
Cristo es el centro en torno al cual gira el propósito eterno de Dios. En Juan 14:6 Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”.
A fin de experimentar a Cristo como el camino y como la realidad, es necesario que primero le experimentemos como nuestra vida. Si yo le preguntara cómo Cristo puede ser nuestra vida, usted quizás no tendría palabras para responder. Dudo que muchos cristianos sepan la respuesta; sin embargo, ésta es una de las verdades que Dios ha recobrado y que desea que nosotros experimentemos. A fin de que Cristo sea nuestra vida, debemos conocer algunos aspectos de quién es Él.
En Juan 1 Cristo se presenta como la Palabra que era en el principio. Esta Palabra, quien era Dios mismo, se hizo carne. Por lo tanto, Cristo es Dios encarnado. ¿Por qué Él se hizo hombre? El versículo 29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. A fin de ser nuestra vida, Cristo primeramente tenía que resolver el problema del pecado. El pecado nos separaba de Dios. Este Hombre como Cordero de Dios fue nuestro Redentor que derramó Su sangre en la cruz por nuestros pecados. Esta verdad de la redención es una creencia común a todos los cristianos.
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn. 12:24). A diferencia de la redención, la mayoría de los cristianos no entiende el significado de este cuadro de Cristo como grano de trigo. El grano de trigo no pertenece a la redención, puesto que una semilla no contiene sangre, sino que contiene vida. El propósito del grano de trigo es la impartición de la vida. Mientras que el derramamiento de la sangre tenía por finalidad la redención, la impartición de vida tiene por finalidad la reproducción. ¿Cuál es el resultado de que el grano de trigo caiga en la tierra y muera? La semilla brota y crece para producir muchos granos. Cristo fue ese grano de trigo que cayó en la tierra y murió, pero que luego brotó en resurrección y llegó a ser muchos granos. Nosotros somos esos muchos granos. ¿Qué le sucedió al grano original? Este grano no sólo está dentro de nosotros, sino que también ha llegado a ser todos nosotros.
Queridos hermanos, ¿se dan ustedes cuenta de lo preciosa que es esta verdad que nos habla de Cristo como grano de trigo? Cuando yo fui salvo, me arrepentí de mis pecados, confesé al Señor y fui limpiado con Su sangre. Después de cierto tiempo de haber sido salvo, empecé a preguntarme si había algo más con respecto a la vida cristiana. ¿Era Cristo únicamente el Cordero que quita mis pecados? La única respuesta que me dieron era que ahora, después de ser salvo, debía tratar de llevar una buena vida cristiana. ¡Cuán lejos estaba esa instrucción de la intención de Dios! El Cordero que redime es el grano que se reproduce. Por medio de la muerte y la resurrección, este grano ha dado mucho fruto.
Es preciso que veamos más acerca de quién es Cristo a fin de experimentarlo como nuestra vida. En el capítulo 14, Juan escribió las siguientes palabras que dijo Cristo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad” (vs. 16-17). Cristo mismo era el Consolador; y el otro Consolador que sería enviado era el Espíritu de realidad. Este otro Consolador no es diferente de Cristo mismo; Él es sencillamente la realidad de Cristo, lo cual hace que Cristo no sea un término vano y vacío para nosotros, sino una persona viviente. Sin el “otro Consolador”, Cristo no sería real para nosotros.
A fin de ser nuestra vida, Cristo tenía que dar dos pasos. El primer paso fue la encarnación, cuando “la Palabra se hizo carne”. El segundo paso se describe en 1 Corintios 15:45: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Dios primeramente se hizo carne para efectuar la redención; y posteriormente Cristo llegó a ser el Espíritu para reproducirse en nosotros.
¿En qué momento el postrer Adán se hizo Espíritu vivificante? Esto sucedió cuando Él se levantó de los muertos después de pasar tres días y tres noches en la tumba.
