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Mensajes del libro «Manera viva y práctica de disfrutar a Cristo, La»
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CAPITULO CUATRO

INVOCAR SU NOMBRE

  Lectura bíblica: Ro. 8:9-10, 16; 10:4-13

  El libro de Romanos es una descripción de la vida cristiana y de la vida de la iglesia. También, la plena salvación de Dios se hace muy clara en este libro. Sin embargo, en este libro, algo que es extremadamente vital ha sido grandemente descuidado por el cristianismo. En este capítulo queremos ver lo que es este asunto vital.

EL CONTENIDO, LOS VASOS Y LA MANERA PARA QUE LOS VASOS RECIBAN EL CONTENIDO

  Hemos visto que Romanos 9 dice que somos vasos para contener a Dios. Ahora necesitamos ver algo de los capítulos ocho y diez de Romanos. Romanos 8 trata principalmente del Espíritu. El versículo 9 dice que tenemos el Espíritu de Dios morando en nosotros y que este Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo. Luego el versículo 10 dice que Cristo está en nosotros. Esto muestra que el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, y Cristo son sinónimos. El Espíritu de Dios es el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Cristo es Cristo mismo. Hoy en día, este Espíritu está en nosotros.

  El versículo 16 muestra que este Espíritu maravilloso está en nuestro espíritu. Este versículo dice que el Espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu, no con nuestra mente ni con nuestro corazón. Así que en este solo versículo hay dos espíritus. El Espíritu maravilloso con E mayúscula da testimonio con nuestro espíritu, con e minúscula. El Espíritu Divino da testimonio con nuestro espíritu humano, y estos dos espíritus se mezclan juntos en un solo espíritu (1 Co. 6:17).

  Ezequiel 36 revela que el Espíritu de Dios está en nuestro espíritu (vs. 26-27). Juan 3:6 nos dice que el Espíritu engendra el espíritu: “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Luego, Juan 4:24 nos dice que Dios es Espíritu y que lo adoramos en nuestro espíritu. Nuestro espíritu adora a Dios el Espíritu. También, Romanos 8:16 nos dice que el Espíritu Santo, el Espíritu Divino, está con nuestro espíritu. Hoy en día, el Espíritu maravilloso está con nuestro espíritu. Eso significa que Cristo está en nuestro espíritu. Esta es la revelación que se ve en Romanos 8.

  Después de esto Romanos 9 nos dice que somos vasos que contienen a Cristo. Cristo es el Espíritu maravilloso, y nosotros somos los vasos para contenerlo. Pero, ¿cómo podemos recibir a Cristo en nosotros? La manera se encuentra en el capítulo diez. En el capítulo ocho vemos a Cristo como el Espíritu maravilloso; en el capítulo nueve vemos que somos los vasos para contener a Cristo; en el capítulo diez está la manera de recibir a Cristo. En otras palabras, en el capítulo ocho está el contenido; en el capítulo nueve están los vasos, los recipientes; en el capítulo diez está la manera en que los recipientes reciben el contenido.

CRISTO ES EL FIN DE LA LEY

  Los versículos de Romanos 10 de la lectura bíblica al comienzo de este capítulo nos muestran la manera de tomar a Cristo. El versículo 4 dice que Cristo es el fin de la ley. Si usted desea tomar a Cristo, sin duda tiene que darse cuenta de esto. Casi todos nosotros estamos bajo cierta ley. El pueblo judío está bajo la ley dada por Moisés, pero, me temo que usted todavía esté bajo cierta ley hecha por el cristianismo o hecha por usted mismo. Existen la ley hecha por Moisés, la ley hecha por el cristianismo y la ley hecha por uno mismo. Creo que todos tenemos alguna ley hecha por nosotros.

  Usted quizás se pregunte qué quiero decir por una ley hecha por uno mismo. Pero yo le preguntaría: “¿No tiene usted la intención de obrar más para el Señor?” Sin duda, esto es muy bueno, pero esto es una ley hecha por uno mismo. Quizás un esposo ore: “Oh Señor, ayúdame a amar a mi esposa”. Una esposa tal vez ore: “Oh Señor, ayúdame a someterme a mi esposo”. Estas son leyes hechas por uno mismo. Hasta es posible que usted haya decidido que de ahora en adelante usted invocará el nombre del Señor. Incluso esto es una ley hecha por usted mismo. Entonces usted diría: “¿Qué debemos hacer?” Aun este deseo de hacer algo es una ley hecha por uno mismo. Si usted decide que de ahora en adelante usted orará-leerá la Biblia, esto es una ley. Le aseguro que todos los que alguna vez han hecho tal ley han fallado. Tratar de hacer algo es una ley. No trate de hacer nada. Sencillamente olvídese de hacer algo. Pero, ¿cómo puede usted olvidarse de hacer algo? Incluso si usted trata de olvidarse de hacer algo, eso sigue siendo una ley.

