
El apóstol Pablo le escribió a Timoteo a fin de que supiera “cómo uno debe conducirse en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad” (1 Ti. 3:15). Si Timoteo necesitaba recibir tal instrucción, ¡cuánto más nosotros! Respondamos primero a algunas preguntas antes de considerar juntos cómo debe ser nuestro comportamiento en la casa de Dios, que es la iglesia.
¿Cómo puedo tener debidamente en cuenta la autoridad de Cristo como Cabeza al relacionarme con mi esposo? He estado en el recobro sólo por seis meses y no tengo claro cómo deben relacionarse los hermanos y hermanas en la iglesia.
En casos comunes, la esposa debe seguir a su esposo. Sin embargo, si un ladrón entra a la casa, usted no tiene que esperar a que su esposo llame a la policía. Si su casa está incendiándose, tampoco tiene que someterse a su esposo al grado de dejar que él se quede dormido. Despertarlo y llamar a los bomberos no significa sobrepasarse de su lugar. Si alguien en la iglesia se pusiera en pie y predicara que debemos adorar a Satanás, todos, hasta la hermana más joven, deberían ponerse en pie y protestar.
Aun cuando leyéramos la Biblia una y otra vez, no creo que jamás podríamos llegar a ver lo mismo que usted nos compartió en cuanto al liderazgo entre los santos [véase el mensaje 15 de Mensajes de vida]. ¿Cómo podemos nosotros como jóvenes sumergirnos en la Palabra y realmente captar la sustancia del asunto, o sea, el concepto divino?
Como les he dicho antes, debemos acudir a la Biblia no primeramente para entenderla, sino para entrar en la presencia de Dios, inhalarlo y ser lavados por Él. En cuanto a ver la luz en la Palabra, esto requiere mucha labor. Por muchos años he visto claramente que Dios no desea el liderazgo humano en Su servicio; sin embargo, apenas hasta hace dos años que logré juntar varias referencias bíblicas que demuestran esto (Mt. 23:8, 10; 1 P. 5:3; 1 Co. 12:28 y los casos de Pedro y Pablo. Todo esto lo abarcamos en el mensaje 15 de Mensajes de vida, titulado “El liderazgo entre los santos”). Se requiere tiempo para poder recibir entendimiento sobre estos asuntos. En la casa de Dios tenemos los profetas y los maestros (Ef. 4:11). Ella es una familia que incluye a viejos y a jóvenes. Gradualmente ustedes recibirán más entendimiento, no meramente con el pasar del tiempo, sino mediante el conocimiento de la Biblia que acumulen al contactar al Señor en cada página.
He escuchado que entrar en la vida de iglesia es como subirnos a un barco, y que todos debemos permanecer en el barco, aunque ello implique que nos vayamos a un abismo juntos. Esto nos ha hecho sentir que aun si sentimos alguna objeción en nosotros, no debemos perturbar la unidad, sino que todos debemos permanecer juntos y dejar que el Señor sea quien nos rescate.
Hablar de esa manera, siento tener que decirlo, es una necedad y es supersticioso. Es cierto que no queremos ser rebeldes ni desobedientes; nosotros no andamos buscando problemas ni queriendo causar desconcierto. Sin embargo, nuestra obediencia se basa en la verdad lógica y en el conocimiento apropiado. Supongamos que yo les dijera que Satanás es Dios y que ustedes deben adorarlo. ¿Se quedarían ustedes en ese barco para guardar la unidad?
También he escuchado que se les ha dicho a los santos que no intenten discernir a otros, y que si tratan de discernir, no están mostrando amor. ¿No dice acaso la Biblia: “Los demás disciernan” (1 Co. 14:29)? En Filipenses 1:9 el apóstol Pablo oró: “Que vuestro amor abunde aún más y más en pleno conocimiento y en todo discernimiento”. El amor no debe abundar en necedad; no debemos amar a ciegas. El amor que abunda en conocimiento es el amor apropiado.
La verdad acerca del liderazgo entre los santos tiene dos lados; y debemos guardar el equilibrio. Por un lado, en la economía neotestamentaria no existe un liderazgo permanente; por otro, los menores deben someterse a los mayores (1 P. 5:5). Mientras practicamos la verdad de no reconocer el liderazgo humano, debemos también practicar el sometimiento de nuestra carne, aprendiendo a someternos humildemente a los demás.
