
A fin de tener la unidad genuina, debemos separarnos de la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones y conceptos. En el pasado no muchos de entre nosotros se dieron cuenta de que necesitaban ser santificados a fin de tener la unidad genuina. La santificación tiene mucho que ver con la unidad.
En este mensaje nuevamente examinaremos los capítulos del 14 al 17 del Evangelio de Juan. Aunque los cristianos han leído estos capítulos una y otra vez, no muchos conocen su verdadero significado. Los capítulos del 14 al 16 contienen las últimas palabras que el Señor Jesús habló a Sus discípulos antes de ser traicionado y crucificado. Después de expresar las palabras que están escritas en estos capítulos, Él ofreció la oración que se encuentra en el capítulo 17. En realidad esta oración es una conclusión de todo lo dicho en los tres capítulos anteriores.
En Juan 14:2 el Señor Jesús dice: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. Si ustedes leen este versículo a la luz de todo el Nuevo Testamento, verán que la casa aquí se refiere a la iglesia, y no a las supuestas mansiones celestiales. En el capítulo 2 de Juan “la casa” se refiere primeramente al templo y, en segundo lugar, al cuerpo del Señor Jesús. Así como el templo era la casa de Dios, de la misma manera el cuerpo físico del Señor era la casa de Dios cuando el Señor estuvo en la tierra. Después de la resurrección de Cristo, Su cuerpo físico llegó a ser el Cuerpo místico, el cual es la casa de Dios hoy. Este Cuerpo místico, el Cuerpo de Cristo, es la iglesia. Cuando el Señor Jesús estaba próximo a morir, les dijo a Sus discípulos que iba a preparar una morada para ellos en la casa de Dios. Esto significa que iba a preparar un lugar para nosotros en la iglesia. Por consiguiente, al comienzo de esta sección del Evangelio de Juan, el Señor dijo claramente que Su ida tenía como propósito lograr una sola cosa: preparar un lugar para nosotros en la casa de Dios, la iglesia, y preparar el camino para que nosotros fuésemos introducidos en este lugar.
Juan 14:3 dice: “Si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. El Señor estaba en el Padre, y Él quería que Sus discípulos estuvieran también en el Padre. En este versículo el Señor parecía estar diciendo: “Yo estoy en el Padre, pero ustedes no lo están. Por medio de Mi crucifixión y resurrección, Yo los introduciré en el Padre. Entonces, donde Yo estoy, ustedes también estarán”. El Señor oró por esto mismo en Juan 17:24: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. Según este versículo, finalmente nosotros no sólo estaremos en el Padre, sino también en la gloria. Primeramente, el Señor nos introduce en el Padre y después en la gloria.
Cuando estamos con el Señor en el Padre y en la gloria, somos uno; pero cuando estamos en nosotros mismos, no podemos ser uno con los demás. Mientras estamos en nosotros mismos, sólo podemos ser uno con nosotros mismos, no con nadie más. Por lo tanto, si deseamos ser uno con otros, debemos trasladarnos del yo y entrar en Dios el Padre. Nadie puede efectuar este traslado por nosotros; nosotros mismos somos responsables de hacerlo. Cuando nos trasladamos de nosotros mismos y entramos en el Padre y en la gloria del Padre, somos uno, e incluso somos perfeccionados en unidad.
Efectuamos este traslado al ser santificados. Ser santificados es trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Padre. Si permanecemos en nosotros mismos, no seremos santificados y, por tanto, no podremos ser uno con los demás. En nosotros mismos están la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones. Es imposible para nosotros erradicar estas cosas de nuestro ser. ¿Se da usted cuenta de que el mundo es en realidad usted mismo? Lo mismo se aplica a la ambición, la autoexaltación y las opiniones y conceptos. Es por ello que no podremos escapar de estas cuatro cosas mientras permanezcamos en el yo. Pablo les dijo a los corintios que entre ellos había celos, contiendas y divisiones (1 Co. 3:3). Éstas son algunas de las características de los que están en el yo. Sin embargo, la vida de iglesia es un edificio, y la verdadera edificación es la unidad genuina. En esta unidad genuina no tienen cabida la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación ni las opiniones.
