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Mensajes del libro «Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, La»
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CAPÍTULO SIETE

SERVIR EN UNIDAD COMO EL SACERDOCIO SANTO Y REAL PARA SER EDIFICADOS COMO CASA ESPIRITUAL

  Lectura bíblica: 1 P. 2:2-5, 9; Jn. 1:51; Gn. 28:11-22; Sal. 133

EL SACERDOCIO ES UNA CASA ESPIRITUAL EDIFICADA

  No es fácil para los cristianos entender en qué consiste el verdadero servicio que debemos rendir al Señor. El pensamiento natural es que todo cuanto hacemos para el Señor es un servicio. Incluso el cristianismo actual ha hecho mal uso de la palabra servicio. Algunos llaman a la reunión matutina del día del Señor un “servicio”, y a la que celebran por la noche la llaman “servicio vespertino”. Lo que ellos llaman “servicio” es simplemente una reunión cristiana. Pero en la Biblia la palabra servicio tiene un significado muy diferente. El mejor pasaje bíblico que nos provee un entendimiento apropiado de lo que es el servicio está en 1 Pedro 2. El versículo 5 dice: “Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo”. En el griego original en que fue escrito el Nuevo Testamento, hay dos palabras diferentes que en inglés se han traducido como “sacerdocio”. Una de esas palabras es usada en Hebreos 7 para referirse al servicio sacerdotal, servicio de los sacerdotes (vs. 11, 12, 24). La otra palabra, en 1 Pedro 2:5 y 9, se refiere no al servicio sacerdotal, sino al grupo de sacerdotes, al cuerpo de sacerdotes. La casa espiritual mencionada en el versículo 5 es el sacerdocio o cuerpo de sacerdotes, y este sacerdocio es la casa espiritual. Tanto la casa espiritual como el sacerdocio santo están siendo edificados. El versículo 5 continúa diciendo: “Para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Ofrecer algo equivale a servir; ofrecer tales sacrificios espirituales es el servicio real. El verdadero servicio que rendimos al Señor consiste en una ofrenda presentada por el cuerpo edificado de sacerdotes, y este cuerpo edificado es la casa espiritual. Esto nos permite ver que el servicio apropiado y genuino depende de la edificación. Si no hay edificación, no puede haber una casa, y si no hay una casa, no puede haber tal sacerdocio. La edificación es la casa, y la casa es el sacerdocio, el cuerpo sacerdotal.

  Hoy en día en la iglesia hablamos de “grupos de servicio”. Éste es un buen término. Según el lenguaje bíblico, los grupos de servicio constituyen el sacerdocio. La expresión grupo de servicio es sencillamente la manera moderna en que nos referimos al sacerdocio, un término clásico y bíblico. El servicio de acomodar las sillas es el sacerdocio de acomodar sillas, y el servicio de la limpieza es el sacerdocio de la limpieza. También tenemos el sacerdocio que se encarga de los jóvenes de secundaria, de la guardería y de los asuntos de oficina. La palabra sacerdocio debe recordarnos que nuestros grupos de servicio sirven a la edificación de los sacerdotes. Si no estamos sirviendo de esta manera como sacerdotes, lo que tengamos entre nosotros no podrá considerarse un grupo de servicio. Los que acomodan las sillas en el salón de reuniones no son simplemente hermanos que acomodan sillas; ellos son sacerdotes. Eso significa que ellos no solamente acomodan las sillas, sino que también rinden un servicio a Dios. Acomodar las sillas no es su negocio, deber o servicio. Su servicio es algo santo y espiritual. Por sí solo, acomodar las sillas no es algo santo ni algo espiritual; no es un servicio. Pero con respecto a nosotros, acomodar sillas es algo diferente. Ello es un servicio espiritual que rendimos a Dios.

  Lo primero que pone a prueba nuestro servicio es si servimos como sacerdotes o no. Lo segundo es si servimos como sacerdotes cada uno de manera individual, o como un cuerpo de sacerdotes, como un sacerdocio corporativo. Los que acomodan las sillas son sacerdotes, pero eso no es suficiente. Ellos deben servir no como sacerdotes individuales, sino como un sacerdocio. Los sacerdotes pueden ser muchos, pero el sacerdocio es uno solo y único. En los grupos de servicio únicamente hay un solo sacerdocio, el cual se compone de muchos sacerdotes. Esto hace referencia a la edificación. La naturaleza del servicio genuino en la iglesia es un servicio sacerdotal y edificado. Si ésta no es la naturaleza de nuestro servicio, entonces no es un servicio genuino, sino que es falso y una imitación. Nuestro servicio debe ser un sacerdocio.