  Necesitamos ver que cuando Cristo entra en nosotros, es el fin de las leyes hechas por nosotros mismos. No puedo ayudarles, pero si Cristo entra en usted, usted será detenido. Cristo es el fin de la ley. Saulo de Tarso es un buen ejemplo para nosotros. El era un hombre bajo la ley hecha por Moisés y por la religión judía. El también estaba bajo la ley hecha por él mismo. El trataba de guardar todas las leyes hechas por Moisés, todas las reglas hechas por el judaísmo y todos los deseos e intenciones establecidas por él mismo. Mientras él trataba con todo su esfuerzo de guardar todas las leyes, la luz y la voz vinieron de los cielos y él cayó al suelo (Hch. 9:3-4). Ese día en camino a Damasco aquél que estaba tratando de guardar la ley y perseguía a Jesús cayó al suelo y clamó: “¡Señor!” El dijo: “¿Quién eres Tú, Señor?” (v. 5). Incluso antes de que él conociera al Señor, invocó al Señor (cfr. Ro. 10:13).

  En ese momento, el Señor Jesús entró en Saulo. Sabemos esto porque todas sus actividades se detuvieron. El fue detenido de la ley hecha por Moisés; fue detenido de la ley hecha por el judaísmo; y fue detenido de la ley hecha por él mismo. Cristo es el fin de la ley. Saulo era tan inteligente, claro y fuerte, sin embargo, fue detenido y llegó a estar ciego. El perdió la vista. El no pudo hacer nada y no supo a dónde ir. Antes de eso, él era un líder, uno a quien otros seguían. Sin embargo, después de que Jesús entró en él, su vista se perdió. El no supo qué hacer ni a dónde ir. El necesitaba que alguien lo guiara (v. 8). El fue completamente detenido. Esto es debido a que Cristo es el fin de la ley.

  De la misma manera, si Jesús le concediera una visita llena de gracia a usted, todas sus actividades se detendrían. Quizás oremos: “De ahora en adelante, Señor, ayúdame a amar a mi esposa. De ahora en adelante, Señor, ayúdame a someterme a mi esposo. De ahora en adelante, Señor, ayúdame a orar-leer. De ahora en adelante ayúdame a hacer esto o aquello”. Pero mientras tenga usted muchas cosas que hacer eso prueba que usted está corto de la visita llena de gracia del Señor Jesús. Su visita detendrá todas sus actividades porque El es el fin de la ley.

  Me temo que muchos de ustedes todavía tienen ciertos deseos, ciertas intenciones e incluso ciertos programas. Todo esto son leyes hechas por usted mismo. No puedo decirle que se detenga. Si lo hiciera esto también sería una ley. No me prometa que desde esta noche usted detendrá sus actividades. Esto es otra ley. Cuando Jesús vino a Saulo de Tarso, él fue completamente confundido. El dijo: “¿Quién eres Tú, Señor?” El perdió su dirección. Antes de eso él fue tan claro y tan atrevido en tomar la iniciativa. Sin embargo, después de conocer a Cristo, él no supo a dónde ir ni qué hacer. No quiero que la comunión de este capítulo abra sus ojos. Mas bien, espero que esto lo ciegue a usted. ¿Ha perdido usted la vista? o ¿todavía ve claramente? ¿todavía sabe qué hacer? Es una verdadera bendición perder su vista. Saulo de Tarso perdió su vista y su dirección porque Cristo como el fin de la ley entró en él.

