
En la primera página de la Biblia Dios es revelado en la creación. ¿Cómo se llevó a cabo Su obra creadora? No se menciona la fuerza de Su brazo ni la destreza de Su mano. En vez de ello dice que “Él habló, y fue hecho; Él mandó, y subsistió” (Sal. 33:9). En Génesis 1 aparecen nueve veces las palabras “Dijo Dios”. Es por ello que el salmista dijo: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y por el aliento de Su boca, todo el ejército de ellos” (33:6). Por Su boca la obra de Dios es llevada a cabo y Su poder es manifestado.
El Señor Jesús ejemplificó este mismo principio en los Evangelios. Él sanó a las personas con Su palabra, y con lo que hizo. En el caso del criado del centurión, la palabra del Señor lo sanó aun cuando éste se hallaba en otro lugar (Mt. 8:5-13). Él también dijo: “El que oye Mi palabra [...] tiene vida eterna” (Jn. 5:24). Somos salvos, no por el obrar del Señor, sino por Su hablar, por Su palabra.
No es fácil distinguir entre Dios y Su Palabra. De hecho, Juan 1:1 dice: “La Palabra era Dios”. Tal vez nos parezca un poco torpe el lenguaje que usa Juan 1:1. Cuando era joven, yo pensaba que Juan 1:1 debería decir: “En el principio estaba Dios, y Dios se manifestó como la Palabra”. Sin embargo, al decir: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”, Juan primero exalta la Palabra como Aquel que estaba allí antes de identificar esa Palabra como Dios mismo.
En el Evangelio de Juan, un libro que trata acerca de la vida, el primer punto vital que se menciona en cuanto a la vida es la Palabra. Cuando Juan describe la encarnación en 1:14, no dice que Dios se hizo carne: “La Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. No es nada insignificante el hecho de que Dios sea llamado la Palabra. No podemos separar la Palabra de Dios mismo.
Asimismo, tampoco podemos separar la Palabra del Espíritu. El Señor dijo (6:63): “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Si Su palabra es espíritu, y la Palabra es Dios, esto significa que los tres son uno.
Toda la Biblia es la Palabra de Dios (2 Ti. 3:16). No aceptemos como Palabra de Dios ninguna otra palabra que no sea la palabra de la Biblia; de lo contrario, caeremos en herejía. Aparte de la Biblia, no tenemos ninguna otra palabra de Dios que sea segura. En cambio, podemos tener la certeza de que todo lo que está escrito en la Biblia es la Palabra de Dios.
Usted no puede afirmar con base en esto que la Biblia es Dios, a pesar de que la Biblia es la Palabra de Dios, y la Palabra es Dios mismo. Sería supersticioso adorar la Biblia. Asimismo, es una superstición poner el dedo en cualquier versículo y después guiarse por ese versículo. Cuando acuda a la Palabra, usted debe ejercitar su espíritu y una mente sensata, ¡no su dedo! En 1923 un hermano que vivía en el mismo condado en el que vivía el hermano Nee trató de encontrar la voluntad de Dios poniendo su dedo en un versículo de una página que abrió al azar. El versículo era Mateo 27:5, donde leemos que Judas “fue y se ahorcó”. Ésta no es la manera de honrar la Palabra. No piense que la Biblia es Dios en un sentido material; esto es una herejía.
Sin embargo, la Biblia es más que un libro secular. Cuando usted acude a este libro tiene un sentir diferente de cuando lee cualquier revista secular. Yo he tratado de coger mi Biblia después de haber discutido con mi esposa. El sentir que inmediatamente tuve fue que no debía tocar ese libro, que no debía acercarme a la presencia del Señor, hasta que primero fuera y arreglara las cosas con mi esposa. ¿No ha tenido usted nunca esta clase de experiencia? Si usted es obstinado y aun así insiste en abrir la Palabra, no recibirá nada en su lectura. Este libro lo obligará a usted a hacer las paces con su esposa.
¡Cuán rico es este libro en el cual Dios ha hablado! En él se halla Cristo mismo. Si un profesor muy docto le pregunta a usted dónde está Cristo, no responda diciendo que está en el cielo; eso es demasiado lejos. Tampoco le diga que está en su espíritu, pues eso es demasiado misterioso. La mejor respuesta es decirle que Cristo está en la Biblia. Si el que le hace esta pregunta realmente quiere conocer a Cristo, sugiérale que lea Juan 1:1-29 una y otra vez. Si hace esto, ciertamente lo encontrará.