EL SACERDOCIO ES SANTO Y REAL

  Un sacerdote no es una persona común y natural. De los billones de personas que pueblan la tierra hoy, relativamente pocas son sacerdotes. La mayoría son meramente personas comunes. Un sacerdote es, en primer lugar, alguien que ha sido separado, que no es común. Todos los que participan del servicio en la iglesia tienen que ser personas separadas, santificadas y señaladas. A esto se debe que 1 Pedro 2 hable de un sacerdocio santo, un sacerdocio que es algo especial, separado y santificado. No debiéramos ser comunes en nuestra manera de pensar, actitud, manera de hablar, expresiones, manera de vestirnos y en cada área y aspecto de nuestro vivir. Aun si somos comunes en una sola área, habremos dejado la posición que nos corresponde como sacerdotes. Un sacerdote es una persona santa y separada. En tiempos antiguos, entre los israelitas, los sacerdotes se vestían, comían y vivían de manera diferente, y habitaban en edificios diferentes. Esto fue una tipología, pero ahora ese mismo principio se aplica a la realidad. Por ser sacerdotes, tenemos que cuidar de lo que somos. Tenemos que ser personas separadas, diferentes y no comunes. Tenemos que ser personas especiales. Algunos dicen que tenemos que ser “humanos”, pero debemos tener cuidado cuando decimos esto. Si somos “humanos” de una manera común, habremos fracasado como sacerdotes. Tenemos que ser humanos de una manera santa y con una humanidad santa. Éste es el significado de ser un sacerdote.

  Además, un sacerdote tiene que pertenecer a la realeza; tiene que ser un rey. En 1 Pedro 2 se nos habla tanto de un sacerdocio santo (v. 5) como de un sacerdocio real (v. 9). Ser de la realeza no sólo implica ser personas singulares y especiales, sino también ser personas con un estándar muy elevado. Muchos santos muy queridos aman al Señor y conocen la iglesia, pero la manera en que ellos se comportan, hablan y actúan es demasiado pobre, no como reyes. Ciertamente no debemos ser orgullosos, lo cual es horrible y una necedad, pero no debemos olvidar que somos reyes. Somos personas encumbradas que pertenecen a la familia real. Esto también está implícito en lo referente al servicio. Aquellos que acomodan las sillas del salón de reuniones pertenecen a la realeza; ellos son reyes que acomodan las sillas. De este modo, acomodar las sillas se convierte en un servicio propio de reyes.

  Algunos cristianos ambicionan una posición en la iglesia. Desean ser uno de los que toman la delantera, incluso ser el líder entre ellos. No debemos preocuparnos por si somos ancianos, los que toman la delantera o simplemente pequeños hermanos sin nombre. Por el contrario, deberíamos preocuparnos por la clase de persona que somos. Si un mendigo asciende al trono de un rey, su reinado será el que corresponde a un mendigo; pero si un rey barre la calle, la manera en que barra será digna de un rey. Si los hermanos y hermanas que acomodan las sillas son reyes, el acomodo de sillas del salón de reuniones será un servicio propio de reyes, y la gente verá un estándar muy elevado. Ellos no verán a un grupo de trabajadores modestos acomodando sillas; si esto es lo que la gente ve, entonces somos un fracaso en nuestro servicio en la iglesia. Por el contrario, los nuevos debieran ver algo elevado y propio de reyes incluso en las tareas modestas tales como acomodar las sillas y limpiar el salón de reuniones. El hecho de que estos asuntos posean un estándar elevado o no, dependerá de quién las haga. Si el presidente de los Estados Unidos se presentara para acomodar las sillas, éste sería un asunto relevante. Da lo mismo que se acomoden las sillas de una manera o de otra. Lo que hace la diferencia es quién lo lleva a cabo. Nosotros somos sacerdotes santos y reales. Debemos ser personas santas, separadas, no comunes y que se comporten como reyes, que tienen un estándar elevado. Incluso los jóvenes deberían considerarse reyes en el servicio de la iglesia.

