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Mensajes del libro «Mensajes de la verdad»
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CAPÍTULO DIEZ

EL ESPÍRITU INICIAL LLEGA A SER EL ESPÍRITU QUE UNE

(1)

  Ya vimos que la unidad genuina es posible únicamente estando en el Dios Triuno. El Señor Jesús nos introdujo en el Padre, donde Él está. Antes que fuéramos salvos, estábamos fuera del Padre, y no teníamos nada que ver con Él. Pero después de ser salvos, fuimos trasladados al Padre. Sin embargo, todavía necesitamos estar con Cristo en la gloria del Padre. Estar en la gloria del Padre es estar en la expresión del Padre.

  En un sentido muy real, todos los verdaderos cristianos están en el Padre. Sin embargo, son muy pocos los que verdaderamente pueden decir que están en la gloria del Padre. En Juan 17 la unidad genuina de los creyentes está relacionada con las dos veces que aparece la palabra en: en el Padre y en la gloria del Padre. La primera mención de la palabra en indica que hemos sido salvos, mientras que la segunda indica que somos uno en la expresión de Dios. Por medio de la misericordia y gracia del Señor, somos uno con Él donde Él está, en el Padre y en la gloria del Padre.

  A fin de entender la unidad mencionada en Juan 17, necesitamos el tipo, el cuadro, del tabernáculo que se halla en Éxodo 26. La unidad que experimentamos en el Dios Triuno es muy profunda; de hecho, es un misterio. Es por ello que nos es difícil explicarla o definirla. Puesto que esto mismo sucede con muchas de las realidades espirituales halladas en la Biblia, tenemos tipos que describen los detalles de dichas realidades. Dado que la unidad revelada en Juan 17 es abstracta y misteriosa, no podemos entenderla adecuadamente sin la tipología presentada en el libro de Éxodo. El tabernáculo nos muestra un cuadro de cómo los creyentes neotestamentarios son edificados para ser la morada de Dios sobre la tierra. Después que el tabernáculo del Antiguo Testamento fue erigido, éste fue lleno de la gloria de Dios. A partir de ese momento, el tabernáculo llegó a ser la morada de Dios sobre la tierra, el lugar donde reposaba Su gloria.

LA UNIDAD QUE ES FRUTO DE LA EDIFICACIÓN

  En el tabernáculo del Antiguo Testamento había cuarenta y ocho tablas. El número cuarenta y ocho se compone de seis por ocho. El número seis representa al hombre natural, y el número ocho representa la resurrección. Por lo tanto, el número cuarenta y ocho representa a aquellos que antes estaban en el hombre natural, pero que ahora han llegado a ser creyentes y han entrado en resurrección. Cuando estos creyentes son reunidos todos juntos o, usando la expresión del Nuevo Testamento, son edificados, ellos llegan a ser la morada de Dios. La unidad por la cual el Señor Jesús oró en Juan 17 es esta edificación.

  En Juan 14—17 se encuentra el concepto de la edificación. En Juan 14 el Señor Jesús dice que Él y el Padre vendrán a aquel que le aman y harán morada con ellos (v. 23). Luego, en el capítulo 15, el Señor dice: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Además, en Juan 17, Él ora en cuanto a esta morada, la cual es simplemente la unidad de Sus creyentes. Si no hay unidad entre los creyentes en Cristo, ¿cómo podrá existir una morada, una habitación, para Dios en la tierra hoy? La unidad, que es la edificación, es en realidad la iglesia edificada de manera concreta. Muchos cristianos hablan acerca de la iglesia, pero para ellos la palabra iglesia es un término vacío. A fin de que la morada de Dios sea una realidad de una manera práctica, debe existir la unidad que es fruto de la edificación. La unidad entre los creyentes es la edificación de los creyentes hasta que conformen una morada.

