
He sentido la carga de dar otro mensaje sobre la unidad genuina revelada en Juan 17. A fin de saber lo que es la unidad, debemos considerar la situación de Babel en Génesis 11. Originalmente, Dios creó un solo hombre. No lo creó como un solo individuo, sino como una entidad corporativa; pues la intención de Dios no era tener muchos hombres individualmente, sino muchos hombres que fueran parte de un hombre corporativo. Por consiguiente, en la creación de la humanidad vemos que había unidad. Sin embargo, esta unidad fue dañada en Babel. Antes de Babel, sólo había un linaje humano; pero después de Babel, la humanidad se dividió, y como resultado de ello llegaron a existir muchos pueblos. El día de Pentecostés los diferentes pueblos de la humanidad dividida llegaron a ser uno solo, no conforme a la creación, sino conforme a la plena redención de Dios. Por lo tanto, en el Pentecostés al menos tres mil ciento viente personas llegaron a ser uno, y hubo una respuesta concreta a lo que el Señor oró en Juan 17. En Juan 17:20 el Señor no sólo oró por los discípulos que estaban con Él en aquel entonces, sino por todos los que creerían en Él por medio de la palabra de ellos. En Hechos 2 al menos tres mil personas fueron salvas por medio de la palabra de los discípulos del Señor y fueron verdaderamente uno.
En la Biblia hay dos Babeles, dos Babilonias, una en el Antiguo Testamento y otra en el Nuevo. En un sentido, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo terminan con Babilonia. La primera Babel causó división entre la humanidad, y la segunda también causó división. Después de la partida de los apóstoles, la segunda Babel surgió en el siglo II como un factor de división. Según la historia de la iglesia, el resultado de la segunda Babel fue el mismo en naturaleza que el de la primera. Con respecto a la primera Babel, los idiomas fueron confundidos, y las naciones llegaron a existir; y con respecto a la segunda Babel, las denominaciones llegaron a existir.
Fue con la primera Babel que la tierra creada por Dios, junto con la humanidad, llegó a ser enteramente el sistema satánico del mundo. Antes de Génesis 11, el mundo como sistema satánico no había llegado a existir en plenitud. Cuando el Señor habla del mundo en Juan 17, se está refiriendo a este sistema satánico. En los versículos del 14 al 18 el Señor menciona el mundo ocho veces. Éste es el sistema satánico, cuyo contenido es Satanás como mal.
En el versículo 15 el Señor oró, diciendo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno”. La palabra maligno traducida literalmente es “el mal”. La mayoría de los traductores están de acuerdo con que el mal mencionado aquí es un mal personificado; no denota una cosa, sino una persona. Satanás es la personificación del mal que está en el mundo. Hoy en el mundo hay alguien llamado “el mal”. Este mal es la esencia, el factor básico, del sistema satánico. Este mal es Satanás mismo, quien es el mal personificado en su sistema satánico. A los ojos de Dios, el mundo entero de hoy es el mal. En los versículos del 14 al 19 se halla implícito que Satanás es uno con el mundo. Satanás es el mal, y el mundo también es el mal. Ambos son una sola entidad.
El versículo 15 indica que el mal y el mundo son sinónimos. En este versículo el Señor no le pidió al Padre que nos sacara del mundo, sino que nos guardara del maligno. Primero, el Señor habla del mundo y después, usando un término sinónimo, habla del mal. Esto revela que el mundo y el mal son prácticamente idénticos. El mundo es el mal, y el mal es el mundo. Aunque no podemos decir que Satanás es el mundo, sí podemos afirmar que Satanás es el mal y que el mundo también es el mal.
El principal síntoma de la enfermedad que impera en el sistema satánico es la división. En el mundo hoy no hay unidad. Al contrario, hay división en todo lugar, entre las naciones, en la familia, en las escuelas, en los negocios y en la política. Incluso la sociedad está llena de división. El mundo entero padece la enfermedad de la división. Este carácter divisivo es el mal que está en el mundo. Según Génesis 11, en Babel se introdujeron la división y la confusión. Vemos lo mismo en la tierra hoy; todas las naciones y todos los pueblos están divididos. Éste es el mal presente en el sistema satánico.
