Señor. Sin embargo, esto no significa que todas ellas serán capturadas inmediatamente. En muchos casos, tomará tiempo ganar personas.

  Todos debemos acudir delante del Señor para ser disciplinados exhaustivamente con respecto a nuestra vida cristiana y a nuestra manera de ser. Cuánta capacidad tengamos para atraer a las personas dependerá de cuánto hemos experimentado a Cristo. Por tanto, llevar fruto debería ser una parte práctica de nuestra vida cristiana. Si todos somos edificados en este aspecto, espontáneamente llevaremos fruto cada año. Si llevamos un fruto o varios en un año, todos seremos fructíferos. Los hermanos que llevan la delantera deben ayudar a los santos a ser edificados de esta manera. Todos necesitamos ser edificados conforme a esta clase de vida cristiana. No debiéramos adoptar la posición de la cristiandad como nuestra norma, la cual es absolutamente anormal. Algunas personas nunca predican el evangelio, y algunas que predican lo hacen de una manera insensata soñando que ocurrirá algo milagroso. La manera apropiada de llevar fruto es darnos cuenta de que necesitamos tener un vivir diario siendo pámpanos en la vid, los cuales absorben todas las riquezas de la grosura, el jugo vital, de la vid, la vida rica de Cristo. Entonces, de manera espontánea la vida divina se desbordará, lo cual resultará en llevar fruto. Cada fruto proviene del desbordamiento de la vida interior. De esta manera, la iglesia crecerá no sólo en vida, sino también en número. Esto no es una clase de movimiento u organización. Se trata del crecimiento y propagación de Cristo como nuestra vida interior. Cristo crece en nosotros, y se propaga desde y a través de nosotros hacia otras personas. Ésta es la manera apropiada de llevar fruto en el recobro del Señor.

  Esto requiere de mucha oración. Todos debemos orar: “Señor, día y noche concédeme una vida cristiana apropiada y recobrada para poder disfrutar constantemente las riquezas de Tu vida divina, a fin de llevar fruto al desbordar Tu rica vida”. Luego, necesitamos tener comunión unos con otros y aprender la lección de ser flexibles hacia otros. De esta manera, no se nos olvidarán ninguno de nuestros parientes, vecinos, compañeros de escuela, colegas ni amigos. Nosotros cuidaremos de todos ellos. Si han sido predestinados o no, eso depende de la misericordia del Señor; nosotros no lo sabemos. No obstante, todos ellos serán cuidados a través de nuestra vida fructífera. Año tras año llevaremos fruto entre todas las personas que conocemos. Todo esto es la manera en que la iglesia crecerá, no como un movimiento o como lo que llaman un avivamiento, sino por medio de nuestro vivir adecuado, diario y que lleve fruto.

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