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Mensajes del libro «Mensajes de vida, tomo 1 (#1-41)»
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CAPÍTULO VEINTIUNO

LA LEY DE LA LIBERTAD

  “No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro. 6:14). ¿Creen que la gracia los convierte a ustedes en personas inicuas? Este tipo de enseñanza se infiltra en la iglesia en un tiempo de degradación, cuando algunos “convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (Jud. 4). Cuando las Escrituras dicen que no estamos bajo la ley, se está refiriendo a la ley dada por Moisés; es claro que ya no estamos bajo esa ley. ¿Concluirían ustedes con base en esto que Dios no tiene una ley para Su pueblo hoy? En el nuevo pacto el Señor dice: “Pondré Mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré” (He. 10:16). Bajo el antiguo pacto es posible que alguien desatendiera a las dos tablas de piedra que contenían los Diez Mandamientos; pero ahora, teniendo las leyes escritas en nuestro corazón, no es posible que nosotros las desechemos y desatendamos.

  ¿Cuál creen ustedes que es más estricta: la ley de Moisés o la ley del Nuevo Testamento? La ley escrita en nuestros corazones es mucho más vinculante. En Jacobo 1:25 y 2:12 esta ley subjetiva es llamada “la ley de la libertad”. Contestemos a algunas preguntas antes de proseguir a considerar esta ley.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

  En el pasado el énfasis en las iglesias ha sido Cristo, el espíritu, la vida y la iglesia. Usted ha dicho que el aspecto de la verdad fue en cierto modo descuidado. Puesto que Cristo es la verdad, ¿cómo es posible haber descuidado la verdad?

  Sin duda alguna, teníamos cierta medida de la verdad en cuanto a Cristo, el espíritu, la vida y la iglesia. Sin embargo, no recalcamos, por ejemplo, la autoridad de Cristo como Cabeza ni la constitución intrínseca de la iglesia. Un buen número de verdades de la Palabra no han sido debidamente abarcadas; tampoco se alentó lo suficiente a los santos a estudiar la Biblia y a permitir que todas estas verdades se infundieran en ellos. Ahora las iglesias necesitan ayudar a los santos para que se sumerjan en las profundidades de la Palabra estudiándola y orando-leyéndola, a fin de recibir el entendimiento de la verdad de todas las doctrinas.

  En los comienzos de mi historia con el Señor, yo sentía que cuando buscaba Su presencia, Él me fortalecía y permanecía en mí; pero en años recientes he tenido raras veces ese sentir. ¿Debo procurar ese sentir?

  Cuando usted desee contactar al Señor, es más fácil no esperar recibir ningún sentir interior. Si usted espera esto, abrirá la puerta a que vengan pensamientos que lo distraerán y perturbarán. Antes de arrodillarse a orar, o antes de abrir la Biblia, empiece inmediatamente a hablar. Usted simplemente puede decir algo sencillo, como por ejemplo: “Señor, te alabo”. Después de una o dos oraciones, usted será conducido por medio de su hablar a la presencia de Dios.

  Nosotros los cristianos debemos ser un pueblo que habla no sólo a Dios, sino también a los ángeles, a los demonios e incluso a la atmósfera. Si entramos en la reunión y simplemente nos sentamos ahí sin decir nada, la atmósfera estará llena de muerte. Decir algo desde nuestro espíritu disipa toda distracción y nos lleva a tener contacto con el Señor.

  Últimamente encuentro difícil acudir a la Palabra durante el día. Cuando recuerdo lo que usted decía acerca del elemento aniquilador, siento que no quiero leer la Biblia por temor a ser aniquilado, así que simplemente me voy a almorzar. Sé que si abro la Palabra también recibiré el alimento, pero a veces me siento demasiado débil para hacerlo. Quizás es el legalismo de hacerlo lo que causa esa resistencia en mí.

  No importa cuán ocupados estemos, siempre tenemos tiempo para comer. ¿Por qué? Porque reconocemos que comer es una necesidad básica para vivir. Es preciso que tengamos esta misma comprensión en cuanto a nuestro comer espiritual. Pídale al Señor en oración que lo ayude a leer Su Palabra cada día, incluso dos o tres veces al día. Querer es poder. Simplemente necesitamos comprender que recibir la Palabra es una necesidad básica para poder vivir. Si cultivamos este hábito, descubriremos que nuestra vida cristiana será transformada. Venir a las reuniones es bueno, y escuchar los mensajes también es bueno; pero leer, estudiar y comer la Biblia es una necesidad básica para nuestra vida. Confíe en el Señor de que usted podrá ser capacitado para hacer esto de forma regular.

  A veces cuando quiero compartir algo en la reunión, no estoy seguro si esto proviene de mi espíritu o de mi alma.

  Si usted libera lo que comparte en el espíritu, entonces es algo en el espíritu. Pero si lo deja guardado en su alma, puede convertirse en algo del alma. No es necesario que usted analice las cosas de esa manera. Es mejor que usted ejercite su espíritu para liberar lo que desea compartir a que se lo guarde.

  ¿Hay alguna manera de compartir la verdad sin entrar en discusiones?

