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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO DIECINUEVE

CÓMO CONDUCIRNOS EN LA CASA DE DIOS

(2)

  Las dos epístolas dirigidas a Timoteo fueron escritas cuando la iglesia se degradó. En aquel tiempo de confusión, Timoteo necesitaba estas dos cartas sobre cómo conducirse en la casa de Dios. Quisiera que prestemos atención a cuatro expresiones que aparecen repetidas veces en estos dos libros.

  La primera de ellas es la economía de Dios, que se menciona en 1 Timoteo 1:4: “Ni presten atención a mitos y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que la economía de Dios que se funda en la fe”.

LA ECONOMÍA DE DIOS EN CONTRASTE CON LAS DIFERENTES ENSEÑANZAS

  El capítulo 1 de 1 Timoteo deja claro que incluso cuando el apóstol Pablo estuvo en la tierra, diferentes enseñanzas encontraron cabida en la iglesia. La principal enseñanza que Pablo confrontó provenía de aquellos que querían “ser maestros de la ley” (1:7). La ley, como todos sabemos, era conforme a la Biblia; fue dada por Dios a Moisés y fue enseñada por muchos siglos en la época del Antiguo Testamento. Sin embargo, difiere de la enseñanza del evangelio, la economía de Dios. Por esta razón, Pablo le escribió a Timoteo en el versículo 3: “Como te exhorté, al irme a Macedonia, a que te quedases en Éfeso, para que mandases a algunos que no enseñen cosas diferentes”.

  Los cuatro Evangelios nos presentan a Cristo desde cuatro ángulos diferentes; las palabras y el estilo con que se escribieron son diferentes, pero el ministerio es el mismo. Los Evangelios son como cuatro fotografías de una misma persona tomadas desde diferentes ángulos. Supongamos, por otro lado, que Pedro hubiera escrito un relato acerca de Moisés. En ese caso, nosotros tendríamos que protestar diciendo que él estaba hablando de algo diferente, pues mientras Mateo, Marcos, Lucas y Juan hablaban acerca de Jesucristo, él estaba hablando acerca de Moisés.

  Hay quienes dicen que los que estamos en el recobro del Señor no aceptamos el ministerio de otros. En Efesios 4:11 y 12 podemos ver claramente que todas las personas dotadas tenían un solo ministerio, esto es, el ministerio de edificar el Cuerpo de Cristo. El hecho de que sólo existe un ministerio lo confirman 2 Corintios 4:1 y 1 Timoteo 1:12. El único ministerio no implica que los apóstoles y profetas repetían las mismas palabras de los otros. Los cuatro Evangelios ciertamente son diferentes unos de otros, pero la diferencia sólo radica en que presentan diferentes aspectos de una sola cosa. En este período neotestamentario Dios ha levantado a muchas personas dotadas con diferentes funciones; pero todas ellas pertenecen al mismo ministerio, que consiste en ministrar a Cristo con miras a la iglesia.

La ley

  Hebreos 1:1 y 2 nos dice que Dios habló en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres en los profetas, pero ahora “al final de estos días” nos ha “hablado en el Hijo”. Dios en la era del Nuevo Testamento nos habla únicamente en una sola persona. ¿Qué pasa entonces con Pablo, Pedro y los demás apóstoles? La respuesta es que todos los apóstoles, y también nosotros, somos parte del Hijo, somos miembros de Su Cuerpo. Cuando Dios habló en el Antiguo Testamento, lo hizo a través de los profetas en muchas porciones separadamente, porque Moisés, David, Isaías y Jeremías no estaban en el Hijo. Pero en esta era neotestamentaria los doce apóstoles, Pablo y Bernabé, Martín Lutero, Watchman Nee y todos nosotros hemos sido forjados en el Hijo. Por lo tanto, cuando Dios habla en esta era por medio de Sus siervos, Él habla en el Hijo.

Mitos y genealogías

  En 1 Timoteo 1 leemos que además de los maestros de la ley, otros hablaban “mitos y genealogías interminables, que acarrean disputas” (v. 4). Además de la ley, se hablaban estas otras dos categorías de cosas diferentes. Supongamos que por varios años usted ha venido escuchando que el Dios Triuno desea impartirse en nosotros, que todas Sus riquezas se hallan corporificadas en Cristo y que Cristo hoy en día es el Espíritu vivificante que mora en nosotros, y usted llega a aburrirse de esta enseñanza. Luego viene un joven orador muy talentoso, cuyos mensajes están llenos de fascinantes historias o mitos. Él también parece tener un entendimiento profundo de las genealogías del Antiguo Testamento. ¿No se sentiría usted atraído? Ésta era la clase de hablar que se oía en Éfeso.