AL SERVIR EN LA IGLESIA TODA NUESTRA ATENCIÓN DEBE ESTAR PUESTA EN EL SACERDOCIO Y LA EDIFICACIÓN

  Todos necesitamos ser edificados como el Cuerpo, el sacerdocio y la casa espiritual. Tal edificación es el objetivo de Dios y en la Biblia es un tema crucial de gran significado y está expuesto de manera clara y definida; aun así, el Señor durante casi dos mil años no ha podido cumplir plenamente Su propósito ni lograr Su objetivo. Entre las diversas enseñanzas, mensajes y sermones que se oyen en el cristianismo, prácticamente ninguno de ellos trata sobre el edificio de Dios. Lo que yo aprendí de los maestros de la Asamblea de los Hermanos es que Cristo es la piedra viva y que nosotros venimos a Él como piedras vivas, pero estos maestros no mencionaron que tales piedras están destinadas a la edificación. El enemigo en su sutileza ha mantenido escondida esta enseñanza neotestamentaria tocante a la edificación. Hoy en día el ministerio del Señor no puede descuidar este asunto de la edificación. Incluso al abordar el Evangelio de Juan tenemos que ver el edificio de Dios. Juan nos habla de la vida y la edificación. En Juan 1, Juan el Bautista recomendó a Cristo como el Cordero que quita el pecado y como Aquel que, juntamente con la paloma, nos trae a Dios como vida (vs. 29, 32-33). Esto atrajo a cinco discípulos, entre los cuales estaba Simón, cuyo nombre el Señor cambió por Pedro, lo cual significa piedra (vs. 41-42). Después, cuando Jesús se encontró con Natanael, le dijo: “¡He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño!” (v. 47). Cuando Natanael le preguntó a Jesús cómo era posible que le conociera, el Señor le respondió: “Veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y descender sobre el Hijo del Hombre” (vs. 48-51).

  Los judíos de aquellos tiempos seguramente sabían que Jesús se refería al sueño de Jacob, el cual se relata en Génesis 28:11-22. En este sueño, Jacob vio una escalera que estaba apoyada en la tierra, y su extremo tocaba el cielo. Cuando se despertó, Jacob derramó aceite encima de la piedra sobre la que había dormido. Y llamó a aquel lugar Bet-el, que significa “la casa de Dios”. La intención del Señor al mencionar esto a Natanael era dar a entender que, por ser el Hijo del Hombre, Él es la escalera que mantiene el cielo abierto a la tierra y que une la tierra al cielo con miras a la edificación de la casa de Dios: Bet-el. Juan 1 comienza diciendo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios [...] En Él estaba la vida” (vs. 1, 4a), y concluye hablándonos de la casa de Dios. Por tanto, en Juan tenemos la vida y la edificación. Todo esto causó una profunda impresión en Pedro. Sin duda alguna, él jamás podría olvidar cómo su nombre fue cambiado a “piedra”. Incluso en la eternidad recordaremos que Pedro es “piedra”, y él nos recordará a todos que también somos piedras. Por tanto, cuando Pedro escribió su primera epístola, él dijo que el Señor Jesús es la piedra viva y que nosotros todos somos piedras vivas que venimos a Él para ser edificados como casa espiritual.

  Debemos tener siempre el edificio de Dios como nuestra norma. Durante casi dos mil años el Señor no ha podido obtener Su edificio entre los creyentes. Debido a esto, Satanás puede desafiarlo diciendo: “¿No dijiste en Mateo 16:18 que Tú edificarías Tu iglesia y que las puertas del Hades no prevalecerían contra ella? ¿Dónde está la iglesia edificada? Yo he prevalecido al frustrar la obra de edificación”. Es una vergüenza para el Señor si entre nosotros no tenemos la edificación. Por lo tanto, en nuestro servicio en la iglesia debemos prestar toda nuestra atención al sacerdocio y a la edificación. Debemos ser sacerdotes y, como tales, debemos ser conjuntamente edificados. Si miles de personas son edificadas como un solo hombre, eso sería una vergüenza para el enemigo. Es contra esta iglesia edificada que las puertas del Hades no pueden prevalecer.

  Si hemos decidido seriamente tener un servicio de grupo que sea apropiado, debemos acudir al Señor y preguntarle si somos o no sacerdotes, personas que han sido separadas, que son santas y de realeza con una norma elevada. Todavía estamos en esta tierra, y la mayoría de nosotros tiene algún trabajo en el mundo secular, bien sea enseñando o trabajando en una oficina. Sin embargo, debemos ser santos y conducirnos como reyes a fin de anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable (1 P. 2:9). Anunciar significa proclamar públicamente, declarar, las virtudes de Cristo. Si no somos santos ni personas de realeza, no podemos proclamar públicamente las virtudes de Cristo. No somos los sacerdotes apropiados; en lugar de ello, somos como cualquier otra persona en la tierra. En ese caso, lo que hacemos no es un servicio, sino únicamente cierta clase de trabajo o negocio. Si deseamos que lo que hagamos en la iglesia sea un servicio, primeramente debemos ser sacerdotes. Entonces no debemos servir cada uno por separado. Debemos ser uno con los demás.