Hay un versículo muy difícil de entender en Juan, el cual nos habla del Espíritu: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado” (7:39). ¿Por qué dice que “aún no había el Espíritu”? (Algunas versiones dicen aquí que no había sido “dado” el Espíritu, pero la palabra dada fue añadida por los traductores). De hecho, incluso Génesis 1 dice: “El Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (v. 2). Si el Espíritu ya estaba allí hace miles de años, ¿por qué la Escritura dice que “aún no había el Espíritu”? Por muchos años este versículo me ha dejado perplejo. No hallé la respuesta sino hasta que leí el libro The Spirit of Christ [El Espíritu de Cristo], escrito por Andrew Murray. El capítulo 5 explica que en el Pentecostés el Espíritu del Jesús glorificado vino para comunicarnos no meramente la vida de Dios, sino aquella vida que había sido entretejida con la naturaleza humana en la persona de Cristo Jesús. Era este Espíritu con humanidad y divinidad que “aún no había” hasta que Cristo resucitó.
En 2 Corintios 3:17 se nos dice: “El Señor es el Espíritu”. ¿De cuál Espíritu se nos habla aquí? Si ustedes consultan la traducción de la Biblia de J. N. Darby, verán que él puso los versículos del 7 al 16 entre paréntesis, lo cual indica que el versículo 17 continúa el pensamiento del versículo 6, que dice: “La letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Al juntar estos dos versículos, vemos que el Señor es el Espíritu que vivifica. Por lo tanto, esto confirma que el Señor Jesús hoy en día es el Espíritu vivificante.
“El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (1 Co. 6:17). ¡Pecadores como nosotros podemos ser un solo espíritu con el Señor! ¿Tienen ustedes la libertad de participar en entretenimientos mundanos cuando son un solo espíritu con Él? Cuando yo hablo por el Señor, la fuente de mi autoridad es esta certeza de que soy un solo espíritu con Él. El hecho de que somos un solo espíritu con el Señor afecta todo lo que hacemos.
“En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Co. 12:13). Cuando fuimos sumergidos en Cristo, fuimos puestos en el lugar correcto para beber de Él, el único Espíritu. La vida de iglesia es nada menos que esta mezcla interna y externa entre nosotros y Cristo como este maravilloso Espíritu todo-inclusivo.
Cristo puede ser nuestra vida porque Él pasó por la muerte y la resurrección y llegó a ser el Espíritu.
Ahora que hemos considerado cómo Cristo es vida para nosotros, nos referiremos a 1 Corintios para mostrar cómo Cristo puede ser la realidad para nosotros. Tan sólo en esta epístola Cristo se presenta a la iglesia en dieciocho aspectos.
“Ciertamente los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos tropezadero, y para los gentiles necedad; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios” (1:22-24). Los judíos, un pueblo religioso, pedían señales o milagros. Los griegos, a quienes les encantaba la filosofía, buscaban sabiduría. El poder es necesario para obtener señales, y la sabiduría es necesaria para obtener filosofía. Pablo dice aquí que para nosotros, los llamados, Cristo es poder y sabiduría.
Si usted quiere administrar una empresa, necesita tener dinero y un buen juicio. El capital o dinero es el poder, y el buen juicio es la sabiduría. ¿Alguna vez ha pensado que su vida es como una empresa, y que Cristo es tanto su capital como su sabiduría? Si usted se vale de su intelecto como su capital, su compañía acabará en la bancarrota. Si se vale de su astucia como su sabiduría, no tendrá lo suficiente para cubrir lo que necesita. La astucia proviene principalmente de nuestra mentalidad humana, pero la sabiduría proviene del Espíritu divino.
El versículo 30 dice más acerca de la sabiduría: “Por Él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría: justicia y santificación y redención”. Nosotros fuimos puestos en Cristo mediante el bautismo (Ro. 6:3; Gá. 3:27). El agua del bautismo no sólo representa la muerte de Cristo, sino también a Cristo mismo como la esfera en la cual fuimos puestos. El propio Cristo en quien fuimos bautizados nos fue hecho de parte de Dios sabiduría.
Cristo es sabiduría para nosotros en justicia, santificación y redención. La justicia se refiere a las acciones de Dios. Ser justos es estar bien con Dios y con los hombres. Ningún ser humano es capaz de ajustarse a esta norma. Consideren cuán descuidados, toscos y descontrolados éramos antes de ser salvos. Es debido a que tenemos a Cristo como sabiduría que sabemos cómo estar bien con Dios y con los hombres. El cambio que ha ocurrido en nuestra conducta delante de Dios y los hombres es la prueba de que Cristo es la realidad de la justicia en nuestra vida.