  En realidad, sólo hay dos categorías de enseñanza. Los mitos y las genealogías son parte de las cosas del Antiguo Testamento relacionadas con la ley; se tratan de tradiciones u opiniones. La otra categoría es la economía neotestamentaria, que es Jesucristo quien es vida para la iglesia.

El lavamiento de los pies

  Supongamos que un hermano viene a reunirse con nosotros y empieza a reprender a las iglesias en el recobro por no practicar el lavamiento de los pies. El propio Señor Jesucristo nos dejó un modelo de esto en Juan 13 y específicamente nos dijo que debíamos lavarnos los pies unos a otros (v. 14). Ésta es una enseñanza neotestamentaria. ¿Diría usted que esto forma parte de la economía de Dios o que es una enseñanza diferente? Podemos estar seguros de que el lavamiento de los pies, aunque se halla en el Nuevo Testamento, no forma parte de la economía de Dios porque produce disputas. En cuanto empezamos a considerar el lavamiento de los pies, abrimos la puerta a disputas interminables. ¿No debieran los hermanos y las hermanas lavarse los pies unos a otros? ¿Debieran las hermanas lavarse los pies unas a otras en el local de reuniones o en cuartos privados? ¿Con qué frecuencia debiera practicarse esto? El resultado de todos estos cuestionamientos que surgen es que somos distraídos de la oración y de contactar al Señor, y empezamos a discutir acerca de todas las diferentes opiniones en cuanto a los méritos del lavamiento de los pies y de cómo debe ser practicado. Confío en que ustedes puedan ver que incluso ciertos asuntos que se hallan en el Nuevo Testamento no forman parte de la economía de Dios y que, de hecho, pueden ser perjudiciales para dicha economía.

¿Vino o jugo de uvas?

  Otro hermano, en sus estudios del Nuevo Testamento, quizás llegue a la conclusión de que el jugo de uvas, no el vino, debe usarse en la mesa del Señor. Supongamos que después de partir el pan, él dé un mensaje en el que nos exhorte a usar jugo de uvas en lugar de vino. El vino puede animar a un creyente débil a beber. ¿Deberíamos prestar atención a su exhortación? Sin embargo, apenas él termina de hablar, otro hermano podría ponerse en pie y decir que el jugo de uvas no era conocido en la antigüedad, y que según la palabra escrita de toda la Biblia, lo único que se tenía era el vino. Podríamos incluso añadir que el Señor, en Mateo 26:29, no usó la palabra vino sino, más bien, el “fruto de la vid”. ¿Pueden ver los cuestionamientos que generan esta clase de hablar? En lugar de ministrar vida, genera disputas. Aprendamos, pues, a evitar las opiniones y asuntos que puedan despertar las opiniones de los demás. Aprendamos a no hablar cosas diferentes.

  Evitemos cualquier cosa que pueda distraer al pueblo de Dios de Su economía. El único ministerio imparte a Dios en los creyentes a fin de que Él pueda ser la vida, la naturaleza y el propio ser de ellos. Este pueblo escogido forma el Cuerpo de Cristo, la iglesia. No añada su concepto u opinión a este pensamiento central de Dios. No diga que hay diferentes tipos de fluir entre nosotros; un fluir es un concepto. Tampoco piense en términos de un camino viejo y uno nuevo. Concéntrese en la economía de Dios.

LA VERDAD

  En tiempos de degradación de la iglesia, es importante que todos los santos conozcan la verdad. Por consiguiente, este término se usa más de diez veces en estas dos epístolas. La iglesia es columna y fundamento de la verdad (1 Ti. 3:15); como tal, todos nosotros debemos tener muy claro la verdad acerca de la autoridad de Cristo como Cabeza. ¿No es esta autoridad desoída por el cristianismo organizado? Hace varios años leí un folleto escrito por el doctor A. W. Tozer de la Alianza Cristiana y Misionera, el cual se titulaba “La autoridad cada vez menor de Cristo en las iglesias”. En este folleto se hablaba de cuán poco se valora a Cristo y Su autoridad en las denominaciones y en otros grupos cristianos, pese a que allí con palabras insinceras se habla de la doctrina de Su señorío.