¿Podría usted explicar más específicamente acerca de cuál verdad Pablo escribió en 1 Timoteo 3?
La palabra verdad significa lo que es real. En realidad, únicamente Dios es real; por lo tanto, la verdad en la Biblia se refiere a Dios mismo. “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:17). Cuando Jesús vino, Dios vino para ser nuestro disfrute. Cuando Jesús vino, Dios vino para ser la realidad. Todas las verdades de la Biblia se refieren a Dios mismo, no a doctrinas. En la Biblia hay muchas doctrinas que contienen la verdad. La verdad no es simplemente una doctrina. Hay una clara distinción entre la doctrina y la verdad, aunque muchos cristianos las confunden.
A fin de conducirnos apropiadamente en la casa de Dios, debemos entender que Dios dio a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (Ef. 1:22). En la administración de Dios, hubo un momento específico cuando Cristo fue investido para ser Cabeza del universo. Las palabras de Pedro en el día de Pentecostés dejan claro que esta entronización ocurrió en la ascensión de Cristo (Hch. 2:32-36).
¿Por qué la autoridad de Cristo como Cabeza no fue plenamente establecida en los tiempos del Antiguo Testamento? Hechos 17:31 nos da indicios de esto: “Ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando de esto a todos una prueba cierta, con haberle levantado de los muertos”. Dios en Su administración quería a un hombre que pudiera ejercer el juicio de Dios; no era Su voluntad enfrentarse directamente con el enemigo. En la época del Antiguo Testamento Cristo aún no se había encarnado; Él era el Hijo de Dios, mas no el Hijo del Hombre. A fin de que Cristo fuera plenamente apto para ser Cabeza, no podía simplemente ser Dios; Él tenía que poseer la naturaleza humana así como también la naturaleza divina. Probablemente pensemos que el Dios todopoderoso ciertamente es apto para ser Cabeza del universo, pero en Su economía Él no desea ejercer Su administración en Su Deidad.
¿Por qué es necesario que haya una administración gubernamental en el universo? Todos sabemos que el gobierno principalmente sirve para restringir a los que no respetan las leyes, como son los ladrones y homicidas; si todos se portaran apropiadamente, no se necesitaría tanto el gobierno humano. De manera semejante, si en el universo no existiera Satanás con sus espíritus malignos y sus demonios, no se necesitaría tanto el gobierno divino en el universo. Ésta es la razón negativa para que exista el gobierno divino. En un sentido positivo, Dios también tiene un propósito eterno que llevar a cabo. Es por causa del cumplimiento de dicho propósito que se necesita el hombre.
Dios no se enfrentaría directamente contra Satanás, porque la relación entre ellos es la de Creador y criatura. Así que, a fin de no rebajar Su estatus como Creador, Dios tiene que usar al hombre, otra de Sus criaturas, para que derrote a esta criatura, Satanás, quien es Su enemigo.
Por medio de Su encarnación Cristo, el Hijo de Dios, obtuvo la humanidad que lo hizo también ser Hijo del Hombre. Mediante Su muerte en la cruz, Él llevó a cabo el propósito de Dios y derrotó a Su enemigo. Ahora Él está calificado para ser Cabeza sobre todas las cosas en el gobierno de Dios. Él se vistió del elemento humano mediante la encarnación y, mediante la crucifixión, llevó a cabo el propósito de Dios y destruyó al enemigo. Una vez que esta obra fue consumada, Él descansó en la tumba por tres días.
Después de esto, Él resucitó y ascendió a los cielos. En ese momento fue investido para asumir la posición de ser Cabeza de todo el universo. Él no sólo es la Cabeza de la iglesia, sino también la Cabeza de todo varón. Lo que estamos tratando aquí no es un asunto doctrinal, sino una verdad y, a fin de verla, es necesario que los ojos de nuestro ser interior sean alumbrados.