La santificación es la santidad, es decir, la naturaleza de Dios. Cuando la santidad objetiva viene a ser nuestra experiencia subjetiva, tenemos la santificación. Somos santificados cuando somos apartados para Dios de todo lo que no es de Él.
A fin de explicar la diferencia que hay entre la justicia y la santificación, consideremos, a modo de ejemplo, nuestra actitud cuando vamos de compras. Antes de ser salvos, si nos llevábamos algo de la tienda sin pagarlo, nos sentíamos contentos de no haber sido atrapados. Un comportamiento así es injusto. Pero después de ser salvos, no sólo no nos atrevíamos a robar, sino que incluso si el cajero nos diera más dinero por equivocación, lo devolveríamos. Éste es un ejemplo de la justicia y significa que estamos experimentando a Cristo como el poder y la sabiduría de Dios.
En la experiencia de la santificación, cuando usted va de compras, es posible que interiormente algo lo incomode con respecto a lo que desea comprar. Ya esta vez no se trata de si va a pagar por ese artículo o no; más bien, usted tiene la sensación de que dicho artículo es mundano. Es posible que decida no llevarlo y considere otro artículo, pero interiormente siente algo que todavía lo restringe. Luego, al considerar el tercer artículo, usted ya ha sido restringido lo suficiente y decide que eso es lo que va a comprar, pues es menos mundano que los otros dos artículos que había pensado llevar. El Señor en ese momento dejará de incomodarlo interiormente, pero no porque apruebe lo que usted va a comprar, sino por no presionarlo demasiado cuando usted es tan joven. Más adelante, cuando usted se pone lo que compró, a veces se siente contento de ponérselo; pero otras veces tal vez se pregunta por qué le pareció tan atractivo cuando estaba en la tienda. Luego, cuando usted se lo pone para ir a la reunión, se siente condenado desde que empieza la reunión hasta que termina. Finalmente, usted decide deshacerse de dicha prenda. La siguiente vez que va de compras, siente que ha desaparecido el atractivo que tenían esas cosas para usted.
¿Cómo es hecho Cristo redención para nosotros? Cuando creímos en el Señor Jesús, fuimos redimidos. Nosotros éramos posesión de Dios, Su herencia; pero en la caída fuimos perdidos. Así que, en la redención Cristo nos trajo de regreso a Dios. Aunque esta redención fue consumada, aún necesita ser aplicada. Nuestra mente necesita ser redimida, y también nuestra voluntad y nuestra parte emotiva. Necesitamos ser redimidos de nuestra capacidad natural y caída, de nuestra elocuencia y de la manera en que tratamos a nuestros vecinos.
Sería muy bueno que oráramos así: “Señor, te necesito como mi poder y sabiduría para ser justo, santo y redimido. No quiero permanecer en mi estado natural, en mi condición caída. Quiero estar de lleno en Ti, no en Adán. Dios me trasladó a Ti, y quisiera permanecer allí, redimido de mi manera de pensar, de mi manera de amar a otros y de mi manera de tomar decisiones. Señor, deseo expresarte; redímeme de mi expresión y de mi actitud natural”.
En 1 Corintios 1:30 también se hace referencia a las tres etapas de la vida cristiana. En el pasado, cuando éramos pecaminosos, Cristo llegó a ser nuestra justicia. En el presente, nuestro vivir está siendo santificado por medio de Cristo. En el futuro, cuando Cristo regrese, nuestro cuerpo será redimido. Así, pues, Cristo se ha hecho cargo de estas tres etapas de nuestra vida cristiana, como también de estos tres aspectos de nuestra experiencia diaria. Día tras día, Él es el poder y la sabiduría para que nosotros seamos justos, santificados y redimidos.
“Como está escrito: ‘Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman’. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios” (1 Co. 2:9-10). Todos los asuntos relacionados con la sociedad humana son superficiales. La gente del mundo tal vez esté familiarizada con los bienes materiales, la educación o la ciencia; pero hay algo más profundo que nosotros experimentamos, algo que escapa la noción del hombre. Otros incluso pueden percibir que el gozo y la fortaleza que experimentamos son más profundos que lo que ellos conocen. Es por ello que somos un misterio para el mundo. En medio del sufrimiento, tenemos gozo; en medio de una pérdida, tenemos ganancia. “Las profundidades de Dios” que Él ha preparado para los que le aman son Cristo mismo.
“Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (3:11). Si usted no tiene a Cristo, su vida carece de fundamento. Él no sólo es el fundamento de la iglesia; sin Él, usted tampoco tiene un fundamento para su vida personal. Nuestro vivir diario debe estar fundado sobre una persona. Cristo es la realidad de nuestra vida porque Él es nuestro fundamento.
“Nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada” (1 Co. 5:7). La Pascua nos recuerda que anteriormente estábamos bajo la condenación de Dios, pero que Dios nos perdonó, pasó sobre nosotros, por medio de Cristo (véase Éx. 12:1-14). Cristo como nuestra Pascua llega a ser nuestra salvación y nuestro perdón.
“Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Co. 5:8). En el Antiguo Testamento los hijos de Israel guardaban siete fiestas (Lv. 23). La primera de ellas era la Pascua, después de la cual seguía la Fiesta de los Panes sin levadura. En esa fiesta no se podía comer nada que fuera leudado. En Cristo disfrutamos la fiesta de los panes sin levadura por el resto de nuestra vida. Si no sentimos que estamos celebrándola, es porque aún no nos hemos deshecho de la levadura. La levadura representa lo que es pecaminoso y lo que Dios condena. Una vez que nos deshacemos de esto, nuestra vida cristiana llega a ser un disfrute lleno de alegría.
La mesa del Señor representa la Pascua y también nos recuerda de la Fiesta de los Panes sin levadura. El pecado y la condenación ya no están más con nosotros. Estamos en la fiesta, disfrutando a Cristo y aborreciendo el pecado.
“Nuestros padres [...] fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Co. 10:1-4). Día tras día nuestro alimento es Cristo; Él es el maná. Él es también el agua viva que fluyó de la roca hendida. La roca representa la fuente de nuestro suministro. Tanto el suministro como la fuente del suministro son Cristo mismo. Él es nuestra roca confiable, que continuamente nos sigue para ser nuestro suministro. En Él tenemos alimento, bebida y una fuente inagotable de suministro.
“Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (11:3). Con demasiada frecuencia el yo es la cabeza. Sin embargo, Cristo no sólo es nuestra vida, sino que además es nuestra Cabeza. A menos que lo tomemos a Él como nuestra Cabeza, no podremos tomarle apropiadamente como nuestra vida. Esto involucra nuestra vida personal, nuestra vida familiar y nuestra vida de iglesia. Su posición como Cabeza es un asunto muy serio.
Si un joven nos pide su consejo, nuestra comunión debe efectuarse bajo la autoridad de Cristo como Cabeza. Decirle al hermano más joven lo que debe hacer es ignorar el hecho de que Cristo es su Cabeza, no nosotros. Es algo secundario que él sepa lo que debe hacer; lo más importante es que él se dé cuenta de que Cristo es su Cabeza.
Nuestra Cabeza es el Señor Jesús. Nosotros no somos nuestra propia cabeza; tampoco lo es ningún otro. Una vez que comprendemos esto, estaremos preparados para conocer Su voluntad porque le habremos dado al Señor el lugar correcto. Las hermanas no pueden tomar a su esposo como su cabeza sin antes posicionarse para tomar a Cristo como su Cabeza. Es solamente cuando Él sea nuestra Cabeza que estaremos en una posición correcta en la presencia de Dios. La razón por la cual estamos carentes en nuestra experiencia de Cristo es que no lo estimamos como nuestra Cabeza. Antes de decidir ir a algún lugar o antes de comprar un par de zapatos, debemos consultarle a Él. Si nos sometemos a Su autoridad como Cabeza, lo experimentaremos como nuestra realidad.
“Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo” (12:12). En este versículo podemos ver que Cristo no es solamente la Cabeza, sino también el Cuerpo. En el nuevo hombre no hay lugar ni para usted ni para mí; pues Cristo es el todo, y en todos (Col. 3:10-11).
“Ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Co. 15:20). Cristo es el primero. “El segundo hombre es del cielo” (15:47). ¡Aquí vemos que Cristo es el segundo! “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante” (15:45). ¡Cristo aquí es el último! Si Él es la A y la B, también es la Z. Cristo lo es todo.