  Entre nosotros los años recientes han demostrado que tampoco hemos visto la trascendencia de la autoridad de Cristo como Cabeza, pues se hizo un gran esfuerzo por organizar a todas las iglesias en el recobro bajo una coordinación internacional. Aunque parezca maravilloso tener esta “unidad”; en realidad, esto fue una acción sutil para obtener el control de todas las iglesias, quitándole a Cristo la autoridad de ser la Cabeza y poniendo esta autoridad en manos del supuesto “coordinador”, quien en esencia sería un papa. Esta organización jerárquica roba a los santos de su contacto personal con Dios.

Distinguir entre la verdad y las doctrinas

  En el universo Dios es la única realidad. Todo lo que está relacionado con Dios es realidad o verdad. En cambio, las doctrinas son enseñanzas. Por ejemplo, consideremos la mesa del Señor. ¿Quién es apto para participar? ¿Debe usarse jugo de uvas o vino? ¿Debemos usar una sola copa o muchas copas pequeñas? ¿El pan debe ser con levadura o sin levadura? ¿Debe haber un solo pan o muchos trocitos pequeños? ¿Con qué frecuencia debe celebrarse la mesa del Señor? ¿Quién debe distribuir el pan y la copa? Todas estas preguntas son doctrinales y no tienen que ver con la realidad. La verdad de la mesa del Señor es que ella representa a la Cabeza con el Cuerpo. La sangre de Cristo separada de Su cuerpo exhibe Su muerte. El pan hecho con muchos granos de flor de harina nos habla de un cuerpo en resurrección. La verdad de la mesa del Señor es, por tanto, la realidad de la Cabeza, en muerte y resurrección, y el Cuerpo.

  El bautismo provee otro ejemplo de doctrinas en contraste con la verdad. ¿Quién debe ser bautizado? ¿Quién debe bautizar? ¿En nombre de quién debemos ser bautizados? ¿Se debe bautizar por inmersión o por aspersión? ¿Cuántas veces, una vez o tres veces? ¿Se debe bautizar en agua salada o en agua dulce? ¿Al aire libre o en un bautisterio? Todas estas preguntas tienen que ver con la doctrina. La verdad del bautismo tiene que ver con la muerte y la resurrección de Cristo. “¿Ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?” (Ro. 6:3). Las personas que son superficiales y cortas de vista no ven más allá de las doctrinas para poder ver las verdades escondidas en dichas doctrinas.

  Si pensamos que una iglesia necesita tener ancianos porque ésa es la manera en que la iglesia está organizada en las Escrituras, nos hallamos en la esfera de la doctrina. La verdad detrás de esta doctrina es que la pluralidad de ancianos muestra que el pueblo de Dios no tiene un liderazgo oficial, organizado ni permanente, debido a que Cristo es la única Cabeza que Dios reconoce.

  La condición fuerte y saludable de una iglesia depende de que todos los santos conozcan la verdad. Las doctrinas confunden y traen opiniones, pero la verdad consolida y edifica a las personas. Usar vino o jugo de uvas no es lo crucial; en cambio, el que nos preocupe la verdad de la muerte y la resurrección de Cristo y veamos que el único pan representa un solo Cuerpo es una salvaguardia contra cualquier pensamiento divisivo. Discutir acerca de la aspersión o de la inmersión nos divide, pero estar en la realidad de la muerte de Cristo nos une. Si nuestra preocupación cuando bautizamos a los nuevos creyentes es que estamos introduciéndolos en la muerte de Cristo, entonces todos estaremos en un espíritu de oración para que ésta sea la realidad de aquellos a quienes bautizamos.

LA PIEDAD

  “Grande es el misterio de la piedad” (1 Ti. 3:16). Ésta es la tercera expresión que consideraremos. En este versículo resulta evidente que la piedad es Dios manifestado en la carne. Cuando la iglesia atraviesa un período de degradación, debemos prestar especial atención a la piedad.

  Observen la secuencia de las frases en este versículo: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Él fue manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado entre las naciones, creído en el mundo, llevado arriba en gloria”. Muchos maestros cristianos han pensado que este versículo se refiere a Cristo, pero la secuencia de estas frases no lo sustenta. Cristo fue “llevado arriba en gloria” antes que fuera “predicado entre las naciones”. Este versículo se refiere más a la iglesia que a Cristo. Por lo tanto, la frase “recibido arriba en gloria” se refiere al arrebatamiento de la iglesia, más que a la ascensión de Cristo. Es cierto que Cristo es la manifestación de Dios en la carne, pero la iglesia también lo es. Nosotros somos la iglesia, pero todavía estamos en la carne. Cuando nos reunimos en el Espíritu, Dios se manifiesta entre nosotros; ésta es la manifestación de Dios en la carne. Así como Cristo la Cabeza es la manifestación de Dios en la carne, igualmente lo es Su Cuerpo. Si toda la iglesia se reúne de una manera apropiada y un incrédulo entra, “postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros” (1 Co. 14:23-25). La presencia de Dios se da a conocer cada vez que la iglesia se reúne de la manera apropiada.