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Cuando Pedro hizo esta declaración en el primer mensaje del evangelio, estaba proclamando que Dios había investido a un insignificante hombre de Nazaret para que fuera la Cabeza universal de todas las cosas. Regocijémonos de que un hombre haya sido exaltado hasta el trono, un hombre de una pequeña aldea rural en la despreciada región de Galilea. Este Jesús fue dado por Cabeza, mas no simplemente sobre un país, sino sobre todas las cosas.
La conducta apropiada en la casa de Dios primeramente significa que, por sobre todo, nosotros honramos a Aquel a quien Dios exaltó. La intención de Dios es que entre Su pueblo no haya otra cabeza. En la economía del Antiguo Testamento hubo reyes que actuaron como cabeza sobre el pueblo de Dios, pero no ocurre así en el Nuevo Testamento.
¿Creen ustedes que Pedro fue el apóstol principal? Él pudo haber figurado en primer lugar cuando fueron dados los nombres de los apóstoles; pero si leemos cuidadosamente los cuatro Evangelios, veremos claramente que nunca fue la intención del Señor Jesús hacer de Pedro el número uno. Aunque Pedro estaba predispuesto naturalmente a tomar la iniciativa, el Señor siempre le hacía las cosas difíciles. Él quizás fue el primero en salirse del bote y saltar al agua, pero al final empezó a hundirse y fue reprendido por tener poca fe (Mt. 14:28-31). Él quizás fue el primero entre los discípulos en hablar en el monte de la Transfiguración, pero aun antes que terminara de hablar, la voz del Padre desde la nube lo calló (17:4-5).
Ustedes probablemente habrán notado que cuando las mujeres fueron al sepulcro después de la resurrección, se les dijo: “Id, decid a Sus discípulos, y a Pedro, que Él va delante de vosotros a Galilea” (Mr. 16:7). Ciertamente ustedes no pensarán que esa pequeña frase “y a Pedro” significa que él fuera el primero entre los apóstoles. Si Pedro fue el primero en algo, lo fue en negar al Señor (14:66-72). Ningún otro discípulo negó al Señor tres veces. Así que esta frase “y a Pedro” fue la manera en que el Señor le indicó a Pedro que había sido perdonado y que sería recibido de nuevo.
En el mensaje 15 de Mensajes de vida, ya hablamos también acerca del papel temporal que desempeñó Pedro como líder en el libro de Hechos.
La relación entre los creyentes en la casa de Dios nuevamente tiene que ver con la autoridad de Cristo como Cabeza. ¿Cómo debe la iglesia ser “organizada” (tomando prestada una palabra que en realidad no se aplica)? A través de los veinte siglos de historia de la iglesia este problema jamás se ha resuelto. Esto es algo que afecta a millares de personas. En un solo día tres mil personas fueron salvas e introducidas en la iglesia (Hch. 2:41). Poco después, cinco mil más fueron añadidos (4:4). ¿Qué era necesario hacer con tantas personas? Con el tiempo, la iglesia en Jerusalén dejó de ser la única iglesia, pues se produjo una propagación a Samaria, a Antioquía, luego de allí a Asia Menor y más tarde a Europa oriental. En la casa de Dios no sólo había creyentes, sino también apóstoles, profetas, evangelistas y maestros. También había ancianos, diáconos y diaconisas. ¿Cómo podían llevarse a cabo todas estas relaciones?
La mayoría de ustedes sabe que así como nuestro cuerpo físico no necesita organización, tampoco es necesario organizar la iglesia. ¿Quién organizó nuestros ojos? ¿Por qué nuestros brazos están donde están? La iglesia es orgánica, es una entidad de vida. Ella no es un conjunto de piezas inertes que las manos humanas han organizado como una sola entidad.
Pero lamentablemente la historia del cristianismo desde el segundo siglo ha sido una historia de organización. Imponer esta estructura en la iglesia es un insulto para la autoridad de Cristo como Cabeza. ¿Fueron sus brazos puestos donde están por votación? ¿Su nariz ganó las elecciones? ¿Podría su brazo ser despedido y otro ser contratado?
Sin embargo, todavía necesitamos resolver el asunto de cómo los millares de creyentes en la iglesia deben relacionarse. Si los santos fueron dispersados a diferentes lugares y luego empezaron a reunirse en sus respectivas localidades para ser iglesias locales, ¿cómo podrían organizarse los asuntos prácticos y llevarse a cabo? Me han dicho que los seminarios ofrecen un curso que enseña la manera de organizar una iglesia. Definitivamente la “organización de la iglesia” no es una expresión que se halla en el Nuevo Testamento.