¿Cómo podemos eliminar estas cuatro cosas de nuestro ser? Por nosotros mismos esto es imposible. No podemos eliminarlas. Como personas caídas que somos, estamos constituidos de mundanalidad, ambición, autoexaltación y opiniones. Hasta los niños pequeños saben cómo exaltarse a sí mismos; incluso a una edad temprana ellos se vuelven ambiciosos. Además, no hay necesidad de enseñar a los niños la mundanalidad, puesto que son mundanos por naturaleza. Mientras estemos vivos, estamos sujetos a la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones. Aunque algunos de nosotros por naturaleza seamos tiernos y mansos, esto no significa que no seamos ambiciosos ni estemos llenos de opiniones. Con respecto a algunos, la ambición se expresa de forma externa y obvia, mientras que con respecto a otros, la ambición se halla escondida en su corazón. Sin embargo, todos somos ambiciosos; la ambición es un elemento constitutivo de nuestro ser.
El Señor Jesús conoce nuestro problema. En Juan 15:5 Él dijo: “Separados de Mí nada podéis hacer”. Él es la vid, y nosotros somos los pámpanos. Debemos quedarnos en Él, es decir, permanecer en Él. Quedarnos en Cristo como la vid significa que nos trasladamos de nosotros mismos y entramos en Él. Ya que el Señor está en el Padre, nosotros también podemos estar en el Padre al estar en Él. En Juan 17:21 el Señor oró, diciendo: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros”. Ésta es la unidad que existe en el Dios Triuno. A fin de estar en el Dios Triuno, tenemos que trasladarnos de nosotros mismos. Juan 17:22-23a dice: “La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad”. Cuando nos trasladamos de nosotros mismos y permanecemos en el Dios Triuno, Cristo vive en nosotros. De este modo, somos perfeccionados en unidad.
Únicamente cuando somos santificados podemos permanecer en Cristo y Cristo puede vivir en nosotros. Nuevamente les digo: ser santificados es trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno a fin de permitir que Cristo viva en nosotros. Según los capítulos del 14 al 17 de Juan, éste es el concepto apropiado de la santificación. Cuanto más somos santificados, menos permanecemos en nosotros mismos y más permanecemos en el Dios Triuno.
Esta santificación se efectúa por medio de la Palabra, la cual es verdad, y por medio del Espíritu, quien es el Espíritu de verdad. En estos cuatro capítulos de Juan, la Palabra y el Espíritu se mencionan una y otra vez. De hecho, la Palabra y el Espíritu son uno solo. Doy gracias al Señor por el gran número de santos que han regresado a la Palabra y están sumergiéndose en la Palabra cada día. Al acudir a la Palabra cada mañana, nosotros contactamos la Palabra externamente, pero el Espíritu nos toca interiormente. De este modo, por medio de la Palabra y el Espíritu, los cuales son la realidad, somos santificados.
Ser santificados no significa simplemente ser separados del mundo; significa trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno. Si ustedes examinan su propia experiencia, comprobarán que cuanto más contacto tienen con la Palabra y cuanto más el Espíritu los toca a ustedes, menos permanecerán en sí mismos. Salen de una morada, el yo, y se mudan a otra morada, el Dios Triuno. Todos los días necesitamos experimentar este cambio de morada. Si no nos trasladamos de nosotros mismos, estaremos mal, puesto que en el yo tenemos la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones.
