
El maravilloso cuadro del hombre creado a la imagen de Dios pronto fue arruinado. El hombre cayó, y para el final de Génesis estaba “en un ataúd en Egipto” (50:26). En lugar de disfrutar del árbol de la vida, estaba muerto y en el mundo.
¡Cuán agradecidos estamos por el libro de Éxodo! Éxodo significa salida, y en este segundo libro de la Biblia encontramos la manera de salir del ataúd y de Egipto.
¿Cómo podía el hombre escapar de su lamentable situación? En Egipto estaba bajo la condenación de Dios y la tiranía de Faraón. Había desobedecido a Dios y había sido esclavizado por los egipcios. ¿Cuál sería el medio que habría de liberarlo?
A fin de ser liberados de la condenación de Dios y ser fortalecidos para abandonar Egipto, necesitamos la Pascua. En 1 Corintios 5:7 leemos que “nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada”. La Pascua era una fiesta en la que los hijos de Israel comían el cordero asado, el pan sin levadura y las hierbas amargas. Estas tres cosas son un cuadro del Cristo que es para nosotros.
El cordero primeramente era inmolado, y luego su sangre se ponía en los postes y dinteles de las puertas de las casas donde iba a ser comido (Éx. 12:6-7). Dios dijo: “Cuando Yo vea la sangre, pasaré por encima de vosotros” (v. 13). Los israelitas fueron resguardados al entrar en sus casas, las cuales habían sido rociadas con la sangre. Hoy nosotros también podemos entrar libremente en este refugio por medio de la sangre redentora de Cristo y estar bajo la cubierta de Su sangre. ¡Cuánto alabamos al Señor por la sangre, la cual nos libera de la condenación de Dios!
A fin de ser fortalecidos para salir de Egipto, los israelitas tenían que hacer algo más que simplemente esparcir la sangre sobre la puerta de entrada de sus casas. El propósito por el cual la casa necesitaba ser protegida era que ellos pudieran comer el cordero.
Observen las tres partes del cordero que ellos tenían que comer: “No comáis de él nada crudo ni cocido en agua, sino asado al fuego, con su cabeza, sus piernas y sus partes internas” (v. 9). Son muchos los cristianos que tienen una Pascua demasiado simplificada, que consiste únicamente de la sangre. Ciertamente apreciamos la sangre, la cual nos protege del juicio de Dios cuando Su mano venga a herir a Egipto. Sin embargo, una vez que tenemos la sangre, debemos comer el cordero bajo este refugio. Los israelitas debían comer “la carne asada al fuego, y [...] con panes sin levadura y con hierbas amargas” (v. 8). Una vez que fueran satisfechos con esta rica comida, que consistía de la carne de cordero, el pan sin levadura y las hierbas amargas, ellos tendrían la energía necesaria para salir de Egipto. Esta nutritiva comida nos fortalece para salir de la tiranía de Satanás.
La primera parte del cordero que ellos debían comer era la cabeza. Esto significa que debemos comer a Cristo como nuestra sabiduría. Cuando comemos al sabio Cristo, encontramos la manera de salir del laberinto creado por Satanás. El mundo es un laberinto que nos engaña con sus falsas esperanzas y encantos. Estamos atrapados en él hasta que recibimos y comemos a este Cristo, la cabeza de sabiduría. Es entonces que podemos ver la manera de escabullirnos de las garras de este mundo y liberarnos de sus tentaciones. A fin de salir de este mundo, necesitamos la sabiduría de Cristo; es imprescindible que Él sea nuestro alimento de sabiduría.
Comer las piernas del cordero nos recuerda que necesitamos comer al Cristo que anduvo en esta tierra. Comer las piernas del cordero nos fortalece para que salgamos de Egipto. Para abandonar Egipto, era necesario tener piernas fuertes. Los hijos de Israel no escogieron una ruta directa; ellos tuvieron que dar una larga vuelta para llegar a las orillas del mar Rojo. Fue entonces que, cuando miraron a sus espaldas, descubrieron que los egipcios iban tras ellos. A uno y otro lado de ellos había montañas. Al parecer no había ninguna escapatoria. ¡Cuánto necesitaban ellos la sabiduría que proviene de comer la cabeza del cordero y la fuerza para caminar que se obtiene al comer sus piernas! Ésta fue la fuente de su fuerza para caminar sobre tierra seca a través del mar Rojo, cuyas aguas les eran como un muro a su derecha e izquierda.
La última parte del cordero que se les mandó comer a los hijos de Israel era sus partes internas. Las partes internas de Cristo son Su parte emotiva, Su mente, Su voluntad y Su corazón. Necesitamos aprender a leer los cuatro Evangelios con el propósito de comer a Cristo en Su sabiduría, Su andar y Sus partes internas.
Al comerle de esta manera, Él no sólo será para nosotros sabiduría y fortaleza a fin de que podamos escapar de la trampa del mundo, sino también la paciencia, la longanimidad y la firme voluntad que nos sostendrán.