Quizás usted entonces pregunte: “¿Qué de malo tiene la organización?”. Un principio básico es que la organización conduce a la jerarquía, a un liderazgo que tiene un rango que está subordinado al rango siguiente. Esto es un insulto contra la autoridad de Cristo como Cabeza.
La Iglesia Católica demuestra esto en su estructura organizativa. El papado empezó con el reconocimiento de Pedro como el único representante y sucesor de Cristo. Pedro más tarde fue llamado el primer papa, y los papas que le sucedieron fueron llamados la cabeza de la iglesia. ¡Qué terrible afrenta para Cristo! Luego sus congregaciones locales tienen líderes que dan cuenta a un obispo, quien encabeza un distrito. En el Nuevo Testamento la palabra obispo significa “uno que vigila” (cfr. 1 Ti. 3:1-2; Hch. 20:28) y se refiere al oficio o función de un anciano. La palabra griega traducida “anciano” denota una persona mayor. La función del anciano consiste en vigilar. Por lo tanto, estas dos palabras, anciano y obispo, se refieren a la misma persona. Fue Ignacio quien introdujo la enseñanza errónea de que un obispo tenía un rango más elevado que el de un anciano. Una vez que la iglesia aceptó esta enseñanza y nombró obispos sobre los ancianos, la jerarquía se desarrolló con arzobispos que estaban por encima de los obispos y con los cardenales que estaban por encima de los arzobispos. Los cardenales escogen a uno de entre ellos para que sea papa. Esta pirámide de rangos —anciano, obispo, arzobispo, cardenal y papa— es una contradicción y un insulto contra la autoridad de Cristo como Cabeza.
¿Recuerdan ustedes lo que pidió la madre de los hijos de Zebedeo? Ella vino para conseguir una posición para sus dos hijos. Fue en esa ocasión que el Señor les dijo a Sus discípulos: “Los gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos autoridad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro esclavo” (Mt. 20:25-27). El que quiere ser grande tiene que ser un esclavo. El Señor continuó este tema más adelante en el capítulo 23, cuando dijo: “Vosotros no seáis llamados Rabí; porque uno es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos [...] Ni seáis llamados instructores; porque uno es vuestro Instructor, el Cristo [...] El más grande de vosotros, será vuestro servidor” (vs. 8, 10, 11).
Los así llamados Hermanos de Plymouth, en los primeros días, se llamaban entre sí “hermanos” debido a este versículo 8. Ellos no consideraban que tenían ningún líder entre ellos. Cuando el hermano George Müller venía a la mesa del Señor, siempre se sentaba en los asientos de atrás.
El concepto de que debemos tener un líder también ejerce influencia sobre nosotros los que estamos en el recobro del Señor. Si aun veinte de nosotros se reunieran, ¿no sería nuestro primer pensamiento quién va a ser el líder? Sin embargo, la práctica en nuestras reuniones sí muestra hasta cierto grado una mentalidad transformada. Cuando nos reunimos, uno pide un himno, otros pueden orar y después otros pueden dar un testimonio o pedir más himnos. Esto es un indicio de que no estamos esperando a que alguien dirija la reunión. Esto ciertamente muestra un progreso a como fueron nuestros días en el cristianismo, cuando entrábamos en una catedral los domingos por la mañana y silenciosamente buscábamos nuestro asiento y esperábamos a que el líder viniera y dirigiera el culto.
Por muchos años me ha preocupado el hecho de que los ancianos se sienten en la primera fila. Esta práctica fue iniciada por mí a fin de que los ancianos pudieran consultarse respecto a cualquier asunto que pudiera surgir durante la reunión. Pero me doy cuenta de que esto da la falsa impresión de que ellos son los líderes.
A fin de conducirnos como es debido en la casa de Dios, debemos recibir órdenes directamente de parte de Cristo, sin ningún intermediario. Las uñas de los dedos de los pies están más lejos de la cabeza en cuanto a posición; pero las órdenes llegan directamente a ellas desde la cabeza, al igual que llegan a los hombros, que están más cerca de la cabeza. Es posible que rechacemos la blasfemia católica de que hay una “santa madre” entre los creyentes y Jesús, pero en la práctica queramos que otro santo nos aconseje qué camino debemos seguir.