INVOCAR AL SEÑOR PARA DISFRUTAR SUS RIQUEZAS

  En Romanos 10 Pablo dijo: “No digas en tú corazón: ‘¿Quién subirá al cielo?’ (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ‘¿quién descenderá al abismo?’ (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)” (vs. 6-7). Usted no necesita que alguien traiga abajo a Cristo de los cielos ni que alguien traiga a Cristo del abismo. Como el postrer Adán, El descendió de los cielos y se levantó del abismo. Se encarnó, descendiendo de los cielos. Resucitó, subiendo del abismo. Completó todo Su tráfico. Ahora, ¿dónde está El? Cristo, quien es el fin de la ley, no está lejos de usted. Pablo dijo que El está en su boca (v. 8). Muchos dicen que tenemos que creer en el Señor Jesús en nuestro corazón. Esto es cierto, pero también necesitamos ejercitar nuestra boca. Romanos 10 dice que usted tiene que confesar: “Señor Jesús”, con su boca (v. 9). Usted no solamente debe ejercitar su corazón; también tiene que usar su boca.

  Muchos de ustedes no han usado su boca. Quizás diga que ha orado mucho, pero, ¿nunca ha gritado invocando a Jesús con su boca? Use su boca, no simplemente para orar al Señor Jesús, sino para confesar al Señor Jesús, para invocar Su nombre. Espero que todos ustedes subrayen la palabra boca mencionada en Romanos 10. Usted tiene que usar su boca para invocar el nombre del Señor Jesús. Romanos 10 no dice que el Señor es rico para con todos los que creen en El, lo adoran, meditan en El o le oran. Dice que el Señor es rico para con todos los que le invocan (v. 12). ¿Ha invocado alguna vez al Señor? Les estoy compartiendo algo que el cristianismo ha perdido. Muchos le dirán que tiene que creer en el Señor Jesús. Luego, tiene que confesar sus fallas y pecados al Señor y orar mucho. Sin embargo, en el cristianismo de hoy, el asunto de invocar el nombre del Señor ha sido y todavía está perdido.

  Me gustaría mostrarle la diferencia entre invocar y orar. Si mi casa se estuviese quemando y yo fuera a alguien diciéndole: “Señor, mi casa se está quemando, y casi no tenemos agua. Por favor, ayúdenos”. Esta es una ilustración de lo que es orar al decir: “Señor Jesús, soy pecador. Tú eres mi Redentor. Te necesito”. Sin embargo, una persona cuya casa se está quemando puede gritar: “¡Fuego! ¡Fuego!” Esto es invocar el nombre del Señor, “¡Oh Señor Jesús! ¡Señor Jesús!”

  Cuando Saulo de Tarso cayó al suelo, en camino a Damasco, él gritó: “¡Quién eres Tú, Señor!” Más tarde el Señor fue a Ananías y le dijo que visitara a Saulo. Ananías estaba preocupado y le dijo al Señor: “El tiene autoridad de los principales sacerdotes para apresar a todos los que invocan Tu nombre” (Hch. 9:14). Mientras Saulo iba en camino a Damasco, él quería apresar a aquellos que invocaban el nombre del Señor día tras día. De repente él cayó al suelo y dijo: “¿Quién eres Tú, Señor?” Luego, el Señor dijo: “Soy Jesús, a quien tú persigues” (v. 5). Sin que él estuviese consciente de algo, Jesús entró en él.

  Si llamamos a una persona que es real, verdadera y viviente, ella vendrá a nosotros. Hoy en día ¿es Jesús real? ¿Es Jesús viviente? Sin duda sí lo es. Cuando invocamos: “Oh Señor Jesús”, El viene a nosotros con todas Sus riquezas. El Señor es rico para con todos los que le invocan. Todo aquél que invoca Su nombre será salvo (Ro. 10:12-13). No piense que ser salvo es una cosa sencilla. Cuando creímos en el Señor Jesús, fuimos salvos, no obstante, también necesitamos ser salvos durante toda nuestra vida cristiana. Ser salvos no es meramente ser liberados del infierno, ser rescatados del juicio eterno de Dios. Eso es demasiado negativo. Ser salvos es entrar en el disfrute pleno de todas las riquezas de Cristo. Cristo es tan rico. El lo es todo para nosotros. Podemos entrar en el disfrute de todas las riquezas de Cristo al invocar Su nombre, “Oh Señor Jesús”.

