
Este libro forma parte de un juego de tres tomos que contiene mensajes dados por el hermano Witness Lee durante los años 1978 y 1979.
Este tomo, titulado Mensajes de vida, tomo uno, incluye mensajes dados en algunas conferencias especiales celebradas en el verano y el otoño de 1978 en Anaheim, San Francisco, San José, Sacramento, Berkeley, Boston, Washington D.C., la ciudad de Nueva York, Atlanta, Miami, Cleveland, Spokane, Moses Lake, Seattle, Vancouver y Dallas.
Mensajes de vida, tomo dos, incluye mensajes dados en las conferencias celebradas en 1979 en Hayward, San José, Berkeley, San Francisco, Austin, Houston, Taipéi, la ciudad de Quezon, Hong Kong, Singapur y Tokio.
El tomo complementario, Mensajes de la verdad, incluye once mensajes dados durante reuniones de ministerio celebradas semanalmente en Anaheim, California durante el otoño de 1978.
Damos gracias al Señor por habernos mostrado que la edificación está ocurriendo hoy. Más aún, Él también nos ha mostrado la manera en que obtenemos el edificio. Efesios 2:21 dice que todo el edificio va creciendo, y el siguiente versículo dice que estamos siendo juntamente edificados para morada de Dios. Así que, el crecimiento equivale a ser edificados, y ser edificados equivale a crecer. Esto nos muestra que la edificación apropiada de la iglesia es el crecimiento en la vida divina.
En Efesios 4 también encontramos el pensamiento del crecimiento. El versículo 13 habla de un hombre de plena madurez, y el versículo 15 dice que debemos asirnos a la verdad a fin de crecer en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo. Además, el versículo 16 habla del crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor. Incluso el versículo 14 conlleva el pensamiento del crecimiento, pues dice que ya no debemos ser niños que son sacudidos. Dejar de ser niños equivale a experimentar un crecimiento apropiado. Por consiguiente, en Efesios 4:13-16 se encuentra el pensamiento del crecimiento en cada versículo. Según estos versículos, la edificación del Cuerpo se produce a través del crecimiento en vida.
En 1954 yo empecé a ministrar acerca de la edificación de la iglesia. Sin embargo, la luz que recibí en aquel tiempo no fue clara ni completa. Señalé que aunque casi a ninguno de los cristianos de hoy le interesa la edificación ni habla de ella, el Nuevo Testamento hace mucho hincapié en esto; por tanto, nosotros debíamos preocuparnos por la edificación. Luego, usando como ejemplo la construcción de un salón de reuniones, les dije a los santos que, al igual que los materiales usados en el edificio, ellos debían tener a alguien por encima de ellos, debajo de ellos, frente a ellos, detrás de ellos y a ambos lados. Les dije que tenían que fijarse en quién estaba a su lado, a fin de ser edificados con ellos. Di esta misma clase de mensajes en los Estados Unidos. Sin embargo, después de 1964 descubrí lo torpe que era hablar de la edificación de esta manera. Antes de esto, tanto en Manila como en Taipéi, yo podía jactarme de que sabía quién estaba encima de mí, debajo de mí y a mi lado. Sin embargo, después que vine a los Estados Unidos, me pareció muy torpe afirmar esto, porque me resultó difícil saber quién estaba a mi lado. Así pues, descubrí que este ejemplo no era acertado, porque sólo se aplica a los materiales de un edificio que es construido con materiales inertes. Una vez que estos materiales son puestos en el edificio, no se mueven. En cambio, nosotros somos materiales de edificación vivientes y constantemente nos movemos de un lugar a otro.
Consideremos el ejemplo de Aquila y Priscila. Tanto en Roma como en Efesios la iglesia se reunía en su casa. Debido a que Aquila y Priscila habían sido edificados, no había problema con ellos dondequiera que vivían. Este tipo de edificación es muy diferente de un edificio construido con materiales físicos. Nosotros no somos un edificio material, sino una casa viviente; somos personas vivientes que se mueven de un lugar a otro.
En todo el universo Dios tiene una sola morada. La edificación de esta morada empezó, a más tardar, el día de Pentecostés, y continúa llevándose a cabo. El proceso de edificación no concluirá cuando el Señor regrese, sino al final del milenio.
Conforme al Nuevo Testamento, desde el tiempo de Adán hasta el tiempo del milenio hay cuatro eras: la era de Adán, la era de la ley, la era de la gracia y la era del reino. La edificación de la iglesia ocurre durante la era de la gracia y la era del milenio. Empezó el día de Pentecostés, al comienzo de la era de la gracia, y concluirá al final de la era del reino. Después de esto vendrá la plenitud del tiempo con la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, el edificio de Dios estará terminado cuando vengan el cielo nuevo y la tierra nueva, los cuales aparecerán después del milenio. Aunque la Nueva Jerusalén viene al comienzo del milenio, su edificación completa, es decir, la culminación del edificio de Dios, no ocurrirá sino hasta cuando concluya el milenio.