  Cuando examinamos el cuadro del tabernáculo, vemos los detalles relacionados con esta unidad y también los pasos por los cuales llegamos a ella. En el mensaje anterior, señalamos que las cuarenta y ocho tablas, en sí mismas, estaban separadas la una de la otra. No importa cuán cerca estuvieran la una de la otra, aún estarían desconectadas. La unidad de las tablas erguidas no se basaba en las tablas mismas, sino en el oro que las cubría, las conectaba y las unía. Cada una de las tablas estaba recubierta de oro. Por lo tanto, era por medio del oro que el tabernáculo era una sola unidad como la morada de Dios. Por lo tanto, la morada de Dios estaba constituida de la unidad práctica de las tablas. Sin esta unidad, le es imposible a Dios obtener una morada en la tierra.

LAS TRES FUNCIONES DEL ORO

  En cuanto a las tablas del tabernáculo, el oro desempeña tres funciones. Una de estas funciones es la de recubrir las tablas. Sin embargo, como veremos más adelante, ésta no es la principal función. Otra función del oro, según se ve en los anillos de oro, es la de conectar las tablas como una sola entidad. Finalmente, la función unificadora del oro se ve en las barras de oro. Por consiguiente, las tres funciones del oro son recubrir, conectar y unir.

  Según nuestro concepto natural, podemos pensar que las tablas eran primeramente recubiertas de oro y que después los anillos eran soldados al oro que recubría las tablas. Sin embargo, si los anillos hubiesen sido soldados al oro que recubría las tablas, no habrían sido lo suficientemente fuertes para soportar el peso de las tablas. Por lo tanto, creo que los anillos de oro fueron colocados directamente en las tablas, aunque no sé cómo. Antes que las tablas fuesen recubiertas de oro, los anillos de oro fueron adheridos a éstas. Después de esto, las tablas fueron recubiertas de oro y luego fueron unidas por medio de las barras de oro. Por consiguiente, la función inicial del oro era la de adherir los anillos de oro a las tablas.

EL ESPÍRITU INICIAL

  Hasta ahora, probablemente usted haya pensado que los anillos de oro eran el producto de haber recubierto las tablas con el oro. Los maestros y los expositores de la Biblia más confiables concuerdan en que los anillos de oro representan al Espíritu inicial que nos fue dado por Dios, esto es, al Espíritu que nos regeneró, el mismo que en Efesios 1 es el Espíritu que nos sella. Cuando fuimos regenerados, Dios puso Su Espíritu en nosotros; inmediatamente, el Espíritu que nos regeneró llegó a ser el Espíritu que mora en nosotros. Este Espíritu que nos regeneró y ahora mora en nosotros es el Espíritu que nos fue dado por Dios inicialmente. Cuando el hijo pródigo regresó a su casa, le fueron puestos tres artículos: el vestido, el anillo y las sandalias. El vestido representa a Cristo como nuestra justicia, y el anillo, al Espíritu que nos sella. En la antigüedad la gente usaba un anillo grabado como sello. Por esta razón, los maestros de la Biblia dicen que según Lucas 15, después que regresamos al Padre, el Padre nos da a Cristo como nuestra justicia para cubrirnos y al Espíritu como el sello que testifica que pertenecemos al Padre y que hemos llegado a ser Su herencia.

  Otro aspecto del anillo se revela en la historia de Rebeca. El siervo que Abraham envió para que buscara una esposa para Isaac puso un anillo en la nariz de Rebeca. Esto indica que el Espíritu inicial nos da discernimiento, lo cual está relacionado con el sentido del olfato. Además, según la costumbre de la antigüedad, un anillo en la nariz simboliza expresión. Por consiguiente, el Espíritu inicial, que es el Espíritu que nos sella, es el Espíritu de discernimiento y expresión. Todos hemos recibido a este Espíritu. Tenemos en nuestro interior algo que nos sella y testifica que pertenecemos, no al mundo, sino al Padre. Independientemente de lo oscura que sea esta era o lo corrupta que sea la sociedad, el Espíritu testifica desde nuestro interior que no pertenecemos a esta era maligna. Pertenecemos al Padre, y el Espíritu que mora en nosotros nos recuerda constantemente este hecho. Si después que somos salvos vamos a cierto lugar mundano, algo dentro de nosotros nos dirá que no pertenecemos allí. Éste es el Espíritu que nos sella.