Supongamos que un joven creyente acude a un anciano y le pregunta si está bien ir al cine. En cierto modo es bueno que este nuevo creyente no confíe en sí mismo y le consulte a otro santo, pero desde otra perspectiva está mal permitir que alguien actúe como líder o como intermediario a fin de tomar una decisión. Desde la primera vez que este joven creyente venga a pedirle consejo, ese anciano debe decirle: “Tal vez yo pueda ayudarlo, pero no soy el Señor. Tal vez usted sea joven, pero tiene al Señor Jesús en usted, así como también está en mí. Vaya y consúltele a Él. Arrodíllese y ore para que Él lo guíe”. Aconsejar a un joven de esta manera significa que ambos están respetando el señorío de Cristo. Sería una gran ofensa contra la autoridad de Cristo si este anciano dijera: “Hermano, puesto que lo amo, quiero decirle la verdad. Ahora que usted es salvo, no debe ir al cine. Los cristianos nunca deberían ir al cine. Eso es algo que perjudica el testimonio del Señor. ¿Puede entender eso, hermano? Usted no debiera ir”. ¿Se dan cuenta ustedes de que al hablar de esa manera ese anciano está ocupando el lugar que le corresponde al Señor? Debemos decirles a los demás que acudan al Señor una y otra vez hasta que sepan claramente lo que deben hacer. La casa de Dios es la iglesia del Dios vivo. Nosotros somos miembros vivos y dentro de nosotros tenemos a un Dios vivo. La manera apropiada de conducirnos en Su casa es contactarlo a Él directamente y ayudar a otros a que hagan lo mismo.
Además de ser llamada la casa del Dios viviente, la iglesia también es llamada columna y fundamento de la verdad. Aquí Pablo hizo alusión a la arquitectura del Mediterráneo de aquellos tiempos. Los edificios de la antigüedad eran diseñados de tal modo que eran sostenidos por fuertes columnas, las cuales eran puestas sobre una base o fundamento. Las columnas sostenían toda la estructura. La iglesia es tanto el fundamento como la columna que sostiene la verdad. Esta responsabilidad no sólo les compete a los ancianos, sino a la iglesia, a cada miembro. Es por ello que es importante que ustedes jóvenes sean bien edificados en la iglesia. Deben comprender que las reuniones no son para su entretenimiento, sino para su edificación, a fin de que tengan el discernimiento de la verdad y resistan cualquier mentira que pueda venir.
Una razón por la cual los Estados Unidos es una nación tan fuerte es el respeto que se tiene por la constitución. Incluso el presidente tiene que ajustarse a ella. ¿Qué otro país podría pacíficamente deponer a un presidente por desacatar la ley del país? La iglesia, como columna y fundamento de la verdad, debe ejercitar la misma vigilancia para asegurarse de que ninguna falsedad, ningún mal ni ninguna jerarquía se introduzcan para contradecir la autoridad de Cristo como Cabeza. Esta responsabilidad les compete a todos los miembros.
La Epístola a los Filipenses empieza con este versículo: “Pablo y Timoteo, esclavos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los que vigilan y los diáconos” (1:1). Presten atención a la pequeña palabra con. Esta palabra indica que el principal componente de la iglesia es los santos, y que los ancianos y diáconos son más bien como una añadidura. El Espíritu Santo, al escoger estas palabras en este versículo, deseaba hacernos ver la importancia de que la autoridad como Cabeza le pertenece únicamente a Cristo. La responsabilidad de sostener la verdad le compete a toda la iglesia, y no simplemente a los ancianos y diáconos.
Hay una necesidad en la iglesia hoy. Debemos aprender las verdades y saber cómo defenderlas. De lo contrario, la iglesia no tendrá futuro. Todos debemos asumir la responsabilidad de conocer y practicar la verdad.
Éstos son los dos asuntos principales en cuanto a cómo debemos conducirnos en la casa de Dios: debemos respetar la autoridad de Cristo como Cabeza y conocer, guardar y defender la verdad.