Podemos aplicar esto a la situación práctica en la vida de iglesia. Ahora es el tiempo para que la iglesia en Anaheim y las demás iglesias sean edificadas. A fin de que la iglesia sea edificada, debemos participar juntos en el servicio de la iglesia. En cuanto al servicio, los hermanos que toman la delantera son muy cuidadosos, pues quieren evitar que los santos se ofendan. ¿Saben qué es lo que hace que los santos se ofendan? El yo, el cual incluye la ambición y la autoexaltación. Supongamos que usted se siente turbado interiormente porque en lugar de nombrarlo a usted, nombraron a otra persona como líder. Si esto lo afecta tanto debido a su ambición, usted debe sumergirse en la Palabra inmediatamente y permitir que el Espíritu lo toque. Entonces podrá trasladarse de sí mismo y declarar: “Ángeles y demonios, no me importa quién sea el líder. No permaneceré en mí mismo, sino que, en vez de ello, me trasladaré de mí mismo y entraré en el Dios Triuno y permaneceré en Él”.
En el servicio de la iglesia el elemento más perjudicial no es la ambición ni la autoexaltación, sino las opiniones. Aparentemente, nuestras opiniones no son tan desagradables como la autoexaltación, pues podemos expresar nuestra opinión con mucha mansedumbre y humildad. Sin embargo, en el servicio de la iglesia la primera lección que necesitamos aprender es poder decir: “No sé”. Si usted dice que ya sabe qué hacer en el servicio de la iglesia, ello muestra que tiene una opinión. Pero si dice: “No sé”, esto revela que usted está dispuesto a servir, pero que no sabe cómo hacerlo. ¡Cuán maravilloso sería si todos pudiéramos decir: “No sé”!
En 1928, cuando empezó la obra en Shanghái, cierto hermano que había sido jefe de la oficina de correos llegó a ser colaborador. No sabiendo qué hacer la primera vez que lo invitaron a cierto lugar para laborar para el Señor, decidió pedirle consejo al hermano Nee. El hermano Nee le respondió: “Simplemente aprenda a decir: ‘No sé’. Si dice esto cada vez que las personas le pregunten algo, será el mejor colaborador”. Sin embargo, es muy difícil para nosotros decir esto, pues cuando se trata del servicio en la iglesia, todos tenemos la certeza de que sabemos algo. Sin embargo, lo que necesitamos es aprender a decir: “No sé”.
Esto lo aprendemos solamente al trasladarnos de nosotros mismos. Si permanecemos en nosotros mismos, siempre pensaremos que sabemos mucho. Pero si nos trasladamos de nosotros mismos y entramos en el Dios Triuno donde permanecemos en Él, nos consideraremos personas que no saben nada. No saber nada significa no tener opiniones. Cuando estamos en el Dios Triuno, no tenemos opiniones.
Los discípulos del Señor nos proveen un buen ejemplo de lo que es trasladarse del yo y entrar en el Dios Triuno. Antes de la resurrección del Señor, los discípulos permanecían en sí mismos y estaban llenos de opiniones. Pedro, Marta e incluso María tenían opiniones. Pero en Hechos 2 vemos que los discípulos habían perdido sus opiniones. En los Evangelios ellos estaban en sí mismos, pero en Hechos se habían trasladado del yo y entrado en el Dios Triuno. De manera que se efectuó un gran traslado entre los Evangelios y el libro de Hechos. Aunque en Hechos 2 se inició una obra importante, no se celebraron conferencias ni hubo discusiones al respecto. Cuando las personas están llenas de opiniones, sienten la necesidad de tener conferencias y discusiones. Pero en Hechos 2 no hubo tal necesidad.
No muchos cristianos saben cómo estar libres de opiniones. Cuando nos reunimos para servir con los santos, todos debemos aprender a no tener opiniones. ¿Cómo podemos evitar tener opiniones? No lo conseguimos corrigiendo o reformando nuestro comportamiento, sino trasladándonos de nosotros mismos y entrando en el Dios Triuno. Éste es un entendimiento más profundo de la santificación. Una vez que salimos de nosotros mismos, somos separados de la mundanalidad, la autoexaltación y las opiniones. De este modo, no solamente somos apartados para Dios, sino que además entramos en Dios.