TOMAR MEDIDAS CON RESPECTO A NUESTRO YO, LA FUENTE DE OPINIONES DISIDENTES QUE MENOSCABAN LA EDIFICACIÓN DEL CUERPO

  Si no somos edificados, las puertas del Hades prevalecerán contra nosotros. Aun, si hoy en día estamos carentes de edificación, el enemigo prevalecerá. A esto se debe que Satanás sea tan sutil en menoscabar la edificación valiéndose de las disensiones y opiniones. Cuando escucho algunos santos muy queridos decir: “No hay duda de que el Señor está bendiciendo esta iglesia”, estoy preparado para oírles decir: “Pero...”. Luego, expondrán con detalle todas sus opiniones disidentes. Es posible que digan que los ancianos, los hermanos, las hermanas y todos los niños no están en lo correcto. El sutil enemigo es muy listo. Con frecuencia señalará asuntos que son verdad. Sin embargo, algo que sea verdad nos puede engañar aún más. El enemigo utiliza tales cosas para menoscabar la edificación, y cuando esto ocurre, él está listo para prevalecer contra nosotros.

  Ser un sacerdote santo y real es estar completamente separado del mundo, y ser edificados juntos es salir por completo de nosotros mismos. Por tanto, debemos tomar medidas en cuanto al mundo y en cuanto a nuestro yo. El yo incluye nuestra manera de ser, manera de pensar y la manera en que hacemos las cosas. Si estamos en serio con el Señor para servir en la iglesia, tanto el mundo como el yo deberán ser eliminados. En el servicio no existe el mundo ni el yo. Cualquier elemento del mundo que se encuentre en nosotros causará que no seamos sacerdotes. Todo lo mundano deberá ser eliminado a fin de que seamos sacerdotes. Asimismo, a fin de ser edificados, necesitamos ser salvos de nuestro yo. El yo debe ser eliminado, incluyendo nuestra manera de ser, preferencias, aversiones, manera de pensar y la manera en que hacemos las cosas.

  Debemos aprender a no ser disidentes, pero no basta con simplemente no ser disidentes. La raíz de la disensión es el yo, nuestra manera de ser. Siempre hay algo que criticar de los demás. Tal vez alguien exprese: “Me cae bien este hermano. Es un santo muy querido, pero es un poco descuidado. Mira la forma en que viste y la manera en que habla”. Aun el Señor Jesús con frecuencia padecía la crítica de la gente. Si fuéramos perfectos como lo fue el Señor Jesús, aun así nos criticarían. Tal vez algunos de los que están en los grupos de servicio inconscientemente tengan un pensamiento de crítica al decir: “La iglesia es buena, pero...”. Esto es conforme a la manera de ser caída. Todos nosotros somos humanos y todos tenemos una manera de ser. Sólo algo que no es viviente no tiene una manera de ser. Sin embargo, nuestra manera de ser ha sido envenenada por la serpiente antigua, astuta y sutil. Cada vez que decimos: “Pero...” a manera de crítica, ésa es la serpiente sutil. No queremos decir que la iglesia es perfecta ni que todas las cosas entre nosotros son excelentes. Simplemente es que, si somos edificados conjuntamente, no hablaremos esta clase de palabras disidentes o de crítica.

  Tal vez al principio seamos muy positivos con respecto a la iglesia, pero puede ser que poco después uno de los ancianos nos ofenda o nos sintamos ofendidos cuando no recibimos algo que esperábamos recibir. Entonces, si nos volvemos negativos, todo nos parecerá mal. Incluso la manera en que se acomodan las sillas será incorrecta. Tal vez preguntemos: “¿Por qué las sillas están acomodadas en cuadro? ¿Por qué no están en un círculo?”. No obstante, aunque la próxima vez estén en círculo, quizá digamos que el círculo quedó muy pequeño o que las sillas están muy separadas. Siempre habrá algo que criticar. Esto ocurre simplemente porque nos hace falta la edificación. La edificación no depende de que las cosas sean perfectas. Mientras no hayamos sido glorificados por completo, siempre habrá carencia. Mientras estemos en la vieja creación, no podremos esperar que todo esté correcto. No esperemos que los hermanos responsables sean perfectos. Ninguno de ellos ni nadie más ha sido perfeccionado hasta ser piedras preciosas. Todavía estamos en el proceso. Todos somos como “mariposas”, pero apenas estamos saliendo de la oruga. Nadie es perfecto todavía.