  Las discusiones no conducen a nada. Debemos evitar discutir acerca de doctrinas, especialmente con nuestros familiares. Si ellos plantean un punto doctrinal, debemos conducirlos por otro camino, y más bien compartirles algún testimonio de nuestra experiencia de Cristo. Permita que ellos vean lo gozosa que es nuestra vida. Nuestros familiares no sólo necesitan recibir este testimonio verbal de parte de nosotros, sino que también necesitan ver este testimonio exhibido en nuestro vivir. Este vivir es lo que causa mayor impacto. Por esta razón, diariamente necesitamos experimentar más a Cristo. Esto hará que nuestro testimonio sea cada vez más resplandeciente y pueda influenciar a nuestros familiares, así como también a otras personas, para que sigan este camino.

  ¿De qué debemos pedir al orar? El año pasado en la universidad yo oré casi todos los días por quince personas; fue una labor bastante agotadora. Los otros hermanos y hermanas estuvieron orando por esas mismas personas, pero hasta ahora ninguno de ellos ha sido añadido.

  La mejor forma de orar es conforme a Juan 15:7, que dice: “Si permanecéis en Mí, y Mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho”. La manera de orar es que permanezcamos en el Señor, que estemos en Él y seamos uno con Él. Entonces no oraremos conforme a nuestras preferencias, sino conforme a Su Palabra. Si permanecemos en Él y Su Palabra permanece en nosotros, tendremos Su Palabra morando en nosotros con la cual podremos orar. Entonces, al abrir nuestro ser a Él, Él se moverá en nosotros, y nosotros oraremos conforme a todo lo que sintamos en nuestro interior.

  Es difícil decirles por qué cosas deben orar. Simplemente contacten al Señor y sean uno con Él. Una vez que hayan recibido Sus palabras en su interior y realmente sean uno con Él y Él con ustedes, en lo profundo de su ser tendrán cierto sentir. Oren conforme a ese sentir.

  Muchas veces, al expresar nuestras primeras palabras en oración, nos vendrá cierto sentir. El sentir interior se convierte entonces en la oración que expresamos por medio de nuestras palabras. Si ustedes todavía sienten la carga de orar por muchas cosas, no se corrijan a sí mismos. Sean sencillos, no se dejen perturbar con respecto a nada. Acudan al Señor, contáctenlo y, a medida que Él los dirija, expresen con palabras su sentir interior. Si, al mismo tiempo, todavía sienten la carga de orar por ciertas personas, por ciertas situaciones, por la iglesia o por el recobro del Señor, simplemente expresen esa carga con sus palabras. No analice si su carga fue iniciada por usted o por el Señor. Sea sencillo.

  Oren hasta que sientan una restricción interna, lo cual les comunica que no deben orar por determinado asunto. Pero si no sienten esta restricción, siéntanse libres para orar conforme a su carga. No tomen ninguna cosa como su carga. La oración simplemente consiste en acercarnos al Señor y luego en expresar en oración el sentir que Él nos dé.

UNA LEY DE ESCLAVITUD

  Si bien el Nuevo Testamento nos habla de la ley de la libertad, la ley mosaica era realmente una ley de esclavitud. Tan pronto nos es dada la ley, nos damos cuenta de que no podemos guardarla (véase Ro. 7:7-9). Un misionero en China le predicó a su cocinero que todos somos pecadores. Cuando el cocinero protestó diciendo que él era un buen hombre y que nunca había pecado, el misionero empezó a hablarle acerca de un caballo. Como el cocinero necesitaba otro caballo, la manera en que el misionero se lo describió despertó en el cocinero el deseo de tener ese caballo tan excelente. Así que, los pensamientos de cómo conseguirse el caballo empezaron a ocupar la mente del cocinero. Más adelante en otra ocasión el misionero volvió a tocar el tema de que todos somos pecadores. Nuevamente el cocinero negó esto, diciendo que él jamás había hecho nada pecaminoso. El misionero entonces le preguntó qué había estado ocupando su mente desde la conversación anterior que habían tenido. El cocinero entonces respondió: “Bueno, pues he estado pensando en ese caballo que usted describió. Me parecía un caballo muy bueno; así que he estado pensando en cómo conseguirlo”. El misionero entonces le hizo saber lo que esos pensamientos mostraban, y el cocinero tuvo que reconocer que eran indicios de su codicia. El misionero le dijo que precisamente eso era un pecado (Éx. 20:17). ¿Quién puede guardar la ley de Moisés? Eso es imposible, pues es una ley de esclavitud.

LEYES EN NUESTRO CORAZÓN

  La ley del Nuevo Testamento, escrita en nuestros corazones, nos libera. “La ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:2). Así que ya no estamos bajo la ley de esclavitud, sino bajo la ley de la libertad.

  ¿Cómo nos libera esta ley? Supongamos que a usted antes le encantaba ir al cine. Algunas veces incluso llegó a mentirle a su mamá, diciéndole que iba para la biblioteca cuando en realidad se iba a escondidas para el cine. Al regresar a casa, si ella le preguntaba qué había estado estudiando en la biblioteca, usted se inventaba una pequeña historia. Su amor por el cine le hizo mentir dos veces, las cuales un día serán juzgadas por Dios. Esto probablemente ocurrió muchas veces, lo cual indica que usted estaba bajo la esclavitud del cine.