Este mal se ha infiltrado en el cristianismo y ha producido el denominacionalismo. La división es, por tanto, el mal que está en el cristianismo actual, así como también es el mal que está en el mundo. Esto nos permite ver que el cristianismo se ha convertido en un seguidor íntimo y fiel del mundo. Finalmente, en el libro de Apocalipsis el cristianismo es llamado Babilonia la Grande. Por seguir el mundo y su correspondiente mal de la división, ha llegado a ser “grande”.
Este mal está constituido principalmente de la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y los conceptos y opiniones. El mundo entero es el mal, y dentro de este mal están la ambición, la autoexaltación y los conceptos y opiniones. Toda división es el resultado de la ambición, la autoexaltación y los conceptos. Si estas tres cosas fuesen extraídas del mundo, el mundo dejaría de ser Babel y no habría más divisiones.
Nuestros conceptos son la expresión y entronización de nuestra autoexaltación. Los conceptos son la entronización del yo que se exalta como un pequeño rey. Nunca debemos considerar los conceptos que tenemos como algo insignificante. Incluso las hermanas de escuela preparatoria se entronizan a sí mismas como reinas cada vez que expresan sus conceptos. Por lo tanto, acabar con nuestros conceptos es destronar el yo. El mundo entero está dividido a causa de los conceptos; por consiguiente, los conceptos son los factores de la división.
La autoexaltación proviene de la ambición. Todos somos ambiciosos y tendemos a exaltarnos a nosotros mismos. La única diferencia entre nosotros en cuanto a esto es el grado. La ambición está en nuestra propia sangre. La autoexaltación es el resultado de nuestra ambición, y dicha exaltación está corporificada en nuestros conceptos. Luego, cuando expresamos nuestros conceptos, el resultado de ello es la división. Éste es el mal mencionado en Juan 17. El mal está en el mundo con su ambición, la autoexaltación y los conceptos, todos los cuales causan división.
Nosotros los cristianos a menudo hablamos acerca del mundo, pero quizás no sepamos siempre de lo que hablamos. La mundanalidad no sólo incluye cosas superficiales como comprar cierto estilo de ropa en una tienda. Este entendimiento del mundo es muy superficial. Los elementos de los cuales se compone el mundo son la ambición, la autoexaltación y los conceptos. Cuando estas tres cosas resultan en división, el mundo se convierte en el mal. Quizás usted nunca antes se haya dado cuenta de que el mundo incluye su ambición, la exaltación de usted mismo y sus conceptos. Wuest, en su traducción del Nuevo Testamento, utiliza la expresión el pernicioso para referirse a Satanás, indicando algo venenoso y dañino. El mundo entero, incluyendo el cristianismo, es pernicioso, es decir, está lleno del veneno de la ambición, de la autoexaltación y de los diferentes conceptos y opiniones.
A través de los siglos, los cristianos se han divido a causa de sus conceptos. Estos conceptos provenían de la autoexaltación, lo cual a su vez provenía de la ambición. A los ojos de Dios el mundo está constituido de la ambición, de la autoexaltación y de los conceptos. Debemos profundizar en Juan 17 para descubrir lo que el mundo verdaderamente es. El mundo no simplemente consiste en ciertas modas; más bien, es la ambición que produce la autoexaltación, la cual culmina en los conceptos. Esto a su vez produce divisiones, el cual es el mal, el factor pernicioso en la tierra hoy.