  Este Espíritu que nos sella nos da un sentido de discernimiento, una “nariz” espiritual. Con este sentido divino de discernimiento podemos detectar lo que es de Dios y lo que no es de Dios. Por el contrario, las personas que no son salvas no tienen este sentido divino del olfato. En términos espirituales, todos los creyentes debemos tener una nariz prominente. En El Cantar de los Cantares el Señor aprecia la nariz de la amada que le busca, la cual Él compara con una alta torre (7:4).

  Como ya mencionamos, el anillo en la nariz también nos habla de una expresión, una expresión hermosa. El Espíritu que nos sella no solamente nos permite discernir, sino que también permite que Dios se exprese por medio de nosotros. Éste es el Espíritu inicial, el Espíritu que regenera y que mora en nosotros, según es tipificado en la Biblia por los anillos de oro. Este Espíritu nos sella, nos da la facultad de discernimiento y nos capacita para expresar a Dios.

LOS TRES ANILLOS REPRESENTAN AL DIOS TRIUNO

  Debido a que el Espíritu inicial ha sido instalado en nuestro ser, hemos llegado a ser estas tablas con los anillos. ¿Cuántos anillos había en cada tabla? Si estudiamos la manera en que estaban acomodadas las cinco barras en cada uno de los lados del tabernáculo, concluiremos que debía de haber tres anillos en cada tabla. Las cinco barras estaban acomodadas horizontalmente en tres hileras, y la barra central corría de un extremo a otro. Arriba y debajo de esta barra central las hileras se componían de dos barras en cada hilera, las cuales medían la mitad de la barra central y se unían en un punto central. Por lo tanto, cada tabla erguida debía de haber tenido al menos tres anillos, uno arriba, otro en el centro, y otro en la parte de abajo. Pero ¿será que había más de un solo anillo en cada uno de estos puntos? Éxodo 26:24 habla de “un solo anillo” o del “primer anillo” según algunas versiones. Así que, en cada tabla erguida había un anillo en cada uno de los tres lugares donde corrían las barras horizontales, lo cual significa que había tres anillos en cada tabla. Estos anillos simbolizan al Dios Triuno. Por consiguiente, el Espíritu inicial es el Dios Triuno. Cuando el Espíritu viene a nosotros, el Padre y el Hijo vienen con Él. ¡Aleluya!, tenemos al Dios Triuno en nosotros como Espíritu inicial. Nosotros somos tablas que tienen, no un solo anillo, sino tres. Estos tres anillos representan la etapa inicial de nuestra vida cristiana e indican que la vida cristiana empieza con el Dios Triuno.

  Después que se sujetaban los anillos de oro a las tablas del tabernáculo, éstas eran recubiertas de oro. Los anillos y las tablas tenían una misma apariencia debido a que fueron recubiertos de oro. Esto hace referencia a la manera en que se extiende el Espíritu al sellarnos, y también concuerda con nuestra experiencia.

ESTAR ESCASOS DE DIOS

  Poseer los anillos de oro sin que éstos sean recubiertos de oro, indica que somos pobres, que estamos escasos de oro. Ello equivale a poseer al Dios Triuno como los anillos, mas no como el oro que recubre las tablas. Estar en semejante condición equivale a estar escasos de Dios. Tenemos que aprender a confesar que, a veces, estamos escasos de Dios. Es posible que en nosotros abunde el yo y escasee de Dios. Por lo tanto, necesitamos que el Espíritu inicial se expanda en todo nuestro ser, es decir, el oro que recibimos inicialmente tiene que extenderse en nosotros y revestirnos. A medida que crecemos en el Señor, el Espíritu se extiende en nuestro ser y nos reviste consigo mismo.

  El oro no revestía un material corrupto o de baja calidad; no, revestía la madera de acacia. Sin embargo, aunque la madera de acacia era muy buena, el propósito del tabernáculo no era expresar la madera. Esto indica que Dios no quiere que el hombre sea expresado; antes bien, Él desea ver la expresión de Sí mismo. Dios desea que Él mismo sea expresado en el hombre. Para ello se requiere que el hombre sea cubierto por Dios, e incluso que sea revestido completamente de Él. En nuestro himnario tenemos un himno titulado “Cristo, no yo”. El coro dice así:

  ¡Oh, que me salves del yo, Señor! ¡Oh, que me pierda en Ti! ¡Oh, que no surja ya más yo! ¡Mas viva Cristo en mí!