  ¿Cómo opera esta ley de la libertad para liberarlo? Antes de ser salvo, usted pudo haberse sentido orgulloso de sí mismo por salirse con la suya con semejante engaño. Pero después de ser salvo, sus sentimientos cambian. Usted empieza a experimentar algo que lo incomoda; usted se siente perturbado por haber ido al cine y también por haber engañado a su mamá. Aun cuando usted no obedezca a sus sentimientos internos, esta ley es muy paciente. Ella hará que usted una y otra vez se sienta perturbado cuando va al cine o le miente a su mamá. Finalmente usted será subyugado por este elemento que lo incomoda en su interior. De esta manera, la ley en su interior llegará a ser la ley de la libertad, la cual lo liberará de la esclavitud del cine.

  A veces les testificamos a los demás de la paz que hemos tenido desde que nos hicimos cristianos. En realidad, en lugar de paz, muchas veces somos perturbados. Esta persona que nos perturba es muy persistente. Quizás no nos deje tranquilos por varios años hasta que finalmente logre subyugarnos. Nosotros no podemos convencerlo a Él para que vea las cosas como nosotros las vemos. Tarde o temprano, de una manera paciente y gentil, Él obtendrá la victoria.

  Sé que muchos de ustedes han sido influenciados a ir al cine o a beber, bajo la capa de que han sido liberados. Como sus testimonios lo han indicado, aunque externamente parece que han sido liberados, algo protestaba en su interior. Este sentimiento demuestra que la ley escrita en su corazón estaba operando. No importa cuánto usted diga que ha sido liberado de toda esclavitud, no podrá liberarse de la ley interna que ha sido escrita en su corazón. Cada vez que usted haga algo contra Dios y contra esta ley viva que está en su interior, tendrá el sentir de que no ha obrado bien. Es únicamente al atender a este sentir que usted es conducido a la libertad.

UNA LEY MÁS ESTRICTA

  Antes de ser salvos, andábamos sin ley. Pero después que fuimos salvos, la ley de Dios fue escrita en nuestros corazones, y nosotros ya no estamos “sin ley con respecto a Dios, sino dentro de la ley con respecto a Cristo” (1 Co. 9:21). La nueva ley en el Nuevo Testamento es llamada la ley de la libertad o la ley de Cristo.

  Esta ley es más estricta que la ley de Moisés. Nos impone sus obligaciones aun en los más pequeños detalles. No sólo nos exige decir la verdad, sino que también seamos precisos al hablar. Nos condenará por sentirnos orgullosos aun cuando nadie percibe ninguna manifestación de orgullo.

  Esta nueva ley no tiene simplemente Diez Mandamientos, sino muchos más. Mencionemos sólo unos cuantos de ellos: ¡Arrepentíos! ¡Bautícese! ¡Orad sin cesar! ¡Regocijaos! ¡Fervientes en espíritu! ¡Amaos unos a otros! ¡Transformaos por medio de la renovación de vuestra mente! ¡Huye de las pasiones juveniles! Si ustedes examinan las páginas de su Nuevo Testamento, encontrarán un mandamiento tras otro.

  Se nos dice: “Por nada estéis afanosos” (Fil. 4:6). ¡Cuán difícil es no preocuparnos! Esto se aplica especialmente a los padres, quienes se preocupan por sus hijos. Recuerdo cómo mi madre se preocupaba por su segunda hija, mi hermana, quien enseñaba como maestra en otra provincia, a unas ochocientas millas de nuestra ciudad. Una mañana mi madre estaba a punto de llorar. Cuando le pregunté qué le pasaba, me reprendió por no interesarme por mi hermana y me dijo que no habíamos escuchado nada de ella por cuatro semanas. La noche anterior ella había soñado que mi hermana estaba muy enferma. Aunque quise animarla para que desayunara y no le prestara atención a su sueño, ella continuó reprendiéndome diciendo que no me importaba mi hermana. Cuanto más trataba de tranquilizarla, más molesta estaba conmigo. Finalmente me dijo: “¿Qué es lo que te ha hecho tan insensible? ¿Por qué no sales y le envías un telegrama de parte mía?”. Por supuesto, yo salí de prisa para hacer lo que me pedía. Más tarde, ese mismo día recibimos un telegrama en el que mi hermana decía que todo estaba bien.

  Con esto pueden ver cuán propensos somos a preocuparnos. Sin embargo, la Biblia nos dice: “Por nada estéis afanosos”.

SOMOS LIBERADOS AL ESTAR BAJO LA LEY

  Los cristianos somos los más obedientes a la ley. Estamos sujetos a la ley en lo que se refiere al comer, al beber, así como también a la manera en que nos vestimos y mantenemos nuestra vivienda. En todas las cosas estamos bajo los mandamientos del Nuevo Testamento. Cuanto más guardemos la nueva ley, la ley de la libertad, más seremos libertados verdaderamente, pero no para vivir sin ley, sino para ser libertados de la esclavitud de hacer cosas pecaminosas.

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