NO CRITICAR NI DISENTIR A FIN DE GUARDAR LA UNIDAD POR CAUSA DE LA EDIFICACIÓN DEL CUERPO DE CRISTO

  El Nuevo Testamento nos dice que hay unas cuantas cosas que no debemos tolerar. Si alguno adora ídolos, debemos limpiarnos de él, y si un hermano vive en inmoralidad, debemos pedirle que se arrepienta (1 Co. 5:11; 2 Ti. 2:20-21). Si le pedimos a un hermano que se arrepienta, no lo estamos criticando, sino amonestándolo en amor. Del mismo modo, tampoco podemos tolerar la división, y de ningún modo debemos recibir a nadie que niegue que Jesús es el Hijo de Dios o diga que la Biblia no ha sido divinamente inspirada (Ro. 16:17; Tit. 3:10; 1 Jn. 4:2-3; 2 Jn. 7, 10; 2 Ti. 3:16). Sin embargo, en cuanto a otros asuntos, es mejor preocuparnos por la edificación, no expresando palabras de crítica. La crítica siempre proviene de una manera de ser disidente y menoscaba la edificación. Si un hermano lleva el pelo largo o corto, o si tiene barba o se afeita, no debemos decir nada al respecto. Asimismo, si las hermanas se ponen faldas cortas o largas, tampoco debemos decir nada. Estos asuntos dependen de la gracia del Señor. Si alguien tiene su casa ordenada o desordenada, simplemente no debemos prestar atención a ello. Debemos alejarnos de toda clase de crítica, porque la crítica proviene de la disensión, la cual a su vez se origina en la manera de ser del hombre caído, en la cual Satanás, quien es sutil, se aloja. Esto le causa daño al edificio. En lugar de ello, debemos proteger el edificio.

  Cuando nos reunimos en los grupos de servicio, debemos por sobre todo guardar la unidad. Si los hermanos que llevan la delantera en el servicio nos piden acomodar las sillas de una manera particular, no debemos expresar palabras de disensión. Simplemente debemos hacerlo como ellos dicen. Incluso si acomodamos las sillas de esa manera que nos parece tonta, obedecer a los hermanos es mucho mejor que actuar de manera disidente. No es necesario discutir con ellos para demostrarles que sabemos más que ellos. Hacer eso ciertamente sería una necedad. Puesto que dichos hermanos llevan la delantera, debemos hacer las cosas como ellos dicen. Tal vez después de haber orado nos pidan acomodar las sillas de una manera más apropiada. Si ése fuera el caso, no debemos sentirnos ofendidos. Simplemente debemos decir: “Alabado sea el Señor por Su sabiduría”, y hacer lo que nos piden. Aunque este ejemplo es un poco extremo, ejemplifica la necesidad de unidad que existe en la vida de iglesia. Si se percibe la unidad entre nosotros, la gente estará impresionada y dirán: “Ciertamente ésta es la vida de iglesia”. Sin embargo, tal vez discutamos con los hermanos y digamos: “Ustedes son insensatos. ¿Cómo vamos a acomodar las sillas de esa manera?”. En este caso, la gente expresará: “Ésta no es la iglesia, sino un campo de batalla”. Lo que importa no es cómo hacemos las cosas; lo que importa es la unidad.

  Después de haber estado por más de doce años en el sur de California, los hermanos aquí pueden testificar que nunca he discrepado con ellos. Cualquier cosa que ellos digan, yo los sigo. Hay quienes han dicho que los hermanos aquí me dicen que sí únicamente a mí. De hecho, son más frecuentes los casos en los que yo les digo que sí a ellos. Muy a menudo me preguntan cuál es mi sentir en cuanto a algún asunto, pero siguen adelante para hacerlo de manera diferente a mi sentir. Nunca me enojo con ellos. Simplemente digo: “Alabado sea el Señor. Tu manera es la mejor”. Ésta es la manera como servía junto al hermano Watchman Nee en China. Después que hubo un avivamiento en la iglesia en Hong Kong a través del hermano Nee, él me envió un telégrafo para que fuera y me encargara de hacer los arreglos del servicio de los ancianos, los diáconos y de toda la iglesia allí. Una noche después de que llegué, él me dejó encargado de la reunión. Yo le dije: “Hermano Nee, siempre que usted esté aquí, yo lo seguiré y no hablaré nada por mi propia cuenta”. Esto demuestra que en la obra del Señor en la iglesia, lo primero es la unidad.