  Perdernos en el Señor es ser revestidos de Él y quedar escondidos en Él. Cuando quedamos escondidos en el Señor mismo, entonces Él llega a ser lo que se expresa.

RICOS EN DIOS Y EN LA UNIDAD

  Si solamente poseemos los tres anillos de oro, esto significa que no somos ricos en la expresión de la unidad apropiada. A fin de tener la unidad genuina se requiere que expresemos plenamente el oro. Por lo tanto, es preciso que a diario seamos más y más revestidos del oro. Cuanto más se extienda en nuestro ser el Espíritu inicial, más la unidad imperará entre nosotros. Además de reconocer que estamos escasos de Dios, tenemos que aprender a confesar que nuestra unidad es muy deficiente. Sin embargo, por la gracia del Señor, también podemos decir: “¡Aleluya, soy rico en Cristo y también soy rico en unidad!”. Cuando una tabla ha sido completamente recubierta de oro, o sea, del Dios Triuno, es rica tanto en Dios como en unidad.

  Desde que el recobro del Señor vino a este país, recalcamos la necesidad de recibir la visión de la iglesia y de conocer el terreno de la unidad genuina. No obstante, algunos se volvieron disidentes y dijeron que la iglesia estaba en error. Sin embargo, la iglesia es la iglesia, no importa si es perfecta o imperfecta. Por ejemplo, los Estados Unidos es nuestro país, sea perfecto o no. ¡Cuán absurdo es decir que este país deja de ser nuestro porque esté mal en ciertos aspectos! Sucede lo mismo con respecto a la iglesia. Incluso la Biblia revela que la iglesia en esta era tal vez no sea perfecta; de hecho, puede tener muchos defectos. Sin embargo, por muchos defectos que ella tenga, el terreno de la iglesia sigue siendo único, y la iglesia sigue siendo la iglesia. Si hemos visto la iglesia y si somos fieles en estar firmes sobre el terreno de la iglesia sin importarnos cuál sea su condición en el presente, sabremos que la iglesia es simplemente la iglesia.

LA TRANSFORMACIÓN Y EL REVESTIMIENTO DE ORO

  Hemos visto que el oro recubre la madera de acacia. El oro jamás será aplicado a ninguna otra clase de madera. Esto indica que si nuestro hombre natural no ha sido transformado, no seremos revestidos del Dios Triuno. El Dios Triuno jamás revestirá la carne ni el hombre natural. El revestimiento de oro requiere la transformación. Este asunto es de crucial importancia.

  Todos los cristianos tienen al Espíritu inicial, los tres anillos, pero en muchos de ellos el oro no se ha extendido porque les falta ser transformados. Aún no han llegado a ser madera de acacia. En vez de ello, es posible que todavía participen en las cuatro cosas negativas que se hallan implícitas en Juan 17: la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones. Mientras alguna parte de nuestro ser todavía esté relacionada con la mundanalidad, dicha parte no será madera de acacia. Sucede lo mismo con respecto a la ambición. No es posible que ningún elemento de ambición en nuestro ser sea revestido del Dios Triuno. Antes que pueda efectuarse este revestimiento, ese aspecto de la ambición tiene que ser transformado. Del mismo modo, si yo continúo teniendo muchas opiniones y estoy lleno de conceptos, esto demuestra que parte de mi ser aún no ha sido transformado en madera de acacia. No estamos hablando de si expresamos o no nuestras opiniones, sino de la necesidad de ser transformados. Algunas personas se abstendrían de expresar su opinión si estuvieran delante del presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, expresarían libremente sus opiniones delante de los ancianos de la iglesia. Si este elemento de la opinión en nuestro ser ha sido transformado, no expresaremos nuestra opinión delante del presidente ni delante de un niño. No importa dónde estemos, simplemente no tendremos opiniones, puesto que la parte de nuestro ser que antes expresaba sus opiniones ha sido transformada en madera de acacia.

