
La unidad que el Señor mencionó en Su oración en Juan 17 es misteriosa, pues se trata de una unidad que sólo podemos conocer y poner en práctica en el Dios Triuno. Damos gracias al Señor por proveernos un cuadro tan claro de esta unidad, la cual se ve en la edificación del tabernáculo en el Antiguo Testamento. La edificación del tabernáculo que se describe en el libro de Éxodo corresponde a la unidad mencionada en Juan 17. El Señor oró pidiendo que todos Sus creyentes fueran uno a fin de que Dios pudiera obtener una morada en la tierra. El tabernáculo era tal morada. La unidad que se ve en el tabernáculo es sencillamente la edificación del tabernáculo.
El tabernáculo constaba de cuarenta y ocho tablas. Debido a que éstas eran edificadas para conformar la morada de Dios, el tabernáculo nos provee un cuadro muy claro de la unidad en el Dios Triuno. Esta unidad no se basaba en la madera de acacia, el material del cual estaban hechas las tablas; se basaba en el oro, con el cual se recubrían las tablas. La madera y el oro representan la naturaleza humana y divina de los cristianos. La naturaleza humana está representada por la madera de acacia; la naturaleza divina, por el oro. Cada tabla era hecha de madera de acacia y estaba recubierta de oro. Debido a que los cristianos somos tanto de madera como de oro, somos personas maravillosas.
Ya vimos que la madera de acacia no representa nuestra naturaleza caída, sino nuestra naturaleza transformada y elevada. Nosotros fuimos regenerados, y ahora nos encontramos en el proceso de la transformación. Día a día, está ocurriendo un cambio en nuestra naturaleza. Este cambio es la transformación. Aunque todavía no he sido perfeccionado completamente, puedo testificar confiadamente que un gran cambio ha estado ocurriendo en mi ser desde que me hice cristiano. No se trata simplemente de un cambio en mi comportamiento, sino en mi naturaleza. Además, a medida que nosotros somos transformados en madera de acacia, somos revestidos de oro. Adoramos al Señor y lo alabamos porque diariamente Él nos está revistiendo de oro, que es Él mismo. Nuestra unidad se basa en este oro.
Esta unidad tiene tres aspectos. En el primer aspecto, que corresponde a la etapa inicial, la unidad está representada por los anillos de oro. Estoy seguro de que los anillos de oro eran sujetados a las tablas antes que éstas fuesen recubiertas de oro. Por lo tanto, el primer paso consistía en sujetar los anillos de oro a las tablas, y el segundo consistía en recubrir las tablas de oro. Finalmente, el tercer paso consistía en elaborar las barras que unen, las cuales mantenían juntas las cuarenta y ocho tablas en unidad. Esta unidad es el edificio, que es la morada de Dios.
Sin el cuadro del tabernáculo, no podríamos entender adecuadamente la unidad de la cual se habla en Juan 17. Desde mi juventud yo presté mucha atención a Juan 17, pero debido a que no tenía suficiente experiencia y debido a que no vi el cuadro de la unidad que se muestra en el tabernáculo, no tenía un entendimiento adecuado de lo que el Señor oró en Juan 17 con respecto a la unidad. Pero ahora, después de años de experiencia e incluso de sufrimiento, puedo decir que la unidad por la cual el Señor oró en Juan 17 es la misma unidad que vemos en el tabernáculo. Al examinar el cuadro del tabernáculo, podemos tener un entendimiento adecuado en cuanto a la unidad práctica por la cual el Señor Jesús oró.