A pesar de que la edificación continúa hoy en día, los cristianos en su mayoría no están preocupados por ella ni la desean; no la entienden ni hablan de ella. Sin embargo, la misericordia de Dios nos ha alcanzado, nuestros ojos han sido abiertos y, por ello, deseamos la edificación. Mi corazón siente una pesada carga por el edificio de Dios. Mi corazón ha estado centrado en este asunto desde 1954, y he escrito un buen número de himnos sobre este tema. Hoy muchos de nosotros han sido cautivados por la visión del edificio. Hemos visto que lo que el Señor desea hoy es la edificación. Sin ella, no habrá posibilidad alguna de que Él regrese.
Ahora hablaremos acerca de qué es la edificación. La edificación es sencillamente el crecimiento en vida. Quisiera recordarles que el título de este mensaje es la edificación que se efectúa al guardar la unidad mediante el crecimiento en vida. Al reflexionar sobre nuestra experiencia y al examinar la Palabra, hemos descubierto que si no guardamos la unidad, no podremos crecer en vida. No guardar la unidad perjudica nuestro crecimiento en vida. El crecimiento genuino en vida es salvaguardado al guardar la unidad. En otras palabras, una vez que la unidad sufre daño, no puede haber crecimiento en vida. Esto no es una simple doctrina, sino que corresponde a nuestra experiencia. Por medio de nuestra experiencia, hemos aprendido que el verdadero crecimiento en vida se experimenta al guardar la unidad. Tal vez podamos avanzar en conocimiento o mejorar nuestro comportamiento, pero no podremos tener el verdadero crecimiento en vida a menos que guardemos la unidad. El verdadero crecimiento en vida es regulado por nuestra práctica de guardar la unidad. Por lo tanto, es crucial que sepamos cómo ser uno.
Efesios 4:3 nos dice que debemos guardar la unidad del Espíritu, y en el versículo 13 vemos que necesitamos llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. En estos versículos vemos los dos extremos de la unidad: guardar la unidad y llegar a la unidad. Por un lado, ya tenemos la unidad; de lo contrario, no se nos diría que la guardemos. Para guardar algo se requiere que primero lo tengamos. La unidad que ya poseemos es la unidad del Espíritu, y la unidad del Espíritu es el Espíritu mismo. Debido a que ya tenemos al Espíritu en nosotros, tenemos la unidad; ahora simplemente tenemos que guardarla. Por ejemplo, las lámparas del salón de reuniones tienen la misma electricidad. La electricidad que está dentro de ellas es su unidad. Ellas no son uno en sí mismas, sino en virtud de la electricidad. Asimismo, nosotros tenemos al único Espíritu en nosotros. Este Espíritu es nuestra unidad. De ahí que la unidad sea llamada la unidad del Espíritu.
Debemos guardar esta unidad hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. En un extremo de la unidad está la unidad del Espíritu, y en el otro está la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios. Debemos guardar la unidad del Espíritu a medida que avanzamos hasta llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios.
La unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios equivale a un hombre de plena madurez. Llegar a esta unidad significa haber llegado a un hombre de plena madurez. Esta unidad es también la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Cristo tiene una plenitud, la plenitud de Cristo tiene una estatura, y la estatura tiene una medida. Por lo tanto, Efesios 4:13 habla de la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Como hombre que soy, tengo una estatura, y mi estatura tiene una medida. La medida de mi estatura corresponde a mi plenitud. La unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios es tanto el hombre de plena madurez como también la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
Aunque todavía no hemos llegado a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, éste es nuestro destino. Hoy en día nos encontramos en el camino. Algunos de nosotros pueden hallarse muy cerca de este destino y otros muy lejos de él. La manera de llegar allí es crecer en la vida divina. Cuanto más crezcamos, más cerca estaremos de dicho destino. Una vez que hayamos crecido plenamente, habremos llegado a nuestro destino. En otras palabras, la plena madurez es nuestro destino. Por lo tanto, el proceso para llegar a nuestro destino es crecer en vida.
En una familia hay abuelos, padres e hijos de diferentes edades. Conforme a Efesios 2:19, nosotros somos la familia de Dios. En la familia de Dios, como en cualquier familia humana, nos encontramos en diferentes etapas según el crecimiento que tengamos. Por lo tanto, es normal que haya diferencias entre nosotros; sin embargo, todos somos parte de la misma familia. Los más pequeños tal vez griten y se peleen por los juguetes. Sin embargo, es normal que peleen de esta manera y, hasta cierto punto, es necesario. Pero a medida que los niños crecen, no deben seguir peleándose por los juguetes. La familia incluye a personas de todas las edades. Los mayores no pueden excluir a los jóvenes, ni los jóvenes pueden excluir a los más pequeños. Si excluimos a alguno de ellos, estaremos quebrantando la unidad. En ese caso, la unidad de la familia se verá dañada.