  Les repito nuevamente que el Dios Triuno como Espíritu inicial no nos revestirá sino hasta que seamos transformados. Ésta es la razón por la que las vírgenes insensatas en Mateo 25 aún tenían que comprar aceite. Comprar aceite significa ser transformado para obtener más aceite; es ser transformado para ser más revestido de oro. Si todavía somos personas pecaminosas, mundanas y naturales, el Espíritu no podrá revestirnos de oro. Es posible que apreciemos mucho nuestro ser natural y no estemos dispuestos a permitir que el Señor lo toque. Tal vez pensemos que estamos bien, y que no somos ni orgullosos ni humildes, ni tampoco rápidos ni lentos. Mientras que usted se considere así, estará acabado en lo que se refiere a experimentar el ser revestido de oro. Sí, en efecto usted puede estar bien, pero es una persona natural; no es madera de acacia.

LA UNIDAD NOS EXIGE SER TRANSFORMADOS

  Mi carga en este mensaje no consiste en impartirles enseñanzas bíblicas, sino en mostrarles la verdadera situación entre los santos a lo largo de los siglos en cuanto a la unidad. Es un hecho que es muy difícil practicar la unidad apropiada. Dudo que haya existido algún otro grupo de cristianos que haya hecho tanto hincapié en la unidad como nosotros. No obstante, pese a que hemos recalcado la importancia de la unidad una y otra vez, algunos que en otro tiempo estuvieron en el recobro se atrevieron a dañar la unidad. Hicieron burla del terreno de la iglesia y prácticamente pisotearon la iglesia. Algunos han dicho: “¿Qué tiene de malo que se celebre una reunión en mi casa? Nosotros disfrutamos al Señor aquí”. Aunque usted disfrute al Señor en cierta medida en una pequeña reunión en su casa, no podrá tener una fiesta como el tipo de las fiestas anuales que celebraban los israelitas. A pesar de que los israelitas podían disfrutar de una porción común del producto de la buena tierra en sus casas, sólo podían disfrutar de la mejor porción cuando se reunían en el monte Sion, el único lugar que Dios había escogido para que ellos ofrecieran su adoración corporativa.

  La unidad nos exige ser transformados. Mientras oraba por este mensaje, me advertí a mí mismo que debía ser cuidadoso, no fuera que habiendo predicado a otros yo mismo viniera a ser reprobado. No podemos permitirnos ser descuidados con el Señor en lo que se refiere a asuntos espirituales tales como la transformación. Les repito una vez más que si no hemos sido transformados, no podremos ser revestidos de oro.

  No me cabe ninguna duda de que todos ustedes poseen los tres anillos de oro, es decir, al Dios Triuno quien, como Espíritu inicial, vino a ustedes para sellarlos, para darles el discernimiento apropiado y para capacitarlos a expresar al Señor, a quien ustedes aman. Pero me preocupa que puedan pasar los días sin que ustedes le permitan al Señor transformarlos. Ser revestidos de oro por el Señor es algo que va a la par con nuestra transformación. Podemos comparar la transformación a los rieles del tren, y el revestimiento de oro al tren que se desplaza sobre dichos rieles. Si no se han colocado los rieles, será imposible que el tren se desplace. Cierta área de nuestro ser no podrá ser revestida de oro a menos que en dicha área hayamos experimentado una verdadera transformación. Esto no debiera ser una simple doctrina para nosotros. Tenemos que amar al Señor, contactarlo, sumergirnos en Su Palabra, orar y andar conforme al espíritu. Si hacemos estas cosas, la transformación ocurrirá espontáneamente.