Debido a que este veneno pernicioso todavía está en nosotros, es preciso que sepamos cómo extraerlo. En el mensaje anterior vimos que necesitamos trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno. Si queremos ser uno, es preciso que seamos salvos de la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y los conceptos. Por suaves y mansos que seamos, en nosotros mismos seguimos siendo ambiciosos. Pero cuando nos trasladamos de nosotros mismos y entramos en el Dios Triuno, en el “Nosotros” (v. 21), nuestra ambición es absorbida. En el Dios Triuno la ambición no tiene cabida alguna. Sólo hay un lugar en el universo donde no existe la ambición; ese lugar es el Dios Triuno. Para el Dios Triuno, la ambición es un elemento foráneo. Según mi experiencia, puedo testificar que la única manera de ser libres de la ambición es trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno. Las palabras del Señor en el versículo 21 nos dan a entender que nos deshacemos de la ambición al estar en el Dios Triuno.
En los pasados meses, he estado muy ejercitado en cuanto a la unidad genuina. Empecé a escudriñar la Palabra nuevamente en cuanto a este asunto, y lo primero que vi fue el asunto de la mundanalidad en Juan 17:14-19. Luego comprendí que la ambición está implícita en el versículo 21, donde el Señor habla de estar “en Nosotros”. Vi que necesitamos trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno. Aquí, en el Dios Triuno, nosotros tenemos cabida, pero no hay lugar para nuestra ambición.
Juan 17:22 dice: “La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno”. La gloria en este versículo se refiere a la expresión del Padre, a la filiación en la cual tenemos la vida y la naturaleza del Padre para expresar al Padre en Su plenitud. Esta gloria no es sólo para el futuro, pues está con nosotros hoy. Cuando nosotros expresamos al Padre en Su vida y en Su naturaleza con toda Su plenitud, estamos en la gloria. En esta gloria no existe posibilidad alguna para que nos exaltemos a nosotros mismos. La autoexaltación es contraria a la gloria del Padre, la expresión del Padre. Cuando expresamos al Padre, no nos exaltamos a nosotros mismos. La autoexaltación y la gloria del Padre se encuentran en dos esferas diferentes. La autoexaltación está en la esfera del yo, y la expresión del Padre se halla en la esfera de Su reino. En el reino del Padre no existe la autoexaltación.
Hoy la exaltación humana prevalece en el cristianismo. Como resultado de ello, no se percibe nada de la gloria divina, no se percibe nada de la expresión del Padre. Debemos orar, diciendo: “Señor, ten misericordia de nosotros. En Tu iglesia no podemos tolerar la exaltación de nosotros mismos. Señor, queremos expresarte a Ti, no a nosotros mismos. En la iglesia queremos ver la expresión del Padre, no queremos que ningún hombre sea exaltado”.
Así como en el versículo 21 se halla implícita la ambición, en el versículo 22 se halla implícita la autoexaltación. La autoexaltación es como una fiera salvaje agazapada que espera poder atacarnos. En años recientes esta fiera de autoexaltación ha estado agazapada entre nosotros. Esto ha causado división. Adondequiera que iba cierta persona que se exaltaba a sí misma, no había paz. La paz en muchas iglesias locales se perdió totalmente debido a este problema. Esto incluso dividió a los ancianos en algunas iglesias, de modo que sólo cierta persona pudiera ser exaltada. Esto es lo contrario de la unidad mencionada en Juan 17, una unidad que es contraria al mal. ¡Alabamos al Señor por resolver esta situación! Ahora podemos proclamar que ya no estamos en el mal, sino en la unidad pura y genuina. Estamos en el Dios Triuno, donde no hay ambición; y estamos en la gloriosa expresión del Padre, donde no existe la autoexaltación. Ahora sólo una persona —el Señor Jesús— está en el trono para expresar al Padre. Si bien rechazamos la exaltación de nosotros mismos, al mismo tiempo creemos que estamos en el trono con nuestro Rey para expresar a nuestro Padre en Su gloria. Aquí disfrutamos de la filiación en la vida y naturaleza del Padre con Su plenitud. ¡Cuánto disfrutamos de todo esto!