APRENDER A SEGUIR A OTROS POR AMOR A LA EDIFICACIÓN

  No debemos pensar que somos inteligentes y que nuestra forma de hacer las cosas es la mejor. Aun si ésta fuera la mejor, no deberíamos hacer una exhibición de ello. Si el Señor nos pone en la posición de “conducir el auto”, entonces debemos conducirlo; pero si Él pone a alguien más a conducir, debemos permitirle conducir. Nadie quiere un pasajero que importuna al conductor con sus instrucciones. He visto a hermanos pelear por el camino que deben tomar para ir a algún lado. Un recorrido puede tomar 25 minutos, pero quizá un hermano inteligente conozca un atajo que le ahorra diez minutos. Sin embargo, si se pone a pelear con el conductor para que tome el atajo, todo el viaje podrá tomar una hora. El conductor insistirá en que él tiene el control y el pasajero le dirá que sea humilde y que escuche a los demás. Esto es ridículo. Esta clase de pelea agota a los hermanos, los molesta y perturba sus mentes. La manera sabia es permitir que el conductor haga su trabajo. La diferencia entre un camino largo y un atajo no significa nada, pero la pelea sí tiene mucho significado. Nunca debemos pelear. Si el conductor toma el camino largo, debemos alabar al Señor y usar esos diez minutos extras para descansar. Nunca debemos discutir ni actuar de manera disidente. Cualquier cosa que los hermanos hagan, nosotros simplemente debemos seguirlos.

  Muchas veces estoy de acuerdo con los que llevan la delantera en la iglesia sencillamente para ser uno con ellos. No esperemos que todos sean como nosotros. Si yo espero que todos los santos en todas las iglesias a quienes he ministrado la palabra del Señor sean como yo, entonces soy la persona más necia. La manera más sabia es no esperar que otros sean como nosotros. Incluso un esposo no debe esperar que su esposa sea igual a él. Ella es una mujer, y él es un hombre; ¿cómo ella puede ser igual a él? Debido a que ellos son dos personas diferentes, es imposible que sean exactamente iguales. Por tanto, la manera pacífica y placentera es estar de acuerdo con otros. Tal vez al esposo no le guste comer cierto alimento, pero la esposa le dirá que es saludable para él. En ese caso, él debe alabar al Señor, no quejarse, y simplemente comérselo. Debemos aprender a seguir a los queridos santos. Siempre y cuando ellos no sean idólatras, inmorales, divisivos ni blasfemen al Señor Jesús, debemos seguirlos en cada aspecto. Lo que ellos hagan no es incorrecto. No importa si desean leer el libro de Génesis o de Apocalipsis. Cada libro de la Biblia, incluso cada página, es maravilloso. No hay necesidad de discutir. El hecho de leer un libro y no leer otro quizás esté bien, pero la disensión es carencia. Debemos aprender a no disentir.

  Salmos 133 dice: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es / que habiten los hermanos juntos en armonía! / [...] Porque allí envía Jehová bendición / y vida eterna” (vs. 1, 3b). Debemos creer en esta breve palabra. El Señor envía Su bendición de vida donde está la unidad. La bendición no depende de que estemos en lo correcto, sino de que seamos uno. Guardar la unidad no es guardar el estar en lo correcto. Estar en lo correcto no tiene un nivel definido. Nuestra perspectiva en este asunto no es confiable. Hace diez años una corbata puede que se considerara muy ancha, pero hoy es demasiada angosta. No existe ningún nivel definido para determinar cuán ancho es lo ancho y cuán angosto es lo angosto. Por tanto, no debemos pensar que estamos en lo correcto. Repito, existen sólo algunas cosas que no debemos recibir: idolatría, inmoralidad, división, blasfemia y el no creer en la Palabra divina. De otro modo, lo que sea que los santos hagan, todo está bien.

  Nadie puede saber con certeza que su manera es la correcta. ¿Cómo sabemos cuál es la manera correcta de arreglar las sillas? Lo correcto o incorrecto depende de nuestro punto de vista, entendimiento, propósito, visión y trasfondo. Así que, no debemos disentir ni contradecir. Simplemente debemos alabar al Señor y ser uno con los queridos santos. Debido a que estamos en la iglesia del Señor, Su Cuerpo, y en el camino de Su recobro, no tenemos ninguna opinión. Estamos en el camino para alcanzar la meta. Puede que lleguemos en dos días, en dos meses o en dos años, pero ¡aleluya, estamos en el camino! Sólo el Señor sabe cuándo llegaremos a la meta. Si alguien insiste que su camino es el más corto para llegar a un sitio, finalmente será el camino largo, porque todos estarán discutiendo todo el tiempo. Hemos visto esto en la historia del cristianismo y no debemos repetirla. La unidad es preciosa; que el Señor nos ayude a guardarla.