En Efesios 4 podemos ver este asunto de las diferencias. No se preocupe por si estas diferencias son correctas o incorrectas; son normales. Aunque mi esposa y yo ya no somos jóvenes, no excluyo a ninguno de mis traviesos nietos. Si ellos nunca vinieran a visitarnos, los extrañaríamos mucho. Así es la vida familiar. Todas las iglesias en el recobro del Señor deben ser así.
El problema con los cristianos de hoy es que en lugar de una familia, tienen una clase como si fueran una escuela. En la escuela primaria, se agrupa a los niños conforme a su edad. Casi todos los grupos cristianos son una clase escolar. Pero en la iglesia no somos una clase; somos una familia.
La unidad genuina, la unidad del Espíritu, es lo primero. A fin de guardar la unidad del Espíritu, necesitamos el crecimiento en vida. Hoy todos nos encontramos en el proceso de crecer en vida. Mientras continuemos en este proceso, habrá diferencias entre nosotros. No obstante, sin el debido crecimiento en vida, no podremos guardar la unidad apropiada, puesto que la unidad del Espíritu se conserva mediante el crecimiento en vida.
Es en el crecimiento en vida que tenemos la verdadera humildad (Ef. 4:2). La humildad no es una virtud humana. Cuando yo era joven, el pastor nos aconsejaba que fuéramos humildes. Pero cuanto más nos exhortaba a ser humildes, más grandes e importantes queríamos ser. La humildad proviene del crecimiento en vida. Si deseamos guardar la unidad del Espíritu, debemos tener humildad. Nunca tenga un concepto más alto de sí mismo que el que debe tener. El primer requisito, el requisito indispensable, para guardar la unidad genuina es la humildad. En lugar de considerarnos tan superiores a los demás, debemos decir: “Señor, deseo ser humilde. No quiero ser altivo”.
El segundo requisito es la mansedumbre. Ser manso es no resistirse. Si no nos resistimos a nada de lo que nos suceda, entonces seremos mansos.
Además de la humildad y la mansedumbre, necesitamos la longanimidad. Ningún lugar agota tanto nuestra perseverancia como la iglesia. La iglesia agota la perseverancia de cualquiera. Si usted cree que es capaz de perseverar, el Señor hará que tenga que relacionarse con personas que lo agotarán. Todos necesitamos ser agotados. La intención del Señor es agotarnos. Los ancianos tal vez esperen que los hermanos sean amables y encantadores y que las hermanas sean silenciosas y afables. Pero cuanto más usted espera que los hermanos y hermanas sean así, peor se portan. Por lo tanto, los ancianos deben prepararse para afrontar las dificultades que les causarán los hermanos y hermanas traviesos. Ellos lo agotarán a usted a lo sumo y entonces, después de agotarlo, se quejarán de que usted no tiene paciencia ni ninguna compasión de ellos. Por esta razón, necesitamos la longanimidad.
Además de longanimidad, debemos soportarnos los unos a los otros en amor. En lugar de vindicarnos o justificarnos, debemos sobrellevar a todos. No debemos soportar solamente a algunos según nuestra preferencia, sino a todos los santos. Debemos llevarlos en nuestro espíritu al trono de la gracia y orar por ellos. Es fácil hablar de esto, pero es difícil practicarlo. Para ello necesitamos la misericordia del Señor. Sin Su misericordia, no podríamos soportar a nadie. Los que han sido ancianos por cinco años estarán de acuerdo con esto, puesto que han tenido que sufrir mucho en el ancianato, al ser cortados en pedazos por los hermanos y hermanas. Sin embargo, éste es nuestro destino, nuestra vida y nuestro camino. Si un anciano intenta abandonar el ancianato, estará acabado en lo que se refiere a la vida de iglesia.
A medida que avanzamos en la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, habrá diferencias entre nosotros conforme a las diferentes etapas de vida. Estas diferencias son inevitables, y no debemos tratar de eliminarlas ni reducirlas. En lugar de ello, debemos permitir que los hermanos y hermanas sean como son. Es de esta manera que guardamos la unidad por medio de la humildad, la mansedumbre, la longanimidad y el hecho de soportarnos unos a otros en amor. No hay otra manera de lograrlo.