El cordero no era el único alimento que se comía en la Pascua. El pan sin levadura era una de las comidas acompañantes. En 1 Corintios 5:8 se nos dice: “Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”. Comer a Cristo como el pan sin levadura mantiene alejadas todas las cosas pecaminosas, de modo que seamos personas sin levadura, es decir, sin nada impuro a los ojos de Dios.
“La comerán con [...] hierbas amargas” (Éx. 12:8). Ésta era otra comida que acompañaba al cordero, haciéndola una comida muy completa. El efecto de comer a Cristo como las hierbas amargas es esa sensación amarga que usted tiene cuando toca algo pecaminoso. Por ejemplo, si usted va al cine o critica a su suegra, o incluso si habla mal de ella, sentirá la operación de las hierbas amargas dentro de usted.
Creo que a estas alturas todos nosotros entendemos claramente que comer es la manera en que salimos del ataúd y de Egipto. La provisión de la Pascua deja esto muy claro.
Incluso la manera en que debía comerse la Pascua muestra que esta fiesta estaba muy relacionada con la inminente salida del pueblo. “Lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestras sandalias en los pies y vuestro cayado en la mano; y lo comeréis de prisa. Es la pascua de Jehová” (v. 11). Ésta no era una comida que se tomaba lenta y relajadamente. Ellos tenían que estar alertas; con una mano tenían que agarrar el cayado y con la otra tomar los trocitos de cordero asado que iban a comer. Fue así como ellos participaron de la Pascua, listos para salir en el momento en que se les indicara.
Una vez que los hijos de Israel salieron de Egipto y cruzaron el mar Rojo, alabaron al Señor cantando e incluso danzando. “Entonces cantaron Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová y hablaron, diciendo: Cantaré a Jehová, porque Él ha triunfado gloriosamente [...] Entonces Miriam la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano; y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas” (Éx. 15:1, 20). ¿Cómo se obtuvo semejante triunfo? Por medio de la sangre se efectuó una redención completa y al comer la carne del cordero, el pan sin levadura y las hierbas amargas se llevó a cabo un éxodo perfecto. De esta misma manera nosotros fuimos redimidos de la condenación de Dios y liberados de la tiranía de Satanás.
¡Aleluya por lo que se logra al comer!
Después de salir de Egipto, los israelitas fueron sustentados en el desierto por cuarenta años. Los judíos le dijeron al Señor muchos años después: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’” (Jn. 6:31; cfr. Éx. 16:4, 15).
El maná era su único alimento día tras día. No es de extrañar que ellos pronto se cansaran de una dieta tan monótona. Sus pensamientos volvieron a Egipto, y se quejaron ante Moisés, diciendo: “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; pero ahora se nos va el apetito, pues nada sino este maná ven nuestros ojos” (Nm. 11:5-6).
Esta variedad de alimentos que provenía del agua o del suelo de Egipto fue algo que disfrutaron no sólo los israelitas y los egipcios; incluso ustedes mismos pueden haberse cansado de una continua dieta de mensajes semana tras semana, y probablemente hayan recurrido a los alimentos que Egipto ofrece. En vez de escuchar acerca de Cristo y la iglesia en un mensaje tras otro, algunos han tratado de promover reuniones más entretenidas: cosas tales como tocar la guitarra, canciones especiales y bromas y arrebatos de entusiasmo son semejantes a los puerros, cebollas y ajos que provenían del suelo de Egipto. Es posible que usted haya disfrutado esas reuniones, pero al mismo tiempo tiene que reconocer que allí no había maná.
Ahora regresemos al maná. ¡No debemos pensar que Cristo sea aburridor! Debemos aprender a cocinarlo de manera apetitosa.
“Cuando se evaporó la capa de rocío, aparecieron sobre la faz del desierto copos finos y redondos, tan finos como la escarcha que cae sobre la tierra” (Éx. 16:14). Con Cristo tenemos la frescura del rocío. Él también es tan refrescante como la escarcha. En los climas cálidos no experimentamos el aire refrescante que viene con la escarcha. Así es Cristo para nosotros.
En el versículo 31 leemos que el maná “era como semilla de cilantro, blanco, y su sabor como de hojaldres hechos con miel”. Números 11:7 añade lo siguiente: “Su apariencia [era] como la de bedelio”. La palabra apariencia literalmente significa “ojo”. Al comer a Cristo el maná, usted tiene ojos con los que puede ver claramente. Piense en cuánta luz ha recibido desde que vino a la iglesia y empezó a recibir a Cristo el maná. Los ojos que se incluyen en el maná le permitieron tener una clara visión. El bedelio mencionado aquí es una perla procedente de la resina de la madera; es transparente. Si usted ha estado disfrutando continuamente de este maná, tiene un cielo despejado; no experimenta opacidad ni ceguera. Sin embargo, si usted ha notado que en las reuniones hace falta dirección, dicha falta de rumbo se debe a que se ha estado comiendo las cebollas, los puerros y los ajos de Egipto; el efecto de esa dieta es que usted queda cegado.