  Todos debemos ser edificados como una casa espiritual, la cual es un sacerdocio santo y real para ofrecer sacrificios espirituales. Mientras estemos edificados de esta manera, lo que le rindamos al Señor será una ofrenda. Éste es nuestro servicio a Él, y mostrará las virtudes de Aquel que nos llamó. Nadie puede decir cuál camino es el correcto o incorrecto. El único camino correcto es el camino de la edificación. Mientras seamos uno, estamos en lo correcto; pero si no somos uno, no importa cuánto sintamos que estamos en lo correcto, estamos en lo incorrecto. El único camino correcto es guardar la unidad.

APLICACIONES PRÁCTICAS PARA NUESTRA VIDA DE IGLESIA Y SERVICIO

No exigir nada de otros ni juzgarlos superficialmente, sino conocerlos según su condición interna

  Frecuentemente esperamos que otros cambien según nuestro concepto y norma. En lugar de ello, debemos llevarnos bien con los demás; de esta manera no habrá problemas. Si hay dos hermanos que viven juntos, quizá uno de ellos prefiera levantarse temprano, mientras que el otro se levante tarde. En este caso, el que se levanta temprano debe sacrificar su manera de ser. Quizá algún día el otro hermano comenzará a levantarse aún más temprano que el primer hermano. Esto nos muestra que no es necesario discutir en cuanto a cuál es la manera correcta de proceder. En el día de resurrección había dos discípulos que descendían a Emaús. Cuando el Señor se les unió, Él no les dijo: “Ustedes van en la dirección equivocada. Eso me molesta, y no puedo seguir con vosotros a menos que se regresen. Como ustedes son Mis discípulos, ustedes me deberían seguir”. En lo referente a lo que es correcto o equivocado, esos dos discípulos estaban equivocados. Sin embargo, el Señor Jesús no les dijo nada al respecto. Al contrario, mientras ellos descendían, el Señor se les unió y descendió con ellos (Lc. 24:13-15). Luego Él actuó como si no supiera nada y les preguntó: “¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis?” (v. 17). Ante esta pregunta, uno de ellos reprendió al Señor diciéndole: “¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” (v. 18). Con toda seguridad, Jesús sabía mucho más que ellos. Si nosotros fuéramos el Señor Jesús, quizá les hubiésemos dicho: “¿Acaso no saben quién soy Yo? Yo soy esa persona de la que están hablando”. En lugar de eso, el Señor simplemente se fue con ellos a cierto lugar, y cuando llegaron se detuvieron a comer. La Biblia no nos dice cómo, pero en aquel momento los ojos de los discípulos fueron abiertos y reconocieron al Señor. Luego el Señor desapareció, y los discípulos se levantaron y volvieron a Jerusalén (vs. 28-33).

  El relato del Señor Jesús en Lucas 24 muestra que no debemos exigir nada de otros. El hermano al que le gusta levantarse temprano debe sencillamente sobrellevar a aquel que duerme mucho. Si el primer hermano no es descuidado, entonces dormir un poco más por causa del otro hermano no lo hará descuidado. En lugar de ello, si duerme un poco más sería por una buena razón. Así no habrá ninguna discusión entre ellos. Las personas superficiales sólo juzgan las cosas según su apariencia y pelean incansablemente por causa de ello. Nosotros no debemos juzgar las cosas de una manera superficial e infantil ni pensar en si alguien está en lo correcto o está equivocado. Es posible que nosotros estemos equivocados y que la manera en que otros hacen las cosas es mejor que la nuestra. Debemos ser pacientes y esperar un tiempo para ver cuál es la verdadera situación. Criticar a los demás es juzgarlos, pero ¿quiénes somos nosotros para juzgar a otros? ¿Cómo sabemos que nosotros estamos en lo correcto y que los demás están equivocados? Juzgar a la ligera es superficial y decir que sí o que no con absoluta seguridad es infantil. Si algo es correcto o equivocado, ello no depende de lo que vemos en la superficie, sino de algo que es más profundo. Tenemos que aprender a conocer a los demás según su condición interna. Si hacemos esto, entonces, por la gracia del Señor, no habrá problemas entre nosotros.