  En camino a Damasco, Saulo de Tarso no supo que cuando invocó: “Señor”, Jesús entró en él. Más tarde, en Gálatas 1, él nos dijo que le agradó a Dios revelar a Cristo en él (vs. 15-16). Dios reveló a Cristo en Saulo, cuando él cayó al suelo e invocó “¿Quién eres Tú, Señor?” En un sentido, él fue detenido de guardar todas las leyes. En otro sentido, desde ese momento, Pablo fue introducido en las riquezas de Cristo. El comenzó a ser salvo de muchas cosas dentro de las riquezas de Cristo.

  Romanos 8 nos dice que Cristo es el Espíritu que da vida quien es el contenido para nosotros. El capítulo nueve nos dice que somos los vasos para contenerlo. Luego, el capítulo diez nos explica cómo nosotros los vasos podemos recibir a Cristo el contenido. Lo recibimos invocándole. Hoy en día, El es el Espíritu vivificante. El era el postrer Adán. Descendió de los cielos y subió del abismo. Completó Su encarnación, crucifixión y resurrección. Ahora, El no es solamente el postrer Adán. El es el Espíritu vivificante. El es la Palabra viviente, el Logos viviente, y El está en su boca. La única cosa que puede estar en su boca todo el tiempo es el aire. Hoy en día, Cristo es el aire vivificante. Lo que usted necesita hacer no es ejercitar su mente para entender, sino ejercitar su boca. Si abre su boca e invoca: “Señor Jesús”, El entrará en usted.

  Cuando usted predica el evangelio, quizás hable mucho y trata de convencer a las personas y cambiar su concepto. Pero cuanto más trata de convencerlos, más tendrán ellos sobre qué razonar. Esa es la manera equivocada. Lo que usted necesita es hacer que ellos abran sus bocas e invoquen: “¡Señor Jesús!” La manera de recibir al Señor es invocar Su nombre. No piense que esto es un asunto sencillo o que es algo nuevo inventado por nosotros. Esto es un asunto antiguo que ha sido perdido y descuidado por el cristianismo de hoy. Por la misericordia del Señor, El ha recobrado esto con nosotros.

INVOCAR AL SEÑOR PARA SACAR AGUA DE LOS POZOS DE LA SALVACION

  La práctica de invocar al Señor no solamente se encuentra en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. Isaías 12:2 nos dice que Dios mismo es nuestra salvación y nuestro canto. El versículo 3 dice que El es la fuente de la salvación y que tenemos que sacar agua de estas fuentes con gozo. Luego, los siguientes versículos nos dicen cómo sacar esta agua. El versículo 4 dice que tenemos que alabar al Señor y luego invocar Su nombre. El versículo 6 dice que debemos clamar y gritar.

  ¿Cómo tomamos las aguas de la salvación? Algunos dicen que debemos meditar silenciosamente la Palabra o estudiarla. Pero Isaías 12 nos dice claramente que Dios es nuestra salvación y nuestro canto. El es los pozos de la salvación. Tenemos que sacar agua de estos pozos no al meditar, ni al estar silencioso, sino al alabar al Señor, invocando Su nombre, y aun clamando y gritando. Según Romanos 10, si queremos disfrutar de todas las riquezas de Cristo, tenemos que ejercitar nuestra boca e invocar Su nombre. Y según Isaías 12, la manera de sacar el agua viva de los pozos de la salvación es alabar al Señor, invocar Su nombre, y clamar y gritar.

  El Señor es el Espíritu viviente y todo-inclusivo. El descendió de los cielos para llegar a ser un hombre como el postrer Adán, y subió del abismo para ser el Espíritu vivificante en resurrección (1 Co. 15:45). Ahora El es el pnéuma, tal como el aire en su boca. Si abriéramos nuestra boca, desde lo profundo de nuestro corazón y con nuestro espíritu, para invocar: “Señor Jesús”, El entraría en nosotros. Esta es la manera de recibir a Cristo en nosotros, los vasos. El es el contenido, y nosotros somos los que le contienen. La manera en que nosotros, los que le contienen, lo recibimos como el contenido es ejercitando nuestra boca para invocar Su nombre: “¡Oh Señor Jesús! ¡Oh Señor Jesús!” De esta manera, todas las botellas, los vasos, serán llenos de Cristo, no solamente como su salvación, sino también como todo lo que El es en Sus inescrutables riquezas. Aquí, Romanos 10:12 dice que el Señor es “rico para con todos los que le invocan”. ¡La manera de disfrutar a Cristo en todas Sus inescrutables riquezas es invocándolo!

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