“El pueblo se dispersaba para recogerlo, y lo molía entre dos muelas o lo machacaba en el mortero; luego lo cocía en ollas y hacía de él tortas; su sabor era como de tortas cocidas en aceite” (v. 8). Hay diferentes maneras de preparar el maná. Todos tenemos que experimentar a Cristo y luego aprender a servir a los santos deliciosos platillos de Él. De esta manera, comemos el rico suministro del maná.
“Así los hijos de Israel comieron maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitable; maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán” (Éx. 16:35). El maná fue el alimento que Dios proveyó a Su pueblo mientras estuvo vagando por el desierto.
Ustedes probablemente recordarán aquella ocasión cuando, debido a las quejas de ellos, Dios les envió codornices. En respuesta a su clamor: “¿Quién nos diera a comer carne?” (Nm. 11:4), “vino un viento de Jehová, y trajo codornices del mar y las dejó caer junto al campamento, un día de camino a un lado y un día de camino al otro, alrededor del campamento, y casi dos codos sobre la faz de la tierra” (v. 31). Debido a que ellos comieron las codornices en rebelión, provocaron el juicio de Dios: “Aún estaba la carne entre los dientes de ellos, antes que fuese masticada, cuando la ira de Jehová se encendió contra el pueblo, e hirió Jehová al pueblo con una plaga muy severa” (v. 33).
Este incidente me hizo acordar de estos últimos años en el recobro. Después de escuchar tanto que necesitamos que Cristo se forje en nuestro ser, algunos se apartaron de esto, diciendo que esto era demasiado difícil de escuchar, y alentaron a los jóvenes a que fueran como son, en lugar de ser transformados. Reemplazar el maná con las codornices del mar es rebelión. Lo que Dios ha dispuesto para nosotros es que comamos el maná día tras día.
¿Qué ocupaciones tuvieron los hijos de Israel durante esos cuarenta años? En ese tiempo no había ninguna industria. ¿Cómo pasaban ellos su tiempo cuando no estaban viajando? Ellos empezaban su día antes del amanecer, recolectando el maná. Además de prepararlo y comerlo, ellos primero edificaron el tabernáculo y después lo llevaron durante toda su travesía.
Esto nos muestra un cuadro muy claro de lo que debemos comer, de lo que debemos ser y de lo que debemos hacer. Nuestra dieta es Cristo. Debemos ser de aquellos que le comen. Debemos edificar la iglesia para que sea la morada de Dios, y luego llevarla como Su testimonio adondequiera que vayamos.
La gente de experiencia en el mundo quizás piense que los israelitas eran perezosos y que sus vidas carecían de sentido. ¿Por qué no se establecieron ellos en algún lugar y labraron la tierra? Así podrían haber plantado cebollas, puerros y ajos, en lugar de tener sólo maná para comer. ¿Por qué no hicieron ellos otra cosa que edificar un tabernáculo, para después llevarlo consigo a todas partes?
En nuestros días tal vez algunos nos critiquen por no ir a los campos misioneros, ni emprender esta o aquella obra cristiana, ni tampoco por no preocuparnos por el evangelio. ¿Por qué nos mantenemos en reuniones y prestamos tan poca atención a todo lo que no es Cristo y la iglesia?
No queremos seguir el ejemplo del cristianismo. En vez de ello, preferimos ser como los israelitas de la antigüedad, comiendo del maná y preocupándonos por el tabernáculo. Si entre nosotros tenemos tal testimonio, las almas serán ganadas; y los que aman al Señor Jesús serán atraídos.
Jóvenes, ¿están ustedes satisfechos con llevar esta vida? Su vivir consiste en comer a Cristo; su obra consiste en edificar la iglesia con Cristo; y su testimonio consiste en llevar la iglesia con Cristo. Ésta es la economía de Dios.
En el mensaje anterior acerca del árbol de la vida, señalamos que la intención de Dios ha sido desde el comienzo que el hombre lo reciba como alimento. En este mensaje vimos la historia del fracaso del hombre y los pasos que Dios dio para recobrar al hombre de la muerte y del mundo. Este triunfante éxodo de la condenación y la tiranía se produjo al comer de la Pascua. Luego por cuarenta años en el desierto Dios le dio a Su pueblo maná. Por medio de esta alimentación, el tabernáculo fue edificado y el testimonio de Dios fue establecido. Así pues, el libro de Éxodo nos recuerda una vez más que la intención de Dios con respecto al hombre es ser su vida, la cual el hombre recibe en forma de alimento. Cuando el hombre participa de Él de esta manera, la morada de Dios es edificada, y Su propósito se lleva a cabo.