No es necesario que nos esforcemos, luchemos, hagamos maniobras ni manipulemos. No somos “lobos” ni “asnos”; al contrario, somos “corderos” y “palomas” que disfrutan de estar en el Dios Triuno y en la gloria del Padre. Debido a que entre nosotros no hay “lobos” ni “asnos”, podemos tener la unidad genuina. Cada vez que alguien se exalta a sí mismo, su naturaleza de “lobo” se hace manifiesta. La autoexaltación no tiene nada que ver con la naturaleza de un cordero o una paloma. ¡Alabado sea el Señor porque somos “corderos” y “palomas”! En estos días me siento muy contento de ser uno de estos pequeños. ¡Cuán agradable es ser alguien pequeño! Todos debemos apreciar de una manera nueva y fresca el ser pequeños. ¿Está usted dispuesto a ser pequeño por el bien de la vida de iglesia? En nuestra pequeñez se encuentra la expresión de la gloria del Padre.
El versículo 23 dice: “Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad”. Este versículo se refiere a que Cristo viva en nosotros (Gá. 2:20). Cuando Cristo vive en nosotros, no tenemos conceptos ni opiniones.
La ambición se halla implícita en el versículo 21; la autoexaltación se halla implícita en el versículo 22; y los conceptos y las opiniones, en el versículo 23. Por nosotros mismos, nos es imposible ser libres de nuestros conceptos y opiniones. La fuente de toda la fricción que exista en la vida matrimonial es nuestras opiniones. Si una hermana casada no le expresara sus opiniones a su esposo, no habría discusiones. Las separaciones y divorcios son causados por las opiniones. Asimismo, los cristianos hoy se dividen a causa de los conceptos y las opiniones. Sólo cuando Cristo viva en nosotros, nos será posible no tener opiniones. Cuando Cristo vive en nosotros, nuestras opiniones y conceptos son aniquilados.
En el Dios Triuno no hay ambición, en la gloria del Padre no existe la autoexaltación y en el lugar donde vive y reina Cristo no hay opiniones ni conceptos. En esta esfera la ambición es absorbida, la autoexaltación desaparece, y las opiniones y conceptos son aniquilados. Aquí no existe el mal, sino únicamente la unidad genuina. Ahora podemos ver que la unidad genuina es contraria al mal. Necesitamos una unidad que sea así de genuina, real y pura.
A fin de tener esta unidad, debemos trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno. También debemos expresar la gloria del Padre y permitir que Cristo viva en nosotros. Entonces tendremos la unidad genuina que es contraria al mal. Pero si permanecemos en nosotros mismos, tendremos la ambición que resulta en la autoexaltación, la cual es entronizada en nuestros conceptos. El resultado de ello será la división. Donde está presente tal división, la iglesia llega a ser el mundo. Cuando el mal está presente, difícilmente podemos ver la iglesia. Lo que vemos es principalmente el mal. Es por ello que recientemente hemos estado diciendo que tenemos que limpiarnos de esa lepra. La lepra es este mal constituido de la ambición, la autoexaltación y los conceptos.
Si hemos de limpiarnos de este mal, de esta lepra, debemos hacer algo más que simplemente arrepentirnos. El arrepentimiento es bueno, pero es demasiado superficial cuando se trata de eliminar este mal. Además de arrepentirnos, tenemos que cambiar de morada y entrar en el Dios Triuno y allí permanecer en Él a fin de expresar la gloria del Padre. Debemos permitir que esta gloria absorba la autoexaltación a fin de que Cristo pueda vivir en nosotros. Una vez que Cristo viva en nosotros, todos nuestros conceptos serán aniquilados. Entonces, en lugar del mal, tendremos la unidad genuina.
Esta unidad es lo que el Señor desea; es la voluntad agradable de Dios (Ro. 12:2). Es también la verdadera edificación. La edificación es posible únicamente en el Dios Triuno, y prevalece únicamente cuando Cristo vive en nosotros. ¡Aleluya, pues ahora estamos en el Dios Triuno y estamos permitiendo que Cristo viva en nosotros! Ahora podemos expresar la gloria del Padre y experimentar la unidad genuina. Esperamos que todos le presentemos esta palabra al Señor en oración.