La unidad se halla en el Dios Triuno. Las tablas eran una sola entidad en virtud del oro, y el oro representa la naturaleza de Dios. Ya hicimos notar que en cada una de las tablas había tres anillos, los cuales representan al Dios Triuno, quien es el Espíritu que sella, al cual hemos recibido. Este Espíritu no es simplemente el Espíritu de Dios, sino el Espíritu de Dios con el Padre y con el Hijo. En Juan el Señor Jesús dijo que el Espíritu sería enviado del Padre (15:26). La preposición griega traducida “de” en realidad debería ser traducida “de con”. Esto significa que el Espíritu no sólo es enviado del Padre, sino que también viene con el Padre. Después de enviar al Espíritu, el Padre no se quedó en los cielos. Cuando el Padre envió al Espíritu, el Espíritu vino a nosotros con el Padre. Por consiguiente, tener al Espíritu en nosotros equivale a tener al Padre en nosotros. Asimismo, el Hijo está con el Padre. De eternidad a eternidad, el Hijo siempre ha estado con el Padre y siempre estará con Él. Por lo tanto, tener al Espíritu en nosotros equivale también a tener al Padre y al Hijo en nosotros. Así pues, tenemos al Dios Triuno como los tres anillos. El Padre está corporificado en el Hijo, y el Hijo es hecho real a nosotros en calidad de Espíritu. Por lo tanto, cuando tenemos al Espíritu, tenemos también al Padre y al Hijo. Éste es el Espíritu inicial, el Espíritu que nos sella, los propios anillos que hemos recibido. Este Espíritu vivificante nos ha regenerado y ahora mora en nosotros.
Una vez que somos regenerados, el Espíritu que sella empieza a propagarse en todo nuestro ser. Con respecto a algunos de nosotros, esta propagación ocurre muy lentamente. No obstante, sigue avanzando. Muchos de nosotros podemos testificar que la propagación del oro ha aumentado desde que vinimos al recobro del Señor. Como mencionamos en el mensaje anterior, ser revestidos de oro siempre va a la par con la transformación, ya que el oro únicamente recubre la madera de acacia. La naturaleza de Dios, la cual es de oro, jamás revestirá nuestra naturaleza caída, sino únicamente nuestra naturaleza regenerada y transformada. Nuestra naturaleza caída es madera corrupta, pero nuestra naturaleza regenerada y transformada es madera de acacia. Esto nos lo confirma nuestra experiencia y lo que hemos observado en la experiencia de muchos otros santos.
No sólo hemos recibido el sello del Espíritu, sino también el sellar del Espíritu (véase Estudio-vida de Efesios, mensaje 12). Este sellar está propagándose en nuestro ser, revistiéndonos del oro. Desde el momento en que fuimos regenerados, hemos tenido algo muy precioso dentro de nosotros. Al leer la Palabra, hemos llegado a ver que esta preciosa sustancia es la naturaleza divina que se añade a nosotros con Dios el Espíritu. Día a día, este Espíritu junto con la naturaleza divina se está propagando en nosotros. Cuanto más oramos, tenemos comunión con el Señor, leemos Su palabra y le decimos que lo amamos y deseamos ser uno con Él, más sentimos que algo se propaga en nuestro interior, revistiéndonos de oro.
Aunque poseamos al Espíritu inicial e incluso tengamos cierta experiencia de ser revestidos de oro, todavía necesitamos experimentar al Espíritu que une. Además de las tablas, los anillos y el recubrimiento de oro, todavía se necesitaban las barras. Sin las barras, las cuarenta y ocho tablas no podían ser una sola entidad, pues eran las barras las que mantenían unidas las tablas. ¿Qué representan las barras? Puesto que nosotros somos las tablas, las barras no pueden representarnos a nosotros. Además, los anillos representan al Dios Triuno, y el oro que reviste las tablas representa la propagación de Dios. Así pues, tal como los anillos representan al Espíritu inicial, las barras representan al Espíritu que une. Las tablas permanecen en posición vertical, y las barras las unen al atravesarlas horizontalmente.
Ahora debemos considerar algunos detalles de las barras como símbolo del Espíritu que une. Lo primero que debemos notar es que las barras que unían las tablas estaban distribuidas en tres grupos de cinco. Con relación al Espíritu inicial, había en cada tabla tres anillos, los cuales representan al Dios Triuno. Ahora, con respecto a las barras, encontramos tres grupos de cinco, lo cual también representa al Dios Triuno. Además, en cada grupo de cinco barras había tres hileras, en las cuales la barra central atravesaba las tablas de un extremo a otro, y en las hileras de arriba y abajo había dos barras que se unían en un punto medio. Había tres juegos de barras, cada uno compuesto por cinco barras, cada juego se distribuía en tres hileras, y en cada una de las tablas erguidas había tres anillos. El número tres, por tanto, hace referencia al Dios Triuno.