LA PROPAGACIÓN DE LA UNIDAD

  El revestimiento de oro en realidad equivale a la propagación de la unidad. Nosotros ya poseemos la unidad del Espíritu que se menciona en Efesios 4. Esta unidad del Espíritu equivale al oro de los tres anillos. El Espíritu inicial, que es el Dios Triuno, es la verdadera unidad del Espíritu. Ahora esta unidad debe extenderse hasta que revista todo nuestro ser. Ya vimos que Dios no reviste de oro nada que sea natural. Todo lo que no sea madera de acacia tiene que ser transformado, es decir, tiene que experimentar un cambio en su naturaleza y forma. Por muy bueno que aparentemente sea nuestro ser natural, aun así, necesitamos ser transformados. La transformación no tiene nada que ver con el hecho de reformar o mejorar nuestro comportamiento; más bien, la transformación depende de que amemos al Señor, tengamos contacto con Él, escuchemos Su palabra, oremos a Él y andemos conforme al espíritu. Mientras experimentemos estas cinco cosas, estaremos viviendo a Cristo, es decir, estaremos tomándole como nuestra vida. Así que, la transformación se efectúa espontáneamente. El proceso mediante el cual somos revestidos de oro se efectúa simultáneamente con esta transformación. Donde ocurra la transformación, allí también se efectuará el revestimiento del oro.

  Este mensaje no es fruto de ningún estudio bíblico, sino de un intenso sufrimiento. Debido a este sufrimiento, me he ejercitado mucho delante del Señor procurando entender la situación. Poco a poco, el Señor me ha ido mostrando que ciertos queridos santos solamente tenían los tres anillos, y que el oro no se había extendido mucho en ellos debido a que no habían experimentado ninguna transformación. La razón por la que no experimentaron ninguna transformación es que estas personas disidentes no experimentaron el quebrantamiento de la cruz. En el mensaje siguiente veremos que las barras que unían las tablas de tabernáculo tenían que cruzar las tablas o pasar a través de ellas. Esto indica que aunque podemos ser tablas que han sido colocadas verticalmente, el Espíritu que une tiene que pasar a través de nosotros horizontalmente, formando así una cruz. Hoy en día hay algunos que aborrecen la cruz, e incluso desprecian la palabra cruz. No obstante, sin la cruz no puede haber resurrección. La cruz es algo muy positivo, pues nos conduce a la resurrección. Es únicamente en resurrección que nuestra vida natural es transformada. Dicha transformación, que se efectúa en resurrección, causa que seamos revestidos de oro.

LA ÚNICA SALVAGUARDIA

  Solamente cuando hayamos sido transformados y revestidos de oro no habrá posibilidad alguna de que haya disensiones entre nosotros. Pero mientras no hayamos sido transformados y revestidos de oro, correremos el peligro de caer en disensión. Lo único que puede resguardarnos es que seamos revestidos de oro. No debemos seguir andando conforme a nuestro ser natural; en vez de una humanidad natural, debemos adquirir una humanidad transformada, cuyo elemento sea la humanidad misma de Jesús. En otras palabras, debemos ser como dice uno de nuestros himnos: “Jesusmente humano”. Únicamente la humanidad de Jesús, la cual es una humanidad que está en resurrección, es apta para ser revestida de oro.

  Les ruego que le presenten este asunto al Señor en oración. Es sólo a través de mucha oración que podemos descubrir que el camino hacia la unidad genuina surge de nuestra experiencia de Dios. No crean que simplemente con leer este mensaje obtendrán la realidad de lo que estamos hablando. A fin de obtener la realidad de esta palabra, se requiere tiempo y mucha oración. No es fácil obtener la realidad de la unidad, porque ésta es una realidad divina. Es preciso que la naturaleza divina sea forjada en nuestro ser. El Espíritu inicial, que es el Dios Triuno instalado en nosotros como los anillos de las tablas, tiene que propagarse en todo nuestro ser. Para que esta propagación ocurra, se requiere la transformación, y la transformación nos exige tomar a Cristo como nuestra vida, lo cual hacemos al amarle, al tener contacto con Él, al escuchar Su palabra, al orar y al andar en el espíritu. Si ésta es nuestra experiencia, ciertamente seremos transformados y revestidos de oro. Entonces la unidad se habrá extendido por completo en nuestro ser, y de ese modo seremos resguardados de toda disensión y división.

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