Esto no sólo se aplica entre los santos, sino también entre las iglesias. Debido a que todas las iglesias se encuentran en diferentes etapas, no debemos esperar que sean iguales. En determinada iglesia puede haber muchos niños que se entretienen con sus juguetes. En lugar de molestarlos, debemos decirles amén a sus juguetes. Hoy no es el tiempo de que haya unificación. Sencillamente no podemos unificar a los santos. Si tratamos de unificarlos hoy, mañana vendrán más nuevos creyentes. Sucede lo mismo con las iglesias. Quizás seamos capaces de unificar a las iglesias hoy, pero después de cierto período de tiempo se levantarán nuevas iglesias que son infantiles e incluso iglesias bebés. Si tratamos de unificarlas, las mataremos. En lugar de unificar a los santos o las iglesias, debemos ministrarles vida y ayudarles a que se alimenten bien y crezcan normalmente. Debemos ayudarles a que sigan adelante en la unidad única independientemente de cuál sea la etapa de crecimiento en que estén. Si hacemos esto, guardaremos la unidad del Espíritu. Guardamos esta unidad al permitir que las diferencias existan.
Si ponemos esto en práctica, los problemas entre las iglesias desaparecerán. Todos los problemas son causados por nuestros esfuerzos por unificar a las iglesias. Nosotros queremos que aquellos que tienen diferentes edades se comporten de la misma manera; pero eso es imposible. Somos una familia muy grande, y todos nos encontramos en el camino para llegar a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios.
A medida que continuamos en este proceso, debemos estar agradecidos por todas las diferencias. Por ejemplo, si usted se entera de que en cierta localidad hacen algo infantil, no se sienta desilusionado por ello. Al contrario, alabe al Señor por los nuevos creyentes de ese lugar. En otras ocasiones podemos visitar una iglesia en la que hay muchos hermanos de más experiencia, es decir, muchos abuelos y abuelas, quienes son muy competentes. Después de visitar tal iglesia, tal vez quedemos convencidos de que ésa es la mejor iglesia porque todo allí es excelente y no hay ningún problema. Sin embargo, una iglesia donde no hay problemas es una iglesia que tiene deficiencias. En cambio, una iglesia con muchos problemas es una iglesia rica, e incluso puede ser la mejor iglesia.
Supongamos que mi esposa y yo, dos personas ancianas, no tenemos problemas. Cuando usted viene a visitarnos, nota que todo está calmado, limpio y en buen orden. Después de quedarse con nosotros por unos días, probablemente piense que éste es el mejor hogar, pues allí no hay discusiones, sino amor mutuo, solidaridad y servicio mutuo. Pero ¿es ésta la mejor familia? La mejor familia es aquella en la cual hay muchos niños de diferentes edades. Sin embargo, tal vez a usted le parezca difícil tolerar a esta familia y prefiera la familia de dos ancianos donde todo está muy calmado y organizado. Después de visitar el hogar de esta familia tan ordenada, probablemente usted, influenciado por ello, diga que el hogar suyo es deficiente porque es demasiado ruidoso. Pero si intenta hacer que su hogar sea como el de la pareja de ancianos, lo matará. Sin embargo, a veces la situación es la contraria, puede ser que ciertas personas piensen que mi hogar es demasiado silencioso y, por ende, nos animen a adoptar niños. Mi intención con este ejemplo es que debemos ser tolerantes con todos. No vaya a ningún lugar para tratar de cambiarlo ni tampoco sea influenciado a querer cambiar su localidad. Deje que cada iglesia sea como es. Adondequiera que vaya, simplemente ministre vida a los santos. No trate de cambiarlos, corregirlos o reformarlos. Esto nos muestra cuánta fe tenemos en la vida; confiamos en la vida. Debido a que creemos en la vida, podemos dejar a los santos y las iglesias en manos de la vida, orando por ellos y ministrándoles el suministro de vida. Deje que la vida se encargue completamente de su condición. Si hacemos esto, guardaremos la unidad del Espíritu y creceremos.
El grado al cual guardemos la unidad del Espíritu de esta manera es una prueba de cuánto crecimiento en vida hemos alcanzado. Cuanto más crezcamos en vida, más podremos sobrellevar todas las diferencias. Sin embargo, si usted no es capaz de tolerar las diferencias, esto significa que todavía es muy joven. Pero si puede tolerar todo tipo de diferencias, esto demuestra que es muy maduro. Cuanto más crezcamos en la vida divina, más podremos aceptar las diferencias. Por consiguiente, no queremos reducir las diferencias, ni cambiar las cosas ni corregir a los santos. En vez de ello, queremos ministrar vida a los santos y dejarlos que crezcan. Si ellos nos causan dificultades, los soportaremos en amor. Esto es una señal de nuestra salud, de nuestro crecimiento y de nuestra madurez. Pero si, por el contrario, tratamos de unificar, de cambiar, de corregir y de modificar, esto es una muestra de que todavía somos inmaduros. A fin de guardar la unidad genuina, todos necesitamos crecer.