Como ya mencionamos, cada juego de barras tenía cinco barras. El número cinco se compone de cuatro más uno. El número uno denota al Dios único, y el número cuatro denota a las criaturas. Por consiguiente, el número cinco representa al Dios Triuno que se añade a Sus criaturas. Las barras que unen son, por tanto, el Dios “tres en uno” que se añade a Sus criaturas. El Espíritu que une hoy en día es sencillamente el Dios Triuno, el Dios que es tres en uno, añadido a Sus criaturas.
En la Biblia el número cinco representa la responsabilidad que asume el hombre a quien Dios se ha añadido. Por esta razón, el Evangelio de Mateo habla de las cinco vírgenes prudentes y las cinco vírgenes insensatas. Del mismo modo, los Diez Mandamientos fueron puestos en dos tablas, en cada una de las cuales estaban inscritos cinco mandamientos. No podemos asumir la responsabilidad por nosotros mismos, y Dios tampoco asumirá solo la responsabilidad. En vez de ello, el asunto de asumir la responsabilidad está relacionado con la encarnación, que es Dios que se añade al hombre. Éste es el significado del número cinco. Por lo tanto, las barras representan al Dios que es tres en uno, quien se añade a Sus criaturas para llevar la responsabilidad. ¡Cuán maravillosa es esta definición!
Ahora llegamos a una pregunta bastante difícil de contestar: ¿Por qué las barras que unen las tablas son de madera de acacia por dentro? Tal vez resulte fácil entender que nosotros las tablas erguidas seamos hechos de madera de acacia por dentro y luego estemos revestidos de oro. Pero ¿qué significa que el Espíritu que une tenga humanidad, la cual es representada por la madera de acacia, y que dicha humanidad esté revestida de divinidad, tipificada por el oro? Algunos maestros del cristianismo han señalado que las barras que unen representan al Espíritu que une, pero ninguno ha explicado por qué en el Espíritu que une se halla la madera de acacia.
Efesios 4:2 y 3 nos ayuda a entender este asunto. El versículo 3 nos habla de ser diligentes en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Aunque la unidad es la unidad del Espíritu, nos corresponde a nosotros guardarla. Guardar la unidad es responsabilidad nuestra, y no del Espíritu. Aquí tenemos divinidad, la unidad del Espíritu, y también humanidad, que corresponde al hecho de guardar la unidad. Si sólo tenemos la unidad del Espíritu, pero no guardamos la unidad, habrá deficiencias. Por lo tanto, tenemos que ser diligentes en guardar la unidad. Guardar la unidad, como se menciona en el versículo 3, está relacionado con las virtudes mencionadas en el versículo 2. Debemos guardar la unidad del Espíritu al ser humildes, mansos y longánimos, y al soportarnos los unos a los otros en amor. La humildad, la mansedumbre, la longanimidad y el soportarnos en amor son las virtudes humanas representadas por la madera de acacia, de la cual estaban hechas las barras que unían las tablas. Por consiguiente, a fin de guardar la unidad del Espíritu, necesitamos una humanidad que posee ciertas virtudes.
Estas virtudes no son producto de nuestra carne ni de nuestro hombre natural; más bien, se originan en nuestro espíritu, no en nuestra alma. Por consiguiente, ésta es una mansedumbre espiritual, una humildad espiritual, una longanimidad espiritual y esto es soportarnos los unos a los otros en amor espiritual.
Las barras que unen las tablas no representan al Espíritu Santo solo, sino al Espíritu Santo junto con el espíritu humano. En las Epístolas a menudo resulta difícil discernir cuándo la palabra griega traducida “espíritu” debe escribirse con mayúscula o con minúscula. En otras palabras, es difícil determinar cuándo esta palabra griega se refiere al Espíritu Santo o al espíritu humano. A menudo denota al espíritu mezclado, es decir, al Espíritu Santo mezclado con nuestro espíritu. Por lo tanto, las barras que unen no solamente representan al Dios Triuno que se añade al hombre para que juntos lleven la responsabilidad, sino que el Espíritu representado por estas barras también incluye al espíritu humano. Esto quiere decir que si nuestro espíritu no coopera con el Espíritu que une, la unidad no se manifestará en términos prácticos. El Espíritu que une es, en realidad, el espíritu mezclado. En este espíritu mezclado se encuentra tanto la divinidad como la humanidad, es decir, se encuentra tanto el oro como la madera de acacia.