Los mensajes del Estudio-vida son ricos, pero ninguno de ellos es tan rico como la Biblia. Los escritos de Confucio son excelentes y contienen enseñanzas filosóficas y éticas muy profundas, pero no pueden compararse con la Biblia. Yo estudié algunos de esos escritos cuando era joven y ciertamente los aprecié; pero después que me familiaricé con ellos, no me parecía que podía extraer mucho más de ellos cuando volvía a considerarlos. En cambio, la Biblia es inagotable. Hemos publicado más de sesenta y cinco mensajes sobre el Evangelio de Juan, ¡pero fácilmente podríamos publicar otros sesenta y cinco mensajes sin agotar el pozo! Cuanto más leemos la Biblia, más riquezas descubrimos en ella. Después de cincuenta y cinco años de amar este libro, estoy todavía sondeando sus profundidades y disfrutando sus riquezas.
Lo mejor es acudir a esta Palabra sabiendo cuál es su pensamiento principal. No importa qué parte de la Biblia estemos leyendo, debemos tener presente que el concepto básico de este libro santo es que Dios desea forjarse en nosotros. Ninguna otra cosa le agrada tanto a Dios como el ser uno con nosotros. Él desea ser nosotros, y que nosotros seamos Él. Él desea ser nuestra vida. Aunque es cierto que tenemos vida, nuestra vida no es la vida real, sino simplemente un vaso, un vaso vacío, destinado a contener a Dios como nuestra verdadera vida. El deseo de Dios es que nosotros seamos Su vaso, es decir, que lo contengamos, expresemos y manifestemos en nuestro vivir.
Día a día yo tengo la profunda convicción de que no debo expresarme a mí mismo en mi vivir. Yo simplemente soy un vaso que contiene a Dios como mi vida. Cuando hablo, si no contengo al Señor ni lo expreso ni lo transmito, mis palabras son sólo vanidad. Antes de hablar, yo suelo orar: “Señor, no quiero decir nada por mi propia cuenta. Deseo únicamente proclamarte a Ti. Si Tú no eres mi hablar, entonces todo lo que diga será vano”. Por ello, tengo la certeza de que mi hablar transmite la palabra del Señor.
Así pues, cuando acudamos a la Biblia, no debemos pensar que simplemente estamos acercándonos a páginas impresas. Debemos entender que la Palabra, Dios, el Espíritu y la Biblia son uno solo; cuando acudimos a Su Palabra, nos estamos acercando a Él mismo. Su intención no es enseñarnos ni corregirnos, sino más bien forjarse a Sí mismo en nosotros.
¿De qué manera Dios se forja en nosotros? De la misma manera en que recibimos el alimento. Al comer diferentes formas de vida animal y vegetal, recibimos los elementos esenciales que necesitamos para sustentar nuestra vida física. Lo que comemos puede ser en la forma de manzanas o cerezas, carne de res o pollo; sin embargo, el alimento llega a ser parte de nosotros en la forma de nutrientes que nuestros cuerpos pueden asimilar para mantenernos vivos y saludables. Lo que comemos no conserva la forma de una manzana o de un pollo, sino que es digerido como vitaminas, minerales, proteínas y otras sustancias que nuestros cuerpos necesitan.
Dios mismo es el alimento que necesitamos. Tanto la vida animal como la vida vegetal se usan en la Biblia como ejemplos de las riquezas de Su alimento. Jesús les dijo a Sus discípulos: “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás” (Jn. 6:35). Aquí Cristo se comparó a Sí mismo a cebada y trigo. Él es simbolizado por la vida vegetal.
En este mismo capítulo (Jn. 6), Él también es descrito como perteneciente a la vida animal. “El pan que Yo daré es Mi carne, la cual Yo daré por la vida del mundo [...] Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis Su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna; y Yo le resucitaré en el día postrero. Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida” (vs. 51-55).
Estos versículos nos permiten ver que Dios desea impartirse a nosotros como alimento, a fin de que sea formada la constitución intrínseca de nuestro ser espiritual. Las enseñanzas en la vida cristiana por sí solas no son suficientes; necesitamos recibir el verdadero alimento.
Además de tomarle como nuestro alimento, hay otra manera en la que Dios llega a ser nuestro elemento constitutivo: por medio de Su hablar. En Su hablar Él exhala todo lo que Él es. Él dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, jamás andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (8:12). Cristo se forja en nosotros como luz cuando nos habla. En Su hablar la luz nos es transmitida. Cuando Él dijo: “Yo soy [...] la vida” (14:6), la vida quedó incluida en Su palabra. Por ello, cuando Su palabra viene y nosotros la recibimos, la vida sanadora viene a nosotros. Cada vez que recibimos la palabra de Dios, recibimos también a Dios mismo.
Las palabras al inicio de Hebreos nos recuerdan que Dios ha hablado. “Dios, habiendo hablado en muchas ocasiones y de muchas maneras en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos ha hablado en el Hijo” (1:1-2). En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios habló a los padres en muchas ocasiones y de muchas maneras; pero ahora en esta era del Nuevo Testamento Dios ha hablado en el Hijo. ¡Cuánto le agradecemos a Él por ser un Dios que habla, y porque Su hablar está en esta tierra, entre los hombres!