No debemos proceder con tanta seguridad en el servicio, sino avanzar mediante la oración y la comunión

  En el servicio de la iglesia no siempre necesitamos tomar decisiones definidas en todo asunto. Quizás en muchos asuntos no sepamos cuál es la decisión correcta. Nosotros somos como Abraham en casi toda la obra del Señor tocante a los asuntos de la iglesia. Cuando él fue llamado, él salió sin saber adónde iba (He. 11:8). Él no tomaba decisiones definidas; más bien, todo lo que él tenía era la presencia del Señor en cada paso que daba. Si nosotros avanzamos paso a paso sin tomar ninguna decisión definida, sino teniendo una actitud de oración y de dependencia los unos de los otros, el Señor nos guiará. Ésta es la mejor manera de avanzar. No es bueno que siempre tengamos una manera clara y definida de hacer las cosas en el servicio; es mejor no saber cómo proceder. Es así como oraremos más, buscaremos al Señor, dependeremos del Señor y tendremos comunión los unos con los otros.

No insistir en que los demás permanezcan donde están asignados en el servicio

  Si alguien siente que es mejor servir en un área diferente a la que se le asignó inicialmente, es mejor dejarlo cambiar. Después de que haga este cambio, apreciará más dónde debe estar. Nadie debe tener la completa certeza de que su sentir es el correcto. Tal vez sea lo correcto cambiarse a otro grupo de servicio. Sólo el Señor sabe, y aun si es cierto que sabemos, no debemos insistir en que tenemos la razón. Finalmente, el hermano aprenderá la lección adecuada y, si estaba equivocado, regresará. Es mejor ser espontáneo y no insistir en nada. De esa manera no causaremos problemas. Si insistimos en que el hermano permanezca donde fue asignado para que aprenda una lección, es posible que seamos nosotros quienes necesitemos aprender una lección. Nunca debemos insistir de esta manera.

No ser partícipes de ningún hablar negativo

  Nunca debemos ser partícipes de ninguna crítica, queja ni discusión. Recibir tal hablar negativo es ser un “recipiente de basura”. Si otros critican o hablan de esta manera, debemos excusarnos de una manera amable. Mientras más nos permitamos estar involucrados con quejas, discusiones o vindicaciones, más estaremos contaminados y recibiremos el veneno de la muerte. Debemos apartarnos de esta clase de hablar. Entonces la próxima vez que vengan a nosotros, vendrán sin tal tipo de crítica. Simplemente vendrán para tener comunión y orar. Ésta es la manera apropiada de pastorearnos unos a otros.

No proponer nada, sino aceptar las propuestas de los demás a fin de que todos aprendamos las lecciones

  Nuestra necesidad fundamental es aprender a ser sacerdotes conjuntamente edificados en unidad. Lograr esto depende de nuestro espíritu. Es imprescindible que nuestro espíritu no sea un espíritu de disensión, ni un espíritu que procura mostrar que somos más inteligentes que los demás. Además, tenemos que procurar no proponer otra manera de hacer las cosas. Proponer otras maneras siempre dará un mal ejemplo a los demás. En la vida de iglesia, la mejor manera de proceder es aquella en la que no proponemos nada. Si el “volante” está en nuestras manos, entonces los demás tienen que escucharnos, pero si está en las manos de otro, no debiéramos procurar manejar.

  Si alguien con toda sinceridad nos solicita una sugerencia y verdaderamente la necesita, y si al hacerle tal sugerencia no establecemos un ejemplo de disensión, tal vez sea una ocasión apropiada para intervenir. En tales casos, proponerle algo o no dependerá de la situación y de nuestro espíritu. Sin embargo, si es otro hermano quien está llevando la delantera, debemos escucharle. En este caso, incluso si nuestra propuesta fuera mejor que la suya, es mejor no decir nada para guardar el estándar de la unidad. Siempre y cuando guardemos la unidad, nos ahorraremos mucho tiempo y seremos salvos de muchas cosas; pero si perdemos la unidad, sufriremos pérdida en muchos aspectos. Tal vez logremos algo de cierta manera, pero perderemos de muchas otras maneras. Por tanto, en general es mejor no proponer nada. Entonces ganaremos en lugar de perder. Aun así, si alguien propone algo, debemos hacerle caso. De este modo, todos aprenderemos. Si jamás hacemos lo que otra persona propone, es posible que tal persona jamás aprenda las lecciones necesarias, y nosotros mismos tampoco aprenderemos nada. Cuando la verdadera naturaleza de tal propuesta es puesta de manifiesto, todos aprenderemos algo.

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