Si el Espíritu ha de unirnos como una sola entidad, ello dependerá de si estamos dispuestos a cooperar o no con Él. Si no permitimos que este Espíritu pase a través de nosotros, la unidad no será posible. Para que dicho Espíritu pueda pasar a través de nosotros y unirnos a los demás, tenemos que recibir la cruz, ya que el Espíritu que une siempre cruza las tablas, pasando a través de ellas. Si estamos dispuestos a recibir la cruz, nuestro espíritu cooperará con el Espíritu que une. Entonces, el Espíritu que está con nuestro espíritu nos unirá a otro creyente de Cristo. De este modo, llegamos a ser uno mediante la colaboración que nuestro espíritu le presta al Espíritu que cruza. Sin embargo, la mayoría de las veces, no estamos dispuestos a que el Espíritu pase a través de nosotros.
El Espíritu que une continuamente procura pasar a través de nosotros para llegar a otros. La pregunta es si estamos dispuestos o no a permitirle obrar. Siempre que nuestro espíritu sea uno con el Espíritu que cruza, experimentaremos al Espíritu que une. Y cada vez que andemos según el Espíritu, experimentaremos que el Espíritu pase a través de nosotros. Si bien es cierto que permanecemos firmes, el Espíritu pasa a través de nosotros. El Espíritu jamás pasará a través de nosotros a menos que nuestro espíritu coopere con Él. Cuando nuestro espíritu coopera con el Espíritu que cruza, experimentamos la barra que une. Ésta es la única manera de guardar la unidad. Este entendimiento de las barras que unen las tablas lo podemos confirmar mediante nuestras propias experiencias.
Hay varios pasos que nos conducen a la unidad representada por el tabernáculo. Primero, tenemos al Espíritu inicial, que es el Espíritu que nos regenera y nos sella. Después sigue el proceso de la transformación, por el cual somos transformados en madera de acacia. Junto con la transformación, se lleva a cabo el proceso en el que la madera es revestida de la naturaleza divina. Además, el Espíritu intenta continuamente pasar a través de nosotros, es decir, traernos la experiencia de la cruz. Sin embargo, para que esto suceda, se requiere tanto la cooperación de nuestro espíritu como también de nuestra mente, voluntad y parte emotiva. Sólo entonces las barras que unen, esto es, las cinco barras distribuidas en tres hileras, podrán unir a los creyentes y hacer de ellos una sola entidad. Cuando experimentamos todos estos aspectos, tenemos la unidad en el Dios Triuno como se revela en Juan 17. Esto significa que tenemos el edificio en virtud del oro que lo reviste y lo mantiene en unidad.
Debemos recalcar cuán importante es que el Espíritu que une pase a través de nosotros. El Espíritu que une no solamente nos fortalece para que podamos estar erguidos, derechos, sino que también pasa a través de nosotros. Hay algo que pasa a través de nosotros, no en un sentido vertical sino horizontal. Estamos en posición vertical, pero necesitamos que algo pase a través de nosotros. El Espíritu que nos permite estar firmes en posición vertical, es el mismo que debe pasar a través de nosotros, es decir, debe ser el Espíritu que cruza. Si estamos dispuestos a que Él pase a través de nosotros, esto significa que nuestro espíritu coopera con el Espíritu que cruza. El Espíritu nunca podrá unirnos a los demás creyentes si nosotros no estamos dispuestos a cooperar. El Espíritu que une no podrá unirme a usted a menos que el espíritu de usted esté dispuesto a cooperar con el Espíritu. Cuando el Espíritu que une llega a mí, viene junto con el espíritu de otro hermano, y cuando pasa a través de mí hacia un tercer hermano, va junto con mi espíritu. El Espíritu que une, por Sí solo, no puede unirnos; para ello, Él requiere la cooperación de nuestro espíritu. Esto implica que debemos estar dispuestos a que este Espíritu nos cruce, que pase a través de nosotros.