Así como los apóstoles hablaron en el Hijo, también nuestro hablar hoy es el hablar del Hijo porque somos uno con Él y somos miembros de Su Cuerpo. Debemos aprender a diferenciar entre el ministerio cuyo hablar nos infunde a Dios y el ministerio que no lo hace. Cada vez que venimos a una reunión y escuchamos un hablar apropiado, Dios mismo se transmite a nosotros por medio de dicho hablar. Por otra parte, tal vez escuchemos un sermón elocuente que despierta nuestro entusiasmo, pero que cuando acaba, quedamos con la sensación de que no nos llevamos nada y que todavía somos los mismos. El verdadero ministerio del hablar de Dios infunde algo de Dios en nuestro ser. Aunque quizás no estemos de acuerdo con lo que se ha dicho, o incluso lo rechacemos, el Dios vivo se habrá infundido en nosotros por medio de ese hablar.
El evangelio por medio del cual fuimos salvos provino de la Biblia. Es por medio de este mismo libro que somos salvos día a día. Si descuidamos este libro, por maravillosa que haya sido nuestra experiencia inicial de salvación, encontraremos que no hemos sido salvos de una manera apropiada.
Los santos de la antigüedad dieron abundante testimonio de cómo fueron salvos por la Palabra. Salmos 119:147 dice: “Me anticipé al alba y clamé; en Tus palabras esperé”. El salmista está diciendo aquí que él se levantaba antes del amanecer y clamaba. Todo su futuro, todo su vivir, dependía de la palabra de Dios; sin ella, él no tenía esperanza.
Considere cuánto mejor es nuestra posición que la de los santos del Antiguo Testamento. Moisés ni siquiera tenía los primeros cinco libros de la Biblia. La Biblia de David no incluía los profetas. Él no tenía el precioso libro de Isaías, ni el misterioso libro de Zacarías, ni el maravilloso libro de Daniel ni tampoco el libro de Ezequiel con tantas revelaciones. Nosotros, en cambio, no sólo tenemos todos estos libros, sino que aparte de ello, tenemos los Evangelios, el libro de Hechos, las Epístolas y también el Apocalipsis.
¿Puede ver usted cuán preciosa es nuestra herencia? Yo recuerdo lo mucho que valoraba la Biblia cuando recién fui salvo. Para mí, no había nada en el mundo que se comparara con ella.
Leer esta Palabra lo salvará a usted. Incluso si sólo dedica diez minutos en la mañana, encontrará allí un suministro. Si carece de paciencia, la paciencia será su porción. Si le falta amor, esos diez minutos le suministrarán amor. Mientras usted ora-lee la Palabra, será limpiado. Debido a que usted todavía está en esta tierra viviendo en su carne, en su vida natural, inevitablemente se contaminará. No obstante, sin darse cuenta, usted será limpio al leer esta Palabra, y Dios, quien es la esencia misma de la Palabra, le será impartido. De este modo, usted llegará a ser una persona diferente.
Este alimento nos sustentará. Mientras les hablo, el alimento que he comido me sostiene. Tal vez no presté atención a lo que comía, y tal vez tampoco supe qué nutrientes tenía el alimento que comí; sin embargo, ese alimento ha entrado en mi torrente sanguíneo y me suministra fuerza y energía física. Asimismo, es posible que no entendamos la Palabra que oramos-leemos; pero finalmente descubriremos que ella ha sido luz, vida e incluso unción para nosotros.
Si queremos resumir cómo esta Palabra nos beneficia al nutrirnos, regarnos y sostenernos, podríamos decir que ella añade más de Dios a nuestro ser. No debemos dejarnos distraer por las enseñanzas que nos hablan de la sanidad o del poder, pues en esta Palabra la fe es nuestra, el poder y la autoridad son nuestros y la sanidad también es nuestra.
El resultado de sumergirse regularmente en la Palabra será que usted llevará una vida cristiana apropiada. Entonces, cuando usted se reúna con los santos, su reunión será una exhibición de su andar diario. Usted no se reúne para hacer una mera actuación ni para entretenerse; antes bien, usted vive a Cristo y festeja con el rico banquete de Su Palabra día tras día. Entonces, cuando se reúna con los santos, si usted tiene un himno, pídalo; si tiene una oración, ofrézcala; si tiene algo que compartir, compártalo; y si tiene un mensaje que dar, delo. El resultado de ello será la vida genuina de iglesia, donde se celebran reuniones enriquecidas con oraciones llenas de vida, con palabras llenas de luz y con testimonios que brindan mucha ayuda. Cómo ustedes se reúnen no depende de una forma, sino de cómo viven. Sin duda alguna ustedes necesitan en sus reuniones algo más que el caramelo del entusiasmo y el entretenimiento. No sigan el camino de lo extraordinario; regresen a la Biblia y a la simplicidad de adherirnos al árbol de la vida. Si viven conforme a Su Palabra, cuando se reúnan, experimentarán Su bendición.