Cuando estamos en el Dios Triuno, somos uno; pero cuando estamos en nosotros mismos, somos divididos. Las enseñanzas externas en cuanto a la unidad no nos hacen uno. Cuanto más los cristianos hablan acerca de la unidad, más divididos están. Al igual que los corintios, ellos están en sí mismos, por lo que están acabados en lo que se refiere a la unidad genuina.
Ya dijimos que en Juan 14 el Señor Jesús dijo que iba a preparar un lugar para nosotros. Este lugar es Dios el Padre, y el camino que nos conduce allí es el Señor Jesús. En Juan 14:6 el Señor dijo: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. Cristo, el Hijo, es el camino, y el Padre es el lugar. Aunque los incrédulos sólo pueden morar en sí mismos, nosotros tenemos la opción de morar en nosotros mismos o morar en el Dios Triuno. No tenemos que quedarnos en nosotros mismos; pues podemos trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno. Un lugar ha sido preparado para nosotros, y se nos ha presentado una opción. El Señor dijo que después que preparara un lugar para nosotros en la casa de Dios, vendría a recibirnos a ese lugar; para que así, donde Él está, nosotros también estemos. El Señor está en el Padre, y desea que nosotros también estemos en el Padre. Dado que hay un lugar preparado para nosotros en el Padre, nosotros ahora, al ser santificados por la verdad, podemos trasladarnos a Él. Esto involucra tanto la Palabra como el Espíritu. Si continuamente tenemos contacto con la Palabra y permitimos que el Espíritu nos toque cada día, seremos santificados; es decir, nos trasladaremos de nosotros mismos, de nuestra vieja morada, al Dios Triuno, nuestra nueva morada. Al efectuarse este cambio de morada, la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones quedan atrás.
Juan 17:23 dice: “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad”. No sólo nos hemos trasladado al Dios Triuno, sino que además el Señor está en nosotros. El hecho de que Él esté en nosotros tiene que ver con quien vive en nosotros. Nosotros nos trasladamos de nosotros mismos a fin de estar en el Dios Triuno; y cuando estamos en el Dios Triuno, Cristo puede vivir en nosotros. Entonces, cuando permanecemos en el Dios Triuno y Cristo vive en nosotros, somos perfeccionados en unidad.
Si nos reunimos para participar en el servicio de la iglesia estando en nosotros mismos, nos será imposible ser uno. A fin de servir en unidad, tenemos que trasladarnos de nosotros mismos. Nosotros servimos al trasladarnos al Dios Triuno. Sin embargo, mientras cambiamos de morada para entrar en el Dios Triuno, debemos permitir que Cristo viva en nosotros. El hecho de que Él viva en nosotros nos perfecciona en unidad. Al trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno, experimentamos la unidad; sin embargo, esto aún no es la unidad perfeccionada. Es sólo cuando Cristo vive en nosotros que percibimos la realidad de la unidad genuina. Cuanto más el Señor vive en nosotros, más Su vivir nos perfecciona junto con otros en la unidad genuina.