¿Cómo puede esta persona tan maravillosa, representada por todos estos aspectos, ser para nosotros la realidad de ellos? Esto se debe a que Él es esta última persona que mencionamos: Él es el Espíritu vivificante. Al volvernos de nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, podemos encontrarlo a Él en nuestro espíritu. A medida que Él se extiende a nuestro ser interior y hace Su hogar allí, Él llega a ser nuestra realidad, así como también nuestra vida, y nosotros ya no estamos vacíos.
Después de experimentar a Cristo como nuestra vida y después de disfrutarle como nuestra realidad, esta realidad llega a ser nuestro camino. Con respecto a nosotros, el camino de Dios es siempre una persona. El camino por el cual nosotros podemos contactar a Dios es una persona. Esto mismo se aplica a nuestra comunión con los santos, al servicio a Dios, al vivir en la vida de iglesia, a la predicación del evangelio, al pastoreo de los santos, así como también al hecho de llegar a ser santos o ser redimidos. En nuestra vida cristiana, el camino por el cual lo hacemos todo es una persona.
Aquel que es el poder y la sabiduría de Dios para nosotros es el Cristo crucificado (1:23-24). Pablo se refiere a Él nuevamente en el capítulo 2 como el Cristo crucificado: “Y yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui anunciándoos el misterio de Dios con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y temor y mucho temblor; y ni mi palabra ni mi proclamación fue con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder” (vs. 1-4).
Al predicar acerca de esta persona crucificada, Pablo tuvo también la actitud de estar crucificado. En lugar de demostrar tener una mente astuta o ser elocuente, él estuvo con los corintios con debilidad y temor y mucho temblor. La manera de predicar es con demostración del Espíritu, no con la exaltación del hombre natural. El Jesús crucificado es el camino de todo ministerio.
Cuando el Señor Jesús empezó Su ministerio a la edad de treinta años, Su primer acto público fue ser bautizado por Juan (Mt. 3:13-17). Su ministerio empezó con Su sepultura. Él era santo, puro y no tenía pecado; sin embargo, antes de participar en el ministerio de Dios, Él tuvo que morir (en figura). Juan el Bautista no entendió esto. Él entendía que pecadores como los fariseos y saduceos necesitaban ser bautizados, pero ¿cómo era posible que necesitaba ser bautizada esta persona nacida del Espíritu Santo? “Jesús respondió y dijo: Permítelo por ahora, pues conviene que cumplamos así toda justicia”. Queridos hermanos, la justicia más elevada consiste en ser sepultados. Después que Cristo fue sepultado y subió del agua, entró en el disfrute de la presencia de Dios. Éste es el significado de que los cielos fueran abiertos, el Espíritu descendiera como paloma y se escuchara la voz del Padre. A fin de disfrutar verdaderamente de la presencia de Dios, tenemos que morir y ser sepultados.
Un estudio cuidadoso de los Evangelios nos revelará que el Señor Jesús, durante toda Su vida en la tierra, estuvo bajo la muerte de la cruz. Su bautismo fue el primer paso que Él dio en una vida de continua muerte. Finalmente, Él fue a la cruz y murió físicamente.
En la resurrección esta persona llegó a ser el Espíritu vivificante. La eficacia de Su muerte se halla en este mismo Espíritu que ahora mora en nosotros (véase el mensaje 8 de Mensajes de vida). Nosotros no morimos cometiendo suicidio, sino al experimentar en nuestro interior a Aquel que murió. Hebreos 10:20 nos dice que fue inaugurado para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne. Cuando Jesús fue crucificado, el velo que separaba al hombre de Dios se rasgó de arriba abajo. Su crucifixión abrió el camino y lo convirtió a Él en el camino. En todo lo que deseemos hacer o ser en nuestra vida cristiana, el camino es morir con Cristo.
Confío en que a través de este mensaje podamos entender claramente que experimentamos a Aquel que es “el camino, y la realidad, y la vida” primeramente como nuestra vida, luego como nuestra realidad y por último como nuestro camino. Estas experiencias son posibles debido a que en la resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante y, como tal, mora en nosotros. Debido a que somos un solo Espíritu con Él, todo lo que Él es llega a ser nuestro y nuestra realidad. Esta realidad llega a ser entonces el camino por el cual podemos vivir en la presencia de Dios.