Si vemos este asunto, comprenderemos por qué, aún después de diecinueve siglos, la unidad por la cual el Señor oró en Juan 17 todavía no ha llegado a existir. Entre los cristianos de hoy muy pocos han sido transformados o revestidos de la naturaleza divina. Además, el Espíritu no ha podido pasar a través de muchos de ellos; su espíritu humano no ha cooperado mucho con el Espíritu divino. Por consiguiente, no hay unidad. Ahora bien, ¿en qué condición nos encontramos nosotros que estamos en el recobro del Señor? Debemos preguntarnos cuánto hemos sido transformados, cuánto hemos sido revestidos de la naturaleza divina, cuánto ha podido el Espíritu que une pasar a través de nosotros, y cuánto nuestro espíritu ha cooperado con el Espíritu que une. ¿Está dispuesto a permitir que el Espíritu pase a través de usted? Tal vez usted sea alguien que, como tabla erguida, está firme en favor del testimonio del Señor, pero ¿está dispuesto a que el Espíritu pase a través de usted? ¿Tiene el Espíritu la libertad de pasar a través de usted? Muchas veces el Espíritu no puede pasar a través de nosotros, porque no estamos dispuestos. ¿Está su espíritu siempre dispuesto a ir junto con el Espíritu a otro santo? No debemos pensar que el Espíritu de Dios pueda, por Sí solo, unirnos a otros creyentes. No es así. Él requiere la cooperación de nuestro espíritu. Esto es lo que significa guardar la unidad del Espíritu con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, y al soportarnos los unos a los otros en amor.
Efesios 4:3 nos habla acerca del vínculo de la paz. El vínculo de la paz es la cooperación que nuestro espíritu le presta al Espíritu que une. Años atrás, cuando leí Efesios 4:2 y 3, sólo presté atención al asunto de guardar la unidad del Espíritu, pero no tuve en cuenta todos los asuntos mencionados en el versículo 2 que se relacionaban con el mismo tema. Fue con el tiempo que llegué a ver la relación entre estos dos versículos. Puedo testificarles con toda seguridad, basándome en mi experiencia, que poseemos el vínculo de la paz únicamente cuando nuestro espíritu coopera con el Espíritu. Aunque ciertos hermanos puedan reunirse, es posible que no haya paz entre ellos. Tales hermanos no podrán tener el vínculo de la paz sino hasta que sus espíritus estén dispuestos a cooperar con el Espíritu que pasa a través de ellos. Ésta es la manera apropiada de guardar la unidad del Espíritu, y también la comprensión acertada de las barras que unían las tablas del tabernáculo. Las barras que unen representan al espíritu mezclado, es decir, al Espíritu divino mezclado con el espíritu humano, que llega a ser el vínculo de la paz. Es así como podemos tener la verdadera edificación.
Como creyentes en Cristo, todos tenemos al Espíritu inicial. Además de ello, nos encontramos en el proceso de ser transformados y de ser revestidos de la naturaleza divina. No obstante, me preocupa que cuando el Espíritu que cruza viene a nosotros para pasar a través de nosotros, muchos de nosotros no se lo permitimos. Debemos decirle: “Señor, mi espíritu está dispuesto a cooperar contigo. Estoy dispuesto a que pases a través de mí”. Si mostramos tal disposición, inmediata y espontáneamente tendremos la experiencia de las barras que unen y experimentaremos la unidad de manera práctica. El Espíritu Santo junto con nuestro espíritu se dirigirá después al espíritu de otro santo. Esto a su vez ayudará a que otros hermanos y hermanas estén también dispuestos a que el Espíritu que une pase a través de ellos.
El Espíritu que une puede pasar a través de todos los miembros del Cuerpo cuando el espíritu de ellos está dispuesto. Como resultado de estar dispuestos y de permitir que pase a través de nosotros, tenemos la unidad. Fue así como el tabernáculo llegó a ser una sola entidad. Ésta es la unidad que produce el edificio, la morada de Dios.
Si examinamos el cuadro del tabernáculo a la luz de Juan 17, podremos ver la verdad en cuanto a la unidad. Para tener esta unidad necesitamos recibir al Espíritu inicial, ser transformados en madera de acacia, ser revestidos de oro y, finalmente, permitir que el Espíritu que une pase a través de nosotros, lo cual sucede cuando nuestro espíritu está dispuesto a cooperar con Él. Sólo entonces tendremos de manera práctica la unidad y el edificio. Dicho edificio es la morada de Dios, el lugar donde Dios mora con el hombre en la tierra.