La unidad genuina no consiste simplemente en reunirnos. A fin de experimentar la unidad genuina, primero tenemos que trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno; y, en segundo lugar, debemos permitir que el Señor viva en nosotros. Entonces, no solamente somos uno, sino que además somos perfeccionados en unidad. Aquí en esta unidad genuina no hay mundanalidad, ambición, autoexaltación ni opiniones; en vez de ello, simplemente tenemos al Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Esta unidad perfeccionada es la verdadera edificación. En 1954 por primera vez empecé a hablar acerca de la edificación. Les dije a los santos en Manila que ellos tenían que saber quién estaba sobre ellos, debajo de ellos y a su lado. Más tarde por experiencia aprendí que este concepto de edificación no era acertado, pues sólo se aplica a un edificio construido con materiales inertes, que no se mueve de un lugar a otro, y no a nosotros, piedras vivas, que podemos mudarnos de una ciudad a otra. Así que le pedí al Señor que me mostrara en qué consistía la edificación en la práctica. Poco a poco, principalmente a partir de Efesios 4, pude ver que la verdadera edificación es el crecimiento apropiado en vida. Cuando crecemos en vida de manera normal, salimos de nosotros mismos y entramos en el Dios Triuno, y Cristo vive en nosotros. Cuando ésta es nuestra experiencia, tenemos la unidad genuina y somos perfeccionados en unidad. Cuando somos perfeccionados en unidad, no tenemos problemas con respecto a la edificación. Adondequiera que vamos, podemos ser uno con los santos. Sin embargo, si permanecemos en nosotros mismos, tendremos problemas, no importa donde estemos.
La verdadera unidad no consiste simplemente en tener una relación con otros ni en coordinar con ellos; la verdadera unidad es el crecimiento en vida. Crecer en vida significa que nos trasladamos de nosotros mismos a fin de entrar en el Dios Triuno y permitimos que Cristo viva en nosotros. Si nos trasladamos al Dios Triuno y permitimos que Cristo viva en nosotros, podremos ser uno con los santos en cualquier localidad. Si usted tiene problemas en la iglesia, no culpe su entorno ni los santos. En lugar de ello, cúlpese a usted mismo por no haberse trasladado de sí mismo a fin de entrar en el Dios Triuno y por no haber permitido que Cristo viva en usted.
En Juan 17:22 el Señor Jesús dice: “La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno”. La gloria que el Padre le dio al Hijo es la filiación, que incluye la vida y la naturaleza divina del Padre (5:26), para que Él expresara al Padre en Su plenitud (1:18; 14:9; Col. 2:9; He. 1:3). El Hijo les dio a Sus creyentes esta gloria, a fin de que ellos también tengan la filiación con la vida y la naturaleza divina del Padre (Jn. 17:2; 2 P. 1:4) para expresar al Padre en el Hijo en Su plenitud (Jn. 1:16). Ésta es la gloria que el Padre le dio al Hijo y que el Hijo nos ha dado a nosotros. En esta gloria no existe la mundanalidad, ni la ambición, ni la autoexaltación ni las opiniones; en vez de ello, tenemos la vida y la naturaleza del Padre para que Él sea expresado en Su plenitud. Aquí, en la gloria, tenemos la unidad genuina.
Por medio de Su muerte y Su resurrección, el Señor preparó un lugar para nosotros en el Padre y nos abrió el camino para que entráramos en este lugar. Después de Su resurrección, Él empezó a introducirnos en el Padre, es decir, a hacer que nos traslademos de nosotros mismos y entremos en el Padre. Además, Él vive en nosotros a fin de introducirnos en la gloria, que es la expresión del Padre. Aquí, en la gloria, nosotros vivimos por la vida del Padre y por Su naturaleza a fin de expresarlo en Su plenitud. En esta gloria únicamente tiene cabida la vida y naturaleza del Padre para Su expresión. Es aquí donde el Señor Jesús está hoy y donde nosotros también debemos estar. Aquí, en la gloria del Padre, experimentamos la unidad genuina.
En el pasado, no vimos la verdad en cuanto a la unidad de una manera tan profunda como la vemos hoy. Si permitimos que el Espíritu de realidad forje esta verdad, esta realidad, en nuestro ser, experimentaremos la unidad genuina, una unidad donde no hay mundanalidad, ni ambición, ni la autoexaltación ni opiniones, sino únicamente la vida del Padre, Su naturaleza y Su santidad para que lo expresemos. Ésta es la verdad en cuanto a la unidad que obtenemos por medio de la santificación. Es preciso que todos experimentemos esta santificación por medio de la Palabra y del Espíritu a fin de poder entrar en el Padre y en Su gloria.