  Pablo exhortó a Timoteo a que orara por “los que están en eminencia, para que llevemos una vida tranquila y sosegada en toda piedad y dignidad” (1 Ti. 2:2). ¿Qué prueba hay en nuestras vidas de piedad? Este versículo habla de “toda piedad”. Si somos piadosos, esto afectará la clase de cuadros que colgamos en las paredes de nuestro cuarto, la clase de ropa que nos ponemos, la manera en que nos peinamos y nuestro hablar. Esto nos mostrará claramente si debemos ir al cine o no. La vida piadosa en nuestro interior tiene una expresión externa; esta manifestación de piedad es un testimonio y causa impacto en las personas que nos conocen. No importa qué digamos, qué hagamos o cómo nos vistamos, debemos dejar la impresión de que Dios es manifestado en nosotros.

  Otra referencia a la piedad se encuentra en 1 Timoteo 4:7-8: “Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera”. El ejercicio físico en cierta medida es provechoso; este versículo no dice que de nada aprovecha. El ejercicio es provechoso para nuestra salud; sin embargo, cuando consideramos los deportes, es bastante evidente que estamos fuera de la esfera de la salud y que, más bien, nos encontramos en la esfera de mostrarles a otros lo capaces y habilidosos que somos.

  ¿Cómo podemos ejercitarnos para la piedad? Una manera es mostrar la debida reverencia cuando leemos la Biblia. Incluso si no hay nadie presente, es bueno estar vestidos apropiadamente y sentarnos o arrodillarnos de una manera respetuosa cuando acudimos a la Palabra de nuestro Padre celestial.

  Otra manera de ejercitarnos para la piedad es restringirnos en nuestro hablar. Nada impresiona tanto a los demás como la manera en que nos expresamos. Incluso en nuestra propia casa debemos hablar de manera precisa, restringida y libre de chismes. A veces alzar nuestra voz en las reuniones puede cruzar la línea entre la piedad y una actitud frívola. Lo que digamos debe dar la impresión de que nos restringimos a nosotros mismos.

  Otra área en la cual podemos practicar la piedad es cuando vamos de compras. Incluso ir solamente a mirar vitrinas puede llevarnos a complacer nuestra concupiscencia; muchas veces debemos apartar nuestros ojos. Lo que compramos les muestra a los demás la clase de persona que somos.

  También la manera en que escribimos cartas puede ser una manera de ejercitarnos para la piedad. En muchas ocasiones yo he escrito la misma carta hasta tres y cuatro veces porque cuando la volvía a leer me daba cuenta de que había algo que no era acertado o no muy provechoso. Al restringirnos al dar noticias de la iglesia, por ejemplo, podemos mostrar nuestra preocupación por la edificación de otros.

LAS SANAS PALABRAS

  La última expresión que queremos considerar es “sanas palabras”, hallada en 1 Timoteo 6:3. La expresión sana es otra palabra que aparece repetidas veces en las dos epístolas escritas a Timoteo y también en Tito (cfr. 1 Ti. 1:10; 2 Ti. 1:13; 4:3; Tit. 1:9, 13; 2:1, 2, 8). En la vida de iglesia debemos discernir el hablar para ver si es sano o perjudicial. No debemos dejarnos engañar con palabras que seducen, por elocuentes que sean. La expresión palabras sanas significa que dichas palabras ministran vida. Tal vez no sepamos mucho, pero nuestro paladar es capaz de distinguir lo que es dulce, lo que es amargo, lo que es venenoso y lo que es saludable. Debemos examinar nuestras propias palabras también asegurándonos de que sean saludables y que ministren vida a los oyentes, ya sea que hablemos con ellos por teléfono o personalmente.

  Así pues, en tiempos de degradación debemos centrarnos en la economía de Dios y no dejarnos distraer por los que enseñan cosas diferentes. Puesto que somos columna y fundamento de la verdad, debemos conocer la verdad y no distraernos con doctrinas. Debemos también ejercitarnos para la piedad. Por último, nuestra conducta en la casa de Dios incluye el hecho de discernir y recibir, así como también el hecho de ministrar “sanas palabras”.

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